Líneas de protesta: análisis del contenido de la campaña “Cartas de mujeres” de Perú

Protest lines: analysis of the content of the “Letters of Women” Campaign in Peru

Linhas de protesto: análise do conteúdo da campanha “Cartas de Mulheres” no Peru

José Ramos López

Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, Perú

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Recibido: 03-06-2019
Aceptado: 15-07-2019

 

 

Introducción

El ojo de la tormenta se centró otra vez en Ayacucho. Una violencia sexual masiva contra una adolescente de 15 años perpetrada por 4 varones movilizó un conjunto de reflexiones. Algunos apelaban a la desunión familiar, otros al descontrol de los adolescentes. Lo indiscutible era que otra vez el cuerpo de la mujer era el depositario de la violencia. La violencia hacia las mujeres es un problema persistente y muy generalizado en nuestra sociedad. Las cifras en torno a la violencia hacia las mujeres son sumamente preocupantes e indignantes. Según el Programa Nacional Contra la Violencia Familiar y Sexual del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, en lo que va del año 41,297 mujeres peruanas han sido víctimas de maltratos en el Perú y 65 han muerto víctimas de feminicidios a cinco meses del presente año.

Estas cifras se convierten en un activador de memoria que nos evoca a una iniciativa que buscó desmitificar las relaciones estructuradas entre el hombre y la mujer.  Me refiero a la campaña latinoamericana “Cartas de Mujeres” que como punto de partida tuvo a Quito (Ecuador) luego se extendió a Perú y concluyó en Bolivia. El objetivo de esta campaña era visibilizar la violencia que viven las mujeres en su cotidianeidad y priorizar su prevención y poner en tapete de la agenda pública. Se buscó generar consciencia pública sobre todas las formas de violencia contra las mujeres, desde las más sutiles hasta las más extremas como los feminicidios, y sus secuelas en diferentes dimensiones. Esta campaña tuvo una naturaleza preventiva e inclusiva que invitó a diferentes grupos etarios, de todos los lares, sin importar su condición social, cultural, política y económica, a escribir cartas que sirvan como dispositivo para visibilizar, sensibilizar y denunciar la violencia que sufren las mujeres y las niñas a lo largo de su vida.

Como parte de la estrategia metodológica utilizo dos marcos de referencia; la primera se basa en un análisis hermenéutico denso de 14,657 cartas que corresponden a la Campaña “Carta de Mujeres” de Perú; la segunda, se concibe a estas cartas no como meros escritos circunstanciales sino como una madeja compleja de representaciones y discursos experienciales múltiples encaminados a desnaturalizar lo obvio.

Con la seguridad de invitar a la reflexión y a repensar el abordaje de género pretendo exponer los hallazgos de mi investigación, no como una verdad absoluta, fija e invariable, sino para sumar interés, generar cuestionamientos que endulcen el debate.

 

Aproximaciones sociales a la Campaña “Carta de Mujeres”

La campaña “Cartas de Mujeres” en el Perú[1] tuvo una duración aproximada de casi cuatro meses, siendo el lanzamiento oficial de la campaña un 24 de noviembre de 2012 en la Plaza Mayor de Lima a puertas de conmemorar el día Internacional de la No Violencia contra la Mujer. Culminó el 8 de marzo de 2013, Día Internacional de la Mujer, realizando una exposición museográfica de la campaña y entregando a las autoridades pertinentes las propuestas de políticas públicas elaboradas a partir de las cartas. Como parte del proceso de recolección de cartas se utilizaron cuatro estrategias motivacionales: los puntos de escritura (lugares estratégicos como centros comerciales), los talleres (espacios de reflexión), los buzones (colocadas en instituciones a nivel nacional) y el portal web (redes sociales). Se instalaron 283 puntos de escritura, 83 talleres de información, 19 talleres de sensibilización y se realizaron 107 incursiones urbanas.

Durante la ejecución de la campaña, entre noviembre de 2012 y marzo de 2013, se recibieron 14,687 cartas a nivel nacional. Del universo de cartas recolectadas 88.6% fueron de Lima y el resto de otras regiones del país. De estas, 60% fueron escritas por mujeres, adolescentes y niñas, 20% por varones y niños. El mayor número de cartas provino de mujeres y varones adolescentes y jóvenes, entre los 13 y 25 años. En todo el proceso de ejecución de la campaña contó con apoyo de los medios de comunicación lo que ayudó de manera significativa a la difusión y, en especial, a la sensibilización de la comunidad peruana.

Si bien la campaña fue iniciativa promovida por instituciones privadas, asumidas por las instituciones estatales, parten de esfuerzos de organizaciones de mujeres de base quienes realizan acciones para erradicar la violencia hacia las mujeres en espacios de concertación, tal como la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP).

Es pertinente hacer algunas precisiones sobre lo que encierran las cartas para una aproximación más certera. En primer lugar, debemos comprender que las cartas son escritas en contextos variados donde prima la subjetividad de transmitir algo hacia un “otro” desconocido, porque muchas personas llegaron a escribir sin saber que se iban a topar con la campaña. Lo que nos muestra una predisposición. Expresa un arraigo de la subjetividad sin mayores esfuerzos de tranzar una escritura muy tecnificada. Se entiende por subjetividad:

…el espacio donde se articulan lo biológico-pulsional y lo simbólico, el lugar en el que se entreteje lo social y lo personal, donde se define la individualidad. En efecto, la subjetividad es organizada por la cultura en la medida que las significaciones sociales permiten una regulación viable de la impulsividad (Portocarrero & Komadina, 2001, pág. 15).

Imagen 1. Carta 35, mujer, 56-65 años, Miraflores, Lima. Foto del autor.
Imagen 1. Carta 35, mujer, 56-65 años, Miraflores, Lima. Foto del autor.

Segundo, las cartas no son más que un ejercicio de memoria, es decir que es una representación sobre un pasado que caló profundamente en él, o la, participante quien evoca la escena, silencia algunos aspectos y olvida ciertos detalles. Nos muestra que su verdad es válida frente a las otras que están en juego en la narración. A su vez, otorga una división ética a sus participantes (bueno y malo) quienes se encuentran en una relación antagónica, dicotómica y existe una proximidad violenta.

Tercero, a través de las cartas mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas poseen una agencia social y política quienes comparten una producción simbólica para lograr que sus sentidos de interpretar la realidad sean tomadas en cuenta en las relaciones de género que se tejen dentro de la sociedad. Tener agencia supone devolverles la actorí a, concebirlos como sujetos sociales que definen, elaboran y re-elaboran criterios de relaciones socioculturales con un “otro” y un nos-“otros” diverso.

Por último, debemos comprender que los sujetos sociales están inmersos dentro de un marco cultural plagado de significados y símbolos que ordenan y des-ordenan, legitiman y desmitifican, encubren y denuncian los razonamientos fundantes sobre lo que significa ser “varón” y “mujer” en la sociedad peruana. Existe un arduo listado sobre la acepción de cultura, pero privilegiamos una de las tantas definiciones. Entendemos por cultura “… un esquema históricamente transmitido de significaciones representadas en símbolos, un sistema de concepciones heredadas y expresadas en formas simbólicas por medios con los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida” (Geertz, 1973, pág. 88).

Sin pretender homogeneizar las 14,687 cartas recopiladas, insisto en describir las representaciones y experiencias sobre la situación de la mujer en el Perú a fin de romper silencios acerca de la violencia contra ellas y dilucidar los nexos con los contextos políticos, sociales, económicos y culturales más vastos. Además, resaltar las dinámicas de género, cuestionar las imágenes de homogeneidad de los imaginarios sociales arraigados en la cultura. En líneas posteriores, se presenta un análisis de los contextos culturales fundantes y los discursos centrales del contenido de la campaña “Carta de Mujeres”.

 

De la protesta al compromiso

El acervo de cartas nos muestra un panorama diverso y holista. El tema convocante era poner en tapete las diversas formas de violencia contra la mujer en la sociedad peruana para visibilizar y sensibilizar a la comunidad en su conjunto. A partir del acto voluntario de compartir historias, escritas o dibujadas, de mujeres y varones de diferentes grupos etarios manifiestan sus sentimientos sobre la violencia, discuten, re-elaboran una narrativa sobre su vida e instan a las instituciones encargadas de defender los derechos humanos, que incluyan nuevas soluciones más viables y reformular el trabajo a fin de disminuir el maltrato en todas sus formas.

Además, replantean el proceso de construcción de masculinidad y femineidad que no debe obedecer solo a criterios de “la condición sexual” sino que deben de partir de experiencias transformadoras que definan que significa ser mujer y varón en la actualidad.[2] Y que dentro de estas significaciones se incorpore una visión más histórica, social y cultural acompañado por los valores éticos de igualdad, respeto y empatía. Por ejemplo, la femineidad es portadora de la vida, del amor, pero a su vez posee una fuerza inquebrantable de lucha constante. Encontramos muchas reflexiones que parten desde la maternidad, la ternura y la constancia del bienestar familiar:  “la mujer es fuente de vida, receptoras de vida” (Mujer, 46-55 años, NM-PE, Carta 756), “podemos ser duras sin dejar la ternura” (Mujer, 26-35 años, NM-PE, Carta 893), “la mujer es como la gota que abre la piedra no por su fuerza sino por su constancia” (Mujer, no especifica, NM-PE, Carta 706 ), “la mujer en todos sus aspectos es sinónimo de fuerza, empuje, decisión y orgullo porque somos capaces de hacer lo imposible por su familia, por los hijos…” (Mujer, 36-45 años, Fedediarios, Taller, Carta 3441).

La lectura de las cartas recolectadas debe tener como telón de fondo dos aspectos importantes: primero, se debe tener en cuenta la naturaleza de la campaña “Carta de Mujeres” recolecto historias desgarradoras, reflexiones relegadas del ámbito público, que sirvan como una fuente directa, atestiguadora, de la vida de las mujeres. En ese sentido las cartas se convirtieron en un recurso para hacer sentir el malestar, deslegitimar, denunciar y protestar; segundo, el uso diversificado de estrategias comunicativas y narrativas (dibujos, frases, testimonios vividos, o percibidos) incita a la suma de voluntades por un compromiso más consciente.

En consecuencia, las historias compartidas no solo deben ser apreciadas como meros actos de queja o denuncia, más bien deben ser concebidos como líneas que pasan de la protesta al compromiso. Y es ahí donde radica el nudo convocante, la sinergia de la comunidad peruana cuyo reto es salir de la ceguera moral. Pero, en merced de instituciones patriarcales y tradicionales, aún nos encontramos en el meollo del asunto de cómo incorporar el enfoque de género de manera transversal. No solo para reducir las cifras alarmantes de violencia sino para humanizarnos, ser más democráticos y más, pero más, igualitarios.

 

Una madeja de violencia instaurada contra la mujer

Existe violencia en todos los aspectos hacia la mujer, empezando desde que uno enciende la radio, la T.V. con programas que ven niños, jóvenes y adultos. La sociedad en la que vivimos es machista empezando de casa […] se nos inculca eso desde que somos niños y luego lo plasmamos en la adolescencia, juventud y también enseñamos a nuestros hijos.

Mujer, 26-35 años, Pamer, carta 9954.[3]

 

Dentro de nuestras relaciones cotidianas con las personas próximas solemos tener minúsculos roces violentos. Muchas de ellas están disfrazadas en son de bromas, apelativos y demás formas de hacer una distinción del otro. Esto se complejiza más para las mujeres, quienes a lo largo de la historia tuvieron que ganar derechos a través de movilizaciones y aprovechando coyunturas excepcionales. En este proceso de empoderamiento de las mujeres, tuvieron que enfrentarse y utilizar estrategias para cuestionar y ser parte de la dominación masculina (Bourdieu, 2000).

Y es que hablar de género nos obliga a hacer un paso obligatorio en las construcciones socioculturales sobre lo que significa ser “hombre” y “mujer” en una sociedad. Y cómo la cultura les asigna significados, les otorga conductas, prohibiciones, determina roles sociales, identidades y fija una relación de poder. A su vez, sanciona a quienes escapan de estas definiciones culturales legitimadas. Sin embargo, no pretendo brindar una imagen congelada sobre la cultura como algo estático, sino resaltar que se encuentra en un constante proceso dinámico y cambiante que admite cuestionamientos y los incorpora dentro de su orden lógico creando nuevos sentidos de pertenencia de género.

Las mujeres son objeto de una infinidad de formas violentas, desde las frases más sutiles y desapercibidas hasta encuentros con amenazas, golpes e incluso con la muerte. Las diversas cartas evidencian que las mujeres se encuentran dentro de una madeja de violencia instaurada[4] y cómo estas son percibidas como naturales e insignificantes. A continuación, presento algunos tipos de violencia contra las mujeres, sin pretender encasillar, ni mostrar un listado exhaustivo; al contrario, ser flexivo para tener un acercamiento más próximo. Los problemas recurrentes que sufren las mujeres tienen lugar en diferentes ámbitos espaciales, comenzando en el hogar y extendiéndose en la sociedad. El modelo ecológico de la violencia propuesto por Bronfenbrenner (1987) , quien se centra en los diversos sistemas de relaciones entre unos con otros, es muy sugerente para complejizar la mirada en distintos campos sociales como el microsistema, mesosistema, exosistema, macrosistema y cronosistema. Este modelo sirvió como referente para entender el caso de la violencia familiar.

Imagen 2. Carta 36, La Bellaca, 26-35 años. Foto del autor.
Imagen 2. Carta 36, La Bellaca, 26-35 años. Foto del autor.

La violencia contra la mujer es una práctica generalizada fundada en criterios sistemáticos y culturales arraigados en el proceso histórico. Es así que la mujer, de todas las sangres, sufre violencia en todas partes, en lugares más recónditos del Perú y en diferentes etapas de su ciclo de vida afectando varias dimensiones de su existencia y sus seres cercanos. A tal punto que toda mujer tiene una historia que compartir que evidencia, quizá, una violencia física, familiar, sexual, psicológica y económica. Se torna aún más complejo cuando la mujer no solo recibe una determinada violencia, sino que muchas veces se entrelazan con las otras y es muy difícil, pero no imposible, salir del círculo de la violencia. La violencia contra las mujeres produce múltiples efectos negativos en sus vidas, afectando lo personal, lo social, lo laboral y la salud. Algunas secuelas son baja autoestima, dependencia, depresión, embarazos no deseados, necesidad de recurrir a abortos provocados por cuestiones relacionadas a violencia y/o desigualdad, conductas nocivas a la salud, alteración de la alimentación, enfermedades de transmisión sexual y reproducción de la violencia hacia sus seres cercanos.

Razones para agredir a una mujer no falta, dirían muchos. No obstante, muchos hombres se escudan en criterios lingüísticos, étnicos, clasistas y racistas, en aspectos educativos, laborales, económicos estableciendo una relación injusta, desigual. Es así que la mujer sufre doble violencia, una dentro del hogar y la otra dentro de las estructuras de la sociedad. Asume la carga de roles domésticos, se la asigna, de forma definitoria, un espacio privado familiar y poseen una libertad encarcelada. Por lo tanto, “detrás de la violencia hay un trasfondo cultural, político y económico” (mujer, carta 187) que opera en nuestra sociedad y se arraiga a los aparatos ideológicos del Estado, e instituciones burocráticas moldeando las estructuras mentales e impone principios de relacionamiento con las mujeres. En consecuencia, “la violencia se mama desde el anochecer hasta el amanecer” (mujer, carta 286) e incluso se extiende hasta nuestros más íntimos sueños.

 

Exotizando a la “otra”[5]: una forma de deshumanizar

Como actores sociales pertenecientes a una cultura nos arraigamos a elementos, sean materiales, sociales o simbólicos, que forjan sentidos de pertenencia hacia un nos-otros y establece la diferencia de un “otro” distinto, lejano y ajeno. La construcción de un “otro” es muy importante en nuestras culturas porque demarca una distinción entre lo nuestro y lo ajeno, a su vez, nos sirve como un referente para definir y re-definir nuestra identidad. El otro, a su vez, es construido a partir de la mirada de un nosotros. Por lo tanto, ser “otro” es exotizar, remarcar las desigualdades y centrarse en las diferencias. En los estudios de género, la propuesta de la teoría de la otredad echó raíces. Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”, libro publicado en 1949, plantea que la mujer aún ocupa los confines del otro.

Un sentimiento compartido, dentro de las cartas, es la sensación de ser una “otra” en la sociedad. Esta experiencia se empieza a sentir, con mayor ímpetu, en la adolescencia. Etapa del ciclo de vida donde sale a flote todo un entramado cultural y se hace más notorio las diferencias entre el varón y la mujer. El proceso transitorio evidencia que las mujeres ya no pasan inadvertidas más bien se performan en desconocidas a quienes, en el imaginario colectivo, hay que observarles cual si fueran exóticas. Reparando sus rasgos (bonita o fea), su experiencia sexual (virgen o puta), su atavío (atrevida o conservada) y su actitud (coqueta o reservada).

De manera naturalizada, dentro del itinerario cotidiano trazado por las mujeres, experimentan formas de violencia solapada en piropos, roces en los colectivos, miradas sumamente incómodas produciendo una enajenación de las prácticas de vestir, sentar y de transitar por la ciudad. Así como cuando un foráneo, con rasgos muy marcados, visita a una comunidad se convierte en el foco de atención de todos y todas, quienes estarán atento a cómo reacciona frente a un estímulo. De manera similar, cuando una mujer transita por la ciudad se la exotiza, más aún si es bella de acuerdo a los estándares heteronormativos, voluptuosa y utiliza una indumentaria que resalta, o muestra, su cuerpo. O en caso contrario, cuando una mujer proveniente de lo más recóndito del Perú, con formas particulares de expresar la belleza se la exotiza poniendo mayor énfasis en mostrar el peso de lo étnico, lo pobre y lo “incivilizado”.

De niña parecía que convertirse en mujer era algo doloroso, era como alcanzar algo, seguir creciendo, pero se volvía incómodo, ¿por qué de repente toda la ciudad notaba mi presencia? ¿Por qué los hombres mayores empezaban a mirarme de cierta forma o a decirme cosas? (…) ¿Por qué me sentía amenazada? (Mujer, 36-45 años, Lima, carta 1531).

 

Poemas de violencia: acoso callejero sexual

Otro de los discursos rondantes e insistentes dentro de las cartas son aquellos que se refieren a la violencia sexual que sufren las mujeres en la cotidianeidad. Al recorrer los confines de la ciudad sienten una mirada amenazadora que reduce su humanidad para percibirla como un objeto de placer, a priori, y de deseo ignorando sus sentimientos. Esto provoca conductas gestuales (roces intencionados, en su mayoría, en microbuses) y verbales (piropos, silbidos, frases que resaltan la sexualidad) que causan una constante sensación de inseguridad y peligro en lugares seguros. Los que hacen uso y desuso de estas frases y mímicas sexistas es la masculinidad en su afán de exhibir su virilidad y de cumplir con los cánones de ser “macho” en la cultura peruana.

En ese sentido se convierten en victimarios[6] constantes que acechan con miradas furtivas y una bastimenta lexical de dizque hacer elogio a la belleza que posee una mujer. No obstante, ser objeto de una apreciación sexual deja marcas imborrables; más aún en el proceso transitorio de la pubertad hacia la adolescencia, que por ser visible el desarrollo de los rasgos femeninos (cambios biológicos y culturales) experimenta una avalancha de violencia sexual por los miembros de la sociedad, incluyendo a mujeres mismas quienes cuestionan las formas de vestir el cuerpo, tal como lo evidencian los siguientes testimonios:

Me han metido la mano en la calle. Me han punteado en un micro. Me han dicho “piropos” agresivos. He tenido miedo de caminar por las noches. Tengo miedo de subir sola a un taxi. A veces, he querido ser hombre “solo” por estas cosas (Mujer, 13-25 años, CMD-Buzon, carta 5379).

Recuerdo que tenía 11 años, era un día soleado… Estaba caminando al instituto donde estudiaba inglés. Después de clases iba a ir a la casa de una prima, por su cumpleaños. Era la oportunidad ideal para usar por primera vez una falda que me había encantado y me había regalado hacía poco. Eran cuatro cuadras las que tenía que caminar, desde el paradero hasta el instituto. Esas cuatro cuadras fueron las más largas que he caminado en mi vida. Jóvenes, adultos, ancianos, se acercaban y me decían groserías al oído. Parecía que sus miradas podían desvestirme. Desde taxis sacaban la cabeza y silbaban, hacían sonidos de besos. Incluso un padre con su hija de la mano me dijo la frase más grosera y vulgar que he escuchado en esta vida. Llegué llorando a mi clase, me arrepentí de haberme puesto esa falda. No entendía por qué me habían agredido tantas personas de esa manera. Sentía cólera, tristeza, asco, me sentía sucia… nunca más volví a usar esa falda (Mujer, 13-25 años, PUCP, carta 246).

Imagen 3. Carta 105, mujer, 13-25 años. Foto del autor.
Imagen 3. Carta 105, mujer, 13-25 años. Foto del autor.

La magnitud del detrimento se convierte en un agujero oscuro emotivo que deprime y reprime su autoestima, le carga de sentimientos de culpabilidad, concibe a su cuerpo como un dispositivo que provoca sentimientos libidinosos por lo que evita ponerse ropa muy ajustada. Por otro lado, al ser sexualizada percibe emociones dañinas (cuerpo contaminado (Douglas, 1973), impuro), sentimientos de impotencia (shock emocional) y constata una vez más que la mujer es objeto de deseos obscenos.

Hablar sobre los poemas de violencia nos remite a explorar la otra orilla de la playa (la masculinidad) para hurgar en la construcción sociocultural que encierra las prácticas actitudinales alrededor del cuerpo de la mujer que generan una forma de comprender, atribuir y admirar la belleza mediante la elaboración de narrativas sobre lo que es bello. Concebimos al cuerpo como una construcción sociocultural donde elaboramos símbolos, representaciones y significaciones más no solo como un simple órgano que cumple funciones biológicas. En tanto, dentro de los sentidos de las masculinidades (Fuller, 2001) el apreciar la belleza de una mujer requiere una predisposición gestual y actitudinal para hacer gala de su virilidad y ser más “macho”. El hilo convocante y conductor de los piropos, frases grotescas, silbidos, besos volados, y demás expresiones, reiteran la cosificación del cuerpo femenino en meros territorios simbólicos de placer (sicalíptico).

Las mujeres que nos comparten su experiencia de haber sufrido el acoso callejero sexual desbordan sus sentimientos (contenciosos) de rabia, miedo, pudor, de indignación. Estas subjetividades develan su incomodidad frente al orden instaurado y desmitifican aquellos constructos sociales colectivos que la sociedad misma los normaliza. En su afán de poner en tapete que las frases que hacen mención los varones no alimentan su identidad, ni reafirman su belleza, tampoco un halago, sino que coadyuvan a mermar su autoestima. Mujeres que elevan su voz de protesta. “No somos exageradas, alzamos nuestra voz porque nos disgusta. Detenlo el machismo en todas sus formas y cualquier poema de violencia es la más sutil a veces” (mujer, 13-25 años, Pontificia Universidad Católica del Perú, carta 274).

 

Desencanto del príncipe: impases de dominación

Podemos identificar tres facetas por las cuales las parejas surcan en una relación amorosa. En primer lugar, distinguimos al tiempo del enamoramiento donde el amor es la palabra central que convoca y propicia el encuentro con el príncipe azul (detallista, cariñoso, caballeroso e ideal). En esta fase abunda un mundo de promesas y la construcción de un futuro quimérico en el cual configuran relaciones de poder y dominación. Un punto de quiebre es la prueba del amor, los celos, el cual, muchas veces, es la imposición del varón.

En un inicio todo era normal para mí, abrazos, besos, pero luego él se fue proponiéndome más cosas, tener sexo, yo nunca había pensado en eso cuando él me preguntaba yo le decía que no, pero él insistía tanto (…) desde esa vez siempre que nos veíamos él aprovechaba para manosearme; yo no quería, no me gustaba, pero nunca dije nada (Mujer, 13-25 años, COPLAN-IA, Carta 3014).

 

El segundo lo conforma el compromiso ya sea vía el matrimonio o la convivencia. “Este es un caso de una mujer que se casó muy joven con un hombre mayor que ella por 10 años y que fue obligada a tener relaciones sexuales y si ella no quería le pegaba con la correa, Sofía llegó a tener 14 hijos y dos abortos” (Mujer, 36-45 años, Foro salud-TA, 10128). Esta fase se caracteriza por el desmoronamiento del mundo utópico, la transformación del varón y el uso desmesurado de la violencia. “Siempre hay problemas en el hogar como cuando él me alza la voz o quiere imponer su palabra sobre la mía ese es su mayor defecto. Espero que cambie en su carácter. Es bien feo cuando él se transforma parece otra persona” (Mujer, Centro de Emergencia Mujer Independencia-IA, Carta 11867).

Es evidente que existe un proceso relacional amoroso centrífugo de manera cíclica que cada vez que se acorta la proximidad y el tiempo se vuelve más caótico y expone la verdadera actitud del varón. Esta imagen, en la misma voz de las participantes, dista mucho de la representación actitudinal en la etapa de enamoramiento. Produciéndose un desfase entre un antes y un después. Los puntos de encuentro son desplazados por los desencuentros y las relaciones de dominación que se arraigan en factores de desigualdad que propician un ambiente de agresión unidireccional. Se reivindican los roles de género.

Y, por último, el tercero lo conforman los mecanismos de afrontamiento frente a la realidad que atraviesan. El dilema permanente oscila entre liberarse de las cadenas del hombre violento y rehacer su vida sola junto a sus hijos, o seguir en los confines de la violencia esperando que el hombre cambie su actitud. En ambos casos las mujeres constantemente hacen uso de su capacidad de agencia política y social de decidir su destino, de refinar sus estrategias culturales de sobrevivencia emocional, económica y social utilizando su capital social.

 

Silencio estruendoso

En las historias compartidas apreciamos que los rasgos tradicionales aún perviven: la mujer queda en supeditación del hombre, depende económicamente de él, se asume que debe satisfacer las necesidades sexuales de su pareja, encargada de la maternidad y del bienestar familiar. Mientras que el varón ejerce su función de proveedor a media caña, mantiene los privilegios de la soltería y fácilmente se libera del trabajo doméstico y reproductivo. Argumentamos que en el Perú, a grosso modo, perdura el “amor sólido” concatenado con formas tradicionales, pero está dando abertura a un “amor líquido” pensado en los tiempos de la posmodernidad (Bauman, 2005).

Toda forma de contacto y proximidad hacia una persona semejante siempre está plagada de relaciones de dominación. En las relaciones amorosas, por ejemplo, existe un momento específico donde nace la violencia encubierta por bromas, gestos desubicados, deseos de control, celos. A correr del tiempo la violencia se desborda del camuflaje y se expresa la violencia in situ. El miedo cobra protagonismo, la depresión consume los estancos de autoestima y el silencio se impone como una estrategia de aparentar un bienestar emocional ficticio. A pesar de que la víctima sea condicionada a callar a través de amenazas por el agresor, o por no generar estigmas, ser objeto de vejámenes, burlas y el temor de ser rechazada, el silencio encuentra válvulas de escape donde susurra, habla y grita. Es un silencio que hace ruido, hace gestos para llamar la atención y que necesitan una mano a extender.

 

Des-construyendo la violencia naturalizada

Es primordial re-pensar sobre la violencia, ¿A qué se refieren las personas cuando hablan de la violencia contra la mujer? ¿Cuáles son actos de violencia y cuáles no? ¿Cómo explican la violencia que sufren? O mejor aún ¿Qué encierra la palabra violencia en la vida cotidiana? Varias cartas convergen en afirmar que la violencia está en todas partes, en todos los lugares, no distingue clase, educación, ni etnia, sino que está a la vuelta de la esquina e inclusive entre nuestras narices. La violencia tal cual se puede entender como aquellos actos que permean el bienestar de otra persona, causándole alteraciones en el estado de ánimo.

A su vez, la violencia es inherente al sistema, no solo de la violencia física, sino que también de las formas más sutiles de coerción que imponen relaciones de dominación y explotación. Slavoj Zizek (2009) plantea tres formas de violencia: objetiva, subjetiva y simbólica. Utilizando este planteamiento la violencia contra las mujeres es percibida solo mientras esta sea objetiva, es decir que haya rastros de los actos violentos como moretones, apuñaladas. La violencia física se considera como una prueba objetiva. Pero las constantes desvaloraciones hacia la pareja a través de insultos,[7] las estrategias de control como los celos, las amenazas, el aislamiento social y el encierro físico no son concebidos mayoritariamente como una forma de violencia. En todo caso son percibidas como una violencia naturalizada, subjetivada que pasa desapercibida. Con justa razón, la violencia simbólica es la que no se distingue fácilmente, por el contrario, difícilmente se la reconoce como una violencia, pues se llega a considerar que es parte de la cultura (amor serrano, más me pegas más te quiero) (la violencia en la educación). El reto está en empezar a reconocer que la violencia se ha naturalizado tanto que es necesario desmitificar las razones fundantes y des-construirla.

De manera similar sucede en las explicaciones sobre la presencia de la violencia, respuestas que juzgan a la mujer por ser quien permite y forma al agresor ya sea por poca autoestima, educación, o por tener miedo de su vida y sus seres cercanos a ella. La justificación del agresor, para quien es normal el uso de la violencia (comúnmente porque sufrió un pasado violento que reproduce en sus relaciones familiares). Lo cierto es que cada historia compartida requiere analizar a los protagonistas, conocer el contexto cultural de la que proceden y se sustentan y explicitar desde sus propias perspectivas sin hacer forcejeos teóricos. Ya que la visión desde ellos es la que cuenta mas no como, a través de nuestro etnocentrismo los juzgamos. Solo de esta forma podremos des-construir la violencia de nuestra vida cotidiana. Sin prescindir del enfoque de género.

Imagen 4. Módulo de campaña Cartas de Mujeres Perú, en PUCP. http://dars.pucp.edu.pe
Imagen 4. Módulo de campaña Cartas de Mujeres Perú, en PUCP. http://dars.pucp.edu.pe

 

A manera de conclusión

La Campaña Carta de Mujeres es un dispositivo activador que coadyuva a abordar la memoria ya que pone en tapete las múltiples violencias, la diversidad de experiencias de las mujeres para romper con el ciclo de violencia. Nos sugiere que mucho de lo que sucede tiene que ver con la continuidad de la violencia, de sentidos comunes. Dentro de este ámbito, la mujer experimenta una violencia acumulada tales como la violencia económica (manutención, ingreso desigual para la canasta familiar), violencia física (golpes) y psicológica (menosprecio de su condición de mujer), violencia sexual (violaciones, abortos forzados) y violencia simbólica.[8]

Comenzamos analizando los contextos culturales fundantes y las narrativas centrales del contenido de la campaña “Carta de Mujeres”. Posteriormente exploramos, reflexivamente, sobre cómo maniobra la violencia en la cotidianeidad y se activa a través de dispositivos violentos. Terminaremos reflexionando sobre cómo las mujeres hoy en día reinterpretan y utilizan el recuerdo violento como un impulso de motivación y resiliencia en sus luchas dimensionales (político, económico, cultural, social). Las cartas sirvieron como una correa de transmisión de experiencias, testimonios, opiniones, quejas, demandas y sentimientos respecto a la violencia hacia las mujeres. Varias personas escribieron, dibujaron expresando sus más íntimos deseos en líneas de protesta esperando que se conviertan en líneas de compromiso, de interpelación a través del cual la sociedad, en su conjunto, vea como una demanda urgente y la haga suya.

Por otro lado, la campaña Carta de Mujeres teniendo como eje de referencia los discursos acerca de la violencia experimentada en las distintas dimensiones de la vida. Voces que encuentran un espacio de participación, de denuncia, protesta y de interpelación a fin de romper el silencio de la violencia. Las que operaron como un vehículo de transmisión de testimonios, opiniones, quejas y sentidos comunes respecto a la violencia en una sociedad patriarcal fundante. No son meros escritos que buscan ser leídas y sensibilizar a la sociedad peruana. Las cartas van más allá del objetivo planificado complejizando la vida, introduciendo nuevos debates y cuestionamientos, resignificando formas de agencia política y social. Además, es importante mencionar que la campaña coadyuvó a la promulgación de leyes nacionales de protección contra la violencia y planes de acción.[9] En especial, nos invita a analizar nuestros presupuestos clasificatorios, prejuicios e imaginarios sociales que pautan, moldean nuestro comportamiento para destejer la urdimbre de violencia que atraviesa nuestras vidas.

 

Notas:

[1] Cartas de mujeres Perú es una iniciativa conjunta del Programa Regional ComVoMujer (Combatir la violencia contra las mujeres en latinoamérica) de la Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ), la Municipalidad Metropolitana de Lima, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y Organización de Naciones Unidas (ONU) Mujeres. Esta iniciativa se enmarca dentro de la campaña global “UNIDOS para poner fin a la violencia contra la mujer” (2008-2015). Paulatinamente, más de 40 entidades, de diversa índole, han sumado esfuerzos para realizar acciones conjuntas y aportaron recursos para prevenir la violencia contra las mujeres.

[2] El análisis de muchas de las cartas permite insistir en la afirmación de que no se es varón o mujer de forma innata, sino que es un proceso de construcción de la subjetividad a través de la interpretación del cuerpo, otorgándole un sentido cultural. Es decir, no se nace siendo varón o mujer, sino que se llega a serlo.

[3] Las negritas son mías.

[4] “somos violentadas en las diferentes entidades públicas, en los hogares, en los círculos de amistades, en la vía pública. Si nos ponemos a analizar nuestro mundo es una madeja de violaciones” (mujer, Lima, carta 202).

[5] La idea del otro ha sido utilizada para comprender procesos dinámicos en los cuales las sociedades y grupos sociales excluyen a aquellos que no cumplen con los estándares culturales convirtiéndose en otro diferente, diverso y sumidos en relaciones de subordinación. Sin embargo, la otredad hace alusión al reconocimiento del otro como un actor social diferente, que no forma parte de una cultura hegemónica sino de otra.

[6] A lo largo de la explicación y la narrativa del texto se presenta una visión dicotómica y ambigua entre víctima/victimario, mujer/varón, privado/público, subordinada/dominante, entre otras. Dicho uso no obedece a una forma simplista y homogénea del abordaje de las relaciones de género, tampoco de privilegiar a la mujer y relegar al varón, ni mucho menos de mostrar una imagen de la bestialidad del varón y la inocencia de la mujer; sino más bien es un recurso metodológico para una mejor explicación ya que ambos interactúan, comunican violencia, buscan formas estratégicas de violentar al otro u otra. A su vez debemos de reiterar que las relaciones de género están en un proceso dinámico de cambios y, por supuesto, continuidades que definen y re-definen, legitiman y des-legitiman los roles asignados por la cultura.

[7] Se ha convertido en una narrativa muy perenne en las cartas, cada historia, cada testimonio siempre está repleta por un lenguaje que se impone en la construcción e imposición de un campo simbólico. Este lenguaje ejerce una violencia sobre otro y está infestado por la violencia.

[8]Sobre un abordaje de la violencia simbólica y sus implicancias (Bourdieu & Wacquant, 1995).

[9] El año 2015, el Gobierno peruano aprobó la Ley para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres y los integrantes del Grupo Familiar. Además, cuenta con un Plan de Acción Nacional, que entró en vigor en 2016, y que prevé una mayor cooperación con las empresas privadas en la lucha contra la violencia.

 

Referencias bibliográficas:

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Cómo citar este artículo:

RAMOS LÓPEZ, José, (2019) “Líneas de protesta: análisis del contenido de la campaña “Cartas de mujeres” de Perú”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 41, octubre-diciembre, 2019. ISSN: 2007-2309. Dossier 22: Movimientos, grupos, colectivos y organización de mujeres.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1792&catid=67