Chile en Septiembre: Memorias, proyectos y monumentos (1970-2013)[1]

Chile in September: Memories, Projects and Monuments (1970-2013)

Chile, em setembro: relatórios, projetos e monumentos (1970-2013)

Viviana Bravo Vargas[2]

Recibido: 15-08-2013; Aceptado: 23-09-2013

 

El mes de septiembre en Chile anuncia no sólo la llegada de la primavera y la celebración de la Independencia patria; septiembre trae consigo días que evidencian profundas fracturas, que activan memorias y despliegan disputas callejeras y públicas que visibilizan los conflictos que recorren su pasado reciente. “Los calendarios miden el tiempo, pero no como relojes. Son monumentos de una conciencia histórica”, escribía Walter Benjamín en sus “Tesis sobre la historia”, y es justamente la activación de esa conciencia sedimentada -que poco tiene de mecánica y mucho de constante transformación- la que nos sirve de pretexto para recorrer y acercarnos a las relaciones, discursos y  tensiones que han sacudido a la sociedad chilena en los últimos cuarenta años.

 Era un día 4 de septiembre cuando Chile acostumbraba elegir a sus presidentes. El último en celebrarse bajo dicha tradición republicana fue en 1970, cuando las mesas de votación vitorearon el triunfo del médico socialista Salvador Allende representante de las fuerzas de la Unidad Popular. La  gestión del primer “marxista confeso” que proponía una vía al socialismo con sabor a “empanada y vino tinto” debería extenderse hasta 1976. Pero la historia fue otra. Una mañana del 11 de septiembre de 1973, el palacio de La Moneda fue bombardeado y una cruenta dictadura se extendió durante 17 años. Allende cumplió su palabra y optó por el suicidio antes que entregar el gobierno que le había encomendado un pueblo desarmado. Su cadáver fue sacado por dónde los presidentes acostumbraban entrar para ejercer sus funciones, una pequeña puerta lateral ubicada en calle Morandé, número 80. También salieron por ella prisioneros que engrosaron las listas de ejecutados y detenidos desaparecidos. Puerta que el General Augusto Pinochet aprovechando la reconstrucción del edificio, también ordenó desaparecer.

Experiencias, visiones, significados y recuerdos históricos se condensaron en “el 11”. El once cambió las vidas personales y los rumbos colectivos, pero involucraba más que un día, era un acontecimiento que se expandió en el tiempo, que jalaba las memorias hacia atrás y hacia adelante. “El 11” fue y es, lo que sucedió después del bombardeo: sus consecuencias, pero también el antes: el proyecto despojado. Es esa extensión y diálogo, temporal y emocional -que en muchos casos adquiere forma de desgarro- la que lo hace tan difícil de asir, de investigar y aún más, de resolver a nivel societal.  De ahí que aquí pensemos el Golpe de Estado como un proceso histórico que aún arroja sombras sobre el devenir chileno.

Ha transcurrido el tiempo, los años, las décadas. Diecisiete años de dictadura, veinte años de los gobiernos de la Concertación (Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet) y tres del nuevo gobierno de derecha, encabezado por el empresario Sebastián Piñera. Y septiembre sigue llegando con sus polémicas, sus rituales, sus defensas y sus ataques. Son éstos, momentos de activación de la memoria, que E. Jelin acierta al describir como “ocasiones cuando las claves de lo que está ocurriendo en la subjetividad y en el plano simbólico se tornan más visibles, cuando las memorias de diferentes actores sociales se actualizan y se vuelven “presentes”” (2002: 52). Manifestaciones y contramanifestaciones, marchas al cementerio y por la Alameda, barricadas y enfrentamientos en recintos universitarios, homilías y actos culturales, serían sólo repertorios que se repiten cada año, si no fuera por el contexto en que se desarrollan. Los sentimientos que están involucrados en el juego de fuerzas sociales que las encarnan, les hacen tan singulares, y nos pueden dar señales visuales y audibles, para aprehender aquellos rincones que escapan al campo hegemónico.

Si damos otro paso en la dimensión subjetiva de la política, coincidiremos con Norbert  Lechner, en que la definición de lo político está relacionada con “la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado” (2002: 8). Con esa inspiración conceptual, sostenemos que difícilmente se podrán comprender las dinámicas que se articulan y activan en el septiembre chileno, si no hacemos un esfuerzo por comprender los proyectos históricos que están en disputa, al interior de las experiencias que construyen lo social, en las trayectorias de sus protagonistas y los conflictos sociales que han heredado nuevas generaciones.

Postulamos que “el 11” que los vencedores festejaron desde 1973, convivió con otro “11” silencioso, el de los perseguidos y humillados que se procesaba en redes cercanas y el pequeño formato clandestino. Era un dolor que se reactivaba con la fecha, pero se vivía hacia adentro. Hasta que en 1983, esas mayorías silenciosas rompieron con el régimen sonoro y el ordenamiento público impuesto por los militares. Salvador Allende y la herencia histórica del proyecto popular chileno salieron de la clandestinidad para cuestionar públicamente la legitimidad del régimen y exigir libertad y democracia. Así lo demostró “el 11” de 1983 y su sucesivas  réplicas hasta finalizar el siglo.

Desde nuestra perspectiva, durante la llamada transición a la democracia, el bloque concertacionista no incorporó en su ejercicio de gobierno, los principios y dinámicas que se construían desde abajo y presionaban por transformar las normatividades dictatoriales. Como si no quedase más alternativa: una democracia sin participación popular, una política de continuidad económica y fuerte presencia de enclaves militares en la escena pública fueron la característica del nuevo proyecto. “El 11” de los nuevos triunfadores fue una incomodidad que los primeros gobiernos de la transición no lograban resolver ni siquiera con las llamadas políticas de reparación, del todo insuficientes, para los sectores que presionaban en un “11” que exigía verdad y justicia, con juicio y castigo a los culpables.

La segunda etapa democrática, que coincide con la conmemoración de los 30 años del golpe y la administración de los socialistas (Lagos y Bachelet) se caracterizó por  la “monumentización” de la memoria, principalmente de Salvador Allende (Joignant 2007). Estatuas, sellos postales, exposiciones, documentales, reivindican la figura del hombre pero esquivan su ideario político. Por otra parte, las redes asociativas y las expresiones sociopolíticas de un proyecto popular capaz de reivindicar su propia historia con energías emancipadoras, se percibía fragmentado. Una generación acusaba frustración y desencanto.

Pero avanza el siglo XXI y Chile se ve distinto. Un voto de castigo a la Concertación declara triunfador al derechista Sebastián Piñera, quién tiene la virtud de declarar sin tapujos o confusiones discursivas, la defensa del libre mercado en áreas de profunda sensibilidad social. Es la derecha, en cuanto continuadores políticos de un Augusto Pinochet muerto desde diciembre de 2006, quienes deben enfrentar la organización y demandas de una nueva generación que no experimentó la dictadura, pero que resiente cotidianamente las consecuencias del desarrollo neoliberal; por primera vez el modelo es cuestionado por las amplias mayorías de una sociedad que ha crecido en base al endeudamiento.

A partir de dicho planteamiento, los objetivos de este artículo se enfocarán en responder un planteamiento general: ¿Cómo se han ido transformando las maneras de interpretar, manifestar, conmemorar el 11 de septiembre; y cómo esas transformaciones dan cuenta de las relaciones entre las políticas de Estado y los proyectos populares? Para ello, nos apoyaremos en una serie de entrevistas realizadas entre los años 2003 y 2012, a un amplio arco de personas de izquierda (comunistas, socialistas, rodriguistas e independientes); además de testimonios y diversas crónicas de la época. La ruta que emprenderemos se detendrá como primer paso en la experiencia de la UP con el objetivo de indagar en el sustrato afectivo y cognitivo de la experiencia previa a la “hora cero” de los millitares; para posteriormente recorrer momentos que consideramos significativos dentro de la historia del septiembre chileno de estos últimos cuarenta años. 

 

Septiembre de 1970: ¿A dónde va esta gente? ¡A ver al presidente! (La Encarnación de un proyecto popular en construcción)

Si durante la dictadura militar, buena parte de la sociedad chilena se reconoció a sí misma como opositora, y muchos se alinearon como antipinochetistas, antes de eso, no todos, pero muchos de ellos se habían representado a sí mismos como allendistas. Ese nosotros fue un imaginario colectivo que estructuraba y relucía bajo códigos, símbolos y expectativas; conformaba un proyecto de transformación social al que adherir y por el cual luchar. Como bien ha señalado el historiador Sergio Grez (2004: 180): “Salvador Allende encarnó mejor que nadie, desde mediados de la década de 1930 y hasta su muerte en 1973, la continuidad histórica y la línea central de desarrollo del movimiento popular consistente en aceptar las reglas del "Estado de compromiso" proclamado por la Constitución de 1925, conquistar espacios en el sistema institucional mediante la participación electoral reforzada por la movilización social.”

En diversos estudios sociológicos e incluso históricos, la experiencia del gobierno de Salvador Allende acostumbra (aún) reconstruirse desde su esfera trágica, ingobernable, caótica, dolorosa. Pero no fue sólo así y es pertinente hacer memoria. La campaña de la Unidad Popular fue sumamente activa, mística, festiva. Brigadas muralistas grabaron con trazos multicolores el centro, la periferia, caminos empolvados y carreteras con el nombre de Allende; contingentes de estudiantes universitarios trabajaron codo a codo con campesinos, obreros y pobladores repartiendo propaganda casa a casa; Victor Jara e Inti-Illimani entre otros músicos de la “nueva canción chilena” acompañaron los actos del candidato con sus guitarras, quenas, zampoñas, charangos y letras contestatarias. “Con Allende en Septiembre, a vencer” coreaba el himno electoral interpretado por Quilapayún y la Orquesta Sinfónica Popular. El poeta Pablo Neruda, el pintor José Balmes y tantos otros, conocidos y anónimos, sacaron su arte a la calle y lo comprometieron con su tiempo.

Como tantos otros jóvenes de su generación, que muy tempranamente se formaron políticamente al calor de las disputas y expectativas de esta  época, la Señora Pancha, militante de las Juventudes Comunistas y dirigente campesina dedicó tiempo completo al trabajo político por la elección de Allende:

Fue un trabajo hermoso, grandioso, de construcción, de discutir las 40 medidas del programa, o sea, ya éramos parte de la elaboración del programa de la juventud, nos estábamos preparando pa’ ser gobierno ¿no?, discutíamos lo que íbamos a hacer, lo que  íbamos a impulsar (...) hicimos tantas cosas, tantas caravanas, tanta actividad bonita (…) además conformamos la brigada de jóvenes por la resistencia de Vietnam, hicimos dos marchas de Valparaíso a Santiago y con los pies llenos de ampollas gritábamos "vuelen, vuelen, vuelen, yanquis del Vietnam, gringos asesinos, por Chile no pasarán”, ¡eran nuestros cantos y nos animaban!" (2010)

Así era ese tiempo de trincheras bipolares y de efervescentes confrontaciones ideológicas. El 4 de septiembre, quién proponía transformar las estructuras de inequidad social bajo un programa de gobierno sumamente avanzado, revolucionario para muchos, triunfó por la vía electoral. Como todo proceso polémico y novedoso, abrió interrogantes, atrajo miradas, provocó solidaridades, pero también temores y estado de alerta de los sectores conservadores, agentes económicos extranjeros y dueños de la industria productiva y bursátil del país.

El padre Roberto Bolton era uno de los muchos religiosos que desconfiaba de Allende, algo no le terminaba de convencer en su discurso, tampoco le agradaba su unión con los comunistas, por eso había votado por el candidato democratacristiano. Al caer la tarde, el sacerdote se concentró junto a otros hombres de iglesia y seminaristas para escuchar el veredicto que decidiría el futuro del país. Cuando las emisoras anunciaron que la Unidad Popular había obtenido la primera mayoría relativa, con un 36,3 %, seguido por Jorge Alessandri de la coalición derechista con el 34,9 % y Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana, con un 27,8 % no pudieron evitar cierto escalofrío: 

Empezamos a oír ruidos del exterior, ruidos de la calle, trajines de personas que pasaban... mucha gente pasaba por la calle viniendo de las poblaciones del sector oeste donde estaban las comunidades más pobres (...) eran ríos humanos que bajaban hacia la Estación Central y la Alameda ¿qué significaba aquello? Algunos de nosotros recordó: ¿no habían vaticinado algunos locutores de programas políticos de las radios que, si ganaba Allende, esa misma noche se descolgarían las poblaciones pobres de la periferia sobre los barrios pudientes y los saquearían? Pero era muy distinto lo que ahora veíamos. Muchedumbre sí, en su mayoría popular, pero no agresivos sino alegres, cantando entusiastas, pacíficos, imagen viva de un pueblo feliz. (Bolton 2010: 203)

En calidad de espectadores y testigos de lo que en ese momento acontecía se unieron a esa muchedumbre:

Cerramos las puerta de casa y nos sumergimos en la corriente avanzando con ellos (...) Al llegar a Plaza Baquedano la fiesta era un inmenso jolgorio. Lo vi con mis propios ojos. Hombres, mujeres, jóvenes, viejos, señoras con guaguas, señoras con niños, todo era una enorme fraternidad, una enorme amistad... Este fue el comienzo de mi conversión política. (Bolton 2010: 204)

Los testimonios se detienen en la magia de ese instante, esa noche en que la historia se dio vuelta, eran los pobres que habían encontrado en Allende una figura cercana en la que creían. Uno de ellos era la pobladora Graciela Pérez Ordenes: “En el 70 fue cuando voté por él, porque lo vi sincero. Nunca lo vi con papeles en la mano para poder decir un discurso, no era como otros que se ponen con unos tremendos papelones y leen y leen. A él lo vi que decía lo que sentía, lo vi que era auténtico para sus cosas”. (Politzer 1985: 188)

Fueron cientos quienes llegaron celebrar y a escuchar al compañero presidente hablar bajo los balcones de la FECH, un lugar con fuerte carga simbólica en las luchas históricas del país: “¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes!”, dijo Allende en la madrugada del 5 de septiembre de 1970 ante miles de personas, “¡nunca un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia”. Y en pocas palabras condensó la fuerza de su programa de gobierno: “Hemos triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo”.


http://www.psuv.org.ve

Terminado el discurso, “el pueblo que entraría a La Moneda” festejó su triunfo entre los sobrios edificios del Barrio Cívico santiaguino hasta muy entrada la madrugada. La Señora Pancha también se encontraba entre ese mar de gente:

Cuando yo vi la gente de San Bernardo que venía caminando, en carretelas, en bicicletas y gritaban: ¿A dónde va esta gente? ¡A ver al Presidente!, entonces era tan emocionante, yo no sé cómo, por encanto mi cansancio por lo intenso de la campaña pasó y estuve hasta las cinco de la mañana en la Alameda, gritando, abrazándonos, llorando, era un día de tanta felicidad, creo que ha sido la felicidad más grande de mi vida.

Desde entonces no hubo descanso. El apoyo a la UP se manifestó en un participación política cotidiana. Se intensificaron los trabajos voluntarios, las brigadas constructoras, la organización popular. En ese entonces el teólogo chileno Jaime Escobar, era estudiante universitario y como muchos de su generación, no descansó en aquellos años:

En el gobierno popular yo me levantaba un día domingo a las 8 de la mañana, sin ser de ningún partido, por mis convicciones y por lo que yo pensaba que era una gran esperanza para Chile, nosotros estábamos a las 9 en la mañana en las plazas públicas populares, unos tocando la guitarra, vendiendo cosas, apoyando al gobierno popular, yo en mi hombro acarreé leche y harina para romper el bloqueo de los camioneros, y la íbamos a repartir a las panaderías y a los colegios, trabajábamos sábados y domingos e igual hacíamos “carrete” (fiesta) ¡eramos jóvenes!. (2010)

Un documento histórico interesante es el legado por la cámara del cineasta chileno Patricio Guzmán. Su lente siguió, registró y preservó el sentir y movilización de los pobladores y trabajadores durante el proceso de la Unidad Popular. Las  imágenes de la llamada “Batalla de Chile” traen el aire de la época; en blanco y negro están las manos trabajando y sacando adelante la producción, las voces debatiendo en esquinas poblacionales y repletas asambleas sindicales, están los pies marchando y desafiando a las clases acaudaladas; las angustias, las preocupaciones y las soluciones que corren por abajo y que no siempre eran, o podían ser contempladas a nivel gubernamental.

Así era Chile hasta el 10 de septiembre de 1973. Gente de derecha y de izquierda, pobres y acaudalados se encontraban inmersos en intensas discusiones, trabajando, marchando, confrontándose verbal y físicamente. Hasta entonces circulaban rumores, pero sólo eran rumores de un posible alzamiento de los militares, algunos pedían armas para defenderse, otros pedían confiar en el apego histórico de las Fuerzas Armadas a la institucionalidad vigente, otros en cambio, alzaban la voz para una intervención militar y poner orden de una vez por todas. Entonces vino el bombardeo, las balas, los bandos militares.

 

Septiembre de 1973: Resulta imperioso cambiar la mentalidad de los chilenos (La Encarnación de un enemigo interno en guerra fría)

Como sucede con los desastres, la pobladora Graciela Pérez, al igual que la mayoría de los chilenos que lo experimentaron, recuerda cada detalle del “11”:

La niña estaba por irse al colegio cuando nos enteramos por las noticias de que iban a echar al Presidente. ¡Lo que más me impactó fue que iban a bombardear La Moneda! Para mí eso fue tremendo, se me imaginaba que iban a bombardear todo, que iba a haber una guerra!... Corrían muchos rumores. Que a la familia tanto se la llevaron; que, en la otra, están maltratando a los padres porque quieren saber dónde están los hijos; que a uno que iba arrancando lo acribillaron, que han hecho esto y lo otro. Pero yo nunca me imaginé que me iban a llevar detenido a mi marido. ¡Nunca!(Politzer 1985:188-189)

El pecado del esposo de Graciela había sido el colaborar en la Juntas de Abastecimiento y Precio, creadas para romper con el mercado negro y la acaparación de productos, porque sabía sacar cuentas y “porque pensó que era algo bueno para ayudar a los demás”. Él, como tantos miles de obreros y pobladores, fue el principal enemigo de guerra de la Junta Militar,  uno de esos tantos miles que fue llevado a la fuerza, encarcelado, golpeado y amedrentado.

Como primera condición, la reestructuración del capitalismo en Chile requirió despejar el camino de un movimiento popular ascendente que había sintetizado su trayectoria en la elección del presidente Salvador Allende y la Unidad Popular. Los militares fueron el brazo operativo de una cruzada por despolitizar a la sociedad chilena y marcar gruesos límites a la acción política (en cuanto acción transformadora) contrayéndola a la administración estatal. La dictadura ejecutó a 3.179 personas, más de la mitad de ellos entre septiembre y diciembre de 1973, se trataba en su mayoría de jóvenes menores de treinta años, trabajadores y campesinos, militantes del MIR y de los partidos que conformaron la Unidad Popular. Se estima que durante esos tres meses más de 18 mil personas sufrieron torturas e indescriptibles vejámenes en manos militares y fuerzas policiales adiestradas en complejas técnicas antisubversivas. En ciudades y localidades aisladas del sur y norte de Chile decenas de miles de detenidos coparon cárceles, regimientos y diversos centros de detención, interrogación y tortura.

El presidente Allende fue enterrado en una tumba anónima en el pequeño cementerio Santa Inés en la ciudad de Viña del Mar. Antes de salir al exilio, sólo su viuda acompañó sus restos. Los carteles y fotografías que sus seguidores acostumbraban lucir en las ventanas y paredes de sus casas también pasaron a la clandestinidad. Su imagen se guardó muy adentro, al igual que los libros, banderas, discos y documentos considerados subversivos. Entre la incredulidad y el desconcierto vino el repliegue e intentar sobrevivir, primero física, luego orgánicamente, dentro de una experiencia marcada por la clandestinidad. Por eso “Hernán” futuro miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez[3] durante los años 80, no puede evitar emocionarse con la vorágine de recuerdos:

Sentí que se me cortó todo, son quiebres, quiebres profundos, porque el proceso que llevábamos adelante eran sueños, sueños individuales y colectivos de cambios, y de la noche a la mañana un golpe, la caída de gente tan querida. Intenté salir al centro de Santiago, a las 10 y 20, pasé el cerco de Cienfuegos con otros compañeros... fuimos a una casa de seguridad. A las 11 bombardeaban La Moneda. Escuchar las palabras de Allende... yo tenía 18 años... y te puedo reconstruir lo que hice el 11 de septiembre desde que me levanto hasta que no me acuesto... todos concentrados, esperando indicaciones, con jóvenes de 14-15 años. (2005)


Imagen de Koen Wessing. https://picasaweb.google.com

 

También es desde los sentimientos que Aspasia, estudiante secundaria, rememora su propio “11”:

El 11 de septiembre fue una matá de sueños, de golpe me mataron todos los sueños que tenía, me devastaron, esa fue la sensación que yo tuve, yo creo que para muchos fue así, sin la historia política en sí, partidista, ni nada, sino que una cuestión absolutamente emocional, te cagaron los sueños, y yo creo que de ahí sale esta Aspasia tan loca que se mete a las Juventudes Comunistas, yo entré a los 17 y no me lo cuestioné, o sea, yo sentía que era lo que había que hacer. (2010)

A contrapelo de este proceso doloroso, se activó una red solidaria tejida y sostenida en la dinámica social preexistente; lazos históricos de cooperación que ayudaron a asimilar los procesos de cambio. Fue en torno a los caídos, presos y desparecidos; y bajo el cobijo de instancias eclesiásticas - como el Comité Pro Paz y más tarde, la Vicaría de la Solidaridad- que se aglutinaron las primeras organizaciones de la oposición. Paralelamente, para paliar el hambre y la cesantía se desarrollaron organizaciones de subsistencia, como las Ollas Comunes, los Comprando Juntos y comedores infantiles. Según nos relata Viviana Díaz, ex presidenta a la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, fue una rueda que lentamente y ascendentemente se puso en marcha. Ella comenzó a organizarse desde muy joven, cuando comenzó a buscar a su padre, detenido desaparecido desde 1976:

Con todo lo que vivimos costaba mucho que la gente se quisiera adherir, mucha gente tenía miedo... empezamos a hacer manifestaciones sentándonos con pequeños carteles que no eran más que una hojita, estamos hablando después del golpe, que decían ¿dónde está mi padre? ¿dónde está mi hijo? ¿mi esposo? pero bastaba que hiciéramos esto cien mujeres -porque las víctimas son más hombres que mujeres- para que la gente se acercara a ver qué pasaba, pero ligerito llegaba la policía y nos llevaban a todas detenidas... después dijimos no, vamos a hacer  pancartas con palitos y pusimos las fotos de ellos, que decían ¿dónde están? las llevábamos en una bolsa, nos paseábamos y cuando llegaba el momento las levantábamos, si había 80 familiares eran más de 80 pancartas porque siempre uno trataba de subir dos y la gente preguntaba: ¿qué es esto? algunos se asustaban, pero otros se acercaban y decían ¿de qué se trata? ¿por qué son esos rostros?. (2010)

El proceso de organización, denuncia y conciencia fue lento pero persistente. Prácticamente sin medios de comunicación, era necesario exponerse corporalmente, revivir golpes y aprensiones consecutivamente. Así era especialmente en el Día de la Mujer, el 1° Mayo, el 4 y el 11 de septiembre, que se conmemoraba entre pequeños piquetes en los cementerios, misas en capillas periféricas, grupos de conversación y la romería a la tumba de Allende que prudentemente se trepaba hacia el cerro de Viña del Mar. Si bien habían algunas valientes manifestaciones en los centros de la ciudades, éstas eran fugaces, volaban algunos panfletos, gritos y aplausos antes de salir arrancando. No duraban más de cinco minutos. Hasta entonces “la procesión iba por dentro”. La oposición hablaba en los rayados de baños universitarios, en las marcas de medios de transportes y en las escasas publicaciones emitidas por quienes se arriesgaban a albergar talleres en sus casas.

En tanto, los vencedores, con el monopolio de los medios de comunicación y de la fuerza, construyeron y oficializaron su propia memoria de la experiencia no sólo de la Unidad Popular, sino de la trayectoria histórica de la organización sindical y partidaria. Eran los lastres que habían conducido al caos y que la sociedad debía combatir. Chile renacía en su “hora cero” (el 11) bajo la atenta guardia de las F.F.A.A. El nuevo orden era estructural y la Junta se dio a la tarea de remover sus cimientos. Bajo la asesoría de los llamados Chicago Boys se puso punto final a la “nociva cultura del reparto estatal”.


http://lacuevaboreal.blogspot.mx

En 1979, como cada 11 de septiembre, Augusto Pinochet acompañado por los atentos subalternos de todas las ramas de las Fuerzas Armadas, sus esposas y colaboradores de la derecha política, encabezó las solemnes conmemoraciones del “pronunciamiento”. Como cada “11” lució su uniforme de gala con capa y espada, y emitió el informe anual de gobierno que acostumbraba extenderse por alrededor de dos horas en cadena nacional de radio y televisión. Era una nueva fecha patria que abría y cerraba el año. Luego de detallar los avances del régimen, Pinochet anunció como gran noticia la puesta en marcha de las siete modernizaciones sociales. 

Bajo la conducción de Miguel Kast y José Piñera como Ministro del Trabajo (hermano del actual presidente, Sebastián Piñera) los principios del neoliberalismo se extendieron hacia áreas sociales claves. Entre ellas: la privatización del sistema previsional a través de las llamadas Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP); de la salud, con el sistema llamado Institución de Salud Previsional (ISAPRES), el diseño de un nuevo Código Laboral que dejó a los sindicatos atomizados y con escaso poder de negociación. Poco más tarde, no sólo comenzaron los cobros de aranceles en las universidades, sino que la Universidad de Chile perdió su carácter nacional con el despojo de sus sedes regionales, las que adquirieron vida propia como universidades independientes -con su propio rector y financiamiento. Reformas que hasta la fecha se encuentran en operación.

El marco jurídico que faltaba para institucionalizar las transformaciones estructurales se concretó el 11 de septiembre de 1980. Al cumplirse siete años del Golpe, en plena vigencia del estado de excepción y supresión de derechos civiles, sin espacio para la difusión de ideas e intercambio de opiniones, fue aprobada la nueva Carta Magna, elaborada por un pequeño grupo de partidarios del régimen. En un publicitado “acto libre, secreto e informado” de dudosa transparencia, el “Sí” obtuvo la  mayoría absoluta con el 67,04% de los votos.

Pero tal proceso venía con su contraparte. La institucionalización de la dictadura bajo la  promulgación de la Constitución de 1980, fue el último impulso que requerían quienes venían presionando dentro de las filas del Partido Comunista (segunda fuerza hegemónica de la oposición), por pasar a etapas superiores de lucha para enfrentar a la dictadura, insistiendo en que la presión internacional y la política de alianzas era del todo insuficiente. Por ello, cuando el 4 de septiembre de 1980, al conmemorarse los 10 años del triunfo electoral de Allende, Luis Corvalán, Secretario General del Partido Comunista de Chile anunció formalmente la incorporación de “todas las formas de lucha” en el horizonte comunista, no hizo más que expresar una tendencia que ya se venía desarrollando en la praxis militante clandestina. La nueva línea política legitimó el uso de todas las formas de lucha, legales e ilegales, armadas y no armadas para la derrota del gobierno dictatorial, impulsando acciones de propaganda, autodefensa popular, sabotaje y desestabilización.             

Mil novecientos ochenta, también fue un año de reactivación del movimiento estudiantil. En pasquines, pasillos y patios comenzaron a escucharse con más decisión los manifiestos de protesta contra la intervención militar en los planteles; contra los “representantes” designados; contra las sanciones que recayeron sobre alumnos movilizados y las masivas exoneraciones de profesores. El anuncio para aprobar la Constitución Política también removió el suelo estudiantil. Hasta entonces:

Eran actos pequeños, que con excepción de aquella primera marcha que hicimos desde República con la Alameda hasta una comisaría del centro. En esa ocasión (1978) nos manifestábamos por los detenidos-desaparecidos, y al doblar por Amunátegui, los carabineros nos hicieron una encerrona y nos llevaron en marcha hasta el cuartel. También está aquella otra magnífica, el 4 de septiembre de 1980 en el Pedagógico, dónde nos congregamos más de mil, y se salió a la calle. Quizás ese fue el inicio de un largo camino de disputa de la calle al régimen.(Brodsky y Pizarro 1985: 142)

Al finalizar el año, por primera vez la militancia comunista voló distintas torres de alta tensión. Era el primer apagón adjudicado a sus filas que dejaba a oscuras a algunos lugares de la ciudad de Santiago, Valparaíso y Viña del Mar. Comenzaba la coordinación de diversas acciones llamadas audaces, como las llamadas telefónicas que obligaban a desalojar edificios, la siembra de miguelitos para detener la locomoción o la colocación de carteles de protesta de grandes dimensiones en avenidas concurridas. En tanto, manos anónimas multiplicaban la impresión de panfletos y documentos informativos. La idea era crear y fortalecer el clima de rebelión. Esos pocos militantes de las primeras acciones también se multiplicaron. Fue creciendo en la izquierda, sobre todo poblacional y estudiantil, un ánimo de rebelión que se constató en las llamadas marchas del hambre de diciembre de 82. Chile perdía el miedo y el significado de su “11” se escucharía en La Moneda.

 

Septiembre de 1983: ¡Se siente se siente... Allende está presente! (La Encarnación de una cultura clandestina de la resistencia)

La crisis financiera internacional de los años ‘80 impactó severamente en la abierta y desregulada economía chilena. Sus costos recayeron sobre los trabajadores y sectores más desposeídos. Entre marzo de 1982 y marzo de 1983, el pan (alimento esencial para la familia chilena) subió en un 47.2% y el pasaje de microbús en un 59,7%.[4] Al deterioro salarial, la constante humillación, prohibiciones y represiones cotidianas, se sumaron cifras históricas de cesantía. En 1983, el 31.3% de la fuerza de trabajo estaba desocupada (Meller 1996). Fueron hilos que abonaron la irrupción de las llamadas Jornadas Nacionales de Protesta: desde mayo de 1983, la política ensanchó los espacios públicos.

Fue éste el momento en que se dirimieron proyectos y rencores históricos. En la calle convergieron todas las tradiciones y culturas políticas que caracterizan a la organización popular chilena (Bravo 2012). En ellas dialogaron la cultura política de la asamblea y sus apasionadas discusiones, lade la mano alzada, de los pliegos y los boletines informativos propia del movimiento obrero y sindical y más tarde del estudiantil. La cultura clandestina conspirativa, propia de la formación en partidos políticos de raíz marxista y del trabajo militante; de la “lucha de masas” que supo tomar terrenos y esforzarse en captar nuevos cuadros. La comunitaria, tejida entre religiosos y pobladores que se organizan para vivir y subsistir, y que vemos en las comunidades de base; también en romerías, velatones y procesiones. La organizativa callejera, que sabe armar la revuelta, levantar barricadas, acosar a las fuerzas del orden, formar piquetes, encender fuego y destruir símbolos del poder. Y también, la tradición chilena del arte popular comprometido, a través del canto y las peñas, de Víctor y la Violeta, del teatro callejero y la danza, la pintura mural y las arpilleras que retoman los Familiares de Detenidos Desaparecidos y Presos Políticos.

Las Protestas fueron la forma típica que adquirió la movilización social durante la época. Se caracterizaron -a grandes rasgos- por una convocatoria centralizada que acordaba el día y que generalmente provenía de la Confederación Nacional de Trabajadores y/o los conglomerados políticos junto a organizaciones sociales. Durante la Jornada se experimentaba la ausencia estudiantil en los establecimientos, el cierre del comercio, la baja en la locomoción colectiva; el atraso en el trabajo y diversas manifestaciones artísticas. Junto a otras formas de lucha, como caceroleos, marchas y enfrentamientos con piedras y barricadas en universidades y barrios periféricos.

La Primera Jornada de Protesta causó gran impresión, más aún con el cinturón de fuego que por la noche se encendió en la periferia. Fue una suma de iniciativas que muchas veces estuvieron dirigidas por  líderes locales con militancia precia, que ocuparon su imaginación e instinto organizativo para canalizar esa obertura. Así fue para Raúl Canales:

El 11 de mayo del 83 salimos a la calle, yo con mi señora, los dos solos, mi mamá tenía una tapa de tambor, de estas de 200 litros de aceite, agarré la tapa y salimos a la mitad de la calle golpeando y me paseé golpeando como dos cuadras, después me devolvía y en la vuelta ya traía como 20 tipos atrás, y recorrimos para el otro lado y cuando volvíamos ya era una cuestión de unas 300 o 400 personas que nos debemos haber juntado. Fue la primera vez que se salió a la calle. (2010)

Archivo Iconográfico Vicaría de la Solidaridad
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Para los sectores dominantes fue el más serio desafío de los últimos diez años. Ya no eran piquetes aislados, era el fantasma de la Unidad Popular que emergía luego de darlo por clausurado. En un claro mensaje de advertencia, Pinochet señaló que si fuese necesario volvería a dar la batalla: “Tenemos que impedir que Chile vuelva a tener un gobierno totalitario como fue el anterior... El 11 de septiembre derrotamos al marxismo, sin embargo, ese marxismo tiene siete vidas porque lucha sin tiempo y espera el momento de reaccionar y reaparecer. Para ello estamos nosotros”.[5] Pero las Protestas continuaron. “Si es necesario haremos otro 11 de septiembre”,[6] reiteró tres meses más tarde; lo mismo poco antes del Estado de Sitio de fines de 1984: “Si es necesario se declarará estado de sitio a todo o parte del territorio nacional” pero “Chile no volverá a la situación existente hasta el 10 de septiembre de 1973”[7]. La amenaza constante de un nuevo “11” fue acompañada durante todo el periodo con mandatos represivos de castigo y disciplinamiento, como los aparatosos operativos de allanamiento masivo y detención de pobladores, en los que participaban conjuntamente carabineros, civiles y militares; las relegaciones a localidades apartadas del país, golpes y amedrentamientos.

De poco sirvió. En contraposición a la cultura del miedo (cultivada en casi dos décadas de Estado de sitio y toque de queda, allanamientos y detenciones, relegaciones y censura informativa), se generó una cultura de la protesta, caracterizada por la multiplicación del tejido asociativo; por la recuperación del espacio público y la expansión de las ocasiones para reunirse; por el fortalecimiento de visiones y proyectos alternativos y el desarrollo de numerosas actividades culturales y recreativas a nivel local y nacional. Desde entonces, lo que reinó en la acústica de la ciudad ya no fue sólo la voz interminable de los decretos militares, de “cadenas nacionales” en todos los transmisores, tampoco la locuaz demostración de fuerza a través de las balas o de las sirenas. El régimen sonoro de la dictadura, que comandaba al son de música marcial el silencio de la contraparte, se rompió en 1983. Esa interrupción del tiempo emocionaba a Pedro:

Las protestas eran verdaderos carnavales, la gente tocaba guitarra, hacía fogatas, aparecían los cassettes del Quilapayún, de la Violeta Parra, toda la cultura revolucionaria. Eran músicas que uno tenía guardadita en su memoria de cabro chico. Por la avenida era súper lindo, uno miraba hacia arriba y había sus 20 o 30 fogatas. (Politzer 1988: 85)

Y así, en septiembre de 1983, llegó la Quinta Jornada Nacional, que conmemoraría los diez años del Golpe. La protesta fue especialmente combativa pero eso no fue lo sorpresivo. Un movimiento popular en ascenso lo hacía previsible y el gobierno intentó evitarla infructuosamente negociando con representantes de la Democracia Cristiana. Más insólita, fue una protesta que, a pesar de la represión comandada por 18 mil militares que en la Jornada de agosto arrojaron una veintena de muertos, cientos de detenidos y heridos, se extendió en los días (desde el 8 hasta el 13 de septiembre) y en las calles.

Para enfrentar la amenaza de un desborde popular y el cuestionamiento público a la legitimidad de su “11”, el gobierno utilizó tres formas de contención. En primer lugar, el Ministro del Interior, hizo un llamado a la población para que se organizara y defendiera de las acciones extremistas, es decir, promovió y legitimó un potencial enfrentamiento entre civiles; como segunda medida, extendieron el  rumor sobre inminentes ataques entre poblaciones vecinas, en ello colaboró carabineros y la prensa oficialista. Como tercer punto, por primera vez desde su “hora cero”, el gobierno decidió trascender los muros de la gala militar y congregar a su gente en la calle, organizando concentraciones masivas de apoyo al pronunciamiento, bajo una amplia cobertura periodística. Aunque seguramente concurrieron sus seguidores, el “acarreo” de trabajadores a través de los jefes municipales, se transparentó debido a un trágico suceso que le costó la vida a un joven poblador y la detención a tantos otros. Además, dentro del plan de prevención, el Ministerio de Educación implantó una medida que tendrá réplica en los próximos años al ser imitada por rectores universitarios: adelantar las vacaciones de fiestas patrias y evitarse complicaciones en zonas altamente conflictivas.

En Septiembre de 1983, la figura de Salvador Allende fue reivindicada con fuerza, su nombre se lee en rayados, se grita en consignas, flamea en romerías, enfrentamientos callejeros y campus universitarios que adelantaron varios días su protesta para sortear el cierre de sus planteles. El “Chicho” fue rescatado de la clandestinidad como ejemplo y símbolo de unidad, como representante de una ética colectiva y un pasado que cohesionaba los diversos proyectos del presente. Su figura representaba las reivindicaciones de libertad y democracia que se escuchaban en las calles, experimentados como procesos de emancipación y democratización construidos y presionados por una política de masas. Desde entonces, baje o suba la participación en las Jornadas durante el resto del año y hasta finalizar el siglo, Septiembre pondrá en estado de máxima alerta a las fuerzas del orden. 

Desde el día 4, hubo actos culturales y barricadas en recintos universitarios y algunos liceos. También eran estudiantes los que se enfrentaron con carabineros durante varias horas en distintos puntos del centro; la Coordinadora Nacional de Estudiantes de Educación Media había convocado a protestar por la política educacional del gobierno y denunciar las medidas represivas en contra de estudiantes de distintos Liceos de la capital. Se supo que pesar del cerco de fuerzas especiales que rodeaban el Parque Bustamante -anclado en el corazón del centro santiaguino- el día 8 llegaron manifestantes que se convirtieron en centenares de  manos que exhibían, según advertía el periódico El Mercurio: “lienzos y pancartas, algunos de los cuales mostraban el rostro de Salvador Allende”. La manifestación, como tantas otras, se dirimió entre piedras y hondas por un lado, contra apaleos, carros lanza aguas, lacrimógenas y gases irritantes por el otro.

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Al borde de las cinco de la tarde, la mayoría de los locales comerciales ya habían bajado sus cortinas y los trabajadores apuraban el paso para encontrar lugar entre la disminuida locomoción y despejar la zona. Los Tribunales de Justicia también fueron perturbados con la voz de 300 estudiantes universitarios que llegaron a protestar contra la legislación vigente y la injusticia institucionalizada. En el cinturón periférico, destacaron las marchas masivas dentro de las poblaciones, junto a la quema de neumáticos, enormes hogueras y prácticas de contra-teatro como los juicios populares que terminaban con la horca y quema de muñecos que representaban al dictador. Fueron centenares de personas las que en la zona sur de Santiago, entre gritos y panfletos  anunciaron estar dispuestos a protestar hasta el 11 de septiembre. Describía la prensa: “todos los accesos a las poblaciones periféricas del lugar, eran intransitables y en algunas calles hubo desfiles en que se exhibían carteles con consignas contra el gobierno”[8]. En otros puntos de la ciudad, especialmente la zona norte, la situación era parecida. La tónica fue observar hogueras en la mayor parte de las esquinas poblacionales.

La periferia y el cuadrante céntrico de la ciudad no habían dado tregua cuando llegó el 11 de septiembre. Centeneras de personas, entre organizaciones de Derechos Humanos, poblacionales, de trabajadores y partidos políticos se habían reunido en el Cementerio General para rendir un homenaje a Salvador Allende, a los desaparecidos y a los asesinados durante el gobierno militar, incluidos los muertos en las protestas. Salieron marchando entre gritos, aplausos, cantos y carteles con el rostro de Allende hacia la misa que se realizaría en la parroquia del Cementerio Católico. Por la tarde, noche y madrugada se repitieron las escenas que hemos descrito: gran cantidad de barricadas y protestas callejeras. Las crónicas coincidían: “Los accesos a Santiago quedaron interrumpidos tanto en el norte como en el sur, por obstáculos en llamas instalados por jóvenes embozados y portadores de banderas de movimientos extremistas que gritaban lemas a favor de Salvador Allende”.[9]  En la jornada hubo una decena de muertos y cientos de heridos.

Septiembre fue un punto de encuentro, la síntesis de todas las fuerzas y distintos tiempos que habían despertado. Fue en este mes cuando  terminó de definirse la configuración del cuadro opositor con la aparición pública de los conglomerados que protagonizaron la discusión política y que al calor de las protestas, delinearon más nítidamente distintas propuestas y rutas de acción para enfrentar a la dictadura. A la constitución de la Alianza Democrática (futura Concertación), compuesta por la DC, la socialdemocracia, los radicales y una fracción de los socialistas; se sumó la aparición del Bloque Socialista, conformado por el MAPU, Izquierda Cristiana, Convergencia Socialista y el Movimiento Obrero Campesino (MOC). También se presentó públicamente el Movimiento Democrático Popular, agrupando al Partido Comunista, el MIR y socialistas sector Almeyda.

Desde marzo de 1984, La protesta se blandió entre el miedo a la radicalidad de sectores que acusaban repetición, desgaste y promovían definir claramente sus objetivos antes de “protestar por protestar”, por un lado; y entre quienes querían “protestar todo el tiempo” y a toda costa querían impulsar un Paro Nacional y la expansión de formas de autodefensa, sabotaje y guerrilla urbana hasta derribar a la dictadura, por otro. A pesar de ello y las distintas tendencias que se dirimían al interior de la oposición, la plataforma común reivindicativa impugnaba la Constitución de 1980 por considerarla ilegítima; cuestionaba el modelo económico y exigía la salida de Augusto Pinochet. Bajo esos lineamientos se habían fundado los tres bloques opositores.

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La tercera etapa que llamamos “la fragmentación”, se abrió durante los siete meses del Estado de Sitio, impuesto después de la protesta de septiembre y el paro de Octubre de 1984. Su impacto se sintió en la “baja en las protestas”, ya que -entre otras medidas disciplinarias- clausuró los espacios públicos, terreno en que mejor fluía la oposición y creó el clima propicio para las conversaciones entre la AD y la centro derecha, encaminadas a evitar el “peligro polarizador” y la violencia “venga de donde venga”. La etapa cerró en 1987, con la condena pública a la violencia política opositora, especialmente al Partido Comunista -después del fallido atentado a Pinochet y el descubrimiento de la internación de armas por el puerto de Carrizal bajo- y la clara hegemonía de la clase política que encabezó el pacto de transición. Entre otros puntos, presenciamos la aceptación del modelo heredado por las Fuerzas Armadas a través de la inscripción partidaria en registros electorales y la política “dentro de lo posible”, que fueron los marcos jurídico normativos impuestos por la Constitución de 1980.

Si bien una salida a la plebeya a la dictadura no logró generar sus condiciones de posibilidad en el fin de la dictadura, el aporte realizado en la lucha democratizadora fue protagónico. No obstante, en el nuevo Chile, su presencia y su memoria no sólo quedaría fuera del discurso oficial, sino que sería criminalizado por su reconstrucción histórica. Para el proyecto de transición y la normalización neoliberal, en tanto necesidad de consenso y reconciliación, el “11” fue una sombra incómoda.

Septiembre de 1993-2008: El futuro como fosa común del pasado (La Encarnación de una sombra incómoda)

La imagen del democratacristiano Patricio Aylwin, recibiendo la banda presidencial con un abrazo conciliador de Pinochet y el aplauso de los presentes en el renovado Congreso Nacional, dio varias veces la vuelta al planeta. Chile salía de la dictadura a través de la llamada transición pactada. Una transición ejemplar, ordenada, muy compuesta, que fue simbolizada con el blanqueamiento del edificio de La Moneda, recubierto de un color claro, brillante. La transición pactada necesitaba  silencio y lo fabricó. La riqueza social que ensamblaba lo diverso de la protesta quedó suspendida en el horizonte de posibilidades que también se estrechaba.

En el discurso oficial, la lucha contra la dictadura se contrajo al traspaso de un gobierno militar a uno civil. El miedo al descontrol de las fuerzas sociales requería encauzarlas para poder gobernar; pero sin incorporar esos procesos de democratización -que corrían a contracorriente- y a los sujetos sociales que los encarnaban y que en él se constituyeron como tales dotándolos de contenido, la nueva democracia quedó vacía. Dentro del Palacio presidencial no se volvieron a escuchar críticas al sistema neoliberal, por el contrario, las bondades del modelo se trasladaron hacia el programa económico de la Concertación. Nadie exigió que las FF.AA fuesen expurgadas ni quiso recordarse que en ellas había cientos de torturadores, planificadores, ejecutores de hombres y mujeres de izquierda que continuaban cumpliendo funciones institucionales.

Si para los gobiernos de la Concertación, el “11” fue una memoria incómoda, más aún lo fue para sus dos primeras administraciones de cuño democratacristiano. Recordemos que esa bancada contraria a la Unidad Popular, apoyó el golpe en sus primeros años. Su nueva alianza con sectores socialistas renovados y las masas de oposición que en dictadura dijo representar; aunado a una activa presencia de los uniformados en la escena política democrática, incluyendo a Pinochet como comandante en Jefe del Ejército primero y luego como senador vitalicio, le ponían en una difícil posición. Desde el Estado se intentó resolver el conflicto con actos simbólicos y apremiantes. Como el realizado el 4 de septiembre de 1990, cuando se realizaron las exequias finales de Salvador Allende, trasladando sus restos desde Viña del Mar al Cementerio General. Fue un acto emotivo y multitudinario donde volvieron a reunirse los fragmentos de la izquierda, de derechos humanos y de la Concertación. Pero en otra dimensión analítica, presenciamos el primer intento oficial por enterrar la experiencia de la Unidad Popular y la lucha dictatorial, despojándola de sentido, contenido y perpetuando los calificativos heredados: fracasada, ingenua, equivocada o confundida.

La necesidad de recordar desde una óptica diferente a la oficial fue una tarea asumida principalmente por “los emprendedores de la memoria” (Jelin 2002), es decir, grupos de Derechos Humanos que llevaron a cabo importantes movilizaciones y luchas cotidianas por dar a conocer el horror de la dictadura militar y exigir justicia. El “11” de los nuevos vencidos se plasmó en las demandas de verdad y justicia. La pregunta ¿Dónde están? se complementó con un rotundo ¡No a la impunidad! e innumerables batallas contra el cambio de página. Para responder a estas demandas, desde el Estado se anunciaron las llamadas políticas de reparación, que consistieron básicamente en el (parcial) reconocimiento del daño cometido, junto al pago de una modesta pensión a un número reducido de víctimas. En 1991, fue dado a conocer el “Informe de Verdad y Reconciliación” (Informe Rettig) con un recuento oficial sobre chilenos asesinados y desaparecidos como consecuencia de la violencia política. Durante el gobierno de Eduardo Frei, se instauró una criticada Mesa de Diálogo entre miembros de las Fuerzas Armadas y otras instituciones, para supuestamente obtener datos sobre el destino de prisioneros desaparecidos; y por último, durante la administración de Ricardo Lagos se conoció el “Informe de la Comisión de Prisión Política y Tortura” (Informe Valech), que entregó el testimonio de 28 mil víctimas (36.948 según la actualización de agosto 2011), dio cuenta de casi 1200 recintos de detención y propuso una serie de medidas de compensación. Los reconocimientos fueron acompañados por perdones públicos, promesas de Nunca más, etc. Pero las principales demandas de un verdadero juicio y castigo a los culpables han sido gritos en el desierto.

              En junio del 2010, dentro de las paredes que alojan a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, en Santiago de Chile, Viviana Díaz, galardonada en 2012 con el Premio Nacional de Derechos Humanos nos habla de las frustraciones y de las motivaciones que les mantiene activas: 

Aquí se aceptó la Constitución Política impuesta por Pinochet en el año 80, que hasta el día de hoy se han modificado algunas cosas pero lo sustancial no se ha cambiado, se acepta un Consejo de Seguridad Nacional, senadores vitalicios, senadores designados, o sea tu empiezas a mirar, todo eso entró dentro del paquete de negociaciones para esta salida pactada, por eso es que hubo mucho desencanto, en cuanto a que todos los que estábamos en la lucha del día a día pensábamos que los cambios iban a ser más profundos, que efectivamente aquí íbamos a juzgar a los militares, íbamos a saber de nuestros familiares, eran muy grandes las expectativas, y después imagínate llevamos 20 años... y avanzamos muy poco.

Los 20 años del golpe, encontraron a Eduardo Frei postulando su candidatura. El próximo presidente (1994-2000) insinuó que  la fecha le tenía sin cuidado: “Los jóvenes nunca me plantean lo que pasó en Chile hace 20 años, sino que ellos hablan del futuro, de lo que vamos a hacer” (Candina 2002: 36). De eso se trataba, de mirar a futuro y distanciarse de las fracturas. Pero curiosamente hubo muchos jóvenes en las manifestaciones de septiembre. Las barricadas y enfrentamientos con carabineros se adelantaron en días y extendieron por horas en recintos universitarios más conflictivos, como el ex-pedagógico, la USACH, Concepción y Playa Ancha. El sábado desde temprano, diversos contingentes de izquierda y organizaciones de DD.HH. se reunieron en el patio 29 del Cementerio Nacional (donde fueron sepultados anónimamente decenas de detenidos desaparecidos) visitaron la tumba de Allende y dejaron flores en las tumbas de sus compañeros. Hubo manifestaciones en Plaza Artesanos y una misa en la Iglesia San Francisco en el centro de la ciudad, que fueron violentamente reprimidas. Se supo de 2 muertos y más de 100 heridos. También hubo velatones (vigilias con velas encendidas) fuera de recintos de detención y tortura, como el Estadio Nacional, Londres 38 y Villa Grimaldi en Santiago.

Invariablemente desde 1990, los presidentes se encargaron de estar ausentes acusando viajes, compromisos y enfermedades, y de acuerdo al termómetro estudiantil, los rectores universitarios adelantaron las vacaciones de fiestas patrias. Salvo inevitables coyunturas, cuando a partir de 1998, el “11” dejó de ser un día feriado (gracias a la negociación del entonces senador vitalicio Augusto Pinochet y el Presidente del Senado, Andrés Zaldívar que dirimió el empate de la Cámara alta y se estableció el primer lunes de ese mes como "Día de la unidad nacional") los presidentes rindieron su pequeño homenaje matutino y continuaron sus labores como un día ordinario.

El segundo entierro de la Unidad Popular lo ubicamos con la entrada del nuevo siglo y la administración de los socialistas. Para tranquilidad de empresarios y de la clase política, el candidato Ricardo Lagos marcó su raya desde el principio: “no seré el segundo candidato socialista, seré el tercer presidente de la Concertación”, repitió más de una vez. Dentro de la lógica oficial de su gobierno veremos que “una cosa es Allende y otra la Unidad Popular”. Se abre el tiempo de los monumentos.


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Una década después de haberse enviado el proyecto al Congreso al fin fue inaugurado el monumento a Salvador Allende en la Plaza Constitución, frente a La Moneda. Corría junio de 2000, y para sortear las barreras policiales del acto oficial se debía contar con una exclusiva invitación. El discurso del presidente quedó expuesto a pifias, tomates y huevos arrojados desde la periferia del acto. El monumento se inauguraba en la lógica de su diseño y de la política concertacionista: de arriba hacia abajo y entre cuatro paredes (Hite 2003: 52). No obstante, en la noche hubo otra celebración, se escucharon guitarras y cantos, risas y bromas juveniles que festejaron hasta la madrugada tener a Allende cerca de La Moneda, con todo lo sentían como un triunfo digno de festejo.

Con motivo de las conmemoraciones de los 30 años del golpe, el presidente Lagos nuevamente encabezó una serie de actos protocolares. Quizás el más simbólico fue la reapertura de la puerta Morandé N°80. Además, dos cuadros de grandes dimensiones fueron colgados en las paredes del palacio. En el primero, Allende saluda desde un balcón, en el segundo, el balcón aparece bombardeado y sin el presidente. Mientras los actos oficialistas se desarrollaban dentro de las paredes de La Moneda, en las afueras, la izquierda extraparlamentaria, los “herederos del proyecto allendista” rendían homenajes en la Plaza de la Constitución: “Ambas conmemoraciones estaban dedicadas a la misma persona, pero los contenidos y las proyecciones de esas memorias parecen pertenecer casi a dos países distintos” (Bianchini 2006: 8).


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El centenario del natalicio de Allende (6 de junio de 2008), fue una fecha  que también permitió hablar del hombre y no de su gobierno. Michel Bachelet (2006-2010) participó activamente en los homenajes con una diversidad de actos culturales, presentación de seminarios y conciertos. Correos de Chile presentó un sello postal conmemorativo y frente a La Moneda, fue instalada la obra "Nunca Más", que consistía en la réplica gigante de un trozo del lente de Allende, encontrado después del bombardeo. Pero ¿qué virtudes de Salvador Allende reivindica la administración Bachelet? En continuidad con Lagos, la de un republicano, pacifista, de férrea consecuencia democrática, en la que su condición de luchador social y portador de un programa de gobierno transformador se desdibuja hasta lo invisible. Esta línea fue criticada permanentemente por Gladys Marín, entonces Secretaria General del PCCH:

Algunos de los que se dicen sus amigos y compañeros, buscan afanosamente despojarlo de su condición de revolucionario, reduciendo su figura y personalidad a la de un idealista, negando sus profundas convicciones revolucionarias demostradas en toda su vida de luchador social. Así ocurrió en el Diálogo “El Significado de Salvador Allende Hoy” organizado por la Fundación Salvador Allende el 5 de diciembre de 2002.... A ellos, sólo les interesa negar el papel relevante que Allende jugó en la formación del movimiento político y social que dio origen a la Unidad Popular con un Programa profundamente democrático que apuntaba a transformar las estructuras dominantes. (Marín:161)

Por otro lado, más allá de la lucha cotidiana de los emprendedores de la memoria y de quienes asumen ser herederos del proyecto político allendista como el PC,estana ausente un proyecto popular nacido desde abajo que pusiese en cuestión las definiciones de la realidad y del quehacer político dominante. Y si lo había, no lograba articular una presencia pública crítica que superase las meras evocaciones nostálgicas o manifestaciones aisladas de furia acumulada. Durante el día “11” la energía creativa y transformadora de la vida política chilena se va reduciendo junto con la masividad de las antaño masivas marchas al Cementerio General.

En contraste a lo dinámico del relato y la frescura de la experiencia de resistir y luchar de quienes se sintieron sujetos de emancipación durante la UP y/o durante la dictadura, en la medida que se desarrolla el siglo XXI, se percibía una sensación de desencanto y empantanamiento. Era el momento de algunos y ellos quedaron fuera, tal como señala Raúl Canales:

Yo creo que fuimos muy ingenuos la generación que logró derrocar a Pinochet, o sea los que estuvimos en la calle, los que pusimos la cara, fuimos muy ingenuos... porque los que aparecieron, enseguida después, fue gente que no has visto nunca en la calle. Hay una generación ahí que nos echamos buena parte de nuestra juventud peleando pa que se vinieran otros hueones a sentar... O sea, lo dábamos todo por cambiar la situación que estábamos viviendo, pero sin ambiciones personales pa adelante, uno se daba por el otro, por el colectivo y tu opción personal pasaba a otra parte.(2010)

La fuerza de una sociedad en movimiento no se escuchaba en las calles. La política y su praxis parecían reducida al ejercicio estatal, y la separación entre lo social y lo político aún más acentuada. El sistema parecía consolidado y los socialistas terminaban su gestión aplaudidos por la clase empresarial. Ante tal panorama, el historiador Sergio Grez escribía en 2004:

Para que vuelvan a "abrirse las grandes Alamedas" (que aún permanecen cerradas) se necesitará de "otros hombres" que estimulen el desarrollo de fuertes movimientos sociales, hombres y mujeres capaces de retomar el hilo conductor del movimiento popular en una perspectiva de futuro y no de mera evocación nostálgica. Mientras esto no ocurra, el legado político de Allende continuará siendo un capital inmovilizado, un icono desprovisto de significado histórico concreto y de operatividad política real. (2004: 185)


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Septiembre de 2010-2013: Y va a caer, y va a caer, la educación de Pinochet (La encarnación de nuevas fuerzas sociales )

El modelo neoliberal, presentado como orden natural e irremediable para organizar las relaciones sociales en Chile, nunca fue tan cuestionado como durante el régimen de Sebastián Piñera. Quién asumió la presidencia el 11 de marzo de 2010 ha debido conducir su ejercicio de gobierno esquivando las críticas de una nueva generación de estudiantes secundarios y universitarios que ponen en cuestión la legitimidad del modelo heredado y credibilidad de toda la clase política (incluida la Concertación). “Tuvieron más de treinta años para comprobar que este sistema no funciona, señaló ante representantes del parlamento, Camila Vallejo, ex-presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH-2011). “La Concertación y la derecha deben dejar de ser el brazo político de los bancos”, denunciaba por su parte el entonces dirigente estudiantil, Francisco Figueroa.

            El movimiento social comenzaba a tomar fuerza. En asambleas populares, en barrios y gremios, se articulan demandas diversas como la Reforma Tributaria para financiar una educación gratuita y de calidad; Plebiscito para finalizar con el sistema binominal; Asambleas Constituyentes para impulsar una nueva Carta Magna; renacionalización de recursos naturales o contra la represión y despojos al pueblo mapuche. Mientras Salvador Allende reaparece en pancartas, gritos y caracterizaciones en las marchas y manifestación que mueven a Chile desde 2011. Estos procesos dan señales claras de la repolitización de la sociedad chilena, especialmente de sus nuevas generaciones, aunque aún faltan por articularse en dimensiones nacionales y aún queda por ver la materialización estructural de su poder crítico.

            También las marchas del “11” se han vitalizado. Durante el 2011, en pleno furor estudiantil, fueron miles quienes recorrieron las 32 cuadras que van desde Plaza Los Héroes en el centro de la ciudad hasta el Memorial a los Detenidos Desaparecidos. Se organizaron homenajes a Salvador Allende en el monumento frente a La Moneda y diversos actos culturales. En la víspera del aniversario hubo disturbios en varias comunas de la periferia santiaguina. Se supo de 40 policías lesionados y 280 personas detenidas. También hubo apagones que hicieron más oscura la noche en diversas comunas de Santiago. Muy parecida fue la Jornada de 2012. Barricadas, bloqueos, cortes de luz y piedras lanzadas a personal y equipo de carabineros fueron protagonizados por grupos de encapuchados. Al parecer más violentos: hubo un carabinero muerto y dieciséis uniformados heridos.

            Y los emprendedores de la memoria continúan su labor. La noche del “11” de 2012,  familiares de víctimas de la dictadura llegaron hasta el antiguo cuartel Simón Bolívar, de cuya existencia se supo hace sólo cuatro años por declaraciones judiciales de un ex-agente. El cuartel, fue un centro de exterminio del que ningún prisionero salió vivo, entre ellas, tres directivas completas del Partido Comunista. Entonces recordaron que en la actualidad, aunque hay más de un millar de juicios abiertos y 804 militares en retiro procesados, no son más de 70 los condenados, en cárceles especiales que les aseguran una muy cómoda estancia. El caso más espinoso sigue siendo el del General Augusto Pinochet, que murió sin ser sometido a juicio ni condena.                                                                         

Chile es una sociedad que sigue conviviendo una versión del “11”, que aunque se cuida de no hacerlo públicamente, continúa justificando el Golpe y culpando a la Unidad Popular. Uno de los más fuertes escándalos, ocurrido en enero de 2012, fue la polémica decisión del Consejo Superior de Educación que determinó que en los textos escolares de historia para enseñanza básica se cambiara la expresión dictadura militar por régimen militar, al referirse al período 1973-1990. “Es más general” justificó el Ministro de Educación. Aunque el revuelo que se armó entre historiadores e intelectuales hizo retroceder la iniciativa, buena parte de los libros ya estaban impresos. A ello se agregan las recientes críticas de Patricio Aylwin: “Allende hizo un mal gobierno, que cayó por las debilidades de él y su gente”, dijo el democratacristiano y descartó que su partido haya propiciado los sucesos. El debate guarda relación con otro punto escabroso, el apoyo de la DC al golpe de estado y el juicio histórico a la UP que aún sigue abierto. En resumen, el nuevo marco institucional de los gobiernos de la Concertación y la derecha, generaron un régimen de la memoria, entendida como narrativa, acción pública y relación social, que no han permitido recuperar la experiencia social clausurada con la imposición de la dictadura.

            En cuanto a la historia de la Unidad Popular, aunque ha habido honrosos y pacientes esfuerzos, aún falta desenterrar y apropiarse de la memoria de ese proyecto políticocolectivo, trascendiendo las culpas o la experiencia traumática. Tal vez, en esos cruces de la memoria viva, des-cubramos un Salvador Allende íntegro y complejo, con sus estremecimientos y horizontes de futuro. Y podremos develar y dimensionar la potencialidad transformadora de un pueblo sintiéndose constructor de su propia historia. Porque eso fue el proceso de construcción del socialismo durante la Unidad Popular y eso fue, la resistencia contra la dictadura. Claro, también falta lo primordial: una verdadera voluntad de juicio y castigo a los culpables de atentar contra los derechos humanos. Hasta entonces, todo parece indicar, que “el 11” seguirá arrojando sombras sobre el devenir chileno.


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[1] Artículo realizado en el marco del Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM-CEIICH. “Cultura política y praxis de la izquierda latinoamericana. Construcción del socialismo, militancia comunista y vida cotidiana (Chile 1960-1973)”

[2] Doctora en Estudios Latinoamericanos. Becaria posdoctoral del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades-UNAM y profesora de la Facultad de Economía UNAM.

[3] Brazo armado del Partido Comunista de Chile,  nació públicamente en diciembre de 1983.

[4] Revista Análisis, n°60, 19 de julio-2 de agosto de 1983.

[5] El Mercurio, 26 de mayo 1983.

[6] El Mercurio, 20 de agosto de 1984.

[7] El Mercurio. 30 de Octubre de 1984.

[8] El Mercurio, 9 de sept. 1983.

[9] El Mercurio, 12 de sept. 1983

 

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Bravo Vargas, Viviana. (2012): La voz de los 80: Protesta popular y neoliberalismo. El caso de la resistencia subalterna en Chile (1983-1987). Tesis doctoral, posgrado en Estudios Latinoamericanos. México: UNAM.

Candina Polomer, Azun, (2002): “El día interminable. Memoria e instalación del 11 de septiembre de 1973 en Chile (1974-1999). En: Jelin, Elizabeth (comp): Las conmemoraciones: las disputas en las fechas “in-felices”. Madrid y Buenos Aires: Siglo XXI. pp. 9-48

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Jelin, Elizabeth (2002): Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI

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Lechner, Norbert (2002): Las sombras del mañana. Santiago: LOM

Meller, Patricio (1996): Un siglo de economía política chilena (1890-1990). Santiago: Editorial Andrés Bello

Politzer, Patricia (1988): La ira de Pedro y los otros. Santiago: Planeta

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Cómo citar este artículo:

BRAVO VARGAS, Viviana, (2013) “Chile en Septiembre: Memorias, proyectos y monumentos (1970-2013)”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 17, octubre-diciembre, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=814&catid=45