l exilio fue y es una realidad latinoamericana constante. Ha sido y es la experiencia de grandes figuras célebres de la región y también de miles y miles de desplazados desconocidos para la Historia con mayúsculas. De la misma manera, se ha manifestado como un instrumento de control político usado por gobiernos autoritarios para expulsar o forzar la salida de la disidencia política y de las voces críticas. Como instrumento político y como experiencia humana, el exilio ha atravesado la historia latinoamericana de los últimos dos siglos.

Sin embargo, la preocupación de las ciencias sociales por el tema es relativamente reciente. Si en Europa la preocupación por los exilios antifascista y republicano español lleva larga data, en América Latina, la investigación y la reflexión profesional sobre el tema han tenido un fuerte impulso al calor de los fenómenos de desplazamiento producidos por la última ola de dictaduras militares de los años 70 y 80 en el sur de la región. La envergadura de esos exilios, las marcas que han dejado en algunos países de acogida y las transformaciones políticas que aportaron a los procesos de democratización e inclusión de los derechos humanos en las agendas latinoamericanas han terminado por dar visibilidad política e intelectual a esas experiencias. En varios países ello ha sido también el resultado de luchas políticas y memoriales contra el silenciamiento de esas experiencias. En otros países donde la experiencia del exilio fue menos negada y menos vista como ilegítima –por ejemplo Brasil- los silencios han sido menores. En otros casos, como Bolivia, Perú o Paraguay, la profundidad del fenómeno y las preguntas sobre él están aún por plantearse; en algunos de esos países pareciera que los exilios son más conocidos por grandes hombres e intelectuales que por la experiencia de contingentes más amplios igualmente afectados y que remiten a experiencias de exilio que atraviesan buena parte del siglo XX.

No obstante, a pesar de silencios, casos y momentos poco explorados, debemos reconocer que en los últimos años, la preocupación por los fenómenos de migración forzada ha dado lugar a una profusa producción que aborda el problema desde los más diversos ángulos disciplinares, geografías y problemas. Del estudio de las subjetividades de los desterrados en su condición de víctimas de la violencia política hasta las relaciones internacionales de los países vinculados por los desplazamientos migratorios de salida y acogida, la agenda de los exilios no ha hecho más que crecer en estos últimos años. Este dossier que hoy presenta Pacarina del Sur se inscribe en esa línea y con la pretensión de discutir a través de una diversidad de textos las tres dimensiones que atraviesan la experiencia del exilio: la individual, la colectiva y la internacional.[1] A su vez, a través de los trabajos elegidos para integrarlo, esa pretensión abarcadora se cruza con la propuesta de mostrar, por un lado, algunas aproximaciones nuevas al tema del exilio y, por otro, de explorar casos –geográficos y temporales- menos conocidos dentro de la región. Así, el dossier se abre con un trabajo que a nuestro gusto ofrece un marco conceptual e histórico-regional en el cual inscribir la problemática y la investigación sobre los exilios en América Latina mostrando toda su complejidad conceptual e histórica. Como muestra Luis Roniger en estas páginas, si el exilio puede ser entendido como un instrumento de control político luego debe analizarse como variable independiente capaz de generar efectos y transformaciones en el espacio transnacional, en otros términos “es el resultado de procesos políticos y un factor constitutivo de los sistemas políticos” (Luis Roniger, en este dossier). En el plano de la experiencia, podríamos decir que devolver analíticamente su capacidad de acción a los sujetos que protagonizan la experiencia de exilio permite sacarlos del lugar pasivo y exclusivo de las víctimas para transformarlos en actores políticos (cualquiera sea su implicación (o la ausencia de ella) en el activismo político).

Como acercamiento a historias menos conocidas se incluyen aquí dos trabajos sobre el exilio guatemalteco y el paraguayo, los cuales dan cuenta de fenómenos de desplazamiento forzado, masivos y prolongados en el tiempo, con oleadas y coyunturas variables. El artículo sobre Guatemala, de Guadalupe Rodríguez de Ita, descubre un fenómeno casi desconocido en el conjunto de los casos latinoamericanos, no sólo por tratarse de un caso centroamericano que ha sido escasamente estudiado sino por sus particularidades: una historia de exilios, desesexilios y reexilios de amplios grupos de clases medias y élites políticas e intelectuales de ese país. El fenómeno invita a considerar otra dimensión transnacional del exilio: cuánto de la historia guatemalteca y sus dinámicas políticas internas deben ser pensadas en su relación con aquello que sucedía en el exilio político del otro lado de la frontera con México. En el marco de un proyecto más amplio que indaga en la historia de las redes de exiliados revolucionarios y las vanguardias intelectuales de la gran región circuncaribe, el trabajo de Barry Carr llama la atención sobre algunos aspectos poco explorados que ubican a la Ciudad de México como un verdadero polo de atracción para los exiliados “rojos” durante el período de entreguerras. La presencia muchas veces simultánea de personajes de la talla de Sandino, Haya de la Torre, Magda Portal, Tristán Marof o Julio Antonio Mella convirtieron a la diáspora radical reunida en Ciudad de México en un importante eslabón de una red transnacional en expansión de activistas e intelectuales insurgentes. Si bien la presencia de extranjeros en el aquella metrópolis ya ha convocado el interés académico, ni el período -años 20-, ni los sujetos -intelectuales, artistas y políticos exiliados latinoamericanos- han sido hasta ahora trabajados globalmente con la profundidad que el tema amerita. Por su parte, una interesante línea de indagación es la que propone superar los marcos clásicos de los Estados-nación y abordar la dimensión transnacional de los exilios en serie, tal cual lo plantea María Antonia Sánchez. Ello permite pensar tanto en la acumulación y circulación de experiencias de lucha política entre países y la formación de redes transnacionales de activación política como el impacto de los exiliados sobre las sociedades que los reciben. Asimismo, una línea paralela en el texto permite llevar a interrogarse por el despliegue y las estrategias particulares de las mujeres exiliadas y migrantes en la actividad política de denuncia tanto sobre su país de origen como sobre su nuevo Estado de residencia.

Entre las nuevas preguntas y aproximaciones el trabajo de Silvina Jensen es quizás el más osado al intentar saldar una deuda en las investigaciones sobre las migraciones y el exilio: la perspectiva comparativa a partir de dos experiencias temporal e históricamente muy distanciadas como lo son el exilio republicano de la guerra civil española en las primeras décadas del siglo XX y el exilio argentino del terrorismo de Estado de los años setenta. Explorar en clave comparativa las especificidades y puntos de contacto de las memorias del exilio producidas por las sociedades que generaron esas expulsiones masivas le permite a Jensen desnaturalizar las experiencias y plantear nuevos interrogantes en pos de crear una nueva agenda de trabajo para abordar la cuestión del exilio.

Por último, la entrevista al peruano Ricardo Napurí da cuenta de ese mismo fenómeno transnacional cuando las trayectorias individuales atraviesan la historia y las fronteras de los países. “Se trataba del peregrinaje de montones de tipos como yo” recuerda Napurí mientras revisa buena parte de una vida ciertamente marcada por la movilidad y cuyo itinerario lo llevó a recorrer -entre fugas, exilios y viajes políticos- buena parte de América Latina y Europa. Ubicado en lugares y momentos trascendentales para la historia del continente -la Argentina del primer peronismo (1948); Cuba a días de la entrada del Che en la Habana (1959); Chile en los meses de la caída de Allende (1973); la Asamblea Popular en Bolivia (1971); la Asamblea Constituyente en Perú (1978-79)- su relato, a la vez lúcido y apasionante, permite visualizar a partir de una experiencia personal cuestiones clave como la politización en el exilio, la circulación de las ideas, las redes latinoamericanas y los exilios en serie. De esta manera, volviendo sobre el planteo de apertura de Luis Roniger, la entrevista a Napurí cierra este dossier dejando a la vista hasta qué punto el exilio ha sido, y continuará siendo, la experiencia única y particular de cada sujeto tanto como una experiencia colectiva y masiva que forma parte sustantiva de la historia de cada país y de la región en su conjunto.


[1] González Bernaldo, Pilar, “Presentación”, Anuario de Estudios Americanos, Vol. 64, N° 1, enero-junio-2007, p. 28.

 

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