a relación entre violencia, memoria y olvido es antiquísima. La encontramos ya presente en muchos relatos germinales de la construcción histórica de la cultura occidental. Tal vez por ello, la historia, que se presenta como una cronología de hechos violentos, ha sido construida a partir de la ecuación inarmónica y tensionada de estas variables, pues, como en la música, la historia también está compuesta de silencios, silencios que representan el olvido, y que van configurando el orden discursivo del poder, un poder que tiende a construir el pasado desde las urgencias del presente, colonizando, luego de haber arrasado las dimensiones sociales de la realidad, los espacios simbólicos del imaginario colectivo, y abandonando, a manera de relato contrautópico, el presente para ser pensado en el futuro, un futuro también en extremo evanescente.

Las narrativas históricas, como las literarias, filosóficas o artísticas, van construyendo un universo paralelo marcado también por esa violencia, si consideramos que el concierto de víctimas y victimarios, de vencedores y derrotados, está instalado en una suerte de ontología social, sustentada en la violencia de la representación, edificada, si rastreamos en los presupuestos de Levinas, sobre los cimientos de la violencia metafísica, como desmontaje que apunta a desenmascarar una normatividad del ser; o de violencia simbólica, si seguimos Bourdieu, como violencia ejercida para sostener relatos de dominación sustentados en una amplia red de significaciones.

Pero, en este contexto, habría que violentar también aquella archiconocida frase de Jacques Derrida: “no hay nada fuera del signo”, pues, si escapamos del corsé de la textualidad, lo que queda fuera del signo es el horror, la violencia física y todos los crímenes enmarcados por la tentación del olvido, como secuelas de una conflagración diseminada en los espacios más inusitados de la vida cotidiana. Así, el horror de la guerra, la tortura, la desesperación y la muerte, son convertidos en la materia prima de las múltiples representaciones de la violencia hechas en el mundo y en América Latina, desde el ancilarismo histórico-social, hasta los ejercicios literarios contemporáneos que nos muestran las vías de escape de una sociedad psicopática.

Todorov recordaba que, tras el fin del espanto que había significado la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill había dicho: “tiene que haber un acto de olvido de todos los horrores del pasado”, y que casi en ese mismo momento, el filósofo estadounidense George Santayana formulaba su conocida advertencia: “Los que olvidan el pasado están condenados a repetirlo”. Esto explica el carácter contradictorio de la memoria, determinada por su condición articulada, que como fraseología normativa se convirtió en el eslogan por la memoria y contra el olvido en casi todas las Comisiones de la Verdad surgidas en América, pues, siguiendo a Todorov, como profiláctica social, el olvido no siempre es bueno, como tampoco aferrarse a algunos recuerdos desastrosos.

A pesar de las apariencias, semánticamente los conceptos no son tan semejantes, pues, por ejemplo, la memoria se distancia de algunos significantes familiares, como el recuerdo, debido a que mientras la memoria es un acto esencialmente racional y discursivo que tiende a ser sistematizado, el recuerdo se nutre de una fuerte carga subjetiva, ligada más a lo emocional. Por lo que, desde una noción memorialista que va atrapando los signos en una trama de representaciones, nos encontramos con la tragedia prerepresentacional de la percepción, lugar en el que la experimentación y la experiencia, nos muestran en el testimonio, las vicisitudes de la experimentación del horror, muchas veces agravado por el carácter sexual y la condición étnica y social, convertidos en una sumatoria de una larga lista de deméritos.

Estas son las dimensiones temáticas y conceptuales que intenta abarcar este dossier, que buscó analizar, desde diversos campos disciplinarios, como la sociología, la política, la filosofía, la historia, la antropología, la literatura y el arte, los distintos avatares de la violencia política y social, y sus repercusiones en los mencionados campos disciplinarios, con el fin de describir los efectos críticos de una fenomenología de la violencia latinoamericana, desde sus complejas estructuras sociales, y aparatos teóricos y conceptuales. Algo que surgió como un proyecto de integrar las diferentes miradas nacionales, desde una mirada crítica y contrahegemónica, desde el trabajo de distintos investigadores latinoamericanos.

Con “narrativas de la violencia” no nos referimos necesariamente a la idea de “relatos literarios” o al estudio de la recepción de los fenómenos de violencia en el campo de la literatura, que de hecho está inmerso dentro del rubro mayor de las representaciones de la “violencia política y social”, sino entiéndase “narrativas” desde esa función discursiva, derivada de los conflictos políticos y sociales que han agobiado, desde sus orígenes, al continente americano. Es decir, abordar aquellos relatos de orden, ligados al juego de tensiones y voluntades de poder, existentes en los diferentes discursos y representaciones que la violencia política y social ha producido y reproducido, en el campo artístico, religioso, político, literario y social de los países latinoamericanos. Esto a partir de estrategias que nos permitirán acercarnos al estudio de cada sector social, país o región, agobiados por la violencia.

Desde un inicio en el que solo pretendíamos aglutinar estudios que abordaran, a partir de la noción “campo” desarrollada por Pierre Bourdieu, el traspase o influencia que el campo político había tenido en el campo artístico o literario, por ejemplo, el proyecto fue desbordándose y enriqueciendo, para devenir en el dossier que ahora presentamos. Por lo que, evaluando las manifestaciones textuales, visuales y sus consecuencias en los distintos campos de vida política y social, a partir del estudio de los procesos nacionales y regionales específicos, este dossier intenta abordar textualmente diversas manifestaciones derivadas de la violencia sistémica, convertida en violencia política y social, como fenómeno que pasó a afectar a las múltiples estructuras sociales y culturales de los diversos países de América Latina. Sociedades unificadas por una herencia colonial compartida y la casi unidad idiomática, que brinda posibilidades de que algunos estudios específicos, reflejen situaciones análogas de otras regiones del continente. Por eso hemos dividido este dossier en cinco secciones que permitirán ubicar algunas manifestaciones específicas de la violencia, que inciden problemáticamente en los distintos países del continente americano.

Iniciamos este dossier con el apartado Violencia y capitalismo, en el que se analizan la osmosis entre capitalismo y violencia, a partir del mapeo de la violencia y sus relaciones con el mercado global, en el que se analizan desde una visión un tanto general, como lo hace Rafael Ojeda, a partir de una (re)visión de las realidades interseccionales en la cartografía de la violencia en América Latina, y sus repercusiones en el campo cultural donde se ha ido naturalizando la muerte. Donde Sayac Valencia, refiriéndose al caso específico de México, analiza la lógica tardía de un nuevo capitalismo androcéntrico, denominado por ella capitalismo gore, cuyo rostro más visible es el crimen organizado en México, que ha creado un nuevo sujeto histórico, el proletariado endriago, como subjetividad monstruosa y enfermiza.

Hemos denominado la segunda sección, Subversión y subvención, debido a que ahí se aborda el intrincado problema de los grupos alzados en armas, la violencia de la subvención, ante la intromisión extranjera que financian conflictos internos, además del rol trascendental cumplido por el Estado, como agente dinamizador del terror; lo cual se desprende del análisis de la violencia que hacen, en el caso específico de Colombia, Lucía Estévez Pedraza, que aborda  históricamente el espacio del mito fundacional de las FARC: Marquetalia; Lorena López Guzmán, que estudia el proceso de criminalización, persecución y terror estatal durante el gobierno de Álvaro Uribe; y Nicolás Herrera Farfán que, desde una lectura psicohistórica, analiza la guerra psicológica desplegada, a lo largo de 50 años, por el Estado colombiano, que ha buscado imponer en sus ciudadanos ideas favorables a su nefasto accionar.

La tercera sección, Género y subalternización, aborda los procesos de dominación e “inferiorización” de género, en una sociedad androcéntrica, que, a partir del rasero sexual, agrava las inequidades y asimetrías de un sistema que oprime a las mujeres, además de otras minorías sexuales y sociales. Algo visible en el trabajo de Concepción Álvarez Casas, que a partir del análisis de la obra de Yolanda Colom, escritora y exguerrillera guatemalteca, testimonia la situación femenina en las guerrillas, y el papel de sumisión que se les asigna en el interior de los grupos revolucionarios; o el estudio de Víctor Quiroz, que hace el estudio crítico de una de las emblemáticas novelas de Mario Vargas Llosa, en la que, a partir de un aparato crítico poscolonial, desmonta los mecanismos internos de subalternización sexual y discriminación etnocéntrica, del Nóbel peruano, al representar a los pobladores andinos.

En la cuarta sección, Etnicismo y exclusión, agrupamos dos textos que resultan fundamentales para entender los márgenes históricos de la exclusión étnica y violencia social, ejercida contra los pueblos originarios de América, actividad que en pleno siglo XXI, continúa mostrándonos su rostro más nefasto. El texto de Martha Delfín Guillaumin, analiza la violencia simbólica desplegada en la Argentina del siglo XIX, en pos del exterminio epistémico de las comunidades y culturas indígenas sobrevivientes, como un momento previo a su “museización” orgánica; en tanto, Mario Wong aborda el sonado caso del levantamiento de indígenas amazónicos peruanos, conocido como el “baguazo”, desde un análisis biopolítico, para insertarlo en el terreno de las luchas globales.

En el quinto apartado, Síntomas de campo, analizamos las incidencias de los fenómenos políticos y sociales en el campo artístico, y de qué manera este ha sido instrumentalizado para favorecer la lucha ideológica. Algo notorio sobre todo en el artículo de Manuel Valenzuela Marroquín, que aborda las manifestaciones teatrales realizadas por el Partido Comunista Peruano-Sendero Luminoso, y la “nueva” estética política que buscaba coadyuvar al proceso revolucionario; mientras el trabajo de Marco Sotelo Melgarejo, ensaya un acercamiento a los modos en el que la historieta peruana, representó los fenómenos de la violencia política ocurrida en el Perú, a lo largo de las tres décadas de conflicto armado interno.

La última sección, denominada Partes de guerra, se detiene, sobre todo, en la forma en la que dos escritores han interiorizado los fenómenos de violencia que les tocó vivir, y cómo esto ha mediatizado su producción literaria. El estudio de Luis Fernando Chueca, parte de la lectura de un poema de un conocido escritor peruano de la generación del ochenta, analizando el uso metafórico, como estrategia discursiva, para representar algunos efectos del conflicto armado interno, remitiéndose a las imágenes cruentas de la guerra entre Perú y Chile; en tanto, Gustavo Gutiérrez Suárez, a partir de un texto híbrido, reconstruye el retrato emocional de un novel novelista, que inspirado en una de las imágenes emblemáticas de la Guerra Civil Española, escribe un libro ambientado en el entorno de destrucción y pesadilla de los años más álgidos de la guerra contrasubversiva en el Perú.  

Finalmente el presente número de Pacarina del Sur nos encuentra en un momento clave para la historia latinoamericana, pues, en el Perú avanza el proceso de criminalización del MOVADEF, grupo acusado de ser el organismo de fachada de Sendero Luminoso, que desde hace más de un año pugna por ingresar al sistema democrático peruano; mientras la guerrilla movilizada más antigua de América, las FARC, ha decretado un cese al fuego unilateral, para iniciar las conversaciones de paz con el gobierno colombiano, diálogo que podría poner fin a un conflicto que se ha extendido ya por más de medio siglo en Colombia. Por ello, esperamos que el conjunto de artículos aquí reunidos, puedan aportar al debate y a una mejor comprensión del fenómeno de violencia en América Latina.

 

 

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