El “falso lenguaje de los terroristas” según Luis Echeverría. El terrorismo como elemento de psicologización sobre los guerrilleros durante la guerra sucia desde la psicología política crítica

The "false language of the terrorists," according to Luis Echeverria. Terrorism as an element of psychologizing about the guerrillas during the dirty war from political psychology critical

O "falso linguagem dos terroristas", segundo Luis Echeverria. Terrorismo como um elemento de psicologização sobre a guerrilha durante a guerra suja da psicologia política crítica

Edgar Miguel Juárez Salazar[1]

Recibido: 21-05-2016 Aprobado: 01-09-2016

Resumen

Resumen: El presente trabajo plantea un análisis crítico discursivo de la lógica del terrorismo planteada por el presidente Luis Echeverría Álvarez a través de sus informes de gobierno. A través de algunas propuestas de la psicología política crítica es necesario pensar en los mecanismos discursivos que articuló el gobierno mexicano para identificar y designar a su adversario político durante la guerra sucia en México. El término terrorista en particular se encuentra dotado de una multitud de significaciones y puede ser usado para justificar el ejercicio de la violencia; sin embargo, el terrorismo como concepto manipulado por el Estado conlleva designaciones psicológicas que le permiten ejercer un sentido a los sujetos a quienes se dirige el mensaje de combate al terrorismo. Partimos del supuesto de que el gobierno Echeverría utilizó la clasificación terrorista para adjudicar otras características particulares a su adversario político que le permitieron legitimar el uso de la violencia política.

Palabras clave: adversario político, ideología, Guerra Sucia, terrorismo, violencia política.

Abstract

Abstract: This paper seeks to make a critic discourse analysis of the logic of terrorism posed by Luis Echeverría through his government reports. Through some policy proposals, critical psychology is necessary to think about the discursive mechanisms that articulated the Mexican government to identify and appoint his political adversary during the dirty war in Mexico. The term terrorist is equipped with a multitude of meanings and can be used to justify the use of violence; however, terrorism as a concept used by the State involves psychological designations that allow the exercise a sense to those to whom the message is directed combating terrorism meaning. We assume that the Echeverria’s government used the terrorist classification to produce other special features to his political adversary that allowed him to legitimize the use of political violence.

Keywords: political adversary, ideology, Dirty War, terrorism, political violence.

Resumo

Resumo: Este trabalho apresenta uma análise do discurso da lógica do terrorismo colocada pelo presidente Luis Echeverría através de seus relatórios do governo. Através de algumas propostas políticas da psicologia crítica é necessário pensar sobre os mecanismos discursivos que articulam o governo mexicano para identificar e nomear o seu adversário político durante a guerra suja no México. O termo terrorista, em particular, está equipado com uma infinidade de significados e pode ser usado para justificar o uso da violência; no entanto, o terrorismo como um conceito utilizado pelo Estado envolve designações psicológicas que lhe permitem exercer um sentido para aqueles a quem a mensagem do combate ao terrorismo é dirigida. Nós assumimos que o governo de Echeverria emprega a classificação de terroristas a adjudicação outras características especiais ao seu adversário político que lhe permitiu legitimar o uso da violência política.

Palavras-chave: adversário político, ideologia, Guerra Suja,  terrorismo, violência política.

 

Introducción

La década de los años setenta en México en el ámbito político oficial y, en particular el sexenio de gobierno de Luis Echeverría Álvarez, se caracterizo por una ambigua “apertura democrática”. El citado jefe de Estado apoyaba abiertamente ciertas formas latinoamericanas de disidencia y a los gobiernos de izquierda que por aquel entonces acontecían. Quizá el ejemplo más claro sea la bienvenida hecha por Echeverría al mandatario socialista chileno Salvador Allende quien fue recibido en México con grandes fanfarrias y con un consentimiento popular y estatal bastante sólido que permitió tener amplias relaciones internacionales con el pueblo chileno.

Sin embargo, de manera contraria, la movilización guerrillera mexicana no era un hecho excepcional y fue reprimida con un uso, muchas de las ocasiones brutal, de la violencia política y represiva de Estado; la creciente oleada de guerrillas urbanas y campesinas fueron constantemente perseguidas por el Estado desde antes de la década de los setenta y la organización de la fuerza represiva del Estado alcanzó uno de sus puntos más álgidos en el sexenio de Echeverría pues la represión del Estado fue acentuándose y tecnificándose con el paso de los años. De igual forma, después del ahora mítico año de 1968, el desarrollo de movimientos disidentes fue acrecentándose cada vez más. En este sentido, como señala Edna Ovalle (2014) “los acontecimientos sucedidos en 1968 con el movimiento estudiantil-popular en la Ciudad de México, constituyeron un parteaguas en la definición de muchos futuros militantes de las organizaciones político-militares que cuestionaron a sus direcciones de la vieja izquierda” (p. 149) y que terminaron por ser, en gran medida, el semillero de las guerrillas de los años setenta.

Laura Castellanos (2011), en su libro México Armado, enumera la formación de “más de una veintena de organizaciones guerrilleras urbanas”, adicionales a las luchas guerrilleras campesinas lideradas por Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en Guerrero (p. 20). Que se distribuyeron a lo largo del país generando la alerta del Estado mexicano. Con mayor precisión, Pedraza Reyes (2008) menciona que “la guerrilla mexicana tiene varios aspectos” a considerar en su travesía, por ejemplo: “a) la guerrilla de Madera, Chihuahua, que abortó, pero dio un ejemplo; b) la guerrilla rural del estado de Guerrero; c) la guerrilla urbana del periodo 1969- 1973; d) la Liga Comunista 23 de Septiembre, el principal esfuerzo de unificación de todos los grupos actuantes en el territorio nacional entre 1973 y 1982” (p. 96).

De igual forma, como señala Alberto López Limón (2011) “en México, los grupos armados fueron organizaciones que representaron en líneas generales al campesinado, algunos sectores del proletariado agrícola e industrial, a la pequeña burguesía e intelectualidad radicalizada que, por las circunstancias políticas de su época, expresaron su visión del mundo a través de la oposición violenta” (p. 180). De esta manera, el elemento común de los grupos guerrilleros fue el uso de la violencia política para la consecución de sus fines; sin embargo, no es preciso denominar propiamente “terrorismo” a los actos subversivos pues la mayoría de los hechos de violencia no eran destinados, como sucede con el terrorismo en general, hacia la población civil. Por tal motivo, es pertinente plantear que el uso del término terrorista obedece a finalidades estratégicas por parte del Estado mexicano para concretar una deslegitimación del adversario político.

 

Elementos de Psicologización del guerrillero

El uso de la psicología política como crítica a la psicología dominante y sus determinismos

Los procesos psicológicos tienen una relación directa con los fenómenos políticos, la memoria colectiva, por ejemplo, ha hecho del recuerdo y el olvido de los procesos sociales una veta donde es posible examinar el factor político de la memoria. (véase Mendoza García, 2011; Fernández Christlieb, 2004). No obstante, los conceptos como memoria, identidad, subjetivación, actitudes o representaciones sociales parecen navegar en las aguas del determinismo psicológico o la esterilidad de la producción académica que muchas de las veces encierra a los procesos sociales en una cientificidad escrupulosa, en el chiste académico o, la mejor de las veces, en recordar y hacer memoria de una manera distinta a la memoria oficial.

La psicología tiene en sus raíces prácticas y de análisis mecanismos que operan en la conducta de los individuos y se relacionan con las prácticas que realizamos día con día. En palabras del psicólogo inglés Ian Parker (2010) “la psicología, en tanto disciplina, ha pasado a desempeñar una función muy concreta en el capitalismo, y las teorías académicas y las prácticas profesionales que constituyen la psicología en las escuelas, las compañías, los hospitales y las prisiones encajan todas ellas como mano en guante con el poder” (p. 16). Esta posición disciplinar ha creado brechas interpretativas muy amplias en el paradigma psi, puesto que muchas de las ocasiones la psicología dominante plantea y despliega su exorbitante capacidad para interpretar un proceso social anclándolo, al mismo tiempo, en una interpretación válida pero infértil en el proceso histórico de transformación social.


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Por otro lado, la psicología política tiene, como lo señala Lacerda Jr. (2014) cuando menos en América Latina, “lazos estrictos con la psicología social crítica” (p. 30). Por lo cual ambas disciplinas comparten no sólo los medios o formas de análisis de la realidad latinoamericana sino también pueden proporcionar herramientas emancipadoras y críticas  con el fin de producir nuevas tendencias prácticas en los sujetos, este último elemento es denominado por Klaus Holzkamp (2015) como “capacidad de acción” y es, a su vez, una de las matrices fundamentales de la “psicología crítica” (p. 64).

La psicología política, si bien analiza elementos como “movimientos políticos, el individuo como actor político, condiciones y estructuras políticas, procesos políticos y liderazgos políticos” (Sabucedo, 1996, pp. 25-26) no puede permanecer aislada de los elementos de la psicología social crítica con los que se encuentra íntimamente relacionada. Pues es mediante las coyunturas de los conceptos mismos de ambas ramas psicológicas donde pueden realizarse acercamientos a las problemáticas políticas que eviten mostrar a una psicología enteramente camuflada con los intereses del capitalismo y de las políticas de Estado.

En este sentido, Athanasios Marvakis (2011) señala que “las psicologías críticas son mucho más que simples ‘alternativas’ a la psicología dominante, y más que un simple ‘complemento’ para ella. Lo ‘dominante’ y lo ‘crítico’ siempre ha de ser ‘localizado’ en concreto: histórica y geográficamente. Lo que es ‘crítico’ en un ‘punto’ puede ser ‘dominante’ en otro punto y viceversa con todas las consecuencias ‘negativas’ para el ámbito de la emancipación y de la autodeterminación” (p. 126). En otras palabras, analizar desde la psicología crítica los procesos políticos, implica un trabajo de cuestionamiento a los conceptos producidos por las dinámicas de Estado para el sostenimiento de estrategias de normalización, contingencia política y determinación totalizante de cualquier práctica disidente.

En este sentido, según Georges Politzer (1970), “para que la crítica a la psicología sea eficaz, no debe hacer concesiones, no debe respetar sino lo que es verdaderamente respetable: las falsas concesiones, el temor a equivocarse exteriorizando todo el pensamiento o cuanto su pensamiento implica no consiguen más que alargar el camino sin más beneficio que la confusión” (p. 27) pues lo verdaderamente complicado es, precisamente, buscar desligar las nociones deterministas de la psicología dominante que articulan individualidades o procesos psicológicos de clasificación totales incluso cuando se hace alusión a colectividades que buscan encontrar respuestas en acciones meramente conductuales o individualizadas a todos los procesos políticos buscando, por ejemplo, designar mediante características de orden psicológico, una conceptualización específica y determinista en contra de quienes se oponen a un régimen político.

En un primer acercamiento crítico a la construcción de determinismos políticos en contra de los militantes subversivos de las guerrillas en México, podemos precisar que la psicología se encuentra también íntimamente ligada con las producciones ideológicas. Desde las nociones sobre el sentido común, pasando por las prácticas normalizadoras y llegando hasta la médula de muchos de los llamados “procesos de subjetivación” y “construcción de la identidad” se visualiza, en el plano psi, relaciones íntimas con la ideología y, por tal motivo, una especie de “psicologización” ronda sobre los sujetos y, en particular, con aquellos individuos que escapan con sus prácticas políticas a la normalización. Razón por la cual son también más susceptibles a un ejercicio de subjetivación-psicologización para interpretar su situación social como disidentes políticos.

Este terreno de la psicologización abyecta es escabroso y sustancialmente político, en este sentido, Parker (2010) denuncia las relaciones de complicidad entre la psicología y el capitalismo planteando que la “psicologización” misma “es parte esencial y necesaria del capitalismo” que “convierte la experiencia individual en un “asunto ‘psicológico’ como si se tratara de una dimensión que operase en el interior de cada persona” (p. 16). Por esta razón, la crítica a un pleno proceso de subjetivación y determinación es necesaria; no se trata de producir únicamente sujetos determinados por los dispositivos de poder sino de incidir en el cómo se realiza la creación de relaciones “psicologizantes” que determinan todo proceso social como una suerte de interiorización subjetiva que permite controlar a las disidencias desde el plano discursivo y no sólo a través de la represión policial o militar.

 

Ideología como mecanismo de psicologización

El análisis de la ideología en psicología social, quizá como la psicología social misma, es un hecho relativamente reciente; sin embargo, como propone Maritza Montero (1994) es necesario que “la psicología social, en tanto que psicología política, retome el concepto  de ideología como proceso ocultador, distorsionador de una realidad, que permite explicar por qué una persona puede no sólo aceptar explicaciones descalificantes  para sí como miembro de un grupo, sino aún reproducirlas y autoaplicarselas” (p. 208). Pues, en este sentido, si las conceptualizaciones realizadas por parte del Estado a los grupos guerrilleros durante la guerra sucia carecieran de contenido ideológico no tendrían repercusión en las percepciones de la sociedad civil y carecerían de efectos en ella.


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Los efectos ideológicos no son totalmente deterministas pero dan soporte a una idea representativa de los guerrilleros que era difundida por el Estado y que buscaba en gran medida posicionar una identidad inexorable del guerrillero. En esta línea, señala Eagleton (2004) que “la ideología es un ámbito de contención y negociación, donde hay una circulación continua: los significados y valores son robados, transformados, apropiados, a través de las fronteras entre distintos grupos y clases” (p. 208). La distinción anterior coloca nuestra reflexión en los dominios del lenguaje, sin duda cualquier forma de sostenimiento discursivo tiene implicaciones ideológicas las cuales son sometidas a los designios de la significación. Por tal motivo, la ideología no solamente “interpela” a los individuos como señaló correctamente Althusser (1968) sino es a la vez una práctica constante que no cesa de intercambiar sentidos mediante el lenguaje y sus construcciones.

Más allá de esto, como precisa Slavoj Žižek (2004) “una ideología no es necesariamente ‘falsa’ en cuanto a su contenido positivo, puede ser ‘cierta’, bastante precisa puesto que lo que realmente importa no es el contenido afirmado como tal, sino el modo como este contenido se relaciona con la posición subjetiva supuesta por su propio proceso de enunciación” (p. 15). En este sentido, toda producción ideológica se encuentra vehiculizada en los sujetos que son participes de la ideología y resulta interesante cuestionar cómo es que se establece la ideología, sus finalidades, sus alcances y la forma en que es utilizada para precisar una postura política.

Si bien la ideología se encuentra esparcida y transformada en la sociedad, es cierto también que el sujeto la utiliza en todo momento y de modos distintos. Sin embargo, existen elementos comunes que dotan a los sujetos de ideas características de tono o base psicológica; ya sean condiciones cognitivas, de personalidad, establecimientos del tipo salud-enfermedad, percepción de la violencia o necesidad de la misma. Estos elementos conforman un aparato psicológico profundamente ideologizado que es utilizado por parte del Estado para establecer categorizaciones en cuanto a los sujetos disidentes y, en este caso, también para emplazar a sus adversarios políticos.

De esta manera, la ideología juega un papel fundamental en los procesos de legitimación-deslegitimación de un grupo guerrillero y en general sobre cualquier conceptualización política. Siguiendo a Schmitt (1972) todo acto y “móvil político” se encuentra en la “discriminación del amigo y el enemigo” (p. 66).  De suerte que, para el Estado, es necesaria la creación de su enemigo y, además, encuentra pertinente dotarlo de características específicas e ideologizadas que justifiquen el uso de su violencia como Estado y al mismo tiempo habiliten su posición legítima. De forma paralela, el gobierno busca establecer discursos que deslegitimen al adversario político además de utilizar la fuerza coercitiva para el control de las disidencias.

Pero ¿Cómo puede el Estado lograr esos fines? Primeramente, debe identificar a su adversario y difundir la idea en la que él lo conceptualiza; esto se consigue otorgándole cualidades que pueden ser de diversos órdenes; sin embargo, uno de los más efectivos es la atribución de características propias de la psicología o haciendo uso del sentido común; estos elementos se encuentran tan difundidos socialmente que su utilidad resulta necesaria para poder esparcir las categorizaciones de aquellos que se oponen al régimen de Estado. A partir de esto, es posible plantear que las ideologías pueden también dividirse entre “ideologías de consolidación e ideologías de legitimación” siendo estas últimas las que tienen un “carácter colectivo” y que se encontraran enfocadas a dispersarse entre la población (García Cotarelo, 1981, p. 40).

Estas posiciones son también lugares de antagonismo político donde quedan enmarcadas las luchas por la hegemonía y de esta manera la legitimidad de la acción política. La posibilidad de antagonismo permite lo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (2011) refieren como la “imposibilidad de cierre” en cuanto a lo social y, a su vez, la formación de los “límites” de la sociedad lo cual permite establecer una lucha política matizada por la articulación y el antagonismo sin lograr una total identidad o identificación de los grupos subversivos; ya sea por condiciones establecidas por el Estado o de manera autónoma por parte de los mismos disidentes.  

A través de los medios de comunicación, la difusión de programas gubernamentales o informes de gobierno; el Estado puede, o cuando menos intenta, controlar la forma en que el sujeto interioriza la realidad de los hechos que acontecen. Un claro ejemplo puede encontrarse mediante el trabajo del sociólogo argentino Eliseo Verón (2002) quien mediante un profundo análisis de los medios masivos de comunicación, estructura cómo la información sesgada, parcializada y con un contenido ideológico es utilizada como estrategia para organizar una versión “móvil y utilizable a conveniencia” de un acontecimiento histórico.

 

 

 El terrorismo como agente psicológico político en los discursos de Echeverría

La necesidad del estudio del terrorismo en el presente trabajo no estriba en discernir si los militantes guerrilleros fueron considerados o eran realmente terroristas, tampoco en plantear hipótesis sobre características psicológicas de los guerrilleros que permitieran determinar si, de alguna manera los “terroristas” tenían algún problema de orden social o psíquico; tampoco es nuestra intención precisar si lo que existía en México puede considerarse a la luz de las teorías, comúnmente sociológicas o históricas, terrorismo. La intención es analizar de manera crítica algunos elementos del discurso gubernamental expresado por Luis Echeverría durante los seis años de su gobierno para poder profundizar las finalidades estratégicas de Estado que tiene la categoría terrorista  y, a su vez, qué fines tuvo la utilización de éste término para designar, identificar y exterminar a los grupos disidentes.

El término terrorista o terrorismo, de entrada, tiene una implicación necesariamente psicológica, se habla comúnmente del miedo en agudo o del terror que puede implicar cualquier acto de violencia; sin embargo, como cualquier significante, no puede operar sin la aparición de significantes que le son encadenados en relación. En este sentido, O' Sullivan (1987) menciona que “el terror se refiere a un estado psicológico, esto es, el estado de un extremo temor y ansiedad. Pero la adición de ‘ismo’ eleva el concepto del ámbito de la psicología y lo sitúa en las esferas de las creencias y las ideas” (p. 21).


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Existe entonces una delgada línea que intenta, a partir de los esfuerzos de categorización del Estado mexicano, hacer persistir e incidir mediante mecanismos individuales y psicológicos como el miedo y el terror, en la responsabilidad individual o grupal sobre los actos de violencia que, evidentemente, no pueden ser enlazados únicamente a condiciones subjetivas pues como hemos visto obedecen a condiciones superestructurales que determinan la naturaleza misma de la violencia. En palabras claras, el elemento terrorista es utilizado como tal para justificar la lucha política, designar a un responsable individual-grupal, siempre subjetivo y aislado, que ejecuta actos violentos que permiten justificar la acción represiva del Estado.

Es necesario señalar también que existen dentro del mundo académico, trabajos en psicología política para poder entender un fenómeno tan complejo y focalizado como el terrorismo (véase Horgan, 2006, 2009; De la Corte, Kruglanski, De Miguel, Sabucedo, & Díaz , 2007; De la Corte, 2006). Sin embargo, la apuesta del presente trabajo es utilizar la fuerza del texto mismo de Echeverría para denunciar, precisamente, los momentos en que la utilización de elementos de carácter psicológico e ideológico fueron aprovechados por éste para otorgar una clasificación precisa a los guerrilleros.

Entrando en materia, dentro de los seis informes de gobierno del presidente mexicano Luis Echeverría, por lo menos en su versión electrónica depositada en la página web de la cámara de diputados en México, los términos “terrorismo” y “terrorista” aparecen en dieciocho ocasiones. A continuación presentaremos algunos extractos de los informes presidenciales buscando, a partir de un análisis crítico del discurso, poner en suspenso la verdad que fue difundida por Echeverría en cuanto al terrorismo y cómo se fijaron las coordenadas de la psicologización de los guerrilleros.

En su tercer informe de gobierno, Luis Echeverría declara lo siguiente:

Hemos preservado la paz social. A pesar de que se han registrado casos aliados[2] de terrorismo, es indudable que esta forma de violencia no tiene arraigo en nuestro país. Como estrategia de lucha solamente puede prosperar en un clima de opresión totalitaria. Mientras la oposición pueda desenvolverse libremente, las organizaciones clandestinas resultan artificiosas y están destinadas a una existencia precaria (Echeverría Álvarez, 2006, p. 126).

 

La primera propuesta que hace Echeverría es colocarse a él y los suyos, es decir el Estado mismo, como quienes preservan la “paz social”. En otras palabras, gracias a su oportuna acción dentro del entorno político antagónico per se la “paz social” ha sido preservada. No han sido ellos quienes, con sus mecanismos violentos, la hayan incluso creado o fomentado sino todo lo contrario; a través de su acción decisiva la “paz” persistía en México. Es evidente que esa violencia, adjudicada al terror, no podría tener lugar en nuestro país pues, para Echeverría, “el clima de opresión totalitaria” es inexistente, no puede aparecer cuando ellos, los que cuidan “la paz”, permiten que su “oposición pueda desenvolverse libremente”. Sin embargo, la oposición, justamente está anclada en el término que Ecehverría denomina “terrorista”; lo que deja entrever que precisamente la oposición válida es aquella que se encuentra compartiendo algo de amistad con el régimen pues cualquier otra oposición  “tiene una existencia precaria”.

En este sentido, el discurso encarna la paradoja de la inclusión de los disidentes cuando se aloja en un contexto determinado y endo-grupal como el país mismo; el ejemplo dado por Echeverría promueve que “la paz” sólo perdura cuando el opositor al régimen se encuentra legitimado por la misma acción del gobierno en su reconocimiento o legalidad. Pero al nombrar a los terroristas, el tipo de reconocimiento reside ahora en la potencialidad negativa para “la paz” del sistema, pues Echeverría admite que cualquier disidencia terrorista es “clandestina” y está destinada a perecer; aunque adjudica un lugar a la disidencia en el contexto político, la utiliza con un fin deslegitimador de la lucha guerrillera.

La represión del Estado es justificada algunas páginas más adelante:

Ante el recrudecimiento del terrorismo y, en particular, del secuestro de naves y aeronaves, hemos señalado que la prevención y represión de estos actos son de la exclusiva competencia del Estado en cuyo territorio se producen (Echeverría Álvarez, 2006, p. 128)

 

Haciendo alarde de una política internacional de apertura, el presidente Echeverría somete todo acto terrorista a la represión del Estado posicionando el origen de la amenaza en las disidencias y la “competencia” por parte del Estado mexicano para disuadirlas. Su aniquilamiento no puede ser obra plenamente judicial o militar; es necesario convencer de que la acción violenta es legítima y es interna al Estado. Los guerrilleros mexicanos pertenecientes a las diversas guerrillas en dicho contesto histórico nacional son atravesados por la “competencia” del Estado para ser sistemáticamente clasificados como elementos terroristas que amenazan la tranquilidad del Estado mexicano; no se puntualiza aquí ni la situación política real nacional que los hizo emerger, ni tampoco la situación campesina que obligaba a los disidentes de Guerrero y Morelos a levantarse en armas, como tampoco se precisan las situaciones de descontento político que propiciaron el surgimiento de las guerrillas urbanas en las principales ciudades del país. De esta manera, el “recrudecimiento” de sus acciones se vuelve la punta del iceberg que sostiene su exterminio pero quedan desplazadas las situaciones y razones políticas que propiciaron las acciones guerrilleras. 

El cuarto informe de gobierno de Echeverría quizá sea uno de los más controvertidos de todo su mandato a la luz de nuestro análisis, no sólo por la ampliación discursiva en cuanto a política interna sino a una particular caracterización de los movimientos guerrilleros que acontecían en 1974. El siguiente extracto pertenece a dicho informe:

Ningún grupo, por poderoso que sea o por apoyado que esté en las grandes metrópolis económicas, puede erigirse en dueño de los destinos nacionales. Nadie, por más que diga defender causas populares, tiene derecho a vulnerar las instituciones que el mismo pueblo se ha dado. El orden público es presupuesto de todas las realizaciones del país. Lo defenderemos con determinación e invariable apego a la ley. En los últimos meses se han cometido varios delitos que tratan de encubrirse bajo un matiz político. Con actos terroristas se ha tratado de alterar, infructuosamente, el espíritu de trabajo que anima a la Nación. Quienes lo cometen y quienes desde la oscuridad los patrocinan, ignoran, o fingen ignorar, que las transformaciones políticas y sociales no son producto de acciones aisladas, sino de la participación popular consciente y mayoritaria, y que nuestro progreso no podrá ser detenido por los agentes provocadores de la represión (Echeverría Álvarez, 2006, pp. 178-179).

 

Los elementos constitutivos del apartado anterior son multidiversos. Echeverría aun cuando enarbola las “instituciones del país” creadas por “el pueblo”; maximiza la idea de totalidades populares como un grupo homogéneo en el que pudo establecer las condiciones del “orden público” y donde él pretende hacer guardar las instituciones; nuevamente la distinción utiliza una categorización del bien y del mal hacer; situación que parece conservar el orden establecido como aquello que es normal y “beneficia a todos”.

Pero el asunto va más allá, un acto “terrorista” daña a quienes integran ese “espíritu de trabajo”; los “terroristas”, en su actuar, “alteran”, evitan que el cauce de la explotación pueda continuar, son los terroristas quienes impiden que la explotación del trabajo proletario de manera sistemática y normalizada continúe. En otras palabras, el “terrorismo” es la amenaza a un “espíritu trabajador” normalizado, controlado y regulado por el Estado y el capitalismo.

Al utilizar estas palabras, Echeverría también atribuye al “terrorismo” la responsabilidad del “atraso” de la nación; disfraza los intereses del Estado y del sistema económico capitalista mediante la responsabilidad encomendada al progreso nacional que le es encomendada a la “participación popular”. Sin embargo, poco sabemos de quién es el progreso y por qué el “terrorismo” parece ser aislante de dicho progreso según el Estado; tampoco sabemos de manera muy clara por qué el terrorismo “amenaza” el desarrollo de esa “participación consciente”; pero, lo que quizá sea cierto, es que es un estorbo necesario para que las disposiciones progresistas del sistema explotador se lleven a cabo.

Estos dos términos: “consciente” y “espíritu” parecen contener una relación particular en el interior del discurso. A nivel cognitivo, una persona consciente estaría funcionando a partir del sentido que el Estado otorga al orden, al trabajo y, evidentemente, a los “terroristas”. El sujeto que atiende el mensaje debe comprender que alguien que “atenta” en contra del “orden” y del “espíritu del trabajo” es un enemigo del progreso colectivo cuando menos como éste es entendido por el gobierno de Echeverría.

De esta manera, se reduce el enfrentamiento político cargando de características particulares superestructurales de responsabilidad a los sujetos “conscientes” e individuales que construyen el “progreso” de la nación. Asimismo, la existencia del “terrorista”, mediante el juego de metáforas, demuestra que el “orden” y la “represión” están justificados a partir de que aquellos que no son “conscientes”; son ellos, los “terroristas” quienes, en su inconsciencia, impiden el desarrollo de un sistema económico y político a nivel de cada individuo de dichos sistemas; la propuesta del Estado pretende mostrar que el verdadero afectado es el individuo en su grupalidad o en su individualidad misma y no el sistema económico y político que organiza la vida normalizada y ordenada.

Este último ejemplo precisa la utilización de conceptualizaciones psicológicas dotadas de sentido para proponer que la amenaza puede ser reducida a un nivel individual y, a su vez, justificar la acción represiva. Se reconoce en el terrorista, el elemento que “altera” el sistema; sin embargo, la lectura que puede hacerse de dicho mecanismo sirve para descubrir cuál es la verdad que opera en el discurso del Estado que no es otra que la represión justificada desde un nivel cognitivo individual que estructura lo que puede tener un sentido consciente de explicación común hasta la exterminación de las disidencias en un nivel operativo de represión de Estado.

Echeverría, páginas más adelante en el mismo informe parece confirmar nuestras palabras:

Cuando promovemos la democratización general del país y la ampliación de los beneficios sociales, la violencia no puede ser sino arma contrarrevolucionaria. El origen del terrorismo puede resultar confuso. Sus intenciones, en cambio, son muy claras: afianzar los intereses retardatarios que dice combatir y dividir a los mexicanos (Echeverría Álvarez, 2006, p. 179).

 

Aquí, el primer artilugio ideológico de Echeverría es echar mano, como muchos de sus antecesores, de la tristemente célebre revolución mexicana, de la cual el Partido Revolucionario Institucional siempre se ha considerado heredero. La revolución de los terroristas, aún cuando sea realizada por los hijos de los mismos campesinos que lucharon en décadas pasadas por la revolución en Guerrero o Morelos, parecen no ser parte de la “estabilidad” del gobierno de Echeverría y buscan la “división entre los mexicanos”. Siguiendo esta línea, según Echeverría, el enemigo no sólo se encuentra combatiendo al Estado sino a la historia misma; un as debajo de la manga es matizar la división entre los mexicanos y distanciarlos del objetivo legítimo de lucha de un terrorista guerrillero que, por regla general en las guerrillas mexicanas, siempre estuvo direccionado al ataque frontal Estado por su responsabilidad en la creación de miseria y explotación de la nación.

En su último informe de gobierno en el año de 1976, Echeverría menciona lo siguiente:

El pueblo no se deja sorprender por el falso lenguaje de los terroristas. Sabe bien que lo que buscan es debilitar la unidad de los mexicanos frente al exterior, que lo que pretenden es endurecer la posición de las autoridades, obligarlas a renunciar al diálogo, hacerlas retroceder, impulsarlas a usar el orden como sustituto total de la justicia y, con todo ello, inducirlas a dar un salto atrás en la historia. El terrorismo es reaccionario. Está vencido por la historia. Es fruto de la confusión. Nace, se desarrolla y muere aislado del pueblo. Revela incapacidad para convencer y para vencer en el terreno de la política y en el terreno de las ideas. El terrorismo es fascista. Es expresión de falta de apoyo popular y de miedo a la inteligencia, por eso se refugia en la clandestinidad y amenaza la existencia humana (Echeverría Álvarez, 2006, pp. 348-349).

 

Este párrafo es, además del título de nuestro trabajo, un referente fundamental para resumir la estrategia psicologizante ejercida sobre el terrorismo. Aunque sabemos que todo acto terrorista se basa en un ejercicio simbólico, Echeverría lo denomina un falso lenguaje; una forma de lenguaje que no habla eso que él denomina “pueblo”. La clasificación de la falsedad anula, de facto, las posibles causas de lucha y la legitimación misma de los levantamientos guerrilleros. Asimismo, al utilizar la palabra “pueblo”, Echeverría hace una distinción clara entre un grupo interno (endogrupo) y un grupo externo (exogrupo), los “terroristas” que se muestran como desligados del grupo interno de mexicanos dotados de las características allegadas al orden y progreso planteadas por Echeverría; lo cual busca anular cualquier posibilidad política de los grupos guerrilleros por ser ajenos a los intereses nacionales.


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Los guerrilleros tienen un lenguaje, no como una propiedad propia de hablar sino como la posibilidad de incidir en el universo simbólico; cuando es invalidada la posibilidad de que ese lenguaje contenga algo de verdadero parece quedar también neutralizada por la acción propia del discurso. El “falso lenguaje” utilizado por los “terroristas” es entonces un lenguaje que no comparte el Estado y, por eso mismo, la falsedad en sí está mostrada como un elemento sintomático de la verdad del sistema político de Echeverría. En otras palabras, lo que Luis Echeverría pretende hacer pasar como falso contiene elementos que configuran la otra cara del Estado mismo; es decir, la versión que no comparte las ideas represivas del Estado y pone en juicio los elementos constitutivos de éste, por ejemplo la coerción y la explotación capitalista. Si ese lenguaje “debilita” la “unidad” del “pueblo” hace mella también en la organización discursiva institucional; es decir, es un discurso que no encaja en la capacidad institucional y jurídica del Estado pero que fundamenta toda acción represiva del mismo.

Otro elemento de profundo carácter psicológico se muestra cuando, para Echeverría, este “falso lenguaje” revela su “incapacidad” para “vencer” en el “terreno de las ideas”. Toda idea allegada a la disposición de los “terroristas” está entonces no sólo falseada sino imposibilitada en el “terreno de las ideas” de Estado. Las ideas de los “terroristas” son ajenas a las ideas que pueden entrar a la contienda política planteada por Echeverría. La anulación de las particularidades de las ideas guerrilleras quedan plasmadas mediante la supresión de una posibilidad política diferente dentro del sentido político del Estado. De igual forma, el “terrorismo” para el presidente “es fruto de la confusión” lo que permite que la falsedad del lenguaje tenga un origen determinado y “confuso”; quizás el estar “confundido”, el “no entender” las disposiciones en las que se establece “el diálogo” que propone Echeverría, representa un impedimento cognitivo por parte de los guerrilleros y de cualquier persona que “no entienda” ese dialogo.

La utilización de un factor cognitivo incisivo donde la psicología parece ser compinche del Estado en dialogo, emerge cuando Echeverría señala que el “terrorismo” es una expresión de “miedo a la inteligencia”. Más allá de un señalamiento a una condición cognitiva, el mensaje parece residir en la función del miedo como incapacidad de ser, en este caso, “inteligentes”; lo que supone que si los terroristas accedieran a la manera de hacer política de Echeverría entonces afrontarían su “miedo a ser inteligentes”. La “inteligencia” se muestra aquí como un lugar político allegado al Estado y sus disposiciones psicológicas; sin embargo, para Echeverría, los “terroristas” no son “inteligentes” pues su “inteligencia” no se encuentra valorizada en los márgenes de la correcta “inteligencia de Estado”.

Finalmente, Echeverría acusa que ese “miedo a la inteligencia” no sólo les segrega sino los vuelve “clandestinos”, los separa de los “inteligentes” ciudadanos que acatan las ordenes del sistema; y el asunto no para ahí, con singular brutalidad especifica: “amenaza la existencia humana”. En otras palabras, el “terrorismo” pasa de ser un enemigo directo del Estado en un plano político “plural” a ser un elemento restringido hacia un posicionamiento individual; es una “amenaza” para cualquier “existencia humana” lo que deslegitima por completo que la batalla de los guerrilleros sea por una causa diferente al orden de Estado; la carencia de una inteligencia ordenada es un ataque incluso a cualquier sujeto por el simple hecho de existir.

 

A modo de conclusión

Este breve análisis discursivo posicionado de una manera crítica nos permite indagar los posicionamientos del Estado y en particular de Luis Echeverría sobre los distintos actos guerrilleros. Como mencionamos al inicio del trabajo, la posición de apertura del gobierno mexicano se muestra en todo momento y de forma reiterativa. Sin embargo, no es de extrañar que la dinámica de supresión de las disidencias nos deje entrever, mediante las metáforas discursivas de Echeverría, la otra versión de los mecanismos coercitivos del Estado.

Es necesario plantear que los dispositivos psicológicos que se encuentran ligados directamente a las funciones ideológicas son clave para el análisis del texto mismo. De esta forma podemos observar cómo se amalgaman elementos como el miedo, la falsedad, la inteligencia y el diálogo con la forma institucional de deslegitimar a un grupo. Nuestro análisis permite ver cómo los elementos psicológicos son tomados como referentes para generar, en un primer momento, una normalidad establecida y delineada sobre los modos de pensar de los sujetos de un Estado.

En un segundo momento, el término terrorista tiene una funcionalidad precisa con el desarrollo de la memoria en torno a los guerrilleros. El discurso oficial no sólo les margina sino les posiciona como adversarios momentáneos, que parecen no tener ninguna trascendencia, e internos, pues se trata de una guerrilla nacional y focalizada que les impediría tener injerencia en las futuras disidencias. Para Echeverría, el lenguaje de los terroristas no sólo es falso sino también intrascendente, en su falsedad se bloquearía la posibilidad de regenerarse y reinventarse en la memoria pues el terrorismo está “vencido por la historia”. Sin embargo, al confrontar el texto con elementos contemporáneos en torno a la organización del Estado, podemos dar cuenta que se establecen condiciones de una cierta memoria estatal. El Estado tiene memoria y “aprende” y, también repite” de manera diferente; aunque en el México contemporáneo no se hable de disidentes, la memoria del Estado se reorganiza y cambia los significantes que representan a los guerrilleros.

Desde nuestro punto de vista, abrir un texto es confrontarlo a la aleatoriedad de la reinvención y de la reconstrucción del mismo. No podemos negar que probablemente se pueden enumerar multitud de elementos psicológicos en los discursos de Echeverría incluso a manera de test de inteligencia. Lo verdaderamente interesante parece ser indagar para qué fines se articulaban los discursos de Echeverría de esta manera, ¿Por qué se utiliza el término “terrorista” y no el de “guerrillero”? ¿Qué funciones histórico-políticas puede tener caracterizar a un enemigo de esa manera? ¿Qué elementos siguen siendo utilizados incluso de manera pedagógica para clasificar a las disidencias contemporáneas? Las respuestas son también aperturas que no encuentran un cierre final certero.

Si bien podemos localizar en los informes de Echeverría los elementos característicos de la construcción de un adversario como comparación con grupos externos, construcción de la amenaza y elementos psíquicos referentes al miedo y la inteligencia, es también necesario plantear que éstos son utilizados como una especie de vehículo que permite difundir una idea más aguda sobre la “amenaza” que representan los guerrilleros y sobretodo buscando anular cualquier posibilidad política de los disidentes, usando las palabras de Echeverría; para hacer política e incluso psicología política crítica en aquellos y en estos tiempos espinosos, es necesario usar un “falso lenguaje” que desvele el lenguaje oficialista del Estado.

 

Notas:

[1] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco – Universidad de Santiago de Compostela

[2] Las cursivas son nuestras, el texto se transcribe tal cual aparece en el documento oficial. Es interesante pensar en el equívoco ortográfico de quien realizó la transcripción, pues el terrorista como término puede ser también un aliado que permita el ejercicio de la violencia política.

 

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Cómo citar este artículo:

JUÁREZ SALAZAR, Edgar Miguel, (2016) “El “falso lenguaje de los terroristas” según Luis Echeverría. El terrorismo como elemento de psicologización sobre los guerrilleros durante la guerra sucia desde la psicología política crítica”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 29, octubre-diciembre, 2016. Dossier 19: Herencias y exigencias. Usos de la memoria en los proyectos políticos de América Latina y el Caribe (1959-2010). De Chihuahua a los Andes. Huellas y caminos de las rebeliones en la sierra. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1378&catid=59