México al filo del agua
Acumulación de contradicciones y revolución inminente

Para determinar de acuerdo con las tendencias objetivas cuál será el curso probable de los acontecimientos, tenemos en el marxismo nuestro referente indispensable. Pero «nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción» que es «enemiga absoluta de toda fórmula abstracta, de todo receta doctrinaria». Tomado en este sentido, se trata de un método para el análisis concreto de las fuerzas que operan en una situación histórica determinada, por lo que debe privar el principio de especificación histórica: el marxismo no trata de establecer verdades eternas o naturales, sino verdades situadas.

Palabras clave: marxismo, desarrollo, México, contradicción, revolución

 

Nuestro destino es la lucha más que la contemplación

J.C. Mariátegui

 

La tarea es hallar la lógica específica del objeto específico. Mirar los hechos de frente e «introducir en la teoría la marcha viva del proceso histórico» es la única manera de evitar el anquilosamiento del marxismo y la primera obligación del marxista.[1] Es el único camino para que este cuerpo de pensamiento sea crítico, creativo y revolucionario. Esa es la senda de Lenin, Mariátegui, Mao Tse Tung, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Che Guevara y tantos otros que no vivieron de los réditos de El capital sino que se propusieron entender el mundo que les tocó vivir para transformarlo de manera efectiva y llevaron a buen puerto la doble tarea de adaptar el marxismo a las condiciones de su realidad específica y traducirlo a la lengua de cada uno de sus pueblos.[2]

 

I

En el análisis de una situación determinada, debemos evaluar siempre el estado en que se encuentra la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. El campo específicamente marxista es el campo de las relaciones entre estructura y superestructura, para decirlo en términos clásicos. Dentro de esta tarea, debemos analizar perentoriamente todo el proceso de desarrollo del capitalismo para ubicar las contradicciones entre las clases sociales que dicho desarrollo genera de manera inevitable pero siempre bajo formas nuevas, a manera de principio motor de la realidad social. Por eso, el marxismo es ante todo análisis de la lucha de clases: se trata de «tener en cuenta con estricta objetividad las fuerzas de clase y sus relaciones mutuas».[3] El resultado será un cuadro completo de las distintas clases y fracciones de clase, de su composición, sus relaciones antagónicas y sus alianzas. Todo esto para apreciar los cambios que se han operado en las clases sociales, determinar con precisión las relaciones amigo/enemigo, ubicar las fuerzas motrices de la revolución y derivar estrategias y tácticas acertadas, fundadas en el desarrollo de los acontecimientos. Pero esto no se hace con un frío objetivismo sino a manera de una apasionada crítica que se lanza, en medio del fragor de la batalla, desde el punto de vista de una clase bien determinada: el proletariado.

 

II

En México, el cuadro de las clases sociales y sus contradicciones se ha transformado de manera significativa. Los hechos más destacables son:

1.  La recomposición de la oligarquía financiera vinculada estrechamente al imperialismo y transformada en fracción dominante, dueña del Estado y monopolizadora de los sectores dinámicos de la acumulación sobre todo los orientados a la exportación. Se trata de la neo-oligarquización de la economía y la política, del dominio pleno de un estrecho grupo de familias beneficiadas con los procesos de privatización, pero sobre todo beneficiadas por el espectacular salto en la tasa de plusvalía derivado de la ofensiva neoliberal contra los trabajadores. Este sector es el enemigo principal, aunque no el único, para cualquier iniciativa proletaria o simplemente popular: actúa como cabeza de playa o vanguardia, cohesionando y dirigiendo al resto de la burguesía.

2.  La fragmentación o pulverización de la clase trabajadora, ahora conformada por un contingente mayoritario de trabajadores con bajos salarios, sin contrato escrito, sin sindicalización, sin prestaciones, con jornadas irregulares y laborando en micro y pequeños establecimientos. Al lado de la concentración y centralización del capital, del reforzamiento de los lazos de dependencia con el imperialismo norteamericano y del recrudecimiento del poder de clase de la burguesía, el desarrollo del capitalismo en México aceleró el proceso de proletarización que se resume en la destrucción de la pequeña propiedad, urbana y rural, y en la concomitante salarización de la gran mayoría de los mexicanos. La clase que vive del trabajo es el contingente mayoritario de la población mexicana. Así, el desarrollo capitalista ha creado a gran escala la posibilidad de su propia negación. Sin embargo, el proceso adquirió una forma que dificulta la formación de la clase, el proceso de integración de todos los trabajadores del campo y la ciudad, ahora notablemente dispersos por la acción de la recomposición capitalista que les precarizó y destruyó sus organizaciones gremiales, comunitarias y políticas. Asimismo, la particular forma de desarrollo del capitalismo anuló, por lo menos temporalmente, la posición estratégica del proletariado que devenía de su concentración -ahora inexistente- y de las potenciales tareas educativas que desempeñaba el gremialismo, -ahora criminalizado- como primera escuela de formación política. Todos estos procesos fueron dirigidos a minar las condiciones de soporte de la clase y por tanto, la condición estratégica de los trabajadores en el bloque popular. De eso precisamente se trataba el neoliberalismo como estrategia contrainsurgente: de disgregar a la clase que mejores condiciones tiene para articular el bloque popular y de restarle las posibilidades insurreccionales que en un momento determinado puede poner en operación. La pérdida de relevancia de la clase obrera no es únicamente un «dato de la estructura» sino el resultado de una estrategia política concreta, a la que contribuyó el «adiós al proletariado» machaconamente repetido por los intelectuales que abandonaron las filas del socialismo y se afiliaron a la «reflexión desde la derrota». No obstante, la clase trabajadora sigue siendo la fuerza fundamental de la revolución del porvenir: ningún intento serio por transformar las condiciones existentes puede prescindir de ella o desdeñar su papel. Más aún, los límites de las iniciativas revolucionarias hasta ahora desarrolladas tienen su explicación esencial en este factor todavía ausente.

3.  La destrucción de las condiciones de producción y reproducción material y espiritual de la clase campesina, amenazada de muerte como nunca antes, desprovista ahora de los diques de protección surgidos de la revolución mexicana, específicamente de la sustracción de la tierra de los circuitos del capital. La reactualización de los mecanismos de la acumulación primitiva, centrados en la depredación de las tierras comunales y ejidales, es un hecho que modificó radicalmente la morfología de esta clase introduciendo, por ejemplo, su movilización general hacia los Estados Unidos y su vuelta a la insurgencia armada. Debido a la forma en que se configuró el desarrollo del capitalismo y las contradicciones de clase que generó, la iniciativa revolucionaria viene sobre todo, nuevamente, del mundo rural y se articula en una estrategia de guerra prolongada y de desgaste, dado el momentáneo repliegue del proletariado urbano de cualquier tipo. Al interior de la izquierda extraparlamentaria, todos los grupos con capacidad de dirección y con autoridad moral son predominantemente rurales, además de armados. Los campesinos e indígenas son, por tanto, el sector más decidido en la lucha.

En esta modificación del cuadro de las clases sociales fundamentales se trasluce la disgregación del México surgido de la Revolución mexicana, incluida una cierta forma de relación entre clases dominantes y subalternas que puede ser llamada nacional popular o nacional revolucionaria y que ha sido alterada de tal manera por el dispositivo de guerra de la recomposición capitalista que todo intento por resucitarle es completamente ilusorio. La correlación de fuerzas hasta entonces existentes ha sido modificada poniendo en cuestión todo tipo de reedición del pasado, incluido cualquier intento de conciliación entre las fuerzas en pugna.

 

III

El análisis anterior de las fuerzas en contradicción se basa en la idea de que es importante no desembarazarse de «los demasiado incómodos compromisos de analizar las raíces estructurales de una situación política».[4] En realidad la ventaja de la política marxista está fundada en la necesidad de averiguar «cómo nace el movimiento histórico sobre la base de la estructura», lo que equivale a explicarse la formación de grupos políticos activos.[5] En el caso del fenómeno estatal, estudios recientes han precisado la manera en que «la gran transformación mundial que empezó a abrirse paso en el último cuarto del siglo XX rompió los soportes, acuerdos y equilibrios en que se sostenía la constitución estatal mexicana». Se trata de «la desintegración del complejo de relaciones sociales que nutrieron una constitución estatal: una forma específica de la relación mando/obediencia y una configuración hegemónica». Los fundamentos del Estado mexicano estarían en cuestión: la exclusión de la tierra de los circuitos del capital, el control estatal de la renta petrolera, el equilibrio frente a Estados Unidos, por ejemplo.[6] Para algunos, se trata del cuestionamiento de los fundamentos mismos del Estado nacional mexicano construidos en el arco histórico abierto con las reformas liberales juaristas. Para otros, más que la disolución o fragmentación del «Príncipe mexicano» en cuanto tal, se trata de un proceso de crisis y recomposición: atravesamos un periodo liminar que puede concluir con la tercera gran transformación estatal en México o con el agotamiento y destrucción de todas las fuerzas en pugna. La primera gran transformación habría visto nacer al Estado liberal-oligárquico que dominó la escena entre 1867 y 1914; la segunda concluye con el establecimiento del Estado nacional-revolucionario, que se construyó entre 1915 y 1938 y que rigió sin mayores sobresaltos hasta 1982. A partir de esta última fecha, se abre un proceso en que predomina el elemento de «crisis del Estado en su conjunto».


En todo caso, no hay que olvidar las iniciativas de recomposición de la relación mando/obediencia, venidas desde arriba o desde abajo del espectro social. Al lado de la disolución o crisis del Estado existen los procesos de recomposición. Y no sólo la recomposición proveniente de las clases dominantes a manera de restauraciones, conservaciones o contrarrevoluciones, sino la recomposición proveniente de los explotados y oprimidos cuya creatividad se sintetiza en la generación de «Estados de nuevo tipo» entendidos como nuevas formas de vivir en comunidad, de organizar la voluntad soberana y de administrar la vida colectiva. Se trata, entonces, de no olvidar que un momento crítico está determinado tanto por el fracaso de la clase dirigente como por el hecho de que vastas masas pasan de golpe de la pasividad política a una cierta actividad, separándose de los partidos tradicionales y planteando reivindicaciones que «en su caótico conjunto constituyen una revolución».[7] En México esto ocurre a mediados de los noventa, cuando la apertura de un nuevo ciclo de luchas populares se habría sumado a la fragmentación del bloque de poder que se venía arrastrando desde 1988. Pero la fuerza no ha dado para mucho: la verdad es que vivimos un momento histórico en que la moneda está en el aire: si bien los de arriba no pueden dominar como antes, los de abajo no alcanzan a afianzar su proyecto, o dicho de otra manera, es un periodo en que «muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo». Es en la característica de ser un proceso aún abierto donde reside la peculiaridad del periodo histórico que atravesamos: ninguna fuerza o combinación de fuerzas ha podido constituir un proyecto hegemónico de nación.

 

IV

La historia de las sociedades no es un proceso que transcurra siguiendo una línea recta, continua y siempre ascendente. Ni está formada por segmentos de tiempo iguales en densidad y velocidad. Se trata de un movimiento que discurre a saltos, «a través de catástrofes y revoluciones, que son otras tantas interrupciones en el proceso gradual…».[8] En el devenir de la sociedad capitalista existen sobresaltos, puntos de inflexión, mojoneras que marcan momentos de crisis, de resolución y redefinición en que la historia se densifica y acelera. Son momentos en que se define si el organismo capitalista vive o muere, por lo menos en la forma hasta entonces conocida. Si al resquebrajamiento de un cierto modo de acumulación y de una cierta formación estatal se agrega la irrupción en la política de «nuevos» segmentos de las clases populares hasta entonces excluidos de la lucha por el poder, entonces tenemos una situación revolucionaria: un tiempo social de máxima complejidad donde «la incesante y lenta acumulación de los siglos estalla en una erupción volcánica… uno de esos raros momentos en que la sociedad está a punto de ebullición y es, por tanto, fluida».[9] Se trata de momentos históricos en que «veinte años se condensan en un día» y «millones y millones de hombres aprenden en una semana más que en un año entero de vida rutinaria y soñolienta porque entonces se ve con especial claridad qué fines persiguen las distintas clases sociales, de qué fuerzas disponen, con qué medios actúan».[10]

No obstante, una distinción importante es aquella entre época revolucionaria y situación revolucionaria, distinción necesaria para no «ignorar todo el problema de las precondiciones concretas para una situación revolucionaria al afirmar abstractamente el carácter revolucionario del periodo mismo».[11] Hace tiempo que vivimos una época revolucionaria, en el sentido definido por Marx en el Prólogo de 1859 como lapso histórico en el desarrollo de una sociedad en que «las fuerzas productivas materiales entran en contradicción con las relaciones de producción existentes».[12] Pero sólo la conjunción de otras condiciones, provenientes de la esfera de la voluntad organizada de los explotados y oprimidos, puede provocar una situación revolucionaria, un momento de resolución del conflicto de clases. «Sólo cuando los de abajo no quieren y los de arriba no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces puede triunfar la revolución».[13]

En México, las contradicciones derivadas del desarrollo capitalista se acumulan en el punto histórico que hoy vivimos. Tanto en el imaginario popular como en el imaginario de la clase política y los publicistas de variado tipo aparece la crucial importancia del año 2010 y de lo inminente de un estallido social que corone el desarrollo de los acontecimientos hasta ahora seguidos. Aunque las revoluciones no se crean a voluntad ni se repiten cíclicamente, México parece acercarse a un momento de resolución de las contradicciones acumuladas. Por lo pronto, estamos al filo del agua, hay atisbos de tiempo huracanado, una sensación de agua con viento previa a la tormenta y todas las fuerzas sociales y políticas se hallan en tensión. Más aún, es de esperarse que, conforme la más reciente crisis económica avance, los antagonismos se radicalicen, un conjunto de mediaciones sociales sea destruido y el conflicto tome un cariz más abierto: cada vez es más claro el agotamiento del margen para que los desajustes entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción se arreglen conservando la línea gradual de la evolución histórica.

Por lo tanto, es necesario tomarle el pulso a los acontecimientos, «medirle el agua a los camotes», desarrollar una mirada teórica y política centrada en la revolución inminente, que describa la acumulación de las contradicciones sociales, haga el mapa de las fuerzas en lucha y contribuya a resolver los problemas candentes del proceso revolucionario para que la explosión no se diluya, sea contenida, dirigida a otros fines o termine derrotada. Nuestro arte consiste en saber valorar con exactitud el surgimiento de una situación revolucionaria, que es el momento fundamental para operar sobre la realidad y hacer historia. En este sentido, nada es más vano que intentar exorcizar la tempestad con propuestas peregrinamente destinadas a atenuar las contradicciones. La posibilidad de una revolución es un hecho que no depende de las voluntades individuales: es el resultado objetivo del desarrollo capitalista. Además, nuestra profesión no es vender recetas para detener la historia. Nuestra posición es la del campesino que observa con esperanza los nubarrones y susurra una plegaria para que las aguas se desaten con fuerza.

 


Notas:

[1] Georg Lukacs, Lenin (La coherencia de su pensamiento), Ed. Grijalbo, México, 1970, p. 13.

[2] V.I. Lenin, Informe presentado al II Congreso de toda Rusia de las organizaciones comunistas de los pueblos de Oriente, Obras escogidas, T. 3. p. 305, 306.

[3] V.I. Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, p. 361. También Lenin, Carlos Marx (Breve esbozo biográfico con una exposición del marxismo), en Obras escogidas, Tomo 1, Ed. Progreso, Moscú, 1960, p. 50.

[4] Alejandro Pizzorno, «Sobre el método de Gramsci. (De la historiografía a la ciencia política)», en Gramsci y las ciencias sociales, Ed. Pasado y Presente, Córdoba, 1972, p. 50.

[5] Antonio Gramsci, Obras de Antonio Gramsci. Tomo 3. Cuadernos de la cárcel: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Juan Pablos Editor, México, 1975, p. 133. Se trata del Cuaderno 11; Ver, Gramsci, Cuadernos de la cárcel, Tomo 4, Ed. Era, México, 1999, p. 281-282.

[6] Rhina Roux, El príncipe mexicano. Subalternidad, historia y estado. Ed. Era, México, 2005.

[7] Gramsci, Obras de Antonio Gramsci, Tomo 1. Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno, Juan Pablos Editores, pp. 76, 77. Se trata del Cuaderno 13, «Notas breves sobre la política de Maquiavelo», en Gramsci, Cuadernos de la cárcel, Ed. Era, México, 1999, p. 52.

[8] Lenin, Carlos Marx (Breve esbozo biográfico…), en Obra escogidas, Tomo 1, Editorial Progreso, Moscú, 1960, p. 32.

[9] C.L.R. James, Los jacobinos negros. Toussaint L'overture y la revolución de Haití, Ed. FCE, México, 2003, p. 18.

[10] V.I. Lenin, Las enseñanzas de la revolución, en Obras escogidas, Tomo 2, Ed. Progreso, Moscú, 1960, p. 217.

[11] Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci. Estado y revolución en Occidente, Ed. Fontamara, Barcelona, 1979, p. 91.

[12] Karl Marx, «Prólogo» de la Contribución a la crítica de la economía política, Ed. Siglo XXI, México, 2003, p. 5.

[13] V.I. Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, en Obras escogidas, Tomo 3, Editorial Progreso, Moscú, 1979, p. 405.