Ética y ética pública

Ethics and public ethics

Ética e ética pública

Juan Huaylupo Alcázar[1]

Artículo recibido: 15-01-2013; aceptado: 20-02-2013

La ética y las relaciones sociales

Es una consideración generalizada el evocar la inexistencia de ética cuando existen conductas improcedentes socialmente o procesos que violentan los derechos individuales y sociales. Sin embargo, la ética no es la causante de tales prácticas, dado que, ningún fenómeno simple o complejo, puede ser originado por una determinación inexistente. El conocimiento de lo real, sólo puede ser evidenciado, comprendido o explicado en la interacción causal peculiar de factores existentes. Pero, esta consideración hace referencia indirecta que lo ético, es el respeto a pautas de comportamiento y actuación establecidas por una colectividad en interacción cotidiana. La ética en esta sentido, contribuye a la regularidad de las relaciones sociales, como un saber que nos instruye y condiciona la actuación individual ante los otros[2].

Las relaciones cotidianas o los patrones de interacción social son constructos gestados a través de los tiempos por los grupos y pueblos, en condiciones particulares. Las pautas de valores y conductas de los individuos en las organizaciones sociales, o la ética, tienen raíces históricas y culturales, las cuales modelan las relaciones de los individuos. Se podría afirmar, que la ética es la forma concreta como se manifiesta la historia, cultura e identidad común de una colectividad. Esto es, la calificación de ético o antiético no es arbitraria, ni puede ser definida individualizadamente, responde a valores y prácticas validadas socialmente por la historia y cultura de un grupo o pueblo particular. La ética no está conformada por comportamientos mecánicos ni son formas sin contenidos, susceptible de imitar y reproducir, posee contenidos particulares que se manifiestan con formas en apariencia similares a otras, aunque con contenidos y significaciones que son específicos. De tal manera, la ética constituye un modo que propicia y contribuye a la comunicación y acción de las personas en sus comunidades.

La validación universal de lo ético, es un equívoco, o es una manifestación intencionada de imposición de valores y prácticas de una sociedad sobre otras, lo cual se aleja de toda consideración ética, para convertirse en un proceso de dominación que pretende erradicar toda referencia a un pasado, historia y cultura de los pueblos, para validar la posición del invasor o dominador. Las prácticas de los colonizadores que imponían patrones de comportamiento a los colonizados, no eran prácticas éticas, dado que se exigía comportamientos que eran ajenos y extraños a las poblaciones, mientras que se irrespetaban los propios. La dominación es el ejercicio de un poder autoritario que transgrede a toda ética.

La convivencia entre individuos y sociedades, supone el respeto de las distintas cosmovisiones y comportamientos de las colectividades orgánicas, creer que sólo los valores de una sociedad o cultura deben prevalecer sobre otros, ha sido una infame práctica que violenta la ética propia y ajena, para ser de modo descarnado de autoritarismo de toda naturaleza en el mundo. La dominación o la autocracia, niega todo poder que emane de la sociedad, de toda decisión y voluntad colectiva, luego no respeta ninguna moral que emane de la colectividad de organizaciones o pueblos.

La ética en los regímenes esclavistas y feudales era la asociación de principios y valores directamente relacionados con poderes autocráticos, no requerían de una validación social, más allá de la clase en el poder, pero eran facultades encubiertas de una aura de aparente justicia imparcial amparada por la incuestionable presencia de algún Dios que designaba lo bueno y castigaba lo malo. Lo divino, el poder y la ética conforman una inseparablemente unidad dominante en aquellas sociedades. La conmoción social por las revoluciones burguesas transformaron esa triada, para hacer social y terrenal, el poder, la política y la ética. La sociedad ya no era, un constructo divino de reyes y aristócratas, ni la ética representaba la imparcialidad de una justicia divina. Sin embargo, las religiones a través de los tiempos, buscan incidir sobre el comportamiento de los individuos y sociedades, porque asume representar a incuestionables dioses de lo bueno[3]. Lo sagrado y ético para los poderes autoritarios, es un ideal para lograr sumisas obediencias, quizás por ello, no es extraña ni esta alejada, su asociación con intencionalidades autoritarias de algunos Estados. Así, la ética como religión, será la expresión política de viejos regímenes autoritarios e individualistas en el presente globalizado.

El prejuicio o creencia de valores universales que se expresan del mismo modo, como suele atribuírsele a la ética, se ha convertido en una posición que no admite reflexión ni requiere evidencia alguna, como un mito o un dogma incuestionable. De este modo, la ética se convierte en un régimen inexplicable, que sin razonamiento alguno se impone a la actuación concreta de los individuos en cualquier tiempo y espacio. Esa concepción, es la negación de valores y comportamientos acordes con la voluntad, conciencia y dinamismos de las poblaciones, para convertirse en una cárcel que se impone a los individuos como una dominación, encubierta como única y mejor forma de actuación individual y colectiva.

La ética como un conjunto de valores, creencias y tradiciones, modela cotidianamente los comportamientos individuales en una colectividad determinada. Sin embargo, la ética no es individual, el patrón de comportamiento ético seguido y respetado por muchos, es una construcción inédita a través del tiempo de cada colectividad. Así, es parte integral de la cosmovisión creada por la imaginación, experiencias y dilemas de los pueblos. No es un patrón impuesto ni una formalización reglamentaria o estatutaria, ajena a la cotidianidad e historicidad de las poblaciones. Las creencias y prácticas ideológicas, míticas o políticas en la historia de los pueblos, han construido inextricablemente una ética. Se podría afirmar, que es una fuente que otorga sentido, consistencia y personalidad a los sujetos y colectividades. Cuando la actuación de las personas es aceptada en razón de nuestras creencias, es una muestra de una comunidad que comparte valores, actitudes, experiencias y un futuro común. Sin embargo, no es posible esperar que las cosmovisiones, valores y acciones puedan ser comprendidas y aceptadas por cualquier individuo, comunidad o cultura[4]. Es un mito el creer que la ética es neutral, valida todas las colectividades en todos los tiempos. La universalidad de las creencias es la negación de la particularidad de las culturas, de la diversidad y pluralidad de realidades, pensamientos e ilusiones, así como, es la anulación de la libertad de imaginar destinos diferentes para las sociedades. La inmutabilidad de la ética y las sociedades es una fantasía de un mundo estático y mecánico. La ética forma parte de una concepción de mundo, integrada a la vida cotidiana y devenir de cada organicidad social, no es independiente ni determinadora de la sociedad.

Todo irrespeto o transgresión a las pautas éticas establecidas socialmente, son censurables y condenables por un orden o poder establecido. La ética en todos los tiempos, ha actuado decisivamente en la conservación o defensa de prácticas arraigadas socialmente, como un modo de reproducir a una colectividad determinada, luego supone e implica poder. La sanción o castigo a quienes violan un orden establecido, es social y en muchos casos también jurídica. Las pautas éticas no son naturales, espontáneas ni son inventos de dioses o autócratas, son constructos sociales respetados para la continuidad de un sistema de valores y comportamientos compartidos. La validación social de la ética también justifica y garantiza la reproducción del sistema originario, así como, supone e implica poderes establecidos. La ética no es neutra ni imparcial, se nutre del sistema, así como le es útil y necesaria, como lo evidenciaba Aristóteles (1959), al justificar la imposibilidad de autodeterminación a los esclavos.


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El asociar la ética con lo bueno, correcto y lo aceptado socialmente, ha permitido asociarla con la justicia (MacIntyre, 1991) y la legalidad, sin embargo, la normatividad jurídica no necesariamente se corresponden. La ética podrá ser formalizada, aunque para su respeto y validación no requiere de leyes, como tampoco ellas hacen referencia directa con las conductas éticas ni con la justicia requeridas por la pluralidad social en sus contextos. La distancia de separación entre la ética y la justicia se hace abismal, ante una formalización jurídica resultado de componendas, negociaciones cupulares o chantajes, que privatizan el bienestar y castigan a los trabajadores o cuando se aprecia que los castigados y condenados en las cárceles son los pobres y excluidos de la sociedad. Los Estados y su aparato institucional no es neutro, como tampoco lo son las leyes ni el modo de hacerlas cumplir. Así, es posible afirmar que no es ético ni justo el sistema y poder que arrebata libertad, democracia y organicidad a la heterogeneidad social.

“Ningún juez puede condenar aplicando rigurosamente la ley sin un poco de remordimiento y de mala conciencia, es decir, sin ese fondo de humanidad (nunca agotable en la definición del derecho positivo) y sin el cual toda justicia pasa de ser pura y simple barbarie.” (Vattimo, 2012: 11).

La legalidad que supone e implica poder, ha generado ilegitimidad, ha provocado la penalización de los excluidos, de los que no tienen voz. La legalidad no se relaciona con lo moral en el presente, sino con la perpetuación de poderes exclusivos y excluyentes, que violentan pensamientos, comportamientos y valores que emanan de la historia, cultura y vida de la diversidad social.

La ética hace referencia a una colectividad social, no es individual, en todos los casos, es una construcción histórica, como una condición para la convivencia y la vida en sociedad. Las culturas suponen e implican principios éticos, implícitos o explícitos. Las prácticas individuales que respetan los valores de la comunidad y cultura, también la representan. La manifestación ética se presenta como individual y operativa en las relaciones cotidianas, pero su origen y respeto son de una comunidad. La historicidad de los pueblos, la cultura, la identidad social constituyen las bases de toda ética, sin las cuales no existe, es subyacente a toda actuación de los individuos en sociedad.

La ética da consistencia a las relaciones entre las personas, a la vez que coadyuva a la identidad orgánica y posibilita la socialidad en sus relaciones. Toda ética es colectiva y en ese sentido pública, en tanto que es una construcción colectiva y porque es común a una población, no al universo social, sino a una colectividad integrada[5]. De este modo, la ética no es resultado de decisiones autocráticas o de otros con pretensión mesiánica, que imponen prácticas caprichosas y arbitrarias, distintas o contrarias a las arraigadas histórica y culturalmente por los pueblos. El que se imponga formas particulares de actuación a las poblaciones, no se relaciona con la ética, ellas son formas violentas de dominación a las poblaciones, a quienes se les ha privado de la libertad de actuación en correspondencia con sus formas de vida. La coacción, represión y el miedo provocada por dogmas y tiranos contra los valores, las actitudes y comportamientos de las poblaciones, para imponer comportamientos a favor del dominio, no crea ética alguna, por el contrario la niega y la destruye, como a los patrones de vida de las poblaciones.

Las rupturas sociales son críticas a la ética, al orden jurídico y poderes establecidos. Revertir las prácticas dominantes ha implicado la destrucción sus cosmovisiones, para reivindicar proyectos de vida, cultura y ética de los pueblos (Dussel, 1998). En democracia, no existe homogeneidad ética, sino diversidad y respeto a los patrones culturales de la heterogeneidad social y orgánica.

El irrespeto a los valores y pautas establecidas por parte de individuos, ha originado en todos los tiempos, sanciones de diversa naturaleza, según la valoración de la gravedad de la violación y la naturaleza de las organizaciones y sociedades, así como ha derivado en ingobernalidad o ilegitimidad a gobernantes autocráticos.

El pensamiento liberal del presente al privilegiar lo privado y lo individual, también ha destacado la existencia de una ética privada, la cual paradójicamente, es tan privada como las condiciones sociales en las cuales surgió. Sin embargo, una moral privada que no obedezca a patrones sociales, históricos o culturales, supone la atomización social de lo individual, que no implica respeto ni reconocimiento moral a los otros ni de los otros. No existe moralidad que pretenda ser sólo reguladora del comportamiento de un individuo, como tampoco podrá existir una ética individual ni privada, menos aun, que avasalle intereses, valores y normas colectivas y públicas. Es un absurdo imaginar la sociedad como una masa amorfa, sin organicidad, regulación ni orden social, así como, carente de democracia y poder social. El proyecto individualista y liberal es una propuesta contraria a toda ética, es una guerra contra la sociedad, de polarización extrema y de dictadura global[6].

“La voluntad libre se mueve en un vacío; queda desvinculada de los lazos sociales, que son lo que da su sentido a la vida ética. A la noción atomista de una persona que es presentada como propietaria de sí misma, le corresponde una noción contractualista de sociedad, que niega a un contexto vital que ha sido reducido al cálculo y al interés propio toda cualidad moral a él inmanente:

«Para que una sociedad sea una comunidad en sentido fuerte, la comunidad debe ser constitutiva para las autocomprensiones compartidas de los participantes y estar encarnada en sus avenencias institucionales, sin que si limite a ser meramente un atributo de los planes de vida de ciertos participantes.»” (Sandel, 1983: 173. Tomado de Habermas, 2000: 92).

“En cambio, tan pronto partamos del concepto de individuo de suyo socializado y veamos el punto de vista moral situado germinalmente en la estructura de reconocimiento recíproco  de los sujetos que actúan comunicativamente, la moral privada y la justicia pública, ya no se distinguirán en el plano de los principios, sino solamente en lo que respecta al grado de organización y a la mediación institucional de las interacciones. Resultará claro entonces que las personas están moralmente obligadas como individuos que se respetan entre sí de la misma manera que lo están como miembros de una comunidad que realiza objetivos colectivos.” (Habermas, 2000: 173).

Una posición de esta naturaleza sólo admitirá el imperio individual sobre los demás, sin moral ni ley. La fantasía liberal niega la existencia y condición de toda moral, además de  no aceptar el condicionamiento ni reconocimiento de una comunidad de vida e intereses ni Estado, más allá de la individualización en la vida social.

Las visiones que sobreponderan lo privado sobre el interés público, es la manifestación del individualismo posesivo imperante, lo cual es antiético hacia una colectividad que es condenada a la exclusión, pobreza y explotación contra clases subalternas. La globalización de los consorcios y negocios privados que alteran y destruyen la historicidad, cultura y la ética, son formas perversas, similar a los procesos bélicos, que no solo asesinan y destruyen la infraestructura física, económica y militar, también desfalcan las bases orgánicas y superestructurales (ideológicas, jurídicas, subjetivas y éticas) de los supuestos adversarios. La confrontación de clases es también enfrentamiento ético, pero no es equivalente a la imposición de propietarios globales, que también se enfrentan entre ellos por el dominio y control absoluto del planeta.

La ética es multiforme como lo son las identidades sociales, en un contexto plural, heterogéneo y desigual. Lo pertinente en determinados grupos, es impertinente o indiferentes en otros, así como no es posible la identidad social ni ética entre clases o grupos sociales antagónicos. Los franceses no tienen comportamientos sociales similares a los norteamericanos, ni estos a los peruanos u otras culturas. La diversidad social guarda correspondencia con la pluralidad ética, su dinamismo guarda correspondencia con la constitución y devenir de las organizaciones de la que forma parte. La ética no es uniforme ni universal, como tampoco existe sin tiempo ni espacio. La ética especulativa tiene una orientación teleológica, fatalista o finalista, que implica relaciones dictatoriales de aparente neutralidad y universalidad.

Es una regularidad apreciar que las valoraciones éticas tienen distintas significaciones  entre las poblaciones, como distintos son los momentos sociales que las crean. En toda sociedad, no se acepta como ético, el que se irrespete la propiedad, tradiciones y derechos, como tampoco, los transgresores admitirán como correcto, ni ético, el que sean asaltados y violados sus intereses, derechos y pautas de conducta en sus grupos de referencia social. Pero, ello no supone éticas comunes, el contexto de un sistema mundial que privilegia la propiedad, no implica que todas las relaciones sociales sean determinadas por este único factor, como tampoco homogeniza la ética. Asimismo, la diversidad de los patrones éticos diferirá entre los partidos políticos, clases sociales, grupos de interés o grupos mafiosos, los cuales tienen cosmovisiones, estilos de vida y horizontes de futuro distintos, contradictorios o antagónicos. De tal modo, no existe ética sin comunidad, ella es inherente a la socialidad de las personas, pero tampoco es posible la ética sin democracia.

 

La filosofía de la ética

El origen de la ética occidental, se encuentra en Grecia -aproximadamente en el siglo IV a. C-, etimológicamente está asociada a la palabra ethos, cuya significación es «carácter» o «modo de ser», consideración que hace referencia a las particularidades de comportamiento individual que lo modela y lo diferencia de otros individuos. De este modo era interpretado por Heráclito de Éfeso (540-470 a.C), quien sentenciaba que “Ethos antropou daimon'” lo cual ha sido interpretado de modos diversos[7], predominando la traducción: “el carácter es para el hombre su destino”. Desde esta aproximación, dada por Heráclito, se aprecia la dimensión individualista, que como herencia griega (Jaeger, 2001), hoy se complementa y articula con el individualismo posesivo del sistema predominante. El modo de ser individual no sólo es una postura indeterminada, es una valoración y una actuación en razón de un interés explicito y particular, o dicho de otro modo, es una actuación orientada según una valoración particular.

Pero la cosmovisión griega no es la única orientación etimológica e ideológica sobre la ética, la palabra moral procede de la expresión latina mos, cuyo significado essimilar al griego, hace referencia al carácter y modo de ser de las personas, por ello tienen un uso indistinto cotidianamente.

Sin embargo, en el quehacer filosófico a la ética es el estudio de la moral, esto es su significación, comprensión o explicación de los comportamientos de las personas en sociedad, aun cuando la discusión en torno de la ética, regularmente no está referida a formas reflexivas o interpretativas del comportamiento de las personas, sino de las conductas de las personas. Consideración que no resuelve la ambigüedad en el uso de las expresiones de ética y moral[8], lo que en parte se aprecia cuando Adolfo Sánchez Vázquez afirma que las personas:

“… no sólo actúan moralmente…, sino que también reflexionan sobre el comportamiento práctico, y lo hacen objeto de reflexión o de su pensamiento. Se pasa así del plano de práctica moral al de la teoría moral; o también, de la moral efectiva, vivida, a la moral reflexiva. Cuando se da este paso, que coincide con los albores del pensamiento filosófico, estamos ya propiamente en la esfera de los problemas teórico-morales, o éticos” (Sánchez, 1999: 19).

Las reflexiones de la ética en el presente ensayo, giran en torno del sustento epistemológico de las valoraciones que promueven prácticas concretas, lo cual no discrepa de los conceptos diferenciadores entre moral y ética, lo cual nos permite comprender la moral en relación con su significación social e interpretación de dicho proceso. La implicancia entre ética y moral guardan correspondencia, dado que entre la actuación de lo qué se hace y cómo se materializan las valoraciones de los individuos en contextos sociales, sólo tienen significaciones analíticas cuando trascienden las práctica individualistas, más allá de interpretaciones autorreferenciales. Sin embargo, es contradictorio imaginar que el estudio de la moral, implique el cumplimiento de una serie de enunciados que deban regular la moralidad, consideración que se aleja del quehacer científico para asociarse a una ideología, pensamiento o normatividad que no admite reflexión ni discusión alguna.

Revelar las significaciones e implícitos de las valoraciones morales de determinadas comunidades, permiten no solo comprender el sustento epistemológico de las mismas, sino que también desnudan la cosmovisión de las colectividades y sus implicancias históricas, culturales e ideológicas, que las distingue de otras entidades sociales. En esa medida la ética, la filosofía o en general las ciencias, han resultado subversivas ante discursos y prácticas, porque evidencian, inconsistencias o permite descubrir intencionalidades encubiertas en discursos o prácticas asumidas como incuestionables.

Esto es, la distinción teórica de la ética respecto de la moral, es importante para comprender el comportamiento social, pero esa distinción no ha estado acompañada de la superación de obsoletas concepciones mecanicistas y absolutas de la ciencia[9] y la ética. Así, la ética es vista como una doctrina que guía y orienta el quehacer cotidiano, con lo cual se distorsiona el carácter explicativo o interpretativo de los fenómenos reales, para convertir a la ética en una dimensión normativa o teleológica.

Afirmar que la ética es el estudio de la moral, para simultáneamente postular que es lo bueno, sin duda confunde y homogeniza la ética con la moral y lo bueno, lo cual no es ningún estudio ni comprensión de la moral de las colectividades, a la vez, vacía de contenido a la ética, por su equivalente tautológico. La concepción de lo bueno como lo ético, ha resultado funcional para el poder, que lo define y delimita[10], pero es inconsistente epistemológicamente, así como, es ambiguo y contradictorio en aplicaciones mediáticas y en el uso intencionado de algunos gobiernos y personajes políticos.

La polisemia de la ética, se denota también desde su dimensión filosófica, dado que es parte constitutiva de ella y porque su concepción está en directa relación con las diversas escuelas de pensamiento filosófico. Las perspectivas kantiana, fenomenológica, axiológica, tomista u otras, constituyen el ámbito de su interpretación y valoración. Las distintas exégesis del mundo tienen una perspectiva crítica o asertiva, lo cual implica la adopción de alguna valoración, dado que juzga un comportamiento o realidad en razón de una interpretación y postura individual, pero no será moral ni ética, hasta en tanto, no se corresponda con un sentimiento y una conducta colectiva.

Una ética concebida como lo bueno, equivalente a lo valioso, lo importante o lo que debería ser, así como el correcto de vivir o hacer las cosas, valoración que tiene distintas vertientes que se remontan desde el origen mismo de la expresión. La versión que guarda continuidad con el pasado, pero de mayor incidencia en el presente, data del planteamiento del filosofo británico George Edward Moore (1873-1958) que en Principia Ethica (1954), publicado en el año 1903, que trata sobre  “… los principios fundamentales del razonamiento ético” (Moore, 1959: IX), donde establece que lo bueno es “… la cuestión importante de toda la ética” (Moore, 1959: 5), concepción se repite de modo incuestionable contemporáneamente.

G. E. Moore al indeterminar e indefinir lo bueno ha inventado una categoría vacía, sin cualidad para ser impregnada ni ser esencial a ningún fenómeno, objeto o comportamiento. Así, lo bueno y lo ético se convierten en expresiones mágicas, fantasmagóricas y autorreferenciales. Las palabras, símbolos o signos que son medios de comunicación entre personas, que expresan realidades, procesos, relaciones o sentimientos, contrasta con lo analizado, donde lo bueno o lo ético podrán emplearse calificando el comportamiento y actuaciones, sin fundamento ni evidencia alguna, pero validas por sí mismas, las cuales además, deben ser aceptadas omnímodamente. Es tautológica la afirmación que hace de la ética “… incluye todos los universales juicios que afirman la relación de la bondad de cualquier tema, y por lo tanto incluye la casuística.” (Moore, 1959), lo cual permite enunciar como ético, cualquier intención, acción o conducta, que se justifica por sí misma con la simple evocación de bondad. La manifestación tautológica y autorreferencial de una ética, es una filosofía especulativa que invita a la veneración mesiánica o dogmática de lo bueno o lo ético[11].

La ética formalizada como es estudio de la moral o de manera más especifica como la investigación general de lo bueno (Moore, 1959), no sería más que la identificación de aquella conducta, comportamiento o ejercicio de virtudes que son inmanentemente buenas. La delimitación tautológica de lo bueno por parte de la ética, también la configura de modo circular. Algo es bueno porque es bueno[12], como una cualidad intrínseca e indefinible (Clotet, 2003), hace también a la ética autorreferencial, absoluta y universal, sin articulación con conocimiento alguno ni proceso real. “La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia.” (Wittgenstein, 1990: 43).

La permanente evocación de la ética, no es por su capacidad comprensiva ni normativa, sino por una creencia, fe o concepción ideológica, que imagina que el mundo y las relaciones sociales puedan ser regulados por prácticas que sean buenas, valiosas o benéficas para todos. Ese mundo igualitario o estandarizado, es una utopía que ha iluminado en distintos momentos de la historia movimientos políticos y religiosos, pero es un universo imaginario. Conmover las estructuras de la desigualdad y la exclusión del presente globalizado, o la construcción de nuevos, contrarios y radicales valores y prácticas, será  apocalíptica, según el cardenal italiano, Carlo María Martini (Eco y Martini, 1997), pero ello no ocurre espontánea ni casualmente, tendrá que ser una construcción social y orgánica. Sería también la construcción de una nueva ética o el fin de ella, en un imaginario mundo igualitario, pero esa utopía no es el horizonte del presente.

La acción humana no es arbitraria, obedece a intencionalidades e intenta obtener determinados resultados, en condiciones sociales particulares, pero ello no necesariamente es una actuación ética, si no responde a patrones de actuación culturales o irrespeta los de otros[13]. La atribución autónoma de efectuar prácticas éticas indefinidas y asumidas como implícitas, porque así lo dispone algún poder podrán ser legales, pero no constituyen prácticas éticas.

Lo bueno, no está referido a las cosas, sino a la actuación humana, en relación con sus referentes sociales o con los otros grupos o sociedades. La vida en sociedad para su funcionamiento y reproducción, implica el respeto normas establecidas formalmente y de aquellas que emanan del devenir colectivo, esto es, no todas las regulaciones del comportamiento individual, son regulaciones éticas. 

El imperio del individualismo, el razonamiento circular o tautológico, limita la posibilidad de otorgarle sentido a un sentimiento, conducta y pensamiento común en cada espacio-tiempo social. Lo ético como lo bueno, es inconsistente por una pretendida universalidad y por su autónoma absolutización de los procesos sociales del cual depende. Lo ético es relacional y múltiple, no es un objeto, técnica ni procedimiento, como tampoco son leyes, reglamentos, símbolos, signos o mensajes. Está relacionado con la intencionalidad y percepción de una actuación, cuya significación trasciende al individuo.

Las interpretaciones relacionales de lo ético, en muchas ocasiones no están referidas exclusivamente a valoraciones sobre el hacer, sino también al deber hacer, lo cual ha derivado en la obligatoriedad de deberes formalizados, que ante cualquier incumplimiento es considerado como una violación, no sólo a la norma establecida, sino también a la ética. Sin embargo, las pautas éticas, establecidas histórica y culturalmente, no están cosificadas jurídicamente, son dinámicas y peculiares, directamente referidas al devenir de la organicidad social. Se podría afirmar, que en razón de la libertad de los individuos, se podrán conformar formas de actuación, de ser y de carácter, en relación con los momentos y valoraciones existentes. Así, la ética podría ser considerada como el conocimiento de una valoración social para la acción. En tal sentido, la socialidad y organicidad de los individuos, nos hace poseedores de una ética impregnada de culturales e historia, así como de prejuicios y estereotipos particulares.


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La normatividad jurídica no necesariamente representa la voluntad, la intencionalidad ni los intereses de las comunidades sociales, menos aún en ámbitos políticos donde se han impuesto tratados de libre comercio que privilegian a empresarios de una potencia económica y militar, así como han obligado la aprobación de leyes que benefician a intereses globalizados y privatizan la función estatal. La obligatoriedad del cumplimiento de leyes indignas, son atentados contra la ética y la ciudadanía. El cumplimiento de normas jurídicas, se han convertido en el presente globalizante, en imperativos dictatoriales y contrarios a sus predicados.

Las rebeliones son intentos colectivos por reivindicar o conquistar prácticas, pensamientos y aspiraciones, contra un sistema que lo limita o anula. Los vínculos del poder y la ética establecidos, no son aliados a la deconstrucción de una ética que sustenta un sistema político.

Los temas filosóficos en Occidente, han sido tratados por personalidades que la historia del pensamiento reconoce, pero muchas de sus reflexiones no estaban directamente relacionadas con la situación o preocupaciones existentes en la pluralidad social de sus contextos. Los análisis de los filósofos racionalizaban la práctica política estatal a la vez que trascendían la cotidianidad, para ser planteamientos universales, sin tiempo ni espacio, así como desprovistos de toda vivencia común. La filosofía era una reflexión individualizada vinculada con el ejercicio del poder, atributos que aun es posible de apreciar.

La filosofía no siempre fue concebida como un constructo social, como la conciencia lúcida y crítica de la situación y condición individual en una sociedad o época, como la concibe Augusto Salazar Bondy (2006) y Ignacio Ellacuría (1976 y 1985), entre otros.

La concepción y aceptación de una filosofía desde la dominación, no sólo es una herencia del pasado, cuyo influjo irradió y condicionó al mundo. Las cosmovisiones de otras realidades políticas y sociales, así como de las clases subalternas fueron ignoradas, no estaban presentes como protagonistas de pensamiento ni como sujetos sociales. El pensamiento único o el individualismo metodológico, no han sido formas interpretativas exclusivas del liberalismo contemporáneo, ellas forman parte intrínseca de una larga historia filosófica occidental, donde los temas de reflexión rondaban horizontes ajenos a la vida común del ciudadano, pero que eran autodefinidos como trascendentes.  Así, la reflexión filosófica de nuestra América, no fue auténtica, no respondía a los problemas comunes y preocupaciones de nuestras realidades, revalorar el rico pensamiento filosófico latinoamericano, es una tarea aun pendiente y con ella la identidad de nuestra América.

El otorgarle al pensamiento filosófico una condición social, histórica y cultural, no es admisible en la universalidad a sus deducciones sobre los temas en apariencia trascendentes a toda realidad. Sin embargo, la filosofía no subordina a los sujetos sociales ni su historicidad. Esta filosofía de la filosofía, a decir de Dilthey (1954), permite desmitificarla, particularmente en las consideraciones sobre la ética, a la vez que admite su pluralidad.

 

Sobre la ética pública

La ética pública ha sido y es apreciada como un asunto estatal, sin embargo las diferencias sociales y políticas entre Estados, no permite hacer una generalización válida para todos y en cualquier tiempo-espacio. La denominación a los Estados es común, aun cuando todos son particulares, porque son producto de relaciones sociales y de poder gestados históricamente, los atributos de los Estados no son generales ni comunes en cualquier contexto. El Estado como forma organizativa de la sociedad, su quehacer será particular e inédita, como específica será su actuación moral. 

La constitución social y política de los Estados es simultáneamente la conformación de un sistema de derechos que el Estado debe amparar, respetar y reproducir. Sin embargo, habría que reconocer, que no todos los entes estatales fueron creados por similares gestas o acuerdos sociales nacionales, en muchos casos regímenes coloniales crearon Estados que representaban los intereses del invasor en el espacio nacional. Los símbolos, creencias y tradiciones, así como las formas organizativas fueron debilitados o erradicados por la fuerza de las armas y la religión. La ética de esos Estados era inexistente, no sólo frente a las sociedades que eran dominadas, también de transgredían los patrones de vida y comportamiento de sus sociedades originarias.

La larga data individualista y pragmática en las sociedades occidentales, es continua en razón del pasado griego, la cual se refuerza con las peculiaridades individualistas de la globalización contemporánea. Así, adquiere una dimensión ideológica sustantiva, que como una atadura originaria, imposibilita desarraigarse de sus contradicciones, a pesar de las múltiples evidencias de la socialidad de los pueblos y de los vaivenes de la democracia.

Creer que todos los individuos, organizaciones y sociedades puedan valorar las acciones y pensamientos del mismo modo, es imaginar un mundo mecánico, inexistente en la realidad fáctica, es una ideología del poder que busca perennizar el interés privado como interés general o universal para todos. Es negarle la particularidad de las formas sociales existentes en un mundo plural, desigual y dinámico. La imposición de patrones, comportamientos y acciones ajenas y extrañas a las colectividades sociales, no son ni tienen una connotación ética, puesto que no responden a las conductas, conciencias ni concepciones de las poblaciones, pero actúan como un recurso necesario que justifican el ejercicio de acciones en prejuicio de los dominados. Los nazis y todo régimen tiránico justificó, con pretendidas verdades, actuaciones que son vergüenzas para las sociedades y la humanidad.

Sin embargo, la concepción generalizada de la ética, no ha cambiado su valoración sobre el comportamiento humano, lo cual es una evidencia de una interpretación necesaria en una sociedad que requiere validar prácticas, consideradas adecuadas y pertinentes para la reproducción de un sistema sobre las valoraciones de otros sistemas existentes, en un mismo contexto social e histórico. Recurrir a la ética concebida como una conducta o comportamiento bueno, independientemente de los actores involucrados en las acciones, de la cultura, identidad y contexto social, trasciende a la ética para convertirla en un recurso ideológico que valida las prácticas individualistas y universales del pasado, pero útil y necesaria en un contexto privatizador y globalizante del presente. Es contradictorio que el arcaísmo del pasado, sea funcional en el presente, sin duda, ello da cuenta de una regresión social y política de la sociedad contemporánea.

El quehacer de los Estados ha sido y es distinto, no sólo por la diversidad de condiciones de su origen, sino por el dinamismo de las relaciones sociales en cada contexto social de su actuación. En ningún caso es posible evidenciar condiciones, prácticas y resultados idénticos en la acción estatal en las sociedades, como tampoco lo han sido sus representaciones sociales ni su actuación cotidiana. Sin embargo, son abundantes las recomendaciones sobre las acciones de deben ejecutar y cómo deben hacerlo, esto es, asumen que los problemas son idénticos como iguales serán sus soluciones. El finalismo y el fatalismo están presentes en las bien intencionadas propuestas para la obtención de buenos resultados. Se cree que es posible proponer y hacer acciones correctas, buenas o éticas desde los Estados para las sociedades y los individuos, sin embargo, cuando esas prácticas incrementan la iniquidad, la pobreza y la exclusión, se valoran como decisiones correctas, pero con aplicaciones erradas, lo cual es una evocación contemporánea a la tautología de Moore.

“Hay una sed de ética en América Latina. La opinión pública reclama en las encuestas y por todos los canales posibles comportamientos éticos en los líderes de todas las áreas, y que temas cruciales como el diseño de políticas económicas y sociales y la asignación de recursos sean orientados con criterios éticos.” (Kliksberg, 2007: 20).

El otorgar a la ética la cualidad de transformar una sociedad excluyente, de modificar los procesos de explotación de una acumulación de capital, que genera desigualdad e iniquidad, sin duda es un sobredimensionamiento inviable, así como la creencia que son los líderes, los que pueden crear políticas públicas benefactoras o buenas (Huaylupo, 2009; 2007). La epistemología individualista metodológica, en una noción generalizada que hermana al liderazgo con la ética, en tal sentido, se reitera que para el actuar ético estatal, o políticas públicas, se deben ejecutar correctamente los procesos diseñados administrativa y técnicamente, para obtener los resultados esperados, los cuales en muchos casos no son políticas ni públicas. 

La pretensión del hacer cosas buenas, ha incidido en los modos técnicos de diseñarlas, ejecutarlas y evaluarlas, lo cual autonomiza las acciones de las circunstancias por la que atraviesa una sociedad, su organicidad social, así como los anhelos ciudadanos.

Esta concepción tecnocrática de ética pública ignora la naturaleza social y política del Estado, o la representación social de su poder, que incide directamente en la forma y contenido de su intervención en la sociedad. Asimismo, imaginar que los Estados deban efectuar actividades intrínsecamente buenas, niega la diversidad y pluralidad de las formas políticas existentes en las sociedades, así como ignora la existencia de un sistema integrado y contradictorio clasistamente.

La visión tecnocrática en las últimas décadas en América Latina, son una expresión del pensamiento único, como único y excluyente es el interés privado que representa. Las acciones liberales transformaron las sociedades, se perdió libertad, democracia, organicidad y representación plural en el Estado, pero no como un producto y resultado estandarizado, sino por el ejercicio de una representación privada. Lo correcto y bueno para los empresarios globales, son verdaderos atentados contra los derechos ciudadanos y la calidad de vida, así como son transgresiones contra la ética y lo público. Los proyectos y aplicaciones estandarizados que desregulan la acción estatal en la sociedad, según los ajustes estructurales, el Consenso de Washington, los tratados de libre comercio y los procesos de privatización de la función pública[14], han sido acciones contrarias a la ética, porque violentaron la voluntad, intereses y aspiraciones ciudadanas y orgánicas de la sociedad civil.

El respeto a los derechos ciudadanos, así como la democracia, lo público y nacional, es una práctica ética del Estado. Lo público y lo nacional no es un invento de autocrático ni abstracción inexistente, es una construcción ciudadana en interrelación plural y compleja. Ignorar lo público y lo nacional, desde el poder estatal es una intencionalidad política y clasista. Las imposiciones legales violan lo público y lo nacional, también lo hacen con los patrones éticos existentes, afectando la reproducción de la sociedad, a la vez que debilitan el poder estatal en su capacidad reguladora de la sociedad y particularmente sobre los propietarios globales. El irrespeto a los valores arraigados históricamente, está provocando formas autoritarias y corruptas en el ejercicio del poder estatal, así como pérdida de identidad, creando disenso y dispersión en la voluntad ciudadana, y con ello afectando sus capacidades de convocatoria, negociación, propositiva y de acción colectiva, ante la destrucción de organizaciones sociales y populares. 

La aparente explicación autorreferencial, de la ética y la actuación estatal, es una ilusión individualista que desfigura la realidad para crear una ficción que privilegia exclusivamente al individuo, como independiente y autónomo de la totalidad social y contextual[15].

El Estado en ningún caso determina lo público, lo común en la heterogeneidad social, es un atributo y posibilidad de la organicidad de la sociedad. La sociedad capitalista requirió, como forma constitutiva ideológica y política, el establecimiento de la igualdad jurídica en la desigualdad social (Offé, 1982), como una condición necesaria para integrar a todas las clases sociales en un único proceso económico y político. La pluralidad y heterogeneidad social en igualdad jurídica ha posibilitado la diversidad y multiplicación de organizaciones (Drucker, 1987), como un medio para lograr, defender, conservar o ambicionar anhelos comunes, entre los entes orgánicos en un contexto societal. En la interacción de la heterogeneidad organizativa, de una sociedad interdependiente y desigual, se construye lo público, a la vez que conforma sociedad civil.

La determinación de la sociedad civil es vital para la actuación de un Estado, en una sociedad desigual, en igualdad jurídica, pero plural e integrada, sin embargo, la organicidad social, los derechos cívicos ni la democracia podrían ser garantizados sin la actuación del Estado. Lo público se gesta desde la sociedad civil, así como la política, pero no se podrían reproducir sin la intervención y capacidad estatal, para regular una sociedad desigualdad y plural. Lo público asociado al quehacer estatal, es una determinación de la sociedad civil, cuya correspondencia histórica se vincula con el Estado Social o Benefactor, que no todas las sociedades lograron construir ni conservar.

Creer que lo público es el agregado de conciencias, valoraciones y acciones de individuos indistintos, o como equivalente a la prestación de servicios ofrecidos a una población indiferenciada, es una visión generalizada de solo aparente diferenciación con lo privado, concebido como el resultado de una convicción e interés personal. De este modo, lo público queda reducido a un agregado despersonalizado de individuos, sin un estatuto propio ni distinto a lo privado e individual (Pereyra, 1984; Kosik, 1991). Lo público reducido a una sociedad de masas amorfo, heterogéneo, sin conciencia ni voluntad colectiva, es una visión similar a la que sostenía Nietzsche (2006), que la consideraba como un “rebaño”, “manada” o muchedumbre que se mueve y actúa por una voluntad de poder del superhombre. Dimensión individualista es obsoleta, desde la  epistemología, la ciencia y la historia (Zemelman, 2005; Huaylupo, 2009). Lo público como la adición de voluntades y acciones privadas, excluye a la colectividad valorada como una masa ignorante, informe e indiferenciada[16].


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Lo absurdo de la tesis individualista de lo público, no impide que sea extensamente usada en el propio ejercicio estatal, lo cual ha resultado funcional en el presente liberal, que otorga a la intencionalidad privada el sobredimensionamiento de interés general de la sociedad (Huaylupo, 2008; 1999; Iazetta, 2003). 

A pesar de la superficialidad cuantitativa sobre lo público, es una valoración que  tiene una extendida aplicación, incluso en el ámbito teórico, se asume erradamente que toda intervención estatal en la sociedad es política pública (Meny y Thoenig, 1992) e incluso que se cree, que también es política pública el diseñar técnicamente acciones dirigidas a grupos o la sociedad en su conjunto, independientemente de la orientación social de las medidas adoptadas (Aguilar, 1993; Lindblom, 1991).

Las constantes referencias contemporáneas a la ética pública, tienen como implícito que el Estado deberá hacer políticas públicas, entendiendo que son acciones benéficas a la colectividad, las cuales por ser buenas, serán también éticas. Aún cuando, sean efectuadas sin la participación ni decisión ciudadana, ni respetar las necesidades ni anhelos de las poblaciones, porque se estima que son decisiones de carácter especializado y técnico que las poblaciones ignoran, lo cual niega la concepción misma de política y de lo público (Arent, 2008; Bauman, 2001; Mouffe, 1999).

El haber identificado al Estado de Bienestar con lo público, de ningún modo supone, que dicha característica sea la de todo Estado. Asimismo, no podrá asociarse como público ni éticas las acciones que realizan los Estados, independientemente de su orientación social, dado que sus intervenciones no son neutrales ni técnicas, son intervenciones comprometidas socialmente. Todo Estado interviene en sus sociedades, pero no toda intervención estatal es pública ni en cualquier espacio-tiempo social.

Asumir que el Estado debe hacer labor benéfica debido a los profundos desequilibrios sociales existentes las cuales son debidos a carencias éticas en las prácticas sociales y estatales (Kliksberg, 2007). Desde esta posición, el Estado es un actor externo a las desigualdades sociales, que debe hacer buenas prácticas públicas, como una labor caritativa, lo cual es una distorsión ideológica y una falsa conciencia estatal, porque lo que ocurre en la sociedad excluyente, tiene en el Estado a un activo y comprometido actor. La individualización y la pretendida universalidad de la ética, contribuyen a validar un sistema que profundiza y recrea iniquidades sociales.

De ese modo, lo público y lo ético, queda reducido a procesos instrumentales o técnicos, a la vez que los convierte en un asunto de buenas intensiones o filantropía social y estatal hacia los pobres, considerados causantes de su propia condición e incapaces de solucionar su problemática social[17]. Esta aparente buena acción abriga una consideración asistencial peyorativa, hacia una colectividad que es apreciada como objeto de decisiones ajenas a sus intereses, problemática y anhelos. Esas “buenas” decisiones y acciones omiten,  ignoran o desconocen los derechos ciudadanos de las poblaciones que están integrados en una sociedad excluyente.

En esa posición, lo público es ajeno de los beneficiados y propio de los benefactores. Los buenos son los realizadores de lo ético, mientras que los excluidos son objetos, sin cualidades ni humanidad. De modo similar, Aristóteles (1993) sostenía que la democracia, solo podría ser construidas y disfrutadas por aquellos por disponen de tiempo para reflexionar, mientras que los otros, solo obedecen y trabajan, lo cual guarda correspondencia con el pensamiento conservador republicano, en la campaña por la presidencia de EE.UU., Mitt Romney, en Boca de Ratón, afirmó: “Mi trabajo no es preocuparme por esa gente. Nunca lo voy a convencer de que deben hacerse responsables en lo personal y velar por sus vidas.” (Tomado de: Krugman, 2012: 34A).

La apropiación privada de lo público, así como, la individualización de los logros, trabajos y productividad de la colectividad, es la fuente de inequidad que ha validado el sistema capitalista. La inmunidad e impunidad por la desigualdad de las relaciones sociales complementarias, entre el capital y el trabajo, entre los beneficios privados y públicos, así  como en las desigualdades de género, nacionalidad, cultura, color de la piel, etc., pone de manifiesto que se está frente a una problemática que no es casual ni excepcional, por el contrario, constituye una regularidad, de un sistema que se sustenta en la reproducción de inequidad y desigualdad, o dicho de otra manera de un contexto social, político, jurídico, económico e ideológico que transgrede los derechos igualitarios de las personas.  En tal sentido, asombrarse, “poner grito en el cielo” o “rasgarse las vestiduras” por actuaciones antiéticas, corruptas de gobiernos, empresarios y muchos otros,  son expresiones cínicas en unos o ingenuas en otros, pero son relaciones cotidianas de un sistema que crece y se expande, en directa relación con las desigualdades que genera. Es una práctica que le es inherente y funcional más allá del espacio nacional, luego la transgresión a los derechos individuales, sociales y nacionales, no es contradictoria ni marginal en el devenir del sistema prevaleciente. Sin embargo, habría que señalar que ese proceso no fue siempre creciente ni efectuado sin oposición, por las propias fuerzas y movimientos sociales y que en muchas ocasiones los derechos fueron reivindicados y fortalecidos, como conquistados otros, a pesar de leyes o formas de ejercerlas, pero también habría que indicar que la iniquidad y la exclusión se han profundizado en algunos contextos, como se ha concentrado y centralizado la riqueza mundial, en los tiempos de la crisis económica contemporánea.

El privilegio a la individualización y la privatización del bienestar, ha agudizado los procesos de corrupción en el ejercicio de la función estatal e incrementado la desigualdad social y política en las poblaciones. La relativa autonomización del poder estatal de las necesidades sociales y nacionales y su renuncia a regular las empresas globales, así como la imposibilidad de garantizar el respeto de los derechos igualitarios y democráticos de la ciudadanía, pone en evidencia la inexistencia de una ética pública y la convierten en una ilusión fantasmagórica. No existe ética pública en la transgresión de los derechos ciudadanos y el irrespeto del derecho de los pueblos a la democracia y la organicidad de la pluralidad social.

Las ideologías como cárceles de larga duración, como afirmaba Braudel (1984), constituyen ataduras autosuficientes, que polarizan la sociedad, donde los derechos ciudadanos de los pobres y excluidos, desaparecen para ser sustituidos por actos de caridad o asistencialismo gubernamental. Es un deber y responsabilidad ética estatal, garantizar la calidad de vida de la población y la nacionalidad, así como es un derecho cívico demandarlo y luchar por conquistarlo. 

Lo público, como lo común a todos, no es una coincidencia fortuita de ideas, criterios o acciones, no es un agregado amorfo de individualidades, por el contrario, expresa identidad, situación, anhelos y memoria histórica de la heterogeneidad social y orgánica. Lo público es inherente a la organicidad de las colectividades, no del Estado ni de la burocracia internacional.

La relación entre lo público y lo privado no tiene que ser contradictorio o antagónico, dado que lo público implica la interrelación de lo privado, así como lo privado supone la existencia de un orden común o público que garantiza su existencia y reproducción. La usurpación de lo público por lo privado, así como prácticas que en atribución de lo colectivo se violentan derechos privados, son acciones transgresoras de todo derecho y moral, promotoras de una real violencia y orden ilegitimo.

La ética y lo público tienen relación, hacen referencias de una colectividad unida por vínculos históricos, afectivos, conductas y de un horizonte de vida de los individuos en sociedad. Lo público es lo común, como comunes son las orientaciones y acciones éticas en cada contexto orgánico. 

La vida social otorga contenido a la ética y lo público, aspectos que a su vez deberán guiar el quehacer estatal, en tanto que la conformación social del Estado, sea la representación de la pluralidad social existente. Esto es, lo público no es atributo del Estado, ni capricho de caducos autócratas, es la historia y cultura expresada en la articulación, identidad y actuación orgánica de la sociedad.

Los Estados autoritarios que se han autonomizado de sus sociedades, por la fuerza de las armas o por elecciones[18], no están en capacidad de hacer políticas públicas ni actuar éticamente.

La democracia, lo nacional ni lo ético puede ser garantizado en la globalización, sin la acción de un Estado, ni los Estados modificarán sus prácticas privatizadoras e individualizadoras, sin la voluntad, decisión ni participación ciudadana plural y orgánica.



Notas:

[1] Catedrático en Administración Pública. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Costa Rica. El presente ensayo es producto ampliado de una Conferencia efectuada en la Facultad de Ciencias Económicas el 25 de abril del 2012.

[2]  Es una especulación imaginar una sociedad pre-ética, en un mundo sin normas, donde lo regular fuera el dominio por la fuerza en una lucha infinita de todos contra todos, como imagino Hobbes. En esa ilusión la sociedad, la socialidad y el propio ser humano seria inexistente. Asimismo, es persistente la idea reductiva e individualista de interpretar la historia y la sociedad, así como, la ética, la cultura o todo fenómeno social, como originadas por individuos que tienen la capacidad de influir sobre los demás y gestar procesos sociales.

[3] Inmanuel Kant (2005) destacaba que la mayor elaboración de los principios éticos guardan correspondencia con las exigencias de las religiones, a lo que se podría agregar, la universalidad y rigidez de dichos postulados.

[4] La ética o el patrón de comportamiento en contextos sociales determinados, conformaron las bases para los deberes y derechos de los individuos, los cuales no eran universales ni nacionales, pero al formalizarse y perennizarse en normas jurídicas rígidas, se autonomizaron de su origen para depender de los imperios de gobiernos y de negociaciones entre legisladores, que violentan la historicidad, organicidad y ética ciudadana.

[5] El contexto liberal contemporáneo se ha difundido la idea de una ética privada, en contraste con una ética pública, pero apreciando lo privado como manifestación del interés individualizado y empresarial, no de una colectividad. Lo ético trasciende la visión y práctica individualista, imaginar que el interés y devenir privado sea el de todos, es suponer relaciones históricas y culturales estandarizadas o robotizadas, lo cual es absurdo e inexistente. La determinación individualista de lo social, es antitético con respecto de la ética, porque irrespeta los valores creados y validados por cada comunidad particular.

[6] La destrucción privada y empresarial ha llevado a Adela Cortina (2010) a sustentar una controversial afirmación: la existencia de una ética sin moral.

[7] Leonardo Boff (2007) interpreta la afirmación de Heráclito, “Ethos antropou daimon'” como «la casa es el ángel protector del ser humano» que como una voz profética de cada individuo que “proveniente de un ser superior”, que permite establecer un espacio de realización humana, como “… un pequeño lugar sagrado…”. La significación de lo ético como el carácter o modo de ser apreciado, es una perspectiva que guarda continuidad conceptual, porque diviniza las relaciones de concordia, bondad y felicidad, pero, las delimita como no originarias del ser humano.

[8] En el comunicación cotidiana la ética y moral suelen confundirse, mientras que la ética hace referencia a un conocimiento o explicación del comportamiento social, la moral es la acción concreta. Adela Cortina (1990) considera a la ética como un conocimiento que orienta a la acción o un saber práctico.

[9]  La visión epistemológica formalista (Castells y De Ipola, 1983), asume una vieja concepción de la ciencia, según la cual se establece la forma de hacer las cosas y obtener los resultados esperados, o la forma como debe comportarse la realidad. Así, algunas disciplinas ponen un absoluto acento a las supuestas teorías para controlar y manipular la realidad, tal el caso de las concepciones dominantes en la economía, la administración, el derecho, la ética, entre otras. Por ello, Antonio Sacristán Colás (1990), afirma que las aplicaciones tecnocráticas y mecanicistas de la “teoría” económica, con también las causantes de las crisis económicas, como se evidencia contemporáneamente en las decisiones que se adoptan en la crisis económica europea.

[10] En la sociedad contemporánea lo ético, es objeto de manipulación desde el ejercicio estatal, así es considerado como correcto y bueno, el abuso de la cantidad como criterio para la definición o delimitación de lo que se debe hacer en una sociedad. Así, por ejemplo, las leyes o los aprobaciones legislativas efectuados exclusivamente por el numero de partidarios o aliados, sin sustento en argumentos, reflexiones ni estado del conocimiento, así como carentes o ignorantes de la historia, cultura o de las tradiciones, sin duda no son prácticas éticas ni democráticas, son ejercicios tiránicos, encubiertas de una inconsistente y absurda formalidad.

[11]  Al respecto convendría recordar la apreciación relacional de lo bueno que hace Shakespeare en la tragedia Hamlet, cuando en un diálogo se afirma: “Nada hay bueno ni malo, si el pensamiento no lo hace tal” (Shakespeare, ­s/f: 49), lo cual pone de manifiesto que las cualidades de bueno o malo, no son externas sino internas a los sujetos que la valoran, lo cual es contrario a la concepción de bueno o malo, como dimensiones absolutas e independientes de los individuos, grupos o sociedades.

[12] “Lo que quise decir al afirmar que “bueno” denota una cualidad, es algo que creo poder decir con mucha sencillez. Quería decir, simplemente, que la propiedad de ser valioso por sí mismo era una propiedad intrínseca, no relacional: eso y nada más”. (Moore, 1959a: 97).

[13] La ética no supone supremacía frente a otras valoraciones, no serán idénticas en contextos sociales distintos, pero no implica que unos valores deben prevalecer sobre otros.

[14]  Las condiciones políticas liberales internacionales y nacionales, promovieron cambios desde las cúpulas del poder político formal, para imponer tratados, leyes y acciones directamente vinculadas con los intereses globales en los contextos nacionales, los cuales promovieron el crecimiento y la rentabilidad privada, creando creciente desempleo, pobreza, exclusión y deterioro de los servicios públicos del Estado.

[15] Son múltiples las expresiones individualistas en el pensamiento y quehacer de lo público y lo ético, las cuales reiteran, como atentados a la inteligencia, viejas y obsoletas posiciones, así Jeremy Bentham (1748-1832) afirmaba: “… la comunidad es un cuerpo ficticio, compuesto de personas individuales que se consideran, por decirlo así, como sus miembros. ¿Cuál es entonces el interés de la comunidad? Es la suma de los intereses de los miembros individuales que la componen” (Bentham, 2000: 15)

[16] Al respecto y como ejemplo de esta visión, Alfonso López Quintas, de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, afirma: “El hecho de crecer comunitariamente supera por elevación la dicotomía de “público” y “privado”. Decimos que la vida familiar es algo privado respecto a la vida social, que es para nosotros algo público.Ciertamente, cabe afirmar en este sentido que hay una esfera privada y una pública. Pero no es menos cierto que la vida familiar es la proyección comunitaria de la vida privada de los esposos y los hijos.” (López, s/f).

[17]  “La razón tecnocrática es chata y conservadora, pero el pensamiento utópico sin programas ha demostrado ser impotente y, a veces, dañino.” (Lahera, 2002: 41).

[18]  Las elecciones legales se le ha otorgado el calificativo de democráticas, aun cuando la democracia trasciende el acto instrumental de votar, por ello, es posible afirmar que los resultados electorales pueden ser auténticos imperios privados sobre la colectividad pública y ética.

 

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Cómo citar este artículo:

HUAYLUPO ALCÁZAR, Juan, (2013) “Ética y ética pública”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 15, abril-junio, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=677&catid=14