¿Para qué la conducta ambiental?

 

El imperativo acto humano del momento, supera la condición de ser habitante, contribuyente, ciudadano, persona e individuo. La condición de género entra la encrucijada de la desaparición como especie en su totalidad.

No se trata de enlistar unas cuantas admoniciones moralistas, ni vacías expresiones de púlpito;  tampoco es el fanatismo de hijos de papito que quieran llamar la atención con pirotecnia verbalista que más saben a complejos de culpa ajena por supervivir en una sociedad cargada del más aberrante comportamiento, esclavizados de la compulsiva actitud consumista carente de reflexión y respuesta madura frente a la vida. Parecemos criaturas homogenizadas que repetimos consignas que saben a banalidad y superchería confiando en la astrología, las loterías y los golpes de buena suerte que nunca llegan; en definitiva especímenes parasitarios que no producimos. Conformamos la masa insulsa  que come y defeca. Las facultades fundamentales que nos distinguen en el mundo animal y que construyen los paradigmas civilizatorios están en desuso, arcaicas, anacrónicas. Nos pasan los días, las semanas, los meses y los años.

Si miramos atentos con ojos críticos los tramos que  separan de la casa al puesto de trabajo; recorremos por un mercado de barrio;  un puesto de salud pública; el estadio de fútbol, las mecánicas, los almacenes de electrodomésticos, los parques recreativos; una iglesia con feligreses en procesión; una escuela de formación; los talleres artesanales; las tiendas de víveres; una vidriería, farmacia, bazar; carnicería, frutería, panadería, licorería; un café net; un prostíbulo camuflado, el salón de billar, la cantina bar; las ferreterías, almacenes de repuestos automotrices; un banco, intendencia, la defensoría del pueblo,  fiscalía,  control de taxis, paradas de buses; restaurantes en fila; botica, consultorios médicos, hospital, hotel, un pequeño parque …vendedores informales, griterío de choferes y controladores; pitos de policías; tubos de escape botando CO2 en grosería; la gasolinera, la llantera, vulcanizadora, mini y supermarket. Por ahí distante en compromiso la universidad.

Salimos del aparente ambiente de paz que es nuestra casa; atravesamos el mundo real de los entornos vivos y nos instalamos en la rutinaria vivencia de un trabajo que nos carcome el alma; nos traga la tecnología con los celulares, las redes electrónicas, los microondas, las puertas magnéticas, las luces blanquecinas, los aromas sofisticados y por sobre todo lo material un mundo autómata, anónimo, hipócrita que hace de los seres humanos simples marionetas de la realidad concreta.


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Somos campeones quejosos. Reclamamos los derechos sin ruborizarnos. La doble moral y el juicio de valor hecho estilete agudo. Preconizamos la libertad como baratija. Despilfarramos el tiempo. Trampeamos con la fe pública. Nos damos golpes de pecho como santurrones en los ritos. Presumimos de angelicales iconos para que nos homenajeen. Nos embadurnamos de halagos, adulos y prebendas. Usamos los recursos públicos para promocionar figuras de pacotilla. Vituperamos, juzgamos, condenamos, absolvemos, despreciamos, abusamos; ocupamos un lugar en el espacio sideral como lastre, semilla o suelo fértil. Somos seres humanos de carne y hueso simplemente.

¿Pesimista?  NO. Simplemente una constatación breve de las hechuras cuotidianas que nos engullen sin beneficio de inventario. Después todo fue nada.

Estamos viviendo a diario una trama que por ser dramática se vuelve oxígeno para sadomasoquistas personificados. Anulamos las capacidades de resolver problemas colectivamente con ingenio, por la conducta individualista empobrecedora.  Alimentamos inconscientes escenarios apocalípticos de los cuales medran los dueños del capital para satisfacer necesidades banales privilegiando el buen gusto de los imbéciles, confundiendo con lo estético, el arte y la perfección. Las ingentes ganancias sacralizadas por la depresión y el paraíso fácil pregonado no se cuentan en cifras, sino en reparto de los territorios sin escrúpulos carentes de ética.

Siempre quedaran cortas las iniciativas que sean simples destellos voluntaristas propias de negligentes y mercaderes de noveleras recetas que replican consignas ambientalistas sin desperdiciar la oportunidad de seguir medrando aún de la biodiversidad.

El paso cierto de seres humanos consecuentes, que nos obliga el momento histórico es reconocer jurídica, política y culturalmente a la naturaleza como sujeto de derechos. El conocimiento, la producción de ciencia y tecnología para el  progreso social tienen profundas raíces ancestrales que saben que somos parte consustancial de la madre tierra.

La sociedad reclama valentía, audacia, agresividad en las acciones y ambición en las metas; los valores y los ideales se los consigue con una acción constante. La premisa a impulsar es: el que contamina, paga. Sin dilatorias ni acomodos al sistema donde funcionan las corruptelas en todos los niveles.  Basta darnos cuenta los personajes que desempeñan cargos públicos y direcciones de entidades ambientalistas emparentados con empresarios que usufructúan de la naturaleza con aforismo divino. No hay engaño: jamás desde los poderes tradicionales vendrán las políticas y correctivos que defiendan la naturaleza como bien de la humanidad.

Impulsar una gestión amplia, participativa, ciudadana donde los actores sociales  representen conglomerados productivos en todas las áreas que se manifiesten sin miedos y con propuestas que depuren los tinglados burocráticos de las entidades estatales y privadas que siguen enquistados creyéndose los pontífices de los preceptos ambientalistas, ecologistas, conservacionistas. Las conductas ambientales no es patrimonio exclusivo de académicos trasnochados, segregacionistas, elitistas. Tampoco tienen cabida, oportunistas que llegan al ejercicio de poderes locales aupados por intereses protervos de financistas de campañas electorales que después pasan factura engañando vilmente a los ciudadanos.

Las cifras y datos que arrojan las circunstancias que nos rodean son descomunales en contenido macabro. Los 10 países superdesarrollados del G10, al ritmo, estilo y condiciones de vida que tienen ahora, necesitan 20 planetas en los próximos 100 años para sostenerse en el despilfarro y banalidad que ostentan.  Las más grandes reservas de agua dulce del Chocó Manabí y la cuenca amazónica en Sudamérica están en la mira voraz de los combinados transnacionales de la minería y derivados acuíferos. Cada día se extinguen tres especies de seres vivos en el planeta. La superpoblación mundial es una bomba de tiempo que alienta guerras de destrucción masiva para superar crisis imperiales. La contaminación de las aguas, atmósfera y ruido cada vez nos embrutece sin límites. El tráfico de venta de patentes sobre semillas y especies vegetales genera  poder y ganancias. El mercado macabro de armamento produce cuantiosas utilidades.  Los pretextos de “intervención humanitaria” oculta verdaderos intereses  de apropiación de reservas energéticas. Los desastres naturales por el calentamiento global y la afectación de las placas teutónicas provocan dolor y muerte en amplios sectores de las sociedades de toda condición. Los manejos financieros, contables del gran capital no puede resistir un sinceramiento de sus registros so pena de un descalabro en los mercados y balanzas de pagos, comerciales y bolsas de valores.

De las duras y las maduras; tenemos un horizonte cargado de esperanza. Es la hora inaplazable de profundizar las reflexiones consensuadas y las acciones concertadas. Los retos de la humanidad para producir alimentos, energía renovable, mecanismos de desarrollo limpio ponen en movimiento el enorme dispositivo de conductas ambientales de seres humanos éticos en la extensión del concepto. La coherencia entre los decires y haceres son imperativos sin pretextos. Les invito ser parte de la minoría consecuente que nos jugamos la existencia por pensar y actuar contra corriente. De lo que estoy plenamente convencido, es que siempre vamos a la vanguardia los idealistas a los pragmáticos. Nuevamente estamos a prueba: ¿somos o no somos?

Favor,  respuestas concretas. Sin excusas de ineptos.

 


[1] Sociólogo y Comunicador social. Cátedra de periodismo de opinión ECOMS.