n el curso de la Guerra Fría connotados intelectuales y artistas dejaron en sus obras huellas indelebles del ingreso del átomo en el imaginario social: David Alfaro Siqueiros, el muralista mexicano, representó la faz apocalíptica de la bomba atómica sin renunciar al principio-esperanza de un mundo mejor; el escritor uruguayo Mario Benedetti frente al “horror horroroso” que representaba, de sólo pensar en él,-escribía- “se me cae el lápiz de la mano”; el poeta chileno Pablo Neruda, sin dejar de llamar al rostro mortífero del átomo “diabólico fuego”, “espada del infierno”, mostró entusiasmo sobre su presunta antítesis, la de sus usos benéficos:

“Oh chispa loca, /Vuelve a tu mortaja, /Entiérrate en tus manos minerales, /vuelve a ser piedra ciega, /desoye a los bandidos, /colabora tú, /con la vida, /con la agricultura, /suplanta los motores, /eleva la energía, /fecunda los planetas.”

La firma del Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares en América Latina en Tlatelolco (1967), a pesar de las reservas del Brasil y de la renuencia de Cuba, pareció exorcizar el único fantasma de la energía nuclear y anunciar las bondades de los usos pacíficos en la región. Bajo su amparo, los reactores nucleares entraron en funcionamiento en Brasil, Argentina y México representando el 3.1 por ciento del consumo de energía continental y se preparaban para duplicarlo en el curso de la próxima década. Preocupan: la vida útil de los reactores, la incapacidad de eliminar los desechos tóxicos, los actuales niveles de seguridad. Los riesgos nucleares de nuestro tiempo exigen otro tratado continental.

Un nuevo horizonte de sentido y configuración simbólica se  afirma frente al átomo en tiempos de la crisis civilizatoria en desarrollo que nos toca vivir. Hemos comprendido que las catástrofes naturales no están desvinculadas del quehacer de los seres humanos, sea porque ellas nos revelan las carencias propias de los proyectos, programas e instituciones de prevención y emergencia gubernamentales o privados, sea porque las prácticas corporativas o estatales han incidido  negativamente con sus obras en su precipitación o agravamiento.

A un año de que se cumplan cuatro décadas de la crisis de los misiles con ojivas nucleares en Cuba bajo la amenaza de una mortífera Tercera Guerra Mundial entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, se han reactualizado en nuestra región otros riesgos y fantasmas de la cuestión nuclear. En esta ocasión, los usos pacíficos de la energía atómica nos han suscitado consternación y alarma de manera parecida a los que se viven en otros continentes. Las certidumbres de las entidades gubernamentales y científicas en Brasil, Argentina y México acerca del futuro promisorio de los reactores nucleares como vía alternativa frente al encarecimiento de los hidrocarburos y su inevitable agotamiento, se han colapsado.

La catástrofe acaecida en los reactores de la planta nuclear de Fukushima en Japón a cargo de la empresa  privada TEPCO y su impacto en la atmósfera y en las aguas de Océano Pacífico, así como en la vida misma merecen ser evaluados. TEPCO en su gestión, según la agencia Reuters, incurrió en  prácticas de adulteración en sus informes acerca de los niveles de seguridad de sus reactores en más de una ocasión por lo que no se puede escudar en un evento natural, su propia manera de encarar la crisis de su planta ha sido cuestionada. No nos extraña, la British Petroleum, nos ha dejado un legado inolvidable, la contaminación del Caribe (Golfo de México) y su controvertida gestión frente a la crisis.

En América Latina, debemos investigar y discutir con seriedad, la gestión y carácter de las empresas estatales y privadas, unas y otras no son ajenas a las prácticas de corrupción y de irresponsable impacto ambiental y social. La elección de un  proyecto de futuro deseable de América Latina no puede quedar constreñida a lo que le ofertan neoliberales y neopopulistas. Soltemos a la imaginación, liberémosla de las jaulas de dos modelos precarios.

Si deseas colaborar con nosotros, lee la convocatoria