Bandidos rurales: los hermanos Pincheira y los indios del sur mendocino argentino

Rural bandits: the Pincheira brothers and the South Indians from Mendoza, Argentina

Bandidos rurais: os irmãos Pincheira e os índios do sul de Mendoza, Argentina

Martha Delfín Guillaumin

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

El historiador Dionisio Chaca asegura que los indios “belicosos por naturaleza y por educación”, no titubearon mucho en abandonar el bagaje de vida civilizada que ya poseían y ponerse de nuevo en “el sendero de la guerra y el malón” para servir, no sus propios intereses sino los ajenos. Según este autor, los indígenas no se movieron de donde estaban sino al impulso del engaño o de la presión de “perillanos blancos”, como serían los hermanos Pincheira o los bandidos Gatica o Hermosilla.

De este modo, continúa Chaca, los aborígenes que desde 1780 no habían cruzado el río Diamante en son de guerra, cayeron de nuevo en 1823 sobre las estancias de San Carlos, Tunuyán y Tupungato, guiados por los bandidos mencionados. Estos y no sus caciques naturales “fueron los que capitanearon las invasiones que asolaron el sur mendocino desde 1828 hasta 1876”. Se convirtieron en “la mano que sacó la brasa” porque, al decir de Chaca, la responsabilidad y el castigo cayeron siempre sobre los indígenas, aunque “la culpa no era toda de ellos” (Chaca, 1964: 103).

Río Tunuyán, Mendoza, 1800
Imagen 1. Río Tunuyán, Mendoza, 1800. www.pares.es

Como hemos anotado ut supra, Manuel Antonio Sáez asegura que los convenios de paz de los españoles y criollos mendocinos (obtenidos a través de la acción de Amigorena) con los indios del sur perduró hasta 1827, sin embargo, se puede decir que la ruptura se dio desde antes, más o menos por 1820. Las luchas civiles que sucedieron a la guerra de independencia finalizada recién en 1820 en el territorio argentino, protagonizadas por los unitarios y federales,[1] pronto envolvieron a los naturales en su vorágine. Los indios del sur argentino durante este período comúnmente llamado de anarquía (1816-1830 para algunos autores; 1816-1852 para otros), sí tuvieron una participación activa, es decir, se aliaron con los distintos bandos políticos en la lucha por el poder. De esta forma, a fines de la primera década del siglo pasado comenzaron a sentirse con mayor intensidad las correrías de los indios del sur aliados a los bandoleros chilenos dedicados al abigeato en gran escala. Las  noticias de sus depredaciones llegaban a Mendoza, pero no se podía organizar ninguna acción punitiva en su contra porque el grueso de las tropas se hallaba en Chile combatiendo a los realistas comandados por Osorio, es decir, antes de la batalla que diera el triunfo a los insurgentes del Ejército de los Andes en Maipú, Chile en 1818.

A mediados de 1816 el cacique Carripilún atacó las tolderías del cacique Quechusdeo ubicadas en la jurisdicción de San Luis y dio muerte a la mayoría de sus indios. Los asaltantes robaron toda la hacienda (ganado). Decía el cacique agraviado que eso había ocurrido por haberse negado a acompañar a Carripilún a un asalto a Río cuarto y El Sauce y sus estancias (provincia de Córdoba), por lo que pedía ayuda a las autoridades de Mendoza para “escarmentar esa agresión” (Morales Guiñazú, 1938, p. 95).

En noviembre de 1822 el comandante del fuerte de San Rafael se presentó ante el comandante del fuerte de San Carlos para informarle del asalto del que fueron víctimas dos vecinos comerciantes de San Rafael por 10 o 12 indios guiados por Marilincó en las márgenes del río Atuel donde tenían instaladas sus tolderías. Según informaciones del cacique amigo Millaguin, este indio tenía años de hallarse alzado “sin sujetarse a ningún cacique”. Cuando los dos comerciantes le suplicaron que devolviera los animales robados porque éstos pertenecían al comandante del fuerte de San Rafael, Marilincó les contestó que “por lo mismo no se los entregaba, que le dijesen que sabía era muy guapo [valiente], que si quería ir él a quitárselos que fuese que tenía bastantes hombres para pelear en igual al P. Inalicán un mensaje bastante escandaloso e insultante” (AHM-A, 123/4). Al parecer, este hecho estaba conectado con la presencia de bandoleros chilenos en Mendoza.

Sin ser precisamente los que inauguraron la etapa del cuatrerismo chileno en territorio argentino, los hermanos Pincheira o Pincheyra (Antonio, Pablo, José o Juan Antonio y Santos) fueron, sí, los que se convirtieron en los más importantes bandidos de su tiempo y que actuaron juntamente con los indios aliados en sus correrías. Según Muñiz, “no están bien averiguadas las causas que llevaron a los hermanos Pincheira por el camino del bandolerismo: si una injusticia de los patriotas o el prurito de continuar fieles a la causa realista.” (Muñiz, 1931: 191-192) En sus ataques llegaban gritando “¡Viva el Rey!” porque estos hombres habían pertenecido a las guerrillas españolas que los realistas sostuvieron en Chile hasta 1826 teniendo como base de operaciones a la isla de Chiloé, y que contaron con el apoyo de los araucanos [mapuches] chilenos. Luego de la derrota realista en Maipú, a pesar de la rendición de la mayoría de los jefes españoles, los Pincheira continuaron alzados, transformándose su acción, según Muñiz, en puro bandidaje. Es así que, en 1819, apareció sobre el poblado chileno de San Carlos una pandilla compuesta de españoles, chilenos y pehuenches (de la parcialidad araucana de los Pinares) encabezados por los hermanos Pincheira, en donde mataron y robaron a su antojo.

Menciona Muñiz que el poder de “los forajidos subió a tal grado, que en la zona de sus depredaciones, si el gobierno nombraba un juez de paz, pronto era asesinado, como para probar que ellos eran la única autoridad” (Ibíd.). Los Pincheira y sus aliados tenían “aterrorizados a los habitantes de las provincias de Colchagua, Maule y Concepción [Chile], que se habían visto obligados a retirarse hacia las costas del Pacífico, para librarse de las fechorías de la famosa banda” (Ibíd.). El campo de operaciones de los Pincheira se extendió al lado oriental de la cordillera, pues habituados a cruzar los Andes para librarse de la persecución que les llevaban las fuerzas chilenas, pronto se dieron a recorrer las pampas argentinas. Algunas veces se les veía atacando la frontera de Buenos Aires, Patagones o el sur de Mendoza: otras asaltando en territorio chileno, entrando sorpresivamente en los pueblos y dejando siempre un sangriento recuerdo de sus correrías.

Fueron perseguidos a muerte por las autoridades de Chile, pero los indios del sur de ambos lados de la cordillera, al ser sus aliados, les ayudaron a realizar sus depredaciones y luchas. Sin embargo, a los estancieros chilenos les convenía la acción de los Pincheira puesto que el ganado robado en Argentina era llevado a vender al vecino país a través de los boquetes cordilleranos.

Los Pincheira ubicaron su centro de operaciones en el pueblito de El Roble (Chile) y posteriormente se instalaron (entre 1819-1820) en Malalcahuellú, Balbarcó y otros puntos de la alta falda argentina del sur. Junto a ellos había cerca de 300 chilenos y gran cantidad de indios (se estimaba un millar de individuos en total). Desde allí dominaron una vasta extensión de territorio de ambos lados de la cordillera aprovechando los pasos inter montañosos como el Epu Lauquen “que es uno de los más amplios y blandos, lo que facilitaba el arreo de los ganados que estos cuatreros mayoristas arrebataban a los ganaderos cuyanos.” (Morales Guiñazú, óp. cit.: 95).[2] En Balbarcó (los mismos lares del malogrado cacique pehuenche Raiguán), José Pincheira había construido una villa en 1825 en la que habitaban alrededor de 2,000 personas; pero en 1827, al producirse una invasión chilena al territorio de Neuquén, la que venía bajo las órdenes del coronel Jorge Beauchef, se incendió la villa y fue destruida por el fuego mismo que se había iniciado por órdenes del coronel Beauchef (Maza, 1979: 356).

En 1829, la Gaceta de Buenos Aires contenía renglones como éstos:

¿Quién conoce mejor que él las intrigas y astucias de los que la tienen agitada? [a la campaña de Buenos Aires]. A dónde hallar un baqueano mejor que él [Pincheira] que ha pasado su vida en medio de nuestros desiertos (Muñiz, 1931, p. 194).

 

Años antes, en agosto de 1824, 35 chilenos de la banda de Pincheira junto con 400 indios pampas de lanza habían asolado la sección norte de la provincia de Buenos Aires e “iban barriendo con la hacienda que encontraban a su paso” (Ibíd.: 174). En esa oportunidad, el coronel Federico Rauch, que tenía anticipado aviso del malón[3], salió a cerrarles el paso con algo más de 300 soldados, logrando matar 200 indios, haciéndoles “volver la espalda” (huir) y acuchillándolos por espacio de siete leguas, según refiere Rómulo Muñoz. En septiembre de ese mismo año hubo otra invasión de 700 indios a la provincia de Buenos Aires (penetraron por el sur hasta Kaquel), “reforzados con una banda de cristianos, constituida por bandidos y desertores en su mayoría chilenos, elemento temible por su ferocidad” (Ibíd.: 174-175). En esa oportunidad la suerte favoreció a los indios.

El liderazgo ejercido por los Pincheira en ambos lados de la cordillera reclutó indios chilenos (muluches, huilliches, pehuenches) y argentinos (pehuenches del sur mendocino, huilliches de Neuquén, ranqueles del sur de Córdoba, pampas y voroganos de Buenos Aires). En general se trataba de grupos indígenas desencantados de los gobiernos criollos que no habían cumplido sus promesas (no invasión de territorio indio por parte de los estancieros, retraso de las raciones y regalos o ausencia total de los mismos), que encontraban protección en la suma de sus fuerzas con las de los Pincheira para tener acceso a un botín seguro. Por otra parte, las relaciones establecidas por los Pincheira con comerciantes y terratenientes chilenos (e inclusive mendocinos) garantizaba un mercado para el ganado robado, la obtención de armas y otros bienes manufacturados.

Al principio, los ataques de los Pincheira fueron dirigidos casi exclusivamente a las campañas de Córdoba y Buenos Aires, usando a Mendoza como puente para cruzar el ganado robado a Chile en donde era vendido. Pero en 1822 se anunció una importante invasión a Mendoza que estaban a punto de efectuar los Pincheira junto con gran cantidad de aliados indígenas bajo las órdenes de Pablo, quien era conocido como el cacique Pablo. El comandante Julián Hermosilla hacía las veces de lugarteniente del mencionado cacique no-indio. Entre los asaltantes iban 2,000 indios muluches chilenos. Se supone que para fines de ese año todos los indios fronterizos estaban mezclados y aliados con el cacique Pablo. Esta invasión no se llegó a realizar.

El 8 de enero de 1823 el gobernador de Mendoza, Pedro Molina, enviaba la siguiente carta al “Excelentísimo Gobierno de la Provincia de Buenos Aires”:

Entre los males que ha hecho sentir al País la desorganización de su gobierno general es uno sin duda de los más sensibles y lastimeros, las incursiones, robos y asesinatos de los indios bárbaros sobre las fronteras y caminos que guían al gran pueblo de Buenos Aires. Particularmente desde que bajó de estas Cordilleras el guerrillero Pincheira con dos mil indios de los restos de Benavides (de que se dio cuenta al Excelentísimo Gobierno de Buenos Aires el 1° de setiembre del año que expiró) han sido más frecuentes aquellas escenas de horror y de sangre (AHM-A, 123/5).

 

Esta carta se debía a que el gobierno de Mendoza acababa de saber que los pincheirinos habían asaltado diversos puntos de la provincia de Buenos Aires y arreado toda clase de ganado hasta dejar asolada la campaña y a los caminos en estado intransitable. Por lo mismo, temían un ataque de los Pincheira y los indios fronterizos a las provincias de Mendoza y San Luis. En vista de tales circunstancias y por “el deseo de reparar la ignominiosa afrenta que causa al País en general que el enemigo bárbaro tan despreciable lo ofenda impunemente han excitado al Gobierno de Mendoza a proponer al Excelentísimo de Buenos Aires concierte una expedición seria, simultánea de todos los pueblos fronterizos al sud de los indios, capaz de escarmentarlos para siempre, y de recuperar tantas riquezas que nos han arrebatado en toda clase de hacienda” (AHM-A, 123/5).

La provincia de Mendoza ofrecía 1,000 hombres para la realización de dicha campaña una vez que el gobierno de Buenos Aires aprobara el proyecto y trazara un plan combinado como juzgara más oportuno. Sin embargo, la operación militar no se efectuó en esa ocasión debido al general estado de caos político existente en el territorio argentino. Recién en 1833 con la Campaña del desierto de Juan Manuel de Rosas pudo concretarse ese proyectado ataque a las tolderías de los indios del sur.

También los Pincheira intervinieron en los conflictos interétnicos. Antical y Chocorí, caciques menores de la parcialidad pehuenche malargüina, mataron al cacique gobernador Ñacuñán. El argumento dado por el historiador Chaca para tratar de explicar esta muerte resulta en extremo subjetivo; según este autor, esta acción se debió a la envidia que habría despertado en ellos la preferencia manifestada por el general San Martín y demás gobiernos criollos hacia la figura de Ñacuñán. Aunque no existe una documentación detallada cabe suponer que, en este caso, habrían sido determinantes viejas rivalidades en torno a la conveniencia de colaborar o enfrentar a los blancos. Llanca-Milla, hijo del finado Ñacuñán, no pidió ayuda al gobierno mendocino para vengar la muerte de su padre, sino a los hermanos Pincheira y a los caciques del sur de Mendoza. Los caciques Toriano, Neculmán, Payalaf, Yanquetrú y Anteñir (huilliches y muluches situados en la zona de Los Pinales en Neuquén), junto con el comandante Hermosilla que capitaneaba 200 bandidos pincheirinos provistos de armas de fuego se lanzaron contra los indios caciques ultimadores del cacique Ñacuñán. En total eran 5,000 guerreros los que avanzaron sobre Malargüe, que, según Chaca, fueron “arrastrados más por la codicia del grande botín de prendas de plata, ganado y cautivas blancas, que les ha prometido Llanca-Milla, que por castigar a los matadores de Ñeicún” (Chaca, óp. cit.: 141-143). Los atacantes dieron muerte a Antical y a Chocorí, asaltaron y destruyeron sus tolderías y eliminaron a muchos de sus adversarios malargüinos en este hecho que ocurrió en 1825.

En julio de 1829 José Antonio Pincheira y sus aliados huilliches y muluches comandados por los caciques Rondeau el Mulato, Neculmán, Coleto y Trocomán intentaron asaltar Mendoza. Llegaron a acampar a 14 leguas de distancia de la ciudad de Mendoza (al norte del río Tunuyán), listos para proseguir su invasión. La situación interna de la provincia en ese momento era caótica: Facundo Quiroga el tigre de los llanos y las fuerzas federales habían sido derrotados en La Tablada, provincia de Córdoba, por los unitarios; la frontera sur de Mendoza estaba desprotegida porque el comandante de Fronteras, el coronel José Félix Aldao, de tendencia federal, había dejado su puesto para ir a luchar junto a Quiroga. Había llevado con él a su regimiento los Auxiliares de los Andes para combatir al general Paz del bando unitario. Así, en mayo de ese año, la frontera sur de Mendoza se encontraba completamente abandonada, lo que facilitó a los Pincheira atacar a los propietarios de esa parte de la campaña.

El ataque a la ciudad de Mendoza no se realizó porque el coronel Aldao logró llegar a tiempo a ésta y detener a los asaltantes por medio de un pacto que realizó con ellos. José Antonio Pincheira exigió “una cantidad fantástica de tributos” que le fueron entregados para que se alejara junto con sus aliados de las inmediaciones de Mendoza. En el acuerdo que se celebró representaron a Mendoza Juan José Lemos, Jacinto Godoy y el padre trinitario Hernández, quienes, con los delegados de Pincheira, Francisco Rojas y Julián Hermosilla, dieron fin a su misión el 12 de julio cuando firmaron el tratado correspondiente. En este convenio se estableció que al coronel José Antonio Pincheira se le reconocía su grado militar y éste a su vez se sometía al gobierno de Mendoza obligándose a cumplir las órdenes que se le transmitieran. Asimismo, el gobierno de Mendoza nombraba a José Antonio Pincheira Comandante General de la Frontera del Sud, quien debía fijar su residencia “en el punto que por acuerdo especial se determine” y se comprometía a defender con las fuerzas que comandaba y los grupos étnicos que le obedecían la frontera que se ponía a su cargo.

La provincia de Mendoza mantendría una franca y libre comunicación con los puntos de residencia de las tropas que mandaba el coronel Pincheira. El gobierno federal se obligaba en nombre de la provincia a auxiliarlo en caso de invasión y a determinar el monto del subsidio que debía suministrarle para el mejor desempeño del destino que se le confiaba (Morales Guiñazú, óp. cit.: 103-104). Comenta Chaca que de este acuerdo con Pincheira “no salió muy bien parado el prestigio y el orgullo de los mendocinos” porque los vecinos en vez de aprestarse a la defensa y morir defendiendo sus hogares, emprendieron precipitada fuga a San Juan y a Chile (Chaca, óp. cit.: 147-148).

A fines de 1829, Pablo Pincheira, Hermosilla y el cacique Rondeau junto con los indios de varias naciones llevaron un gran malón a las estancias del sur de Buenos Aires. Asaltaron principalmente el pueblo de Patagones, pero fueron derrotados. Al tiempo, Pablo Pincheira y sus aliados organizaron una incursión a Chile en la que obtuvieron un botín considerable, pero que les acarreó más tarde la acción punitiva del gobierno chileno. Parece ser que en esa ocasión el cacique Pablo actuó sin el consentimiento de su hermano el coronel José Antonio (Morales Guiñazú, Ibíd.: 105).

El historiador mendocino Edmundo Correas sostiene que las incursiones de los “bárbaros” del sur pusieron en constante alarma a la provincia. Ya sea que los pincheirinos recibieran ayuda extranjera, ya que los prófugos unitarios los animaran contra el gobierno federal, lo cierto es que cada vez se volvieron más sangrientas sus depredaciones. Lo peor, prosigue este autor, fue que a cada asalto de los depredadores le sucedió otro del gobierno en forma de “empréstito obligatorio, urgentísimo, para rechazar al salvaje” (Correas, 1942, V. X: 143).

Los Pincheira tuvieron tal influencia y poder que de una forma u otra se vieron involucrados en la caótica vida política de Mendoza. En 1830 se produjo la tragedia del Chacay en Malargüe, en donde perdieron la vida el gobernador federal de Mendoza Juan Corvalán y varios personajes de la vida política mendocina, entre ellos Juan Agustín Maza quien fuera diputado por Mendoza al Congreso de Tucumán en 1816. Corvalán y los suyos pertenecían al bando federal y frente al avance cada vez mayor de las tropas unitarias del general Paz, que pensaba tomar la provincia de Mendoza, fueron a solicitar la ayuda de José Antonio Pincheira y sus aliados indios del sur. Corvalán deseaba conseguir la cooperación de Pincheira para detener el avance de las fuerzas unitarias enviadas por Paz; se ignora el curso de las negociaciones que fueron interrumpidas bruscamente con la muerte de Corvalán y su comitiva a manos de los indios de Pincheira en un paraje conocido con el nombre de Pichichacay[4] (Departamento de Malargüe), el 10 de junio de 1830.

ntrevero entre militares y pehuenches. Un combate con los indios
Imagen 2. “Entrevero entre militares y pehuenches. Un combate con los indios”. Cuadro del coronel Manuel J. Olascoaga, Museo de Santiago de Chile. www.masneuquen.com

Resulta interesante contemplar cómo tanto unitarios como federales utilizaron a los indios (o los indios los utilizaron a ellos) para consolidar sus respectivos gobiernos. Al ocurrir la tragedia del Chacay, Tomás Godoy Cruz que había servido de representante comercial y apoderado a la División del Sur que comandaba el coronel Pincheira, se defendía de los cargos levantados en su contra diciendo que “en este acontecimiento, se ven con claridad la mano del Omnipotente y de su justicia”. En esa ocasión fueron los federales quienes acusaban a los unitarios de aliarse con los pincheirinos, “colaboradores al parecer forzosos en esta lucha por el poder” (Scalvini, 1965: 202).

A fines de 1831 recrudecieron las depredaciones de los Pincheira en el sur de Mendoza. Los federales acusaban a los unitarios de estar en estrecho contacto con los “salvajes del sur”. Bajo esta acusación se publicó un extenso bando el 9 de noviembre de 1831 donde se afirmaba que Pincheira, el “caudillo feroz” se preparaba para realizar una invasión sobre la provincia de Mendoza “con miras de penetrarla hasta el centro, en la presente luna, trayendo la devastación, la muerte, el robo, el incendio y todo género de males.” También el bando denunciaba que muchos de los que pertenecían al partido de la Unidad se manifestaban “tan adictos a la horda de implacables asesinos que forman la fuerza del referido caudillo y sus aliados los salvajes. Toda persona que se manifieste adicta al bandido Pincheyra, será tenida como perteneciente a su detestable facción y tratada como enemiga del pueblo mendocino” (Correas, óp. cit.: 141-142). A pesar de los temores manifestados a través del bando, la mencionada invasión no se llegó a concretar.

Juan Manuel de Rosas, el Restaurador o el Tirano federal, a fines de la segunda década del siglo pasado buscó la alianza de los Pincheira cuando estaba consolidando su poder en Buenos Aires; sin embargo, su ofrecimiento fue rechazado por los bandoleros. Rosas de cualquier modo logró volver a los indios voroganos en contra de sus aliados pincheirinos en 1829 y así estos últimos perdieron un gran apoyo en la provincia de Buenos Aires para realizar con éxito sus correrías iniciándose de esta forma su decadencia.

Finalmente, la situación se había convertido en un problema político bastante grave. El gobierno chileno envió un comunicado al caudillo federal riojano Facundo Quiroga para organizar una expedición punitiva contra los Pincheira en septiembre de 1831. A pesar de que no se logró realizar la expedición en equipo (fuerzas chilenas y argentinas), el gobierno chileno envió al general Manuel Bulnes a cargo de una fuerte división del ejército regular con el propósito de eliminar a los bandoleros, “persiguiéndolos hasta sus últimas guaridas”. Primero alcanzaron y dieron muerte al cacique Pablo en enero de 1832; luego asaltaron el campamento de José Antonio Pincheira ubicado entre el río Atuel y el Salado en donde ultimaron a Hermosilla y a los caciques Neculman, Coleto y Tronconau (participantes en la tragedia del Chacay). En ese lugar conocido como El Alamito también perecieron todos los habitantes de esos parajes y “además sus aliados los indios, cómplices y colaboradores de todas sus iniquidades, aun cuando éstos intentaron defenderse” (Morales Guiñazú, óp. cit.: 117). Cuenta la tradición transmitida por los pehuenches que escaparon de la masacre y narrada por sus descendientes “con lágrimas en los ojos” que por muchos días hubo un coro de quejidos y clamores a lo largo de la costa del Atuel, los que sólo se extinguieron con la vida de los que allí yacían (Ibíd.: 117).

José Antonio se entregó al general Bulnes y se acogió al indulto que se le ofreció a cambio de la hacienda y las cautivas entregadas que eran 40,000 cabezas de ganado y 2,000 mujeres que fueron llevadas de vuelta a sus hogares. Los animales, sin embargo, a pesar de haber sido robados de las estancias mendocinas, fueron vendidos en las ferias de Talca y Curicó en Chile (Ibíd.: 115-117; Muñiz, óp. cit.: 196-197).

Pero ¿eran los Pincheira simples ladrones? Porque si así fuera, ¿cómo se explica la enorme influencia que llegaron a ejercer por casi doce años no sólo sobre Mendoza sino gran parte del territorio centro – sur argentino? Inclusive mantuvieron nexos con comerciantes mendocinos como el ya citado Godoy a quien los Pincheira le encargaban sus negocios en Mendoza o el envío de comestibles, papel, tinta y otros artículos de necesidad para los bandidos y los “diablos” de sus indios aliados. Estos bandoleros necesitaban de intermediarios que los pusieran “en relación no sólo con el resto de la economía local, sino también con las redes más amplias del comercio” (Hobsbawm, 1976: 103), porque si bien es cierto que vivían al margen de la sociedad, tenían nexos con ella a través de las transacciones económicas (contacto con sistema económico, político y social vigente). Necesitaban dinero (moneda) para comprar armas, municiones, víveres y objetos suntuarios principalmente. Los comerciantes o intermediarios como Godoy cumplían una doble función: a) compra de los objetos robados y b) les proveían de los comestibles, objetos suntuarios y de consumo que requerían. Y se podría incluir un tercer punto, es decir, establecían contactos de índole política con los gobiernos en turno.

El historiador Eric Hobsbawm en 1959, en su obra Rebeldes Primitivos introduce un nuevo instrumento de análisis social e histórico, el concepto de bandolero social, cuya aplicación pensamos puede enriquecer la comprensión del fenómeno encarnado por los Pincheira. En efecto, este autor enfoca su atención a las raíces sociales y políticas que generan las actividades que una definición estrecha identifica con la apropiación ilegal de la propiedad ajena, sobre todo, el ganado. En general son campesinos que los señores y el Estado consideran criminales pero que, al interior de la sociedad campesina son observados como héroes, vengadores, luchadores por la justicia que merecen ser ayudados y apoyados. De acuerdo con Hobsbawm esta relación entre la comunidad campesina y los rebeldes o ladrones es lo que otorga al fenómeno su significación política y social. La debilidad del aporte de Hobsbawm es proponer un modelo que a menudo no permite visualizar realidades concomitantes.

Al decir de Hobsbawm, se crea la anti mitología del bandidismo convirtiendo a los bandidos en marginados permanentes. Los ricos y poderosos (en este caso los estancieros argentinos) consideraban a estos bandoleros una amenaza a la propiedad y no un factor entre muchos otros del juego del poder: el bandolerismo social, ya sea reformista o revolucionario, no constituye en sí mismo un movimiento social, pero puede “reflejar la distorsión de toda una sociedad, la aparición de estructuras y clases sociales nuevas, la resistencia de comunidades o pueblos enteros frente a la destrucción de su forma de vida” (Hobsbawm, 1976: 18).

Estos bandoleros sociales o rebeldes (si es que suponemos que los Pincheira lo fueron) mantuvieron una relación directa, en este caso, con los indios diferenciándose de los otros dos tipos de delincuencia rural (los ladrones comunes que atacan y asaltan a cualquiera, y las comunidades en las cuales el pillaje forma parte de su vida normal) en que víctimas y atacantes son extraños y enemigos entre sí. Los “desvalijados” consideran a los atacantes como criminales en la plena acepción del término y no sólo porque así lo establece la legislación oficial. Para el bandolero social es impensable robar a sus propios aliados -si así ocurriera desaparecería el vínculo que lo convierte en “social”- aunque eso no significa que no robasen a otros. Es decir, los Pincheira no robaban a sus indios aliados, pero sí a otros grupos indígenas puesto que con estos últimos no existía ningún vínculo de alianza o amistad (Cfr. Hobsbawm, óp. cit.: pp. 10-11).

Richard W. Slatta (1987: 49 y ss.), al examinar casos de bandidaje social en distintos países sudamericanos manifiesta su concordancia con Hobsbawm en algunos factores causales: la monopolización elitista de las oportunidades económicas, la profunda división social y los fuertes conflictos políticos. Pero señala la insuficiencia del modelo y la necesidad de explorar los modelos del caudillismo político y de la estrategia guerrillera.

Si nos atenemos a la investigación que hiciera Vanderwood (1981: 16), sobre los bandidos de México, podemos destacar una observación cuya validez podría hacerse extensiva al caso de los Pincheira. Según este autor, el bandidaje florece en México después de la guerra de independencia, alentado por la ineficacia de un gobierno central y el fragor de las luchas internas. En Argentina ni siquiera existe el gobierno central y las luchas internas son bastante intensas.

El estudio de Slatta se centra en la figura del gaucho pampeano. Si bien, los Pincheira no pueden ser considerados gauchos, hay una diferencia que este estudioso analiza y que es susceptible de ser aplicada a esta banda: no gozaban de la protección de la comunidad criolla baja y por eso tuvieron que ubicarse en la frontera india. Por otra parte, la imagen literaria del bandido social (Martín Fierro, Juan Moreira) aparece en Argentina hacia el último tercio del siglo XIX, con una fuerte carga de idealización. Hasta entonces las autoridades en turno hablaban de ellos como de simples delincuentes.

Hobsbawm sostiene que en las sociedades tribales o familiares se practica corrientemente el pillaje como forma de vida (como sería el caso de los indios de la llanura argentina), pero carecen de la estratificación interna que convierte al bandido en una figura de protesta y rebelión social. No obstante, cuando en dichas comunidades, especialmente aquéllas en las que son corrientes el pillaje y el saqueo, como en el caso de cazadores y pastores, empiezan a surgir sistemas propios de diferenciación de clases o cuando son absorbidos por organizaciones económicas más amplias basadas en la lucha de clases, puede aparecer un número desproporcionadamente elevado de bandoleros sociales. Relacionado con nuestro caso, durante la gestación y desarrollo del período independiente proliferaron los bandoleros como los Pincheira y los indígenas aumentaron sus asaltos (malones) a poblaciones y estancias criollas. Además, se presume que el bandolerismo tendía a ser epidémico en épocas de pauperismo y de crisis económica, ¿y no fue el siglo XIX característico por las fuertes sequías que agobiaron los campos argentinos? Los indios no solamente robaban para vender sino para comer. La aparición de otros bandidos durante ese siglo (hasta la campaña del desierto de Roca) y la ayuda proporcionada por los indígenas alzados no se debió tan sólo al afán de asaltar y vender sino como una forma de abastecimiento seguro para ellos y sus familias. Se estableció la siguiente dinámica: saqueo – supervivencia.

Seguramente los Pincheira no pensaban consciente (y quizás ni inconscientemente) en ayudar a los indios sino sólo en realizar los asaltos y fechorías para provecho personal: “a su vez, el propio bandido trata de vivir conforme a su papel, aun cuando él mismo no sea un rebelde social consciente” (Hobsbawm, 1974: 27), lo que indica una contradicción entre la conciencia y el ser. Adquirieron consenso entre los indios porque de una forma u otra los favorecían con las incursiones y los protegían de la acción punitiva del gobierno argentino a través del quehacer político de los Pincheira. Les aseguraban libertad de acción y abastecimiento constante. Se observa entonces el principio epistemológico de la “no conciencia” de Bourdieu en que los hechos sociales no deben ser juzgados por la conciencia que los actores tienen de los mismos, sino, por la realidad de sus acciones (Bourdieu, 1975: 30).[5] Los bandoleros como los Pincheira no estaban plenamente conscientes del papel social (como actores sociales) que desempeñaban cuando se aliaron con los indios alzados para realizar las incursiones a las propiedades criollas.

La hospitalidad indígena reflejada al recibir en sus tolderías a cualquiera que llegase a refugiarse en ellas, a cambio de participación en los malones con el correspondiente reparto del botín, fue bien aprovechada por los hermanos Pincheira que vivieron entre los indios del sur mendocino, conocieron sus costumbres e, inclusive, llegaron a ser jefes con rango de caciques y organizadores de los asaltos.

 

Notas:

[1] La oligarquía ganadera de Buenos Aires (porteña) había favorecido el proceso de independencia con un criterio conservador y con el principal objetivo de profundizar sus relaciones comerciales y financieras con Inglaterra. En 1820 se ha consumado la independencia y el antiguo virreinato del Río de la Plata ha quedado balcanizado. El problema que afrontan las Provincias Unidas del Sur en esta época es la inexistencia de un gobierno central para las trece provincias que las constituyen. Entre 1821 y 1824 el gobierno de la provincia de Buenos Aires asiste a una prosperidad económica y a un estrechamiento de los vínculos comerciales y financieros con representantes del imperio inglés. En 1824 ha resurgido la hegemonía de Buenos Aires. El ejército es destinado a proteger la línea de fronteras con el indio, aunque queda pendiente de resolución la presencia portuguesa en la Provincia Oriental y aún no se ha organizado un poder nacional. A partir de 1825 se sufre el bloqueo portugués. En esas condiciones se promulga la constitución de 1826, que es un remozamiento de la de 1819 y que otorga un fuerte privilegio a la provincia de Buenos Aires en la estructura de organización unitaria del país. Rivadavia asume como presidente y se inicia una lucha que durará más de un cuarto de siglo entre los bandos unitarios y federales.

En primer lugar, la organización nacional no está resuelta ni de hecho ni de derecho y por ese motivo los conflictos políticos adquieren aspectos desconcertantes si los examinamos desde una óptica que buscara coherencia ideológica. En general, los federales representaban un punto de vista más popular y democrático, aunque, a veces, la adhesión de las masas respondía a cánones extremadamente autoritarios, centrados en una figura carismática. La principal reivindicación económica de los federales estipulaba el reparto de los beneficios aduaneros monopolizados por Buenos Aires, el respeto a las economías regionales y la distribución igualitaria del crédito público. Fueron federales figuras tan disímiles como Dorrego, Quiroga y Rosas. Tal vez el único punto en común sea la práctica de un nacionalismo que desconfiaba de ingleses y franceses.

Por su parte, los unitarios entendían el desarrollo económico del país como idéntico al desarrollo de la clase social más poderosa, la oligarquía terrateniente de Buenos Aires. No debe pensarse que su área de influencia estuviera restringida a la mencionada provincia; el caso del general Paz liderando la Liga del Interior desde Córdoba es uno de los tantos síntomas que revelan las alianzas en el resto de las provincias. La movilización del país de acuerdo con los unitarios tenía que contar necesariamente con la inversión de capital extranjero. Hay que recalcar que tampoco existe uniformidad en cuanto a los personajes que representaron esta corriente: Rivadavia, Echeverría, Sarmiento o Urquiza diferían tanto en sus proyectos como en el estilo de llevarlos a cabo.

Por último, cabe señalar que estas modalidades de la lucha política estaban determinadas: a) por las relaciones internacionales; b) por los lazos familiares y de negocios entre la oligarquía porteña y las clases locales, y c) por el clientelismo político local. Por este motivo la adhesión a unitarios o federales no respondía tanto a criterios ideológicos o pragmáticos sino más bien al predominio de facciones alienadas a nivel nacional en virtud de caudillos. (Sáez, 1989: 2-3).

[2] Cuyanos, Provincia de Cuyo.

[3] Correría de asalto indígena.

[4] Pichichacay, pichi = pequeño, chacay = arbusto propio de la zona malargüina. Los sucesos del 10 de junio de 1830 se conocen comúnmente como la tragedia del Chacay.

[5] A su vez cita a Durkheim, 1897: “Creemos fecunda la idea de que la vida social debe explicarse no por la concepción que se hacen los que en ella participan, sino por las causas profundas que escapan a la conciencia”.

 

Bibliografía:

  • AHM-A, sigla de Archivo Histórico de Mendoza, Argentina.
  • BOURDIEU, P. (1975), El oficio de sociólogo, Argentina, Ed. Siglo XXI.
  • CORREAS, E. (1942), “Mendoza, 1822-1862” en Ricardo Levene (director), Historia de la Nación Argentina, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia- Imp. De la Universidad, V. X, pp. 113-190.
  • CHACA, D. (1964), Síntesis histórica del departamento mendocino de San Carlos, Buenos Aires, Talleres Gráficos Juan Castagnola e hijos.
  • DURKHEIM, E. (1897), “Essais sur la conception matérialiste de l’histoire”, texto No. 8, en Revue Philosophique, XLIV: 648
  • HOBSBAWM, E. (1974), Rebeldes primitivos, España, Ed. Ariel.
  • _____ (1976), Bandidos, España. Ed. Ariel.
  • MAZA, J. I. (1979), Toponimia, tradiciones y leyendas mendocinas, Mendoza, Imp. Fabris.
  • MORALES GUIÑAZÚ, F. (1938), Primitivos habitantes de Mendoza (huarpes, puelches, pehuenches y aucas, su lucha, su desaparición), Mendoza, Best Hermanos.
  • MUÑIZ, R. (1931), Los indios pampas, Buenos Aires, Editorial Buenos Aires.
  • SÁEZ, H. E. (1989), “La generación del ’80 y la fundación del Estado liberal oligárquico”, Mendoza, artículo mimeografiado.
  • SCALVINI, J. M. (1965), Historia de Mendoza, Mendoza, Ed. Spadoni.
  • SLATTA, R. W. (1987), Bandidos. The varieties of latin american banditry, Londres, Greenwood Press.
  • VANDERWOOD, P. J. (1981), Disorder and progress. Bandits, police, and Mexican development, Lincoln & London, Univ. of Nebraska Press.

 

Fuentes electrónicas:

  • PINTO VALLEJOS, J. (2010), “El rostro plebeyo de la Independencia chilena 1810-1830”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Débats, mis en ligne le 18 mai, consulté le 17 novembre 2017. URL: http://nuevomundo.revues.org/59660 ; DOI : 10.4000/nuevomundo.59660.

 

Cómo citar este artículo:

DELFÍN GUILLAUMIN, Martha, (2018) “Bandidos rurales: los hermanos Pincheira y los indios del sur mendocino argentino”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 34, enero-marzo, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 19 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1588&catid=6