Presencia e incidencia de lo femíneo en la modelación del sujeto nacional (indagación a la luz de la poesía romántica en contextos políticos diferenciados

En esta oportunidad proponemos la indagación, desde la perspectiva teórica del género, de la actividad y el discurso identitarios cubanos correspondientes a la época del Romanticismo, con vistas a determinar cuánto y cómo influyeron en los mismos los valores, estereotipos y roles que han sido secularmente identificados por la cultura patriarcal como lo femenino.

Palabras clave: identidad, femeníneo, Cuba, presencia, incidencia

 

Presentación de Ricardo Melgar

Esta es la versión abreviada de una obra inédita de Susana A. Montero Sánchez, que nos fue confiada en 2001, la publicamos en calidad de primicia para nuestra comunidad de lectores, a manera de homenaje a nuestra colega y amiga cubana, tempranamente desaparecida en 2004. Nos referimos a su tesis doctoral, valiosa por sus aportes y por su tenor polémico, el cual marchó a contracorriente de las certidumbres patriarcales de nuestras academias. Fue autora de los siguientes libros: La construcción simbólica de las identidades sociales: un análisis a través de la literatura mexicana del siglo XIX (México, 2002); La cara oculta de la identidad nacional: un análisis a la luz de la poesía romántica (Cuba, 2003); ¿Sofía o Bárbara? El Pensamiento Social de Rousseau en Torno al Sujeto Femenino (México, 2004); Los huecos negros del discurso patriarcal: doce estudios de casos (Cuba, 2007).

El mirador teórico del género le permite a la autora,  diseñar una articulada estrategia investigativa transdiciplinaria para enfrentar las dificultades propias del problema de "lo femíneo" en la lírica romántica decimonónica, expresado en sus diversos y anudados planos de significación literaria, ideológica, cultural y política. Se trata además de un logrado y consistente estudio comparativo sobre la producción lírica del romanticismo en México y Cuba, el cual queda acotado a un arco temporal que abarca  las últimas seis décadas del  siglo XIX. Le subyace una breve y  aguda reformulación de las tradicionales periodizaciones del romanticismo latinoamericano en función de sus reales productos líricos, así como una convincente y particular relativización de las diferencias de los contextos políticos que signan al México independiente y a la Cuba colonial y por ende, a sus respectivas vertientes románticas y literarias. Susana nos muestra un dominio inusual de una atípica armazón teórica que al mismo tiempo que reconoce sus deudas conceptuales, refina sus cargas de sentido para  potenciar sus posibilidades interpretativas. Estas últimas son confrontadas frente a las peculiaridades de sus objetos literarios, de las filiaciones de sus productores (as) y de sus contextos históricos diferenciados. Una revisión atenta de su aparato crítico así lo refrenda. Las preguntas de la autora evidencian el peso de su mirador teórico, pero también la agudeza de su lectura frente a los textos y contextos elegidos. Nos llama igualmente la atención, su discontinua pero reiterativa postura escritural sobre el límite de sentido, desde el cual   provocadora u oblicuamente enuncia algunas preguntas. La investigadora Montero Sánchez, sabe e intuye el peso de lo que Le Goff (1977) denominó "documento/monumento", aquel montaje consciente o inconciente de significar y simbolizar que poseen  las sociedades, el cual se  expresa   vía el legar/imponer escrituralmente su auto imagen, enraizándose en la mentalidad de nuestros académicos contemporáneos a pesar de sus posicionamientos de clase o ideología. Fue  así como ciertas sedimentaciones culturales de larga o media duración sobre el género, la raza y el progreso por ejemplo, fueron revestidas de naturalidad y legitimidad en los marcos escriturales latinoamericanos,  entre por lo menos la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del siglo XX.

La hipótesis central queda  demostrada al hacer visible el nexo existente entre el radical liberalismo modernizador y ese núcleo duro y conservador, de baja visibilidad que anuda el estereotipo de género a los referentes de identidad nacional. Lo particular es que Susana Montero lo logra a través de la lírica romántica, privilegiado y fundado segmento de las fuentes literarias, donde las diferencias de género de los enunciantes se aproximan y distancian con mayor fuerza que en la narrativa, la dramaturgia y el ensayo. Obviamente el estudio trasciende el universo estudiado. El peso de las tradiciones patriarcales en materia  identitaria  no podrá ya ser dislocado del referente de género, aunque quede pendiente sus ocultas ligas con la etnicidad. Esta dialéctica discursiva que atraviesa nuestros imaginarios sociales, nos invita en perspectiva a revisitar las relaciones entre las ideologías adscritas como progresistas o revolucionarias y sus sedimentados referentes conservadores en materia de género y agregaríamos de etnicidad, retomando una aguda interpelación formulada por Antonio Cornejo Polar a la crítica latinoamericana.

Desde otro ángulo, ¿la lírica romántica al metaforizar la ciudad, acaso no abre una veta importante de reflexión e investigación sobre los modos de simbolizar lo femenino o femíneo?, espacio central de la identidad nacional y del poder político. ¿Si lo construido urbano es lo femenino según el canon arquitectónico patriarcal, hasta dónde se distanciaron o no de tales límites  las representaciones ficcionales de nuestros (as) escritoras románticas? ¿si algunos paratextos, es decir, las imágenes visuales que acompañaron a la lírica romántica no hicieron  más que reforzar lo interpelado  por la autora? Se trata de un trabajo sólidamente constituido que es capaz de suscitar preguntas a contracorriente de lo ya investigado en América Latina. Cerramos nuestra presentación con una pregunta emergida de la lectura y orientada hacia  un producto cultural de fuerte inserción en los imaginarios sociales latinoamericanos: ¿cuál fue el peso de estas imágenes patriarcales que enlazaron el género a la identidad en los cancioneros populares de la segunda mitad del siglo XIX?

 

Introducción.

El proceso de surgimiento y consolidación de la cultura y de la nacionalidad cubanas, diferenciado por su ámbito socio-político de casi todos los restantes movimientos latinoamericanos análogos, ha sido recurrentemente abordado en la bibliografía regional dedicada al tópico de la identidad; páginas estas en las que encontramos con frecuencia una nómina (significativamente escasa por demás) de figuras femeninas relacionadas con el tema y acreditadas por la historiografía oficial, que se repiten de un estudio a otro apenas sin variaciones. Tal es el caso, verbigracia, de Mariana Grajales, cuya conducta patriótica ejemplar ha sido considerada por más de un siglo como el símbolo femenino supremo de la cubanía. Sin embargo, dicha conducta, que seguramente se manifestó en las más diversas expresiones del comportamiento social de Mariana, pronto quedó resumida a nivel del imaginario colectivo a la ejecución de su patriotismo a través de sus hijos; consideración que ha comportado desde entonces hasta hoy la absolutización del ejercicio de su maternaje como su única proyección social, al mismo tiempo que ha dado lugar, dentro del discurso patriótico, a un proceso metonímico  de  ocultamiento -no necesariamente consciente-  de otros aspectos relativos a la imagen, la acción, la subjetividad, los valores y el pensamiento femeninos presentes a lo largo de nuestra historia, los que  -a nuestro juicio-  han gravitado de manera determinante en la conformación de nuestra identidad nacional.


Aparecen en este ensayo los términos  de presencia e incidencia, refiriéndose el primero a la valoración del peso cuantitativo  que tuvo la imagen femenina y sus atributos en la modelación del sujeto nacional. Y aludiendo el segundo término a semejante análisis pero hecho en este caso desde el punto de vista cualitativo, a fin de determinar  si la recurrencia y centralidad de la figura femenina en los textos románticos, que ha sido tradicionalmente subrayada por los estudios literarios, estaba indicando una consideración de la misma como parte inalienable de nuestro perfil identitario[1] en proceso de consolidación, o si dicho sujeto femenil, a pesar de su protagonismo literario, fue concebido como ente suprahistórico o tangente con respecto a la delimitación de la identidad nacional.

Por otra parte, la elección de la lírica romántica como base documental de este estudio, guarda una estrecha correspondencia con la definición temática del ensayo,  ya  que –como es sabido-  fue el lapso del Romanticismo[2] el contexto nodal[3] en el que se definió el pensamiento nacionalista en Latinoamérica, y en el que ocurrió, a nivel del imaginario social, la fijación de tipos individuales y colectivos directamente vinculados al discurso en torno a la nación;[4] todo ello en correspondencia con los intereses de las burguesías nacionales en ascenso, y con el triunfo de la mayor parte de los movimientos independentistas del área, a partir de los cuales se fijaron y consolidaron los límites territoriales definitivos de un grupo numerosos de naciones; sin olvidar que también entonces se produjeron las primeras invasiones de Estados Unidos a la América Hispana; circunstancias todas gravitantes en el desarrollo de la conciencia identitaria y de las estrategias empleadas para la representación del llamado sujeto nacional.

Claro que esto no se limitó ni mucho menos al campo de la lírica, no obstante, siendo  considerada entonces la poesía en nuestra región como la manifestación más elevada[5] del sentimiento y el ideario ciudadanos[6] -lo que  (según Irma Llorens)  llevó a Luz y Caballero a considerarla como "el primer documento de la historia de un pueblo"-,[7] y  tomando en cuenta, además, que de todos los géneros literarios cultivados en el siglo XIX, fue la poesía la que mostró un nivel más parejo[8] en lo que respecta a la manifestación discursiva de hombres y mujeres; por todo ello determinamos centrar el presente análisis en dicho modo expresivo, particularmente en el caso de Cuba, pero visto en comparación con el de México, pues la contrastación de sus diversos status -el colonial y el republicano, respectivamente- nos permitirán deslindar los elementos ideológicos característicos del Romanticismo nacionalista latinoamericano, de aquéllos otros más bien concernientes a las circunstancias socio-políticas y económicas del país en cuestión.

De no proceder a esta contrastación, el asunto escogido podría dar pie a un a priori relativo a la caracterización del pensamiento nacionalista romántico y del sujeto nacional en estudio, a partir del cual se establecería por anticipado -de acuerdo con cierta lógica histórica común-  una relación directamente proporcional entre soberanía política, renovación ideológica y conciencia de identidad. Según dicha lógica a literaturas como la mexicana, la argentina o la venezolana, propias de países que alcanzaron en la primera mitad del XIX un perfil republicano, debería corresponder hipotéticamente  una definición más clara y temprana de su condición de otredad frente a lo extranjero y un mayor desembarazo de rezagos ideológicos coloniales; mientras que a países como Cuba y Puerto Rico, últimos bastiones del imperio español en América, debería corresponder, por el contrario, una imagen identitaria más imprecisa, propia de un nivel menor de concientización de los enunciantes con respecto a su ser otro, así como una mayor predominancia de la visión colonial. Razón por la cual establecimos la conveniencia de llevar a cabo este análisis en los contextos políticos diversos de Cuba y México.

Asimismo, en relación con lo anterior, puede decirse que existe un criterio poco menos que generalizado en la bibliografía acerca del Romanticismo latinoamericano: el de su proyección ideotemática libertaria en términos generales, desligada de  -o incluso contraria a- los fundamentos ideológicos del pensamiento colonial, según vemos, por ejemplo, en los ya clásicos estudios de Emilio Carilla y de Raymundo Lazo dedicados al tema[9]; idea en la que debió influir de modo decisivo la amplia coincidencia existente entre los exponentes del liberalismo decimonónico y la intelectualidad romántica del área[10].

Sin embargo, el examen del discurso romántico  cubano y mexicano hecho desde la perspectiva teórica del género, sacó a la luz un importante rasgo ideológico heredado del más rancio pensamiento colonial, y presente con notable fuerza tanto en los ideólogos nacionalistas como en los autores románticos estudiados: el relativo a la conceptualización idealizada de la mujer y de su status de subordinación; aspecto que  -como ha señalado Rocío Quispe-Agnoli en su análisis de la sociedad y la literatura decimonónicas peruanas-,[11] constituyó un rasgo generalizado de los discursos y los idearios decimonónicos, incluidos, por supuesto, los del sector que conformaba la vanguardia ideológica, en tanto sus miembros requerían mantener  -quizás más que nunca, en medio de tantas conmociones socio-políticas y económicas-, el control del poder, de la propiedad privada y de la transmisión del patrimonio familiar, cuya salvaguarda descansaba en la condición subalterna y doméstica femenina.

Claro que no fue seguramente la estructura sexo-género el único talón de Aquiles en la proyección revolucionaria del liberalismo romántico[12], lo que resulta fácil deducir si tomamos en cuenta el arquetipo social diseñado por sus ideólogos  y consolidado por los textos literarios de entonces,  del que fueron punto menos que  excluidos, en términos de discurso, todos los caracteres y tipos sociales que no se avenían con ese sujeto nacional modélico; siendo en tal caso las mujeres  sólo una parte, aunque la más cuantiosa, de esa población actuante en la periferia de los espacios de poder y subsumida en el arquetipo de identidad nacional.

En correspondencia con los presupuestos, proponemos como hipótesis  principal de este estudio lo siguiente:

La contraposición de los estereotipos de género y las figuras identitarias presentes en la lírica romántica latinoamericana, revela uno de los rasgos claves del ideario decimonónico regional: el relativo al profundo vínculo ideológico existente entre la renovadora propuesta liberal y el pensamiento colonial más conservador; vínculo que, a la luz de nuestros días, relativiza la proyección revolucionaria del discurso romántico nacionalista.

Con el desarrollo de este aserto buscamos:

1- Demostrar la permanencia de tendencias conservadoras dentro del ideario romántico latinoamericano.

2- Determinar similitudes y diferencias existentes entre la modelación del sujeto identitario llevada a cabo por la lírica romántica cubana y la mexicana, así como el lugar del sujeto femenino dentro de dicho proceso, para valorar la posible incidencia de sus circunstancias socio-políticas diversas en ello.

3- Subrayar la importancia de la categoría teórica de género para los estudios literarios de enfoque histórico, con vistas a estimular a su consideración sistemática.

A la vez, con la validación del enfoque de género para este tipo de estudios pretendemos:

a) Propiciar un conocimiento más objetivo y completo acerca del Romanticismo latinoamericano, a través de su manifestación en Cuba y México.

b) Valorar el aporte de las mujeres, y en particular de las  escritoras románticas, al proceso de definición y consolidación de la identidad.

c) Distinguir las especificidades del discurso identitario de acuerdo con el género sexual del enunciante.

d) Resaltar el carácter logofalocéntrico[13] de las imágenes identitarias nacionales.

Este trabajo se inscribe tanto en el área de los estudios de género, como en las temáticas relativas a la identidad y a la culturología; vertientes que aparecen aquí articuladas como partes de un todo y explicadas a través del análisis literario.

De acuerdo con esto constituimos los antecedentes bibliográficos del presente texto; en primer lugar, aquellos estudios referidos a alguna de las dos temáticas señaladas y que hayan sido realizados desde una perspectiva profemenina[14], término este que, al no comportar ninguna referencia cronológica, iluminará  -e insertará en-  cierta tradición bibliográfica regional de largo aliento, por lo común de autoría femenina, que se ha propuesto visibilizar el aporte de las mujeres al desarrollo cultural.


A la misma pertenecen por igual textos como: Influencia de las mujeres en la formación del alma americana (1930), de Teresa de la Parra;[15] Influencia de la mujer en Iberoamérica (1948), de Mirta Aguirre y Mary Louise Pratt, Género y ciudadanía, las mujeres en diálogo con la nación (1999)[16], por cuanto todos ofrecen  -con diferentes niveles de resolución teórica-  una interpretación femenina de la cultura y de la historia del continente americano.

Señalamos también como antecedentes bibliográficos importantes aquellos estudios que han marcado pautas en el pensamiento regional sobre el hecho-nación y la cultura nacional, casi siempre desde la perspectiva literaria masculina, entre los que destacamos: Dos etapas del pensamiento en Hispanoamérica: del Romanticismo al Positivismo (1949), de Leopoldo Zea; La expresión americana (1957) e Imagen y posibilidad (1981), de Lezama Lima; Lo cubano en la poesía (1958), de Cintio Vitier; La ciudad letrada (1984), de Angel Rama; Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986), de Fernando Aínsa, y Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo (1993),[17] de Benedict Anderson.

Todas estas obras esclarecen el profundo vínculo existente entre literatura y conciencia de identidad, y han aportado elementos claves para la comprensión del discurso literario como espacio de poder y como fuente de transformación social.

El libro: Nacionalismo y literatura. Constitución e institucionalización de la "República de las letras cubanas" (1998) de la puertorriqueña Irma Llorens resulta significativo, por cuanto marca la notable carencia existente en la bibliografía respecto al pensamiento identitario cubano y latinoamericano, acerca de ese punto de vista femenino conformador de una interpretación otra de nuestra cultura y develador de la estructura jerárquica y opresiva que ha tenido desde sus inicios la institución literaria, según puede apreciarse en la siguiente cita de la autora:

A propósito del silenciamiento de algunas de las voces de la historia cubana, y de la  invisibilidad de algunos de sus sujetos, llama la atención que Moreno,[18] quien es muy consciente de la pluralidad constitutiva de la sociedad, no eche de menos las voces femeninas. Ni los escritores del siglo XIX, ni los críticos e historiadores que en nuestro siglo reexaminan la historia de la nacionalidad cubana       desde una perspectiva más moderna y progresista, enfocando todo tipo de problemas étnicos, raciales y socioeconómicos, hacen referencia al lugar que ocupa la mujer en el plan de los nacionalistas /.../ Durante el siglo pasado, es muy probable que hubiera mujeres envueltas de un modo u otro en el movimiento nacionalista, y que las opiniones de algunas de ellas sobre el carácter patriarcal de la "cubanidad"  fueran registradas de algún modo (por ejemplo, en cartas, testimonios, diarios, revistas femeninas, etc). Sería fascinante poder recuperar esas voces, para sumarlas a las de otros grupos marginados en la sociedad de la época, y contrastarlas con las voces masculinas, públicas, autorizadas y hasta autoritarias de los letrados que acaparan el campo de los discursos escritos.[19]

Este señalamiento crítico para el caso de Cuba, constituye uno de los mayores aportes de Llorens, quien de esta forma se sitúa  en el pórtico de una nueva e irreversible etapa de este tipo de estudios regida por la perspectiva teórica del género; etapa en la que se ubica ya plenamente el ensayo citado de Marie Louise Pratt, y en la que también se pretende inscribir este trabajo, orientado hacia el develamiento de la modelación discursiva andrcéntrica de lo cubano.

Desarrollamos este trabajo a partir de dos sistemas de categorías, perfectamente interrelacionables a la hora del análisis:

A) El sistema relativo a la teoría del género, al que corresponden las nociones básicas de logofalocentrismo, status social, roles, arquetipos, matria, estructura patriarcal, y oposición de lo público y lo privado.

B) El relativo a la identidad, término que viene trabajado aquí como concepto relacional de la cultura, por cuanto se define con referencia a un "otro significativo"[20]. A este sistema categorial corresponden las nociones de mismidad/otredad; actividad, conciencia y espacio identitarios; sujeto modélico, construcción de imágenes sociales, dinámica de lo micro y lo macro, memoria histórico-cultural e identidades subalternas.

Vale recordar que, con respecto a este tipo de análisis, lo que ha predominado a nivel del discurso en nuestra región desde el siglo XIX[21] hasta hoy es la idea acerca de la existencia de un sujeto homogéneo de identidad, representativo de la población en su más  amplio espectro y suficiente como imagen nacional. Sin que falte, incluso, algún que otro especialista, que considere  -cuanto menos-  inoperante el tópico de la identidad femenina o de cualquiera de las identidades grupales dentro del cuestionamiento al respecto, y sirva de muestra el siguiente criterio de Enrique Ubieta expuesto en sus Ensayos de identidad (1993):

Hablar de la identidad desde la perspectiva de la diferencia, por ejemplo, hablar de la identidad de los negros, los homosexuales, la mujer,[22] etc., es una forma de entenderla ajena de hecho a consideraciones nacionales y regionales que absolutiza y proyecta ante todo la diferencia; es propia  -aunque no exclusiva-  de países y regiones de mayor desarrollo económico-social, específicamente de Europa y de Estados Unidos; en contraste, hallamos por lo general una visión integradora de la identidad en los países latinoamericanos. [23]

Y aún agrega Ubieta en nota al pie con relación a dichas identidades subalternas: "su inoperancia histórica en nuestra región le marca límites precisos". [24]

Ante tal postura resalta, por tanto, el estudio citado de García y Baeza, en el que las autoras, sin llegar a asumir explícitamente un posicionamiento crítico frente a la tendencia teórica señalada, proponen también una visión integradora de la identidad pero analizada justamente desde la diferencia, al afirmar:

La identidad cultural cubana como una, es decir, en singular e identificada  como identidad nacional, es en este caso, una identidad elaborada por grupos hegemónicos. No obstante, se sobreentiende que la identidad nacional no es la única identidad de los cubanos, aunque a partir del hecho-nación éste sea una nueva condición para la coexistencia o complementaridad de las identidades culturales fenoménicas[25] con autoconciencia étnica cubana que se estructuran en el seno o en torno de la sociedad nacional.[26]

Con lo cual dejan sentado el concepto de integración que debe regir este tipo de estudios, entendido como complementaridad de las partes y no como fusión/homogeneización.

Por otro lado es importante señalar que, a lo que sabemos, la abundante bibliografía que existe en relación con las identidades sociales latinoamericanas presenta, al menos, una constante teórico-metodológica más: la de abordar por separado los tópicos relativos a las imágenes de mujer y de sujeto nacional, en tanto problemáticas contiguas. En tal sentido el presente estudio parte[27] exactamente de la consideración contraria, es decir, del entendimiento de una profunda relación de continuidad interactuante entre las mismas, sobre todo durante su proceso de modelación; continuidad de significado cultural y económico-político, básicamente. Noción que viene asimismo implícita en la referencia de García y Baeza a la importancia de la dimensión psicosocial para la interpretación de los fenómenos macrosociales.

 

El sujeto nacional bajo el lente romántico

Puede afirmarse que la poesía romántica cubana y la mexicana reflejaron una búsqueda identitaria similar relativa a la modelación del sujeto nacional; similitud dada por sus propósitos de índole nacionalista, por su carácter de invención de lo real, por su sentido utópico proyectado en una permanente modelación a futuro, por sus estrategias de exclusión,  por sus límites étnicos, sociales, políticos, económicos, culturales y  genéricos, y sobre todo por su fundamento clasista e ideológico común, correspondiente en ambos países a la etapa de ascenso de la burguesía  y al proyecto liberal dominante entre los criollos letrados.

Dicha similitud no se tradujo, a su vez, en una completa homogeneidad de la expresión lírica, si tomamos en cuenta las diversas variantes que predominaron en uno u otro contexto condicionadas por las circunstancias históricas particulares. En tal sentido sobresale dentro del panorama cubano el aporte poético de los emigrados(as), por cuanto fue en sus obras que se fijaron los principales tópicos discursivos de nuestra identidad, así como la representación decimonónica capital  del cubano: la del patriota en armas, imagen viril por excelencia que se repetiría en las composiciones épicas y en los poemas de tema cívico, con muy escasas variaciones.

Aquellos(as) poetas que validaron con su discurso un modo otro de ser cubano (a ejemplo de Milanés), o bien no tuvieron entonces verdaderos continuadores, o su representación artística quedó al margen del modelo identitario dominante, como ocurrió con los criollistas y siboneyistas; lo que no significa en modo alguno que la propuesta estética de éstos haya tenido un carácter menos excluyente con relación a las diversas manifestaciones del ser colectivo nacional.

Por otra parte, es necesario destacar el aporte de algunas de nuestras autoras al discurso identitario -la Avellaneda, Luisa Pérez, Lola Rodríguez (de Tió)-, a pesar de su menor recurrencia dentro del tema; aporte que, a la altura de nuestros días, pone de relieve la importancia de la subjetividad y del espacio femeninos al respecto, aunque los mismos no hallaran lugar en el discurso dominante de ese lapso.

En cuanto a la contribución de la lírica romántica mexicana al tema, vale decir que la misma  -fundamentalmente la de autoría masculina- reflejó de modo más unilateral el pensamiento hegemónico, centrado en la imagen heroica del constructor de la nación, tanto en tiempos de guerra como de paz; representación que tuvo una fuerte resonancia en el orden simbólico colectivo a pesar de la realidad caótica y fragmentaria del México decimonónico.

A ello debemos sumar otra propuesta de identidad complementaria de la anterior: la del sujeto (masculino y femenino) doméstico, figura sólo ejecutable desde el ámbito privado, pero que, no obstante, marcó un hito en el ideario mexicano dominante a través de la obra de Peza y, en menor medida, de algunas autoras, por cuanto convirtió el modelo nuclear de familia en el deber ser correspondiente y en uno de los más importantes tópicos discursivos del México republicano, a despecho de los muy diversos tipos de familia existentes en el país.

Mas, a pesar de tales variaciones, el discurso lírico identitario en ambos países respondió a los intereses económicos y políticos del sector criollo ilustrado, el que, en el caso específico de México  -como es sabido-, constituía a su vez el sector más importante del poder, en tanto en el caso de Cuba constituía la fuerza política y económica de vanguardia en medio de la crisis colonial.

Fueron tales intereses los que definieron los límites ya vistos del modelo de identidad dominante, centrado en la figura del sujeto masculino, urbano, de clase media a alta, blanco o mestizo, pero representativo en cualquier caso de la cultura occidental moderna y dentro de ésta del liberalismo en tanto proyección política, social y ética; modelo que determinó al nivel del discurso que nos ocupa la marginación del resto de los factores sociales, incluso de aquéllos que tenían una participación fundamental en dichos contextos nacionales, ya del ámbito público, ya del privado: los negros, los indígenas, las mujeres; quiénes permitían con su acción económica y reproductora[28] llevar a vías de hecho el proyecto liberal.

En relación con dicho proceso discursivo de marginación los escritores(as) románticos en ocasiones se hicieron eco de criterios de exclusión lesivos para sí mismos(as), lo que se comprueba cuando encontramos la reproducción aquiescente de figuras sociales correspondientes al ideal hegemónico, en la obra de algunos exponentes de los sectores segregados: el de la doncella etérea, doméstica y subalterna  -por ejemplo- en numerosos textos de autoría femenina; o el del sujeto blanco, representativo de los valores occidentales, en las páginas de poetas pertenecientes por su raza y su sustrato cultural a alguno de los sectores excluidos, a ejemplo de Plácido[29] y de Ignacio Manuel Altamirano[30] -por sólo citar uno de cada área geográfica. Mas esto lo que nos indica, en primer lugar, es la eficacia que tuvieron dichos constructos discursivos monolíticos  dentro del imaginario colectivo, el cual se manifiesta  -como ha señalado Aínsa-  a manera de una tensión constante entre el ser social real y el deber ser al que se aspira[31]. Imaginario que entonces fue básicamente puesto en función de los sendos proyectos de modernidad y de soberanía nacional, a pesar  -o mejor dicho, a causa de-  de la ocasional precariedad de los mismos; razón que llevó a Roger Bartra a afirmar:

En ausencia de una ideología vertebrada y dada la extrema precariedad de los proyectos o modelos de desarrollo /.../ la legitimidad del sistema político adquiere acentuadas connotaciones culturales: es preciso establecer una relación de necesaria correspondencia entre las peculiaridades de los habitantes de la nación y las formas que adquiere su gobierno. Así la definición del carácter nacional no es un mero problema de psicología descriptiva: es una necesidad política de primer orden que contribuye a sentar las bases de una unidad nacional a la que debe corresponder la soberanía monolítica del Estado /.../[32].

En segundo lugar, dicha eficacia demuestra la potencialidad que tiene todo discurso para fijar conductas y tipos de la realidad, pues, como expresa Harvey Brown,

Las ficciones de hoy son las realidades del mañana. Las narrativas utópicas y las prácticas políticas están vinculadas a través de la mimesis social, porque la narración del mundo  -la representación lingüística de la sociedad-  es una autorización de nuestra existencia[33].

Lo que en el caso específico de la lírica romántica latinoamericana quedó reforzado por su presentismo y su compromiso histórico; rasgos que sustentaron en la misma esas imágenes unívocas de la patria o nación y del sujeto nacional que, siendo creadas a partir de los textos, no tuvieron (ni lo requirieron para permanecer en el imaginario colectivo) más factualidad que la del hecho literario[34].

 

El ideal femenino romántico a la luz del discurso identitario.

Vista de conjunto, la literatura romántica -a pesar de sus exclusiones, silenciamientos y constructos de diseño patriarcal-  significó un paso clave en el proceso de pensar y de representar a la mujer, quien fue asumida a partir de entonces como parte fundamental del discurso hegemónico moderno, habida cuenta del "descubrimiento" burgués de la contraposición público/privado, de los derechos civiles, y de la familia como unidad productiva-reproductiva primera de la sociedad y del Estado. Todo lo cual pasaba y se concretaba a través de la concepción del sujeto femenino como ente doméstico, ajeno "por naturaleza" a la dinámica del poder, y subordinado al hombre en pro de un hipotético bienestar colectivo, bajo el que se ocultaban los intereses de los sectores masculinos hegemónicos; tal y como lo concibieron los ilustrados franceses y, muy en especial, Rousseau, cuyo ideal femenino  -como es sabido- se mantuvo presente en el pensamiento dominante a lo largo del siglo XIX sin variaciones esenciales[35].

Sobre la base de tal fundamento ideológico esta imagen de la mujer, íntimamente vinculada al marianismo en su renovada proyección de signo independentista, participó a la vez de lo ahistórico y lo contingente, lo tradicional y lo moderno, lo natural y lo político, lo universal y lo nacional; lo que la convirtió en clave discursiva del pensamiento liberal romántico surgido en un contexto histórico de ruptura y de fundación pero, por esto mismo, urgido de estabilidad económica e ideológica, de tradiciones sociales, y de identidades como la femenina, supuestamente desligables del pensamiento político y de los avatares de la región por su sublimidad y por la invariación del "eterno femenino" mítico tan insistentemente ponderadas.

En la consolidación de ese estereotipo femenino hegemónico -construido por y para los sujetos masculinos de poder- incidió con notable intensidad la lírica en estudio, por medio de la cual se fue validando aquél como la única expresión positiva o legítima de la identidad femenina, según muestra la mayoría de los textos de esos años. Sin embargo, en las páginas de las mejores escritoras cubanas y mexicanas del pasado siglo, tuvo cabida y desarrollo progresivo un ideal femenino diverso, portador de una  perspectiva intragenérica y  -quizás por esto mismo- viable desde el punto de vista histórico -habida cuenta de su terrenalidad y de su inserción en la práctica social cotidiana-, aun dentro de sus profundas limitaciones de clase. Que el mismo quedase subsumido a lo largo del siglo bajo el ideal hegemónico no le resta importancia en tanto imagen, sólo pone en evidencia los mecanismos de control del imaginario colectivo sujeto al orden jerárquico patriarcal.

Por otra parte, la progresiva influencia de la sociedad angloamericana sobre la latinoamericana hacia fines del siglo, así como las propias necesidades inherentes al proceso de modernización liberal, debilitarían a la larga la eficacia simbólica de esa figura etérea, indefensa, dependiente, encerrada en el hogar, que constituyó el estereotipo femenino dominante en el XIX, al mismo tiempo que potenciarían para las letras del nuevo siglo esa imagen de la mujer activa, ilustrada, suficiente como sujeto doméstico y como ente social, cuyos rasgos quedaron esbozados por las escritoras desde fines del Romanticismo.

No hubo una correspondencia sistemática y ni siquiera frecuente entre discurso femenino y subversión de la imagen hegemónica. La mayoría de las escritoras de este lapso, o bien validaron la visión masculina de la mujer mediante sus representaciones y autorrepresentaciones literarias, o bien construyeron tímidamente sus propias imágenes como figuras convergentes en dicho modelo androcéntrico. Tales hechos podrían explicarse a partir del ilustrativo concepto del panóptico patriarcal que ha señalado Sandra Lee Bartky al afirmar que la mujer ha vivido su cuerpo "como si estuviera expuesta a la mirada de un ojo patriarcal y anónimo"[36], ojo en el que ella ha creído ver su autorreflejo, de ahí que, muchas veces, haya hecho suyo el discurso del otro sobre sí misma. Mas aquellos casos en que encontramos transgresiones y aun subversiones de ese ideal dominante, correspondieron siempre a textos de autoría femenina, aunque no en todas las ocasiones a buenos textos desde el punto de vista estético.

Deben tomarse en cuenta, además, otros dos aspectos: primero, que la mayoría de las obras femeninas fue publicada a través de las páginas periódicas, lo que significa que aquéllas se dieron a conocer como parte de un corpus literario mayor determinado por las características del emplane periodístico[37], o sea, una suerte de supratexto dialógico al que pudieron recurrir editoras y redactoras para resignificar y/o completar la propuesta ideológica de las obras, si se piensa en términos de recepción textual.[38] Y, segundo, que como señalaran Gilbert y Gubar, la escritura femenina decimonónica tuvo a menudo una composición "palimpséstica",[39] es decir, una estructura discursiva compleja, cuyo mensaje textual, aparentemente simple o denotativo, ocultaba un significado otro, profundo y con frecuencia contestario, indicado -entre otros elementos- mediante la adjetivación, las figuras del lenguaje oblicuo y el empleo de formas del discurso literario parabólico, como la fábula; elementos todos de alta recurrencia en las páginas de las autoras en estudio.

Una lectura de las mismas que tenga en cuenta los aspectos señalados nos demuestra la tendencia creciente que hubo entre las escritoras hacia el cuestionamiento del orden genérico tradicional, tendencia expresada en tres líneas temáticas principales: acerca de la igualdad sexual, la educación de la mujer y la conceptualización de su identidad. Con respecto a la primera, el tópico de la subordinación femenina, que había sido explicado inicialmente por causas sagradas y naturales, alcanzó a ser enunciado como lo que en realidad era: un estado social opresivo de causalidad histórica. Por otra parte, hubo pocos tópicos temáticos que se prestaran tanto a la modelación y/o cuestionamiento de la imagen femenina patriarcal como el de la educación de la mujer, considerado el tema por excelencia del siglo XIX. Con respecto a esto, consideramos que la progresiva insistencia de las autoras decimonónicas en destacar la capacidad intelectual femenina debe ser entendida como una estrategia discursiva subvertidora del orden genérico establecido, la que comportó, al mismo tiempo, una reevaluación del sujeto femenino como ente cultural pleno. Postura bien diferente a la que mostraron tanto los escritores románticos, como los ideólogos más radicales del liberalismo, para quienes la ilustración y el talento de la mujer tenían como horizonte único, el hogar  -o sea, eran una forma de "domesticidad civilizada"[40]-, y su objetivo supremo era el de la correcta socialización de sus hijos, los futuros ciudadanos de la nación.[41]

En cuanto a la tercera línea temática enunciada: la de la conceptualización de la identidad femenina, puede afirmarse que, en términos generales, hacia las tres últimas décadas decimonónicas las escritoras románticas, más que retomar el ideal femenino androcéntrico, tendieron en su mayoría a realizar una interpretación del mismo más moderada, objetiva y acorde a la realidad social, en conformidad con sus propias vivencias de género, con lo cual pusieron de manifiesto -con mayor o menor conciencia de ello- el falseamiento histórico que comportó el ideal femenino dominante.

Por su parte -pensando también en términos generales- los autores se movieron dentro de una concepción desmesurada de la identidad femenina, ya fuese con una desproporción por exceso, como la que comportó el estereotipo principal de la "mujer-ángel", ya fuese por defecto, como la que se dio en los casos de los múltiples estereotipos negativos (la bachillera, la coqueta, la beata, la solterona...)  que poblaron las páginas románticas, sobre todo en su vertiente satírica. Pero en cualquier caso, lo que predominó en la lírica romántica masculina con relación a la imagen de la mujer fue su concepción irreal, desgajada de la circunstancia histórica; por más que algunos -pocos- autores, dieran cabida en sus obras a otras figuras femeninas sin lugar en dicho estereotipo hegemónico, tanto por su nivel de terrenalidad, como por su perfil socio-étnico ajeno al modelo.

La mayor significación de la poesía romántica en cuanto a la imagen que nos ocupa fue la fundación, a partir de la misma, de una continuidad discursiva sobre la mujer y de la mujer; aunque ello no haya significado, en términos generales, una subversión del orden ni de los valores genéricos dominantes en el régimen colonial, ya que los mismos subsistieron enmascarados por la prédica cívica nacionalista.


Las grandes heroínas del discurso liberal romántico -todas de factura masculina- imprimieron a la imagen femenina el sello de su soledad, en tanto sujetos sublimados, carentes de paridad genérica[42] y sólo completables en su vínculo con el hombre, incluso en lo referente a su proyección identitaria, lo que se comprueba cuando revisamos la galería femenina patriótica latinoamericana. De ahí la importancia de destacar el esfuerzo realizado por algunas de nuestras poetas para fortalecer una representación femenina genérica, íntimamente vinculada desde lo público o desde lo privado a la realidad histórica y al signo -de cambio, rebeldía, modernidad, nacionalismo e ilustración- de los nuevos tiempos.

El saldo de cuentas del corpus analizado indica, no obstante, que tales esfuerzos no hallaron auténtico eco en los sectores que controlaban el orden del discurso y de la representación, de manera que lo femenino fue incorporado al ideario patriótico decimonónico, sólo a través de figuras de mujeres destacadas a nivel discursivo por su (supuesta) excepcionalidad y su (adecuada) complementaridad con relación al hombre (o mejor dicho, el constructo masculino hegemónico, atenido asimismo a excluyentes parámetros de raza, clase, cultura); ente masculino a partir del cual se conformó en Latinoamérica a lo largo del siglo, el imaginario patriótico y su figura protagónica: el sujeto nacional; quedando silenciados los muchos modos en que la población femenina cubana y mexicana incidió masivamente en la consolidación definitiva de sus respectivas identidades nacionales.

 

Para una lectura oblicua de la lírica romántica[43]

De acuerdo con lo expuesto en páginas anteriores puede afirmarse que, a pesar de la notable diferencia de status socio-político de Cuba y México durante la época en estudio (diferencia que podría hacernos pensar erróneamente en un menor grado de desarrollo de nuestra actividad identitaria con relación a la de una sociedad como la mexicana, ya entonces inmersa en la consolidación de su soberanía), y a pesar, asimismo, de su composiciones étnicas y culturales diversas, la modelación discursiva de sus sujetos nacionales respectivos llevada a cabo por los románticos(as), siguió una dinámica semejante en ambos países en cuanto a la fijación de estereotipos identitarios comunes y al sistema de exclusiones que legitimó la puesta en discurso de tales sujetos nacionales.

En relación con ello no está de más recordar la profunda correspondencia existente entre el ideario socio-político y económico de la clase burguesa en ascenso, sus expectativas literarias, y el Romanticismo; por lo que éste vino a conformar en nuestra región una suerte de macrocosmos ideoestético que propició tales coincidencias, amén de lo que pudo influir e influyó en ello, seguramente, la estrecha relación que mantenían entonces los ideólogos y los escritores(as) del área entre sí, muy en especial los de origen cubano y mexicano.

Por tales motivos, los escritores(as) de ambos países reflejaron en sus textos líricos una similar conciencia de mismidad en relación con sus congéneres nacionales y latinoamericanos, delineada restrictivamente según los parámetros liberales hegemónicos de raza, clase, género, cultura e ideario politico; y manifestaron un sentimiento común de otredad con respecto al extranjero invasor, el cual, en el caso de México, incluyó además del español (común a ambos), a los advenedizos procedentes de Francia y de Estados Unidos que ocuparon a la fuerza su territorio durante el siglo XIX. De ahí la importancia de distinguir los límites externos e internos del arquetipo identitario romántico que marcaron la distancia entre el sujeto nacional modélico y los "otros significativos" -fuesen foráneos o paisanos-, a despecho de las múltiples estrategias ideológicas puestas en juego por los liberales para ocultar  -bajo las máscaras de la unidad nacional, la igualdad social, la hermandad colectiva, la sublime misión cívica de la mujer y la presencia de una madre común tutelar (la virgen patrona)-  las desigualdades de todo tipo, heredadas del pensamiento colonizador -y en ciertos casos reforzadas-, que caracterizaron el contexto decimonónico regional.

Dos elementos, sin embargo, marcaron cierta disyunción del pensamiento identitario cubano y mexicano en estos años, dada precisamente  a consecuencia de dicha diversidad de status: en primer lugar la pauta ética y política que determinó el deber-ser colectivo y, por ende, la caracterización del sujeto nacional, el cual -en el caso mexicano- se identificó como el moderno constructor de la nación, sujeto racional, culto, amante del orden, la familia y el progreso; mientras que en el caso cubano la figura más relevante del discurso nacionalista fue la del patriota en rebeldía manifiesta contra España, imagen esta que fue puesta en discurso por la mayoría de nuestros románticos como la única forma auténtica y digna de ser cubano.

Otro aspecto diferenciador de ambos procesos fue el grado de relevancia que se le dio al aspecto subjetivo y al ámbito privado familiar en la construcción de tales identidades, pues siendo esto muy acusado en la lírica mexicana, en cambio, las necesidades derivadas de la crisis colonial y del movimiento independentista cubanos definieron la postergación y aun el sacrificio de lo privado en favor de lo público; de ahí esa proyección épica que predominó en la representación del sujeto nacional cubano, pensado más acorde a las circunstancias socio-políticas colectivas, que en función de un ideal doméstico burgués, mucho menos factible o útil en medio de los conflictos coloniales.

Todo esto nos indica el peso que tuvo en la actividad identitaria el discurso literario, particularmente en su manifestación lírica, por el carácter autorreferencial e histórico que tuvo buena parte de la misma, y sobre todo por haber sido la vía de expresión primada del proyecto patriótico nacionalista.

Asimismo, no puedo pasar por alto en este balance final la carencia punto menos que absoluta que muestran los estudios referidos a la formación de la identidad regional, en cuanto a la incidencia que tuvo en este proceso la idealización femenina romántica; carencia debida, sin duda, a la orientación logofalocéntrica de los mismos. Por lo cual el presente análisis, realizado sobre la base de criterios distintivos de género, ha permitido demostrar que la construcción del sujeto arquetípico femenino y la del sujeto modélico nacional, procesos aparentemente inconexos entre sí, en verdad vinieron a ser las claves extremas y concéntricas de una misma intención discursiva: la legitimación de la unidad, piedra angular de las utopías liberales; claves que tuvieron en el constructo de la virgen patrona uno de sus principales puntos de articulación y su mayor justificación simbólica.


Llegados a este punto, consideramos oportuno no continuar dando por sobreentendida la acepción en la que hemos utilizado el término constructo al referirnos a las diversas imágenes en estudio; ya que, como ha afirmado Anderson[44], aquél podría dejar en los lectores(as) la idea equivocada de invención deliberada y artificiosa, y no -como se ha querido exponer en estas páginas- la de la modelación/creación de tales identidades sociales a partir del discurso, pero perfectamente insertables en el imaginario colectivo por constituir expresiones del sistema cultural y político vigente en la comunidad.

En este sentido, si bien la construcción de dichas identidades comportó por parte de la élite letrada una actitud normativa, un compromiso desde el punto de vista político y socio-económico con la burguesía criolla en ascenso, una propuesta del deber-ser colectivo más o menos conscientizada por parte de sus enunciantes; a la vez dicho proceso reveló -por la eficacia que alcanzó a nivel simbólico-  la existencia de cierto consenso en torno a aquéllas en determinados sectores de la población cubana y mexicana, los que se sintieron interpelados por el discurso hegemónico e identificados con sus ideales de identidad.

Tanto el arquetipo femenino como la imagen del sujeto nacional que predominaron a nivel de la representación lírica correspondieron, por lo tanto,  a una forma: la hegemónica, de pensar la nación y a los nacionales; perspectiva parcial que gracias a los mecanismos de control del discurso puestos en juego por los sectores de poder se consolidó como la única imagen legítima y verdadera, quedando así tácitamente descalificados el resto de los componentes y de las actitudes sociales que conformaban el entramado del siglo, lo que no impidió que determinados autores(as), llevaran a sus obras otras imágenes al respecto que por su heterogeneidad, así como por su  distanciamiento e incluso subversión de los modelos normativos, poseen a la luz de nuestros días un notable interés documental.

Al enfatizar a lo largo de estas páginas la escasísima incidencia de esas imágenes otras de identidad en el modo tradicional de pensar y representar lo femenino que afianzó el Romanticismo, hemos intentado demostrar hasta qué punto la emisión del discurso patriótico nacionalista se correspondió en esa época (y desde entonces) con los criterios androcéntricos y la ideología del grupo de poder, a pesar de la existencia de tiempos diferenciales entre ambos, ya que dicha emisión ha estado controlada y seleccionada  a través de una serie de procedimientos encaminados a neutralizar, obstaculizar o silenciar la información proveniente de perspectivas y poderes otros, o derivada del reflejo desinteresado de lo real.

Por ello, a pesar de que determinados autores(as) románticos formularon una serie de imágenes identitarias tendientes a una mayor visualización del sujeto histórico, las mismas quedaron subsumidas bajo el ideal hegemónico. Ocultación a la que han contribuido notablemente la crítica literaria y la historiografía desde el pasado siglo, por la estrecha correlación de las mismas (en términos generales) con el sistema sexo-género patriarcal.

En tal sentido es justo afirmar que la literatura decimonónica cubana y la mexicana contribuyeron decisivamente a delimitar el espacio y la comunidad "imaginados como nación",[45] poniéndose de relieve así esa potencialidad del texto como espacio creador de identidades, normas y valores sociales a la que aludiera Lezama, al definir la imagen literaria como "la causa secreta de la historia",[46] y la hipótesis que la sustenta como la posibilidad de que se repita en lo real.

A través de la lírica romántica cubana y mexicana se fijaron y consolidaron los estereotipos, paisajes, comidas, trajes, conductas, costumbres y valores que se identificarían a partir de entonces como representativos del carácter nacional, anticipando así, en medio de una realidad sociopolítica caótica y fragmentada, el desarrollo de una conciencia identitaria uniforme, referida a una suerte de "alter omnipresente"[47]: la entidad patria, cuyo fundamento, de índole básicamente discursiva,  no debilitó en modo alguno su trascendencia  ni su eficacia simbólicas.

Aún así la realidad histórica -como hemos visto- se filtró subrepticiamente a través del discurso de los autores(as) condicionados en cierto modo por su ubicación -económica, social, étnica, genérica y/o geográfica- periférica; voces que si bien no alcanzaron a debilitar la propuesta dominante, ni siquiera en los casos que lograron verdadero reconocimiento literario, no obstante, potenciaron para el pensamiento revolucionario que surgiría en la nueva centuria, una conceptualización más heterogénea y desprejuiciada de lo nacional.

En relación con lo anterior puedo afirmar  que fueron las poetas románticas, en ambos países, las que mostraron desde su evidente espacio de subalternidad una mayor tendencia hacia la complementación e incluso hacia la subversión de los modelos hegemónicos; aunque no puede decirse que en sus obras venga expresada una formulación sistemática al respecto, ni una conceptualización acabada de ello. No obstante, a través de las frecuentes alocuciones a las mujeres cubanas y mexicanas que se hallan en su corpus lírico, las escritoras analizadas demostraron tener una conciencia de nacionalidad revelada como identidad grupal[48], y la voluntad histórica -más o menos consciente- de demarcar la singularidad del carácter femenino nacional correspondiente, subvirtiendo así el concepto patriarcal de la mujer vista como ente suprahistórico y universal, y realizando con ello una contribución fundamental al desarrollo del pensamiento identitario.

Sin embargo, precisamente por la condición subalterna de estas autoras, las mismas se valieron a menudo de estrategias discursivas oblicuas, y de una escritura calificable como palimpséstica por la superposición de mensajes; de modo que sólo una lectura sesgada de sus obras que tome esto en cuenta, puede advertir la importancia de sus aportes al tema.

En cambio, es evidente que fueron los autores quienes más contribuyeron durante el siglo XIX a consolidar el pensamiento identitario, lo que influyó sobremanera en la perspectiva androcéntrica del mismo, centrado en la figura y los valores del sujeto masculino, urbano, blanco o mestizo, pero en cualquier caso representativo de la cultura occidental y del proyecto liberal nacionalista; ideal de identidad que fue puesto en discurso entonces como una entidad supraétnica, supraeconómica y supragenérica, y que aún hoy conserva (variaciones caracterológicas aparte) esos niveles de abstracción en el imaginario cubano y mexicano .

A pesar de la cuantiosa presencia de la mujer como objeto de discurso de la lírica de tema patriótico y de la literatura romántica en general, la misma -como hemos visto- no fue conceptualizada como ente identitario pleno, estando enmascarada esta carencia de su representación por el mito del eterno femenino, así como por su confinamiento doméstico y su subordinación absoluta al hombre.

A consecuencia de ello se produjo ese injusto silenciamiento y/o desvirtuación de la labor y los valores éticos femeninos en tanto elementos insoslayables de la actividad identitaria y del carácter nacional cubano y mexicano. Sustancialidad de lo femíneo que, no obstante, se revela en el conjunto de las estrategias públicas y privadas de socialización características de las sociedades latinoamericanas, así como en las formas y vías de transmisión de lo simbólico que han prevalecido en las mismas.

La caracterización de tales procesos de socialización y transmisión cultural llevada a cabo a través de la lírica estudiada, mostró al respecto una ginofocalidad clave y creciente, acorde a las circunstancias socio-económicas y políticas propias de cada comunidad, a sus tradiciones culturales; así como a los requerimientos del proyecto nacionalista y de la consolidación de las burguesías criollas, y a la inserción progresiva de las mujeres en la praxis social. Ginofocalidad que, sin embargo, ha sido falseada por el discurso patriarcal al sustituir ese  protagonismo femenino secular y genérico, por la oportuna exaltación de una serie de figuras de mujer, por lo común relacionadas con (y subordinadas a) destacados hombres de la historia latinoamericana, y que han sido incorporadas al discurso y al imaginario patrióticos de cada uno de estos países como sujetos excepcionales.

Bajo la fascinación de esa galería de madres y esposas ejemplares, cuya relevancia encontró lugar tempranamente en las páginas literarias e historiográficas (masculinas) desde el siglo XIX hasta hoy, ha quedado oculta la trascendentalidad que ha tenido lo femenino genérico para el desarrollo del pensamiento y la actividad identitaria de nuestra región. Trascendentalidad que se descubre en la feminización recurrente de los elementos patrios, en la correspondencia simbólica Patria/mujer que fuera consolidada por la lírica romántica latinoamericana, en la incorporación al perfil nacional de un grupo de rasgos tradicionalmente atribuidos a las mujeres (aunque los mismos, al producirse tal incorporación, no hayan conservado a nivel del discurso su marca genérica inicial), así como en el carácter axial que han tenido las figuras de las vírgenes patronas (una diferente para cada país latinoamericano) en la construcción, fijación y transmisión de las identidades nacionales respectivas.

Podemos afirmar que si bien la constante presencia de la mujer en la lírica romántica y su idealización obedecieron a una sutil estrategia patriarcal de control simbólico y discursivo, y no a una conceptualización de tipo identitario sobre lo femenino; no obstante, tanto las mujeres con su acción/proyección histórica concreta  -incluida en ello, por supuesto, su actividad literaria-,  como la categoría cultural compleja de lo femíneo, han mantenido desde entonces una incidencia determinante en la consolidación de la identidad nacional; aunque tal incidencia no haya alcanzado aún un auténtico reconocimiento, ni una estabilización en el discurso científico-literario cubano, más que como "artística. Literaria dentro de lo artístico. Y dentro de lo literario, poética antes que cualquier otra cosa"[49]

Por tanto, resulta ya asunto impostergable la incorporación del lente agudo que proporciona la teoría del género, al corpus científico de nuestros estudios culturales, para descubrir entre líneas la dimensión política de todo discurso y para sacar a la luz las múltiples conexiones entre lo público y lo privado, entre lo doméstico cotidiano y lo histórico-social, entre los rasgos que han caracterizado a las identidades grupales subalternas y el perfil nacional; aspectos todos que nos permitirán valorar en su justa magnitud la trascendencia que ha tenido lo femíneo para el desarrollo del pensamiento identitario latinoamericano.

 


Notas:

[1] Sigo, con esta denominación, el texto de Maritza García Alonso y Cristina Baeza Martín, Modelo teórico para la identidad cultural, en el que se define la actividad identitaria como el "conjunto de acciones materiales y espirituales que permiten el proceso de definición del sujeto de identidad" (1996: 22).

[2] Los límites cronológicos del Romanticismo latinoamericano validados aquí se ubican entre la cuarta y la novena décadas decimonónicas, siendo este límite posterior más extendido que el que ha fijado por lo común la historiografía literaria (aproximadamente los años 70), ya que en la praxis de las autoras  -afectada por el acceso restringido de las mujeres a los predios literarios- la estética romántica se siguió cultivando mayoritariamente sin variaciones casi hasta fines del siglo.

[3] Nuevamente remitimos al texto de García y Baeza, donde se define el concepto de contexto nodal como “el espacio-tiempo que incide directamente en la actividad identitaria” (1996: 16).

[4] Así lo ha demostrado el ensayista mexicano José Luis Martínez, destacado estudioso de la literatura romántica  y del nacionalismo literario.

[5] Empleando este término con el significado de expresión depurada o "descontaminada" de fines prosaicos o utilitarios.

[6] Contenido que le dio por lo común una fuerte proyección presentista, a diferencia de las modas pasatistas de ciertos romanticismos europeos, a ejemplo del alemán.

[7] Llorens, 1998: 104.

[8] Aunque en ningún caso llegó a ser equitativo.

[9] Por supuesto que me estoy refiriendo a  los textos El Romanticismo en la América Hispánica (1967) y El  Romanticismo, fijación psicológico-social de su concepto (1979), de Carilla y Lazo, respectivamente.

[10] Uno de los casos más acentuados de este tipo lo ha señalado Mirta Yáñez en su estudio sobre la obra de Esteban Echeverría y su contexto político-literario, donde afirma que en Argentina todos los románticos eran liberales y todos los liberales eran románticos (Yáñez, 1995: 19).

[11] Al respecto ha afirmado Quispe-Agnoli: "la  ideología decimonónica que dominó a la ex Madre Patria, también se desarrollaba en otros países europeos y en los Estados Unidos por la misma época. No es de extrañar entonces que, a pesar de los movimientos independentistas en Latinoamérica, se siguieran reproduciendo patrones de conducta, en lo que respecta al desenvolvimiento de la mujer, que no diferían, en sus puntos básicos, de los que se habían cultivado durante la Colonia" (Quispe-Agnoli,1997: II, 64)

[12] Pensemos por ejemplo en la problemática indígena, mantenida a lo largo del XIX,  y que fuera señalada por José Martí  como una evidencia clave de la supervivencia ideológica de la colonia en las  republicas de Latinoamérica.

[13] Prefiero utilizar el término de logofalocentrismo -presente en algunos textos de feministas norteamericanas como Elaine Showalter-  y no el más divulgado de falogocentrismo -que prestigia Derrida con su uso-, ya que el primero, a mi modo de ver, subraya o hace más evidente la distancia que existe entre la ejecución del logos y eso que podría enunciarse como visión fálica, en la cual el falo viene a ser una suerte de aleph de nuestra cultura, a través del cual se manifiesta (entre otras potencialidades humanas) el logos.

[14] Incluidos, por supuesto, los de enfoque feminista.

[15] Esta fecha de 1930 corresponde al año en que la autora divulgó dicho ensayo a  través de un ciclo de conferencias impartido los días 30 de mayo, y 2 y 6 de junio en el Teatro Colón de Bogotá; aunque, según noticias, la primera impresión del mismo ocurrió en 1982; lo que de ser cierto, convertiría el texto de Mirta Aguirre de 1948 en el alfa de esta serie, en lo que respecta a su alcance regional.

[16] Este ensayo aborda la postura diferente que asumieron Gertrudis Gómez de Avellaneda y José María Heredia con respecto al discurso sobre la nación.

[17] Primera edición en español.

[18] La autora se refiere a Moreno Fraginals.

[19] Llorens, 1998: 268-269.

[20] “El grupo humano otro a partir del cual el sujeto de cultura, al diferenciarse y reconocerse singular, deviene sujeto de identidad” (García y Baeza, 1996: 22)

[21] Desde los inicios mismos del tema a partir de los movimientos nacionalistas.

[22] Es significativo de un correlato conceptual estereotípico que en el caso de las mujeres el autor no reconozca ni siquiera la necesidad de hablar en plural como lo hizo en el caso de los negros y los homosexuales.

[23] Ubieta, 1993: 113.

[24] Ídem.

[25] Las autoras hablan indistintamente de identidades fenoménicas, grupales,  subalternas o microidentidades para referirse a lo mismo; aunque  -en mi criterio-  no  todos estos términos son estrictamente intercambiables.

[26] García y Baeza, 1996: 49.

[27] Al decir así aludimos tácitamente a una de las investigaciones que realizadas por la autora en 1994, en la que abordó el desarrollo concéntrico de las identidades sociales en el México decimonónico

[28] Al emplear este término y no el más usual de reproductiva pretendemos destacar sobre todo la reproducción social más que la biológica.

[29] Sólo para  los que requieran mayor precisión al respecto recordamos que éste era hijo de una bailarina blanca, que lo abandonó recién nacido en la Casa-cuna, y de un mulato peluquero a cuyo amparo se educó.

[30] Hijo de padre y madre indígenas, su educación en lengua hispana y en los valores occidentales la recibió cercano a la adolescencia, gracias a la iniciativa de Ignacio Ramírez quien creó en el Instituto de Toluca una suerte de becas para niños indígenas sobresalientes.

[31] Aínsa, 1986:14.

[32] Bartra, 1992: 226.

[33] En el original: "Today's fictions are tomorrow's factions. Utopian narrative and political praxis are linked through social mimesis, because the narration of the world -the linguistic representation of society- is an authorization of our existence" (Harvey, 1987: 96).

[34] A propósito de esto se siente un tanto ingenua la correspondencia que estableciera Jorge Ibarra entre realidad y discurso al afirmar: "¿Cómo hablar de cubanos, cuando los habitantes del país se sentían primero villareños, camagüeyanos, bayameses o matanceros que cubanos?" (Ibarra, 1981: 11) Cuando sabemos hoy los múltiples factores que median  entre una y otro, lo que no debe ser entendido  siempre como falseamiento de lo real, pues en ocasiones esos constructos discursivos son, en verdad, paradigmas de futuro, energeia, como expresara Lezama  en su iluminador ensayo de1957.

[35] De su Emilio o de la educación es este fragmento cuya idea central: la índole de la mujer como ser-para-otros, constituye el principal punto en el que se articuló la tradición más importante de la cultura occidental acerca de lo femenino, dictada por el pensamiento católico, con los requerimientos de la ideología liberal al respecto: " Por la misma ley de la Naturaleza, las mujeres, tanto por sí como por sus hijos, están a merced de los hombres: no basta con que sean estimables, es preciso que sean estimadas; no les basta con ser hermosas, es preciso que agraden; no les basta con ser honestas, es preciso que sean tenidas por tales [...] El hombre, cuando obra bien, sólo depende de sí propio y puede arrostrar el juicio del público; pero la mujer, cuando obra bien, sólo tiene hecha la mitad de su tarea, y no menos le importa lo que de ella piensan, que lo que es efectivamente.(Rousseau, 1762:.284).

[36] Lee, 1989: 72.

[37] Respecto a esto, Benedict Anderson ha afirmado que "leer un periódico equivale a leer una novela cuyo autor ha abandonado toda idea de una trama coherente". (Anderson, 1993:.58).

[38] Es frecuente encontrar en esta prensa decimonónica destinada  a las lectoras que los textos que expresaron una conciencia de género más clara, aparecieron publicados junto a otros en los que se había asumido absolutamente el pensamiento androcéntrico, y sirva de ejemplo el número uno de la revista mexicana El álbum de la mujer (1883), donde junto al editorial que se dedicó a exaltar la abnegación y la indulgencia como máximas virtudes femeninas, se publicó el conocido poema de Sor Juana, "Redondillas", cuyo sujeto lírico venía a ser, justamente, la antítesis de tales "cualidades".

[39] Gilbert y Gubar, 1984: 73.

[40] Kirkpatrick, 1991: 17.

[41] Esta diferencia sustancial entre autoras y autores en lo relativo a la consideración de la capacidad intelectual de la mujer se revela, por ejemplo, cuando comparamos la crítica literaria decimonónica de unas y otros acerca de obras de autoría femenina, pues mientras en la de éstos  se observa un empleo recurrente de calificativos de excepción  ("raro talento", "joya extraordinaria", "genio sin par"...), así como de adjetivos masculinizantes ("acento viril", por ejemplo); en cambio, en la crítica femenina lo que más abundó fue el reconocimiento de marcas genéricas y, por ende, comunes a todas las mujeres, al menos potencialmente ("acento tierno", "lira femenil", "dulce inspiración"...).

[42] Esta idea de la imparidad o discontinuidad de los sujetos femeninos ha sido explicada por el pensamiento logofalocéntrico a través del viejo mito occidental de la rivalidad natural intragenérica, el que continúa en nuestros días, enmascarado de cientificismo, en la interpretación freudiana y lacaniana del acceso de la mujer al orden simbólico a partir de su indispensable renuncia a la identificación subjetiva con la madre.

[43] El concepto de lectura oblicua, que remite a la  existencia  de figuras oblicuas del lenguaje, ha sido validado dentro de la teoría literaria feminista como sinónimo de una exégesis desconstructiva de las estrategias textuales enmascaradoras de la verdadera intencionalidad del autor(a).

[44] Refiriéndose al concepto que él utiliza de invención del nacionalismo, señala cómo algunos lo han confundido con el de fabricación y falsedad, cuando en verdad remite a la idea de imaginación y de creación. (Anderson, 1993: 24).

[45] Anderson, 1993: 146.

[46] Lezama, 1981: 48.

[47] García y Baeza, 1996: 48.

[48] Según García y Baeza la identidad grupal "se localiza allí donde los individuos comparten una misma forma de vivenciar una experiencia" (1996: 47).

[49] Aguirre, 1948: 9.

 

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