El valor simbólico de las mujeres, visto desde la perspectiva de la masculinidad mexicana contemporánea

The symbolic value of women, seen from the perspective of masculinity

O valor simbólico da mulher, visto sob a perspectiva da masculinidade contemporânea mexicana

Roberto Rivera Pérez [1]

RECIBIDO: 14-11-2013 ACEPTADO: 03-12-2013

 

Introducción

Las relaciones sociales en el ámbito mundial, están reguladas por una serie de reglas no escritas, pero bien conocidas por los agentes y sujetos sociales de la cultura a la que refiramos.  Sobre la base de lo anterior, sucede que a razón de una diferencia física que es obtenida mediante nacimiento, es decir la presencia o la ausencia del falo.  Será parte de la causal, que determinará si el recién nacido podrá o no ser asociado al significado positivo que se tiene del falo, y toda la cosmovisión que se construye alrededor del mismo.  Asimismo, esta presencia / ausencia determinará en qué forma y en qué condiciones será el estilo del trato con ese actor social; a razón de su semejanza con unos, pero también por las diferencias con los otros.

La organización social y las relaciones estructuras del género, sufrieron grandes modificaciones a partir de las primeras décadas del siglo XX, particularmente a razón de la Primera y Segunda Guerra Mundial.  Ya que estos procesos del orden internacional, requirieron de la salida de las mujeres al espacio público, exigiéndoles su incorporación al ámbito laboral y económicamente remunerado.  Este proceso de transformación social, se complementó de la inserción de las mujeres en los campos académicos, universitarios y como parte de las plantas docentes en las universidades públicas y privadas de diversos países.  Finalmente, se comenzó a impugnar la institución del matrimonio y la intención de la procreación como fundamento de la unión matrimonial, unión libre y otras formas de relaciones íntimas socialmente aprobadas.  Dando lugar a las siguientes premisas: ¿Cuáles son los campos masculinos que han sido impugnados por los recientes procesos de transformación estructural al interior de las relaciones de género?,  ¿Existirá alguna forma de resistencia masculina a razón de este embate femenino? Y finalmente, ¿De qué manera se puede representar esas formas de resistencia? Y a razón de las premisas anteriormente expuestas, se pudo plantear el siguiente objetivo: Manifestar y evidenciar aquellos campos masculinos que han sido impugnados en los años recientes, y que han provocado la llamada crisis de la masculinidad. Asimismo, enunciar aquellos pilares de la masculinidad que se han reforzado a razón de las impugnaciones contemporáneas.

 

1. El marco teórico como recurso para el análisis interpretativo.

Cuando Lévi-Strauss descubrió los fundamentos centrales de la teoría estructuralista, él denotó que las sociedades humanas en el ámbito mundial se apoyan en  el principio de las relaciones diádicas y tríadicas, o lo que es lo mismo, los pares de oposición y dos pares de dicotomías con un elemento nulo, respectivamente (Levi-Strauss 1987 y Turner 2007).  En ese sentido, no será una novedad el poder reconocer las distinciones: animalidad / humanidad, arriba / abajo, izquierda / derecha, público / privado, penetrado / impenetrado, pasivo / activo, semejante / diferente, hombre / mujer, entre muchos otros pares de oposición existentes en todas las culturas del ámbito mundial.   Donde más allá de centrarse en conocer y describir una serie de diferencias culturales, la corriente del estructuralismo se centró en la búsqueda de las variantes y continuidades de los fenómenos descubiertos en otras regiones del mundo.  En ese sentido, uno de sus más grandes aciertos fue el establecer la distinción entre las nociones de estructura y las relaciones sociales, cito: “El principio fundamental afirma que la noción de estructura social no se refiere a la realidad empírica, sino a los modelos construidos de acuerdo con ésta.  Aparece, así, la diferencia entre dos nociones tan próximas que a menudo se las ha confundido; quiero decir, las de estructura social y de relaciones sociales.  Las relaciones sociales son la materia prima empleada para la construcción de  los modelos que ponen de manifiesto la estructura social misma.  Esta no puede ser reducida, en ningún caso, al conjunto de las relaciones sociales observables en una sociedad determinada” (Lévi-Strauss, 1987: 301).

Particularmente, la corriente estructuralista podría ser señalada de siempre apelar a una suerte de universalismo cultural -que ocasionalmente se hace evidente en fenómenos particulares-,  pero que dicta sobre la base de las reglas ya escritas, el cómo son las cosas y el cómo deben ser para cada sociedad; otorgándole un peso fundamental a todas las instituciones.  Hipotéticamente en ese modelo, todos los actores sociales actuarían conforme a su inconsciente colectivo, y todas las variantes y contradicciones  que puedan surgir en el teatro social, serían el resultado de los reacomodos estructurales de las reglas que conducen a estos agentes.  De tal suerte que la transformación estructural, deberá ser observada como algo que ya se esperaba, o que estaba prescrito dadas las condiciones de las instituciones de la cultura a la que uno se pueda referir.

 Este principio estructural, evidentemente descarta toda decisión personal que los actores puedan tener, y su práctica, o demás acciones que de manera consciente pueden tomar, a razón de contener y / o retardar lo inevitable (la transformación del modelo estructural de su cultura). Por ende, Pierre Bourdieu sugiere complementar el modelo estructuralista,  otorgarle un mayor peso a la práctica social, perfeccionando el estado del alma propio del estructuralismo con el estado del cuerpo, que es pertinente del habitus bourdieano.  Y que ambas en conjunto,  serán empleadas en esta tesis. Cito: “Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistema de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas dispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones  que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin suponer el propósito consciente  de ciertos fines  ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser para nada el producto de la obediencia a determinadas reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas sin ser el producto de la acción organizadora de un director de orquesta” (Bourdieu, 2009: 86).   

  En lo que respecta a la dicotomía que se puede establecer entre el espacio público y privado.  El primero estará socialmente considerado como zonas peligrosas, con frecuentes conflictos por la apropiación del espacio y en ocasiones como espacios intersticiales destinados al tránsito, los cuales, tienen una lógica y reglas comunes que deben ser conocidas y aplicadas por los transeúntes (y que pueden cambiar de forma constante, dependiendo el uso social que se le asigne al espacio), a manera de lograr una adecuada negociación para evitar una confrontación que podría finalizar con violencia física.  Por lo tanto, se entiende que debe existir una institución reguladora de la violencia legítima a manera de evitar la anarquía tanto en el ámbito nacional como regional o local.  A pesar de que en la mayoría de los casos, los problemas locales se resuelven mediante los métodos consensados por sus habitantes.  Otra de las características de este espacio  es que en él se encuentran los centros de trabajo o sitios que se consideran como lugares de castigo y de la rutina diaria, mismos que afectan de manera diferente tanto a los hombres, mujeres, niños, ancianos y jóvenes que se ven obligados a utilizar este espacio.  En oposición aparece el espacio privado, que se caracteriza por ser un sitio para descansar, en el cual sus ocupantes establecen sus propias reglas, normas, obligaciones y derechos, además de contar con la capacidad de imponer el orden de las cosas materiales.  Debo enfatizar que socialmente este espacio está considerado como un sitio de seguridad individual e intimidad personal y como un espacio intersticial para las personas que no están familiarizadas con él.

Una segunda dicotomía, será la relación estructural establecida entre lo masculino y lo femenino, es decir, las relaciones estructurales del género.  Éste, debe ser entendido como un constructo social que está sustentado en múltiples y complejos procesos históricos de larga duración, que presenta contradicciones internas y cambios coyunturales en las relaciones sociales (entre los hombres y las mujeres) que están insertas en una estructura social y sexual preestablecida.  En la cual, designado por nacimiento y sobre la base de las diferencias físicas, se establece una la serie de labores, actividades, prescripciones y prohibiciones, que cada uno de los géneros tendrá que cumplir y acatar de forma distinta.  No sobra indicar, que los privilegios, las oportunidades para la representación y el acceso al poder, por lo regular estará destinado al ámbito masculino.  Esta forma particular de identidad (la masculinidad), siempre estará descrita, asociada y caracterizada en oposición a todo lo que hacen o puede identificar a la más mínima práctica femenina.

Por ende, socialmente se espera que las mujeres estén destinadas al rol del matrimonio, la reproducción del grupo, atentas sobre los cuidados de la familia y débiles sociales (ancianos, enfermos e infantes), y a la apropiación del espacio privado (doméstico).  Inversamente, serán los varones quienes serán ubicados en los espacios para la representación pública (principalmente frente a las mujeres, pero también delante de otros hombres), estarán encomendados a la protección de su grupo familiar, su reproducción social, y finalmente cumplirán el rol de  proveedores económicos.  Sobre la base de esta sencilla descripción genérica, se hace evidente el principio de la doble metamorfosis de Godelier.  La cual,  puede ser definida de la siguiente manera:“A través de las relaciones de parentesco, que son las relaciones personales y entre generaciones que pasan de individuo a individuo y de generación a generación, se transmiten riquezas, recursos que son, a su vez, las condiciones materiales y sociales de su existencia. En general, en todas las sociedades, a través del parentesco la tierra pasa de hombre a hombre, del padre al hijo, por ejemplo, mientras que a la hija se le excluye de la propiedad de la tierra …Por lo tanto, no son las mismas cosas las que pasarán de generación en generación, de sexo a sexo”  (Godelier, 1997: 19).   

Posteriormente apunta en relación a la dominación simbólica masculina: “Los signos de superioridad masculina –signos que son buscados, inventados- siempre tienen un carácter arbitrario.  Cuando parte de que la dominación masculina parece        derrumbarse, se tiene que recurrir al reinvento de nuevas pruebas de dicha supuesta superioridad …En ciertas sociedades, las mujeres tejen porque son inferiores. En otras sociedades, los hombres tejen porque son superiores.  La materialidad del acto de tejer no dice nada, pero siempre está cargada de sentido, y se nota un desplazamiento constante de sentido” (Godelier, 1997: 26). Y más adelante continua: “…por una parte, uno ve constantemente una violencia física, una violencia psicológica, una violencia social ejercida sobre las mujeres, mediante el desprecio, la burla: las mujeres no saben treparse a los árboles, no pueden matar a un enemigo, no saben usar un arco; claro, nunca lo han hecho por lo cual no saben hacerlo.  Ahí tenemos una retroacción, uno tiene evidencias sensibles ya que están creadas todas las condiciones de la retroacción, de la retroalimentación del sistema” (Godelier, 1997: 28).[2] 


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Culturalmente se establece que los varones serán los únicos facultados para la administración de los campos públicos –como lo sostiene una fuerte tradición enunciada desde Aristóteles (2010),  seguida por  Bourdieu (2000) y muchos más-.  Los hombres serán quienes administren los espacios y teatros –en términos de Balandier (1994)-  para la representación, la exaltación del prestigio y la exhibición de los distintos capitales (económicos, políticos, sociales, materiales y simbólicos) que hayan sido adquiridos o en sus defectos heredados. Asimismo, ellos estarán destinados al ejercicio del poder político y al uso de la socialmente autorizado de la violencia (verbal, física, simbólica y ocasionalmente hasta sexual).  Finalmente, los varones serán quienes también se apropien de todos aquellos campos –en términos de Bourdieu (2009)- en donde se puede  acceder al uso de la razón y al incremento de los capitales culturales, es decir, los grados académicos, medallones –en términos de DaMatta (2002)- y demás formas de distinciones académicas.  Sin olvidar, el acceso continúo de todas las formas de masculinidades, en aquellos espacios sociales en donde está permitida la construcción y reproducción simbólica.

Reconociendo que las relaciones estructurales del género han sufrido fuertes cambios coyunturales en los últimos años desde la Segunda Guerra Mundial, seguida por la revolución sexual y el nacimiento de la corriente del feminismo en la década de los setentas; hasta la caída del Muro de Berlín en el año de 1989 y la identificación formal y teórica de los fenómenos de globalización.  Han sido parte del escenario, que ha llevado al surgimiento de la llamada <<crisis de la masculinidad>>.  Es decir, la impugnación directa de sus pilares centrales, como son: a) El ejercicio de la sexualidad y la incuestionable apropiación masculina de la descendencia procreada por las mujeres (Héritier 1996 y 2007); b) La exclusividad masculina de ser el único proveedor económico, c) El ejercicio del poder político y público, d) La negociación del tiempo libre masculino,  e) El acceso a los espacios para la educación formal y f) La capacidad de la construcción y demostración simbólica.

 

2. Impugnación de los pilares de la masculinidad.

Antes de comenzar este apartado, me gustaría recordar que los estudios e indagaciones sobre la temática de género en México, comenzó a desarrollarse a partir de la década de los setentas.  Durante esta época, estas investigaciones se centraron en denunciar los espacios propios de la desigualdad sexual, la serie de privilegios masculinos, las desventajas de haber nacido mujer, entre muchas temáticas más.  Sin embargo, todos estos estudios y demás aportaciones teóricas estaban incompletas a razón de que no se había incorporado el rol y las distintas formas para la construcción de la identidad masculina.  Actualmente, es teóricamente incorrecto realizar una investigación sobre alguna postura de género (feminismo, masculinidades, etcétera), sin hacer una mínima mención del sexo opuesto y a la vez complementario.   

La falta de los estudios sobre la masculinidad y masculinidades durante la década de los setentas, provocó el establecimiento de dos posturas teóricas centrales y aún vigentes (activas) de la corriente del feminismo radical.  La primera, también conocida como el feminismo de la igualdad.  Pugna por establecer una equidad sexual en las oportunidades laborales (remuneradas y domésticas), jurídicas, políticas y sociales entre los hombres y las mujeres.  Fundamentalmente estas últimas, han pugnado por distintas oportunidades para acceder a los espacios que durante décadas les estuvo negado, por su condición de nacimiento (Montesinos,  2005).  El problema de esta corriente del pensamiento femenino, es que nunca se ha considerado que las relaciones sociales están establecidas sobre la base de la diferencia sexual (una ubicación sexual preestablecida en la estructura social), y por lo tanto, no se logra apelar eficazmente a la equidad de género sobre la base del valor social y simbólico que tiene asignado la presencia y ausencia del pené.   Sumado a lo anterior, se presenta el principio de la valencia diferencial de los sexos de Héritier.  La cual se puede definir de la siguiente manera –retomo-: “…es un fenómeno tan masivo que se vuelve invisible, como un dato natural no cuestionable, a pesar de que no es natural y puede ser cuestionado.  Así, el privilegio confiscado se convierte en desventaja.  Para que la confiscación sea irreversible, las mujeres fueron confinadas en todas partes a un rol de procreadoras domésticas, excluidas del uso de la razón, excluidas de lo político, excluidas de lo simbólico.  En este último punto es donde se juega la fuerza del hombre” (Héritier, 2007: 178).

Por ende, el ejercicio de la dominación masculina, dictará que las mujeres son sujetos sociales con una constante tendencia a la objetivación, por tres razones centrales: 1) “…las mujeres no son vistas ni tratadas como sujetos de derecho, como ocurre con los hombres” (Héritier, 2007: 79); 2) Su capacidad innata de procrear lo semejante (otras mujeres) y lo diferente (varones), aunado a la incapacidad masculina por la procreación; y 3)  La incapacidad femenina por controlar y elegir el justo momento en que voluntariamente derramará su propia sangre (sangre menstrual).  A diferencia de los varones, quienes oportunamente eligen el momento y las condiciones sociales en que deberá ser esparcida su sangre o la de sus contrincantes, es decir, durante su participación en los juegos de la masculinidad, las guerras, vendettas, las competencias deportivas, al interior de los teatros para la demostración de la virilidad y en las circunstancias para la defensa de su honor –en términos de Pitt-Rivers (1979 )-.  Sin mencionar, el derramamiento voluntario de su sangre-semen durante las relaciones sexuales ocasionales, con la pareja marital y en aquellos momentos de infidelidad conyugal.  Cabe enunciar que en todas las anteriores,  el varón tendrá que demostrar su capacidad sexual de activo o pasivo-penetrador frente a otro agente femenino o masculino, que a su vez, cumplirá un rol de pasivo o activo-penetrado.

Es de entenderse el por qué la sangre femenina está asociada a un elemento contaminante, destructivo y que tiende a representar la muerte ontológica de los hombres (perdida de la virilidad), la perdida de la cosecha, pero también es un signo metafórico de la no procreación. En ese sentido, la descendencia (masculina o femenina) que haya sido procreada por una mujer, será susceptible de ser apropiada por el hombre que social y públicamente la representa y la controla al interior de una estructura que privilegia la diferencia social.

La segunda postura: el feminismo de la diferencia. Se ha limitado a exaltar e idealizar al género femenino, abriendo y desarrollando debates inconclusos que no atentan de ninguna forma al discurso hegemónico masculino, y sí tiende a ser una causal que produce más argumentos que por lo regular tienden a reforzar la dominación masculina.  Muchos de los aspectos que han criticado y analizado esta corriente del pensamiento contemporáneo, está limitada al discurso del ejercicio de la violencia física y económica que es ejercida por un varón estereotipado.  Lo anterior, descarta por completo la posibilidad de un cambio de mentalidades de los géneros (particularmente el pensamiento masculino), y nunca apela a un cambio significativo en las relaciones sociales, sexuales o en la relación estructural del género.


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Una de las principales críticas que se han construido alrededor de esta corriente del feminismo, ha sido el no considerar la posibilidad de que las mujeres se tendrían que incorporar al espacio público, laboral y económicamente remunerado, a razón de las constantes crisis económicas que se han vivido durante las últimas décadas en el continente americano.  Con lo anterior, se ha provocado una considerable transformación  en el principio de la división sexual del trabajo, y por ende, ha provocado el derrocamiento de la teoría más radical del feminismo contemporáneo.

 

2.1 Proveedores económicos, primer pilar masculino.

Una de las principales consecuencias de la inserción de las mujeres en el campo laboral, fue la impugnación de la supuesta exclusividad masculina de ser el proveedor económico de su familia.  Con lo anterior, las mujeres comenzaron a ganar sus propios recursos económicos, renegociaron su papel social que las limitaba al rol de madres-esposas, y finalmente adquirieron una serie de derechos y privilegios al interior de su grupo doméstico y familiar.  Como una respuesta de la identidad masculina a esta impugnación, las mujeres cobrarían y cobran una menor cantidad económica por el mismo tiempo y la misma actividad laboral que también pueden realizar los varones.  Asimismo, sus ingresos económicos serán social y públicamente percibidos como meros apoyos financieros al varón que social y públicamente la representa; es decir, su padre, esposo, novio o amante.  No sobra pensar, que esta forma particular de desvalorización laboral,  también debe ser vista como un constante intento propio de la identidad masculina por reintegrar a las mujeres trabajadoras al espacio doméstico y a sus roles socialmente establecidos (madres y esposas).  O en su defecto, seguirse ateniendo al constante desempeño de la doble jornada.  Que se puede definir de la siguiente manera: “El cumplimiento de las obligaciones contraídas a partir de un trabajo formal remunerado, el cumplimiento de una jornada de trabajo, y después, al llegar al hogar, el cumplimiento del trabajo doméstico asignado culturalmente a la mujer …La combinación entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico reflejan la forma como las sociedades patriarcales someten a la mujer a una sobreexplotación.  La mujer moderna de las ciudades se proyecta a partir de esta representación de la mujer que cumple con la doble jornada en un contexto en el cual la economía mexicana se encontraba todavía estable” (Martínez V., 2005: 57).

 

2.2  Segundo pilar: El tiempo masculino.

Actualmente al referir sobre la <<doble jornada>> femenina, también es necesario comentar sobre la notoria la incorporación de algunos varones en la atención de los quehaceres domésticos en los últimos años. 

Pudiendo plantearse un primer supuesto general: Considerando el principio de la doble metamorfosis, cabría la posibilidad de pensar que la desvalorización social y simbólica de las actividades que se realizan en el espacio doméstico, se fundamentan en una nula o mínima participación masculina y una evidente labor femenina, que no es remunerada y tampoco reconocida.  Inversamente, la reciente incorporación y participación de algunos varones en las labores domésticas (lavar trastes y ropa, quehaceres domésticos, atender a los débiles sociales, etcétera), podría comenzar a ser considerado como un nuevo campo para el prestigio social y el reconocimiento público (incluyendo la presunción femenina), a razón de que –cito-: “Una práctica inicialmente noble puede ser abandonada por los nobles, y es muy frecuente que la adopte una fracción creciente de burgueses o pequeños–burgueses, incluso las clases populares …una práctica inicialmente popular puede ser retomada en otro momento por los nobles” (Bourdieu, 2011: 27). Por ende, la supuesta renegociación del tiempo libre masculino, ahora deberá ser considerado como un nuevo campo contemporáneo que permite el incremento de los capitales simbólicos y sociales, a razón de una “voluntaria y desinteresada” participación masculina en el espacio doméstico.

De ser cierto lo anterior, la participación masculina contemporánea en los espacios domésticos ha provocado una revalorización positiva de estas actividades, por el simple hecho de que ahora ya también hay hombres que lo hagan.  Inversamente, ¿Será posible que el incremento de la participación femenina en algunos campos masculinos específicos, podría provocar la desvalorización de ese espacio y campo de interacción? Premisa que será discutida a continuación.

 

2.3 Los pilares del ejercicio del poder y la educación académica.

En la historia de los estudios de género,  se reconoce que los últimos años de la década de los veintes y principios de los treintas, los hombre tuvieron la necesidad de soportar que sus mujeres se incorporaran al espacio público y realizaran labores  económicamente remuneradas como resultado de los procesos y transformaciones económicas que acontecieron en el ámbito internacional, particularmente la crisis económica del año de 1929.   Lo que apuntaba a ser una estancia femenina temporal, como una alternativa de todo grupo doméstico para sobre llevar las penurias económicas que impuso esta época.  La estancia femenina en el espacio público, se vio fomentada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial en Europa y la incorporación de los Estados Unidos al conflicto armado en el año de 1944. 


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En las siguientes décadas tras la conclusión del conflicto internacional, fue cada vez más evidente una serie de transformaciones sociales que se comenzaban a realizar a favor de la construcción de la identidad de género y de los derechos humanos.   Prueba de lo anterior, fueron las múltiples y distintas voces que se alzan a favor de los discursos y las distintas posturas de la naciente corriente feminista.   Acto seguido,  se pelea en distintos campos –en términos de Bourdieu (1991)- y arenas –en términos de Turner (1974)- a favor de la igualdad de derechos de la gente de color u otras minorías raciales y sexuales.  Ya para la década de los setentas, oportunamente se abrió la puerta a la liberación sexual (con el descubrimiento de la entrada de la píldora anticonceptiva,  propiciando la oportunidad de sostener relaciones sexuales ocasionales sin la necesidad de esperar hasta el matrimonio).  Pues no se debe olvida, que “…el honor masculino reside en la virtud de las mujeres de la familia” (Héritier, 2007: 77).  Por ende, el participar (apelando al convencimiento de la voluntad femenina) o atentar (perpetuar una agresión física y sexual) que provoqué la pérdida de la virginidad femenina tendrá que ser solventada con la formación obligada de la alianza matrimonial, el desconocimiento de la mujer deshonrada o el inicio de una vendetta familiar, ya que “…la violencia física, conserva la bofetada ritual en la cara como desafío para zanjar una cuestión de honor, y se admitía comúnmente que las ofensas de honor sólo podían redimirse con sangre” (Pitt-Rivers, 1979: 23).

El escenario descrito anteriormente, también se complementó por las múltiples protestas en contra de los movimientos armados que caracterizaron a las primeras décadas de la Guerra Fría.  En donde la mayoría de  las mujeres  no abandonaron el campo laboral, y sí se incorporaron a los campos de la educación formal universitaria. Por ende, la resistencia masculina no se hizo esperar, manifestándose en la construcción y asignación de carreras universitarias que estarían determinadas por los roles sexuales, es decir, carreras como pedagogía, enfermería y secretariado, fueron tendenciosamente construidas para el ámbito femenino.  Asimismo, se profundizó en la enseñanza de carreras con perfiles de análisis matemático, físico y con procedimientos específicos para los hombres, al fue el caso de las carreras de medicina, arquitectura, todos los tipos de ingenierías, entre muchas otras áreas básicas.  Y todo lo anterior, probablemente también puede ser explicado sobre la base del principio de la doble metamorfosis de Godelier y el repentino incremento de agentes femeninos en espacios y campos que antes pertenecían a lo masculino.  No sobra mencionar, que el problema del ingreso de las mujeres a las universidades se agudizó en el justo momento en que comenzaron a recibirse o titularse, y comenzaron a ejercer de manera profesional,  hasta adquirir puestos de mando.   Es decir, puestos directivos que tendrían por subordinados a otras mujeres, pero también a uno o más hombres. 

 Este fenómeno  ha demostrado que el conflicto masculino no se desarrolla en el espacio laboral, pues al ser puestos para el ejercicio del poder (académico, político, laboral, etcétera) que ahora serían ocupados por mujeres con ciertas características particulares y excluyentes;  ellas tendrán que demostrar que se encuentran a la altura de un espacio que fue concebido, construido y administrado desde sus orígenes por los varones, y para hombres específicos que los desempeñarían, administrarían y representarían.  Y en el remoto caso de que una mujer logré acceder a alguno de estos puestos –esquivando eficazmente <<el techo de cristal>>-, ella tendrá que demostrar social y públicamente que se encuentra a la altura de uno de los escalones que socialmente está determinado para su opuesto.  Lo anterior, en algunos casos ha provocado el surgimiento del principio de la masculinización de la feminidad –en términos de Bourdieu (2000)-.  Por su parte, Montesinos (2007) explica que los conflictos que se pueden establecer a razón de la inserción de las mujeres en los campos públicos del poder, son más evidentes al interior de las relaciones maritales (incluyendo uniones libres heterosexuales), a diferencia del espacio público para la administración del poder.  La razón del conflicto se sustenta, en que  los ingresos económicos que son generados por el hombre, el cual tiene por obligación el rol social de ser el único proveedor económico, puede llegar el caso en que sean superados por su pareja marital y sexual.  En ese sentido, la mujer profesionista, independiente y que labora en un puesto de mando público e institucional, se convierte en uno de los capitales simbólicos que ostentan y exhiben la mayor parte de los varones con los que está directamente emparentada (por filiación y descendencia).  Donde su participación en estos campos de la masculinidad, le podrán otorgar un incremento en su valor social al interior de las arenas del mercado matrimonial, es decir, simbólicamente valdrá más una señorita casadera que sea virtuosa (virgen), perteneciente a una familia socialmente reconocida y ubicable,  con una belleza física reconocida culturalmente (Lévi-Strauss 1985 y 1997) y que participa de la educación universitaria (capital cultural –en términos de Bourdieu (1991)-) o ya tiene alguno de los medallones de esta institución (título profesional).  A diferencia de otra señorita que no cumple cabalmente con todos o algunos de los preceptos enunciados anteriormente.  Ya que al final de cuentas, cito:“Las familias son cuerpos articulados animados …Es decir, por una tendencia a perpetuar su ser social con todos sus poderes y sus privilegios.  Esta tendencia está en el principio de las estrategias de reproducción, estrategias matrimoniales, estrategias de sucesión, estrategias económicas y, en fin, y sobre todo, estrategias educativas” (Bourdieu, 2011: 95).  Donde la educación formal y la obtención de grados académicos (capitales culturales que no se devalúan), son elementos que han venido a mantener las diferencias sociales e incrementar esa distinción.  Y aun así, a pesar de que las mujeres se comiencen a transformar en agentes de la dominación simbólica masculina.  Ellas ya han demostrado, que el poder ya no tiene sexo (Montesinos 2007).

 

2.4 El control del cuerpo femenino, quinto pilar para la dominación.

Una de las consecuencias no previstas de la introducción de los métodos anticonceptivos en la década de los setentas,  fue que más allá de permitirles a los varones su acceso a las relaciones sexuales prematrimoniales y sin el requerimiento social del matrimonio.  También provocó que las mujeres pudieran hacer uso de su cuerpo y ejercer libremente su sexualidad sin tener la preocupación de embarazos no deseados y enfermedades veneras que vinieran a confirmar la pérdida de la virginidad y el deshonor masculino de sus parientes por filiación (sus hermanos y primos) y descendencia (su padre).


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En los años subsecuentes, los avances tecnológicos han permitido el incremento del número de métodos anticonceptivos; las legislaciones de algunos países ya autorizan la ley a favor del aborto, más la evidente realidad del deseo y pulsión sexual que pueden tener y ejercer ambos géneros (masculino y femenino), sin importar su edad.  Y la relativa facilidad con la que las mujeres y los hombres ya pueden adquirir anticonceptivos en la actualidad, han sido algunos de los factores que han intervenido para que las mujeres pudieran acceder a un campo en donde se limita el poder hegemónico masculino.  Pues a partir del principio de que: “La apropiación del cuerpo de las mujeres es un derecho natural de los hombres” (Héritier, 2007: 73). Y que la descendencia procreada por ella (hijas de forma general e hijos de forma particular), socialmente le pertenecerá al varón que ha participado en el hecho.  Pues es de entenderse, que todas las hijas apropiadas por su padre, en el momento adecuado tenderán a ser signos para el intercambio al interior del mercado matrimonial sobre la base de su capacidad innata de la procreación. Héritier podría sostener al respecto: “Las mujeres no son dominadas por su condición sexual de mujeres, ni porque tengan una anatomía diferente, ni porque naturalmente tengan formas de pensar  y actuar diferentes a la de los hombres, ni porque son frágiles o incapaces, sino porque tienen el privilegio de la fecundidad y de la reproducción de varones.  La anticoncepción las libera del mismo tema por el que fueron hechas prisioneras” (Héritier, 2007: 128).

Asimismo, esas mujeres –previamente apropiadas por su padre- antes y después de la alianza matrimonial, también podrían transformase en capitales simbólicos que son resguardados, exhibidos y exaltados por los varones con los que está relacionada (ya sea la familia de origen o el otro grupo receptor).  Por su parte, los hijos apropiados por su padre, tendrán la encomienda de la trascendencia de su nombre y el honor de su familia de origen, Pitt-Rivers comentaría al respecto: “Los grupos sociales poseen un honor colectivo en que sus miembros participan; la conducta deshonrosa de uno se refleja en el honor de todos, al tiempo que un miembro comparte el honor de su grupo.  <<Soy quien soy>> incluye a <<aquellos con quienes estoy asociado>>.  <<Dime con quién andas y te diré quién eres>>.  El honor incumbe a los grupos sociales de cualquier dimensión, desde la familia nuclear, hasta la nación, el honor de cuyos miembros va ligado a su fidelidad al soberano.  Tanto en la familia como en la monarquía una única persona simboliza el grupo de cuyo honor colectivo va investida su persona” (Pitt-Rivers, 1979: 35-36).       

Por ende, “…la anticoncepción se aplica en el lugar mismo de la dominación” (Héritier, 2007: 210).  Y a pesar de los recientes cambios coyunturales al interior de las estructuras mentales (sobre todo en la desmoralización de la relación sexual previa al matrimonio) y la forma en que se establecen las relaciones de género (evidenciado con mujeres que acceden y ejercen el poder).  Una forma particular de resistencia masculina, se hace evidente tras apelar al principio de los anticonceptivos como una de las herramientas que ahora les permitirá acceder a un mayor número de parejas sexuales, sin importar su situación civil (soltera, viuda, abandonada, divorciada y casada).   De forma particular, serán las mujeres casadas e infieles a las que se les adjudicará esta particularidad, cito: “…se piensa que el hecho de que las adúlteras se encuentren dos semillas masculinas, ambas irreductibles, implica efectos negativos para el más débil de los hombres.  Necesariamente el más débil es el marido, porque ignora el adulterio de su mujer, mientras ella y el otro hombre actúan con conocimiento de causa.  El encuentro de humores de la misma naturaleza hace que uno de ellos, el más fuerte, pueda expulsar al otro en el cuerpo emisor” (Héritier, 2007: 57).

Por ende, la incapacidad físico-biológica de los hombres por procrear, pero su habilidad y la autorización social por apropiarse de la descendencia procreada por sus mujeres, era la forma indiscutible en que se manifestaba el dominio físico y simbólico sobre el cuerpo de la mujer.  La impugnación de esta forma particular de la dominación masculina, surgió en el justo instante en que ya no se puede aseverar el origen real de la paternidad, que siempre será conocida por las mujeres, pero a su vez, desconocida por los varones.  Excepto, si se tiene la oportunidad y el capital económico suficiente para acceder a una prueba de laboratorio genético.  Asimismo, este problema se incrementa en el instante en que social y públicamente el varón tendrá que mantener, educar y proteger a los supuestos hijos e hijas que han sido procreados por su mujer.  Dando lugar a una dudosa paternidad biológica, pero a una real obligación social.

El fácil acceso al sexo por ambos géneros, y sin tener la obligación de establecer un matrimonio.  Aunado los recientes cambios coyunturales en las estructuras metales, que han provocado una suerte de devaluación del significado del matrimonio, frente a una revalorización positiva de la institución del divorcio, que incluso ya puede ser promovido por las mujeres. Lo anterior, solamente viene a cuestionar a la institución del matrimonio como tal, y nunca al principio de reciprocidad e intercambio en el que se ha fundamentado, pues la forma de reciprocidad en el intercambio matrimonial, ahora se puede observar en la autodonación -como lo sugiere Rivera Pérez (2009)-,  o en la formación de uniones libres.  Donde ambas formas de intercambio contemporáneo, permitirá que los grupos participantes puedan aprobar la práctica sexual entre los agentes interesados en su reconocimiento social.

El fenómeno en que las mujeres pueden acceder e incluso promover su propio divorcio, también se puede acompañar del decremento social público que tiene una mujer que desea volver a formar parte de una alianza matrimonial en el seno de alguna familia compuesta. Es decir, dos individuos dispuestos a formar una unión libre o una alianza matrimonial que es posterior a una relación previa que ha fracasado, pero en la cual hubo descendencia (ya sea de uno o ambos agentes).   Una de las características que no han sido analizadas del fenómeno del nacimiento de las familias compuestas, es que el varón que formó parte de la primera relación, ha utilizado a una mujer (su antigua esposa) para procurarse su propia descendencia, a pesar de que ésta no haya sido su intención desde un inicio. Cabe mencionar, que la manutención y educación de los hijos del otro o de la otra, dependerá directamente de una serie de acuerdos y negociaciones que se tendrán que establecer de forma constante entre los agentes que han decidido darse una nueva oportunidad en una nueva relación.

En estos casos particulares en donde la descendencia ahora forma parte de una familia compuesta.  Los logros masculinos (el hijo del primer matrimonio), pueden ser exaltados tanto por su padre biológico como por su padre adoptivo.  Asimismo, el capital simbólico que ahora puede representar la hija del primer matrimonio, puede ser susceptible de sr apropiado y exhibido tanto por su padre como el que representa a su familia compuesta.  A final de cuentas: “…nuestros propios  <<grandes momentos>> son <<grandes momentos>> para otros también” (Turner, 2007: 8).

 

2.5 El pilar de la representación masculina

En lo que lleva el desarrollo de este ensayo, se han podido enunciar algunos detalles sobre la hegemonía masculina, la manera en que los procesos históricos mundiales han transformado a las estructuras del pensamiento y a las relaciones estructurales del género.  Asimismo, se ha observado la forma en que las mujeres paulatinamente han ido saliendo de su espacio privado, pasando por el espacio público, y finalmente han llegado a los campos de la educación formal profesional y a la representación en los campos del ejercicio y administración del poder.  Fenómenos sociales que en su mayoría  no se han escapado del análisis de los especialistas y demás estudiosos del género; quienes ahora refieren sobre la posibilidad de una crisis de la masculinidad (como oportunamente lo han apuntado Connell (2003) y Montesinos (2002 y 2007)).  Para efectos de esta investigación, rescato la propuesta de Connell, cito: “Como término teórico, crisis presupone un sistema coherente de algún tipo, que se destruye o restaura gracias a lo que la crisis produce.  La masculinidad, como hasta ahora hemos visto, no es un sistema según este sentido.  Más bien es una configuración de la práctica dentro de un sistema de relaciones de género.  No podemos hablar de forma lógica de la crisis de una configuración; en su lugar hablaremos de su fractura o transformación.  Sin embrago, sí podemos hablar lógicamente de la crisis de un orden de género como un todo, y de sus tendencias hacia la crisis.  Este tipo de tendencias hacia la crisis siempre incluirán a las masculinidades, aunque no necesariamente las fracturan.  Las tendencias hacia la crisis provocarán, por ejemplo, intentos de restablecer la masculinidad dominante” (Connell, 2003: 126).


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Los procesos históricos internacionales que acontecieron en el siglo pasado y en la primera década de este milenio (Siglo XXI), no permiten negar la evidencia de una transformación en las estructuras mentales y la forma en que se establecen las relaciones estructurales del género.  Sin embargo, a todo fenómeno de opresión y proceso de transformación al interior de las instituciones, y / o en la forma en que se desarrollan las relaciones sociales.  Se verá acompañado: a) Por un proceso de la aceptación del olvido o por la continuidad, b) Un proceso de resistencia frente al cambio cultural,  o también c) Podría provocar el inicio de un nuevo Drama social –en términos de Turner (1974)-.  En ese sentido, ¿Cuál ha sido la postura de algunas de las masculinidades frente a estos procesos de  cambios coyunturales en las relaciones estructurales del género?, ¿Existirá alguna forma de resistencia masculina frente a estas impugnaciones sociales? O simplemente, la impugnación de la masculinidad –y las transformaciones culturales- habrán ocurrido en campos específicos (o pilares) de la dominación masculina contemporánea.  Específicamente, la exclusividad como proveedor económico y la infidelidad marital (anteriormente, casi exclusiva del hombre). 

Los fenómenos anteriormente enunciados, han afectado y transformado la manera en que ahora se establecen y negocian las relaciones sociales del género.  Específicamente, la forma en que ahora se establece la intimidad de la pareja, el ejercicio de la sexualidad y la dirección del matrimonio y / o unión libre.  No sobra enfatizar, que a las relaciones de género le caracterizan una continúa negociación en donde uno de los sexos (ya sea masculino o femenino) podrá ganar “terreno” en la forma en que se establecerán las  relaciones sociales frente a su opuesto, pero también tendrá que hacerse de la idea, que podrá llegar algún momento en que requerirá ceder “terreno” frente a su diferente y a la vez complementario.    

Sobre la base de esas formas ocasionales de negociación entre los sexos, cabría el preguntar: La resistencia masculina que se realizó tras la impugnación de sus pilares, ¿Habrá permitido el fortalecimiento de alguno de éstos, más que derribarlos? Y ¿Existirá algún campo masculino en el que las mujeres no han podido incidir de alguna manera? Como se ha comentado anteriormente, algunos de los pilares de la masculinidad han soportado parcialmente el embate de las mujeres, pero otros han sufrido un cambio social más evidente.  Con respecto a la segunda premisa, es necesario recordar la aportación de Héritier sobre la valencia diferencial de los sexos; en donde ella enfatizó, que: “…las mujeres fueron confinadas en todas partes a un rol de procreadoras domésticas, excluidas del uso de la razón, excluidas de lo político, excluidas de lo simbólico.  En este último punto es donde se juega la fuerza del hombre” (Héritier, 2007: 178).  Y si las mujeres socialmente están relegadas del campo para la construcción simbólica, ellas serán susceptibles de ser representadas simbólicamente por algún varón durante los rituales públicos y demás prácticas en teatros sociales –en términos de Balandier (1994)-.   Situación que aparentemente no podrá ser de forma inversa, es decir, mujeres que simbolicen ritualmente a los hombres.  O por lo menos en el ámbito público y fuera de los tiempos rituales y ceremoniales.  En este punto, sí pueden ser incluidos todos los rituales de inversión –en términos de Turner (1988)- y demás prácticas derivadas de éstos.

Tomando en consideración, que cultural y públicamente los hombres tendrán que administrar todas las formas de capitales obtenidos y heredados (lo que incluye el capital económico, material, social, político, simbólico y cultural), también serán los defensores y representantes públicos del honor de su familia. Asimismo, serán quienes tendrán que defender y exhibir su virilidad en las arenas de los juegos de la masculinidad.  Sin olvidar, que ellos tendrán el derecho de la apropiación de la descendencia procreada por las mujeres, el privilegio de ocupar los puestos de mando y la autorización social de participar en todas las actividades que reclamen el derramamiento de su propia sangre (deportes, vendettas, peleas físicas y guerras).  Finalmente, el derecho socialmente otorgado para elaborar representaciones simbólicas durante los periodos festivos y rituales.   Sobre la base de lo anterior, se podrá cuestionar: ¿Existirá la posibilidad de que las mujeres temporalmente dejen de ser actores sociales y se transformen en capitales simbólicos –en términos de Bourdieu (1991)-?  Los cuales, pertenecerán a varones específicos, quienes serán los únicos que los podrán exhibir, exaltar y presentar frente a otros hombres, y durante el desenlace de las distintas arenas de la masculinidad.   Para responder esta pregunta,  habrá que recordar el significado teórico del símbolo.  Es decir: “…una cosa de la que, por general consenso, se piensa que tipifica naturalmente, o representa, o recuerda algo, ya sea por la posesión de las cualidades análogas, ya sea por la asociación del hecho o de pensamiento” (Turner, 2007: 21).  Sin perder de vista, que: “El campo de producción simbólica es un microcosmos de la lucha simbólica entre las clases: sirviendo a sus propios intereses en la lucha interna del campo de producción (y en esta medida solamente), los productores sirven a los intereses de los grupos exteriores al campo de producción” (Bourdieu, 2007: 69).  Y al combinar positivamente ambos postulados de la teoría simbólica con la práctica de la dominación masculina, particularmente con el uso de la razón y la capacidad de control que se puede ejercer sobre otras personas (mujeres, pero también hombres).  Cobra su justo sentido, la existencia de la dicotomía de la capacidad innata de las mujeres por procrear, y su incapacidad social por apropiarse de la descendencia que ellas mismas han procreado.  Seguido por la falta de control de su sangre menstrual, a diferencia de los hombres quienes no se pueden reproducir, pero controlan positivamente el derramamiento de su propia sangre.  Por si no fuese suficiente, la mayor parte de los constructos sociales, como son: la cosmovisión, los mitos, las leyendas, los espacios para el ejercicio del poder y las arenas públicas.  Se consideran como campos,  que fueron elaborados y organizados por los hombres, a favor de otros varones; que terminarán por justificar y naturalizar la hegemonía masculina frente a todas las mujeres, pero también delante de otras masculinidades –como anteriormente ya se comentó-.  Es en ese punto, que se me permite cuestionar: ¿En qué circunstancias las mujeres se transforman en capitales simbólicos masculinos?  Como ya se ha mencionado, las mujeres físicamente atractivas, que oportunamente acceden o participan de los dividendos del capital cultural (educación universitaria formal), que son “virtuosas”, pero que también pertenecen a una familia socialmente reconocida o que administre grandes capitales económicos, sociales y políticos.   Provocará que esta forma particular de mujeres,  se transformen en formas particulares de capitales simbólicos que son ostentados y exhibidos por sus grupos de origen; particularmente por los varones con los que está directamente emparentada por descendencia y filiación.  Por ende, será parte de la labor masculina, el exhibirla durante los rituales femeninos de la pubertad-fertilidad (la celebración de los XV años, para el caso del territorio mexicano), la oportuna participación en las danzas regionales, programas de voluntariado nacional e internacional, la elección de la reina del carnaval, la reina de la fiesta del pueblo u otras formas de concursos de belleza femenina, que no se traducen más que en otras formas de arenas de la masculinidad.  En fin, la exhibición de la señorita se realizará, pero será vigilada por los varones de su grupo, a fin de que llegue de forma virtuosa (virgen) hasta el mercado matrimonial con uno de los agentes de otro grupo con el que se desea particularmente establecer una alianza y constantes formas de intercambio (ceremonial, económico, militar, ritual, etcétera).  Pues no se puede perder de vista, que: “Estas ceremonias de crisis no conciernen sólo a los individuos en quienes se centran, sino que marcan también los cambios en las relaciones de todas las personas conexas con ellos por vínculos de sangre, matrimonio, dinero, control político y de muchas otras clases.  Porque en cualquier sociedad que vivamos, todos estamos relacionados con todos: nuestros propios <<grandes momentos>> son <<grandes momentos>> para otros también” (Turner, 2007: 8).

No sobra recordar, que todas las actividades femeninas que se realicen en el espacio público, deberán contar con el apoyo, supervisión y protección masculina.  Pues de no ser así, la mujer puede ser víctima de la violencia verbal, física y hasta sexual por parte de los hombres que circundan ese espacio.  Asimismo, los logros femeninos en el espacio público (concluir una carrera universitaria, establecer un negocio, etcétera) tenderá a ser socialmente valorado y exaltado el más mínimo apoyo masculino por alguno de sus cercanos.  Y en caso de no haberlo, no se puede descartar la posibilidad de que algunos varones de su grupo de origen o con los que está establecida una alianza matrimonial, terminen por adjudicarse ese desempeño positivo femenino en aras del incremento del prestigio social personal masculino.

 

Conclusión

Como se ha comprobado anteriormente, no se puede hablar de una crisis de la masculinidad en sentido extenso, a razón de un pequeño cambio cultural en la relación estructural de los géneros.  Asimismo, el seguir sosteniendo el principio teórico de la guerra de los sexos (feminismo radical), no sólo limita el campo de la acción femenina, sino que también prohíbe una reconciliación en una sociedad que poco a poco va cambiando la forma en que se establecen sus relaciones estructurales de género.  Es en este punto que no se debe olvidar, que no necesariamente la serie de cambios sociales en el ámbito global, inciden en el espacio local, y viceversa.  

Finalmente, “Cuando se dice que una mujer es libre es, sin titubeos, en el sentido social y sexual” (Bourdieu 2011: 169).  Y sobre la base de la exposición desarrollada anteriormente, se puede sostener que la dominación masculina ha tomado nuevos horizontes frente a todos los procesos de resistencia femenina.  En ese sentido, la única alternativa “visible” que todas las mujeres tendrán frente al proceso de transformación de sujeto en objeto de prestigio o capital simbólico masculino.  Se limita a dejar de participar directamente en todas aquellas arenas y demás teatros para la exhibición femenina, es decir: danzas regionales, pasarelas de moda, concursos de belleza, concurso de la reina de la fiesta y / o del carnaval, entre muchos otros espacios supuestamente femeninos, pero que en realidad ocultan una gigante arena para la disputa del prestigio, el honor y el incremento de capitales (económicos, políticos, simbólicos, sociales y ocasionalmente hasta materiales) exclusivamente masculinos.  Ahora que se han develado las nuevas y sutiles formas del dominio masculino, será una decisión personal femenina (mujeres en general, pero las señoritas casaderas en particular), el decidir sí ellas serán sujetos sociales.   O continuarán siendo formas particulares de capitales simbólicos masculinos contemporáneos, que no están desligados de seguirse considerando, como objetos de intercambio; víctimas de su capacidad innata para reproducir lo diferente.  En ese sentido, “…la mujer es percibida como ese raro recurso que permite a los hombres reproducir a sus idénticos y constituir un linaje masculino concibiendo a otros hombres” (Héritier, 2007: 119).



Notas:

[1] Doctor en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Actualmente está adscrito como profesor e investigador en la Trayectoria de Gobernabilidad y Nueva Ciudadanía en la Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo.  Ha participado como dictaminador internacional y publicado para la revista Gazeta de Antropología  de la Universidad de Granadina, Granada, España.  Como parte de su producción científica, se destaca: Xocotlán.  Tierra  de  xoconostles.  Publicaciones  Independientes, México, 2011. E-mail:  Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Las cursivas de ambas citas son mías.

 

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Cómo citar este artículo:

RIVERA PÉREZ, Roberto, (2014) “El valor simbólico de las mujeres, visto desde la perspectiva de la masculinidad mexicana contemporánea”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 18, enero-marzo, 2014. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=892&catid=13