La Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes: Libertad y justicia en el tránsito hacia un México democrático

El artículo señala los aspectos relevantes del que fue el acontecimiento central de la Revolución Mexicana. Realizado en diversas sedes, el Congreso se propuso resolver los asuntos de programa y de conducción política que enfrentaban los revolucionarios opuestos a las imposiciones de Venustiano Carranza.

Palabras clave: Convención Revolucionaria, Plan de Ayala, justicia social, soberanía

 

El artículo señala los aspectos relevantes del que fue el acontecimiento central de la Revolución Mexicana. Realizado en diversas sedes, el Congreso se propuso resolver los asuntos de programa y de conducción política que enfrentaban los revolucionarios opuestos a las imposiciones de Venustiano Carranza. Durante la Convención, las fuerzas villistas adoptaron el Plan de Ayala, emblema de la participación y representación zapatista. Y mostraron, en sus debates, que las exigencias fundamentales que habían dado lugar a la lucha revolucionaria, eran las de justicia social, libertad y soberanía.

 

Un país que ha sufrido tanto oprobio como el nuestro tiene que poner los ojos en aquéllo de su propia historia que le haga analizar las posibilidades y dificultades de transformaciones mayores. Las crudas lecciones de la Revolución de 1910, así como las hazañas de miles de hombres y mujeres que tercamente se lanzaron en pos de la justicia y la libertad que sólo estaba en su corazón, son el pensamiento que anima estas líneas.

Primer acto: la usurpación como detonante de la Revolución

El asesinato de Madero y la implantación del gobierno espurio de Victoriano Huerta desataron en el México de 1913 una energía extraordinaria de cambio. Ni siquiera el movimiento de Madero contra Díaz logró la unidad política que concitó la lucha contra el dictador.  La muerte del senador Belisario Domínguez, quien valientemente denunció el atentado que se cometía en contra de los anhelos del pueblo, fue el preludio del estallido de luchas en todos los rincones de  la patria. Una oleada de indignación armada llevó a que se realizaran los hechos más sangrientos y las reivindicaciones más radicales de obreros, campesinos e indígenas pobres. Así describe el historiador inglés Alan Knight el ambiente que reinaba a mediados de ese año:

Ya en mayo de 1913, los acaudalados de Zacatecas ´estaban muertos de miedo´; por el mes de octubre se informó desde la ciudad de México: ´los propietarios temen que se les confisquen sus posesiones violentamente, que se vean forzados a exiliarse y que sean inevitables las represalias, si triunfan los revolucionarios norteños´. A veces esos temores resultaban irracionales y exagerados… Se agrandaban y adornaban historias de terror que provenían de Durango y otros lugares… Pero lo que la élite temía-y con razón- no eran tanto los abusos desenfrenados y arbitrarios cuanto los ataques predecibles y específicos a sus propiedades, personas y condición social.[1]

En todas partes se habían roto los principios de convivencia mantenidos a fuerza de bayoneta durante los años de la dictadura de Porfirio Díaz. La esperanza que despertó Madero se convirtió en tristeza, desilusión, ira y, en buena parte, venganza sin control y sin destino. El desorden era generalizado. La fuga de inversiones extranjeras, la fabricación desenfrenada de billetes para financiar las incursiones militares de diversas facciones y la escasez de maíz y trigo provocaron un efecto de desastre que lanzó a las calles y a la lucha armada a decenas de miles de ciudadanos de todas las regiones. Dice Ramón Eduardo Ruiz:

Hacia 1914, la cosecha de trigo se había reducido en un 70 por ciento, y la de maíz en un 80 por ciento. A partir de ese año, el pueblo de México tuvo que sobrevivir a base de una quinta parte del maíz y del trigo habitualmente consumidos. El resultado fue el hambre, y, junto con ésta, las demandas de que los dirigentes rebeldes tomaran medidas para cambiar un sistema con el que no se podía contar para alimentar al país.[2]

Esas fueron las condiciones en que Venustiano Carranza lanzó el Plan de Guadalupe. No había en el texto que firmaron, entre otros, Lucio Blanco y Francisco J. Múgica, otra aspiración visible que la de derrocar al gobierno despótico de Victoriano Huerta. Se erigía Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista con la promesa de que, una vez que se hubiera vencido al usurpador, se convocaría a elecciones. El constitucionalismo, como se le denominó desde entonces, comenzó así a reclutar a decenas de miles de hombres, a los que les ofrecía un pago de un peso cincuenta centavos al día y la oportunidad de participar en la operación que destruiría al temible ejército federal que Huerta había heredado de Porfirio Díaz.

Con las batallas se sucedieron las confrontaciones de personalidades revolucionarias y, eventualmente, de proyectos e imaginarios sobre las opciones que garantizarían el triunfo de la insurrección. El liderazgo de Carranza fue pronto cuestionado por Villa y Zapata. El llamado Centauro del Norte, extraordinario estratega militar, conquistó en unos cuantos meses todo el norte y noreste del país, mostrando un  nivel de fuerza y una habilidad política que hicieron cimbrar la conducción del movimiento constitucionalista. El Caudillo del Sur, desplegado por los estados de Morelos, Puebla, Guerrero y Michoacán, tenía en casi todo el país agentes para invitar a los alzados a adherirse al Plan de Ayala. El fin del embargo a la importación de armas norteamericanas, ocurrido en febrero de 1914, agudizó las pugnas entre grupos de revolucionarios, cada uno de los cuales dependía de su propia capacidad para hacer crecer su fuerza y prestigio, y por consiguiente,  asegurar antes que nada su identidad e independencia respecto a los demás. El vasto territorio del país así lo permitía.

Segundo acto: la guerra en escena. De Zacatecas a Torreón

Venustiano Carranza tardó poco en saber que Francisco Villa estaba en condiciones de convertirse en un formidable opositor a su autoridad en las filas constitucionalistas. Villa era vitoreado por el pueblo en todos los lugares que recorría, luego de que se le reconoció como el héroe de las batallas más significativas libradas contra el ejército federal entre junio de 1913 y mayo de 1914. Ni Alvaro Obregón ni Pablo González, al mando de las divisiones del noreste y noroeste pudieron equiparar en prestigio y popularidad a quien se mostraba como el líder popular indiscutible de la rebelión norteña.

Querer impedir que fuera él quien condujera la batalla de Zacatecas y pretender, luego, retirarle el mando de la División del Norte, fueron los errores políticos de Carranza que precipitaron la inevitable ruptura entre dos visiones opuestas del poder: la de quienes buscarían restablecer la estabilidad política y erigirse en gobernantes de un país del que, creían, bastaba apagar las llamas para aprovechar las bondades del viejo régimen; y la de quienes lucharían hasta el último de sus días por romperle el espinazo al régimen de injusticias y privilegios que había llevado a iniciar la revolución.


Fuente: agn.gob.mx
Luego de las fallidas incursiones de Pánfilo Natera y Domingo Arrieta, ordenadas por Carranza en Zacatecas, Villa condujo al éxito a la División del Norte y logró 6,000 bajas de soldados federales enemigos en junio de 1914. Cuando Carranza intentó sustituir a Villa en el mando de la División del Norte, ninguno de los generales bajo su mando aceptó siquiera discutir el relevo de su líder. Obligado entonces a parlamentar con su adversario, el jefe constitucionalista envió a Torreón una delegación bajo el mando de Antonio Villarrreal, y, seguramente sin imaginarlo, dio lugar a la que sería la única opción verdadera de pacificación de la república: la realización de una convención nacional de revolucionarios para discutir, ya no el liderazgo, sino el contenido programático de la revolución.

Los Acuerdos de Torreón, firmados en julio de 1914, asumían el reconocimiento de Carranza como “Primer Jefe del Ejército Presidencia de la República, al tiempo que le exigían, de acuerdo con lo establecido en el Plan de Guadalupe, que convocara “a una convención que tendr(ía) por objeto fijar la fecha en que se verificar(ía)n las elecciones y discutir el programa de gobierno que deber(ía)n  poner en práctica los funcionarios que result(ara)n electos…”[3]

Lo más importante, señalaba con claridad los objetivos de lucha de los revolucionarios norteños. Se la conocería como la cláusula de oro:

Siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos y comprendiendo que las causas de las desgracias que afligen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las Divisiones del Norte y del Noreste se comprometen solemnemente a combatir hasta que desaparezca por completo el ejército exfederal, el que será substituido por el Ejército Constitucionalista; a implantar en nuestra nación el régimen democrático, a procurar el bienestar de los obreros y a emancipar económicamente a los campesinos, haciendo una distribución equitativa de las tierras o por otros medios que castigar y exigir las debidas responsabilidades, a los miembros del clero católico romano que material o intelectualmente hayan ayudado al usurpador Victoriano Huerta.[4]

Convención o junta, como quiso más tarde denominarla Carranza, el encuentro a que obligaron los revolucionarios norteños sería el momento de mayor trascendencia de la revolución, y el que fijaría horizonte y rumbo a las transformaciones que ocurrieron en los años posteriores. Los elementos centrales que aportaría la Convención de Aguascalientes, a excepción del Plan de Ayala, estaban ya presentes en los Acuerdos: la paz en el país sólo podría ser fruto de la justicia, y ésta sería la satisfacción de las necesidades más urgentes de la población, a la que debía asegurarse una vida digna, y la conquista de un régimen plenamente laico y democrático.

Huerta fue derrotado apenas dos días después de iniciada la conferencia de los constitucionalistas en Torreón. Un breve período de transición dio lugar a los Tratados de Teoloyucan, que el 13 de agosto pusieron formalmente fin a la dictadura huertista, disolvieron el ejército federal e hicieron entrega de todo su armamento y municiones al ejército constitucionalista. Tocó a Alvaro Obregón acompañar a Carranza en su entrada triunfal a la ciudad de México el 15 de agosto. Los obstáculos políticos para dar lugar a un verdadero acuerdo sobre el futuro de México parecían haber sido sorteados. No obstante, la confrontación entre Carranza y Villa continuaría. Obregón se trasladó a Nogales y después, con Villa, a Chihuahua. Desde allí concertaron un acuerdo que ponía en primer lugar el reconocimiento de Carranza como Presidente Interino de la República, para luego proponer la desaparición de la vicepresidencia y la reorganización de la Suprema Corte de Justicia. El asunto principal, sin embargo, era que se establecía “la inhabilidad” de todos los “jefes que form(ara)n parte del nuevo Ejército Nacional”, para desempeñar los cargos de Presidente de la República, Gobernadores de los Estados y demás de elección popular. El acuerdo enfatizaba que tampoco podrían ocupar el cargo de Presidente de la República “los ciudadanos que h(ubier)an desempeñado estos cargos con carácter de provisionales”. [5] Unos trajes a las medida de Venustiano Carranza, que éste no se quiso ni siquiera probar.

Acto tercero: la Convención de los constitucionalistas

La esperanza, tal vez, de que, pese a todos los inconvenientes, pudieran llegar a superarse las diferencias entre revolucionarios, o la seguridad de que sin un esfuerzo creíble para convocar a un acuerdo general de pacificación seguirían las hostilidades en el país, hizo posible que Carranza llamara a la realización de una Convención Revolucionaria. Esta se reunió inicialmente en la ciudad de México, el 1º de octubre de 1914. Reunidos los constitucionalistas de las Divisiones del Noreste y Noroeste, aportaron a la discusión dos asuntos fundamentales: decidieron convocar a la División del Norte y al Ejército Libertador del Sur a la Convención; y acordaron que absolutamente todos los delegados asistentes serían militares o representantes suyos. La Convención, que se declaró soberana desde su primera reunión, consideró que así se garantizaría que sólo los verdaderos revolucionarios, aquéllos que habían empuñado las armas en defensa de la revolución, estarían en condiciones de resolver sobre los alcances del acuerdo entre las fuerzas refundacionales de la República.

En su tercer día de sesiones, se presentó a la Convención el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. En lo fundamental, su discurso se orientó a dar seguridades de su compromiso en torno a las reformas sociales exigidas por los revolucionarios. Un lector contemporáneo no puede evitar darse cuenta de que ésa sería la orientación predominante en la Constitución de 1917.

Las reformas sociales y políticas de que hablé a los principales jefes del Ejército, tan indispensables para satisfacer las necesidades del pueblo en sus necesidades de libertad económica, de igualdad política y de paz orgánica, son, brevemente numeradas, las que en seguida expreso:

El aseguramiento de libertad municipal como base de la división política de los Estados, y como principio y enseñanza de todas las prácticas democráticas.

La resolución del problema agrario por medio del reparto de los terrenos nacionales, de los terrenos que el Gobierno compre a los grandes propietarios y de los terrenos que se expropien por causa de utilidad pública.

Que los municipios, por causa de utilidad pública, expropien, en todas las negociaciones establecidas en lugares que tengan más de quinientos habitantes, la cantidad necesaria de terreno para la edificación de escuelas, mercados y casas de justicia.

Obligar a las negociaciones a que paguen en efectivo y a más tardar semanariamente, a todos sus trabajadores, el precio de su labor.

Dictar disposiciones relativas a la limitación de las horas de trabajo, al descanso dominical, a los accidentes que en el trabajo sufran los operarios y en general el mejoramiento de las condiciones económicas de la clase obrera.

Hacer en todo nuestro territorio el catastro de la propiedad en el sentido de valorizarla lo más exactamente que sea posible, con el objeto de obtener la equitativa proporcionalidad de los impuestos.

Nulificar todos los contratos, concesiones igualas anticonstitucionales.

Reformar los aranceles con un amplio espíritu de libertad en las transacciones mercantiles internacionales, cuidando de no afectar hondamente las industrias del país, con el objeto de facilitar a las clases proletaria y media, la importación de artículos de primera necesidad y los de indispensable consumo que no se produzcan en la República.

Reformar la legislación bancaria estudiando la conveniencia de su unificación o del establecimiento de un Banco de Estado.

Dar un verdadero carácter de contrato civil al contrato de su matrimonio, desligándolo de la indebida intervención de funcionarios del Estado, a efecto de que no esté sujeto en cuanto a su validez, a las eventualidades de la política como lo está ahora y pueda celebrarse ante notarios públicos. Juntamente con esta reforma, establecer el divorcio absoluto por mutuo consentimiento de los contrayentes.[6]

En vano buscaba Carranza atraer a los desafectos de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur. Mientras lanzaba su discurso reformista, Francisco Villa enviaba desde Saltillo un manifiesto en que le desconocía como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y llamaba a las divisiones del constitucionalismo a apoyar su separación del poder ejecutivo y a convocar a nuevas elecciones. [7] Otro tanto había exigido el Ejército Libertador del Sur, que a principios del mes de septiembre había manifestado su exigencia de que se separara de inmediato a Carranza del Poder Ejecutivo; que todos los integrantes del ejército constitucionalista firmaran un “acta de sumisión” al Plan de Ayala; se firmara un armisticio; se entregara la plaza de Xochimilco a las fuerzas zapatistas; y se estableciera una conferencia en el Cuartel General de la Revolución de Ayala con el objeto de “tratar de los procedimientos para llevar a cabo las disposiciones del Plan de Ayala.”[8]

Como lo había hecho en otras oportunidades, Carranza rechazó las propuestas y condicionamientos de ambos grupos revolucionarios, a los que descalificó duramente frente a los delegados de la Convención. Era suficientemente hábil, sin embargo, para darse cuenta de que las tensiones políticas nacionales no se superarían si no se refundaban las bases de legitimidad del poder público. Así se dirigió a los convencionistas de la capital.

Ustedes me confiaron el mando del Ejército, ustedes pusieron en mis manos el Poder Ejecutivo de la Unión, estos dos depósitos sagrados no pueden ser entregados por mí sin mengua de mi honor y sin ruina del país, a solicitud de un grupo de jefes descarriados, dominados por un bandido y algunos políticos ambiciosos, a quienes nada debe la Patria en la presente lucha. Sólo puedo entregarlo y lo entrego en estos momentos, a los jefes aquí reunidos. Espero la inmediata resolución de ustedes, manifestándoles que desde estos  momentos me retiro de la Convención para dejarlos en completa libertad, seguro de que su decisión será inspirada en el supremo bien de la Patria. [9]

El delegado general Juan Barragán, considerado por Vito Alessio Robles como el “hombre más adicto y leal a don Venustiano, refiere en su Historia del Ejército y de la Revolución Constitucionalista cómo “una vez que el señor Carranza terminó su lectura, se levantó de su asiento para retirarse y al atravesar el salón, casi todos los generales, dando muestras de la emoción que los embargaba, se abalanzaron sobre el caudillo de Guadalupe, abrazándole y protestándole su adhesión.”[10] La Soberana Convención respondió a sus posturas trasladándose a Aguascalientes para facilitar el arribo de los demás grupos revolucionarios. Allí comenzaron las sesiones el 10 de octubre de aquel año de 1914.

Acto cuarto: Aguascalientes de Villa y de Zapata

A decir de Vito Alessio Robles, a las cuatro de la tarde:

El Teatro Morelos estaba pletórico. No había un solo asiento desocupado. El escenario, con decoraciones cursilonas, estaba destinado para la mesa directiva. A la derecha de ésta, otra mesa destinada a los taquígrafos parlamentarios, escogidos entre el personal de la Cámara de Diputados, a las órdenes del señor Sánchez Tagle, oficial mayor de la misma. A la izquierda y avanzada hasta las candilejas, una tribuna muy alta a la cual era necesario ascender por tres escalones.

El lunetario estaba destinado para los delegados. Una de las plateas inmediatas al escenario se apartó para los periodistas. Todas las demás plateas fueron ocupadas por los oficiales de los Estados Mayores y por los jefes y oficiales de las escoltas de los generales. Los palcos y las galerías estaban repletos de civiles y soldados. Había algunas mujeres galantes, entre ellas una italiana, algo jamona y de vivacidad extraordinaria, a la que designaban con el nombre de ´Mono liso´, haciendo masculino el apelativo asignad al famoso cuadro del inmortal Leonardo da Vinci. Muchas de ellas eran consideradas como espías.[11]

Las sesiones previas de la Convención, que se habían llevado a cabo durante casi diez días, se ocuparon de una minuciosa revisión y aprobación de las credenciales de los delegados, así como de la solución de dos asuntos de la mayor importancia: la instrucción a todos los frentes del Ejército Constitucionalista de cese de hostilidades y la liberación de los presos políticos. Adicionalmente, en el caso del Ejército Libertador del Sur, la Convención designó una comisión, presidida por Felipe Angeles, para solicitar a Emiliano Zapata el envío de una delegación a Aguascalientes. Ante la presión de los delegados presentes para que se tomaran resoluciones sobre temas de mayor relevancia, Roque González Garza, enviado personal de Francisco Villa, respondía:

No hagamos digresiones; es inútil entrar en detalles. Yo lo que sí digo y sostengo y sostendré, es que mientras la representación del Ejército Libertador no esté entre nosotros, y el general Villa, por medio de su representante no pueda dar su sanción a los acuerdos tomados por la Asamblea, hasta ahora admitidos como superiores, no puedo admitirlos como la expresión máxima de la voluntad nacional, porque tengo la absoluta convicción de que Zapata, con su ejército, forma una parte integrante de los hombres en armas en la Nación, tan importante o más importante que la que el general Villa tiene el honor de mandar.[12]

La Convención continuó entre mensajes de la comisión que se entrevistaría con Zapata y sucesivos mensajes de Carranza y Villa, entre otros. En tanto, luego de nombrar los delegados como Presidente de la Convención al General Antonio Villarreal, los delegados llevaron a cabo un inusual ritual: la firma de todos ellos en el blanco de la Bandera Nacional y la protesta de cumplir y hacer cumplir los acuerdos de la Convención. Había en Aguascalientes 57 generales y gobernadores, 95 representantes de unos y otros (la mayoría de ellos coroneles, tenientes coroneles, mayores, capitanes y aún tenientes); es decir, un total de 152 delegados, a los que se sumarían a fines de ese mes los 26 representantes del Ejército Libertador del Sur. De acuerdo con el historiador Sánchez Lamego, las principales fuerzas convencionistas representaban, para el mes de diciembre de 1914, al menos a ciento treinta y cinco mil hombres armados: 60,000 de la División del Norte; 30,000 del Ejército Libertador del Sur y 35,000 carrancistas.[13]

La integración de todas las fuerzas beligerantes nacionales constituía, en sí misma, el asunto de la mayor importancia a resolver en la Convención. Más allá de diferencias políticas, aún las que se habían expresado en relación a Huerta, no había duda en ninguno de los contigentes armados de que era preciso apoyar la resistencia armada que había enfrentado la ocupación de Veracruz, desde el mes de abril de ese año. La presencia de 30 barcos de guerra se había prolongado en el puerto por seis meses, sin que hubiera podido llegarse a un acuerdo para lograr su retiro. Había sido la resistencia civil popular la que había impedido que la invasión se extendiera, pero sólo una conducción política unificada podría hacer visible la contudencia del rechazo nacional a la intervención extranjera. Así lo manifestaba Antonio Villarreal:

Aquí vemos atacado el porvenir nacional; vemos que nuestras libertades están a punto de ahogarse en una guerra fratricida; vemos que se retarda el momento supremo de cumplir con las promesas que hicimos; vemos que nuestras aspiraciones libertarias naufragan; pero allá en las costas azotadas por las bravas olas del Golfo, vemos con nuestra imaginación dolorida, flotar sobre Los Cocos y sobre los palacios, el pendón de las barras y las estrellas; y en estos momentos de recogimiento, debemos pensar, debemos, interpelando a nuestras conciencias, confesar que tenemos mucha culpa de que todavía en Veracruz flote el pendón de las barras y las estrellas. Si nos hubiéramos pacificado al terminar esta Revolución con el derrumbamiento  de la infame dictadura huertista; si hubiéramos dicho todos: no necesitamos ya de los fusiles, necesitamos de las escuelas y del trabajo y en consorcio general nos hubiéramos puesto a laborar por el bienestar nacional, las buenas intenciones, mil veces manifestadas y por mil motivos de creerse del Gobierno americano, quizá ya se hubieran cumplido y en estos momentos podríamos con todo alborozo llamar a México verdaderamente libre e independiente.[14]

Con todo, la larga espera produjo también estragos en las filas de los convencionistas. El júbilo de unos y la inactividad de otros favoreció que se produjeran desórdenes en la ciudad de Aguascalientes y que, una y otra vez, los delegados se quejaron ante la Asamblea de que habían sido víctimas de ataques –la mayor parte de las veces, de soldados villistas que les obligaban a lanzar vivas al Centauro del Norte. La presencia de tropas de los generales presentes y el hecho de que se prohibiera a los delegados ausentarse, salvo motivos graves, bien fundados y autorizados por el pleno, añadió un motivo de tensión a la Convención. Alimentar y alojar a varios miles de personas dentro o en los alrededores de la ciudad, mantener entre ellos la tranquilidad, y apelar a su sentido de disciplina, constituyó una presión permanente durante todo el periodo en que duraron las sesiones.

Finalmente, el 26 de octubre se presentaron en sesión solemne los 26 delegados del Ejército Libertador del Sur. Luego de la lectura del informe del General Angeles, entraron en el Teatro Morelos en medio de vivas y aplausos generalizados. Así describe Vito Alessio Robles a los delegados:

El aspecto y la indumentaria de los veintiséis delegados zapatistas eran disímiles y bizarros. Predominaban los sombreros descomunales, las blusas de dril y los pantalones de campana, pero se encontraban individuos con trajes comunes y corrientes, tocados con casi esféricos bombines. Uno de ellos, el coronel Genaro Amezcua, se presentó con chaleco de nítida blancura.

Figuraban cinco generales: Otilio E. Montaño, con un paliacate rojo atado en la cabeza, moreno cetrino, grueso y bajo de estatura; era la viva imagen del caudillo Morelos. A él se atribuía la redacción del Plan de Ayala. Los otros generales eran: Enrique S. Villa, Samuel Fernández y Leobaldo Galván, con trajes de catrines, y el general Juan Balderas, con un enorme sombrero de fieltro, de elevadísima estatura pero excesivamente cargado de hombros, configuración que dio origen al remoquete ´El Agachado´…

Los coroneles de la delegación eran dieciséis. El jefe de ellos y hasta de los generales, por su energía, vivacidad, talento y meritos, era don Paulino Martínez, hombre de avanzada edad, bajo de estatura, tez bronceada y cuyos ojillos muy vivaces, aparecían cubiertos por cristales con arillos de acero. Era indígena cien por ciento…

El coronel y licenciado Antonio Díaz Soto yt Gama, de faz densamente pálida, ojos expresivos y contextura enclenque, parecía un seminarista extenuado por las privaciones y vigilias. Gran orador y extremoso idealista, se caracterizó siempre por su falta de tacto, sus enconadas fobias, ardorosos fanatismos y desbordante valor civil…[15]

Salvados los honores, se pasó a un receso en el que se explicó a la delegación zapatista el funcionamiento y dinámica de la Convención. Una vez que se reiniciaron los debates, tomó la palabra el coronel Paulino Martínez, quien con su larga intervención selló para siempre el significado de la Convención. Explicó a los delegados las razones por las cuales no era posible al Ejército Libertador del Sur admitir como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, y mucho menos como Presidente Interino, al señor Carranza. Con detalle, analizó las causas por las que surgió la rebelión  del Sur, el fracaso de Madero, la usurpación de Huerta y la traición de Carranza a la causa de la transformación social del país. No podía haber paz, afirmaba, si no se aceptaba como programa general para la reconstrucción de la República al Plan de Ayala.

¿Y qué es el Plan de Ayala?, preguntarán los que no lo conocen. El Plan de Ayala es la condenación de la infidencia de un hombre que faltó a sus promesas, y el pacto sagrado, la nueva alianza de la Revolución con el pueblo, para devolver a éste sus tierras y sus libertades que le fueron arrebatadas desde hace cuatro siglos, cuando el conquistador hizo pedazos la soberanía azteca, más que con la punta de su espada, con las hondas divisiones que debilitaron la fuerza de aquella raza indómita.

Tierra y libertad, tierra y justicia, es lo que sintetiza el Plan de Ayala, para fundamentar la libertad económica del pueblo mexicano, base indiscutible de todas las libertades públicas; no sillones presidenciales para los ambiciosos de mando y de riqueza; no sinecuras para los que empuñaron las armas con deseos de subsistir al verdugo de hoy improvisando nuevos caciques con la punta de sus espadas, que si la Revolución no hubiera puesto las armas en sus manos para crearse un seguro político de vida, rehusando volver a las tierras para fertilizarlas o a los talleres para transformar la materia en artículos por medio del trabajo de hombres libres no (serían) asalariados que llevan a la boca el pan empapado con el sudor de una frente altiva; no privilegios para determinado grupo social sin igualdad política ni bienestar colectivo para los habitantes de la República; un hogar para cada familia, una torta de pan para cada desheredado de hoy, una luz para cada cerebro en las escuelas-granjas que establezca la Revolución después del triunfo, y tierra para todos, porque la extensión del suelo mexicano puede albergar y sustentar cómodamente noventa o cien millones de habitantes.[16]

Fue tan fuerte y profundo el impacto que causaron los zapatistas, que la asamblea entera se puso a estudiar el Plan de Ayala. Uno a uno, sus artículos fueron discutidos por los convencionistas, y uno a uno, aprobados por unanimidad. El Plan se convirtió en la guía política y moral de los villistas, fuerza hegemónica de la Convención, y con ellos, de la mayoría de los revolucionarios sinceros del país.  Don Paulino Martínez sintetizó así sus partes principales:

Cuarto.- La Junta Revolucionaria del Estado de Morelos, manifiesta a la Nación bajo formal promesa:

´Que hace suyo el Plan de San Luis con las adiciones que a continuación se expresan, en beneficio de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios que defiende, hasta vencer o morir.

Sexto.- Como parte adicional del Plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y de la justicia venal, entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan títulos correspondientes de esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellos, lo deducirán ante los tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.

Séptimo.- En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos, no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopolizados en unas cuantas manos, las tierras, montes y aguas; por esta causa, se expropiarán, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México, obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de  labor, y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.

Artículo 8º.- Los hacendados, científicos y caciques que se opongan directa o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y las dos terceras partes que a ellos les correspondan se destinarán para la indemnización de guerra, pensiones de viudas y huérfamos de las víctimas que sucumban en la lucha del presente Plan.

Artículo 9º. Para ejecutar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se aplicarán leyes de desamortización, según convenga; pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez, a los bienes eclesiásticos que escarmentaron a los déspotas y conservadores, que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y del retroceso.

Artículo 12º. – Una vez logrado el triunfo militar de la Revolución, una convención formada por los jefes revolucionarios de los distintos Estados, nombrará un Presidente Provisional de la República, que durará el tiempo que dicha Convencióbn señale y se sujetará al Programa de Gobierno que la misma acuerde, para que durante ese periodo y bajo ese Gobierno se lleven a la práctica los principios contenidos en este Plan y los demás de carácter revolucionario que apruebe la referida Convención.[17]

La Convención marchó de vuelta a la ciudad de México a comienzos de noviembre de 1914, para enfrentar el acoso de las huestes de Carranza, quien luego de llamar a sus delegados, recomenzó las hostilidades, esta vez, en contra de los ejércitos de la División del Norte. Las formidables fuerzas que se habían reunido en ella comenzaron a disgregarse de nuevo y se prepararon para nuevos enfrentamientos. Si esta extraordinaria asamblea democrática -que se mantuvo peregrina hasta marzo de 1915-, hubiera logrado plenamente sus objetivos, el México de hoy estaría seguramente libre de los monopolios, de los políticos venales y corruptos y de la inmensa desigualdad y opresión que sufre nuestro pueblo.

Un nuevo pacto de paz se requiere para volver a dar vida a la República. Sólo que ahora no nos protegen los ejércitos de Villa y Zapata, sino nuestra memoria, nuestra conciencia, y la voluntad que tengamos de reencarnar el espíritu y la pasión de aquéllos que lucharon por el bienestar y la dignidad de todos los mexicanos.

 


[1] Alan Knight, La Revolución Mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional. Volumen II. Contrarrevolución y reconstrucción. México, Grijalbo, 1986, p. 749.

[2] Ramón Eduardo Ruiz, México: La gran rebelión 1905/1924. México, Ed. Era, 1980, p. 246.

[3] La Convención se integraría por delegados del Ejército Constitucionalista nombrados en juntas de jefes militares a razón de un delegado por cada mil hombres de tropa. Cf. Modificaciones al Plan de Guadalupe, en Vito Alessio Robles, La Convención Revolucionaria de Aguascalientes, México, Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1979, p. 58.

[4] Los acuerdos fueron firmados por las Divisiones del Norte, Noreste y Noroeste del Ejército Constitucionalista. Vito Alessio Robles, op.cit., p. 59. Ver también Miguel A.Sánchez Lamego, Historia militar de la revolución en la época de la Convención, México, Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1983, p. 20.

[5] Manifiesto del c. General Francisco Villa a la Nación y Documentos que justifican el desconocimiento del C. Venustiano Carranza como Primer Jefe de la Revolución. Publicados en Chihuahua en 1914, reproducidos por Alvaro Obregón en Ocho mil kilómetros en campaña. México, Fondo de Cultura Económica, 1959,  citados por Vito Alessio Robles, op.cit. pp. 78,79.

[6] Crónicas y debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria. Tomo I. México, Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1964, p. 47.

[7] Ibid, p. 77.

[8] Miguel A. Sánchez Lamego, op.cit., pp. 27, 28.

[9] Vito Alessio Robles, op.cit., p. 106.

[10] Ibid.

[11] Ibid, p. 127.

[12] Crónicas, cit. , p. 196.

[13] Miguel A. Sánchez Lamego, op.cit.,pp. 29,30.

[14] Crónicas, cit., p. 228.

[15] Vito Alessio Robles, cit., pp. 208,209.

[16] Crónicas, cit., pp. 506, 507.

[17] Ibid, pp. 553, 554.