Sobre  ideas sociales y prensa de izquierda: El Machete 1929-1934. Michoacán y México en el cruce de las revoluciones

About social ideas and the left press: El Machete 1929-1934. Michoacán and Mexico at the crossing of the revolutions

Idéias sobre social e libertação da esquerda: El Machete 1929-1934. Michoacán e mexico na junção das revoluções

Alfredo Rajo Serventich

Recibido: 16-08-2013; Aceptado: 09-09-2013

 

Por la impronta del proyecto social de la revolución mexicana se da una importancia mayúscula a los estados de Michoacán, fundamentalmente  y Veracruz. A Michoacán por haber desarrollado el mencionado proyecto que dio pie al cardenismo nacional, con toda la carga que tuvo históricamente para la izquierda mexicana. A Veracruz se le incorpora por la manera en que prosperó una alianza duradera entre el proyecto del nacionalismo revolucionario con sus vertientes populares.

La ausencia de análisis sobre lo que sería conocido como nacionalismo revolucionario, la visión extraña a México de muchos de los primeros dirigentes, sobre todo por su origen y desarrollo lejos de la realidad mexicana, y las iniciativas para afrontar el problema indígena, son parte de este trabajo.

En un segundo segmento de este ensayo, se observa la orientación general del periódico El Machete sobre algunas circunstancias convocantes del periodo 1929-1934, como son la caracterización política del régimen emanado de la revolución, las definiciones al respecto de otros actores vinculados al movimiento popular y finalmente, una propuesta novedosa para organizar el mundo indígena con el dirigismo programático del Partido Comunista.

 

Algunos avatares del comunismo en México en las primeras décadas de la revolución

A modo de reflexión preliminar, considero que el desarrollo de la cultura política en México cuenta con varios vectores. A saber, en primer lugar, la tradición de los pueblos originarios de defensa de sus procesos agrarios, forestales, hídricos, usos, costumbres, formas de gobierno. Por otra parte, las expresiones provenientes de la modernidad que encarnan por sobre todas las cosas el encaramamiento de la justicia social. En torno a este devenir se cuenta con la irrupción de tempranos partidos socialistas  surgidos a partir del empuje de la revolución, la fundación del Partido Comunista Mexicano en 1919 y la impronta del agrarismo que deviene en ideología, además de un intento, no muchas veces exitoso, de alterar las tradiciones organizativas en el sentido de forjar sujetos autónomos. Es menester considerar la recepción y ejecución de los elencos gubernamentales que brindarían una suerte de atención a las necesidades de los grupos subalternos siempre con la mediación de las concepciones de propiedad privada o social que emanaron de la justa iniciada en 1910. Se trata sobre todo de un conjunto de ideas que, al calor de los acontecimientos, se fueron modelando e interactuando.

A partir de Primo Tapia, dirigente comunista purhépecha, asesinado en 1926, se puede aventurar la hipótesis de un Partido Comunista con fuerte presencia indígena.[1] Según Alan Knight, el movimiento popular concurrente en la revolución mexicana fue esencialmente rural. Esto, según el autor inglés, por el carácter de retaguardia del proletariado industrial en el momento del estallido de la revolución mexicana. Tan es así que en unos de los baluartes mineros de la lucha obrera en el porfirismo tardío, Cananea, hay una mayoría de huelguistas sin militancia política y sindicalista.[2] Las circunstancias de los trabajadores varían en el sector de los artesanos quienes, según Knight, tuvieron mayor participación en los batallones rojos.

El panorama en el momento de la revolución era de aldeas indígenas dominadas por caciques mestizos. Éstos comprendían a las comunidades como un reducto para acumular tierras, capital y poder político. A partir de  Knight, se comprende cómo,  bajo este esquema,  explotaban a comunidades indígenas “satélites”, por ejemplo en la Huasteca, Michoacán y alrededores de Acayucan.  Knight, al respecto de esta sobrevivencia en tiempos revolucionarios, retoma a Tannenbaum: acerca de estos pueblos indígenas “aldeanos en última instancia hicieron la revolución social en defensa propia”. [3]

Muy pronto, el comunismo mexicano adopta como medio de comunicación por excelencia a El Machete, proyecto que surge a partir de la iniciativa de artistas revolucionarios y trabajadores gráficos. En el periodo 1929-1934, hay una proclividad a atacar, a modo de guardar en un gran saco, a revolucionarios que no siguen la ortodoxia de los dirigentes comunistas de ese periodo. De esa forma las acusaciones contra Augusto César Sandino y los revolucionarios mexicanos Adalberto Tejeda y Francisco J. Múgica, emergen en los editoriales.   Estos  dos últimos, caracterizados por su radicalidad, son considerados  por Fowler, en el momento de asumir como gobernadores, huérfanos de  apoyo popular.[4]

Francisco J. Múgica gobierna Michoacán un año y medio turbulento, a principios de la década de los veinte. Se toma como ejemplo de revolucionario radical por la manera como intenta granjearse el apoyo popular. Según Fowler Salamini  desafió autoridades militares, terratenientes, clero, y hasta al presidente Álvaro Obregón. Sus principales banderas eran la lucha contra las injusticias de la Iglesia y las empresas privadas.[5] Contaba a su favor, ante los grupos populares, con una trayectoria anterior al periodo que nos ocupa, con la experiencia de haber sido gobernador provisional de Tabasco: un revolucionario encarado a la cuestión social con una política de expropiaciones a favor de los campesinos e indígenas, en los primeros años de la revolución. Esta política popular contravenía la línea que impulsaba el presidente Carranza.[6] Durante su gestión al frente de Michoacán  fortalece al Partido Socialista Michoacano, del que había sido fundador y confronta al Partido Liberal Michoacano del exgobernador Pascual  Ortiz Rubio.

Retomo una expresión ya clásica de Carlos Martínez Assad, Michoacán pudo ser la continuidad del laboratorio de la revolución. Como uno de los primeros pasos hacia la organización campesina regional,  Múgica apoyó a Tapia en su lucha contra la hacienda Cantabria. El general michoacano, a quien se reporta como del núcleo fundador del Partido Comunista Mexicano tuvo que arrostrar a un frente de fuerzas oligárquicas que tenía como bastión a latifundistas que en Michoacán se agrupaban bajo la denominación del Sindicato de Agricultores Españoles.[7] Ésta era la expresión de la reacción mexicana, en general, y michoacana, en particular, ante la profundización del reparto agrario llevada a cabo por el gobernador de Michoacán.

Otro problema añejo era el de las defensas comunitarias. Durante el mandato de Múgica, ante la belicosidad de los sectores más conservadores de la sociedad, la Liga de Comunidades  Agrarias de Michoacán promueve grupos de defensa locales. Esto le ocasionaría el virtual derrocamiento al mandatario por el enfrentamiento con el presidente Obregón por el tema del monop  olio estatal de la violencia.[8]

El accionar de Múgica  contra  las propiedades de la iglesia provoca una manifestación en su  contra de mujeres en Morelia el 12 de mayo de 1921. Estas acciones más el derrocamiento de caciques partidarios de los hacendados en la región de la Ciénega de Zacapu con Primo  Tapia de la Cruz al frente, marcarían la base social de este ensayo de gobierno,  con una agrupación unida de milicias aldeanas.[9]

Adalberto Tejeda mostró desde los primeros años las intenciones de brindar un sustrato nacionalista y popular a sus acciones revolucionarias. Senador en el temprano año de   1917 fue portador, según Fowler, de  “ideas jacobinas sobre la cuestión de las concesiones a las compañías petroleras”.[10]

Tejeda accede a la gubernatura de Veracruz por una serie de circunstancias mediadas por el privilegio. En este marco las relaciones con el poder central juegan un papel determinante en principio. Muy pronto se demarcó de la concentración de poder de la federación,  mediante una concepción y práctica altamente democráticas  del poder civil. En consecuencia fue promotor, según Fowler,  de la organización ilimitada de todos los grupos sociales y políticos. Obreros, arrendatarios, campesinos, comunistas participaron de este empuje movilizador, en especial,  trabajadores e inquilinos.[11]

Aliado de Úrsulo Galván, Tejeda encontró en la  Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos del Estado de Veracruz, de impronta comunista, los cuadros políticos y aún militares para encaramar su proyecto. No en balde, Tejeda y Galván suministraron importantes apoyos militares y económicos  a Álvaro Obregón contra la  rebelión delahuertista. [12]

De ahí que una década después, la reflexión de Luis Cabrera el  20 de noviembre de 1935, indicara la dialéctica del proceso revolucionario:

En la situación actual del mundo la Revolución mexicana no puede ir más que por uno de esos caminos:

O el comunismo.

O el nacionalismo.

¿Quiénes son los verdaderos revolucionarios?

¿Los que nos aconsejan imitar a Rusia, o los que nos ponen a Italia como ejemplo?

Eccoilproblema¡[13]

Anna Ribera Carbó brinda una explicación por el fracaso de los grupos subalternos en la dirección hegemónica de la revolución mexicana. Afirma que no triunfó la  revolución de campesinos y obreros libertarios por la mística de mirar adelante y atrás en torno a los rumbos que debía tomar la historia.[14]

Para la autora fue un hecho revolucionario la existencia de  campesinos queriendo cambiar condiciones existentes, con su utopía del  pasado idealizado y un futuro indeterminado, en la segunda década del siglo XX.[15] En contraparte los mitos históricos de la Casa del Obrero Mundial, con movilización en las calles, mítines, manifestaciones y sus conmemoraciones, como la del  fusilamiento de Francisco  Ferrer Guardia en el marco de la decena trágica en España,  o de la Comuna de París de 1871, aunada a las de la represión de la Huelga de Río Blanco, reflejaban otro tipo de imaginario, lejos de los grupos campesinos.[16]

El espíritu de ese breve espacio de la rebelión campesina pareció encarnarlo el gobernador de San Luis Potosí, Saturnino Cedillo, quien emite una ley en marzo de 1913,  en la cual establece las garantías para los indígenas para que se les restituyan las tierras confiscadas por los “bandidos porfiristas”. [17]

Con respecto al Partido Comunista en sus primeros años, tiene un papel destacado al respecto el ya nombrado Primo Tapia, dirigente agrarista originario de la comunidad de Naranja. Es muy importante recalcar la impronta comunitaria de esta figura histórica. Comentan Alicia Castellanos y Gilberto López y Rivas lo dicho por el jefe de tenencia de su  comunidad  al respecto  de la muerte del líder: “Las luchas nunca se terminan”. “Primo Tapia nos sirvió de ejemplo para seguir. Él fue un hombre que tuvo buenos ideales para las comunidades: que nunca tuvo fines personales. En todos los cambios que se han dado en beneficio del pueblo, él ha tenido mucho que ver”[18] Estos testimonios recabados por los autores nos ubican en la tesitura de una memoria viva del revolucionario en su comunidad, en pleno despliegue de las reformas salinistas, que tenían, entre otros objetivos, borrar todo resabio de concepción de luchas colectivas, no obstante ciertas declaraciones de Salinas de Gortari, de admiración a la figura de Emiliano Zapata, figura solo decorativa de sus embates propagandísticos.

Primo Tapia fue entonces un dirigente germinal muy reconocido en Naranja hacia los veinte del siglo pasado. El testimonio de un comerciante es concluyente: “Por él comemos, por él tenemos la tierra”. [19]

Su lucha coincidió en el tiempo con la liga de Comunidades Agrarias del también comunista Úrsulo Galván en el estado de Veracruz. Hay tras de Tapia toda un historia que refiere a la escasez de oportunidades para estudiar de un individuo proveniente de una comunidad indígena purépecha. Formado en el Seminario Religioso de Erongarícuaro,  del que fue expulsado, aprendió latín y francés además de perfeccionar el idioma castellano. La salida del Seminario lo llevó a trabajar como jornalero agrícola en la hacienda Cantabria, de la familia española Noriega. Ahí encabezó la lucha de los indígenas purhépecha por la recuperación de dicha propiedad. A la sazón esta sería una contienda que abarcaría la primera década de los años veinte. [20]

Era mayúsculo el embate de los Noriega contra Tapia y  los comuneros comunistas José Molineros y José Guadalupe Tinoco. Estos cayeron en similares circunstancias por los mismos días denotando la crudeza de la lucha de clases en el campo michoacano atravesada por el carácter étnico de la vertiente encabezada por Tapia.[21]

La obra citada de Ambriz y León da cuenta de la profundidad del movimiento que lideró Tapia hasta 1926. En la base documental que se expone reluce, entre otros aspectos, el carácter colectivo del movimiento de la Liga Agraria del Estado de Michoacán, además de la la participación de las campesinas indígenas que orillaron a que la muerte de Tapia y sus compañeros fuera considerada como un crimen de Estado. También es de resaltar la pluma pulcra de Tapia para dar cuenta de los problemas y acciones de los comuneros purhépecha así como ejercer acciones legales contra el terrorismo ejercido por el frente tácito llevado a constituido por el ejecutivo federal junto con la jefatura de operaciones del ejército nacional y los hacendados encarnados por la familia Noriega. La trama vieja y presente de la defensa de los procesos naturales emerge de manera descarnada tras la secuela de los crímenes. [22]

Otro aspecto determinante que puede ayudar a explicar la importancia de los torrentes migratorios en la generación de organizaciones sociales y políticas así como la formación de las dirigencias es la etapa en la vida de Tapia en Estados Unidos entre los años 1907 y 1919. Traba contactos con el magonismo, participa en las manifestaciones del movimiento obrero norteamericano, además de conocer de manera elemental los idiomas italiano y ruso, abreva en el idioma inglés. Todo esto se engloba en vivir y conocer las tradiciones y cultura obrera cosmopolitas, con el corolario de ser un importante portavoz internacionalista, una vez devuelto a tierras mexicanas.[23]

El mencionado asesinato de Tapia por parte del gobierno de Calles en contubernio con varias fuerzas locales despertó el repudio de  segmentos de la opinión pública progresista como El Machete, el cual editorializó: “¡Quién dio la orden es el responsable! ¡Trabajadores obreros y campesinos, sabed quiénes son vuestros verdugos!”[24]

La procedencia social de Tapia en modo alguno es una excepción. Aludiendo  a Barry Carr, Verónica Oikión asegura que el Partido Comunista Mexicano fue el primer partido en América Latina con fuertes bases entre los campesinos, con prominentes dirigentes en ese sector como Primo Tapia y Justino Chávez.[25]  Los orígenes del partido comunista  están ligados a la lucha por la tierra, sobre todo en la región de Pátzcuaro y la Ciénega de Zacapu, donde influyó el revolucionario de Naranja. En ese marco, Primo Tapia fue el líder natural en la década de los años veinte, hasta su muerte en 1926. Los orígenes organizativos estuvieron signados por el Sindicato de Comunidades Agrarias de Naranja, Tiríndaro y Tarejero.

Los primeros años del Partido Comunista estuvieron lejos de la ortodoxia. Es adecuado al respecto retomar a Paco Ignacio Taibo II: “las fronteras entre el grupo [comunista] y los militantes del partido socialista, o la Federación Sindical, eran muy tenues. “[26]

La esperanza que encarnaba la revolución soviética además de cierto sincretismo ideológico marcaba la acción de los revolucionarios en la hora de su triunfo. Las tesis de Lenin al respecto de los pueblos coloniales y la forma como se iba delimitando la idea de periferia del sistema capitalista, hizo converger en los años turbulentos de la revolución mexicana a revolucionarios de otras latitudes. Por ello, el papel que podía desempeñar la periferia del sistema capitalista era menester para el triunfo de la revolución global. [27]

Es destacable que el reconocido revolucionario mexicano Ricardo Flores Magón, portador de ideas liberales y anarquistas, expresó en ese momento la idea de la  república socialista como un parteaguas para la humanidad. Hacia 1918 definiría a la revolución en la Rusia soviética como    gran revolución mundial, la cual  “operará cambios importantísimos en el modo de convivir de los seres humanos”.[28]

Por parte de importantes portavoces de la Internacional Comunista, el panorama ideológico parecía ser poco claro. El enviado hindú a México,  Manabendranath Roy,  debía atender aspectos organizativos e ideológicos.  Emprendió, mediante el periodismo las tareas de difusión. En el periódico El socialista, publicado en México, allá por 1918, esboza la identidad de comunismo cristiano, que con el correr del tiempo será sustituida por bolchevique y marxista, en cuanto a considerar al fundador de esta corriente de pensamiento “timonel de movimiento obrero mundial”.[29]

El pensamiento antiimperialista fue sublimado en esos años, incluso por sobre las dinámicas internas de las llamadas sociedades periféricas. Tal fue el caso de Roy, muy marcado por los estragos causados por el imperialismo británico en su tierra, que lo llevaron a leer la realidad mexicana bajo un lente monoprismático. Este hecho, además de las diferentes percepciones de quienes llegaron a México, estadounidense o por la vía de Moscú, provocaron estas fo  rmas particulares de ver la realidad mexicana. [30]

Uno de los cuestionamientos que suele realizarse en la diacronía de los procesos revolucionarios en México es la pérdida en la pulseada del socialismo ante el emergente nacionalismo revolucionario. Se desprende de la lectura de Spenser el total desinterés hacia dicho nacionalismo como tema propagandístico o de análisis. Tanto es así, que otro enviado comunista, el estadounidense Louis Fraina, en sus informes sobre la situación mexicana, no menciona ni una vez la revolución que había de terminar en su fase armada. No así su compatriota John Reed, quien ve en la misma la simiente del cambio.[31]

Esta negación de los primeros pensadores y agitadores comunistas en México, sería contrastada con el pragmatismo de los primeros jefes revolucionarios. El régimen en vías de su consolidación, a mediados de la década de los años diez,  aprovechó los empeños de luchadores radicales como Miguel de la Trinidad Regalado, también del estado de Michoacán. Éste era un revolucionario quien,  por la vía de los hechos, defendía tierras y bosques de los pueblos indígenas, además de  contar con el apoyo gubernamental que valida su accionar. En ese sentido, el gobernador de su estado, el general Gertrudis Sánchez le encargó  “investigar todo lo relativo a comunidades indígenas, y la devolución de los montes, pastos y terrenos que de éstas hayan sido despojados, facultado para dictar aquellas providencias de carácter estrictamente urgente y necesario, debiendo formar expedientes con los resultados de cada investigación, remitiéndola a la comisión investigadora para que resuelva lo que esté en derecho”.[32]


www.antiwarsongs.org

En el estado antes citado, con respecto a los indígenas,  se pretende su incorporación en el proceso revolucionario por medio de la defensa de los bosques, tarea incoada por el carácter anticlerical que le dota al agrarismo, el cual constituye un valladar para la adhesión de los pueblos originarios a los programas revolucionarios por su profunda religiosidad.

Dice Leticia Reina de la población indígena en el marco de la construcción del estado nación en el siglo XIX que al homogeneizalos e incorporarlos al estatuto ciudadano, se borró toda protección sin posibilidad de ejercer sus derechos y “menos enfrentar a los poderes económicos y políticos efectivamente constituidos”.[33] Entre las prerrogativas indígenas, el sistema político mexicano adhiere al texto de la ley agraria de 1915  la propiedad ancestral sobre los recursos agrícolas. Esta ley establecía como nulas “todas las enajenaciones de tierras, aguas y montes pertenecientes a los pueblos, rancherías, congregaciones o comunidades, hechas por los jefes políticos, gobernadores de los estados o cualquiera otra autoridad local, en contravención a lo dispuesto en la Ley del 25 de junio de 1856 y demás leyes disposiciones relativas”. Fue sin duda, una ley que pretendió subsanar los efectos devastadores para la comunidades y su ambiente, impulsados por personeros del poder en las sucesivas etapas privatizadoras tendientes a crear un mercado de tierras como finalidad exclusiva.

La eminencia revolucionaria de esta ley se expresa en su artículo tercero:

… los pueblos que necesitándolos carezcan de ejidos o que pudieren lograr su restitución por falta de títulos, por imposibilidad de identificarlos o porque legalmente hubieran sido enajenados, podrán obtener que se les dote del terreno suficiente para reconstituirlas conforme a las necesidades de su población, expropiándose por cuenta del Gobierno Nacional el terreno indispensable para tal efecto, del que se encuentre inmediatamente colindante con los pueblos interesados.[34]

No se debe soslayar que el proceso revolucionario significó la lucha entre diversos proyectos que antagonizaron a la vez que se mediatizaron. A partir de ahí son comprensibles personajes como Tejeda y Múgica. La ley agraria de 1915, escrita al calor de la lucha por desarmar políticamente el influjo zapatista, puede ayudar a explicar la radicalidad de algunos revolucionarios que confirmaron  en acciones sociales la letra legal.

Es sugerente como, cuando los personeros del  poder local interactúan con las dirigencias comunistas,  personalizadas en los dirigentes agrarios Tapia y Galván, se alimenta el imaginario de una revolución que transita hacia sus profundidades, para hacer paráfrasis de Guillermo Bonfil Batalla.  

 

El machete ante la reacción conservadora, el imperialismo y el mundo indígena, 1929.-1934

En esta sección se abordará El Machete, periódico que abarca el periodo 1924-1938.  Fue un periódico de combate y agitación política creado en un principio por la sociedad de artistas revolucionarios adscritos al muralismo junto con trabajadores gráficos.

Según Ricardo Melgar fue un periódico creado con el sentido de los intereses de “ la plebe urbana y rural, así como los intelectuales revolucionarios mexicanos”.[35]

Este periódico fue el fruto del paso por México de revolucionarios de otras latitudes quienes, junto a los escritores mexicanos,  le imprimieron el carácter su carácter internacionalista y su enfoque doctrinario. En sus páginas destaca el revolucionarios cubano Julio Antonio Mella, asesinado en México por esbirros de la dictadura de Machado. Mella, desde las páginas de este órgano periodístico, planteo el aprendizaje en la acción del oficio periodístico revolucionario. [36]

Este estudio surge de la revisión del periódico El Machete, en su etapa ilegal que se extiende desde 1929 hasta 1934. El contenido del mismo es variopinto, resalta movilizaciones obreras, emprende labor propagandística contra quienes consideraba adversarios ideológicos del comunismo de aquella época[37] Cabe destacar que en esta época los ataques contra estas figuras inclusive a Vicente Lombardo Toledano, están a la orden del día, posiblemente por la táctica de descalificar a adversarios en las campañas por la adhesión de grupos subalternos. Otro aspecto que llama la atención es la caracterización del Partido Comunista Mexicano al respecto del régimen emanado de la revolución al que tacha de “fachista”, en especial en esa época del gobierno de Pascual Ortiz Rubio.

La lucha ideológica contra la iglesia católica, en especial sobre sus expresiones políticas, emerge. El tratamiento sobre el conflicto religioso en México versa en el tenor de “Los cristeros mexicanos, obedeciendo la voz de su amo, han hecho rogativas contra ´la persecución religiosa a los campesinos´”. La redacción del periódico expresa una mayor confianza en los adel  antos tecnológicos y sociales “que en las preces de los curas”  y remata con que “Los únicos perseguidos son los panzudos frailes”.[38]

La línea del periódico de ataque al fascismo,  tanto como expresión autóctona a la vez que internacional se combina con la crítica hacia otras formas del pensamiento y acción de las derechas europeas como es el nacional catolicismo español. Una ejemplificación de ello la constituye la nota en la que da cuenta de la llegada a México del general español Millán Astray,  invitado de honor de Ortiz Rubio con motivo de las fiestas patrias.  La nota remata con la aseveración que este personaje fue invitado especial del general Joaquín Amaro, a la sazón secretario de la Defensa Nacional. El general Amaro, por ciertos equívocos  considerado purhépecha de origen, fue  figura clave del grupo gobernante obregonista y callista. Además se conformó en un personaje que llegó incluso a adherirse con fuerza a posturas antibolcheviques, por lo que se explica esta relación con el personero  fascista español. Por lo demás, no sería raro esto por ciertas inclinaciones muy coincidentes con  los gobiernos de ese signo político,  expresadas por Tomás Garrido Canabal y el mismo Plutarco Elías Calles.

El Machete, acusa al gobierno de Ortiz Rubio de querer ganarse la simpatía de comerciantes y hacendados españoles, con la invitación al mencionado general. Remata la nota con el recuerdo de que Millán es autor de fechorías coloniales y atentados contra obreros revolucionarios en España.[39] Llama la atención la presencia de este personaje en México, quien con el correr de los años  adquiriría relevancia por sus arengas contra los intelectuales y sus vivas a la muerte, expresadas ante el conocido académico Miguel de Unamuno, en la Universidad de Salamanca.

El Machete, a pesar de su actitud a rajatabla contra todo lo que sonara a nacionalismo revolucionario, reconoce cierta postura anti-imperialista del Partido Nacional Revolucionario, aunque la califica finalmente como pantomima. Todo esto en el marco de la promoción de la candidatura de Juan Andrew Almazán, que desata fuertes pugnas entre los sectores conservador y radical de la revolución.


www.elmercuriodigital.net

El tema del anti-imperialismo, o las defecciones del régimen mexicano al respecto,  aflora en otros números de El Machete. Esta publicación evidentemente ve en la milicia, surgida al calor de la lucha de clases, otro espacio en pugna de la revolución. Es elocuente la autoría de la nota, firmada por  “otro soldado rojo”, quien citica el licenciamiento en Morelia de 150 soldados.  El título es “Más soldados condenados al hambre”, realidad expresada como antagónica a la actitud del presidente Ortiz Rubio, quien es acusado de tomar tal medida para pagar  millones  de pesos a “los banqueros gringos”, denotando el entreguismo concomitante.[40]

Hacia 1931, interpretando  las tesis de Lenin sobre los pueblos coloniales, emerge en  este periódico la problemática de los pueblos indígenas. Con el título de  “Apoyemos la lucha de los indios”, El Machete asevera que  ninguno de los gobiernos revolucionarios ha dudado en “aplicar la solución porfiriana de hierro” “y el exterminio de las justas rebeliones de los  yaquis, de los mayas, de los tarahumaras y huicholes”.[41]

El Machete, a pesar de su postura proclive y solidaria con las comunidades indígenas, en momentos es acorde con los planteamientos de la antropología oficial mexicana surgida de y para las políticas del indigenismo.  Resalta que “La situación del indígena es la de un ser inferior económica, política y culturalmente, a pesar de todo el lloriqueo oficial”.[42]  Y a partir de estas definiciones, empieza a enarbolar el programa de acciones: “El deber del proletariado, de los sindicatos revolucionarios, del Partido Comunista, es defender a los millones de indios explotados y degradados en una forma espantosa”.[43] Emerge entonces el determinismo económico social para tratar el problema indígena, con ciertos matices.

La visión vanguardista del Partido Comunista Mexicano con respecto a los pueblos originarios con la actitud de asumir como acciones relevantes organizar y encabezar “estos hermanos” prerende ser coronada con un programa reivindicativo de tierras, aguas y montes para el usufructo de las comunidades.[44] El programa va incrementando la plataforma de demandas hacia lo fiscal, con la exigencia de exención de contribuciones. A partir del convencimiento de que los pueblos viven una circunstancia de  explotación precapitalista se enarbola la abolición del trabajo forzado, mientras se corona el abanico reivindicativo con el postulado de una “organización social propia que autónomamente administre justicia a los indígenas”. La consigna muestra como horizonte lo económico social aunado a lo político: “por el pan y los derechos de los indios” con una imagen clara de los agravios al mostrar a los indígenas como “pisoteados hoy y siempre por la burguesía y sus gobiernos”.[45]

En el tenor referido, aparece la nota “Solidaridad con los camaradas juchitecos”.[46] A colación de lo anterior, se comenta que el periódico Excélsior publicó el 12 de mayo de 1931 la noticia de que en la región de Juchitán, Oaxaca, se produjo  una insurrección de indígenas, “que fue aplastada y  ahogada en sangre por las fuerzas federales que manda el General Pilar R. Sánchez. Los camaradas indígenas se sublevaron contra el gobierno del estado de Oaxaca porque éste desconoció sus ayuntamientos, tratando de imponerles munícipes reaccionarios instrumentos de la burguesía y del latifundio”.[47]

Existe la concepción del Partido Comunista Mexicano en esos tiempos que se está ante una ofensiva de un gobierno al que califican como fascista. De ahí deviene una praxis en la que es menester la unidad de los grupos agraviados por esta escalada.  Y, en consecuencia,  la acción de los pueblos indígenas en la defensa de  sus derechos se subsume a la “lucha general de la clase trabajadora”. Los datos que nos ofrece la prensa de esos días son de una intensa movilización popular e indígena, afrontada por el gobierno con el recurso de la represión. La movilización de Oaxaca,  y la represión hacia ella, es mostrada como “Repetición, quizá en mayor escala –del 29 de junio en Matamoros y del 18 de marzo en Jalapa”. [48]

Es sugerente la presencia que adquiere la lucha indígena por esos días y cómo se diluyen las notas con estos actores en el caso michoacano. Aquí los horizontes informativos parecen dirigirse hacia otra parte. En ocasiones el fanatismo de algún clérigo, asociado con autoridades políticas locales como es el caso de un médico holandés que es linchado en medio de una trama de odio religioso. Con el llamativo encabezado “lo asesinó un cura en Michoacán”, se trae a colación la muerte del médico holandés León Musst, de “ideas anticlericales”, en manos de un grupo azuzado por el cura de la parroquia y el presidente municipal de Santa Ana Maya. Se denuncia que el cura desarrollando una misa hace propaganda contra “ese bolchevique protestante”.[49]

En otras ocasiones, las baterías se dirigen contra los adversarios políticos e ideológicos en el estado. A fines de agosto de 1931 se celebra en Morelia, el II Congreso de la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo, promovido  por el gobierno local y por el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario (PNR).  Es de resaltar que critica y entrecomilla el carácter revolucionario de la organización, a la vez que descalifica a personajes que han sido reconocidos como parte del progresismo nacional, en una línea de información por lo demás sectaria: “Obligados a ´trabajar´ por el sueldo oficial que reciben, los lidercillos Diáz-Leal, Solórzano, Mayés y compañía (bautizados por los trabajadores con el nombre de ´las víboras´) acaban de exhibirse como alcahuetes del PNR. No faltaron en el congreso ni el hacendado Cárdenas ni el procurador de justicia…ni el inspector de policía”. El tratamiento a otros personajes llama la atención: “Se aprobaron mensajes serviles a Calles, al asesino Tejeda y al carcelero Mújica”.[50]

En apariencia las acciones de los comunistas en Michoacán transitan hacia otros derroteros. Al parecer está entre las prioridades la creación de un polo político regional que vincule a Morelia con Guadalajara, ciudad muy vinculada con las vicisitudes educativas, culturales y políticas de los michoacanos. Por ende, la vinculación entre las locales del Partido Comunista en Guadalajara y Morelia es material para el estudio de la historia regional. En las páginas del periódico aparece un contrato de emulación entre ambas seccionales: duplicar el número de afiliados de ambas locales, creación de células en fábricas y talleres, organización de trabajo político, organización de grupos universitarios en los sindicatos amarillos, creación de comités de desocupados, trabajo en las zonas rurales, regularización en el pago de cotizaciones, apoyo a la juventud comunista, entre otros tópicos. [51]

El año 1932 se inaugura con una intensa movilización por la tierra. Desde Michoacán se destaca la movilización de 300 campesinos del municipio de Puruándiro, que se apoderaron de una parte de la hacienda de San Martín, de la empresa Narkassusa. La respuesta del estado no se hace esperar y manda 600 soldados con el fin de desalojarlos. La organización de los campesinos denota el afán de no dejarse desarmar. No en balde, se va instaurando la conmemoración de la muerte de Emiliano Zapata, en el mes de abril. [52]

 De la mano con las movilizaciones campesinas y al calor de las reflexiones leninistas sobre los pueblos indígenas, el PCM profundiza en  la cuestión indígena. De tal manera que la Conferencia Nacional de 1932 trata “el problema de las razas indígenas y el derecho a la autodeterminación.” Se esboza la necesidad de  una sólida red de células en los pueblos indígenas, así como en las empresas, entendidas éstas como fincas cafeteras, plataneras,  y de cortes de maderas finas, entre otras. El balance sobre los pueblos indígenas es del devenir de una vida  al margen del resto de país, en comunidades separadas, con formas de producción y trabajo atrasadas, además de costumbres y tradiciones deformadas por siglos de dominación. El PCM en congruencia acusa al gobierno de organizar  la casa del estudiante indígena, como una herramienta para no integrarlos a la “civilización”. [53]

El nivel organizativo se muestra creciente a la par de la conciencia en el partido de la dimensión sociolingüística. A los Indígenas huaves se les resalta como hablantes de la lengua que da nombre a su cultura. Y lo revolucionario emerge ante su calidad de integrantes del Bloque Obrero Y Campesino para luchar por sus propias reivindicaciones. El PCM los saluda como “Camaradas de idioma y de miseria”, al mencionar los hechos de lucha de la  ranchería de Santa Rosa.[54]

Como se mencionó el derecho a la autodeterminación es  abordado en la conferencia nacional. Se señala con particular énfasis las  reivindicaciones “inmediatas y lejanas” de los pueblos indígenas. La meta del PCM es construir una sólida red de células en los pueblos indígenas, allá donde desarrollan sus actividades productivas, y se insiste  en el trabajo en fincas cafeteras, plataneras, corte de maderas finas, etcétera.

La metodología para el análisis es la concerniente al problema de nacionalidades oprimidas, al estilo leninista, como “razas y Tribus Indígenas”, con tradiciones deformadas por siglos de dominación. Las denuncias del PCM van en la dirección que el poder ejecutivo fuerza a los pueblos  a abandonar su idioma, costumbres y tradiciones. De tal modo que esta política los reduce a la condición de “seres inferiores económica, social y nacionalmente”.[55]

El PCM enarbola  un programa de las masas indígenas para la solución de las reivindicaciones inmediatas. Este se define contra el trabajo obligatorio, los  innumerables impuestos (de siembra, cosecha, de escuela, de tránsito, de mercado, etcétera). Además este partido se pronuncia contra impuestos a los pueblos o prohibiciones forestales, y se expresa por el derecho a la caza y la pesca, por agua, tierras y montes de acuerdo a sus necesidades. En lo político, se define por la elección de autoridades con arreglo a formas tradicionales. En la enseñanza, plantea que los maestros de escuela hablen y enseñen en sus idiomas originales. Se está contra el desarme de los pueblos y por la autodefensa armada. En lo político administrativo, el programa defiende   el derecho de contar con estados independientes, y si así lo deciden, se separen de México. En suma, que cuenten con gobiernos, lenguaje y cultura propios.

El PCM pugna por una federación que sume a indígenas, obreros y campesinos que confronte  los intereses de la república burguesa. El  papel del partido es el de  organizar y conducir hacia la liberación nacional a todos estos colectivos. Estos esfuerzos organizativos hacia 1932 se plasman en la región mixteca: se ha constituido el trabajo electoral, además de reivindicaciones económicas y sociales; en cada localidad indígena se organizan Consejos del Pueblo; eligen a Erasmo V. Gómez como candidato a diputado, al Congreso de la Unión; finalmente se reconoce atraso organizativo en Veracruz, Jalisco, Durango, Chihuahua, estado de México y Chiapas, sin menciones a otros estados y territorios de la república.[56]

 

A modo de reflexión final

El comunismo en México, con acento particular en Michoacán, es de impronta sobre todo campesina. La historia de Primo Tapia, destacado como fundador del PCM, indígena purhépecha, es expresión de los avatares de vida, ideológicos y sociales de un colectivo de mexicanos de su tiempo. Es asimismo la presencia de dos raíces del comunismo mexicano de los primeros tiempos. Una de ellas, la campesina, es relativamente conocida en trabajos anteriores. La otra, la indígena, esbozada en este trabajo da cuenta de un programa indígena del PCM y ciertos datos sobre la capacidad organizativa de los indígenas adheridos al comunismo.

 Asimismo, la concepción de vanguardia del Partido Comunista Mexicano, provocó que el tema de los pueblos indígenas cayera en una contradicción: entre la autodeterminación y la subsunción al bloque obrero y campesino que por esos años propugnaba el partido.   

Por otra parte, este ensayo recoge ciertas definiciones sobre temas que poblaban las preocupaciones de aquel tiempo. La calificación,  muy sui géneris, del fascismo formulada por El Machete, la agitación propagandística contra otros actores revolucionarios adversarios al PCM, nos relatan una historia plena de desencuentros y sectarismos.

La preocupación comunista por construir un nuevo mundo alternativo al dominante con toda la unidad planetaria que requería, no le permitió mirar con cierta acuciosidad la realidad mexicana, de ahí las definiciones sobre lo que englobamos como nacionalismo revolucionario por parte del comunismo en México. El comunismo mexicano viviría bajo los dictados generados extra fronteras y sería necesaria, en un momento posterior, una estrategia unificadora, la del frente popular, para alterar el precario, en momentos inexistente, panorama de la política de alianzas.  

Quizá la falla de origen de esta historia es la presencia en México de actores del commintern, ajenos a la realidad mexicana que ya reportó y analizó de manera muy acuciosa Daniela Spenser.

Estas concepciones y posturas del Partido Comunista Mexicano llevarían, en los años venideros, a múltiples definiciones de tipo contradictoria, sobre todo en el terreno del nacionalismo revolucionario y de lo nacional popular, evidentes en la prensa comunista.

Luchas contra el fascismo, imperialismo y posturas de El Machete a favor de cultura, costumbres, idioma y formas de gobierno de los pueblos indígenas de México, resaltan como parte de una estrategia partidista que está más comprometida con los pueblos originarios que el vendaval conceptual de los “nuevos movimientos sociales” ha negado.



Notas:

[1] Alan Knight, “Caudillos y campesinos en el México revolucionario, 1910-1917”,pp 32-85 (en) David Brading, Caudillos y campesinos en la Revolución mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 36

[2]Ibídem.

[3] Ibídem, p. 42

[4]HeatherFowlerSalamini, “ Caudillo revolucionarios en la década de 1920: Francisco Múgica y Adalberto Tejeda”, 211-238, p. 213

[5] Ibídem., 215

[6] Ibídem., p. 216

[7] Ibídem, p. 222

[8] Ibídem

[9] Ibídem, p. 223

[10] Ibídem, p. 226

[11] Ibídem, p. 227

[12] Ibídem, p. 234-235

[13] Ignacio Marván Laborde, “Introducción”,

(en) La revolución mexicana, 1908-1932,  México, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 13

[14] Anna Ribera Carbó, “Campesinos y obreros en la Revolución mexicana. ENTRE LA TRADICIÓN Y LOS AFANES MODERNIZADORES” pp. 15-65, (en) La revolución mexicana, 1908-1932,  México, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 19

[15] Ibídem, p. 20

[16] Ibídem, pp. 25-26

[17] Ibídem, p. 37

[18]Alicia Castellanos Guerrero y Gilberto López y Rivas, Primo Tapia de la Cruz , un hijo del pueblo, México, Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México=Confederación Nacional Campesina, 1991, p. 14

[19]Ibídem, p. 14

[20] Gerardo Peláez Ramos, “El asesinato de Primo Tapia”, en http://www.rebanadasderealidad.com.ar/ramos-10-21.htm, consultado el 15 de mayo de 2012

[21] Arnulfo Embriz Osorio Y Ricardo León García, , Documentos para la historia del agrarismo en Michoacán, México, Centro de Estudios Históricos del Agrarismo Mexicano, 1982, p. 188

[22] Cfr. Ibidem

[23]Gerardo Peláez Ramos, op.cit

[24]Castellanos, op.cit, , p. 27

[25]Ibídem, p. 77

[26]Ibídem, p. 77

[27] Daniela Spenser, Los primeros tropiezos de la internacional comunista en México, México, Publicaciones de la Casa Chata, 2009, p. 28

[28]Ibídem, p. 67

[29]Ibídem, p. 79

[30]Ibídem, p. 93

[31]Ibídem, p. 108

[32] Pérez Escutia, op.cit,  p. 246

[33] Leticia Reina, La reinianización de América, México, Siglo veintiuno editores, pp. 16-17

[34] Ramón Alonso Pérez Escutia, la Revolución en el Oriente de Michoacán 1900-1920, Universidad Michoacana san Nicolás de Hidalgo- H Ayuntamientos Constitucionales del Oriente de Michoacán, 2005-2007-Morevallado Editores S.A. , 2005, Biblioteca Histórica del Oriente Michoacano No. 3

[35] Ricardo Melgar Bao, “El machete: palabras, imágenes y símbolos rojos en México (1924-1938)” (en) Olga Ulianova (editora), REDES POLÍTICAS Y MILITANCIAS. La historia política está de vuelta, Santiago de Chile; Ariadna. Usach, 2009

[36] Cfr. Ibidem.

[37] como, por ejemplo,  diferentes expresiones  de nacionalismo popular como las que abanderó el general Augusto César Sandino en Nicaragua, o los radicales Adalberto Tejeda y Úrsulo Galván en Veracruz.

[38] “la cruzada cristera contra la URSS”, El Machete, México, D.F., abril de 1930. P. 9

[39]Ibídem, p. 1

[40]El Machete,  2º. Quincena de enero de 1931. P. 6

[41] El Machete, 2ª. Quincena de 1931, p. 2

[42]Ibídem, p. 2

[43]Ibídem, p. 2

[44]Ibídem

[45] Ibídem

[46]El Machete, mayo 20 de 1931, p. 1

[47]Ibídem

[48]Ibídem

[49] El Machete, junio 20 de 1931, p. 4

[50]El Machete, agosto 30 de 1931, p. 4

[51]El Machete, El Machete, noviembre 10 y 20 de 1931, p. 2 enero 30 y febrero 10 de 1932, p. 4

[52]El Machete, junio 30 de 1932, p. 2

[54]El Machete, junio 30 de 1932, p. 2 “Entre los indígenas”

[55] “Nuestro partido ante el problema indígena” El Machete, junio 30 de 1932.

[56] Ibídem.

 

Cómo citar este artículo:

RAJO SERVENTICH, Alfredo, (2013) “Sobre ideas sociales y prensa de izquierda: El Machete 1929-1934. Michoacán y México en el cruce de las revoluciones”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 17, octubre-diciembre, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=827&catid=9