El sentimiento de culpa, motor de la comunicación violenta en la comunicación religiosa

Sense of guilt, engine of violent communication in religious communication

Culpa, motor violenta comunicação comunicação religiosa

Pancho Navarrete González

RECIBIDO: 18-09-2015 APROBADO: 25-10-2015

 

“El tribunal no te acusa, no hace más que recibir
la acusación que tú te haces a ti mismo.”
G. Agamben

La CNV nos ayuda a conectarnos con los otros y con nosotros mismos, permitiendo que aflore nuestra compasión natural. Nos orienta de tal manera que nos permite reestructurar nuestra forma de expresarnos y de escuchar a los demás, haciéndonos conscientes de lo que observamos, sentimos y necesitamos, y de lo que les pedimos a los demás para hacer más rica nuestra vida y la suya. La CNV promueve el desarrollo de la escucha atenta, el respeto y la empatía, y propicia el deseo mutuo de dar desde el corazón. Hay quien se sirve de la CNV para llegar a una mayor autocompasión y comprensión de sí mismo; hay quien aspira a llegar con ella a una relación más profunda con sus semejantes, y hay quien quiere construir a través de ella relaciones más efectivas en su lugar de trabajo o en el campo político (en el campo de la religión). En el ámbito mundial, la CNV sirve para resolver disputas y conflictos a todos los niveles.[1]

Existen diferentes opiniones y tesis sobre la naturaleza humana, y sobre la necesidad de encaminar las pulsiones que suelen ser violentas, el instinto de agresión ubicado en el cerebro reptílico, base de nuestro cerebro que te manda “ataca o huye” y que las diferentes partes superiores del cerebro te permiten tener respuestas más elaboradas que las de las iguanas o cocodrilos; dichas tesis han sido ubicadas en el pensamiento universal de grandes hombres, filósofos, científicos de diferente cuño, comenzando por los griegos y terminando con la tremenda encíclica Lumen Fidei del papa Francisco[2].

Sin entrar en el detalle del modelo económico capitalista, depredador en esencia, y tratando de ir más allá de las interpretaciones de la economía política, encontramos en esta forma relacional de la CNV un resultado inmediato ante la conflagración personal, entre parejas, inter familia, entre familias, grupos, grupos religiosos, sectas, tribus, partidos políticos, naciones…

“El instinto de agresión, la hostilidad natural de uno contra todos y de todos contra uno, se opone a los designios de la cultura. ¿A qué recursos apela la cultura –entonces– para contener la agresividad constitutiva? Por una parte a la introyección de esta agresividad: dirigiéndola contra el propio yo dando origen a esa estructura de la personalidad que Freud denomina súper-yo, que actúa como conciencia (moral) generando aquella tensión que da origen a la “culpabilidad”. Así pues, la agresión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo desplegando frente al éste la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños. La tensión creada entre el súper-yo y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad y se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada.[3]

Marshall[4] cree que “… interesa a todo el mundo que las personas cambien no para evitar el castigo sino porque consideran que el cambio los beneficia. La comunicación que nos aliena de la vida surge de las sociedades jerárquicas o de dominación y la sustenta.

Cuanto más acostumbramos a las personas a pensar en términos de juicios moralistas que implican lo que está mal o incorrecto, tanto más aprenden a mirar hacia fuera de sí mismos, a las autoridades externas, para encontrar la definición de lo que constituye lo correcto, lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Cuando nos ponemos en contacto con nuestros sentimientos y necesidades, los seres humanos dejamos de ser buenos esclavos o subordinados.

Disfrutar cuando damos y recibimos con compasión forma parte de nuestra naturaleza. Sin embargo, está tan profundamente arraigada en nosotros una serie de formas de “comunicación que aliena de la vida”, que eso nos lleva a hablar y a conducirnos de tal modo que herimos a los demás y nos herimos a nosotros mismos. Una forma de comunicación que aliena de la vida consiste en emitir juicios moralistas que presuponen error o maldad en todo aquel que no actúa de acuerdo con nuestros sistemas de valores. Otra forma de comunicación que aliena de la vida consiste en el uso de comparaciones, que bloquean la compasión por los demás y por nosotros mismos. La comunicación que aliena de la vida también hace que no seamos conscientes de nuestra responsabilidad con respecto a todo lo que pensamos, sentimos y hacemos. Otra de las características del lenguaje que bloquea la compasión consiste en la comunicación de nuestros deseos en forma de exigencias.”[5]

De la concepción freudiana de la culpabilidad– se puede decir, en una primera aproximación, lo siguiente: Conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad; el segundo, más reciente, es el temor al súper-yo.[6]

“El primero obliga a renunciar a la satisfacción de los instintos; el segundo impulsa, además, al castigo, dado que no es posible ocultar ante el superyó la persistencia de los deseos prohibidos. Por otra parte, ya sabemos cómo ha de comprenderse la severidad del súper-yo; es decir, el rigor de la conciencia moral. Esta continúa simplemente la severidad de la autoridad exterior, revelándola y sustituyéndola en parte. Advertimos ahora la relación que existe entre la renuncia a los instintos y el sentimiento de culpabilidad. Originalmente, la renuncia instintual es una consecuencia del temor a la autoridad exterior; se renuncia a satisfacciones para no perder el amor de ésta. Una vez cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha autoridad y ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad. Pero no sucede lo mismo con el miedo al súper-yo. Aquí no basta la renuncia a la satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y no puede ser ocultado ante el súper-yo. En consecuencia, no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida, circunstancia ésta que representa una gran desventaja económica de la instauración del súper-yo o, en otros términos, de la génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual ya no tiene pleno efecto absorbente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe exterior amenazante -pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior- por una desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de culpabilidad. Estas interrelaciones son tan complejas y al mismo tiempo tan importantes que a riesgo de incurrir en repeticiones aun quisiera abordarlas desde otro ángulo. La secuencia cronológica sería, pues, la siguiente: ante todo se produce una renuncia instintual por temor a la agresión de la autoridad exterior -pues a esto se reduce el miedo a perder el amor, ya que el amor protege contra la agresión punitiva-; luego se instaura la autoridad interior, con la consiguiente renuncia instintual por miedo a ésta; es decir, por el miedo a la conciencia moral. En el segundo caso se equipara la mala acción con la acción malévola, de modo que aparece el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de castigo. La agresión por la conciencia moral perpetúa así la agresión por la autoridad. Hasta aquí todo es muy claro; pero, ¿dónde ubicar en este esquema el reforzamiento de la conciencia moral por influencia de adversidades exteriores -es decir, de las renuncias impuestas desde fuera-; cómo explicar la extraordinaria intensidad de la conciencia en los seres mejores y más dóciles? Ya hemos explicado ambas particularidades de la conciencia moral, pero quizá tengamos la impresión de que estas explicaciones no llegan al fondo de la cuestión, sino que dejan un resto sin explicar. He aquí llegado el momento de introducir una idea enteramente propia del psicoanálisis y extraña al pensar común. El enunciado de esta idea nos permitirá comprender al punto por qué el tema debía parecernos tan confuso e impenetrable; en efecto, nos dice que si bien al principio la conciencia moral (más exactamente: la angustia, convertida después en conciencia) es la causa de la renuncia a los instintos, posteriormente, en cambio, esta situación se invierte : toda renuncia instintual se convierte entonces en una fuente dinámica de la conciencia moral; toda nueva renuncia a la satisfacción aumenta su severidad y su intolerancia. Si lográsemos conciliar mejor ésta situación con la génesis de la conciencia moral que ya conocemos, estaríamos tentados a sustentar la siguiente tesis paradójica: La conciencia moral es la consecuencia de la renuncia instintual; o bien: la renuncia instintual (que nos ha sido impuesta desde fuera) crea la conciencia moral, que a su vez exige nuevas renuncias instintuales”.[7]

“Una idea que es propia del psicoanálisis, es de que toda nueva renuncia instintual a la satisfacción, aumenta su severidad y su intolerancia”.

Esta es la reflexión de Nietzsche en La Genealogía de la Moral:

“...aquella voluntad de autotortura, aquella pospuesta crueldad del animal-hombre interiorizado, replegado por miedo dentro de sí mismo, encarcelado en el "Estado" con la finalidad de ser domesticado, que ha inventado la mala conciencia para hacerse daño a sí mismo, después de que la vía más natural de salida de ese hacer daño había quedado cerrada, -este hombre de la mala conciencia se ha apoderado del presupuesto religioso para llevar su propio automartirio hasta su más horrible dureza y acritud. Una deuda con Dios: este pensamiento se le convierte en instrumento de tortura. Capta en "Dios" las últimas antítesis que es capaz de encontrar para sus auténticos e insuprimibles instintos de animal, reinterpreta esos mismos instintos animales como deuda con Dios, se tensa en la contradicción "Dios y demonio", y todo no que se dice a sí mismo, a la naturaleza, a la naturalidad, a la realidad de su ser, lo proyecta fuera de sí como un sí, como algo existente, corpóreo, real, como Dios, como santidad de Dios, como Dios juez, como Dios verdugo, como más allá, como eternidad, como tormento sin fin, como infierno, como inconmensurabilidad de pena y culpa. Es ésta una especie de demencia de la voluntad en la crueldad anímica que, sencillamente, no tiene igual: la voluntad del hombre de encontrarse culpable y reprobable a sí mismo hasta resultar imposible la expiación, su voluntad de imaginarse castigado sin que la pena pueda ser jamás equivalente a la culpa [...] y adquirir así, en presencia del mismo, una tangible certeza de su absoluta indignidad [...].”[8]

Debemos entender muy bien todo el proceso de culpa y confesión para no caer en ese círculo vicioso de odio y temor, pues llega un momento en que realmente quedamos encadenados por todas esas experiencias emocionales inconscientes y de esta manera se fortalece el pecado original (entendido como el aislamiento) en nosotros mismos.

Conforme la culpa es mayor, más intensa resulta la experiencia de sentirse separado de uno mismo, de los demás, de la creación de Dios, y hay menos posibilidad de conocerse y de conocer. El resultado es no poder llegar a amar, Y como dijo Fromm, solo podemos armar lo que conocemos.

“Tétrico y sombrío escenario para el hombre, la bestia que se inventó la mala conciencia es un loco triste que adolece de una enfermedad cruel y contagiosa, toda la tierra es su hogar, o más bien, su asilo. Esta crueldad interiorizada y vuelta contra sí misma parece desahogar sus fuerzas reactivas. Para que aquello acaezca debe anteceder algo brutal, que les impida a las fuerzas activas dirigirse al exterior, manifestarse, lo que harían normalmente, cuando se exteriorizan lo que hacen esas….”

En el imaginario de la cultura occidental la presencia de Dios está directamente ligada al sentimiento de culpa, por diversas causas que van desde el sacrificio de Jesús hasta cualquier conducta que pueda ser ofensiva a Dios[9].

Por ello la actitud, mediante la cual se enjuicia o simplemente se piensa con prejuicios y juicios moralizantes, deja de percibir la realidad de la conducta de la gente, sus emociones y sentimientos y con estos la relación directa a sus necesidades.

El sentimiento de culpa, es cotidianamente abonado por la religiosidad, con la total inconciencia de la forma como esto trabaja en la dominación y el manejo del discurso de poder dominante. O con la total intención de algunos de los dirigentes de las iglesias.

“( )… La conciencia de culpa preexiste a la falta; la culpa no procede de la falta, sino a la inversa, la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas personas es lícito designarlas como 'criminales' por sentimiento de culpabilidad”[10]

La conciencia de culpa es asimismo, de alguna manera un constructo de la religiosidad que combina la observación con la evaluación, de donde invariablemente la persona escucha una crítica a su conducta que hace que se sienta culpable. La vuelve “pecadora” ante la mirada eterna y omnipotente de Dios. La CNV no nos dice que seamos totalmente objetivos ni tampoco que nos abstengamos de hacer evaluaciones. Lo único que nos dice es que mantengamos una separación entre nuestras observaciones y nuestras evaluaciones. La CNV constituye un lenguaje dinámico que rechaza las generalizaciones estáticas: en lugar de ello, las evaluaciones deben basarse en observaciones específicas del momento y del contexto.   En términos espirituales, hubo un punto original de separación dentro del plan divino que es posible entender con la explicación de los vasos rotos, que se puede asociar a su vez con el pecado original, cuando Adán y Eva cayeron en pecado y experimentaron el estado primordial de culpa.

En términos psicológicos, dicho estado de separación se presenta en nosotros cuando aumenta nuestra experiencia de temor y culpa y, por lo tanto, perdemos la capacidad de conocernos a nosotros mismos, a los demás, al medio ambiente y también a la divinidad.

“El primer componente de la CNV implica la separación entre la observación y la evaluación. Cuando las mezclamos, la otra persona suele tener la impresión de que la estamos criticando y por lo tanto opone resistencia a lo que le decimos. La CNV es un lenguaje dinámico que rechaza las generalizaciones estáticas”[11]

El hombre es culpable; intencionalmente es un criminal, su crimen reside en la fantasía y en los deseos culpables de la infancia, porque la pulsión de muerte exigió y obtuvo, de una u otra manera, una satisfacción. Las satisfacciones disfrazadas, secretas, latentes se manifiestan por síntomas: la culpabilidad es asimilable a esos síntomas. La institución ya semi-neurótica de un acusador, de un fiscal del otro, del superyó es el agente de la pulsión de muerte. Sacudiéndonos las contundentes aproximaciones freudianas; asimismo podemos ver que el adoctrinamiento se desarrolla en la temprana edad donde existe un mundo de fantasía y que el pecado no puede entrar en el mundo fantástico, el que llega a entrar es el mal, siempre ajeno, siempre en el villano, en el ogro, en el ciclope, en el minotauro, en la bruja, en la hechicera…

La única forma de trascender el pecado es caminar en Gracia, aceptando que existe la salvación divina, la cual nos lleva a ser copartícipes en el plan divino de redención. Nuestro Creador tiene un plan que implica que, en un momento dado, actuaremos como agentes co-creadores de ese plan.

Donde la muerte también es parte de la historia, siempre en los malos, y en las malas son los que mueren, difícilmente en el niño, niña fantasiosos, que llegando a ocurrir en ellos, siempre hay resurrección. Así los deseos culpables se amortiguan, haciendo caldo de cultivo a la conciencia de culpabilidad en la segunda infancia; que “casualmente” coincide con la construcción del realismo en los niños y que los curas llaman la mejor edad para la práctica de la doctrina cristiana.

“Cuanto más inocentes somos, es decir, cuanto mejor nos apartamos de nuestras pulsiones agresivas, más pasan éstas al servicio del superyó y mejor armado está para torturarnos. Así los más 'inocentes' llevan la carga más pesada de culpabilidad.”[12]

Esto es la carga de culpabilidad existe con mayor peso en las personas que se esmeran en el “deber ser”, las personas preocupadas por la norma y la ley. Que cuando es la ley divina que siente que violaron-faltaron es en donde se anida la conciencia culpable, que difícilmente pueden desentrañar, inclusive en psicoanálisis; dejándoles una culpabilidad latente e indefinida.

Freud estaba persuadido de que era propio de la naturaleza misma de la doctrina analítica, en lo que respecta –por ejemplo– a esta concepción de la culpa, presentarse como chocante y subversiva.

El sicoanálisis vs. p.e... La religión; pero ante todo porque es la expresión de la relatividad de los valores, el bien y el mal a menudo no son más que construcciones culturales y sociales con lo que gran parte de lo mejor de nosotros mismos es víctima de una represión, que llevamos a cabo sin caer en la cuenta de que en ello somos unas víctimas de nuestra sociedad y nuestra cultura.

Identificar y expresar los sentimientos es otro de los elementos fundamentales de la CNV, expresar nuestra vulnerabilidad puede ayudar a resolver conflictos; por lo que se hace necesario distinguir lo que sentimos y lo que pensamos o creemos que somos, creencia que está fuertemente intoxicada por el pecado o por el pensamiento del prejuicio moralizante.

“El repertorio de adjetivos que aplicamos a las personas suele ser más amplio que el vocabulario del que disponemos para describir con claridad nuestros estados de ánimo. Se nos educa para orientarnos hacia los demás más que para estar en contacto con nosotros mismos. Tenemos metida en la cabeza la siguiente pregunta: “¿Qué quieren los demás que yo diga y haga? (... ¿qué querrá Dios que diga o que haga?)”[13]

“El segundo componente que necesitamos (en la CNV) para expresarnos es el de los sentimientos. Cuando elaboramos su vocabulario de sentimientos que nos permite nombrar o identificar de forma clara y precisa nuestras emociones, nos resulta más fácil conectarnos con los demás. Al mismo tiempo que nos hace más vulnerables, la expresión de nuestros sentimientos puede ayudarnos a resolver conflictos. La CNV distingue entre la expresión de los sentimientos reales y las palabras o afirmaciones que sirven para describir pensamientos, evaluaciones e interpretaciones”[14].

Lo anterior, nunca ha sido de la religión católica objeto de preocupación; el aclarar la importancia de la expresión de los sentimientos, el propio vocabulario está ligado a buscar el juicio, identificar al pecador a aquel que tuvo la ligereza de “sentir”: decepción, impaciencia, frustración, confusión…deseo.

En el capítulo que Marshall toca la necesidad de asumir la responsabilidad de los sentimientos es donde enfatiza que lo que hacen los otros puede ser estímulo de nuestros sentimientos, pero no la causa. Sin embargo, la cultura judeo-cristiana, la cultura dominante ejerce una práctica que hace que los mensajes se tomen como negativos, como enjuiciamientos, como juicios moralizantes. Y aleja el raciocinio de que nuestros sentimientos son el resultado de como elegimos tomarnos lo que dicen y hacen los demás, y también de nuestras necesidades y expectativas particulares en ese momento. Y continúa Marshall cuando establece cuatro opciones para recibir un mensaje negativo: culparnos, culpar a los otros, percibir nuestros propios sentimiento y necesidades y percibir los sentimientos y necesidades de los otros.[15]

“Los juicios, críticas, diagnósticos e interpretaciones que hacemos de los demás son expresiones de nuestras propias necesidades y valores. Cuando los demás perciben una crítica, tienden a centrar su energía en la autodefensa o el contraataque. Cuanto más directa sea la conexión entre nuestros sentimientos y nuestras necesidades, más fácil será para los demás comprendernos y responder de un modo compasivo. En un mundo donde es frecuente que los demás nos juzguen con severidad cuando identificamos y manifestamos nuestras necesidades, a veces puede dar miedo exteriorizarlas, especialmente en el caso de las mujeres, educadas para ignorar sus necesidades y cuidar a los demás. Cuando se trata de desarrollar nuestra responsabilidad emocional, la mayoría de nosotros pasa por tres etapas: 1. Esclavitud emocional en la que nos creemos responsables de los sentimientos de los demás. 2. Etapa antipática, durante la cual nos negamos a admitir que nos interesa lo que puedan sentir o necesitar los demás 3. Liberación emocional, en la que aceptamos la plena responsabilidad de nuestros sentimientos, pero no la responsabilidad de lo que puedan sentir los demás, siendo conscientes al mismo tiempo de que nunca conseguiremos satisfacer nuestras necesidades a expectativas de los demás.”[16]

Cómo apartarnos de los juicios, diagnósticos, e interpretaciones a las cuales estamos acostumbrados, así como a centrar la energía en la autodefensa o el contraataque. Se hace necesaria toda una revisión del lenguaje que estamos muy acostumbrados a usar y que lo usamos automáticamente.

“El pecado nos ha inhabilitado para buscar el bien (Romanos 3:10-18)  y por ende de buscar al supremo bien, el Señor Jesucristo. ¿Cómo podemos tener una buena noticia si primero no tenemos una mala? Nuestra culpabilidad e inhabilidad son una clara mala noticia. Pero esto no es todo, otro de los atributos de nuestro Dios es que Él es Justo. Su justicia debe ser satisfecha. Los pecadores culpables y responsables deben ser condenados y castigados. El Santo Juez del universo ha dispuesto que así sea. Cada pecador debería tener parte en el lago de fuego eternamente (Apocalipsis 20:15Lucas 12:52 Pedro 2:9)”[17]

En la obra de Franz Kafka, mundo de antihéroes, víctimas y victimarios, constituye la mayor contribución artística y literaria a la conceptualización del complejo mecanismo psicológico de la culpa. La obra de Kafka se alimenta de lecturas y motivos freudianos: el miedo, el absurdo y la culpa. Así el protagonista de El Proceso – o en El Castillo siente constantemente una amenaza, un constante acecho... Personajes anodinos, viscosos, funcionarios, cada uno enmarañado en sus justificaciones y rutinas. En la convivencia humana normal –no patológica– la autojustificación o la autodefensa siguen a la acusación; en universo literario kafkiano –en cambio– la autojustificación precede a la acusación, cuya sustancia velada nunca se precisa por parte de los captores, representantes de la Ley –la que aparece como un Poder sin rostro, difuso y abstracto..., siempre dilatorio, ante la cual alegatos y parlamentos ante innumerables tribunales generan un engañoso sentimiento de avanzar en la causa, pero de no salir jamás de su opresiva atmósfera. Adelantándose a los trabajos Michel Foucault tanto Freud como Kafka describen un poder anónimo e impersonal: no se conocen nombre ni rostro. Todo hace creer que el pecado[18] de Joseph K. es otro. El suyo es la culpa sin nombre y sin motivación, la culpa ineluctable, ni lejana ni cercana, que nadie ha cometido ni en los albores de la tierra, y que puede pesar sobre muchos hombres, como un ala de tiniebla, como una mancha de la cual nunca lograrán lavarse ni el corazón ni las manos. Su pecado[19] en una palabra, es el atroz sentido de culpa que durante toda su vida torturó a Franz Kafka. En el primer capítulo de El Proceso, cuando Joseph K. es acusado sin causa alguna y formalizado detenido sin ser retenido en prisión, uno de los guardias le dice algo siniestro y turbador: Nuestras autoridades... no buscan la culpa entre las gentes sino que, es la culpa la que las atrae… Esta máxima es una perfecta definición del sentimiento de culpa que en un momento dado Freud formula en los siguientes términos: “[...] La conciencia de culpa preexiste a la falta; la culpa no procede de la falta, sino a la inversa, la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas personas es lícito designarlas como 'criminales' por sentimiento de culpabilidad. Un culpable... es reconocible en medio de una multitud, y esa culpa, como dice un personaje de Kafka, “por sí sola atrae sobre ella la justicia”. La culpa les hace “bellos”. Los acusados son precisamente los más atractivos. No puede ser la culpa lo que los hace atractivos, porque –así tengo que hablar al menos como abogado– no todos son culpables; tampoco puede ser el castigo futuro el que los hace ya atractivos, porque no todos son castigados; por consiguiente, sólo puede ser el proceso iniciado contra ellos, que de algún modo trae eso consigo.

Ya establecida la tesis de la relación entre sentimiento de culpa y responsabilidad del discurso dominante judío-cristiano que produce una comunicación violenta, de juicios, prejuicios, juicios moralizantes y condenas de culpabilidad preestablecidas que trae como respuesta la autodefensa o el contraataque, cuando no la victimización o sumisión a la divinidad. Para el judeocristianismo, el aislamiento, la separación del Creador, es el principal veneno espiritual. A eso se le llama vivir en estado de pecado.

Por error o manipulación se le ha asignado a la palabra pecado significados relacionados con el mal, la culpa, lo sucio, Etc. La visión judeocristiana por el contrario, dice que el estado de pecado es la separación del Creador y, por lo tanto, su principal veneno espiritual es el aislamiento.

El estado de pecado se hereda de generación en generación y por eso hemos nacido todos “incompletos”, “separados” y “aislados”, de ahí que suenan, en el nivel psicológico, sentimientos de vergüenza y de culpa. Pero lo más interesante reside en que si exploramos a profundidad el contenido de la culpa, entendemos que debajo de ella siempre encontraremos temor y odio.

El temor y el odio en que se sostiene la culpa son dos factores perfectamente manipulables, pues a través de ellos se puede perfectamente envenenar a las personas. Mediante el “temor a Dios” como mensaje, el ser humano siente un impulso de miedo y después surge la culpa, pero no se percata de que mientras aumenta su temor, aumenta de forma inconsciente y proporcional el odio.

La CNV propone un componente que se centra en el tema de lo que nos gustaría pedirnos mutuamente para enriquecer nuestras vidas. Dicen que tratan de evitar las expresiones vagas, abstractas o ambiguas, y recuerdan emplear un lenguaje de acción positiva para hacer saber a los demás lo que quieren de ellos, en lugar de centrarse en lo que no quieren. Al hablar, cuanto más claramente manifiestan qué quieren, más probable será que lo consigan, más probable será que lo consigamos. Como el mensaje que emiten no siempre es el mismo que recibe quien los escucha, necesitan aprender a averiguar si lo que dijeron se entendió correctamente. Sobre todo cuando hablan en un grupo, deben dejar muy claro qué clase de respuesta esperan recibir. De otro modo tal vez inicien conversaciones improductivas que harán perder mucho tiempo a los miembros del grupo. Las peticiones se interpretan como exigencias siempre que las personas que las reciben creen que se las culpará o maltratará si no acceden a satisfacerlas. Para lograr que los demás confíen en que les están pidiendo algo, y no exigiéndoselo, deben indicarles de alguna manera que sólo quieren que hagan lo que piden si realmente desean hacerlo. El objetivo de la CNV no consiste en cambiar a la gente ni en modificar su conducta, sino en establecer relaciones basadas en la necesidad y la empatía que permitirán en última instancia que se satisfagan las necesidades de todos. Y que alivie las culpas inexistentes, así como los sentimientos de culpa y la conciencia de culpabilidad. Sin que esto implique, de ninguna manera, el dejar de profesar cualquier creencia o fe.

 

Notas:

[1] Cfr. file:///C:/Users/Umbral%20Virtual/Downloads/comunicacinnoviolenta%20(1).pdf, p.6.

[2] http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei.html

[3] FREUD, Sigmund, El malestar en la cultura, Alianza Editorial, Madrid, 2004, p. 63. El sentimiento de culpabilidad se incuba progresivamente en la conciencia del “yo”, como estructura diferenciada del “ello”, cuando entran en conflicto sus imperiosas tendencias, con las impositivas y represoras exigencias del super-ego”, como estructura diferenciada del “yo”: “El sentimiento de culpabilidad, afirma en El Malestar en la Cultura, es la percepción que tiene el “yo” de la vigilancia que se le impone, es su apreciación de las tensiones entre sus propias tendencias y las exigencias del “super-ego”. Citado por http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v8/PDFS_1/TEXTO%20POLIETICAS%202%20ERRANCIA%208.pdf

[4] Rosenberg, Marshalll : http://www.cnv.org/

[5] Cfr. file:///C:/Users/Umbral%20Virtual/Downloads/comunicacinnoviolenta%20(1).pdf, p. 10.

[6] El sentimiento de culpabilidad se incuba progresivamente en la conciencia del “yo”, como estructura diferenciada del “ello”, cuando entran en conflicto sus imperiosas tendencias, con las impositivas y represoras exigencias del super-ego”, como estructura diferenciada del “yo”: “El sentimiento de culpabilidad, afirma en El Malestar en la Cultura, es la percepción que tiene el “yo” de la vigilancia que se le impone, es su apreciación de las tensiones entre sus propias tendencias y las exigencias del “super-ego”.

[7] FREUD, Sigmund, El malestar en la cultura, en Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 1968, vol. III p.50-51. Ibídem.

[8] NIETZSCHE, Friedrich, La Genealogía de la moral Un escrito polémico, (Zur Genealogie der Moral: Eine Streitschrift, 1887), Tratado segundo, Culpa y mala conciencia, § 22, Madrid: Alianza, 2006.

[9] Conviene hacer la salvedad de que la única nota que encontramos sobre culpa, pecado o sentimiento en la Encíclica Lumen Fidei, se refiere al sentimiento ciego de la fe: “3. De esta manera, la fe ha acabado por ser asociada a la oscuridad. Se ha pensado poderla conservar, encontrando para ella un ámbito que le permita convivir con la luz de la razón. El espacio de la fe se crearía allí donde la luz de la razón no pudiera llegar, allí donde el hombre ya no pudiera tener certezas. La fe se ha visto así como un salto que damos en el vacío, por falta de luz, movidos por un sentimiento ciego; o como una luz subjetiva, capaz quizá de enardecer el corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a los demás como luz objetiva y común para alumbrar el camino. Poco a poco, sin embargo, se ha visto que la luz de la razón autónoma no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desconocido. De este modo, el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino. Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija”.

[10] FREUD, Sigmund.: Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995, Vol.14: Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (1916): Los que delinquen por sentimiento de culpabilidad. Extraído de: Sigmund Freud. Obras completas. Volumen 14 (1914-1916). Amorrortu Editores. Bs. As., 1979. p. 338.

[11] Ibídem: Cfr. file:///C:/Users/Umbral%20Virtual/Downloads/comunicacinnoviolenta%20(1).pdf, pp.12, 13.

[12] MANNONI, Octave, Freud; El descubrimiento del inconsciente, Ediciones Nueva Visión SAIIC., Buenos Aires, 1987, pp. 139 – 140.

[13] file:///C:/Users/Umbral%20Virtual/Downloads/comunicacinnoviolenta%20(1).pdf, p.14

[14] Ibídem, p.15.

[15] Ibídem, p.16.

[16] Ibídem, p.20.

[17] Cfr.: http://todoelconsejodedios.com.ar/el-pecado-te-ha-castigado-pero-tu-eres-la-victima/

[18] Cuando vamos a ver en las Escrituras, lo que ellas mismas nos dicen acerca del pecado, en verdad es escalofriante. Uno de los atributos de Dios es su Santidad (Isaías 6:1-6). Dios aborrece el pecado y al pecador (Salmos 5:5) debido a que Él es tres veces Santo y la maldad no puede estar delante de sus ojos.
El hombre es pecador. Desde la caída (Génesis 3), el pecado ha corrompido, no solamente a Adán, sino a toda la humanidad (Génesis 6:5). Esta corrupción es total, todo nuestro ser ha sido afectado: nuestro cuerpo, nuestros pensamientos, nuestra mente y nuestras emociones. El hombre en su estado natural no busca otra cosa más que pecar (Tito 3:3-7) ¡Esto es realmente escalofriante! Saber que como pecadores rendiremos cuentas a un Dios Santo no es para nada alentador. El pecado es nuestro supremo problema. Cfr.: http://todoelconsejodedios.com.ar/el-pecado-te-ha-castigado-pero-tu-eres-la-victima/

[19] Ante tal situación podemos objetar que el pecado es algo externo a nosotros. Una idea que se ha arraigado, es que Satanás es quien nos hace pecar y eso nos libera de nuestra culpa. Jesús nos dice totalmente lo contrario en Mateo 15:18-19: “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias”. Nuestro problema no es externo, sino interno. El profeta Jeremías también enseña lo mismo en Jeremías 17:9: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”. El pecado, al ser un problema interno, nos hace totalmente responsables.

Por el claro mensaje de las Escrituras concluimos que el hombre no es una víctima, sino culpable. Abide.

 

Bibliografía:

 

Cómo citar este artículo:

NAVARRETE GONZÁLEZ, Pancho, (2016) “El sentimiento de culpa, motor de la comunicación violenta en la comunicación religiosa”, Pacarina del Sur [En línea], año 7, núm. 26, enero-marzo, 2016. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 16 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1266&catid=57