Teseo en Ayacucho: Abril rojo más allá de la novela policiaca[1]
Isabelle Tauzin-Castellanos
Recibido: 06-09-2014 Aceptado: 15-09-2014
Abril rojo benefició de la máxima promoción editorial gracias al premio Alfaguara concedido en 2007. El éxito suele causar disgustos y rencillas. Santiago Roncagliolo fue atacado de varias maneras e inmerecidamente. Me interesa aquí estudiar el trasfondo de esas críticas e intentar separar el grano de la paja. Me centraré en el desenlace de la novela en esta defensa.
Al final de Abril rojo, el narrador reúne a los protagonistas para escenificar la revelación, la anagnórisis de la tragedia griega: entonces, nuevamente, el comandante Carrión se dirige al fiscal Chacaltana y se invierten los papeles. El oficial lo sabe todo mientras el presunto detective no está enterado de nada. El duelo verbal entre ambos plasma una realidad nacional que supera la dimensión individual. El oficial urdió los asesinatos en serie; con esas matanzas Carrión es el portavoz de todo el ejército, agente máximo de la guerra sucia[2]; la corrupción gangrena las fuerzas armadas de arriba abajo; a los altos oficiales asesinos se les protege y el fin justifica los medios.
La violencia de las acciones corre pareja con el cinismo del habla; el discurso castrense se define por lo soez y grosero degradando todo aquello de que trata. Tal brutalidad hiere la sensibilidad de Chacaltana, acostumbrado a vivir “toda su vida entre palabras ordenadas”, soñando con los nimbos de la poesía a lo Chocano. Cada crimen induce otro en esa espiral de la violencia: razón y locura explican en paralelo el encadenamiento de las matanzas (“asesinos matando asesinos”).
Si al comandante en jefe lo aterroriza la visión de los muertos ayacuchanos, la alucinación se vuelve colectiva y traduce la imposibilidad de olvidar las ejecuciones extrajudiciales y negar el genocidio de que fueron víctimas decenas de miles de campesinos quechuahablantes[3]. El remordimiento se convierte en esquizofrenia. El alto oficial se hace redentor con el fin de hacerse perdonar y perdonarse a uno mismo. De forma inaudita, pero a la vez esto delata una mente enferma, el protagonista justifica las matanzas como otros tantos sacrificios religiosos, presuntamente guiado por el ideal colectivo de resucitar el cuerpo descuartizado del inca y concretar el mito de incarri. Esta demencia se expone como un pensamiento lógico: “Sólo falta un [miembro] para que la tierra se estremezca, se incendien las praderas, lo de arriba quede abajo y lo de abajo, arriba. Sólo falta la cabeza”. Semejante proyecto de reparación es absurdo, es la expresión de una mente primitiva, incapaz de acceder al pensamiento simbólico y a la dimensión espiritual procediendo por analogía. La interpolación del mito de incarri en la novela causa incomodidad en el público culto. Por cierto, se puede leer como signo de la globalización y apropiación de las creencias populares. Si dicha pista místico-religiosa resulta atractiva para el lector ajeno al Perú, en cambio muchos intelectuales comprometidos con el mundo andino rechazan esa trascripción de un mito falseado en beneficio de la ficción literaria.
¿Quién es culpable? ¿Quién es inocente? Son preguntas sencillas pero a las que resulta imposible dar una respuesta simple. A las palabras hirientes de Carrión se sustituye el enfrentamiento armado. En la penumbra, Chacaltana mata a su alter ego, a aquel que investigó sobre su biografía e hizo de padre vicario o padre político, protegiéndolo al entregarle una pistola; Carrión resulta la séptima víctima y renace Félix como el Fénix volviendo al mundo de los vivos el domingo de Resurrección. Por los cerros asoma el sol e ilumina la ciudad purificada.
Este desenlace es altamente satisfactorio desde el punto de vista literario, ya que se resuelven todos los enigmas de forma coherente. Se reúnen de alguna manera las figuras del detective y del culpable. Más allá del contexto histórico la novela plantea la cuestión de la identidad. Chacaltana coincide con el arquetipo planteado por Jacques Dubois en sus trabajos sobre la novela policiaca; es el detective dandy, atareado en buscarse a sí mismo al investigar sobre el Otro.
¿Qué significa el epílogo? ¿No está de sobra? Muy al contrario, con este último informe Roncagliolo corre el velo sobre otros disfraces de la violencia. Con el pretexto de tranquilizar a la población se suele archivar los casos; de esa forma la segunda vuelta de las elecciones ha de desembocar en la reelección y evitar “lamentables consecuencias para nuestra institucionalidad”. Todos los representantes del Estado reciben nuevos destinos que los alejan lo más posible de Ayacucho, hasta la frontera con Ecuador o con Brasil. Destruidas las pruebas, la justicia civil se ve impedida de seguir investigando. El discurso patriotero permite encubrir los crímenes de lesa humanidad para no “dañar la imagen de nuestro país en el exterior”. El sociolecto del último informante difiere de las figuras jurídicas y amaneramientos de Chacaltana; el narrador del epílogo no deja de autodefinirse como representante del servicio de inteligencia; elogia la tarea cumplida con expresiones arquetípicas como “la paz y seguridad de la región”. Explica la desaparición del fiscal, parecida a las de Justino y Edwin Mayta, como una hazaña en la que perdió la prenda que lo uniformaba, esa “corbata azul” de civil que lo distinguía de los militares. No se sabe qué fue de Chacaltana; la versión oficial contribuye a una paz aparente que estriba en el miedo, pues el fiscal se convierte en amenaza fantasmal, alma en pena o nakaq capaz de espantar en cualquier momento a una población amedrentada por veinte años de exacciones. Con esa campaña de terror de baja intensidad, Eléspuru (apellido arquetípico de la oligarquía limeña) es la versión novelada de todos los oficiales del SIN, de siniestra memoria, bajo las órdenes de Vladimiro Montesinos, asesor oficial del presidente Fujimori.
Roncagliolo se burla de la campaña oficialista del 2000, orientada hacia el liderazgo del presidente salvador, artífice de un nuevo Perú, garante de “un país con futuro”, después de varios decenios en que “se jodió el Perú”, según la fórmula acerba empleada por Mario Vargas Llosa.
Muchas son las pistas para la resolución del enigma inicial: sucesivamente las autoridades proponen soluciones de tipo religioso, mítico, político y por último familiar. El escritor fusiona creencias tradicionales y modernidad. Abril rojo viene a ser un apocalipsis en el sentido literario de la palabra: imágenes, visiones y enigmas se acumulan y configuran un entramado de explicaciones. La visión alucinada de una danza macabra, ese rincón de los muertos obsesiona al asesino y acecha al detective; el mundo de los vivos se confunde con la muerte; los recuerdos del conflicto armado son tan dolorosos en la mente de los supervivientes que el presente no llega a borrar los dramas sino que éstos conviven en la realidad.
La interpolación de mitos en la intriga policiaca fue motivo de severas críticas, como si Roncagliolo hubiera colocado una trampa para seducir el público internacional, a expensas de la realidad trágica de los años 90. Esa censura moral se parece al juicio inquisitorial de que fuera víctima José María Arguedas, al publicar Todas las sangres en 1965. Esa novela que todos esperaban fue atacada por los científicos sociales que le echaron en cara al escritor el hecho de que la ficción no reflejara la realidad campesina que investigaban sociólogos y antropólogos.
Cabe observar que en Abril rojo, quienes manejan el mito de incarri son los forasteros, el sacerdote y el comandante que desean engañar a otro forastero, al fiscal vuelto a Ayacucho después de vivir en la capital; el mito hispanoquechua recopilado Arguedas y Morote en los 60s, viene a ser un artefacto, un juguete o un recuerdo fácil de manejar con tantos turistas curioseando por la ciudad.
Al lado de ese mito existen otras creencias menos detectables, menos atractivas y más arraigadas en las conciencias occidentalizadas: se trata del mito del arcaísmo, el mito de la nación sitiada y el choque de culturas supuestamente perpetuado en quinientos años. Tales conceptos equivalen a negar la modernidad, la adaptación de la población local alejada de la capital y abierta a los progresos, capaz de innovar y no tan obsesionada por la memoria de los sucesos de hace quinientos años, como deseosa de vivir en el presente y acabar con la exclusión social y racismo vigente.
Abril rojo es una obra de ficción, cuenta el aprendizaje de una realidad alejada de la vida cómoda que se pudo llevar en Lima a partir de 1992, cuando fue detenido Abimael Guzmán y se derrumbó SL. Con apenas veinte años, al alejarse de la universidad para investigar sobre las violaciones de los derechos humanos, Roncagliolo descubrió el rostro oculto de la violencia latente en la sierra y participó en denunciar en la prensa los sufrimientos de las víctimas, mucho antes de que la conciencia de una guerra sin nombre que se prolongará en el tercer milenio, estremeciera la clase media capitalina, a partir de la muestra Yuyanapaq y las conclusiones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (2003).
Abril rojo no se limita al género negro, a la investigación policiaca; Roncagliolo recurre a esa forma popular dinámica pues le asegura una ubicación en el mundo editorial aunque el éxito de Alfaguara va a despertar la envidia y los celos. El peruano retoma los tipos del cine norteamericano, el burócrata modelo en la mediocridad, con dedicación exclusiva al oficio más por rutina que por ética. Lo que guía a Chacaltana no es la preocupación por la justicia, el fiscal adjunto vive en otro mundo, y es incapaz de descifrar la realidad política del momento; como para los periodistas que suben al helicóptero, se convence de que no pasa nada, todo está bajo control, hasta el momento en que el verdugo de Carrión le obliga a carearse con la realidad, en el espacio oscuro de la comandancia general, suerte de cueva donde el jefe derrocado se ha refugiado como la esfinge en su antro.
Se desvela el misterio en pocas líneas, aunque los indicios de esta solución quedaron dispersos a lo largo de la narración y el lector sagaz pudo desenmarañar el enigma mucho antes. El culpable es Carrión, él es la voz misteriosa, esa voz de ultratumba que fue comentando los sucesos en paralelo a la investigación del fiscal. El acierto de Roncagliolo son las faltas de ortografía pues éstas literalmente grafican las faltas morales, la carencia de ética del más alto personaje del Estado. Roncagliolo construye un universo terrorífico, un texto plagado de versículos de la Biblia, del Génesis al Apocálipsis así como se expresaba el líder senderista. Hasta creo que se puede ver en Carrión un alter ego, un doble de Abimael Guzmán justamente definido como cosmócrata por el sociólogo Carlos Iván Degregrori, especializado en senderología. Como Guzmán, Carrión vive recluido en la comandancia general y ordena la muerte de todos aquellos que amenazan su poderío, incluso a los compañeros más cercanos.
El “presidente Gonzalo” se expresaba como oráculo, desde un escondite burgués, vaticinando en los medios de prensa un millón de muertos; estaba a la vez omnipresente e inasible, perseguido durante años. Una vez detenido en 1992, el líder máximo cambió de papel. El superhombre o cosmócrata que dictaminaba la suerte del Perú se convirtió en grafómano. Los discursos guerreros ilustrados con metáforas universales sacadas de los evangelios (el fuego, la semilla, la pradera…) y del librito rojo de Mao fueron reemplazados por recursos de amparo, negociaciones de paz, un papeleo burocrático más conforme al apparátchik que fue Guzmán hasta los años 70. De alguna manera, se convirtió en un Chacaltana, armado con el código penal, rigorista y condenado a la impotencia desde la Base Naval del Callao.
El valor literario de Abril rojo radica en las múltiples interpretaciones que se puede dar a la novela; al tema político se suma la filiación mitológica universal. Roncagliolo nos brinda una versión personal del mito de Edipo. La vida de Chacaltana coincide con la del héroe griego; Carrión revela que Félix de niño asesinó a su padre y desde el inicio intuimos el amor incestuoso hacia la madre, cuya muerte provocó sin quererlo. El exilio en Lima lo protegió de su pasado. Al regresar a Ayacucho, versión peruana de Tebas, el protagonista causa un sinfín de desgracias, termina por salir de la amnesia en que vivía y estalla la verdad, las matanzas en que estuvo involucrado. Este es la figura arcaíca del Mal, el hijo de Supay como lo llamó en algún momento Edith. Félix Chacaltana se convierte en el Culpable por antonomasia, el chivo expiatorio cuyo sacrificio o destierro restablecerán el orden y encauzarán la violencia o serpiente soterrada.
A esa interpretación mitológica agregaré para terminar la interpretación biográfica. También creo que en esta novela, como en muchas ficciones, reencontramos la figura del autor. Chacaltana es un doble de Santiago Roncagliolo. En 2000, el periodista sueña con ser escritor, se enfrenta a varios modelos literarios, tal como Chacaltana idolatra a Santos Chocano; los grandes nombres de la narrativa peruana contemporánea son Arguedas, Vargas Llosa y Bryce Echenique. Estos últimos serán convertidos en personajes de una novela posterior que le causó al escritor presiones inesperadas del medio editorial. Memorias de una dama resulta una antítesis y a la vez la continuación de Abril rojo, pues cuenta el aprendizaje picaresco de un peruano desembarcado en Madrid, que va a sobrevivir como camaleón en la jungla del mundo editorial, hasta abrirse un camino. El camino europeo al que no accede Chacaltana desaparecido ex profeso en la sierra ayacuchana, permite al autor limeño conquistar un nombre propio y dejar de ser el hijo del sociólogo peruano Rafael Roncagliolo, fundador de la ONG Transparencia contra el régimen fujimorista y gran figura de la transición hacia la democracia. En adelante, libre y padre a su turno, Santiago Roncagliolo buscará otros caminos en la narrativa, entre la falsa biografía (El amante uruguayo), los cuentos infantiles dedicados a Mateo, el desafío de la comedia por entregas (Oscar y las mujeres), o la continuación de las aventuras de Chacaltana (La pena máxima).
Notas:
[1] Conferencia presentada en la universidad Paris Sorbonne, CRIMIC (dir. Eduardo Ramos Izquierdo), el 23 de mayo de 2014
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[2] De manera significativa Roncagliolo contó en una oportunidad que los senderistas no protestaron en contra de la novela, muy al contrario, las reclusas del penal solicitaron su visita
[3] Desde 2011 el gobierno peruano ha emprendido una campaña a favor de la inclusión social, con efectos aparentes para restringir el racismo vigente e implícito.
Bibliografía:
Santiago Roncagliolo. Abril rojo, Madrid, Alfaguara, 2006, 327 p.
Entrevistas y ensayos de Santiago Roncagliolo
« El conflicto empezó hace 500 años », La Semana, Bogota, 15 avril 2006
« Un abril sin primavera », Piedepágina « Bogota39 », 2007, 12
http://www.piedepagina.com/numero12/html/santiago_roncagliolo.htm
La Clé des Langues entretien de Clémence Oriol, 2009
http://cle.ens-lyon.fr/espagnol/entrevista-a-santiago-roncagliolo-68566.kjsp?RH=CDL_ESP110000
« Entre las ventas de Stephen King y las críticas de Roberto Bolaño: entrevista a Santiago Roncagliolo », Jasper Vervaeke y Rita De Maeseneer, Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, 45, 2010 http://www.ucm.es/info/especulo/numero45/conrocan.html
«Los perros de Deng Xiao Ping », in Tauzin Castellanos, Isabelle, Prisons d’Amérique latine du réel à la métaphore de l’enfermement, Bordeaux, PUB, 2009, p. 31-50
La cuarta espada, Madrid, Debate, 2007
Fuentes secundarias
Degregori Carlos Iván, Qué difícil es ser Dios, Lima, IEP, 2010
Degregori Carlos Iván, « Discurso y violencia política en Sendero Luminoso », Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, Lima, 2000, 29(3), p. 493-513
Tauzin Castellanos Isabelle, « Las cárceles peruanas y su ficcionalización : una imagen del Perú contemporáneo, Prisons d’Amérique latine du réel à la métaphore de l’enfermement, Burdeos (Bordeaux), PUB, 2009, p. 135-170
Ubilluz Juan Carlos, Hibbett Alexandre, Vich Victor, Contra el sueño de los justos : la literatura peruana ante la violencia política, Lima, IEP, 2009
Cómo citar este artículo:TAUZIN, Isabelle, (2014) “Teseo en Ayacucho: Abril rojo más allá de la novela policiaca”, Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 21, octubre-diciembre, 2014. ISSN: 2007-2309.
Consultado el Miércoles, 16 de Octubre de 2024.Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1050&catid=12