Una nueva vieja idea: El paradigma de la autonomía (a propósito de Sobre el ejercicio y construcción de autonomías de Henry Renna Gallano)

Mónica Iglesias Vázquez[1]

 

El libro de Henry Renna Gallano, Sobre el ejercicio y construcción de autonomías (2014),[2] viene a sumarse a un debate que en las últimas décadas ha ganado profundidad en América Latina al calor de las luchas de los movimientos sociales y de las experiencias comunitarias: el de las posibilidades y potencialidades de la autonomía. Desde finales del siglo XIX y principios del XX es posible rastrear la preocupación por la independencia y la capacidad de autogestión en algunas experiencias de organización obrera de inspiración principalmente anarquista o libertaria. En las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado renació el interés por la capacidad autónoma de los movimientos sociales para producir la democratización de la sociedad, después de la derrota/fracaso tanto de la vía reformista como de la revolucionaria, y de la inoperancia de las organizaciones tradicionales del movimiento obrero (sindicatos y partidos políticos) frente a las transformaciones producidas por la contrarrevolución neoliberal. En Chile, por ejemplo, en el marco de la lucha contra la dictadura florecieron cientos de iniciativas de autogestión de los pobladores y pobladoras que fueron capaces, en condiciones de extrema precariedad y bajo el yugo de la represión, de reconstituir los lazos sociales de solidaridad que la acción de los militares había buscado trizar. Pero es, sin duda, la experiencia zapatista la que marca un antes y un después en los esfuerzos autónomos de construcción de alternativas al sistema capitalista en América Latina: los “caracoles” y las “juntas de buen gobierno” son iniciativas que encandilan, a pesar de sus dificultades o precisamente por ellas, a quienes perseveran en la creación de una sociedad más humana.

Fue justamente el zapatismo el que inspiró un debate fundamental de las ciencias sociales y del pensamiento crítico en el cambio de siglo. El cuarto número de la revista del Observatorio Social de América Latina (OSAL) recogía las intervenciones de John Holloway y Atilio Boron acerca de las “lecciones” que se podían extraer de la gesta protagonizada por los rebeldes de Chiapas. El primero destacaba la radicalidad zapatista y cuestionaba la “ilusión estatal” que había dominado el pensamiento de la izquierda por más de un siglo, y que se había demostrado no sólo histórica, sino también teóricamente (toda vez que el Estado es considerado el instrumento de las clases dominantes para oprimir a las subalternas), inútil para producir la humanización de la sociedad. Para el sociólogo irlandés “el núcleo de lo nuevo del zapatismo es el proyecto de cambiar el mundo sin tomar el poder” (Holloway, 2001: 174). Boron contra-argumentaba que el Estado sigue siendo el principal “dispositivo estratégico” para los intereses del capitalismo y, por lo tanto, también debe serlo en la lucha contra él; a su vez, el politólogo argentino advertía del peligro que suponía “el desinterés, tanto teórico como práctico, por las imprescindibles mediaciones políticas que requiere un movimiento interesado en construir un mundo nuevo, no sólo el socialismo” (Boron, 2001: 185).[3] Cambiar el mundo sin tomar el poder, que fue precisamente el título que recibió el libro que Holloway (2002) publicó un año después, continuó uno de los debates más interesantes y prolíficos que ha producido el pensamiento crítico latinoamericano y reabrió la cuestión de la revolución. A él se sumaron intelectuales de distintas latitudes y, con algunos matices, quedaron plasmadas –como antagónicas– las dos posturas que comentábamos más arriba.


Tras poco más de una década, Sobre el ejercicio y construcción de autonomías presenta, por lo menos, dos grandes virtudes: la primera es que está escrito por un militante –palabra venida a menos que reivindica, sin embargo, el compromiso con un proyecto y con la práctica que lo realiza–, alguien que conoce de primera mano los esfuerzos autónomos del Movimiento de Pobladores y Pobladoras en Lucha (MPL), del que forma parte y, por lo tanto, que habla con conocimiento de causa y nos lanza una interpelación no sólo a partir de una elucubración teórica sino desde el lugar concreto de la experiencia; y, en segundo lugar, y quizás por lo anterior, que no presenta las autonomías –el plural es significativo– como una categoría sociológica, cerrada, pura, sin contradicciones, sino que nos invita a pensarlas como procesos tendientes a la apropiación por parte de los sectores explotados, dominados y excluidos, de la capacidad de decidir y de hacer, procesos con fortalezas y dificultades, con avances y retrocesos, que guardan siempre un carácter relativo. Es a partir de esa aproximación integral a las prácticas autónomas que el autor puede superar la contradicción entre autonomía y hegemonía, y plantear “el problema de la hegemonía para las autonomías” (Renna, 2014: 48), proponiendo construir “una nueva hegemonía alternativa, libertaria y socialista” (ibíd.: 57). Toda una herejía.

El texto de Renna, él mismo resultado de la autogestión del MPL, escrito de manera clara y concisa, va acompañado de unas notas complementarias de Manuel Rojas y Hernán Ouviña que glosan el primero. A continuación, presentamos y comentamos lo que nos parecen aportes fundamentales de su propuesta de comprensión de las autonomías, que no deja de ser la condensación de múltiples debates y reflexiones colectivas. Para ello, nos pareció conveniente emplear la forma de tesis. 

 

La autonomía es una nueva vieja idea

El debate suscitado por el zapatismo y otras luchas latinoamericanas de finales del siglo XX se centró en el carácter novedoso de las prácticas autónomas de esos movimientos. Como antes había sucedido con la emergencia de los llamados “nuevos movimientos sociales”, el énfasis en la novedad ponía de relieve la voluntad de ruptura con las formas de organización y de acción de los “viejos” movimientos sociales, fundamentalmente del movimiento obrero. Con todo, la autonomía como idea y como práctica no surge en estos tiempos recientes, sino que se remonta al menos a fines del siglo XIX y principios del XX, a los colectivos de trabajadores libertarios o anarquistas que, tanto en Europa como en América, denunciaron los efectos, fatales, de la separación entre gobernantes y gobernados provocada por el predominio de las formas de representación política y propugnaron la necesaria independencia de las organizaciones obreras, la virtud de la acción directa como ejercicio pleno de la soberanía, la relevancia de la autoeducación de los trabajadores, la coherencia entre la prédica política y la actitud personal, que confirmaba la transformación cotidiana de hombres y mujeres. Particularmente en Chile, en aquellas décadas, se desarrollaron mutuales y sociedades de resistencia, y más tarde mancomunales, con esa voluntad autogestionaria.

Renna llama la atención sobre la reemergencia de esos postulados y prácticas, que habían permanecido invisibilizados y subsumidos en otras matrices socio-históricas que hegemonizaron las luchas de la izquierda entre los años 20 y 70 del siglo pasado. Desde su perspectiva, las nuevas luchas latinoamericanas son el “embrión de una nueva vieja política emancipatoria: el ejercicio y construcción de autonomías” (Renna, 2014: 13). Esta lectura histórica permite comprender lo nuevo no como algo nunca antes conocido, sino como la apropiación y actualización de tradiciones de lucha. Por esa vía se conectan las experiencias del presente con las del pasado y se puede aprender de los aciertos y errores, algo en lo que el autor hace especial hincapié. Y bien reza el adagio popular que “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.

 

Las autonomías son formas de asalto al presente y prefiguración de la sociedad futura

Las experiencias autónomas cuestionan la idea de la “revolución en dos etapas”: primero la toma del poder (del Estado), después la construcción del socialismo. Aunque pueda resultar demasiado simplista presentar esta estrategia así, lo cierto es que la tesis según la cual el asalto al “Palacio de Invierno” constituye un paso fundamental para iniciar la transición hacia el socialismo, condena al presente a ser, según los casos, “eterna espera o inmovilismo absoluto” (Renna, 2014: 19). En la concepción etapista, el presente “se vacía de sentido revolucionario” (íd.) pues se entiende que no pueden producirse transformaciones esenciales si no es desde dentro del aparato estatal, impulsadas desde arriba; por ello las luchas sociales deben limitarse, durante ese periodo prerrevolucionario, a acumular fuerzas –modificar la correlación de fuerzas existente– a la espera de la gesta heroica –la conquista del poder político– que ponga en marcha la revolución y la construcción del socialismo.

Por el contrario, la autonomía implica tomar por asalto el presente y pensarlo como un tiempo revolucionario en sí mismo, un tiempo en el que se ponen en marcha, aquí y ahora, las transformaciones esenciales que queremos provocar en la sociedad. Las experiencias autónomas reivindican el carácter cotidiano de la revolución: ésta “se hace en el presente por la acción autónoma de la clase en la destrucción de la antigua sociedad y la edificación de ese mundo otro que imaginamos” (Renna, 2014: 21). Por eso las autonomías son ejercicio y construcción: son prácticas que se ejercen cotidianamente y son construcción de una nueva institucionalidad, “social y revolucionaria” (ibíd.: 34), de un tipo de relaciones alternativas –socialistas, según la formulación de Renna–. Así, la autonomía es presente y futuro: “práctica y horizonte” (ibíd.: 20). El desafío de las autonomías estriba precisamente en “prefigurar una práctica anti-capitalista y una nueva materialidad socialista” (ibíd.: 38). Porque para poner fin a lo que existe, tiene que avizorarse ya una alternativa. La destrucción de este mundo es producto de la construcción de otro mundo, y no al revés.

 

Las autonomías superan los proyectos emancipatorios de centralidad estatal

La “ilusión estatalista” supuso históricamente desestimar y marginar las luchas que no se enfocaban a la disputa por el Estado. Y en muchos casos, la centralidad estatal en la estrategia de la izquierda llevó a que las experiencias revolucionarias acabaran enredándose en las dinámicas burocráticas, jerárquicas y vanguardistas, y ahogando así la vitalidad popular que había hecho posible la toma del Estado, desoyendo en buena medida la lección de Marx con respecto a la Comuna de París: “La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines” (Marx, 2007 [1871]: 4). Las experiencias históricas en las que los revolucionarios se tomaron el poder “no eliminaron, por voluntad o incapacidad, el aparato Estado, la propiedad, y por ende la estructura de clases presente en la sociedad latinoamericana y mundial” (Renna, 2014: 27). Ése es el preámbulo de las nuevas luchas por la autonomía.

La novedad de la propuesta descrita por Renna es que la superación de la ilusión estado-céntrica no puede significar soslayar la cuestión estatal sino más bien recolocarla en la estrategia revolucionaria: el enfrentamiento directo con el Estado será altamente probable –a la luz de la evidencia histórica– y debe ser considerado una cuestión importante, pero “secundaria en relación al proyecto de largo aliento” (Renna, 2014: 54). La toma del Estado no es el punto de partida, ni el punto de llegada, sino un paso más –con una densidad histórica y política particular– en el largo camino de la liberación, una “bisagra en un continuo transformador de la sociedad capitalista” (ibíd.: 55). Por lo tanto, las luchas autónomas deben superar la centralidad estado-céntrica, no desentendiéndose del problema del Estado, sino subsumiéndolo en una estrategia emancipatoria cuya centralidad radica en el poder-hacer de la comunidad. Para ello se requiere “una estrategia revolucionaria de construcción y ejercicio de autonomías que tácticamente lucha contra, sin y desde el Estado, con miras a su superación, ir más allá de él” (ibíd.: 51).

Lo anterior supone que las experiencias autónomas pueden tender a la ocupación de espacios dentro del Estado, como una forma más de reforzar su capacidad de reapropiarse de la riqueza social producida por todos y fortalecer su potencial de autogestión, esto es, como “un asunto táctico” (Renna, 2014: 62), pero no como un fin superior que subordina todas las luchas, que las instrumentaliza “para negociar posiciones” (ibíd.: 32). De esta manera el autor no rehúye la cuestión del Estado porque, a su juicio, no hay que “renunciar a su conquista sino más bien establecer previamente los términos” (ibíd.: 60). El desafío está en comprender que la transformación social y política no pasa exclusivamente o principalmente por el Estado, y que “la lucha es en y (sobre todo) contra y más allá del Estado como relación de dominio y resistencia” (ibíd.: 33). Esta proposición es, sin duda, uno de los principales aportes del trabajo y puede provocar indignación a los más ortodoxos, pero transmite fielmente la experiencia del MPL y reconoce la inevitabilidad de relacionarse con el Estado, que ejerce una mediación-coacción permanente que puede desembocar en un enfrentamiento directo si las experiencias autónomas alcanzan cierto grado de desarrollo y radicalidad.

 

Las autonomías suponen la reapropiación de la política

La vía estatalista se dio históricamente de la mano del partido político, ya fuera en su forma social-demócrata o en su versión revolucionaria (leninista). El ejercicio y construcción de autonomías, desde esta perspectiva, tampoco significa necesariamente el abandono de la “forma partido”. Si ocupar espacios en el aparato de Estado puede suponer una ventaja para las experiencias de autogestión, esa tarea requiere la construcción de un partido: “un partido revolucionario, que sintetice en la diversidad la unidad de las fuerzas en lucha” (Renna, 2014: 58). Ahora bien, ese partido, “el partido de la autonomía, de la autogestión, debe ser un partido dispuesto y destinado al suicidio puesto que al momento del quiebre radical de la correlación de fuerza este debe darse muerte para el nacimiento de nuevas estructuras de participación” (íd.). Porque el partido así pensado tiende a su propia disolución, a la socialización del poder, y a una forma distinta de ejercer la política.

Las autonomías conectan el presente con el futuro en una flujo circular y difuminan la diferencia entre medios y fines. Ello supone desestimar la centralidad de la representación como forma de constitución de los actores políticos y trascender la separación liberal entre lo social y lo político. No significa que no existan formas de representación, como el partido político, para determinadas etapas históricas de la lucha por la transformación de la sociedad; sin embargo, es fundamental el hecho de que el movimiento social decide “hacer política por sí mismo” (Renna, 2014: 13). Los medios y los fines son objeto de discusión del movimiento que, para salvaguardar su capacidad de autogestión, se dota de mecanismos políticos como la organización federativa, el cooperativismo, la acción directa, la horizontalidad, la mutualidad, la rotación y revocabilidad de los cargos, etc. Así emerge una forma de hacer política muy distinta a la tradicional, es decir, a la “gestión reservada a una casta de políticos, (y reducida al Estado)” (Henri Arvon, citado en Renna, 2014: 24).

La “política de las autonomías” expresa el poder-hacer popular, un poder propio que supera la idea de que el poder está en “otro” lugar, fundamental o exclusivamente instalado en el Estado. Esa socialización del poder, de lo político, supone a la vez la politización de lo social: “las autonomías conducen hacia una superación de esta división, entre lo social, lo político y lo militar, hace de la vida y la lucha una sola” (Renna, 2014: 33). La política de las autonomías tiende a la complementariedad de formas de lucha, porque entiende que las reivindicaciones (frente al Estado) sin espacios de autogobierno “son fines en sí mismos y reproducen la concentración de poder, la centralidad estatal, y la estructura de clases de la sociedad” (ibíd.: 51), pero la autogestión sin confrontación con el Estado y sin reivindicación se vuelve inofensiva para las clases dominantes y congela sus posibilidades de mantenimiento y crecimiento en el tiempo.

 

Las autonomías implican procesos de transformación social complejos y contradictorios

El ejercicio y construcción de autonomías implica el fortalecimiento de la autogestión y la institución de nuevas prácticas y formas de ejercer la política. Es decir, son experiencias que van negando el ethos capitalista a la par o en la medida en que van afirmando una nueva sociedad. En ese sentido son negación de la negación y afirmación de la afirmación. Pero ese camino no es lineal ni unidireccional, porque la transformación social es un proceso con contradicciones, ya que la autonomía no se construye en el vacío, sino sobre los restos de la sociedad que queremos destruir por completo, y la hacen hombres y mujeres que han crecido bajo el dominio del capital. La autonomía –como proyecto emancipador del conjunto de la sociedad– no se construye desde la abundancia y la libertad sino desde la necesidad. Todo ello plantea el desafío de “asumir la contradicción y cabalgar sobre ella” (Renna, 2014: 64).  

Para el autor, la lección histórica implica deshacerse de prejuicios puristas y evitar definir las autonomías “a partir de nociones de validez universal situadas a-históricamente” (Renna, 2014: 23). Por el contrario, su valoración debe tener en cuenta su carácter histórico y socialmente determinado, para examinar a partir de cada experiencia concreta sus logros y dificultades. “La autonomía no es un proceso puro” (ibíd.: 62) y muy por el contrario implica la complementariedad de formas de lucha (reivindicativa, confrontacional y autogestionaria), cuya “vinculación dialéctica” (ibíd.: 65) permita la superación del Estado y la sociedad capitalistas. Renna propone huir de las falsas disyuntivas y “leer dialécticamente el actual proceso emancipatorio y evitar todo determinismo dentro del campo revolucionario” (ibíd.: 62). Todo puede servir para la lucha autónoma siempre y cuando no se pierda de vista la centralidad de las comunidades en los procesos de transformación; es necesario “superar esa vieja dicotomía del ‘por fuera’ y ‘por dentro’, asumir precisamente su articulación” (ibíd.: 63). Si reconocemos que la dominación se expresa en múltiples dimensiones y niveles, comprenderemos esta apuesta ecléctica por sumar herramientas de lucha: “La violencia cuando sea necesaria, la ley hasta donde nos sirva, la autogestión como forma de caminar” (ibíd.: 52).

 

La autonomía será hegemónica o no será

El autor suscribe la tesis de la “fragmentación y atomización del campo popular” (Renna, 2014: 12) y constata las dificultades que esa situación entraña para los proyectos de transformación radical de la sociedad al impedir una correlación de fuerzas más favorable para los sectores dominados por el capital. La revisión histórica de las experiencias autónomas que hace Renna le lleva a la convicción de que la lucha por la autonomía no puede ser una que se reduzca “a lo compensatorio ni se limite a su sobrevivencia” (ibíd.: 53). Pues, en ese caso, acaba sucumbiendo a la capacidad digestiva del capitalismo, incapaz de hacer frente a la dirección progresista o social-demócrata que condena la fuerza revolucionaria al pragmatismo inmovilista: “Si no supera el localismo no tiene herramientas para contrarrestar la conducción del progresismo y la revitalización de las estructuras de dominio capitalista y colonial” (ibíd.: 49). Por ello, la autonomía debe tener vocación hegemónica y un horizonte socialista; de lo contrario, acaba “quedándose en lo testimonial” (ibíd.: 54).

Podríamos decir que uno de los mayores peligros de las autonomías es caer en el autonomismo, esto es, en la apología de las “islas de resistencia” (Renna, 2014: 49), auto-centradas, volcadas hacia su sobrevivencia, sin tender puentes con otras experiencias, sin abrir espacios de confrontación allí donde imperan las lógicas del capital. El sufijo –ismo conlleva encapsular la experiencia, detener el proceso, cerrar sus determinaciones, esto es, congelar el amplio y diverso mapa de las autonomías que nos propone el autor. El  autonomismo también implica asumir “la consecución de transformaciones sociales obviando un cambio político a nivel del Estado” (ibíd.: 62), algo que a su parecer resulta un craso error. Una autonomía que no tiende a la confrontación permanente “pasa a ser inofensiva para los ricos y poderosos” (ibíd.: 51). El capitalismo puede tolerar durante mucho tiempo espacios autónomos siempre y cuando éstos permanezcan como una “sociedad paralela” (ibíd.: 45), incomunicados, estériles, y no engendren nuevos espacios de autonomía; por ello es necesario “en la construcción de las autonomías evitar todo dogmatismo” (ibíd.: 52).

En definitiva, el libro de Renna es una sugerente propuesta para reabrir la “cuestión revolucionaria” y pensar en la transformación social más allá de la vía reformista-reivindicativa y de la vía insurreccional-militarista, pues ninguna de las dos produjo sociedades más humanas. Sus propuestas son audaces y honestas y ameritan ser reflexionadas huyendo de purismos y convencionalismos, pues nacen de los logros, pero también de las dificultades, alumbrados por la práctica autogestionaria de uno de los movimientos más significativos del Chile actual: el MPL. El autor huye de las formulaciones reduccionistas y del romanticismo y aborda los múltiples nudos gordianos con los que se enfrentan quienes quieren ejercer y construir la autonomía. Y con ese afán propone empezar desde ahora la construcción del “socialismo autogestionario” que imaginamos como un “proceso de organización social económica y político centrado en el control directo de la comunidad, en la asociación libre de los pobladores y pobladoras del mundo, y la cooperación solidaria de la clase en su conjunto” (Renna, 2014: 55). Y ello sin renunciar a ninguna herramienta de lucha.



Notas:

[1] Licenciada en Sociología por la Universidad de Barcelona (España);  Maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México y candidata a doctora por el mismo programa de estudios. Líneas de investigación: movimientos sociales y políticos; epistemología de las ciencias sociales. Publicaciones recientes: “Lo social y lo político en Chile: itinerario de un desencuentro teórico y práctico” (Izquierdas, nº 22, enero de 2015); Rompiendo el cerco. El movimiento de pobladores contra la Dictadura (Santiago de Chile: RUCh, 2011). Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[3] Una revisión crítica de este debate y otros del pensamiento crítico latinoamericano del cambio de siglo en Iglesias (2011).

 

Bibliografía:

Boron, A., (2001). “La selva y la polis. Reflexiones en torno a la teoría política del zapatismo”, OSAL. Año II(4), pp. 177-186.

Holloway, J., (2001). “El zapatismo y las ciencias sociales en América Latina”, OSAL. Año II(4), pp. 171-176.

Holloway, J., (2002). Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy. Puebla/México-Buenos Aires/Argentina: Benemérita Universidad de Puebla/Herramienta Ediciones.

Iglesias, M., (2011). “Teoría en movimiento: más de una década de pensamiento crítico”, OSAL. Año XII(30), pp. 25-42.

Marx, K., (2007 [1871]). Manifiesto Comunista. Caracas, Venezuela: Monte Ávila Editores Latinoamericanos. 

Renna, H., (2014). Sobre el ejercicio y construcción de autonomías. Santiago de Chile: POBLAR Ediciones.

 

Cómo citar este artículo:

IGLESIAS VÁZQUEZ, Mónica, (2015) “Una nueva vieja idea: El paradigma de la autonomía (a propósito de Sobre el ejercicio y construcción de autonomías de Henry Renna Gallano)”, Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 23, abril-junio, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 18 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1148&catid=12