La siega del olvido. Memoria y presencia de la represión[1]

Luis Roniger[2]

 

Este es un libro fascinante para quienes trabajan con testimonios y elaboran estudios de memoria. La obra, centrada en la memoria de la represión franquista, incluye los testimonios legados por Ángel Piedras, una víctima de la represión franquista en un pueblo de Castilla. Los incluye junto con un análisis reflexivo de un sociólogo español, su sobrino, acerca de los vaivenes y altibajos en las políticas de olvido y en el tratamiento de la memoria de las victimas del franquismo tras la transición en España.

A su salida de la cárcel en 1944, Ángel Piedras, un jornalero del pueblo castellano de Nava del Rey, comenzó a registrar en cuadernos sus memorias así como extensas listas de decenas de víctimas presas, ejecutadas o muertas en las prisiones franquistas. Mientras la sociedad circundante se sumía en el más absoluto silencio, ya fuere por miedo o intentando sumergir un profundo dolor, Ángel registraba una y otra vez en sus cuadernos de memoria lo que le tocó vivir y percibir, asumiendo un compromiso ético respecto de las víctimas del franquismo, que de otra forma estarían sumidas en el olvido.

Su sobrino, Pedro Piedras Monroy, cuya carrera académica había llevado a completar un doctorado en la Universidad de Santiago de Compostela y a publicar libros sobre la genealogía de la historia, la crisis de las ciencias sociales y sobre Max Weber y la India, al ensimismarse en los cuadernos de memoria de Ángel Piedras, se lanzó a una vertiginosa confrontación con el pasado y con sus propias memorias. Éstas  se habían formado en el ámbito familiar, que no dejaba de mencionar al abuelo asesinado en 1938 y a otros familiares que perdieron la vida durante la Guerra Civil y la represión franquista.

En el libro, Piedras Monroy elabora profundas reflexiones sobre los tortuosos caminos de silenciamiento que las víctimas debieron recorrer aun después de la muerte de Franco y la transición, en aras de una anhelada estabilidad política. El texto de Piedras Monroy no pretende ser una reconstrucción histórica de los acontecimientos que generaron el genocidio que sirvió de experimento preliminar a aquel otro genocidio que en pocos años habría de consumir la vida de millones de ciudadanos europeos bajo la barbarie nazi y la violencia colaboracionista.

Antes bien, el texto constituye una acusación a lo que el autor define como los ‘cuentos de hadas’ de la transición española que, metamorfoseando el Estado franquista en un Estado democrático, intentó predicar – al igual que en la Argentina y en otras sociedades post-autoritarias – que se dejara atrás el ‘rencor’ y las ‘viejas deudas’ en aras de la reconciliación. En las palabras del autor, “la democracia [habría de ser] el premio concedido por el tardofranquismo al silencio” (p. 239). Con el pago de reparaciones a quienes habían sufrido la represión, se debía cerrar ese capítulo de la historia española. Los muertos de la guerra y la represión de la Guerra Civil o la posguerra debían ser vistos como ‘puro pasado’ para construir una nueva y estable institucionalidad. Los ‘viejos’ debían callarse para no entorpecer el progreso de España.


Ello, sin embargo, implicaba también conceder impunidad por el genocidio perpetrado contra quienes, de una forma u otra, habían sido identificados con la causa republicana, sufriendo violencia, atrocidades y abusos de parte de los falangistas. Ello implicaba asimismo desconocer las corrientes subterráneas que han continuado dividiendo a la sociedad española y que, en momentos de acalorado debate llevaron a los partidos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Partido Popular (PP) a resucitar los rótulos de franquistas y comunistas, de falangistas y rojos; o a ondear de acuerdo a las circunstancias la bandera tricolor roja, amarilla y morada de la República frente a la tricolor oficial (roja, amarilla y roja), amén de otras, como la ikurriña, la señera o la bandera de Galicia. No menos soslayadas del centro de la agenda pública han sido las corrientes que dividen a la sociedad en torno a la monarquía en la jefatura del Estado.

La primera generación después de la Guerra Civil, la del padre del autor, no pudo desafiar el silencio que tapaba los horrores y atrocidades cometidas. Bajo el franquismo, no había lugar para ello, a lo sumo a hablar sotto voce. Paradójicamente, bajo la temprana transición y aun tras la victoria electoral del PSOE en 1982 no se modificó en nada el predicado olvido de las víctimas. Mucho se escribió en la década del ’80, pero desde una perspectiva que depuró el sufrimiento y relegó la memoria a los márgenes de la agenda pública, en aras del supuestamente neutro registro histórico.

Fue recién en la siguiente década, más específicamente en 1996 con el triunfo electoral del PP – heredero natural del franquismo –, que se enarbolaron banderas de lucha en torno a la justicia histórica, apoyadas por el descubrimiento de fosas colectivas de restos de víctimas, la creación de asociaciones de víctimas reclamando no ya por una guerra sino por un genocidio y, por último, un creciente criticismo de la hasta entonces ‘inmaculada’ transición democrática. Ya en la oposición, el PSOE dio rienda suelta a las demandas de justicia mientras los medios de prensa allegados a la izquierda centralizaron su atención en la memoria histórica.

Así como el Holocausto fue elaborado en forma colectiva (“construido socialmente”) a partir de la década de 1960 y no inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en España fue solamente en los 1990s e inicios de los 2000s que se empezó a reconocer la significación del genocidio y las violaciones masivas de derechos humanos perpetradas por los vencedores de la Guerra Civil.  Lo singular del caso español según Piedras Monroy es que tras la nueva victoria electoral del PSOE en 2004 las banderas de denuncia del olvido de las víctimas del franquismo, desplegadas en la campaña electoral, fueron replegadas y el discurso de memoria fue marginalizado, sin que las expectativas de reconocimiento de las injusticias perpetradas fueran consideradas seriamente. En su lugar, la Ley de Memoria Histórica se transformó en una ley de punto final que reconoce a las víctimas de ambos bandos. El Valle de los Caídos, donde bajo una tremenda cruz yacen los restos tanto de José Antonio Primo de Rivera como del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, dejan dudas sobre la fórmula de ecuanimidad supuestamente promulgada por el Estado. Antes bien, proyectan en monumentales dimensiones lo que por espacio de cuatro décadas permeó el espacio público: la lista de ‘los Caídos por Dios y por España.’ En las palabras de Piedras Monroy:

La España de Franco estaba llena de listas. Cada ciudad, cada aldea tenía normalmente en la plaza, sobre la pared de la catedral o de la iglesia, y bajo el nombre de José Antonio Primo de Rivera, la lista de los Caídos por Dios y por España (…) Cada día, a lo largo de 40 años, los españoles hubieron de ver estas listas en las que los vencedores, por una suerte de toque mágico, se postulaban a sí mismos como victimas (…) La lista de Ángel Piedras se construye en abierta confrontación con este particular despliegue de listas que pretenden hacer presente de forma perpetua el recuerdo de las víctimas de los vencedores (pp. 241-243).  

Ni siquiera la búsqueda infructuosa de los restos de Federico García Lorca, tal vez la víctima más reconocida de la masacre franquista,[3] pudo socavar el soslayado desinterés que se generó por la visión de los vencidos en la última década. Se debe reconocer empero que se sigue desafiando la narrativa oficial desde voces subalternas como la presentada en este libro; desde el teatro y las artes; desde asociaciones de recuperación de memoria histórica; y aun desde la Diáspora, por ejemplo desde asociaciones de veteranos y estudiosos de las brigadas internacionales.[4]

Sin pretender impactar el rumbo de los acontecimientos, el presente libro es un análisis crítico y reflexivo del uso político de la memoria colectiva en la España reciente y contemporánea, con particular relieve sobre la memoria de las víctimas y su relegamiento al campo de los especialistas en reconstrucción histórica. Es un documento que llama a recuperar la voz de los vencidos y juega un contrapunto con el análisis de decisiones políticas. Es de particular interés para quienes trabajan desde la perspectiva de historia oral y quienes estudian escenarios históricos en los que las dimensiones de las violaciones de derechos humanos imposibilitan soluciones de justicia transicional que satisfagan a las víctimas de violencia masiva, de terrorismos de estado o de limpieza étnica.[5]  Altamente recomendado.



[1] Pedro Piedras Monroy, La siega del olvido. Memoria y presencia de la represión. Madrid: Siglo XXI, 2012.

[2] Wake Forest University.

[3] Carmen Moreno-Nuño, “Traces of the Spanish Civil War: The Spectacle of García Lorca’s Missing Corpse”, ponencia presentada en la conferencia Politicas de Memoria, Universidad de Kentucky, 12-13 de marzo de 2015.

[4] Véase por ejemplo en España la labor de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, http://www.memoriahistorica.org.es/ y en el exterior, el Abraham Lincoln Brigades Archive, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..

[5] En ese sentido el caso español encuentra interesantes paralelos en el desigual tratamiento de las víctimas de regímenes comunistas en varios países de Europa Central y Oriental. Véase Lavina Stan y Nadya Nedelsky, Post-Communist Transitional Justice. Lessons from Twenty-Five Years of Experience. Nueva York: Cambridge University Press, 2015.

 

Cómo citar este artículo:

RONIGER, Luis, (2015) “La siega del olvido. Memoria y presencia de la represión”, Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 23, abril-junio, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1152&catid=12