Volver del Exilio. Historia comparada de las políticas de recepción en las posdictaduras de la Argentina y Uruguay (1983–1989) [1]

José Miguel Candia

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

Secuestros, cárcel, desaparición forzada y exilio son algunas de las notas trágicamente comunes, que vinculan a las dictaduras del Cono Sur latinoamericano durante la década de los setenta. Existe una abundante bibliografía tanto académica como testimonial y literaria, que estudió y denunció los crímenes cometidos durante esos años por los regímenes golpistas que gobernaron la región: Uruguay (1973 – 1985), Chile (1973 – 1990), Bolivia (1971- 1979) y Argentina (1976 – 1983). También pueden incluirse en esta relación, la experiencia de Brasil a partir de la dictadura militar que se apoderó del estado en marzo de 1964 y la de Perú bajo el régimen del general Morales Bermúdez, exitoso conspirador contra sus propios camaradas en 1975. La triste situación de Paraguay, país decano en esta materia,  se remonta a 1954, con la instauración de la dictadura del general Alfredo Stroessner,   que los paraguayos debieron padecer hasta febrero de 1989.

Las técnicas represivas no variaron sustancialmente y la metodología del secuestro, tortura y desaparición del detenido, fue practicada sin distingo por las dictaduras de la época. El número de víctimas varió según las particularidades políticas de cada país y de acuerdo al grado de implantación que alcanzaron las organizaciones populares y de izquierda en los frentes sindicales, estudiantil y barrial. Las organizaciones de derechos humanos han dejado un magnifico acervo documental en los cuales se recaba el testimonio de los sobrevivientes, se analizan y denuncian las políticas represivas y se fundamenta un justo y generalizado reclamo acerca del destino de miles de detenidos-desaparecidos.

El tema del exilio es tan relevante como las otras calamidades que vivieron las sociedades latinoamericanas en esos años. Miles de trabajadores, intelectuales, académicos, estudiantes y representantes del mundo de la cultura debieron dejar sus países de origen y optaron por radicarse en Europa o en otras naciones latinoamericanas que aun gozaban de condiciones institucionales relativamente estables. En este sentido, el papel de México y Venezuela resulta de especial relevancia para quienes debieron abandonar Chile, Uruguay y Argentina.

Los estudios sobre el tema del exilio presentan dos características principales, son menos abundantes que las investigaciones dedicadas a temas como el secuestro, la tortura y la desaparición forzada y en su mayoría fueron elaborados en la fase posdictatorial, cuando los exiliados perdieron la calidad de tal y la opción de regresar al país de origen era una alternativa cargada de esperanzas.

En este sentido, el trabajo de investigación doctoral de Soledad Lastra, que ahora tenemos el gusto de recibir como texto editado, constituye un aporte sustantivo para el estudio de un fenómeno político y social de triste recuerdo en la agenda de  quienes debieron vivirlo. La autora aborda las cuestiones más relevantes del tema y no elude ninguno de los debates que rodean el “antes” y el “después” del regreso de quienes por razones políticas y de seguridad personal debieron dejar los países de origen.

Saludamos un primer acierto de esta magnífica investigación: la autora afronta de manera simultánea las experiencias de los exilios argentino y uruguayo. En este aspecto se percibe la saludable influencia de los estudios que, con propósitos comparativos, llevaron a cabo académicas de sobrado reconocimiento en la materia. Dos sociólogas argentinas, Silvina Jensen y Marina Franco, abordaron el análisis de las comunidades de exiliados sudamericanos en España y Francia, también generaron reflexiones comparativas entre experiencias históricas distanciadas en el tiempo y cercanas en los afectos. Recomendamos, de manera particular, la lectura de la doctora Jensen sobre los refugiados republicanos españoles y las similitudes y diferencias con las familias latinoamericanas radicadas en Europa en la segunda mitad de los setenta.

El estudio de Soledad Lastra, en la versión editada que estamos comentando, contiene siete capítulos divididos en tres partes, consideraciones finales, bibliografía, fuentes, una detallada presentación introductoria en la cual se explican las principales hipótesis y los conceptos teóricos que sustentan el trabajo y también un apartado con siglas y abreviaturas. Queremos destacar los espacios temáticos de cada una de las partes en las que se desarrollan los siete capítulos. La primera de estas tres partes aborda “Los retornos del exilio: entre la dictadura y la democracia”; Segunda; “La sociedad se organiza: actores e iniciativas sociales ante los retornos”; Tercera; “Los gobiernos posdictadura ante el retorno del exilio”.

Exponer y comentar la totalidad de la obra resulta imposible en el texto apretado de una reseña. No obstante, nos interesa hacer referencia de manera    acotada, a un debate que marcó fuertemente,  a  las  comunidades  del  exilio   argentino y uruguayo, al momento de regresar a sus países a mediados de los años ochenta. En sentido estricto, los reproches fueron más virulentos en el primer colectivo. El debate acerca del llamado exilio “interior” y exilio “exterior” provocó confrontaciones y no pocas enemistades. Hubo interrogantes que marcaron la piel de los protagonistas: ¿Cuál de estas dos comunidades sufrió más el embate de la represión y la censura? ¿Los que se quedaron o los que se exiliaron? ¿Fue un privilegio poder salir del país, aun pagando el costo de la pérdida del empleo, afectos personales y de algunos bienes materiales? O bien, se trata de entender que el exilio es un castigo más grave que la muerte, como  lo enseña la tradición de la Grecia clásica. Pero la réplica no se hizo esperar: ¿Cómo sobrevivieron quienes se quedaron y de qué manera procesaron las pérdidas de amigos o familiares; como afrontaron  las enormes dificultades que bloqueaban los canales necesarios para hacer públicas sus opiniones y comentarios sobre una situación por momentos desesperante?

Las preguntas pueden continuar si queremos seguir puntualmente el debate teórico-político de esos años, pero entendemos que con las que se mencionan hay vectores suficientes para comprender la dimensión del enojo que separó a ilustres representantes de los bandos confrontados. Los de “adentro” y los de “afuera” vivieron como un verdadero estigma político esa calificación, que llevaba implícita una valoración aún más grave sobre las conductas militantes de ambos grupos: ¿valientes unos y cobardes otros?; ¿comprometidos hasta las últimas consecuencias los primeros?; ¿acomodaticios y oportunistas los segundos?.

Sobre este debate, urticante en su momento, muy bien tratado por la autora en el capítulo dos de la primera parte, “Prensa, partidos políticos y organismos de derechos humanos ante los retornos” (pp. 77-104), tal vez faltó rescatar algunos títulos de la producción de aquellos protagonistas que dejaron valiosos testimonios escritos. Rodolfo Terragno, Juan Gelman y Carlos A. Brocato, entre otros, salieron al ruedo con reflexiones y argumentos de fuerte densidad política. El primer autor está mencionado en la investigación, los aportes de los otros dos, pueden incorporarse en una segunda versión de este trabajo. El caso de Carlos Brocato es particularmente relevante por la dureza conceptual y el esfuerzo argumentativo con que arremete contra el “exilio externo” y contra ciertos intentos de manipulación “sentimental” de algunas aristas frecuentes en las discusiones de quienes buscaron refugio fuera de Argentina. Entre otros tópicos, se trataba de temas como identidad nacional; idioma; usos y costumbres; alimentación; trabajo; nostalgia y adaptación (Al respecto ver, de este autor: El exilio es el nuestro. Los mitos y los héroes argentinos ¿Una sociedad que no se sincera? (1986),  Buenos Aires, Sudamericana – Planeta)

Cabe aclarar que esta confrontación de ribetes políticos, no exenta de roces personales y profesionales, fue menos virulenta en el caso del exilio uruguayo, y sus expresiones escritas tuvieron un protagonismo menos estruendoso. Algo similar, señala Soledad Lastra, ocurrió con respecto a la posición pública tomada por  los partidos políticos ante la presencia de los “retornados”.

El exilio uruguayo tenía en este aspecto, una ventaja relativa que facilitó la inserción de los emigrantes políticos. Buena parte de la comunidad formada en el exterior después del golpe de Estado de junio de 1973, conservó vínculos con los partidos históricos, Colorado y Blanco, y también con las fuerzas de la coalición de izquierda Frente Amplio. Aunque no faltaron actitudes mezquinas y alertas por el regreso de los “subversivos” de parte de un sector de la dirigencia partidaria, el proceso de reinserción fue menos traumático y las redes de solidaridad y ayuda a los retornados operaron con menos dificultades (sobre la postura del sector más reacio a brindar apoyo al exilio, ver en la página 91 del libro, las declaraciones de Luis Hierro del Partido Colorado).

Por el contrario, el grueso del exilio argentino mostraba una notoria orfandad política en relación a los partidos históricos y a buena parte de las instituciones públicas de las cuales podía esperarse algún apoyo a los perseguidos por razones políticas y sociales. Los referentes internos eran escasos, ni el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de perfil guevarista y pro-cubano, ni la organización Montoneros, la expresión más notoria de la izquierda peronista, contaban con brazos partidarios sólidos en Argentina que fueran voceros de la lucha anti-dictatorial y que reclamaran por la vigencia de los derechos humanos y la posibilidad de abrir las puertas para el regreso de los exiliados.

El debilitamiento del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), dirección política del ERP, privó a ese grupo guerrillero del soporte partidario a través del cual se tejieran acuerdos y se hicieran escuchar los reclamos de los exiliados. El caso de Montoneros es similar, la fuerza política que se suponía debía expresar sus posiciones – el Movimiento Peronista  - estaba bajo el control de una dirigencia burocratizada y conservadora, complaciente con la dictadura y duramente enemistada con el ala izquierda de su propio movimiento. Había razones de peso para explicar este divorcio, aún estaba fresco el mal recuerdo que los representantes del sindicalismo tenían de la conducción montonera, durante los años sesenta y setenta, muchos de ellos  habían sido hostigados y otros jefes gremiales, ejecutados por la guerrilla peronista.

Las principales estructuras partidarias del mundo político – el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical – caminaban por andariveles propios y miraban con recelo a las expresiones de la izquierda armada a las que habían pertenecido buena parte del exilio argentino. Fueron los organismos de derechos humanos y algunas asociaciones civiles, las principales cajas de resonancia y agentes multiplicadores de la voz de las comunidades que desde Europa, México y Venezuela denunciaban la violación sistemática de los derechos humanos.

Aunque no hubo rechazo explícito a la llegada de los argentinos exiliados, se procuró diluir la identidad política y la trayectoria de las organizaciones en las que habían militado quienes retornaban. Soledad Lastra señala con claridad esta maniobra de encubrimiento ideológico y la presencia de un criterio “contra-insurgente” apenas disimulado. En la página 90 del libro lo expresa con absoluta transparencia. ”Es interesante remarcar cómo desde el peronismo y el radicalismo se compartían universos de sentido sobre los exiliados como sinónimo de “subversivos”. Si bien no todos entraban en esa denominación, pues se miraba con preocupación e interés esa parte del exiliado como “calificado y fugado”, estos partidos políticos no perdieron de vista, en la coyuntura electoral, que la subversión estaba en el exterior y que significaba un peligro para la nueva democracia”.

La investigación ofrece múltiples espacios de análisis y discute en profundidad y con ánimo crítico, aquellos aspectos de los exilios argentino y uruguayo que han sido menos estudiados o que están a la espera de un abordaje que no haga concesiones. El debate sobre las secuelas de la represión sigue abierto y las interpretaciones acerca de la magnitud del daño provocado por las dictaduras es un asunto que reaparece, como un fantasma que mantiene despierta la memoria colectiva, cuando desde el poder mediático y desde algunas expresiones de las actuales dirigencias políticas, se quiere echar un manto de olvido sobre el dolor de nuestros pueblos.

 

[1] María Soledad Lastra (2016); Volver del Exilio. Historia comparada de las políticas de recepción en las posdictaduras de la Argentina y Uruguay (1983 – 1989); Argentina, Universidad Nacional de La Plata – Universidad Nacional de Misiones – Universidad Nacional de General Sarmiento, pp. 300.

 

Cómo citar este artículo:

CANDIA, José Miguel, (2017) “Volver del Exilio. Historia comparada de las políticas de recepción en las posdictaduras de la Argentina y Uruguay (1983–1989)”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 33, octubre-diciembre, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 19 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1530&catid=12