Crónica -y análisis- de una fragmentación anunciada. Reseña Crítica de Los lenguajes de la fragmentación política [1]

Hilario Topete Lara[2]

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

Encuadre general

La  quiebra del desarrollo estabilizador, al que también calificamos como “Milagro Mexicano”, “traía torta bajo el brazo”. No se trataba sólo del finiquito de un modelo de política económica que trató a toda costa de exorcizar la inflación y sus consecuencias (devaluación monetaria, pérdida de poder adquisitivo y todos los síntomas de mayor empobrecimiento) además de, entre otras estrategias macroeconómicas, intentó mantener una balanza de pagos lo menos deficitaria posible mediante la protección de los productos nacionales frente a las mercancías importadas, a la par que cierta estimulación de la producción agropecuaria nacional. Efectivamente, se trataba de algo más: las variables económicas estaban inmersas en un grotesco –y perverso- proceso de retroalimentación con variables políticas. En efecto, para lograrlo, el monolítico Partido Revolucionario Institucional (PRI), que durante ese tiempo, y desde décadas atrás, había conducido las riendas de la economía a través del Poder Ejecutivo y sus respectivas secretarías de Estado en común acuerdo con el sector empresarial mexicano, hubo de reforzar viejas prácticas políticas y crear nuevas para conservar la estabilidad que el modelo necesitaba: mantener la corporativización[3] a través de las centrales obrera, campesina, popular y burocrática, a la vez que conjurar la oposición política a toda costa, entre otras medidas. En todo esto, viejos partidos como el Partido Acción Nacional (PAN)  y el Partido Comunista Mexicano (PCM), poco pudieron hacer en tanto no tenían peso alguno frente a las decisiones a nivel nacional, y los partidos “satélite” como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y el Partido Popular Socialista (PPS) más bien apuntalaban las políticas del partido en el poder.

Las corporaciones de trabajadores, a la vez que fortalecían al partido en el poder garantizándoles votos en las elecciones para diputaciones federales y locales, presidencias municipales, senadurías y presidencia de la república,  obtenían desde el gobierno federal, estatal o municipal, créditos blandos, programas sociales de apoyo, facilidad en los trámites para obtener servicios de las instancias de gobierno, becas, empleos, etcétera; las propias corporaciones acordaban con el PRI cuotas de curules en el senado, en las cámaras de diputados, en las secretarías de Estado. El intercambio de influencias y los programas asistenciales otorgados discrecionalmente utilizaron redes clientelares, cacicazgos, cooptación de líderes locales y regionales, y aún a las autoridades tradicionales para garantizar la reproducción del statu quo. El costo y el medio: el conflicto in  terno en las localidades, los municipios, los sindicatos, las entidades federativas y, la federación toda. Como resultado del conflicto, la fragmentación.

El modelo se mantuvo relativamente estable durante tres décadas pero como las ideas y las prácticas políticas suelen ser más dinámicas que los proyectos económicos, el desgaste del proyecto político empezó a tocar antes a su fin: la huelga ferrocarrilera de 1959, y los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971 que fueron sofocados a sangre y fuego, habían sido algunos de los síntomas; dos más, y sólo a guisa de ejemplo fue, primero, el surgimiento del Partido de los Pobres y la posterior clandestinización de la lucha campesina que devino en la guerrilla de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en de Guerrero; segundo, el surgimiento de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Sectores del estudiantado, de los intelectuales, de obreros y del campesino-popular mostraban de esta manera que la ideología y prácticas políticas del PRI, así como sus políticas económicas no podrían mantenerse con las viejas táctica y estrategias. La fragmentación monolítica estaba allí, en ciernes.

Uno de los primeros síntomas de la fragmentación, en tanto visible por escandaloso, así como por el impacto que tuvo en el ulterior derrotero de la (s) política (s), fue la creación del Frente Democrático Nacional (FDN) en 1987 y la coalición de partidos políticos con que se presentaría Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a las elecciones de 1988. Esta fragmentación, en un sospechoso proceso de recomposición política, era inédita: partidos políticos satélite como al PARM y el PPS, o el de extracción sinarquista (Partido Demócrata Mexicano, PDM por sus siglas) y fuerzas populares como la Coalición Obrera, Campesina y Estudiantil del Istmo (COCEI), el recién fundado Partido Mexicano Socialista (PMS), la UCP (Unión de Colonias Populares) y, entre otros, la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México, evidenciaban que el viejo modelo partidario, corrupto y corruptor, clientelista, paternalista y electoralmente avasallante, principiaba su debacle. Este caldo de cultivo, a nivel nacional, contenía, a su vez, otras fragmentaciones y recomposiciones que estaban ocurriendo a niveles locales, microrregionales o etnorregionales. Y algo de de eso tratan los siete estudios editados por los investigadores de El Colegio de Michoacán Jorge Uzeta y José Eduardo Zárate bajo el título Los lenguajes de la fragmentación política; pero tratan algo más: en términos generales todos los materiales apuntan a ubicar factores, procesos y actores comunes en este nuevo juego de fuerzas políticas, proponen claves con las que podemos leer otros procesos políticos no sólo a nivel nacional, sino en un plano internacional.

 

El contenido

Los lenguajes, nos dicen los autores, son “prácticas comunes, significativas y mutuamente comprensibles entre actores sociales enfrascados en tratos e intercambios de diversa índole”  (Uzeta-Zárate, 2016: 13); en tanto tales, comprende el lector, son todas las formas, intencionadas  o no,  de que se valen los grupos políticos y sociales para comunicar rechazos, aceptaciones, adhesiones y proyectos alternos en la esfera pública y que son entendibles  a la luz de los códigos que los propios grupos generan para su comprensión. Para  dar cuenta de ello, la labor del científico social suele ser importante porque éste puede focalizar sus esfuerzos en aras de lograr la comprensión de ese entramado de significaciones y ello presupone aprender a leer esas formas sutiles de comunicación como condición epistemológica. Así, Los lenguajes…, a pesar de que no satisfará la  expectativa anunciada en el título, se erige desde ya, como referente al que podrá recurrirse cuando se desee arrojar luces no sólo sobre los procesos que nos son obsequiados en la obra, sino sobre otros porque su contenido que puede coadyuvar a la comprensión de otros procesos similares. En efecto, el espectro de casos presentados sólo refiere a algunos procesos ocurridos en Michoacán, Chiapas, Veracruz y Guatemala.

La obra consta de tres partes: “La (in) utilidad de la democracia electoral”, “Organizaciones sociales y acción política”, y “Estrategias de reconocimiento”; todas ellas antecedidas por una presentación realizada por los editores. En la primera parte colaboran  Emilia Velázquez H. (“Democracia electoral y fragmentación política: un estudio de caso en el istmo veracruzano”), Tania Ávalos Placencia (“Políticas fragmentadas. Democracia cotidiana y organizaciones campesinas en Chiapas”) y José Eduardo Zárate Hernández (“Crisis de autoridad y lenguajes de la fragmentación social”); en la segunda, Octavio Augusto Montes Vega (“Imaginarios fragmentados en una isla en continua transformación. Efectos del nacionalismo, del liberalismo y el neoliberalismo en Yunuén, (Lago de Pátzcuaro)” ),  José Luis Escalona Victoria (“¿Fragmentación o diversidad? A propósito de diversificación política y religiosa en Chiapas”); y cierran la tercera parte Jorge Uzeta (“Mediación política y orden social: El Consejo Estatal Indígena de Guanajuato”) y Santiago Bastos (“Rearticulación y movilización comunitaria en la Guatemala Neoliberal”).

En el punto de partida –de casi todas las investigaciones presentadas- hay una estrategia común: la etnografía cuyos datos se van hilvanando desde lo grupal a lo local y, por esa vía al nivel nacional, ida y vuelta. Cada artículo intenta superar tanto la potencia sociológica de los estudios macro (generalizantes) como la de la antropología sociocultural con su perspectiva micro, focalizante; ambas potencias son superadas con un ensamblaje que da cuenta de las múltiples interacciones que desde lo local hasta lo nacional y viceversa, son generadas o reforzadas, según el caso. Sin embargo, la información que hace posible el análisis antropopolítico proviene de la etnografía; el resto proviene principalmente de la sociología política y de la politología.

Ahora, ¿Qué es lo que podemos encontrar dentro de Los lenguajes…?

Emilia Velázquez ha incursionado en Soteapan, Veracruz, una localidad indígena integrada por –en su mayoría- popolocas donde otrora conformaban su gobierno local atendiendo a sus usos y costumbres. Su investigación confirma que indigenidad no implica necesariamente sistemas de gobierno cívico-religioso, como lo suponía Sol Tax (1937) y muchos de sus seguidores, a sabiendas que la etnografía no coincidía con el paradigma de la jerarquía cívico-religiosa. Velázquez, en más apego a los datos, y  despojada de todo romanticismo, coloca en relieve la penetración del sistema de partidos que ha debilitado  -si no desplazado- los usos y costumbres que antaño utilizaban los soteapanenses (indígenas y no indígenas) para darse autoridades y gobierno, no sin pagar el precio: fragmentación y pugnas internas por el poder por un lado y, por el otro, el uso de la militancia partidaria en organizaciones de izquierda para oponerse a las viejas formas de control, dominio y explotación sin resolver ahora -como no se resolvía antaño- el problema de la democracia. En todo el proceso se encuentra como trasfondo y fuente motivante de la división interna, un viejo conflicto por la tenencia de la tierra, lo que trae a colación que los bienes significativos generalmente operan como manzanas de la discordia cuya detentación desata la actividad política.

La investigación de Tania Ávalos Placencia, aunque realizada en Chiapas, comparte con Velázquez el hecho que los actores sometidos a estudio no son todos indígenas, sino que los hay también no indígenas. Pero no es la única similitud porque descubre las añejas formas de hacer política desde el PRI-gobierno utilizando las corporaciones cívico-religiosas indígenas y las instancias agrarias locales para garantizar votos a cambio de programas asistenciales, paternalistas, que produjeron una fragmentación a la que la teología der la liberación y las iglesias no católicas contribuyeron  en buena manera, como ha demostrado ampliamente J. A. García Méndez (2009). En el proceso, la fragmentación que nos desvela “obedece a una amplia y extensa diversificación en filiaciones, identidades y adscripciones colectivas entre las que aparece también la militancia en organizaciones y partidos políticos” (Uzeta-Zárate, 2016:50). Y,  en medio de esa interacción polifactorial, una gran dosis de pragmatismo que permite a los actores convertir los procesos electorales en escenario para el juego de apuestas en efectivo y en especie: ¡así de seria puede llegar a ser la política!, una política que otrora tiraba, en uno de sus cabos, hacia la autonomía y hoy, en el mejor de los casos, hacia una alternancia entre los grupos y facciones que se encuentran en pugna por acceder a las instancias gubernamentales y, por ende, al control de recursos.

A propósito de Chiapas, en la segunda parte José Luis Escalona es quien más coincide con la indagación de García Méndez, aunque no lo cita quizá por desconocimiento del trabajo de éste. Los temas: conversión religiosa, un proceso en el que el catolicismo pierde adeptos y fragmenta comunidades; y diversificación política que en el nivel local expresa las  fragmentaciones y los conflictos que son inherentes a los grupos que las sufren. La etnografía –muy escasa, pero reforzada con referentes relacionales e históricos obtenidos en fuentes secundarias- proviene del análisis de dos ejidos tojolabales; el mismo le permite discutir tanto sobre la noción de fragmentación (en tanto que no es categoría, sino metáfora) como la de cargos civiles y religiosos. Sobre el sistema, por ejemplo,  aduce que “son expresiones de la articulación de mediaciones y negociaciones entre lo local y lo translocal” (Ibid: 132) cuya organización no es impolutamente interna, comunal, lo que, sin proponérselo, es una crítica a la noción de poder estructural de Wolf (2001); en cambio, sobre la fragmentación propone una idea que comparto completamente: si la cultura política de los grupos es vista como un todo monolítico que se parte en pedazos, entonces sí se fragmenta el tejido social, pero si el interés se coloca en la dinámica propia de los grupos sociales, en las emergencias, en las propias formas de hacer política hacia el interior y hacia el exterior, entonces

…es necesario un análisis de la política que se enfoque en las diferentes dimensiones de la acción colectiva, en su diversidad de intereses, interpretaciones y prácticas (de poder, incluso), que muchas veces explican su capacidad de movilización y también sus fracasos, en vez de quedarnos con la visión lineal y unidireccional del discurso identitario de los movimientos mismos, de sus líderes o voceros, pues eso puede llevar a nuevas visiones corporativas, teleológicas y esencialistas de la acción, en especial en el caso de la política en el contexto indígena (p. 144).

 

La política a nivel federal y de entidades federativas, pese a la emergencia de partidos políticos de diversos colores e ideologías no ha sufrido significativos cambios.  El tutelaje y las relaciones clietelares son una constante; también lo son las pugnas entre facciones. La pérdida de protagonismos de las grandes centrales lo que hizo fue evidenciar que los monolitos estaban conformados con múltiples facciones y organizaciones que, despojados del peso que imponían las decisiones verticales, principiaron a competir entre sí por el control de recursos como la tierra, los programas asistenciales y espacios como los ayuntamientos; en ese contexto, y ante la emergencia de partidos de oposición fuertes en determinados municipios o regiones, surgieron nuevas fracciones que, en ocasiones de consuno con las ya existentes a nivel local o regional, se parapetaron en las posiciones partidarias y sus triunfos y establecieron con ellos procesos simbióticos pragmáticos. En términos generales estas ideas son a las que nos aproxima el tercer artículo de la primera parte, escrito por José Eduardo Zárate Hernández, cuya sensibilidad le permitió ver que, aunque la oposición partidaria es una realidad, aún perviven las viejas formas de relacionarse desde los partidos políticos hasta las organizaciones locales y viceversa. El gatopardismo sigue siendo la tónica política por excelencia en una sociedad en la que hay que cambiar todo “para que todo quede tal cual” (Lampedusa, 1980: 25) porque así como son las cosas, son muy redituables; el Michoacán analizado por Zárate es un claro ejemplo.

Michoacán y Chiapas son las entidades federativas en las que más estudios socioantropológicos se han realizado. Esta obra termina por confirmarlo: de cada una hay un par de artículos; dentro de ellos, el de Octavio Augusto Montes Vega llama la atención porque nos proporciona un proceso en un espacio reducido (apenas unos 200 metros de longitud), rodeado por agua y en donde residen apenas dos centenares de personas que viven principalmente del turismo, un poco de las remesas y producen el campo en cantidades mínimas. Se trata de la isla Yunuén, que ha sufrido los vaivenes de los proyectos nacionales y regionales y, por supuesto, sin que lo haya acentuado el autor, de la biografía del propio Lago de Pátzcuaro. En efecto, de pueblo pescador y agricultor en un ecosistema sobreexplotado y con aguas contaminadas, hubo de pasar a la terceridad llevado entre el oleaje del auge turístico de Janitzio y Pátzcuaro. Las conversiones han creado imaginarios diversos y pugnas (no todo alcanza para todos), una fragmentación que –pienso- solo tiene visos de nuevas fragmentaciones y recomposiciones: la idea de estados primigenios y retornos a lo que fue, es una idea fuera de la expresa dinamicidad de las relaciones políticas.

Jorge Uzeta incursiona en los procesos de mediación política en los que ha participado el Consejo Estatal Indígena de Guanajuato. Su investigación ha revelado que el lenguaje político utilizado por el Estado para con las organizaciones indígenas –a quienes sometió a relaciones clientelares y paternalistas- ha transitado hacia el reconocimiento y manipulación de la indigenidad y la multiculturalidad como algo diferente del ciudadano solitario frente al aparato gubernamental y al resto de la sociedad civil. Ha demostrado –aunque no lo coloca en relieve- que los procesos políticos en los que ha participado el indígena de Misión de Chichimecas han sufrido procesos de fragmentación, sí, pero además de reorganización, reconfiguración y de creación, más que de re-creación en una sociedad donde la indigenidad ha adquirido dimensiones y sentidos diferentes.  Ha puesto en relieve que nuevos actores han coadyuvado  a la reconfiguración local de las formas de participación política en el nivel local y desde lo local hacia fuera,  como se ha evidenciado en Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán, entre otras entidades federativas. Ha destacado las nuevas formas de manipulación política emprendidas desde el gobierno estatal y los partidos políticos, además de las estrategias de enmascaramiento de viejas manerfas de ejercicio del poder; ha puesto en relieve  que si bien los liderazgos étnicos y las organizaciones indígenas promueven reivindicaciones culturales, son  también la correa de transmisión de las “reglas del juego” de la política partidaria, de la democracia occidental y las políticas económicas del Estado. Nuevamente , el gatopardismo a escena: cambiar las reglas desde fuera con la posibilidad de que los aplausómetros y otras viejas prácticas clientelares, como el Ave Fénix, resurjan de entre las cenizas (maculadas y modificadas, pero renacidas).

El cerrojo del libro lo coloca Santiago Bastos con un análisis del proceso de fragmentación que se ha experimentado en diversos municipios guatemaltecos donde la presencia de las transnacionales extractoras de recursos naturales (mineras, agroindustrias y de hidrocarburos entre ellas) ha producido movilizaciones encaminadas a lograr la protección y el control de recursos naturales considerados ancestralmente como propios por comunidades indígenas o localidades cuya población cuenta con una matriz indígena. La reacción ha obligado a los gobiernos a consultar a las etnias que, acorde con el peligro potencia y real, han respondido de tal manera que han ocasionado -desde el gobierno- escaladas de represión, descalificación,  y fracturas en el tejido social. La fragmentación también fue el proceso en cuyo interior se reconfiguraron las formas en las que las comunidades se presentan organizadas ante el Estado: “La gente reclama ser tenida en cuenta por el Estado como ciudadanos que forman parte de unas comunidades y que plantean que la relación con ese Estado se dé a través de  las estructuras comunitarias desde las que actúan” (Uzeta-Zárate, 2016: 191); ni solo ciudadanos aislados como plantea el derecho occidental, ni solo formas corporadas. En otras palabras, reconocimiento de autoridades comunitarias con las propias formas de entender la membresía comunitaria, las tomas de decisiones, las propias normas, lo que plantea al Estado la aceptación de formas de autogobierno y de autodeterminación.

El libro editado por Uzeta-Zárate contiene, a la vez que un complejo de estudios realizados en latitudes diferentes, incluso con enfoques diversos, un núcleo común: las comunidades indígenas o con cultura indígena viva han creado nuevas formas de relacionarse con la sociedad que las contiene, algunas derivadas de viejas relaciones paternalistas, clientelares, que el Estado y los partidos políticos habían aprovechado y fortalecido durante décadas; otras, creadas en el proceso de resistencia –y negociación en su momento- ante un capitalismo que amenaza por arrebatarles lo poco, aunque significativo,  que les queda (agua, tierra, riquezas del subsuelo, territorios sagrados). Es decir, ha habido, en el último medio siglo una toma de conciencia a la que no han sido ajenos nuevos actores que habían permanecido ignorados en los estudios políticos, entre ellos los profesionistas, los migrantes y los profesores (oriundos y avecindados). Quizá esto requiera unas líneas más.

En efecto, aunque sólo uno de los autores los coloca en relieve, estos nuevos actores aparecen en los artículos como un elemento más, aunque su importancia no sea tan marginal como parece. En efecto, el tránsito de muchos hijos de indígenas y campesinos por los centros normales regionales y las normales rurales (de donde egresaron los profesores), las universidades estatales, tecnológicos y los grandes centros de educación como la UNAM y el IPN (de donde salieron con carrera completa, o trunca, los profesionistas), y la propia experiencia organizativa en el extranjero de los migrantes les permitió conocer e implementar otras formas de hacer política. Los que retornaron a sus localidades o regiones de origen se convirtieron en agentes de cambio efectivos cuando ingresaron a los sistemas de cargos religiosos e incluso a los civiles y captaron tanto las necesidades locales como los vínculos clientelares y paternalistas que tradicionalmente habían mantenido en situación de debilidad a las comunidades en procesos de lucha y negociación. Asimismo, con ellos se establecieron los vínculos con los partidos políticos emergentes y la necesidad de organización a nivel metalocal, hasta los consejos estatales y las organizaciones indígenas independientes y de nivel nacional como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la Coordinadora Nacional de Pueblos Indígenas y el Consejo Nacional Indígena, por citar sólo tres casos. La propia defensa de sus formas de gobierno como instancias para defender el territorio, la tierra, la cultura en general y su manera de deponer y nombrar autoridades, de bregar por la conservación de sus usos u costumbres (derecho propio, sobre todo), es un grito que anuncia la defensa de prácticas autonómicas y de soberanía.

Las reconfiguraciones de las formas de organización y de relación política “hacia fuera”,  así como las formas de hacer política “hacia adentro”, a la luz de esta perspectiva, hablan más de diversidad creativa que de fragmentaciones. El asunto es cambiar la perspectiva y no partir de  que los indígenas, por su propia condición, aparecerán siempre como un cuerpo homogéneo, monolítico; al contrario: también poseen intenciones individuales, utopías, proyectos y formas imaginativas para jugar a la política y crear nuevos lenguajes con la cual comunicarla, interpretarla y vivirla.  Las fragmentaciones, así, aparecerán como procesos lógicos que confirman que la pluriversidad a la que somos proclives los humanos no puede contenerse.

 

Notas: 

[1] Uzeta, Jorge y Zárate, José Eduardo (Eds.) (2016). Los lenguajes de la fragmentación política, Zamora, Mich., El Colegio de Michoacán, 232 pp. (Col. Investigaciones). Siglas y acrónimos, bibliografía general, índice analítico e Índice toponímico. ISBN 978-607-9470-58-6.

[2] Hilario Topete Lara, Profesor-investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de antropología e Historia, correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo..

[3] La corporativización de trabajadores a que hacemos referencia es el proceso de aglutinación voluntaria o forzada en tres grandes centrales de trabajadores a las que se incorporaba el trabajador vía sindicatos y uniones,  sobre todo; ellas fueron: la central obrera Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Confederación Nacional Campesina (CNC) y la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) y la central de burócratas Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE).

 

Bibliografía:

  • GARCÍA MÉNDEZ, J. A. (2009). Chiapas para Cristo, Diversidad doctrinal y cambio político en el campo religioso chiapaneco, México, MC Editores.
  • LAMPEDUSA, G.  T. (1980). El gatopardo, Barcelona, Argos.
  • TAX, S. (1937) “The municipios of the Midwestern Highlands of Guatemala”, en L. Korsbaek, Introducción al sistema de cargos, Toluca, UAEM, 1996 (87-112).
  • UZETA, J. y ZÁRATE, J. E. (Eds.) (2016). Los lenguajes de la fragmentación política, Zamora, Mich., El Colegio de Michoacán.
  • WOLF, E. R. (2001). Figurar el poder. Ideologías de dominación y crisis. México, CIESAS.

 

Cómo citar este artículo:

TOPETE LARA, Hilario, (2017) “Crónica -y análisis- de una fragmentación anunciada. Reseña Crítica de Los lenguajes de la fragmentación política”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 33, octubre-diciembre, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 19 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1531&catid=12