En rescate del acontecimiento. Reseña de Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del Este[i]

Ilse Pozos

 

La posibilidad de revisitar los lugares de la memoria supone la reflexión y la crítica. El libro de Enrique Semo, Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del Este, justo le devuelve visita a los años en que el autor asistió a los grandes acontecimientos europeos del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los textos escritos entre octubre de 1989 y noviembre de 1990 relatan el espíritu de aquella época y nos sumergen en la vivacidad de los hechos, son una crónica contemporánea de lo que sucedía. Para muchos, como para Semo, la caída de los países socialistas forma parte de una dinámica de lo posible durante el siglo XX, para muchos otros, como es mi caso, forma parte de una historia que nos contaron a oídas los viejos revolucionarios que creían en un mundo mejor y los libros de texto que glorificaron al capitalismo como vencedor. Las generaciones nacidas después de la caída de la URSS desconocen la bipolaridad tácita del capitalismo y el socialismo, pero reconocemos la que permaneció: la de muy ricos y muy pobres. La diferencia radica en la posibilidad de creer en un mundo diferente y mejor.

La condición de producción del texto se conjuga en compás con los mismos acontecimientos que toman la escena: la incertidumbre. Las crónicas de Semo se benefician desde múltiples ángulos, ya sea la del historiador, espectador, militante, periodista, o simplemente como testigo. Todas ellas inscritas en la posibilidad y la vacilación ante el futuro. El libro transita entre distintos episodios; Enrique recorrió -con traductor a lado- desde la República Democrática Alemana, pasando por Polonia y otros países de Europa del Este, llegó a Rusia y a la región del Cáucaso, así como a Italia. La búsqueda, o la interrogante, que conduce las crónicas parece ser la misma: ¿qué pasará? Ahora sabemos que sí pasó aunque seguimos sin saber con certeza absoluta cómo o por qué pasó lo que pasó. El prólogo a la segunda edición le permite al autor, a la luz del tiempo, vislumbrar las respuestas que en ese momento parecían apresuradas. Los errores de Gorbachov, las reformas de Yeltsin, el acoso de parte de las economías de Occidente, las efervescencias nacionalistas y el ímpetu truncado forman parte de todo un manojo de personas intentando tomar la cuerda del barco del socialismo que fraguaba en la historia. “Estamos convencidos de que el derrumbe de la URSS pudo ser evitado y de que el sistema soviético podía ser reformado” (31), señala Semo desde las primeras páginas. Sin embargo, creo que lejos de la añoranza de un episodio que pudo ser diferente es importante comprender, como estas crónicas nos permiten desentrañar, la posibilidad de algo diferente, de la construcción de lo común.

El libro se articula a través de ocho apartados dedicados a sitios geográficos específicos. El primero de ellos, y uno de los más ricos narrativamente, transita entre las calles de un Berlín que le pertenecía a la gente, entre las entrevistas a nuevos perfiles políticos como era el caso de Reinhard Schult, dirigente de Neue Forum, y el voraz oportunismo de la unificación por parte de la RFA. De pronto los problemas de la democracia interna de la RDA, como señala Semo, pasaron a segundo plano cuando la unificación se impuso como gran tema. Olvidando que, a diferencia de los países del Este, la Alemania Democrática sí tenía una estructura ec  onómica productiva que quizás pudo sobrevivir. La crisis de la RDA fue una crisis social, en donde la contrarrevolución se efectuó en tanto la población cayó rendida a la seducción de las mercancías, y ahí la primera revolución inconclusa. La caída del muro de Berlín en 1989 marca a nivel visual la realidad del derrumbe de un sistema, aunque para muchos esa imagen recorría desde tiempo antes.

A diferencia de la RDA, la crisis en Polonia sí adquirió matices económicos principalmente. La onerosa deuda por alcanzar la grandeza industrial hundió a Polonia en una economía endeble susceptible a la escasez y a la estrechez por parte de sus ciudadanos, como cuentan las crónicas que escribe Semo. Mas en esa fragilidad, el populismo se ancló bajo la idea del pluripartidismo y la Iglesia se erigió como acompañante del cambio para el pueblo polaco. En este caso el autor compara el fervor religioso de los mexicanos y los polacos, aportación interesante dentro de la construcción del texto ya que las crónicas fueron escritas para el público de la revista Proceso. Es decir, hay un nexo de correlación entre el autor y el lector que nos permite, como lectores, identificarnos o vincularnos a la experiencia que sucede en el Viejo Mundo.

Era imposible no hablar de la URSS y de la Perestroika en un libro sobre el derrumbe del sistema socialista, y es quizá esa una de las razones por las que el tercer capítulo es uno de los más analíticos y menos raudo para leer. Si bien ese apartado contiene largos apellidos rusos, referencias a Congresos y múltiples cifras, vale mucho la pena recuperar la entrevista con el escritor Evgeny Evtushenko quien con gran sinceridad declaró: “Odio profundamente a los burócratas. Secretamente, en mi interior los mato o les arrojo tinta en la cara. Ha sido mi hobby desde la infancia”(128). Singular es la escena del poeta contra la burocracia cuando en el recuerdo común parece ser que fue justamente la burocratización del sistema socialista soviético la que asfixió y consumió a la URSS.

Fuera de Moscú, comienza la explosión de los nacionalismos, como llama Semo al cuarto apartado de su texto. En Armenia, M. Rukharo, vocero del Movimiento Panarmenio, presenta una oportunidad de enfrentarse al cambio con todas las contradicciones que implica. También fuera de Moscú no hay un solo marxista, como afirma Rukharo entre la comicidad del relato. Nacionalismos escudados en la bandera de la fraternidad que combatieron a las autoridades comunistas, como sucedió de igual forma en Georgia. En cada uno de estos territorios brotó un sentimiento de unidad que se resistía al poder del autoritarismo comunista, despojándose de la idea del marxismo.

El siguiente apartado, breve pero llamativo aloja la inquietud de la que eran partícipes la mayoría ante el desplome de la URSS, dedicado al Partido Comunista Italiano (PCI), el más grande e influyente de los partidos comunistas en Occidente. Semo reseña el episodio de la transición interna de las filas de PCI que llevaron a la derrota al partido frente a un referéndum, mientras Achille Occheto anunciaba el acercamiento con la socialdemocracia europea. Un año después de la crónica de Semo, el PCI ya no existiría.

Los sucesos de 1989 estallaron rápidamente y fue difícil aprehender la complejidad misma del acontecimiento, lo cierto, como escribe Semo, fue que “el año de 1989 nos hizo recobrar la universalidad de la palabra y la pluralidad de las alternativas” (185). Imagino el espíritu de 1989, como el espíritu de los jóvenes de 1968 quienes genuinamente creían que debajo de los pavimentos estaba la playa. Sin embargo debajo del pavimento no hay playa, lección dura pero contundente. Para Semo, las revoluciones de 1989 son conservadoras, ya que estas abocaron por la restauración del libre mercado y la propiedad privada, la apertura a las transnacionales y al crédito internacional, reconocían la hegemonía estadounidense, aprobaron la unidad alemana bajo el neoliberalismo, admiraron el modo de vida capitalista, la religiosidad política, el racismo y el antisemitismo. Los países del llamado bloque socialista corrían sin miramientos “en una fuga nostálgica hacia el capitalismo en crisis”.

Los últimos dos apartados comparten la intención de ubicar los episodios en una línea teórica e interpretativa. El séptimo eje se orienta al retorno de la burocracia, diferente en su disfraz a la que Evtushenko detestaba, pero al cabo la misma burocracia que atormentó a múltiples escritores como Kafka, Melville o el mismo Dostoiveski. Semo afirma que los principales sacrificados en este proceso fueron los partidos comunistas, y con ellos la idea de hacer tabula rasa brotó. La Perestroika quedó corta de alcances, la fragmentación provocó una esclerosis en la sociedad, lejos de un bloque sólido y coherente. Los préstamos económicos inundaron a los países en una visión de un capitalismo que avanzaba vigorosa y dinámicamente sin darse cuenta de una verdad. El último apartado, El otoño de los pueblos, rescata esa verdad. La idea de que “el capitalismo es un sistema injusto basado en la explotación, la subordinación de los trabajadores, la enajenación y la desigualdad”, es decir, el arrojo hacia un modo de vida consumista fue súbito y se olvidó que sobre el beneficio individual de las mercancías existe la oportunidad de crear colectivamente un mundo en dónde comprar no es el fin último ni dónde la desigualdad gobierne.

La nostalgia del pasado que los otros, los viejos, sí conocieron no debería ser el argumento para leer este libro, muchísimo menos la búsqueda engreída de seguir encontrando culpables y causas. Es la capacidad del texto de hablar en el momento, son las palabras de distintas personas recolectadas de forma azarosa, es el continuo interés del autor por ubicar en el relato no sólo a los países que se transformaban sino seguir pensando en la situación desde México, no para comparar sino para crear puntos de conexión. Esas son las razones por las que hoy en día, en 2018, deberíamos apostar por esta publicación: porque es historia viva, hecha al filo de los sucesos. Y, quizá encontremos en esa vivacidad el ímpetu y la esperanza para creer en un mundo diferente, uno más justo.

 

[i] Enrique Semo, Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del Este, Ítaca-Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2017.

 

Cómo citar este artículo:

POZOS, Ilse, (2018) “En rescate del acontecimiento. Reseña de Crónica de un derrumbe. Las revoluciones inconclusas del Este”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 35, abril-junio, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1623&catid=12