Marta Elena Casaús Arzú

 

Conocí a Ricardo hace muchos años por su estrecha amistad con Eduardo Devés Valdés, al que un día de invierno “me lo bajé de internet”. Cuando digo esto es textual. Estaba yo muy obsesionada con el papel de la teosofía en América Latina y no encontrada nada o casi nada publicado, y fue entonces cuando improvisamente, cayó a mis manos un magnífico artículo de Eduardo y el “Gran Melgar”, sobre las redes teosóficas y pensadores políticos latinoamericanas de 1910-1930,[1] que me impactó profundamente. Fue la pieza clave para comprender las interrelaciones tan profundas de una vertiente de la teosofía con el anarquismo y socialismo utópico.

A partir de allí busqué sus correos electrónicos e invité a Eduardo a dar unas conferencias en la Maestría sobre la diversidad cultural y complejidad social en América Latina que impartía en la Universidad Autónoma de Madrid.

Desde entonces, no oía otra cosa que hablar del Gran Melgar, de sus conocimientos, de su erudición, de su generosidad intelectual, de su compromiso político y un largo etcétera de atributos que me hicieron pensar lo siguiente: si a Eduardo lo bajé de internet y tenemos desde ese momento una fructífera relación académica e intelectual que nos ha proporcionado muchas satisfacciones, momentos muy entrañables de filosofar al pie de los volcanes de Antigua Guatemala y nos ha permitido tejer extensas redes intelectuales entre América Latina y Europa ¿cómo no voy a conocer a Ricardo después de haber escuchado tanto de él?

De modo que me dispuse a hacer un viaje exprofeso a México para conocerle y así lo hice. A pesar de saber que ya tenía uno de sus primeros cangrejos, palabra original con el cual él se refería a sus múltiples cánceres, fuimos un amigo y yo, como si se tratara de un peregrinaje para conocer a un gurú; por lo cual íbamos un poco asustados, entre temor, respeto y un poco de vergüenza por nuestro descaro e insensatez.

Recuerdo que nos invitó a un restaurante inmenso de comida mexicana y lo primero que nos impresionó fue su porte, grande, fuerte y afable¸ pero lo que nos impactó, a primera vista, fue su humanidad y generosidad intelectual y su fino sentido del humor. Cuando nos pusimos a charlar con él, en esta primera entrevista, nos dimos cuenta de su gran erudición y del manejo profundo de todos los temas que tocábamos. Era como una enciclopedia, pero esa erudición no iba para nada acompañada de pedantería o de una suficiencia intelectual –como en el caso de otros muchos colegas y amigos que, a la media hora ya no sabes cómo hacerles callar– sino que hablaba con una profunda humildad y sencillez, que es quizás lo que más nos llamó la atención tanto de él como también de su compañera, amiga y esposa Hilda, a la que adoró hasta su último aliento y la acompañó con respeto y devoción hasta su último adiós.

A partir de entonces nunca dejamos de comunicarnos y de mantener una estrecha relación de amistad y, por mi parte, de veneración, porque me di cuenta de que Eduardo se había quedado corto al hablar de él.

Ricardo Melgar
Imagen 1. Ricardo Melgar.
Estancia de investigación en la Universidad Autónoma de Madrid, 2006.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, Cuernavaca, Morelos, 2015
Imagen 2. Hilda Tísoc y Ricardo Melgar, Cuernavaca, Morelos, 2015
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Tan pronto hablaba de antiimperialismo como de anarquismo y de movimiento obrero o de las guerrillas centroamericanas, pero visto desde una óptica totalmente diferente a las del resto de sus colegas; no desde una perspectiva triunfalista y exageradamente utópica ni desde el derrotismo y la crítica feroz a los movimientos revolucionarios, sino desde la óptica subjetiva y humana de: cómo pensaban, cómo vestían, cuál era su percepción de la vida y la muerte; cuál era su martirologio y el manejo de aquellos lemas por los cuales luchaban, vivían y morían.[2] Tal vez, por hacerle una crítica podría decir que le faltó retratar un perfil sobre cuál era la óptica de los guerrilleros centroamericanos sobre las mujeres que siempre fue enormemente machista y utilitarista pero, bueno, tal vez eso es un asunto que solo las mujeres podemos percibir.

Su contribución en la investigación sobre el anarquismo y sobre todas las revistas libertarias que se publicaron en México es notable. Prueba de ello son los congresos que él y sus colegas organizaron en torno a la importancia invisibilizada, en buena parte, del papel que el anarquismo latinoamericano jugó en relación con otras problemáticas fundamentales como el agrarismo y el antiimperialismo, junto con otros movimientos emancipadores de la época.[3]

Sin duda uno de sus mejores aportes fue la reconstrucción de la Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA), una de las redes intelectuales más importantes que luchó contra el imperialismo en toda América Latina y que, a la par de la teosofía, jugó un papel fundamental en todos los movimientos emancipadores de la región y sirvió de vehículo para la formación de una amplia red antiimperialista en donde confluían varias tendencias, entre ellas las anarquistas y espiritualistas.[4]

Cada vez que leía sus trabajos y sus investigaciones me daba cuenta de lo enormemente ignorante que era yo en tantos temas; sobre todo acerca de la enorme interrelación de movimientos tan dispares y contradictorios, como podrían ser el anarquismo y la teosofía –que yo, a pesar de que lo intuía, nunca me hubiera atrevido a afirmarlo sin haber leído sus trabajos y haberme apoyado en sus investigaciones– que sin embargo, él no tuvo nunca ningún reparo en decirlo, en pensar o escribir sobre temas polémicos, muchas veces “políticamente incorrectos”, con naturalidad y fundamento que le hicieron digno de respeto, admiración y referencia intelectual, moral y académica; por eso se convirtió para muchos de nosotros en un gurú de las ciencias sociales. Aunque en ningún momento, él tuviera la intención de que lo fuera, y mucho menos de ejercer ese rol. Sin embargo, para todos nosotros/as era como un padre intelectual al que podíamos acudir sin sentirnos molestos o preocupados por lo que él pudiera pensar. Y es que el “Gran Melgar” lo que más disfrutaba era con una buena conversación e intercambio de ideas acompañado de un buen vino y rodeado de sus amigos/as.

Otra de sus pasiones u obsesiones era la divulgación del conocimiento a nivel popular, y siguiendo buena parte de las estrategias de los teósofos, anarquistas y socialistas libertarios de los años 20 y 30 –quienes utilizaban el panfleto, la soflama y el artículo corto y divulgativo– fue fundador y editor de la revista Pacarina Sur, Revista de Pensamiento Crítico Latinoamericano y de unas cuantas revistas más en las que colaboraba y escribía sobre todo aquello que podía ser polémico o servir para crear una conciencia crítica del momento en que nos había tocado vivir. Pacarina fue un referente para toda la izquierda latinoamericana y fue una de las revistas que gozó de mayor audiencia y credibilidad de toda la región por su espíritu abierto y su talante plural e interdisciplinario. Sin duda, su editor y su equipo le imprimieron ese sello de calidad y de compromiso con la realidad latinoamericana.

Recuerdo tres momentos en nuestra relación que marcaron un antes y un después en mi vida académica, personal e intelectual.

El primero fue sin duda cuando nos conocimos y la cantidad de dudas y caminos de investigación que abrió para desarrollar con fundamento mi libro de redes intelectuales centroamericanas,[5] pero sobre todo para desentrañar el pensamiento teósofo-vitalista y anarquista de Alberto Masferrer, del que nunca me hubiera atrevido a afirmar su filiación sin su soporte y fundamentación intelectual.

El segundo, fue una conferencia que pronuncié en la UNAM y CIALC, a la que le invité a asistir y que, a pesar de que había tanta gente en esa conferencia, solo me sentía cohibida por su presencia y por lo que ese hombre erudito podría pensar o decir de la conferencia. Cuando terminé realizó una disquisición tan bella, tan apropiada y con tanto fundamento que pensé ¿cómo no se me había ocurrido pensarlo de esta forma?

Después de la conferencia me llevo a su casa de Cuernavaca con su nueva compañera de vida, Marcela, y con personas fundadoras de Pacarina Sur, con las que compartimos un almuerzo delicioso y, al final, me hicieron bailar flamenco, porque otra de sus pasiones era la música y el baile.

Y el tercero, fue haber participado en 2019 en uno de sus últimos seminarios internacionales, Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, organizado por él con un enorme esfuerzo y sin fondos para cubrir los gastos de su organización o para la estancia de todos sus invitados. Sin embargo, acudimos todos nosotros, sin ningún reparo, porque era un honor estar con él y con todos sus amigos. Resultó, como era de esperar, un congreso enormemente interesante y novedoso, por la forma en que estaban organizados los paneles y las discusiones y en el cual, a pesar del abanico tan amplio de las temáticas y de las disciplinas abordadas, pudimos observar los múltiples temas de su interés y dedicación y la vocación interdisciplinar que siempre le caracterizó.

Ricardo Melgar y Marta Casaús
Imagen 3. Ricardo Melgar y Marta Casaús.
Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Ricardo Melgar, Marcela Dávalos, Marta Casaús y Eduardo Devés
Imagen 4. Ricardo Melgar, Marcela Dávalos, Marta Casaús y Eduardo Devés.
Clausura del Primer Seminario Internacional Diálogos entre la Antropología y la Historia Intelectual, CDMX, 19 de septiembre de 2019.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

Especialmente entrañable fue la última cena que compartimos en casa de su compañera Marcela Dávalos, con unos quince amigos/as, todos alrededor de una mesa con buen vino y buena conversa, que nos hizo quererle y admirarle cada vez más, porque era capaz de compartirlo todo, no solo su bagaje intelectual, sus fuentes de investigación, sus conocimientos, sino a su grupo de amigos y allegados íntimos. Sin duda, comprendí por qué siempre nos habíamos sentido tan cómodos junto a él. Ambos compartíamos la idea de que el papel del intelectual comprometido con su realidad no solo era brindar a otros más jóvenes nuestros conocimientos o estrategias de investigación y nuestras fuentes sin ningún reparo sino también brindarles la posibilidad de compartir nuestras redes sociales, de amistad e intelectuales para que pudieran aprovechar ese caudal de vida, de energía y de alegría, además de sus conocimientos.

Así era el Gran Melgar y así nos enseñó a ver la vida, a entender el conocimiento y el compromiso del intelectual, uniendo el saber y la práctica, y nos incentivó a luchar siempre por la verdad y la justicia, además de comunicarlo y compartirlo con tus colegas y amigos alrededor de una mesa con un buen vino.

Termino con un bello párrafo de una de sus múltiples cartillas vitalistas con las que solía brindarnos el año nuevo, sus cartas decembrinas.

 

Deseo, a propósito, que sea triste, no todo el año, sino apenas un día. Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, la risa habitual es sosa y la risa constante insana.

Deseo que descubras, con la máxima urgencia, por sobre todo, que existen oprimidos, maltratados e infelices, y que están a tu lado.

Deseo también que oigas el canto de un pájaro, te despiertes triunfante con su canto matinal, porque, así, te sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y acompañes su crecimiento, para que sepas de cuántas muchas vidas está hecho un árbol […].[6]

 

Así era Ricardo con sus amigos y amigas.

Ricardo Melgar, agosto de 2014
Imagen 5. Ricardo Melgar, agosto de 2014.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

 

Notas:

[1] Melgar Bao, R. y Devés Valdés, E. (1999). Redes teosóficas y pensadores políticos latinoamericanos 1910-1930. Cuadernos Americanos, 6(78), 137-152.

[2] Melgar Bao, R. “Redes, prácticas y representaciones del exilio aprista en México: 1934-1940” (mimeo). Así como: El cominternismo intelectual: Redes y prácticas político-culturales en América Central 1921-1933 (2010). En: Casaús, M. E. (coord.). El Lenguaje de los ismos: Algunos conceptos vertebradores de la modernidad en América Latina, F & G Editores, 297-330.

[3] Melgar Bao, R. (2016). El Zapatismo en el imaginario anarquista norteño: Regeneración 1911-1947 (2 vols.). INAH (compilado por Perla Jaimes Navarro y Luis Adrián Calderón).

[4] Vease: Melgar Bao, R. (2008). The Anti-Imperialist League of the Americas between the East and Latin America. Latin American Perspectives, 35, 9-24.

[5] Casaús, M. E. y García, T. (2009). Las Redes intelectuales centroamericanas: Un siglo de imaginarios nacionales. 1820-1920. F & G Editores.

[6] Correo electrónico de Ricardo Melgar. Lunes 26 de diciembre de 2006.