Alonso Pelayo

 

Conocí a Ricardo y a Hilda cuando nos inscribimos los tres en los posgrados de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México a mediados de los setentas. Eran tiempos de que destacaba la presencia de exiliados provenientes del Cono Sur; eran profesionistas que llegaban y se quedaban en nuestras universidades, tiempos de las teorías del “subdesarrollo y la dependencia”, de leer a Marini, Dos Santos, Gunder Frank y tantos otros no tan famosos que se quedaron entre nosotros.

En los seminarios que Leopoldo Zea coordinaba semanalmente en el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), Ricardo Melgar y Horacio Crespo destacaban entre una docena de participantes, en su mayoría extranjeros recién llegados, por sus conocimientos de la región latinoamericana. Sin embargo, fuera de lo académico, a Ricardo le entusiasmaba mucho el análisis de la situación internacional que, por aquel tiempo, se decía, ocupaba un lugar central en el análisis político: era la “contradicción principal”. Las posiciones geopolíticas de izquierda a favor de China o de Albania estaban fuera de mi comprensión (yo también acababa de llegar, pero de la provincia, del norte de México, y me sentía prácticamente extranjero (e ignorante) en la capital y más en la geografía latinoamericana.

Ricardo tenía la personalidad de un mentor, tanto en la vida académica como en la política, y traía entre dedos a Mariátegui, Mella y Recabarren. Su interés político estaba fuera de los partidos políticos y dentro de los movimientos de masas que seguía muy de cerca. Yo que venía con la idea, a sugerencia familiar, de acercarme a Heberto Castillo y al Partido Mexicano de los Trabajadores, me quedé con el Ricardo mentor para vivir la experiencia que marcaría mis posteriores vivencias políticas.

Ciudad de México, 1977
Imagen 1. Ciudad de México, 1977.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc.

El clima político del país era un poco radical, el manto electoral estaba todavía lejos de cubrir las aspiraciones de los más jóvenes. Así que no tardamos en enfrascarnos en aventuras que muchos años después (en 2014) Ricardo evocaría como locuras de juventud: “Un loco suelto como yo que se había juntado con un joven impetuoso y desarraigado como tú”, para tratar de armar una célula urbana en apoyo a una organización de Morelos. En este tiempo le nació su vocación por la compra de libros, revistas y materiales que buscaba afanosamente en las librerías de viejo sobre el movimiento obrero latinoamericano y que terminaría otorgando para su custodia a una universidad del norte.[1] También fue en este tiempo que Ricardo manejaba al dedillo el modelo leninista de la organización clandestina recomendado en la “Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización”.[2]

Fue un tiempo que disfrutamos mucho. Pudimos acompañar la actividad académica del posgrado con la actividad política en la gran Ciudad de México. Éramos jóvenes con mucha y a la vez poca conciencia del terreno que estábamos pisando (al menos yo). El abismo semiclandestino nos absorbía tanto que nunca medimos las consecuencias de lo que hacíamos, hasta que un día en el trolebús, en el trayecto de Félix Cuevas a Nativitas, que separaba nuestros departamentos, Ricardo me avisó que era hora de separarnos y terminar con todo eso. Y así, sin preguntar nada, me regresé al norte. Luego me embarqué a Nicaragua a vivir la aventura sandinista desde las aulas del recinto Rubén Darío de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y vine a terminar mis estudios 20 años después, cuando Ricardo ya había sido funcionario del Colegio donde, junto con Hilda, nos conocimos.

Yo me hubiera querido integrar a los partidos de izquierda, pero quedé un tiempo como asustado por la experiencia. Se impulsaba un clima electoral y pude haberlo hecho. Ricardo, en cambio, hizo todavía un buen intento, junto a otros compañeros, al involucrarse con un grupo de veteranos que se había separado del Partido Comunista Mexicano (PCM), a tratar de reunificar la experiencia de importantes líderes de masas de la ciudad de México y de provincia.

Lo que cuento de Ricardo en México refiere solamente a su trayecto de estudiante de maestría en el CELA, de 1977-1979. Después él se iría consolidando como investigador y conferencista, algo que naturalmente se veía venir por su extraordinaria dedicación y compromiso y por el esmerado apoyo que Hilda, su inseparable compañera, siempre le brindó. Hablo de cuando ellos, recién desempacados del Perú, y yo nos dedicamos a estudiar y a explorar la actividad política en la capital de México. Luego de esta etapa, la actividad comercial me llevó a mí por otros caminos.

Ricardo Melgar y Alonso Pelayo a principios de 1980
Imagen 2. Ricardo Melgar y Alonso Pelayo a principios de 1980.
Fuente: Archivo familiar Melgar Tísoc

El empeño de congregar a Rubelio Fernández, Edelmiro Maldonado, Tereso González y Camilo Chávez, fue un esfuerzo serio e importante de varios compañeros, entre ellos Ricardo. Eran veteranos con experiencias concretas de lucha. Formaron parte del PCM (menos Rubelio, creo) y habían sido expulsados a principios de los sesentas; se congregaron en la Ciudad de México e iniciaron un proceso de redefiniciones. Creían firmemente en la tesis de la reconstitución del PCM. Sin embargo, las tentaciones fueron muchas y ese proyecto se vino abajo. La Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (1982) tentó a los más jóvenes; querían representaciones, candidaturas y los veteranos les dijeron que había que participar, pero no olvidar lo demás. Un suceso lamentable, me dijo Ricardo: “resintieron las cortapisas de quienes querían únicamente el registro electoral”. Los veteranos murieron muy poco, después salvo Rubelio. Toda esa documentación está en los materiales que Ricardo envió a la biblioteca de la Universidad de Ciudad Juárez.

La reforma política empezó a cambiar los ánimos de la vieja escuela, así que empezamos a mirar hacia afuera, hacia Centroamérica. Nada más alejado de nuestros ideales que la promesa de integración de la reforma electoral. Ricardo mantuvo todo este tiempo sus convicciones, no cambió de idea ni con la 4T, a la que yo finalmente me medio integré, como para no dejar pasar tan importante evento. Yo le habría dicho que este era el último bus que podíamos abordar y él, tan extraordinario como siempre, se quedó callado.

Ciudad Juárez, 29 de septiembre de 2020.

 

Notas:

[1] [N. E.]: El Fondo Ricardo Melgar Bao puede consultarse en el área de Colecciones Especiales de la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México.

[2] La carta, escrita en septiembre de 1902 fue publicada en la colección Obras Completas de la editorial soviética Progreso en 1981.

 

Referencias bibliográficas:

  • Lenin, V. I. (1981). Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización. En Obras completas (vol. 7, pp. 7-26). Editorial Progreso.