Cambiemos ¿Emergente coyuntural o nueva opción conservadora?

Cambiemos. Emerging conjunctural or new conservative option?

Cambiemos. Emergente conjuntura ou nova opção conservadora?

José Miguel Candia

 

No es fácil, en el espacio de la  política, pasar del ámbito local a la esfera nacional y menos aún competir por los cargos de máxima responsabilidad en la gestión pública. Ese difícil equilibrio entre “particulares” y “universales” no se resuelve con la sola invocación de urgencias y problemas no atendidos. El enunciado que hace referencia a deudas históricas y pendientes sociales de larga data, suele ser eficaz para visibilizar demandas postergadas y rezagos nunca atendidos. Sin embargo, los caminos para vincular lo local con el interés general, no son de transito sencillo.

Habitualmente quienes brillan con luz propia en los escenarios locales, tienen dificultad para construir un perfil de proyección nacional si no logran el respaldo de las estructuras partidarias con arraigo en la mayoría de los distritos electorales. Tal vez por eso, la emergencia del alcalde de la Ciudad de Buenos Aires,  Mauricio Macri, como candidato a la presidencia de la república en 2015, generó todo tipo de especulaciones y debates. Observadores y analistas políticos, académicos, periodistas especializados y militantes de fuerzas partidarias, pasaron del asombro y la burla disimulada, a la reflexión y búsqueda de razones y argumentos de peso para explicar el sorprendente escenario electoral de ese año.

Bajo estas condiciones, el triunfo de la alianza Cambiemos en las elecciones presidenciales del 22 de noviembre de 2015, sorprendió a algunos, desconcertó a otros y abrió justificadas expectativas en un sector importante del electorado y de los agentes económicos dominantes. El acuerdo de tres fuerzas políticas resultó una grata sorpresa para más de un votante desorientado o dispuesto a sufragar a favor de una opción política que compitiera con el frente gobernante. Dos de las fuerzas que confluyeron en Cambiemos son de reciente aparición y muy acotadas en términos territoriales,  Propuesta Republicana (PRO) promovido en la Ciudad de Buenos Aires por el propio Macri y con registro desde 2005 y la Coalición Cívica (CC), una iniciativa de la dirigente Elisa Carrió que data del año 2002 - como Alianza para una República de Iguales- y del 2009 con el nombre actual. A este primer acuerdo, hay que sumarle el más que  oportuno añadido de un partido centenario y de presencia nacional, la Unión Cívica Radical (UCR). De la mano del dirigente Ernesto Sanz, la Convención Nacional de la UCR, celebrada en la ciudad de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, en marzo de 2015, entendió que la única alternativa para recuperar la presencia electoral perdida en la debacle del 2001, era sellar el acuerdo propuesto por el PRO de Macri y la CC de Elisa Carrió.

La coalición resultante de estas tres fuerzas, generó el espacio óptimo para dar la batalla electoral y desplazar al conglomerado de perfil “nacional-popular”, y de matriz peronista, que sostuvo los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. El PRO y la Coalición Cívica, aportaron los contenidos ideológicos y el tono discursivo que define a la nueva derecha, economía de libre mercado, aparente “neutralidad” ideológica y exaltación de las libertades individuales. Estos componentes la ponen en sintonía con los organismos financieros internacionales y la ubican en la misma frecuencia que transitan las diversas expresiones del conservadurismo internacional. Por su lado, la UCR diluyó sus aportes doctrinarios pero ofreció una vasta estructura territorial sin la cual es difícil cubrir la mayoría de los distritos y asegurar una competencia electoral exitosa.

Elisa Carrió
Imagen 1. Elisa Carrió. www.eldisenso.com

En un espacio menos amigable, el candidato del Frente para la Victoria (FpV) Daniel Scioli –una especie de hijo no deseado de Cristina Kirchner– quedó envuelto en una maniobra en pinzas de la que no supo o no pudo salir. Para bien y para mal, era el candidato de la herencia de doce años de gestión kirchnerista y debía responder ante sus votantes, por la defensa de los muchos logros que en materia de políticas sociales llevaron adelante Néstor y Cristina Kirchner y al mismo tiempo – y este era el mayor desafío -  fingir olvido, eludir o afrontar aquellos episodios que asomaban amenazantes en cada mesa de discusión política. Es sabido, en las campañas electorales no hay clemencia con el adversario y abundan los golpes bajos, y recordemos que para esas fechas, resultaba difícil esconder algunos episodios preocupantes que mostraban malos manejos de los recursos públicos y conductas censurables o bien, poco transparentes, de ciertos funcionarios de la primera línea del gobierno. Así las cosas, la propuesta de Cambiemos y la figura de su candidato, se robustecieron a partir de las fisuras que mostró el edificio kirchnerista. Por el contrario, Scioli remaba contra-corriente y pagaba tributo a cierto desapego de las autoridades nacionales con su campaña, precisamente quienes debían apoyarlo lo miraban con algo de indiferencia y lo abandonaban a su suerte. La marcada gravitación de la figura de Cristina Kirchner y la pronunciada centralidad de su liderazgo, dejaban poco lugar para la construcción de una conducción política alterna, que fuera capaz de tomar el relevo y continuar con la obra iniciada en el año 2003 durante la presidencia de Néstor.

De la mano del asesor Jaime Durán Barba y con el apoyo nada disimulado de los grandes medios, la campaña de Cambiemos llevó el eje del debate y la confrontación con los candidatos del FpV, al terreno de los valores culturales más ligados al sentir del ciudadano de a pie: honestidad, transparencia, rendición de cuentas. Un terreno en el cual el kirchnerismo caminaba con desventajas y con la carga adicional de varias asignaturas pendientes. Después de doce años de gobierno es difícil explicar irregularidades o malos manejos presupuestales, como quien pasa de costado y sin haber visto nada. Fue precisamente, en ese espacio, donde el candidato Macri contó con un auditorio dispuesto a escuchar una propuesta de gobierno que rompía con el relato dominante y sonaba seductor a los oídos del votante. Así se pasó – en el discurso de Cambiemos - del actor que se reconoce en lo “popular” a los ciudadanos que se identifican como votantes y no como “militantes”; de la crítica a los poderes económicos y a los grandes medios (adquirió especial virulencia la pelea de Cristina con el corporativo Clarín) a la “confluencia y entendimiento” entre los agentes sociales; de las consignas que confrontan y excluyen al desideologizado “si se puede”, incluyente, optimista y festivo; del bombo plebeyo y la ocupación de la plaza pública, al ciudadano que reclama derechos y exige respeto porque paga impuestos (Miño, 2018).

El relato de Cambiemos también alteró las prioridades en el espacio de los referentes simbólicos. Un aspecto, que tal vez resulte el más relevante del nuevo discurso neo-conservador, fue el tránsito de los grandes significantes – patria, pueblo, historia, héroes populares – a ciertos anclajes leves o menos densos, pero muy arraigados en amplias franjas de la población: libertades públicas, iniciativa individual, diversidad política, tolerancia. Qué sentido tiene celebrar la gesta de la Vuelta de Obligado (1845) contra ingleses y franceses, o anudar acuerdos con los organismos de derechos humanos, cuando el gobierno focaliza su convocatoria en el ciudadano que trabaja y tributa y en el vecino, que recibe al presidente y abre la puerta, porque suma voluntades para solucionar problemas cotidianos. Queda claro entonces, que si el “populismo” kirchnerista produjo una grieta entre los argentinos, el gobierno de Macri tiene la misión histórica de cerrar la herida y convocar a la encomienda de superar viejos antagonismos.

Gabriel Vommaro (2018) sintetizó, con notable precisión, la carga ética que el macrismo desplegó durante la campaña y los objetivos de restauración moral que estaba dispuesto a aplicar desde el gobierno. En palabras del propio autor: “Cambiemos llegó al poder para salvar al país de ser como Venezuela. Hay buenas razones para creer que la economía y la política argentinas se parecen poco a las del país del Caribe, pero los temores sociales suelen fundar sólidas motivaciones para la acción. El discurso de la salvación expresa la tradición argentina de ruptura con el pasado inmediato, como lo fueron el neoliberalismo menemista para el kirchnerismo y el caos alfonsinista para el menemismo. En todos los casos, las continuidades se soslayaron en pos de una sobreactuación de las rupturas”.

Al quedar planteada la disputa electoral  en estos términos ¿cuál era el espacio en el que se condensaba la propuesta que podía dar batalla y desplazar al populismo beligerante de los Kirchner? La vista del votante se dirigía, casi naturalmente, hacia el referente que, hasta por el nombre, constituía una alternativa opositora adecuada para terminar con más de una década de hegemonía de los “K”. Cambiemos adoptó la liturgia de los partidos conservadores que se exhiben en el escenario político, con una oferta centrada en el afán modernizador y el impulso de un espíritu festivo y conciliador. Los globos amarillos y el papel picado recuerdan las grandes convenciones de los republicanos y demócratas en Estados Unidos, la moderación en las consignas, que parecen no tener destinatarios con los cuales confrontarse, se acercan al marco enunciativo de los partidos conservadores europeos de la segunda posguerra. Si no hay enemigo partidario con el cual pelear, el concepto de unidad nacional se impone por encima de las consignas sectoriales, en todo caso el enemigo a vencer resulta un tanto intangible, ya que no se corporiza en la plaza pública. Se trata, entonces, de  poner la casa en orden y disciplinar aquellas variables que pueden afectar la marcha del conjunto de la sociedad: inflación, impuestos, gasto público, paridad cambiaria, tarifas de los servicios básicos, seguridad, rezago social (Tereschuk y Freibrurn, 2018).

La exaltación del esfuerzo individual y del espíritu emprendedor, dibujan al actor social que adquiere centralidad en el discurso y asume un papel relevante en la construcción colectiva. La figura ejemplificadora del “trabajador meritocrático”, de acuerdo a la acertada definición de José Natanson (2017) y la jerarquización de los valores que componen la cultura del trabajo, explican el interés del gobierno macrista en reiterar que el rol del Estado, es el de generar las condiciones que posibiliten la igualdad de oportunidades, sin que sea necesario modificar, sustancialmente, la distribución del ingreso ni se requiera afectar las ganancias del gran capital. La supresión de las retenciones al sector agropecuario exportador y a las mineras, fueron el primer sinceramiento del presidente Macri sobre un tema espinoso y del que tenía que salir bien librado: su relación con los agentes económicos dominantes.

Cabe ahora formular una pregunta que desvela a politólogos, analistas y dirigentes políticos y sociales: ¿Es Cambiemos la expresión de cierto conservadurismo destinado a perdurar y sentar las bases de un capitalismo argentino moderno y competitivo?

Hugo Moyano
Imagen 2. Hugo Moyano. www.lasintesis.com.ar

 

¿Una alternativa conservadora con vocación histórica?

La victoria en el terreno cultural es de los logros más aquilatados por el gobierno del presidente Mauricio Macri. De innegable eficacia el discurso de esta nueva derecha posibilitó resolver con  éxito los dos compromisos electorales en los que participó: las elecciones presidenciales de noviembre del 2015 y la contienda del 22 de octubre del 2017 para renovar el Poder Legislativo. Ganó la presidencia por un margen apretado de poco más del uno por ciento pero arrasó, en lo que pareció un plebiscito, las elecciones de medio camino. Un país pintado de amarillo, con éxitos resonantes en distritos electorales como la provincia de Buenos Aires, bastión histórico del peronismo, despejaron algunas dudas y potenciaron preocupaciones a derecha e izquierda del gobierno.

La triunfal presencia de Cambiemos en el escenario político  parece haber resuelto un desafío histórico de la derecha argentina desde la aparición del peronismo en 1945: la dificultad de los poderes económicos más concentrados para expresar en el ámbito político-electoral el predominio que ejercen en la esfera productiva. Este debate, que adquirió particular relieve a principios de los años setenta –  bien sistematizado por el sociólogo Juan Carlos Portantiero - daba cuenta de un hecho confirmado por las vicisitudes de la vida institucional, la derecha económica no tenía un correlato partidario confiable como para competir electoralmente, y asegurar su hegemonía, frente a los brazos políticos que expresaban al conglomerado “nacional-popular”.

Al respecto, es oportuno hacer un poco de historia y repasar el perfil político de los mandatarios que accedieron al poder, por la vía electoral, a partir de 1955, año del derrocamiento del gobierno constitucional del general Perón. El origen partidario de los presidentes ilustra lo que decimos. En 1958 juró como presidente Arturo Frondizi de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) una escisión de la vieja UCR; en 1962 se designó como presidente interino a quien era senador, José María Guido, de la misma procedencia política. Las elecciones de 1963 – con el peronismo imposibilitado de presentar candidato – consagraron como titular del Poder Ejecutivo, al candidato de la UCR, el médico cordobés Arturo H. Illia. Después del proceso dictatorial (1966 - 1973) el regreso a la democracia en 1973, dio lugar a dos elecciones presidenciales que pusieron en la Casa Rosada a Héctor Cámpora del Frente Justicialista y poco después, en septiembre de ese año, al jefe histórico del más importante movimiento popular argentino: Juan Domingo Perón. El golpe de Estado de marzo de 1976 canceló la vida política y postergó los procesos electorales. Siete años después se regresaba a la normalidad institucional y se reestablecían las actividades políticas.

Con el regreso de la democracia en 1983, las divisas partidarias de los candidatos triunfantes se volvieron a repetir: Raúl Alfonsín (UCR, 1983); Carlos Menen  (Peronista, 1989 y 1995); Fernando de la Rúa (UCR, 1999); Eduardo Duhalde (Peronista, 2002); Néstor Kirchner (Peronista, 2003); Cristina F. de Kirchner (Peronista, 2007 y 2011). Hasta el año 2015 - sin considerar los mandatarios de facto surgido de golpes de Estado - la alternancia sólo se produjo entre las dos fuerzas históricas mayoritarias. El triunfo del candidato de la coalición Cambiemos en las elecciones del 22 de noviembre de ese año, abrió un sugestivo paréntesis en un escenario bipartidista que abarca casi 70 años (1946 – 2015). Javier Zelaznik (2017) ofrece un análisis detallado de este derrotero  electoral y de la real dimensión del papel protagónico que adquirió un invitado que ingresó por la ventana y casi en puntas de pie, y se adueñó de la fiesta.

En esta misma línea, otras lecturas del proceso abierto con la llegada de Macri al gobierno, enfatizan la relevancia de la contundente victoria registrada en las elecciones de medio camino. Para entender la importancia del triunfo macrista, es oportuno citar la definición de Alejandro Grimson (2017): “Los resultados de las elecciones legislativas del 22 de octubre marcan que estamos viviendo el cuarto ciclo político desde 1983: es el ciclo macrista. Cambiemos se queda con los cinco distritos más poblados del país y con un total de 13 provincias. […] Cambiemos ha recibido un respaldo electoral cuya relevancia política no puede menospreciarse. ¿A qué se debe este logro tan significativo? […] El macrismo ha logrado que, a pesar de los resultados económicos, exista un alto nivel de expectativas. Su capacidad de comunicación y la concentración mediática han sido apoyos cruciales. Sin embargo, de ninguna manera han sido el único factor.”

Este mismo autor ofrece otro elemento valioso, afirma que el espacio creado por Cambiemos ocupa, por derecho propio, un nuevo ciclo político en el proceso democrático abierto hace 34 años (1983 – 2017). En las propias palabras de Grimson: “…tanto el alfonsinismo como el menemismo y el kirchnerismo lograron prolongar su poder encabezando la dirección política de fuerzas relativamente heterogéneas, en combinación con la fragmentación de la oposición. Eso es lo que está logrando en este momento el macrismo, que ya se erige como el artífice del cuarto ciclo (cursivas nuestras)”.

En algunos círculos pensantes – fundaciones sostenidas por los grandes corporativos y centros intelectuales de la derecha política - la victoria de Mauricio Macri no fue recibida con un cómodo “misión cumplida” y hasta aquí llegamos por haber puesto fin al ciclo de los “K”. Por el contrario, ciertas usinas encargadas de alimentar el proyecto conservador, iniciaron poco después del 10 de diciembre de 2015, la tarea de gestar una formulación política de largo alcance. Dicho en otras palabras, el resultado electoral favorable para un candidato y una alianza política que no provienen de ninguno de los dos movimientos históricos – radicalismo y peronismo – además de romper el bipartidismo tradicional, tiene potencialidades que exceden los desafíos puramente coyunturales. Se trata, por lo tanto, de consolidar y darle proyección, a una nueva hegemonía tomando como referente al sostén que ofrecen las bases sociales que le dieron su voto en dos ocasiones y sin tener que pagar tributo ni a la Unión Cívica Radical ni al Partido Justicialista. Hasta aquí la intención no parece descabellada y las dirigencias corporativas y políticas comprometidas con el gobierno abonan en esa dirección. Si Mauricio Macri no es Carlos Menem ni Fernando de la Rúa, el objetivo histórico de su mandato debe tener, casi por definición,  proyecciones más ambiciosas que el simple ordenamiento de variables económicas que se salieron de cauce.

A dos años de gestión  (diciembre 2015 – diciembre 2017) la construcción de un espacio de representación social propio y con ciertas pretensiones de largo plazo, camina por andamios resbaladizos. En el plano de la resolución de los pendientes políticos, el gobierno afrontó, con relativo éxito, algunas tareas de fuerte impacto mediático. Hay que admitir, que ciertas acciones como la depuración del Poder Judicial y el encarcelamiento de un numeroso grupo de exfuncionarios de la anterior gestión - una ofensiva jurídico-política que recuerda las persecuciones contra el peronismo después del golpe militar de 1955 - gozan de un significativo respaldo en segmentos importantes de la sociedad. Estas políticas se fortalecieron con el cerco policial sobre algunos bastiones del narcotráfico en barrios marginales y el ataque a las redes de líderes locales que controlan importantes espacios de comercialización de productos de consumo masivo. La intervención policial en el enorme mercado popular conocido como “La Salada”, fue tema para todos los medios durante varias semanas.


Imagen 3. http://www.lanuevacomuna.com   

En buena medida, el gobierno actúa sobre una especie de consenso pasivo, o de acuerdo tácito con una sociedad que le refrendó su apoyo en las elecciones legislativas del 22 de octubre de 2017. Esta aceptación implícita explica el espacio con el que contó el gobierno para poner en marcha una operación política de mayor calibre, instrumentada a dos puntas: por un lado las iniciativas presentadas en el Congreso con el propósito de modificar el sistema previsional y ajustar aspectos clave del régimen impositivo. El recorte en el monto de las jubilaciones y pensiones mediante la aplicación de una nueva fórmula de cálculo, representa una transferencia significativa de recursos en favor del capital y la reducción de los ingresos de la población pasiva, de manera colateral, también afecta la base contributiva destinada a las obras sociales que administran los sindicatos. La otra pata de la ofensiva gubernamental es la propuesta de aplicar una  Reforma Laboral con el fin de desregular  los mercados de trabajo y establecer una normativa flexible para las negociaciones obrero-patronales.

Con cierta antelación, pero  de la mano de esta iniciativa, el gobierno redobló el cerco sobre las dirigencias sindicales cuya gestión se asociaba a desfalcos, privilegios y corruptelas. Como parte de esta operación mani pulite se ordenó la detención de Omar “El Caballo” Suárez, líder del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU). Fue un anuncio de que el gobierno ligaba el tema del combate a las “mafias”, con el desplazamiento de una camada de representantes gremiales que nació y se consolidó, al amparo del régimen laboral heredado del peronismo.

Hacia finales de 2017 cayeron en poco tiempo, dos líderes del sindicato de los obreros de la construcción, Juan Pablo “El Pata” Medina de la seccional La Plata y Humberto Monteros, de Bahía Blanca. En enero de 2018 fue detenido en el centro turístico de Punta del Este, Marcelo Balcedo, dirigente del sindicato que afilia a los trabajadores de la educación de la provincia de Buenos Aires. En la última semana de ese mes se inició la escalada  contra un líder de mayor gravitación gremial y fuerte peso político en las filas del peronismo. El procesamiento penal de Hugo Moyano, líder del poderoso sindicato de choferes de camiones, representa para el gobierno, un cierre a toda orquesta. El fin de esta versión criolla de Jimmy Hoffa,  contribuiría a consolidar la imagen de un presidente que ha colocado en el centro de su política  la lucha contra la corrupción y las mafias.

Si bien los réditos políticos de estos actos “efectistas” oxigenan y dan impulso a la ofensiva gubernamental, los muy escasos logros en materia económica cierran los espacios que se logran con el acoso jurídico de Cristina Kirchner y de los dirigentes sociales más díscolos. En poco más de dos años el gobierno no puede lucir ni brotes verdes, ni lluvia de inversiones, ni reducción de la inflación, ni paritarias libres.  En este escenario, poco alentador, puede dilapidarse el enorme capital político que representó el triunfo electoral del 22 de octubre del año pasado. La cadena puede romperse en el eslabón más débil, el voto de la clase media baja y de los pobres urbanos que esperanzados, le dieron el triunfo a Cambiemos en los bastiones peronistas del Gran Buenos Aires. Y si esto ocurre la voluntad popular regresará, más temprano que tarde, a la identidad política más cercana al imaginario colectivo: el peronismo.

Focalizado el apoyo electoral en las capas altas y medias de la sociedad, el macrismo tendrá que afrontar el proceso sucesorio en las peores condiciones. De aquí a las elecciones presidenciales del 2019, la coalición gobernante deberá pilotear la nave entre el saldo favorable que arroja la política y las promesas incumplidas en materia económica. Le queda la posibilidad de explotar una variable, que puede ser determinante si la sabe instrumentar cuando se desate el proceso sucesorio: la fragmentación de la oposición. Sin líderes – salvo la figura querida y resistida de Cristina Kirchner - ni agrupamientos políticos consolidados,  el votante decepcionado tendrá que dispersar sus preferencias entre varios “peronismos” y otras tantas expresiones de izquierda. De manera un tanto coloquial, el dirigente peronista Alberto Fernández puso en blanco y negro los desafíos que debe resolver la oposición: “Con Cristina sola no alcanza, pero sin ella no se puede”, Página 12, Buenos Aires, 07/02/2018. Y convengamos que, por el momento, no hay estructuras partidarias, ni dirigentes, que canalicen y sirvan de referente a las reiteradas y virulentas expresiones de la protesta social.

Un gesto de sensatez política, debiera nacer de la aceptación de esta realidad. En gran parte, las posibilidades de construir un amplio frente electoral opositor para el 2019 pasan por esta encrucijada. Sintetizar la voluntad de lucha de vastas franjas del abanico político no macrista con la  insustituible presencia de la exmandataria.

                                           

Bibliografía:

  • Grimson, Alejandro (2017), “¿Por qué arrasó?”; Buenos Aires, Revista Anfibia, Universidad Nacional de San Martín, octubre; www.revistaanfibia.com, consulta 21 de febrero 2018
  • Miño, Ariel (2018), “Elogio del egoísmo”, Buenos Aires, Página 12, 18 de febrero, www.pagina12.com.ar, consulta 23 febrero 2018
  • Natanson, José (2017), “Cuando la desigualdad es una elección popular”; Buenos Aires, Le Monde Diplomatique;  Edición Nro. 217, julio, www.eldiplo.org, consulta 17 de febrero
  • Natanson, José (2017); “El macrismo no es un golpe de suerte”, Buenos Aires, Página 12, 17 de agosto; www.pagina12.com, consulta 12 de febrero 2018
  • Portantiero, Juan Carlos (2003); “Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual”, Buenos Aires, Biblioteca Virtual Universal; www.biblioteca.org.ar/libros, consulta 31 de enero 2018
  • Tereschuk, Nicolás y Nicolás Freibrurn (2018); “¿Cambia la sociedad o cambia la política?”, Página 12, Buenos Aires, 14 de febrero, www.pagina12.com, consulta 14 de febrero
  • Vommaro, Gabriel (2018), “Las tres almas de Cambiemos”, Buenos Aires, La Nación, 20 de febrero, www.lanacion.com.ar, consulta 27 febrero 2018
  • Zelaznik, Javier (2017); “El fin del bipartidismo”, Buenos Aires, Le Monde Diplomatique, Edición Nro. 220, octubre, www.eldiplo.org, consulta 20 de febrero

 

Cómo citar este artículo:

CANDIA, José Miguel, (2018) “Cambiemos ¿Emergente coyuntural o nueva opción conservadora?”, Pacarina del Sur [En línea], año 9, núm. 35, abril-junio, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1617&catid=9