Memoria de fuego en los Andes: la palabra de Hugo Blanco Galdós

Nelson Manrique Gálvez

 


http://internacionalisteshugo.blogspot.com/2008/10/hugo-blanco-galds.html

N. M. Me contaba que entró a un partido trotskista en Argentina.

H. B. Sí. Después entré a trabajar al frigorífico de Berisso como obrero temporario. Los frigoríficos solamente por temporadas tomaban obreros y después de un tiempo los despedían. Ahí trabajé con un compañero de estudios que también había decidido proletarizarse. Yo estudiaba agronomía y él ingeniería. Después, cuando cayó la dictadura de Odría, decidimos que el primero que botaran del frigorífico se iría al Perú a reorganizar el Partido Obrero Revolucionario. Y bueno, al primero que botaron fue a mí, así que me vine al Perú a reorganizar el partido, porque había sufrido la represión durante Odría. Vivía con unos compañeros y también buscaba trabajo en fábricas, pero sólo encontraba en talleres pequeños, que no tenían sindicato. Cuando por fin encontré, tenía que “portarme bien” los primeros seis meses para que no me botaran, porque después de esos seis meses ya tenía derecho a indemnización y otras prestaciones. Yo me estaba portando bien y en eso Richard Nixon, que entonces era vicepresidente de Estados Unidos, visitó el Perú en 1958. Entonces nuestro partido y otros grupos de izquierda, no el Partido Comunista, impulsamos una manifestación que resultó ser mucho más grande de lo que habíamos imaginado y vino la represión. Vinieron a mi casa, que compartía con otros dos compañeros del partido, uno de ellos era un viejo militante, el mocho Zevallos.[1] Entonces ahí me di cuenta que la cosa estaba mal y preferí dejar mi trabajo en la fábrica y fugarme al Cusco. Ahí, mi hermana trabajaba en un periódico que no se vendía en los quioscos, sino que lo a través de niños canillitas. Entonces me dediqué a organizarlos y fui como su delegado a la Federación Departamental de Trabajadores del Cusco. Ahí me di cuenta que no había una organización obrera fuerte porque en el Cusco no había fábricas, sino que se hacía trabajo artesanal y que la vanguardia eran los sindicatos campesinos de la provincia de La Convención. Una vez que el director del periódico me hizo detener por haber organizado a los canillitas, me encontré en la comisaría con un dirigente de La Convención que había conocido en mis visitas a la Federación y a veces veía en el estudio de mi suegro, que era abogado. Y él me dijo: “a ti te van a soltar mañana porque tu suegro es tu abogado, pero a mí me van a mandar a la cárcel. Y me preocupa porque soy el tercer dirigente sindical que está preso”. Le respondí: “yo puedo visitar a los otros dos”. “Bueno, anda. Visítanos en la cárcel y hablamos los tres”. Me liberaron a las 24 horas y fui a visitarlos. Eran Andrés González, Óscar Quiñones y Constantino Castillo. Les dije que no me dejaría amedrentar y que yo continuaría la lucha en Chaupimayo. Aceptaron y le dijeron a un compañero que fue a visitarles también que me esperara con un caballo en la estación del tren, pues había que subir una cuesta de 8 kilómetros. Y, por si acaso, le encargaron a otro compañero que me vigilara, porque podía ser yo mandado por Romanville, el hacendado. Entonces me vigiló y, bueno, no vio nada. Como era mandado por los dirigentes la gente me vio bien y comencé a trabajar. La peculiaridad del trabajo en los valles era que los dueños de la tierra no eran de ahí. El gobierno había vendido barato las tierras de montaña, es decir, de acceso a la selva. Los denuncios en tierra de montaña eran grandes extensiones de tierra, que se hicieron aprovechando la subida de precio del café y el cacao. Esa zona semiselvática era habitada por guachipairis, pirus y machiguengas. Ellos no existen para el gobierno, consideraban la zona como deshabitada. Y a raíz de la invasión decidieron irse más adentro. Como ellos no accedieron a trabajar, los hacendados llevaron gente de la sierra. Entonces el Cusco era sierra y de ahí iba la gente. También de las provincias de Apurímac, de Puno y también algunos arequipeños, que se enorgullecían ante nosotros porque ellos no sabían quechua. Entonces esa peculiaridad había, que era gente de diversas partes y tan grandes eran los denuncios, que los hacendados daban porciones de tierra a los campesinos para que ellos trabajen, con el sistema de la sierra, el sistema semifeudal traído por los españoles, porque España, cuando invadió América estaba en tránsito del feudalismo al capitalismo. No vinieron acá a sembrar papas, pero de todas maneras tenían que trabajar la tierra para comer ellos y para que coman sus servidores. Y eso lo hacían con el sistema semifeudal, en el que tú trabajas este pedacito para ti y como pago de eso trabajas en la hacienda gratuitamente, ese era el sistema de arrendire. Y como las tierras eran mucho más grandes que en la sierra, entonces al campesino, también le correspondía una parcela grande. Entonces, como el arrendire tenía que trabajar su tierra y la del hacendado y no le alcanzaba el tiempo, tomaba allegados, otros subarrendires que trabajaban para él o para el hacendado. Y también llegaban los habilitados, que entraban por temporadas para trabajar por un salario y se regresaban. Entonces, toda esa peculiaridad ha tenido el valle de La Convención. A mí me nombraron delegado del Sindicato de Campesinos de Chaupimayo ante la Federación Provincial de Campesinos de la Convención y Lares. En mi sindicato habíamos comprado un mimeógrafo de segunda mano y sacábamos volantes contra el hacendado. Miembros de otros sindicatos querían que yo fuera su delegado y que los representara ante la Federación.

N. M. ¿Los volantes se hacían en quechua?

H. B. Sí, en quechua. Se escribían en castellano y luego se traducían. Entonces fue así como conocí y me relacioné con los sindicatos de La Convención y también los del valle de Lares, que pertenecía a la provincia de Calca, pero que geográficamente correspondía a La Convención, por eso la Federación era de campesinos de La Convención y Lares. Ahí en la Federación, los sindicatos nombraban a su abogado, el cual iba a la Inspección del Trabajo a quejarse porque los días que tenían que trabajar el campesinado para el hacendado eran excesivos. Entonces la Inspección del Trabajo hacía el llamado al hacendado, había una discusión ahí y, bueno, les rebajaban los días de trabajo, pero no mucho. Pero había hacendados súper reaccionarios que decían: “a quién se le ocurre que yo voy a estar yendo a discutir con mis indios la forma en que tienen que servirme, ¡no! Hay que meter presos a los dirigentes y asunto arreglado”. Y como los jueces y los guardias siempre han estado a favor de los hacendados, hacían meter presos a los dirigentes. Por ejemplo, como he dicho, de mi sindicato estaban tres dirigentes presos. Entonces, algunos sindicatos de la Federación habían logrado un acuerdo, pero hubo otros que estaban en desventaja porque el hacendado no quiso ni discutir y se fueron a la huelga. La huelga consistía en no ir a trabajar donde el hacendado y sólo trabajar su propia parcela. Tampoco se le exigía al allegado que trabajara para el arrendire. Entre ellos funcionaba el ayni, que es la prestación mutua de trabajo. Eso es propio de las comunidades indígenas. Hoy día trabajo para ti y después trabajas para mí.

N. M. Yo soy serrano, de Huancayo.

H. B. El quechua de Huancayo lo entiendo más o menos. Yo hablo el dialecto cusqueño del quechua. El quechua de Ancash es el que no entiendo, ya casi nada. Pero el de Huancayo sí y el de Apurímac y Abancay también.

N. M. Volvamos a los sindicatos campesinos.

H. B. Entonces los arrendires de las haciendas que no habían podido llegar a acuerdos hicieron huelga. Resultó que esos hacendados que se negaron a dialogar eran los más feroces y comenzaron a andar armados y disparaban al aire. Decían: “indios ladrones, los voy a matar. Me están robando mi tierra”. Los dirigentes de la Federación recomendaron a esos sindicatos que se quejaran con la policía y ahí les dijeron: “indio sinvergüenza, ¡vete! No tienes cara para quejarte. No ven que le están robando la tierra al patrón y él tiene derecho a matarlos como a perros”. Regresaron e informaron eso y yo dije “bueno, ¿qué vamos a hacer, compañeros? Los hacendados quieren matarnos porque hacemos huelga y si vamos a la policía, la policía dice que tienen derecho a matarnos como a perros. No nos queda más que defendernos nosotros mismos”.


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Algunos compañeros decían: “pero ya sabemos que cuando estamos borrachos podemos dispararnos los unos a los otros”. Entonces acordamos la formación de comités de autodefensa. Y como mi sindicato era uno de los más jodidos, que había tenido tres compañeros detenidos (ya estaban libres los compañeros), la asamblea de la Federación me encargó a mí que organizara la autodefensa armada. La escopeta y la carabina son herramientas de trabajo en la zona, para cuidar los cultivos del sihuayro, del monte khuchi, del ukuku, que es el oso. El sihuayro es un tipo de cuy grande y el monte khuchi. Bueno, yo no sabía que cuando la policía se enteró que me habían nombrado, de inmediato sacó una orden de captura para mí. Pero como nuestro sindicato quedaba a ocho kilómetros de camino a pie, desde la estación de tren más cercana, cuando los guardias estaban por la mitad de la cuesta, nosotros ya sabíamos cuántos venían, con qué armamento, de qué grado, etc., porque nos comunicábamos con la gente de abajo. Entonces simplemente nos retiramos del poblado al campo.

Ellos iban, preguntaban por mí y por los otros que también estaban con orden de captura: “vive acá, vive allá, no está acá”. Daban vueltas por el pueblo y no nos encontraban, sabían que no podrían capturarnos. Entonces los otros sindicatos nombraron gente para la autodefensa y los mandaban al territorio de mi sindicato, para que los entrenáramos. Estábamos en una parte de la sierra donde a los que trabajaban la tierra les llamábamos papistas, porque sembraban papas. Ahí, un hacendado fue con un policía a capturar al secretario general de ese sindicato. Sólo encontraron a un niño, y le preguntaron: “¿dónde está tu papá?”; “no sé dónde está, no sé a dónde habrá ido”. “¿Cómo que no sabes?”. Era el hijito del secretario general. Entonces el hacendado tomó el arma del guardia y amenazó al niño. Le dijo: “si no hablas, dónde está tu papá, te mato”. El chiquito, como no sabía, se puso a llorar. Disparó y le hirió. Y después se fueron. Después el Secretario General llegó a mi sindicato y dijo: “Compañeros, han herido a mi hijo”. Para entonces ya no había Federación porque había entrado un súper represor como jefe de la policía -Humberto Quea- y él había dicho: “Bueno, hay inquietud con La Convención. Primero vamos a aplastar el Cusco, luego La Convención y después Chaupimayo”. O sea, sabían que Chaupimayo era más rebelde, así que primero el Cusco y La Convención y después ellos. En el Cusco ya se había formado una Federación de Campesinos que también luchaba con manifestaciones y mítines. En un mitin mataron a un compañero que se llamaba Remigio Huamán, por eso a nuestro grupo de autodefensa lo llamamos Remigio Huamán. Cuando comenzó la represión en La Convención, el gobierno ya había declarado fuera de la ley a la Federación de Campesinos de La Convención y probablemente también a la del Cusco, no lo recuerdo. Y entonces ya no había asambleas de la Federación en Quillabamba, que es la capital, donde estaba el local de la Federación, así que en las partes lejanas se reunían tres o cuatro sindicatos. Entonces el compañero vino a mi sindicato: “¿a qué autoridad puedo quejarme, compañero?”. “Todas autoridades están contra nosotros. Quéjate con los compañeros que ahora están en asamblea”. Nos reunimos con otros tres sindicatos y ahí el compañero informó de la herida al muchacho y se acordó formar una comisión. Como yo había sido enviado por la Federación para organizar la autodefensa, me tocó encabezar esa comisión. Aunque yo no podía salir del territorio porque tenía orden de captura, acepté la tarea por la gravedad de la situación. Antes de llegar a la hacienda teníamos que pasar por una parte donde había un puesto de la guardia civil. Le dije a mis compañeros: “primero vayamos sólo los que traemos arma corta y cuando pasemos, que nos siga el resto”. Había un policía que estaba leyendo el periódico y hacía como que no nos había visto. Me acerqué y le dije: “señor, deseo hablar con usted”. “Sí, pase. Adelante”. Me hizo sentar y le dije: “¿Sabe que en la hacienda Qayara ha pasado esto? Fue un policía con el hacendado a buscar al secretario general y no lo encontraron. Solo había un niño y el hacendado, con el arma del policía y en presencia del policía, le disparó al niño y lo dejó herido. Nos están mandando en comisión para que averigüemos eso. Y como no tenemos la suficiente cantidad de armas venimos a llevarnos las armas de acá. Así que levante las manos o disparo”. No sabía que estaba hablando con el guardia que precisamente le había dado el arma al hacendado, tenía la conciencia sucia. “Ah, si quieren las armas se las vamos a dar”, dijo. Metió la mano al bolsillo, para sacar el arma: “¡Levante la mano!”, le dije, pero no me hizo caso. Entonces disparé. Él alcanzó a sacar el arma y disparó un segundo después que yo, le di en el pecho.  Yo ordené a mis compañeros que dispararan y de todas partes empezaron a salir tiros. Entre todos salimos y rodeamos el puesto. En eso vi que los compañeros corrían hacia el puesto y pregunté qué pasaba y era que el otro guardia se había rendido: “¡No lo toquen! ¡Un prisionero es sagrado, tráiganlo!”. Lo trajeron y le dije “vamos a agarrar lo que podamos”. Después me dijo: “Le pido con la penita, atender a mi compañero”. “Pero ¿cuántos guardias más hay ahí adentro?”. “No, éramos solamente yo y él”. “Bueno, pues vamos”, le dije. Entonces entramos al puesto. Estaba herido el guardia, lo levantamos y lo subimos a una cama y pregunté “¿hay sanitario en este pueblo?”. “Sí. Sí hay sanitario”. “Bueno, vayan a traer al sanitario”, le dije a mis compañeros. Lo trajeron y ahí los dejamos. Pero ya no podíamos seguir, porque nos iban a agarrar por atrás, así que decidimos regresar. Y como había caído ya una persona, me presenté al guardia que quedaba ileso, le di la mano y le dije: “Yo me llamo Hugo Blanco, he sido yo el que ha disparado, para que no estén haciendo cacería de brujas”. Entre tanto, se murió el guardia al que le había disparado. Cuando ese guardia fue a denunciar a Quillabamba el asalto al puesto los periodistas le preguntaron por qué estaba vivo. “Le debo mi vida a Hugo Blanco”, dijo. No lo hubiera dicho, lo metieron preso y le iniciaron proceso por cobardía. Cuando yo ya estaba preso me llamaron como testigo en el juicio y lo puse por las nubes, diciendo que me había hablado de forma arrogante y como yo estaba armado y él desarmado, yo le hablaba de forma humilde. Años después, ya en libertad, estaba comiendo en un restaurante y un joven se me acerca: “oiga, ¿usted es Hugo Blanco?”. “Sí”. “¿Usted conoce al guardia Arellano?” “Sí, lo recuerdo”. “Usted le dijo que si él no estaba con ustedes, su papá sí estaba con ustedes. Pues es verdad, porque él es mi hermano y mi papá sí estaba con ustedes”. Bueno, como necesitábamos armas, nos dirigimos a un puesto que habían instalado frente a Chaupimayo. Había una carretera en construcción y cerca de ahí una hacienda. Como los campesinos estaban en huelga no trabajaban para el hacendado y en lugar de eso producían aguardiente, porque era una hacienda de cañaverales y los habían tomado. Y ellos nos pidieron ayuda para correr al hacendado. Fuimos con ellos a la hacienda, para decirle al señor Sebastián Pancorbo que aunque era su hacienda, tenía que irse porque ya los campesinos la habían ocupado y aprovechado: “ellos ya no desean que Ud. esté acá, por favor váyase”. “Bueno, pues me iré, dijo, pero dejo un cuarto con candado. Por favor, no toquen este cuarto que acá tengo recuerdos familiares”. “Está bien”, dijimos.

Poco después nos enteramos que iba a llegar la policía y a mí me pareció sospechoso. Entonces ordené que rompieran el candado de ese cuarto y lo revisaran. Resultó que sus recuerdos familiares eran armas, por eso no quería que viéramos lo que había ahí. La guardia civil había instalado un puesto ahí, así que los guardias iban y venían. Les preparamos una emboscada. Le dije a mis compañeros “que nadie dispare mientras yo no lo haga”. Y me puse en medio. Yo no pensaba matar a nadie, pero no sabíamos si vendrían de arriba o de abajo, así que pusimos puestos de vigilancia en ambos lados. Entonces vimos que venían dos policías. Yo pensaba salir, desarmarlos y que se fueran, pero uno de mis compañeros se puso nervioso y mató a los dos. Durante el juicio declaré que yo había matado a esos dos guardias, pero no en realidad el que los mató fue mi compañero. Entonces me sentenciaron por la muerte de tres policías. El abogado dijo que las pruebas balísticas demostraban que no había sido yo, pero como era un tribunal militar, me condenaron por mi testimonio. Después de esas muertes nos persiguieron y nos dispersamos. Poco después me capturaron, pero eso fue porque la PIP averiguó dónde estaba yo, no lo guardia civil. Ellos encabezaban la comisión, pero como eran cobardes pidieron que los reforzara la guardia civil. Los de la PIP tenían orden de capturarme vivo, mientras que la guardia civil tenía orden de darme muerte. Para mi suerte fue uno de la PIP el que me vio primero. Dijo: “acá está”. Uno de la guardia civil le dio la orden de dispararme, pero tiró hacia un lado, porque debían capturarme vivo.


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Me dijo: “¡Quieto! ¡Saca las manos!”. “¿Voy a sacar las manos o voy a estar quieto?”. Me sometieron y esposaron. Cuando me levantaron me hicieron sentar en una piedra y vi que había uno que me miraba con rabia. No pude contenerme y le dije “parece que me tiene un poquito de cólera”. “¡Desgraciado de mierda, has matado a tres de nosotros!” y comenzó a darme culatazos. Lo contuvieron y me llevaron detenido los de la PIP.  Me llevaron a un cuartel del ejército en el Cusco, vigilado por policías. A uno de esos policías, cuando estaba en la comisaría de la guardia civil se le cayó mi foto autografiada. Entonces quitaron a la policía de mi custodia y pusieron a la guardia de asalto, que ahora se llama Departamento de Organización Especial o algo así. Cuando estaba durmiendo vinieron y me preguntaron si yo era Hugo Blanco. Cuando les respondí que sí, me dijeron: “¿sabes que te perseguíamos y que si te veíamos que matábamos?”. “Ay, qué malos. Yo les hubiera tirado florecitas”, les dije. Se mataron de risa y ya comenzó una relación estrecha. Me sacaban un cuarto de hora para que tomara sol, rodeado por los guardias y ellos rodeados por soldados. Una vez un soldado me tiró una pelotita de papel que guardé y leí cuando estaba en mi celda. Decía: “Hugo, nosotros también somos campesinos, estamos contigo”.  Luego me llevaron ilegalmente a la cárcel de Arequipa donde estaba aislado y estaban prohibidas las visitas. Sólo podían visitarme mis parientes más cercanos.

H. B. Como dije, me proletaricé porque la clase obrera era la vanguardia de la revolución. Pero también aprendí que uno debía aprender de la experiencia. Entonces me fui al Cusco y ahí estuve en la Federación de Trabajadores del Cusco, como era proletario y vi que no era una federación obrera sino artesanal y que la vanguardia eran los campesinos de La Convención. Por eso es que, como digo, me fui al campo.

N. M. ¿Tu hermano se llama Óscar? Lo conozco, hemos estado en eventos del Seminario Permanente de Investigación Agraria.

H. B. Ayer fue su cumpleaños. De estar vivo, habría cumplido 87 años.

N. M. […] Después de que te fuiste, al rato estaba con Carlos Malpica y me dijo “he salido y estaba Hugo Blanco sentado en un café con la cabeza entre las manos, como diciendo ‘¿he hecho lo correcto o me he equivocado?’”. Y me dijo, “ha sido el horror de su vida”. El espacio a recuperar hubiese impedido que Sendero creciera como creció, por ejemplo.

H. B. No hubiera habido Sendero.

N. M. He conversado largo con Abimael Guzmán. Cuando hicieron la Comisión de la Verdad empezaron a recoger testimonios de todos y empezaron a recoger testimonios de los dirigentes políticos. Abimael Guzmán se negó a dar una entrevista, pero luego veía que los demás dirigentes estaban dando testimonio, así que negoció con la Comisión de la Verdad y les dijo que estaba dispuesto a dar su testimonio a condición de que él escoja a quien deba tomarlo. Rechazó a los que le habían ofrecido. Le ofrecieron a Carlos Iván Degregori, Carlos Tapia, entre otros. Hasta que le dijeron mi nombre y dijo que estaba dispuesto a hablar conmigo y tuvimos como cincuenta horas de conversación. Quince sesiones grabadas. Ahora, era una conversación muy limitada, porque era en la base naval, en una sala que tenía un espejo a un lado donde obviamente al otro lado estaba filmando el servicio de inteligencia de la marina. Entonces, era muy poco lo que podíamos decir que no fuese oficial. Y por otro lado, Abimael Guzmán lo que hacía era repetir lo que decían los documentos de Sendero, no salía de ahí. Y sólo pudimos hablar un poco libremente cuando salía del penal, había un par de minutos en que íbamos juntos y podíamos hablar sin control. Pero ¿sabes?, cuando le dije que lo que había hecho Sendero, él no lo quería creer. En todas las reuniones estuvo junto con su esposa, con la compañera Elena Iparraguirre y me dijeron que no, que eso era gente del servicio de inteligencia que daban testimonio como si fueran campesinos, para engañar. Le dije que teníamos 17,000 testimonios grabados, que era imposible hacer algo semejante. Y una cosa muy llamativa: también vimos las actas de Sendero que estaban en DINCOTE. Las actas internas de Sendero sólo recogían las intervenciones de Abimael Guzmán, de nadie más. Entonces tú te enterabas de los conflictos de Sendero por la respuesta que daba Abimael Guzmán, aplastando a los compañeros incorrectos. Y todo totalmente centralizado, porque había el Comité Central, el Central Ampliado, la Comisión Política. Abimael Guzmán consideró que se creara por encima de la Comisión Política un Comité Permanente, argumentando que por la guerra no era posible hacer reuniones grandes y el Comité Permanente era él, su esposa Augusta La Torre y la que luego iba a ser su mujer, Elena Iparraguirre. En realidad era él quien decidía y las dos mujeres que lo secundaban. Así que todo estaba absolutamente centralizado. Y le pregunté por qué, una cosa que era llamativa, comparando el MRTA y Sendero, el MRTA tenía armamento muy moderno, en la zona de narcotráfico conseguía muchas armas, mientras que las acciones de Sendero eran con cuchillo, machete, palos y piedras y eran unas matanzas terribles las que hacían. Si había un conjunto de comunidades y decidían atacar una, porque los acusaban de yanaumas, cabezas negras. La columna de Sendero iba recorriendo las comunidades y ordenándoles que se reunieran en una madrugada en tal comunidad y desde ahí atacaban a la comunidad que iban a escarmentar. Por lo tanto, había varias comunidades que estaban reunidas y que atacaban y promovían el saqueo y estimulaban el conflicto entre los campesinos.

H. B. Yo desprecio a Abimael Guzmán porque cuando cayó preso ordenó que la lucha cesara, en función de porque él estaba preso.

N. M. Ahora, yo le dije eso, le plantee que por qué había ordenado eso. Y me dijo que desde su punto de vista la revolución dependía de la jefatura y que una semana después de que lo capturaron sabía que ya la guerra no era viable porque no había la conducción, no había la jefatura. Le hice otra pregunta que lo sorprendió. Le dije: “¿Qué hubiera pasado si usted se hubiera muerto en el año 1985?”. Se quedó helado. Yo me reí y le dije: “Lenin dice que la muerte es un accidente de trabajo para un revolucionario. Un revolucionario puede morir en cualquier momento, es un accidente posible”. A él no se le había ocurrido, no había pensado en que él pudiera morir. Porque claro, la pregunta era: si te mueres en 85, ¿quién continúa dirigiendo, como sigue esto? Entonces me dijo que la […] condensaba 15 mil millones de años. Y le dije, “pero bueno, si la revolución es hecho de las masas, si son las masas las que hacen la revolución, la muerte de una persona no va a decidir que se acabe la revolución”. Me dijo que eso era algo que no había resuelto el marxismo [risas].

Ahora, la versión que da Feliciano es muy dura. Feliciano fue el que siguió dirigiendo luego de la captura de Guzmán. No aceptó la rendición y creó una fracción llamada Proseguir, en ella estuvieron los que querían seguir la guerra sin Guzmán. Él da la versión de que Augusta La Torre se suicidó y se suicidó porque Guzmán la había mandado a hacer trabajo político a Andahuaylas y cuando volvió, Guzmán había iniciado la relación con Elena Iparraguirre y le impuso la relación de los tres. Eso terminó con la depresión y suicidio de Augusta.

H. B. A quien yo respeto es al “chinito” Polay, que se ha mantenido firme. He estado en contacto con su familia. Claro, políticamente no concordamos, porque yo no estoy de acuerdo con el foco guerrillero, pero lo respeto porque me parece un revolucionario honesto. Yo traté de ayudarlo.

N. M. Pero la situación de los presos políticos ahora es muy distinta, porque buena parte del pueblo los odia y no distingue entre MRTistas y senderistas. “Todos son terroristas y deben morir”, es la idea general. Yo tengo un amigo, Alberto Gálvez Olaechea, que fue dirigente del MRTA. Estuvo 27 años en prisión y ahora que ha salido es un apestado. No puede trabajar, no tiene derecho a nada, la propia izquierda lo segrega como un apestado. Creo que es mucho más dura la situación ahora para ellos que lo que fue en tu época, que como lo cuentas, los propios policías y soldados te reconocían como su dirigente, como gente suya. Eso no pasa ahora.

H. B. En la foto, por ejemplo, estoy con dos guardias. A uno le decíamos “el chileno”, porque era de Tacna y al otro lo llamábamos “el chalaco”, porque era del Callao. Yo me llevaba muy bien con todos los [11:22]. Como digo, hasta con los celadores. Cuando estaba durmiendo ellos venían y me decían: “sabes que te perseguíamos y que si te veíamos te matábamos”, me decían. “Qué malos, yo les hubiera tirado florecitas”, les dije. Ahí comenzó una relación amistosa que los oficiales del cuartel denunciaron a sus jefes. A la guardia civil ya la habían sacado porque a uno de ellos se le había caído mi fotografía autografiada. Por eso mandaron a [12:17] y también los sacaron. Entonces mandaron a la caballería. Y como digo, había uno de caballería que me estaba custodiando. No sé qué le pregunté y no me contestó. Le dije: “Señor, estamos entre gente civilizada. Yo soy su prisionero, usted es mi guardián. Le estoy preguntando algo, por favor contésteme”. Y parecía que se le saltaban los ojos: “nos han prohibido cruzar una sola palabra con usted”. O sea, tienen pies de barro. También los guardias civiles estaban perseguidos, estaban oprimidos por sus oficiales, los guardias republicanos también. Una vez cambiaron a toda la guardia de Arequipa y los mandaron al cuartel del Potao, porque decían “quisieron hacer fugar a Hugo Blanco”, y yo ni enterado estaba del plan de fuga. Lo que pasa es que me llevaba bien con ellos. Y cuando llegaba un capitán pidiendo informes y se olvidaban del informe: “Carajo, yo no pido que me informen más que a Hugo Blanco, pero por lo menos infórmenme igual que a él” [risas]. Cuando estaba en la cárcel de Arequipa teníamos un periódico, El Guardia. Yo estaba completamente aislado y ellos me comunicaban quiénes eran los soplones entre ellos. Había un guardia cerca de mi celda. Todo el sector estaba cerrado con candado. O sea que aunque me fugara y lo matara, no hubiera podido salir. Y había otro guardia arriba. Entonces, cuando no había ningún soplón, ni abajo ni arriba, hablaba con ellos y me contaban los abusos que cometían los oficiales. Entonces yo escribía a mano el boletín El Guardia. Ellos lo sacaban a máquina y leían entre grupos de trabajo, hasta que una vez un sargento le dijo a uno de los guardias “a ver, abre tu mano” y ahí encontró el boletín. Entonces a los guardias republicanos los mandaron presos al cuartel de la guardia civil y ahí los otros presos les decían que estaban con ese asesino de Hugo Blanco y ellos respondían “no, es buena gente”, decían. Entonces ellos y yo estábamos incomunicados y aun así la comunicación era fluida porque ellos le decían a los guardias civiles qué era lo que yo tenía que informar. Y claro, vino un investigador y me preguntó: “¿usted conoce el periódico El Guardia?”. “No”. “¿Conoce tal artículo?”. “No”. “¿O sea que desde que está preso ha perdido su sensibilidad social?”. “Sí, desde que estoy preso la he perdido” [risas]. Ambos sabíamos que estaba mintiendo, pero yo no tenía por qué decirle. Después me encontré con los dos afuera. Uno de ellos trabajaba en el Madison Square Garden y el otro era taxista. Y cuando les dije: “disculpa, hermanito el daño que les hice”. “no, yo tengo que estarte agradecido”, me dijo el del Madison Square Garden y me regaló un puro. Y también el chofer de taxi me dijo que estaba agradecido conmigo por haberlo liberado de ese infierno.

Yo no soy sectario, porque es gente pobre que entra de guardia civil o de guardia republicano porque necesita comer. Siempre he entendido eso, por eso me llevaba bien. Y ellos me contaban que quién era soplón y me cuidaba de ellos.

N. M. Es un gran gusto conocerte, conversar contigo y creo que tienes una gran mujer.

H. B. Sí, mi hija acaba de escribir mi sentir. Ella está en el Perú, vive en P’isaq, en el valle del Vilcanota.

N. M. creo que la conocí, trabajó en un colegio alternativo. Me invitaron a dar una conferencia a los maestros en su colegio y me presentaron a tu hija.

H. B. Yo fui invitado a Lima por una organización que cumplía quince años y ella fue a Lima y conmigo fue a Celendín, que está luchando contra la minería. Viví con ella en P’isaq. Tiene una hijita y un hijito. Con la hijita hicimos recorridos. Sara se llama, pero no es la Sara judía como antes, sino Sara.


https://www.buenagenteperiodico.com/main-noticia-id-54-hugo-blanco-forjador-de-la-reforma-agraria-desde-la-base-en-peru

 

[1] Félix “Mocho” Zevallos.

 

Cómo citar este artículo:

MANRIQUE GÁLVEZ, Nelson, (2019) “Memoria de fuego en los Andes: la palabra de Hugo Blanco Galdós”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 39, abril-junio, 2019. ISSN: 2007-2309

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1755&catid=5