El estructuralismo latinoamericano y su contribución al movimiento de la integración regional

Latin American structuralism and its contribution to the regional integration movement

Estruturalismo latino-americano e sua contribuição ao movimento de integração regional

Carlos Mallorquín Suzarte

Universidad Autónoma de Zacatecas, México

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Recibido: 14-10-2019
Aceptado: 04-11-2019

 

 

In memoriam: Víctor Urquidi

Si alguna vez pude pensar en alguna otra persona sólo fue por considerar que acaso hubiera sido atendible el argumento de que no convenía tener en México un mexicano. Pero el tener tiempo de mi interinato contribuyó a disipar las dudas que a este respecto pudieran haber existido. En cuanto a esa madurez, creo que usted ha nacido con ella y, de todos modos, como el buen vino mejora con el tiempo. En fin, cuando trabé amistad con usted hace diez años, pensé siempre que debíamos trabajar juntos. Usted se ha escapado varias veces de mis manos. Me siento muy afortunado ahora en ver realizado mi aspiración (Prebisch, 1953a).

 

El pensamiento político y social en América Latina presenta una larga tradición, desde su lucha por la independencia en el siglo XIX, que invocaba alguna forma de unidad para confrontar a los poderes ex coloniales y las naciones “imperialistas”. Las naciones de la región fueron sistemáticamente intimidadas desde sus inicios por movimientos de recolonización e intervenciones externas; los discursos políticos y manifiestos de los próceres de la independencia están repletos de nociones sobre nuestra inherente “unidad” como región y/o la extrema importancia política para construirla; a pesar de la existencia de la monarquía Lusitana en nuestra geografía.

En ese sentido, tal vez las personalidades más citadas son Simón Bolívar y Francisco de Miranda. La idea de crear una Confederación y defender las jóvenes repúblicas motivó la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826. La integridad territorial y soberanía solamente podía mantenerse si las repúblicas latinoamericanas se organizaban bajo algún tipo de “Estado común”.

Hasta el tercer cuarto del siglo XIX, el programa y la propuesta de “integración regional” solamente se pensaba como una problemática cultural–territorial (Briceño Ruiz, 2012). Las ideas de unificación a la Bismarck de diversas comunidades de la región alemana bajo un espacio territorial común, por medio del “acero” y el “ferrocarril” tuvo que esperar hasta casi el final del siglo XIX. Igualmente, la idea de “espacios económicos” regionales difícilmente pudieron haber surgido antes de la aparición de la “economía política”, cuando escribe David Ricardo, aspecto teórico que poder verse de manera indirecta en la narrativa para el período desarrollada por Briceño (2012).

Después de una breve reseña de algunas ideas de los proyectos o programas llamados de “integración” o de “unidad regional (El espíritu de integración), mi texto se concentrará en el vocabulario teórico elaborado inicialmente en la CEPAL, después de su creación en 1947 (La evolución estructuralista) y cierra discutiendo ciertas perspectivas sobre el movimiento de integración y algunas de sus críticas e interpretaciones que debe servir para estimular (“¿Regeneraciones?”) un pleno desenvolvimiento del estructuralismo latinoamericano.

Para ello debemos diferenciar entre varias formas y discursos por medio de los cuales se invoca el “instinto integracionista” (Rivarola Puntigliano, 2011, pág. 850). Algunos son declaraciones venerables y bien organizadas en el ámbito político que, por un lado, no requieren necesariamente estar representando y/o buscando alguna forma primordial del ser regional que espera su reconocimiento, y por el otro lado, observamos discursos que infunden y llaman a defender el espíritu regional sui generis versus el “coloso del norte” (Martí) y/o ciertos designios imperialistas.

Es en el primer sentido donde podemos ubicar las propuestas estratégicas de la CEPAL y sus programas de “integración regional”, no obstante su modulación abrumadora nacionalista o regional en ciertas ocasiones. Si bien es cierto que Prebisch y la CEPAL como institución, no tenían como objetivo específico “recomponer la ‘gran familia desecha’ y continuar la construcción de la ‘nación inconclusa’” (Rivarola Puntigliano, Tres vertientes del pensamiento regionalista en Latinoamérica, 2012, pág. 103), para bien o para mal, generó gran parte del vocabulario teórico para repensar la problemática del desarrollo y la integración regional.

El fenómeno interesante que quiero destacar es que la perspectiva en cuestión no puede ser asimilada fácilmente a la noción del desarrollo elaborada en los círculos académicos anglosajones, o la de los movimientos nacionalistas de “izquierda” en la región. Esto puede ayudar a comprender cuál fue la contribución de la perspectiva estructuralista latinoamericana al “movimiento de integración”. Primero debemos examinar su aparición, vocabulario y algunos de sus hombres, de lo contrario podríamos confundir sus propuestas con programas presentes o del pasado que invocan algún tipo de unidad político-económica, la cual no necesariamente se adhiere a la visión de “integración” cepalina.

 

El espíritu de integración

La examinación del relato sobre el movimiento de integración por parte de sus estudiosos, en torno a su aparición y construcción discursiva sobre la unidad territorial o regional latinoamericana después de la lucha por su independencia en el siglo XIX, apuntan a discursos políticos que apelan, con profundo y solemne espíritu, a la hermandad de las naciones, que se generan y se intensifican en períodos de inminente intervención externa o expediciones de reconquista.

Además, como se ha mencionado más arriba, Briceño ha subrayado la ausencia de un vocabulario, que podría decirse constitutivo de un objeto que tendría cierta “unidad económica” regional (2012, pág. 29). Es más tarde, casi al final del siglo XIX (1899-1890), que encontramos una de las primeras propuestas por una unión aduanera bajo la tutela de Washington en el Primer Congreso Internacional Americano de 1889-1890. El panamericanismo surgió primero del congreso antes mencionado. Además, para el siglo XX leemos las primeras ideas sobre la unión económica con Alejandro Bunge, un seguidor de F. List, llamándola “Unión Aduanera del Sur” con la reducción de los aranceles internos y una tarifa externa común hacia el resto del mundo.

De hecho, Prebisch fue el ayudante de cátedra de Alejandro Bunge cuando estudiaba economía en la Facultad de Buenos Aires, y a quien más tarde Prebisch llamaría el “primer apóstol de la industrialización” (Mallorquín, 2006b). Por ahora es suficiente decir, ya que lo hemos desarrollado en el capítulo previo, que las ideas teóricas de Prebisch sobre la industrialización y la economía tuvieron un cambio importante después de su expulsión como Gerente General del Banco Central de la República Argentina en 1943 (ibíd.).

Miguel Ángel Barrios intenta exteriorizar la reconstrucción de la “autoconsciencia histórica” de la unidad e identidad de la región (2012, pág. 61). El pensamiento integracionista o regional es una manifestación de la consciencia en proceso. Inicia con el “unionismo hispanoamericano” (pág. 63), que puede encontrarse desde los inicios de la colonización cuando España estaba bajo la monarquía de Castilla. En esos días, parece haber una aparente igualdad jurídica entre los dominios de Castilla y los correspondientes a las poblaciones del continente de América Latina (“Las Indias”). El pensamiento de integración es sencillamente la continuación y evolución de dicha “unidad” a partir del período de Castilla. Simón Bolívar y los próceres de la independencia son sus seguidores e impulsores. Pero aun en el siglo XX, las compartidas tradiciones culturales y lingüísticas no se han materializado en una unidad económico-política. Encontramos los Estados-ciudades sin haber alcanzado los Estados-nación industriales. Barrios explica:

Estado-ciudad es un concepto geopolítico aplicado por Alberto Methol Ferré en relación a los países emergentes de la independencia y posterior fragmentación de las repúblicas hispanoamericanas en el siglo XIX, que a través de sus capitales puertos se insertan en la división internacional del trabajo (pág. 70).

 

Algunos estudiosos van mucho más allá cuando buscan el espíritu de la integración. Alberto Methol Ferré explica la historia mundial como la gestación y transformación de los Estados-ciudades en “Estados continentales industriales” (2012, pág. 255), a lo largo de una trayectoria, casi lineal: “Estados nación” se convierten en “Estados continentales”. El caso típico Estado-nación industrial, como Inglaterra y después Francia, representan el proceso por medio del cual la evolución histórica se cierra y se une con el crecimiento de los Estados industriales continentales. América Latina inició como Estados-ciudades, con el papel de controlar el comercio de productos primarios, versus los bienes industriales. Sin embargo, no fue sino hasta el fin del siglo XIX y el surgimiento de la “generación del 900” (Terán, 2008) que la naturaleza orgánica de la totalidad en proceso de constitución finalmente es concebida, siendo la noción de “Patria Grande” de Rodó, emblemática de ello.

El movimiento de integración en América Latina, o el nacionalismo de inicios del siglo XX responde a la aparición del primer Estado industrial continental: EE. UU. El “tercer período” del “sistema-mundo” tiene que ver con el surgimiento de los “Estados industriales continentales” (Barrios, 2012, pág. 76).

Para Rivarola, esta evolución histórica persiste: “el impulso integracionista siempre se renueva”, y con el tiempo adquiere un status superior: “el ser ‘latinoamericano’ comienza a transformarse en una identidad supranacional que funciona como síntesis de lo hispanoamericano” (2012, pág. 81). Al “hispanoamericanismo” lo guía una perspectiva de libre comercio, formando “las bases para el sistema interamericano consolidado con la creación de la unión Panamericana, en 1910” (pág. 93). Bajo esta delineación, décadas después, el impulso del movimiento integracionista puede verse surgir con las propuestas industrialistas de la CEPAL a la par de los movimientos nacionalistas de la región (Cárdenas, Perón, Vargas). Rivarola ubica los discursos de la CEPAL, como parte integrante del vocabulario “keynesiano” entonces hegemónico (ibíd.). Incluso intenta argumentar que Prebisch no presenta una “clara conciencia regionalista al tomar las riendas de la CEPAL” (ibíd.), lo mismo es secundado por Wionczek, citado por Guerra-Borges (2012, pág. 205).

Pero como veremos más adelante, la limitada “conciencia regional” por parte de Prebisch tiene otra explicación. Pensaba que su objetivo era el de construir un mecanismo por medio del cual el comercio regional y la producción tuviera la fuerza para materializar la unidad cultural y política regional. Por ejemplo, habiendo dedicado gran parte de la segunda mitad de la década de 1950 a teorizar sobre los mecanismos de pagos multilaterales para las uniones de comercio libre y de reciprocidad –teorización boicoteada sistemáticamente por parte Fondo Monetario Internacional (FMI)– se dio el tiempo para cambiar la entonación:

Existen sentimientos profundos a favor de esta integración latinoamericana. Pero podría frustrarse de un modo irremisible la obra del mercado común si llevados por esos sentimientos no se buscara la franca coincidencia de intereses, la clara reciprocidad de ventajas concretas. Disuelta la constelación hispánica que unía estrechamente a estos países, un siglo y medio de nobles expresiones, de emotivas manifestaciones de confraternidad no ha logrado otra forma de vinculación económica que la impuesta por cierta complementariedad primaria. Es otro el cambio a seguir. La época en que el crecimiento de estos países estaba impulsado desde afuera ha terminado irreversiblemente. La aceleración del crecimiento depende fundamentalmente del propio y deliberado esfuerzo de estos países, de su firme decisión de combinar racionalmente sus fuerzas vitales en una política de desarrollo (Prebisch, 1959b, pág. 14).

 

Rivarola establece que la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC) nace en 1960, con el Tratado de Montevideo, proponiendo la reducción de los aranceles y tarifas gradualmente. Pero ese “tratado de libre comercio” no suponía que el mercado común desaparecería y con ello el movimiento de integración (2012, págs. 95-96). Bajo el relato de Rivarola, en contraste con las metas de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), dadas las evaluaciones del trabajo realizado por la CEPAL y la confirmación del Mercado Común Centroamericana (MCCA) así como la ALALC, se proponía alcanzar una unión aduanera (pág. 96).

Por su parte, Vigevani y Ramanzini (2012) sostienen que el movimiento de integración en Brasil tiene especificidades singulares que lo aparta de los procesos descritos por algunos estudiosos del movimiento de integración. En Brasil, dadas sus características continentales y la existencia de un vasto hinterland no “integrado” a la “nación” o “economía”, elabora tardíamente su proyecto de incorporación a la región latinoamericana de habla española. Es un fenómeno histórico anómalo dadas sus fuertes estrategias de políticas de desarrollo e industrialización después de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, la visión de integración regional no forma parte de su agenta política (pág. 110), cuyo objetivo central era la cuestión nacional articulada a la integración/unificación de su vasto territorio, que explica en parte la estrategia de ampliar el área geográfica bajo su “control”. En Brasil, identidad e integración en términos de un ámbito más allá de las fronteras del territorio nunca se convirtieron en una cuestión “regional”.

El movimiento nacionalista promovió el control de la industrialización y el desarrollo del país. El objetivo más importante fue la superación de los límites de su dependencia externa de ciertas ramas de la cadena industrial y algunos de los productos. Según Vigevani y Ramanzini, la postura pragmática sobre el movimiento de integración regional más allá de sus fronteras, estuvo determinado por la perspectiva del desarrollo centrada en el Estado (pág. 115) y tendía más bien a buscar, en otras latitudes geográficas, posibles ámbitos de coincidencia económica y cultural: África y Asia (págs. 116-120). Paradójicamente, Brasil, tal vez el más claro ejemplo del típico Estado desarrollista tomó su tiempo para mirar hacia América Latina y su movimiento de integración.

Cuando lo hizo en la década de 1980, fue bajo el liderazgo de una perspectiva neoliberal, enfatizando aspectos de una política de comercial e intercambio como el mecanismo de integración con el resto de la región: el MERCOSUR, que contradecía la tradición de una integración a través de cadenas “productivas” promovida por la CEPAL (Vigevani & Ramanzini J., pág. 137). En la última parte retorno a la discusión dicotómica y aparentemente discordante entre la estrategia “comercial” y la “productivista”.

Víctor L. Urquidi
Imagen 1. Víctor L. Urquidi. https://elsemanario.com

 

La evolución estructuralista

Como ya se ha subrayado antes, la perspectiva del pensamiento económico latinoamericano, denominada “estructuralista”, parte de una discusión sobre los aspectos heterogéneos de las formaciones sociales latinoamericanas o, en otras palabras, las asimetrías de poder entre y dentro de las diferentes economías, sectores y regiones, que a su vez explican las razones para examinar los términos de intercambio entre las economías en cuestión (Mallorquín, 2019a).

En esta etapa del argumento, es común introducir el tema de la integración y discutir, por ejemplo, la tesis de J. Viner sobre las uniones aduaneras como una estrategia subóptima (Casas Gragea, 2012). Pero la problemática y debate entre los intelectuales latinoamericanos en la época eran las disparidades de poder mencionadas arriba, y la mejor manera de enfrentarlas, así como el desequilibrio sistemático de las cuentas externas, o desequilibrio exterior de las economías de la periferia (Kay, 1989).

Sin embargo, el estructuralismo no nació en un día, y durante su evolución teórica algunos aspectos fueron desplazados u olvidados, especialmente el papel de las asimetrías y relaciones de poder, que desarrollaré más adelante, en la sección ¿“Regeneraciones?”, cuyos aspectos ya hemos revisado en el tercer capítulo.

Debemos tomar en cuenta que la evolución de la perspectiva de la CEPAL, primero tuvo que enfrentar y superar su aparente origen en el pensamiento económico de la Segunda Guerra Mundial. Digo aparente porque mucho de su vocabulario, mientras se reconstruía en una específica corriente para los países “subdesarrollados” sufre, por un lado, todas consecuencias de todo nuevo discurso durante su proceso de difusión: incomprensiones y, por el otro lado, confusiones estratégicamente motivadas por el pensamiento neoclásico (“clásico” en términos de Keynes) ante su pérdida de hegemonía en los círculos políticos y académicos.

La organización de las Naciones Unidas tenía, entre sus objetivos, la “promoción” de mejores niveles de vida y auxiliar a los países con dificultades económicas (Santa Cruz, 1984; Toye & Toye, The UN and global political economy. Trade, finance, and development, 2004). El surgimiento de las comisiones regionales en su seno en 1947, para varias latitudes a lo largo del globo terráqueo, motivó en Hernán Santa Cruz (1984), el delegado chileno y sus pares latinoamericanos, la propuesta de crear una comisión análoga para la región latinoamericana (Mallorquín, 2008).

Los gobiernos y académicos en los países anglosajones debieron haberse sorprendido (Dosman, 2008) ante la victoria política para lograr constituir la CEPAL y, ante todo, por el tono insubordinado de la propuesta del primer diagnóstico elaborado por la CEPAL bajo la firma de Raúl Prebisch (1949). Dag Hammarskjöld, quien se convertiría en 1953 en el Secretario General de las Naciones, dijo entonces: “De hecho, Prebisch está esquiando sobre hielo quebradizo pero lo apoyo plenamente” (Magariños, 1991, pág. 144).[1]

“En el comienzo fue el verbo”. Para el 20 de enero de 1949, los países de la región habían sido bautizados como parte de las “áreas subdesarrolladas” por parte del presidente estadounidense Harry S. Truman en su discurso inaugural (1949). Prometía ayuda para desarrollar aquellas naciones que invocaban “libertad” y “democracia”.

El famoso informe de Raúl Prebisch para la CEPAL, El desarrollo económico de la América Latina y sus principales problemas (1949), se convirtió inmediatamente en un texto clásico y circulaba por doquier en la región. Furtado lo tradujo inmediatamente al portugués. Parecía responder a un persistente y antaño problema: nuestro inherente desequilibrio externo, especialmente respecto los países industrializados.

Inicialmente debió haber sido de difícil consumo en algunas academias y el gobierno estadounidense. Las primeras líneas del texto cuestionaban las tesis centrales de las teorías del comercio entre los países y por tanto la clásica división internacional del trabajo entre países exportadores de materias primas y aquellos que exportaban bienes industriales: los “frutos del progreso técnico” no se distribuían equitativamente entre la comunidad global: el centro industrial y la periferia.

De manera inadvertida, el centro siempre logró mantener o apropiarse del progreso técnico generado en la periferia.[2] La división internacional del trabajo estaba bajo asedio por la vía de los “hechos”. Digo “inadvertidamente” porque el mecanismo mediante el cual el centro se apropiaba o concentraba a su favor los frutos del progreso técnico, tenía mucho que ver con la manera en que la fuerza de trabajo en su territorio lograba defender sus ingresos, en otras palabras debido al poder de la organización de su fuerza de trabajo, durante la fase menguante del ciclo económico, pudiendo de esa manera retener para sí algunos de los incrementos de la productividad, y quienes debían ceder en términos de ingresos y precios eran los países de la periferia que exportaban sus bienes primarios al centro. Cada período implicaba la venta de una mayor proporción de productos primarios para obtener la misma cantidad de bienes industriales. La periodicidad reiterada del proceso generaba el deterioro de los términos de intercambio en los países de la periferia. Ello no significaba necesariamente un “intercambio desigual”, explotación e imperialismo, fenómenos que no pueden excluirse, se trataba de las fases menguantes del ciclo económico en el centro y la subsecuente disminución de la demanda de bienes primarios. Dicho proceso afectaba negativamente el balance externo de los países de la periferia, su tasa de inversión y crecimiento, dadas sus necesidades de importación de bienes provenientes del centro.

La cuestión ética para Prebisch era que la periferia no podía culpar de su suerte al centro debido a sus limitaciones y desequilibrios, pero sí estaban obligados a defender y apoyar reformas estructurales: fiscal, agrarias, industriales que generarían las condiciones para estabilizar cierta tasa de crecimiento y “desarrollo”, o por lo menos abstenerse de impedirlas, que es cuando entran aquellos aspectos indeseables ligados al imperialismo y asimetrías de poder en la toma de decisiones en el ámbito internacional.

Uno de los aspectos de política económica, para ir superando dichas asimetrías, era la estrategia de industrialización de ciertos sectores. Pero esa idea se enfrentaba a la tradicional teoría del comercio de las ventajas comparativas, que en los hechos estaba francamente en decadencia en algunos países de la periferia dado la evolución estructural, lo cual derrotaba el escepticismo negativo de su imposibilidad en ciertos países y en ciertos ámbitos de la economía.

Pero, sobre todo, la teoría del comercio tradicional era “estática”, es decir, ignoraba el “tiempo”, era un mundo sin irregularidades, variabilidades, o evoluciones diversas. Una perspectiva dinámica implicaba que, a pesar del mayor costo inicial de la producción local frente a un bien importado, se generaban conocimientos y la aparición de nuevas unidades productivas y necesidades que podrían cubrirse localmente, transformando los patrones de producción sectorial y regional, así como nuevas fuerzas de demanda, o como gustan algunos, “nuevos mercados” potenciales. Para que lo “potencial” se materialice, se proponían toda una serie de reformas en las formas de posesión en separación de las condiciones de existencia de las unidades productivas existentes: “monopolios”, “latifundios”, así como la liberación y movilidad de la fuerza de trabajo, etcétera.

Unos años antes a su diagnóstico clásico, Prebisch hacía la siguiente acotación: asumiendo que todos los espacios económicos están intercomunicados, unos recibirán ingresos y otros los perderán. Los “economistas doctrinarios” (1993, pág. 367), utilizando los “brillantes” “teoremas de los costos comparativos”, elaborados por Ricardo, pueden probar que se puede importar y exportar entre ciertos países o producirlos localmente. Insistía que la tesis es verdadera “solamente desde el punto de vista estático”, y por tanto la “protección de B es una herejía económica”, dado que emplearía más trabajo y perdería la renta del suelo “pretendiendo producir directamente” lo que “solamente se puede obtener indirectamente en otras y mejores condiciones” (ibíd.).

Pero en términos dinámicos cierto nivel de “protección entre países A y B puede provocar cambios importantes”. Porque cierta “pérdida neta de A” puede ser una “ganancia neta para B” (pág. 368), más no siempre ya que dependerá de cómo B reduzca su “pérdida ricardiana” (ibíd.).

Y si además consideramos que B ha estado “sujeto a las fluctuaciones cíclicas engendradas en A, el haber logrado una producción más estable, aunque de mayor costo, significa aumentar su ganancia neta” (pág. 369). Aquí Prebisch ya especula con la idea de que B represente un “conjunto de países” (pág. 368), que intentan un proceso de industrialización, señalando además lo injustificable e insostenible que es la postura de presentar a “la teoría clásica del comercio internacional”, como lo hace “Estados Unidos de Norte América” (pág. 373), para coartar políticas proteccionistas en los países B donde de hecho las “reglas del juego” se violan sistemáticamente por los países A.

La postura de Prebisch sobre la evolución de las sociedades implica que los cambios estructurales forman parte del proceso y la industrialización es sencillamente uno de sus aspectos. En parte la idea fue la de reducir la distancia entre el centro y las periferias “agrarias”. En claro contraste con las dos décadas previas en América Latina, las primeras líneas del informe clásico proponía que el crecimiento debía generarse internamente, “hacia adentro”, la época del crecimiento por medio de las exportaciones había culminado (1949, pág. 105).

La aparente evaluación “pesimista” sobre el crecimiento “hacia fuera” en la época tiene que ver con la situación monetaria internacional, el sistema de pagos recientemente acordado en Bretton Woods en 1944. Su futuro y sus frutos no se veían garantizados a corto plazo y se discutía la problemática de la “escasez del dólar” (Prebisch, El desarrollo económico de América Latina y sus principales problemas, 1949, pág. 118), que limitaba la evolución tradicional comercial a la que estaba acostumbrada la región. Además, la aparición de un nuevo centro industrial hegemónico, E.E. U.U. cuyas formas de promocionar su crecimiento y cuentas externas, cambió radicalmente las reglas del juego comercial: su bajo coeficiente de importación y políticas proteccionistas pesaba en los diagnósticos para promover el crecimiento de posguerra.

La escasez de dólares significa que aquél país no compra mercancías y servicios (…) Hay que acudir entonces a las reservas monetarias y liquidar dólares o enviar oro a los Estados Unidos. Por más que esta disminución de reservas no tarde en provocar perturbaciones monetarias, la atracción del oro hacia el centro cíclico principal, si es persistente, no constituye un mero problema monetario: es la expresión manifiesta de un fenómeno dinámico mucho más profundo, relacionado con el ritmo y el modo de crecimiento económico de los distintos países. (…) Cuando el centro principal contrae sus ingresos, en la menguante cíclica, tiende a apropiar la contracción al resto del mundo. Si los ingresos de éste no bajan simultáneamente con la misma intensidad, sino con cierto retraso, surge un desequilibrio en la balanza de pagos (…) Si fuera concebible el equilibrio-que no es en la realidad cíclica- la balanza llegaría a nivelarse cuando el descenso de los respectivos ingresos hubieses llegado a ser de la misma intensidad (págs. 119-120).[3]

 

No obstante, fue gradual el cambio de la perspectiva de Prebisch sobre el papel e importancia de la “industrialización”. Prebisch siempre ha confesado que la creación de la CEPAL y su estrategia de industrialización ya estaba en proceso cuando la asumió como propia (Magariños, 1991, pág. 153). Por otra parte, Furtado (1988) ha descrito dicha transición política y teórica en Prebisch dos meses antes de la aparición del texto famoso (Mallorquín, 2006). Furtado cree que fue el documento escrito por H. Singer (1949) sobre las estadísticas que corroboran el deterioro de los términos de intercambio entre países “inversores” y “deudores” el elemento culminante en la reconstrucción del texto que originalmente puso a discusión en la CEPAL, culminando con una visión mucho más militante a favor del proceso de industrialización.[4] Sin embargo, no debemos olvidar que para Prebisch, la política industrial tenía ciertos límites (Mallorquín, 2006; Toye & Toye, 2006); tenía que realizarse a la par de otras medidas, con intervenciones estatales y reformas en ámbitos agrarios, fiscales y en la educación.

Raúl Prebisch conversa con S.E. el presidente de la República de Bolivia, Dr. Hernando Siles Zuazo
Imagen 2. Raúl Prebisch conversa con S.E. el presidente de la República de Bolivia, Dr. Hernando Siles Zuazo. https://repositorio.cepal.org

 Estos aspectos no son reminiscencias de sus profesores cuando estudió economía, ya sea con Luis Roque Gondra, tal vez uno de los más importantes discípulos de V. Pareto fuera de Europa o Alejandro Bunge, un discípulo de F. List, el “primer apóstol de la industrialización” como lo llamaba Prebisch. No hay lugar aquí para describir las transformaciones teóricas que realiza Prebisch a lo largo de varias décadas, pero difícilmente pueden explicarse a partir de las categorías hegemónicas de la disciplina de su época. Por lo mismo, inclusive su período “neoclásico” u “ortodoxo” que él señala antes de la gran Crisis de 1933, cuya evolución pudimos observar en el capítulo anterior.

En una de las entrevistas en 1983, Prebisch (Mallorquín, 2006b), habla de ciertos “resabios neoclásicos”, y sin embargo pasa inmediatamente a explicar las dificultades políticas en Argentina donde inclusive los socialistas eran defensores del “libre comercio”, y sin embargo le propuso al entonces Ministro de Economía, Federico Pinedo, la elaboración de un acuerdo con Brasil para una unión aduanera en la década de 1940, que finalmente no se materializó. Tampoco hay lugar aquí para discutir ese período de la vida de Prebisch, aunque ya se ha hecho referencia al mismo en el capítulo anterior: en términos sencillos, diría que la lectura de Prebisch a partir del texto famoso, como si fuera un debate sobre la “industrialización” pierde un aspecto crucial de la visión, ya que la “industrialización” (1949, pág. 139) formaba parte de un proyecto social.

En este sentido es interesante hacer notar que la visión de la CEPAL y Víctor Urquidi. Urquidi fue quizás la persona más importante en la constitución de la organización que culminaría con el acuerdo sobre el Mercado Común Centroamericano (MCCA) (Urquidi V. L., Trayectoria del mercado común latinoamericano, 1960), y en quien Prebisch puso mucho empeño para que siguiera en la CEPAL y asumiera importantes responsabilidades. De hecho hizo todo lo posible para que ocupase el puesto de Director de la Sede Subregional de la CEPAL en la Ciudad de México, lo cual incluyó evadir todas las disposiciones burocráticas sobre las paridades de los ingresos en la CEPAL para elevar su rango de ingreso: “por obvias razones” (Prebisch, 1951). Prebisch insistió, dado que no podía dedicar más de “dos o tres meses” de trabajo anuales en la Ciudad de México (ibíd.).

No debemos olvidar un elemento importante en la cosmovisión de Urquidi. A quien entonces podía considerarse un hombre joven, no hizo carrera para encaramarse a puestos en las organizaciones internacionales. Antes de haber asumido su puesto en la Ciudad de México, en 1951, con un rango mucho menor, en términos de los estándares de las Naciones Unidas, hizo lo mismo que Prebisch (julio de 1948), negándose a ocupar el cargo de Secretario General de la CEPAL -22 de septiembre1948- (Mallorquín, 1994; Urquidi V. L., 1948), y que finalmente fue ofrecido a otro mexicano: Gustavo Martínez Cabañas. Prebisch aceptó un año más tarde el puesto de Secretario Ejecutivo de la CEPAL, previo período como consultor externo de tres meses en 1949, para elaborar el diagnóstico multicitado que conocemos (Prebisch, El desarrollo económico de América Latina y sus principales problemas, 1949).

En 1959, Urquidi dejó la oficina y cargo de la CEPAL de México, y para 1966 ofreció una serie de conferencias al respecto en Venezuela, especialmente relacionadas con la evolución del MCCA y la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) (Urquidi V. L., 1996). Quiero subrayar algunos aspectos de la narrativa, no tanto el vocabulario substantivo de las conferencias, sino con el ángulo de visión. Es interesante porque una vez descritas las consabidas teorías del comercio internacional (C. Kindleberger, y J. Viner), sus dificultades y graves limitaciones para pensar la noción del desarrollo y por tanto el de la “integración”, Urquidi pasa discutir el lugar e importancia de la problemática de la integración en la historia del pensamiento económico y es allí donde ubica a Prebisch como uno de sus más importantes impulsores. Después presenta algunos argumentos del mundo occidentrico[5] que podrían ser útiles para representar la perspectiva de Prebisch, y contra la postura común de las historias del pensamiento económico, donde los latinoamericanos siempre están ausentes, organiza la narrativa a inversa: lee los relatos de Bela Balassa y Staffan B. Linder’s sobre el comercio y la integración en términos de la perspectiva de Prebisch. Es aquí que encontramos una de las primeras intenciones en América Latina de definir la “teoría” de Prebisch, y que Urquidi la define como la “teoría de las diferencias estructurales” (Urquidi V. L., 1996, pág. 18).

Para explicar el universo y espacio del terreno que debe reformarse por esta nueva formulación teórica, Urquidi no tiene inhibición alguna para recordarnos el variado y heterogéneo microcosmo de las economías centroamericanas como la base para pensar las condiciones que había que enfrentar en toda la América Latina:

El caso de Centroamérica es interesante porque demuestra todos los obstáculos y a la vez todas las posibilidades que ofrece la integración económica. Las dificultades surgían inicialmente del diverso nivel arancelario inicial de los países, del escasísimo intercambio entre ellos, de la falta de comunicaciones, de la falta de armonización de sus programas de desarrollo, del proteccionismo exagerado para una serie de industrias de escaso avance tecnológico, de las graves inhibiciones del sector privado, y de la importancia, entre otras cosas, de los ingresos aduaneros como fuente de recursos fiscales (1996, pág. 18).

 

Prebisch cuestionaba las raíces teóricas de ciertas críticas contra el mercado común centroamericano y los proyectos de libre comercio entre ciertas zonas de la región. Supuestos que consideraba insostenibles a la vez que banales: la visión estática, la concepción de las ventajas comparativas que explícitamente reduciría o impediría cualquier cambio en la organización productiva. Igualmente, el efecto paralizador de las teorías del comercio internacional que tomaban como dada la división internacional del trabajo y a su vez desconocían sistemáticamente las transformaciones que la región había transitado hasta ese entonces.

 

¿Regeneraciones?

Lo que sigue intenta trascender y superar algunas limitaciones teóricas del estructuralismo latinoamericano; por ello primero hacemos un breve repaso de algunos aspectos de su narrativa.

Sintéticamente, Urquidi percibe que la perspectiva de Prebisch y el de la CEPAL sobre el desarrollo y la “integración” forma parte de un vocabulario generado por una postura política cuya frontera está próxima a propuestas casi insurreccionales. Sin embargo, cabe señalar que en parte el vocabulario fue domesticado, como de hecho se hizo con algunos aspectos de la obra de Keynes. La insistencia de distinguir a los países por sus disímiles elasticidades ingreso-demanda, subrayando meramente la importancia del ritmo de sustitución de importaciones, que a su vez transforma la noción de “integración” y “desarrollo” en una vasta totalidad regional industrial (1996, pág. 19), tiende a olvidar otro aspecto de la transformación teórica impulsada por Prebisch: la importancia de pensar la “economía” en términos de asimetrías de poder entre las unidades productivas, dentro y entre sectores y regiones, así como las estrategias específicas para enfrentar la reorganización del conglomerado productivo. En otras palabras, el diagnóstico de las condiciones de existencia de los agentes que generan la diversidad y “heterogeneidad” del universo donde se vive. El pensamiento estructuralista latinoamericano es mucho más que una perspectiva que mide la intensidad de la relación producto-capital, o economías de escala, y la “aglomeración externa de las economías” y planes macroeconómicos para trascender las “fronteras” políticas entre las naciones.

Incluso Furtado, durante uno de sus períodos “ortodoxos”, reproduce dicha imagen:

La integración constituye, en esencia, un esfuerzo, con miras a maximizar las economías de escala de producción, en función de la técnica disponible, buscando no reducir las economías de aglomeración, o compensando adecuadamente los efectos negativos que se produzcan sobre determinadas colectividades (…). Así, la teoría de la integración pasa a constituir una etapa superior de la teoría del desarrollo y la política de integración toma tintes de una forma avanzada de política de desarrollo (…). Tratándose de economías subdesarrolladas, la integración no planificada lleva necesariamente a agravar los desequilibrios regionales, vale decir, a la mayor concentración geográfica del ingreso (Furtado, 1968, págs. 282-283).

            

Y, sin embargo, existen otros aspectos de la obra de Furtado que radicalizaron a las propuestas de Prebisch, mutación teórica que en ocasiones Prebisch cuestionaría. Para 1956, Furtado (1954; 1959) y Noyola (1956) construían una teoría de la “inflación” en términos de poder, un proceso dinámico donde lo que se examinaba eran las asimetrías de poder entre ciertos agentes (Di Filippo, 2009; Mallorquín, 1999).

La respuesta teórica de Prebisch no se hizo llegar inmediatamente. Es recién en El falso dilema entre desarrollo económico y estabilidad monetaria (1961), que Prebisch responde a los “desarrollistas” que priorizaban las explicaciones estructurales sobre cualquier otro aspecto, objetando aquellos aspectos que enfatizaban el lado de los “costos”. Aunque Prebisch aceptó la distinción teórica de Noyola entre las “presiones” y las fuerzas de “propagación” como los mecanismos que explicaban la evolución del proceso inflacionario, insistía en que los “costos crecientes” no respondían necesariamente a las “causas estructurales”. Siguiendo a Furtado (1954), Noyola había dicho la:

inflación no es un fenómeno monetario; es el resultado de desequilibrios de carácter real (se dirá más tarde “estructuras” C. M.) que se manifiestan en forma de aumentos del nivel general de precios. Este carácter real del proceso inflacionario es mucho más perceptible en los países subdesarrollados que en los países industriales (1956, pág. 67).

 

Pero una vez que tocamos esta distinción teórica en el campo “estructuralista” Prebisch tal vez ya no formaría parte de la misma familia (Mallorquín, 1998; 2008) algo que a Prebisch no le importunaba dado su temperamento. Más importante, desde nuestra perspectiva, es lo que tiende a circular en el idioma inglés como “estructuralismo latinoamericano”. Por ejemplo, algunas versiones como la de Arndt (1987), argumentan que el cuestionamiento del sistema de precios y la intervención estatal marcan a dicha cosmovisión, convirtiéndolo en un argumento “anti-mercado” y obsesivo “planificador”. En otro lugar, podemos ver que los mejores momentos del estructuralismo latinoamericano (Mallorquín, 1998; 2013) son aquellos cuando reconstruye y transforma el vocabulario de la economía, subrayando el papel de la las relaciones sociales y las asimetrías de poder entre los agentes productivos, que a su vez explica la naturaleza heterogénea de la economía, no solamente en la economía de la periferia. Por ejemplo, esta es la única forma de reconciliar la importancia en el estructuralismo latinoamericano en destruir los “monopolios” y resolver la “tenencia de la tierra” (Prebisch, 1959c) y “la reforma agraria” (Prebisch, 1958a), como una manera de crear “mercados”, es decir, transformar las asimetrías de poder. Estas concepciones de Prebisch, a pesar de la época, no eran eufemismos, simplemente establecían los límites políticos a los que estaba dispuesto a llegar: la gran necesidad de transformar las relaciones sociales opresivas en el campo, así como la importancia de la reforma fiscal y social, para resolver el fenómeno del “surplus de masas” en la periferia de las ciudades y cambiar las condiciones de existencia que hacen posible las “favelas”.

En términos modernos, la “posesión en separación de los medios de producción” por ciertas unidades de producción y sus diferentes condiciones de empoderamiento. Ello era lo que explicaba la manera en que ciertas unidades productivas podían participar en la venta y compra de mercancías-productos, es decir, los mecanismos que dan vida al proceso de circulación-producción. Las “polimorfas y perversas” condiciones de existencia de la economía, y que da pie a toda una serie muy variada (institucional) de utilizar la mano de obra.

Por su parte, la interpretación de Mauro Boianovsky (2009) del debate estructuralista-monetarista en América Latina a finales de 1950, hace un caso elegante para reincorporar a Furtado y Noyola al vocabulario académico occidéntrico, domesticándolos y librándolos de la terminología, pero a un costo político elevado: desaparecen sus esfuerzos de limpiar a la teoría social de aquellos aspectos que eludían hablar de poderes asimétricos: “elasticidad”, “velocidad”, “cuellos de botella”, etcétera, que no plantean preguntas sobre las condiciones de existencia que hacen posible la “heterogeneidad” de la economía.[6]

Otra manera de enfocar estas tensiones teóricas es tal vez, observar el mejor recuento que existe de las producciones de Prebisch en la década de 1950, la obra de Octavio Rodríguez: La teoría del subdesarrollo de la CEPAL (1980). Por ejemplo, logra encontrar dos versiones diferentes sobre la tesis de los términos de intercambio y el deterioro en cuestión, la “contable” y la “cíclica”. Una vez más, se paga caro el intento de homogenizar el discurso en cuestión. La actitud pragmática de Prebisch de construir proyectos y tareas como miembro de una organización internacional, lo alejaba de discusiones sobre la pureza doctrinaria de sus ideas.

Por otra parte, en esa misma década, Prebisch solamente en dos ocasiones hace a un lado sus responsabilidades institucionales para dirigirse a la academia, una vez fue en portugués (a través de una traducción de Furtado) y la otra en inglés. En 1953, responde al escrito de E. Gudin, “El misticismo de la planeación”, con “El misticismo del equilibrio espontáneo en economía” (Prebisch, 1953). La segunda ocasión fue al final de la década de 1950, Prebisch (1959f): “Commercial Policy in the underdeveloped Countries (from the point of view of Latin America)”, que se publica en la revista American Economic Review; apareciendo su traducción al español posteriormente.

Si ahora retornamos a la problemática de la “integración”, la perspectiva de la CEPAL va más allá de la imperiosa necesidad de inducir la “industrialización”, también están otras transformaciones estructurales. Aunque se puede argumentar que el movimiento de integración puede verse en términos de una serie sustituciones internas de importaciones por medio de procesos de industrialización locales, economías externas y principios de aglomeración, el elemento central siempre fue la transformación de las relaciones sociales dentro y entre las regiones y unidades de producción, crear “mercados” donde no existían y promover su articulación entre sí. A dicha evolución se le llamaba la “economía como un proceso institucionalizado”, por parte de los institucionalistas norteamericanos (Mallorquín, 2006a; 2019b; Street, 1987). No se trata de una estructura automática, sino consecuencia de una sucesión de eventos históricos entre agentes productivos con variados grados de empoderamientos, que han logrado establecer cierto dominio contingente en cierto espacio económico, y la “reterritorialización” del mismo en la lucha por supervivencia. Esto explica en parte la importancia del papel del Estado en el proceso de desarrollo. Un suceso mediante el cual ciertas relaciones sociales se institucionalizaban dentro y entre las unidades productivas y la fuerza de trabajo. Lo mismo que con la evolución de la estructura financiera que apoya las “interdependencias” entre diversos sectores de la economía. Evento contradicho por el desorden financiero internacional actual y la necesidad de nuevas reglas de juego, dando pie a nuevas luchas por la hegemonía internacional hasta hace poco bajo el liderazgo estadounidense.

El movimiento de integración no fue únicamente un suceso para promover el crecimiento económico, también requería una “distribución equitativa del ingreso” (Correa Serrano, 2012, pág. 153). Existe un claro consenso entre los estudiosos del movimiento que ampliar el “comercio” por sí sólo (ibíd.) entre ciertos países no resuelve los problemas del desarrollo, ni la materialización del proceso de integración.

Eso explica la importancia de pensar la unión aduanera y sus aranceles dentro y entre países-regiones y su apertura hacia el resto del mundo, así como los medios de pagos y fondos de compensación requeridos para cubrir los ciclos y períodos entre países con excedentes y los deficitarios. En otras palabras, qué dirección debe tomar la “integración”, bajo cual hegemonía, ya sea sectorial o regional en torno a la cual se organicen los agentes del proceso. Esto es elemental para sostener cierto principio de reciprocidad y lograr una verdadera zona de libre comercio entre sus participantes y limitar con ello las fuerzas de polarización entre y dentro de los países y regiones.

Retrospectivamente, algunos señalan que la cuestión real es la presencia o ausencia de una voluntad política para impulsar el proceso cuestión (Correa Serrano, 2012, pág. 154). Otros también argumentan, como Aguilar, que la “integración y desarrollo” (pág. 156) no pueden separarse. La evolución del proceso actual requiere la participación de los pueblos, o en la terminología actual, “desde abajo hacia arriba”, muy distinto al que se ha promovido por ciertas burocracias y élites estatistas en el pasado (Veltmeyer & O’Malley, 2003).

Desde una lógica y visión muy restrictiva la cruzada por una Asociación de un Mercado Común de América Latina, critica el movimiento de integración de la década de 1950 por haber engendrado únicamente el Mercado Común Centroamericano y una zona de libre comercio (ALALC), que a su vez procreo, pero solamente en “papel” la ALADI sin mucho movimiento para su institucionalización plena. Pero esta visión crítica de un aparente fracaso olvida el contexto político: la oposición del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del gobierno estadounidense.

El FMI se opuso a dichos esquemas de comercio “preocupada” especialmente por los mecanismos de pagos y la manera en que se establecían las garantías para obtener las divisas para comprar las importaciones externas a la unión comercial en cuestión, resucitando la vieja tesis de la potencial “reducción” del intercambio con el “exterior”. Ello confiesa que rechazó, o no supo comprender los mecanismos de compensación entre los países que proponía la CEPAL: un mecanismo de créditos a los países potencialmente deficitarios en sus relaciones de intercambio con respecto a la zona comercial, pero con ciertos límites, así como las especificaciones de la proporción de las divisas que sería ocupada por algunos de los países pertenecientes a la zona como el sustento para la conversión externa del “mercado regional”. Para el FMI estas ideas parecían concentrarse solamente en aspectos restrictivos que culminarían limitando y no amplificando el comercio interno y externo de la zona de comercio en cuestión

Prebisch dedicó gran parte de sus años entre 1957 y 1962 defendiendo las propuestas por el comercio intra-zona y los mecanismos de pago, aspectos que fueron elaborados por un grupo de expertos creado en 1956. Simultáneamente, no perdía ocasión en reportes confidenciales o en algunas ocasiones en reuniones públicas de burlarse de las críticas del FMI a las propuestas de una zona de libre de comercio, o del Mercado Común, acuerdos y modelos de compensación de pagos (Prebisch, 1957; 1958b; 1958c; 1958d; 1959a; 1959b; 1959c; 1959d; 1959e; 1959g).

Briceño (2007, pág. 87) así como Dosman (2008, pág. 345) han mostrado que los patrones de fluctuación, para decir lo menos, de la política estadounidense hacia la ALALC y el Tratado de Montevideo, era toda menos un apoyo a su constitución y a pesar de la oposición y ausencia de un mecanismo fuerte de “integración”, para 1980, las exportaciones intrarregionales e importaciones representaban el 14 y 12 % respectivamente. Esto puede verse también con la participación de otros bloques regionales con dificultades similares para establecer alguna tarifa en común y reglas de “integración”, por ejemplo, el Pacto Andino, CARICOM. No obstante, en estos espacios se puede visualizar un crecimiento intenso de sus intercambios internos en sus primeros años.


Imagen 3. https://urgente.bo

 Aunque el proceso de “integración” en América Latina parece estar muy lejos en los resultados de la evolución comercial de dichas zonas, el efecto positivo del “comercio” es indudable, a corto o largo plazo: se generan los mecanismos institucionales para realizar las tareas productivas que no surgen automáticamente: se construyen como dirían los estructuralistas latinoamericanos o los institucionalistas norteamericanos.

Una lectura diferente del libro de Briceño (2007) y su detallado historial crítica del proceso de integración, así como sus limitaciones, debe subrayar mejor su enorme éxito, en términos del comercio y el crecimiento económico, para la zona en cuestión. Evolución que no se había presentado antes de los acuerdos de “comercio”. Similarmente, en su época, Urquidi (1996) menciona que a pocos años de haber surgido el MCCA, había logrado con cierta eficacia promover un proceso comercial antes inédito, incluso antes que se culminaran la legislación final del “Mercado Común” en evolución. De hecho, el comercio entre los países en el MCCA, creció de 4 a 15% sin reducción de las importaciones y el comercio con el resto de la comunidad “externa”. Creo, aunque de manera involuntaria, la evaluación de Guerra-Borges debe tomarse como un apoyo a favor de la noción estructuralista latinoamericana sobre la manera en que funciona la economía: sus agentes, los acuerdos son básicos para pensar la articulación de diferentes regiones y sectores productivos entre sí.

La economía, ni el mercado ofrecen “información” institucionalizada para todos de la misma manera y fidelidad para los cálculos de los agentes productivos, ese es el mito del mercado autoregulador de las actividades económicas. No existe nada automático para decir que el capitalismo se reproduce sin imponer y empoderar a ciertos agentes productivos realizar una u otra actividad en cierto espacio. A pesar de la inexistencia explícita de un acuerdo de integración y las dificultades para negociar la “lista” de los productos libres de aranceles dentro de la comunidad, señalado por Guerra-Borges, la ALALC, no obstante la evolución ambigua del proceso en curso benefició el proceso porque procreó “las condiciones políticas e institucionales para vincular más a los países miembros y generar entre ellos corrientes comerciales hasta entonces inexistentes” (2012, pág. 212).

También debemos confrontar otro tono pesimista en la crítica, que genera la contraposición problemática entre una política de integración “comercial” o “productiva” o el antiguo regionalismo “cerrado” versus el nuevo “regionalismo abierto” de la época globalizada. Una vez más, la transformación de la ALALC en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) continuó articulada a la vieja idea del papel del comercio internacional como el motor principal del crecimiento (Casas Gragea, 2012, págs. 218-219). El modelo de exportación en boga por el proceso de globalización prevaleció como el mecanismo para articular las zonas y generar alguna forma de “integración” proceso que solamente logró engendrar mayores asimetrías en la economía mundial.

En la década de 1990 la CEPAL produjo un discurso tomando en consideración algunos elementos de las políticas propuestas del llamado “consenso de Washington” intentando reducir el peso de algunas de sus recomendaciones, apoyándose en la idea de una mayor “interdependencia” de las economías dado los tiempos de la “globalización”.

Le apostó a una estrategia de “apertura” y “hacia fuera” que generaría el cambio y mutación de los patrones de producción en la región, atrayendo tecnologías de punta y mayores niveles de inversión foránea. Aunque la CEPAL (1994) insiste que puede incorporar la noción de una integración regional en la perspectiva, el mecanismo se encuentra en construcción en los conjuntos comerciales sin establecer o por lo menos reducir, las tarifas para la mayoría de los bienes y servicios en circulación. Tampoco existe un orden preferencial que debería guiar los patrones del comercio entre sus miembros (Gutiérrez, 2012, pág. 246) y last but not least propone otorgar a la inversión foránea el mismo tratamiento que al capital nacional.

Obviamente esta nueva tendencia histórica procreó muchos acuerdos y arreglos comerciales o bloques de esa naturaleza (ibíd.) intra y extra regionales, simultáneamente con acuerdos bilaterales y multilaterales entre los países. Se repite aquí un incremento intrarregional del comercio significativo entre 1990-1998 en todas las zonas regionales de comercio (CAN, MERCOSUR, MCCA, CARICOM).

Por lo tanto, aunque la historia reciente demuestra ciertos límites, y una ampliación de las asimetrías entre ciertas economías y regiones geográficas, el fracaso verdadero se encuentra en las estrategias “globales” económicas y, por lo tanto, la urgencia de pensar la incorporación y la articulación de las unidades productivas entre sí y en ese sentido el movimiento integracionista tiene muchos aprendizajes que absorber.

Lo que debe enfatizarse desde la perspectiva estructuralista latinoamericana es que no hay una ley o lógica necesaria de que las estrategias “comerciales” estén necesariamente en contradicción con las de integración “productiva”, o de la misma manera con patrones de comercio ya sean “abiertas” o “cerradas”, incluso cuando haya una relativa ausencia de participación gubernamental.

La perspectiva no tiene una noción general sobre la manera de construir una economía más equitativa o inclusiva. La diversidad de las relaciones de poder y sus asimetrías, dentro y entre las unidades de producción, regiones, y sectores: hace de cada conglomerado social un ámbito para pensar la especificidad de las estrategias de transformación. Por la misma heterogeneidad, generada por las asimetrías de poder, no existe un proseo unilineal premeditado. Lo cual impide la creación de una teoría general para la mutación o transformación de las relaciones sociales. Ello supone una ausencia de una noción general de cómo se generan, precios y costos, ya que dependen de los poderes y antagonismos entre los agentes y unidades productivas y los modos de financiamiento. Esas relaciones son contingentes y, por tanto, los agentes no están preconstituidos, y sus comportamientos suponen tiempos históricos específicos y una pluralidad de opciones.

Algo que nos devuelve a la idea de la heterogeneidad. Concebida originalmente como una característica de la periferia, versus la homogeneidad del centro, hoy la única manera de recuperar su importancia es reconfigurarla como el efecto de las asimetrías de poder existentes en cualquier universo social: no se trata entonces de la ausencia de cierta tecnología.

Por lo tanto, el movimiento de integración debe pensar en términos de fronteras en constante movimiento o expansión, cultural, económica. Bolivia es un caso ejemplar en ese sentido cuando habla de un estado Plurinacional. Con Methol debemos entretener la idea que los espacios continentales (no necesariamente “industrial” como nos quiere hacer creer) son el futuro de la forma política, una autonomía federal real e independencia relativa de los municipios. Ello hará reconocer comunidades hasta la fecha desconocidas.

Recapitulando: el ensayo intentó demostrar que el estructuralismo latinoamericano como discurso teórico no es meramente la continuación de la “economía” en su versión anglosajona. Es mejor observar la perspectiva como una forma de descolonizar las ciencias sociales y su reconstrucción en una perspectiva que supone la organización de las relaciones sociales y sus reglas como algo contingente en términos de poderes asimétricos. Los pasos iniciales que da Prebisch hace posible algunas recomendaciones para la política del desarrollo, y sin querer aparecer bajo algún tipo de denominación específica, consensando sus visiones con la de otros intelectuales en la región.

Esto explica en parte las formas tan diversas en que se han interpretado sus ideas. En ciertas ocasiones, intenté construir un puente entre las ideas de la CEPAL y los institucionalistas norteamericanos de la década de 1920. Mi descripción del movimiento de integración enfatiza su distancia, con aspectos del discurso de unidad regional que valen la pena rescatar pero que no pueden ser la fuente ni fuerza de una “integración”. Integración implica poder, dominio y dirección, así como asignación y distribución de sus frutos, y es en ese ámbito donde las ideas de Prebisch y la CEPAL pueden coadyuvar el discurso regionalista. Solamente con esos instrumentos se podrá sustentar y defender la totalidad unitaria en búsqueda. Finalmente, insisto que no hay contradicción necesaria entre una estrategia de integración regional “abierta” o “cerrada”, o una “productivista” y/o “comercial”. Desafortunadamente, en este sentido, una expresión anglosajona me ayuda a cerrar el artículo”: “the proof of the pudding is in the eating.”

 

Notas:

[1] “Indeed, Prebisch is skating on thin ice, but I fully support him”.

[2] No debe olvidarse que las categorías “centro” y “periferia”, implica señalar asimetrías de poder y, por tanto, existen en todas las formaciones económicas, ya sean del “centro” como en la “periferia”.

[3] El subrayado es nuestro.

[4] Prebisch ha destacado el fenómeno del deterioro para la región y especialmente para la Argentina desde el año de 1934, por eso es risible que a esa tesis se le llame la Prebisch-Singer tesis, así como hoy se habla de la tesis Thirlwall-Prebisch, cuando se habla de los obstáculos externos para la generación del crecimiento interno.

[5] Discursos anglosajones y/o eurocéntricos. Se recomienda la obra de Luis Carlos Bresser para otra lectura en torno al desarrollo “nuevo y viejo”.

[6] A fines de la década de 1980, Kaldor hablaba de la “basura” (scourge) monetarista.

 

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Cómo citar este artículo:

MALLORQUÍN SUZARTE, Carlos, (2020) “El estructuralismo latinoamericano y su contribución al movimiento de la integración regional”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 42, enero-marzo, 2020. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1829&catid=14