¿Un nuevo mundo feliz? Detractores y fanáticos de las tecnologías digitales

A happy new world? Detractors and fans of digital technologies

Um mundo novo e feliz? Detratores e fãs de tecnologias digitais

Ezequiel Maldonado

Universidad Autónoma Metropolitana, México

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Recibido: 30-09-2019
Aceptado: 29-10-2019

 

 

En la naturaleza humana hay la facultad de sentir
y percibir la felicidad. Pero un puñado de hombres
ha privado de ella a millones de seres humanos,
después de deformarse y corromperse a sí mismo.

Dzervzhinski

 

Los tiempos modernos

En los años setenta del siglo XX leímos con fervor tres novelas de “ciencia ficción”: Nosotros de Zamiatin, una antiutopía o distopía, según especialistas, que anticipó a Un Mundo Feliz de Huxley y 1984 de Orwell. Hoy detectamos variados escenarios con rasgos de estas obras como el lavado de cerebro, el soborno y la corrupción, el control y la manipulación de la verdad, claves en 1984; una sustancia o droga masiva llamada “soma”, un Ministerio de la verdad y un sistema de castas en Un mundo feliz; el avance de la técnica, hoy serían tecnologías digitales, en tanto herramientas de control social y el control absoluto sobre aspectos de la vida material y corporal en Nosotros. Las ideas de felicidad inducida y manipulada o libre y aún a costa de la existencia están presentes en estas obras pioneras.

En el Diccionario de Filosofía de Abbagnano (2004) el concepto felicidad se plantea como estado de satisfacción debido a la propia situación en el mundo; ello abarca la multiplicidad de los intereses, de las relaciones del hombre con las cosas y con los otros hombres. Esta felicidad conlleva “buena salud, el buen éxito en la vida y en la propia formación […] son inherentes a la situación del hombre en el mundo y entre los otros hombres”. Esta última frase es relevante: la felicidad tiene un carácter social, no es individual. En Wikipedia (2019) se publica el Índice Global de Felicidad de 2018. Finlandia es el país más feliz del mundo, junto con Noruega, Dinamarca, Islandia y Suiza. En este ranking mundial, México ocupa el lugar 24, abajo de Costa Rica situado en el 13. Borundia ocupa el último lugar junto a otros países africanos.

Los indicadores que certifican esa felicidad son: el ingreso, el apoyo social, la esperanza de años de vida saludable, la libertad para tomar decisiones vitales, la generosidad y la percepción de la corrupción.  México sale muy bien librado en ese lugar 24 de entre 156 países, pues ya van trece años de la llamada guerra contra el narco, con ejército y marina en las calles, con un costo de miles de asesinados(as) y desaparecidos(as), sufrimientos al por mayor y un clima de inseguridad agobiante. Los Estados Unidos con una población obesa, inmersa en la droga y en la depresión bajó varios lugares.  En ese Informe de la ONU, tal vez los encuestados gozaban de felicidad ante su último iPhone, la selfie en el Facebook y su ropa de marca. 

En este estado de ánimo alegre y satisfactorio del mexicano, el INEGI reportó en 2019, su Índice de felicidad con un 8.3, en escala de uno al 10. Destacan las relaciones personales con elevado promedio, 8.7. Tomando en cuenta el género, los hombres expresaron satisfacción con un 8.4, mientras las mujeres, fue de 8.2. Usando estos indicadores, AMLO declaró, con el estribillo de Consuelo Velázquez, que el pueblo es “feliz, feliz, feliz” (Villanueva, 2019). Por su parte, Galván Ochoa realizó un sondeo en redes y grupos  diversos con las preguntas: ¿Tu eres feliz?, 49% dijo que sí; un 21%, medianamente feliz y un 30% se declaró infeliz (Galván Ochoa, 2019). En algunas respuestas, los felices atribuyen ese bienestar al cambio de gobierno. Sin duda, estos indicadores muestran conformismo y poca ambición en el pleno significado de felicidad.

La competencia capitalista impulsa la productividad, pero también la presión, el aumento del estrés en el trabajador. Recordemos los tiempos y movimientos del taylorismo y su organización científica del trabajo, en los años veinte del siglo pasado.  Un mundo inhumano por su organización basada en las ganancias. Charles Chaplin, en Tiempos Modernos, describe la entrada a la fábrica y un enorme reloj cual amenaza. Vemos a Charlot, un obrero ante una máquina, con una llave ajusta una tuerca y su vecino ajusta otra y el tercer obrero da otra vuelta de tuerca en la producción de flujo continuo, el transportador de cinta asegura la circulación de un conjunto de piezas ante el obrero quieto en su puesto de trabajo. Charlot enloquece en esa cadena infernal: después de dos, tres horas ajustando tuercas le provoca una especie de mal o baile de san Vito: enfermedad nerviosa caracterizada por movimientos involuntarios y violentos, convulsiones.

Mientras tanto, el patrón, en su oficina, arma un rompecabezas y ve comics en un diario; también fisgonea en una pantalla a los trabajadores y ordena acelerar la cadena de montaje de automóviles donde los obreros   aprietan tuercas en una banda sin principio y sin fin.  Charlot en una imagen metafórica es tragado por la propia máquina con sus enormes engranajes. Una cámara colocada en el baño de obreros descubre a Charlot descansando de la fatiga, enciende un cigarrillo y se dispone a fumar. La imagen y voz del patrón, cual dios padre, lo reprime y le insta a volver al trabajo.

El gigantesco reloj que da inicio a Tiempos modernos es una amenaza psicológica pero también física, para obreros que checan tarjeta de entrada a la fábrica, asimismo marca la existencia, la locura y la muerte de trabajadores. Todo ha cambiado en los Tiempos modernos: los talleres y las fábricas ya no miden el tiempo en jornadas sino en horas. Desde el siglo XIX incluso se medirá en minutos. “La exigencia de puntualidad la paga quien no la respeta: se retiene a los obreros una parte del salario y a veces se les despide… Nadie puede escapar a la medida del tiempo en las ciudades” (Matricon & Roumette, 1991, pág. 73).  Estamos en la época en donde el sistema de organización, la racionalidad del trabajo, se controla mediante el cronómetro, el análisis de los tiempos y movimientos de la racionalidad capitalista.

Paula Sibilia señala acertadamente al reloj, como la máquina, el artefacto, más emblemático del capitalismo industrial, de uso cotidiano y aparentemente inofensivo pero que transformó hábitos, costumbres, tradiciones; disciplinó y sometió científicamente a la clase obrera desde el siglo XVIII. “Ese aparato sencillo y preciso, cuya única función consiste en marcar mecánicamente el paso del tiempo, simboliza como ningún otro las transformaciones ocurridas en la sociedad occidental en su ardua transición hacia el industrialismo y su lógica disciplinaria” (Sibilia, 1999, pág. 18). Si bien el reloj, al interior de los monasterios benedictinos, regulaba las rutinas de la oración y el trabajo, su uso se expandió hacia las ciudades europeas que sistematizaron rutinas metódicas ante la necesidad de sincronizar las acciones humanas y la organización de las tareas a intervalos regulares; con ello, se proyectaron virtudes como la puntualidad y pecados como la pérdida de tiempo.

Dice el millonario McPato, al momento de echarse un clavado en una alberca repleta de dinero: “El tiempo es oro”, consigna clásica de burgueses y potentados ociosos hacia empleados para que eleven la producción. M. Foucault “analizó los mecanismos que hacían funcionar la sociedad industrial con el ritmo siempre cronometrado de infinitos relojes, cada vez más precisos en la incansable tarea de pautar el tiempo de los hombres…” (Sibilia, 1999, pág. 20). Hoy el reloj, en sus infinitas formas y modelos sigue, cual implacable tirano, determinando el fluir de nuestras vidas y muertes. La mayoría de los jóvenes universitarios no utilizan el reloj tradicional, el de pulsera, no lo necesitan, perciben el fluir del tiempo en sus celulares. Paula Sibilia (pág. 28) analiza el tránsito del reloj de los tiempos modernos a la época contemporánea:

El emblemático reloj, ese aparato sencillo e implacable, sigue de líder en el escenario global. Pero tampoco dejó de sufrir el desgaste implacable, que lo hizo transitar de las viejas leyes mecánicas y analógicas a los flamantes flujos informáticos y digitales. La función del reloj se ha internalizado por completo […]. Lejos de perder vigencia, todavía persiste el clásico lema burgués que contribuyó a forjar la ética capitalista (y protestante): el tiempo es dinero… El tiempo actual ya no se compartimenta geométricamente; pasa a ser un continnum fluido y ondulante. De nuevo el reloj sirve como emblema y como síntoma, expresando en su cuerpo maquínico la intensificación y sofisticación de la lógica disciplinaria en nuestra sociedad de control.

El trabajo de los obreros no hace más que reforzar el sistema que los oprime. “Su trabajo, a) enriquece a los ricos y les hace más poderosos, y b) hace a la sociedad más consumista y su existencia se centra en el dinero. Cuanto más trabajan los obreros, más se refuerza el sistema el poder que los oprime. Se convierten en elementos del sistema, en ladrillos del muro” (Reiss, 2000, pág. 18).  El trabajo carece de sentido y no procura satisfacciones. Las personas se ven enajenadas de lo que han producido, alienadas del producto de su trabajo. El trabajo los encadena a movimientos repetitivos, aburridos, esclavizantes, empleos destructores del alma. Los obreros, los empleados, trabajan todo el día y ¿qué satisfacciones reciben? Envejecieron un día más y, lo peor, se acumularon las deudas. Los trabajadores se convierten en robots o gorilas amaestrados.

Ese trabajo alienante, les impide desarrollar todo el potencial humano, sus energías físicas e intelectuales. Su personalidad se degrada en vez de enriquecerse; se siente libre en la noche, el fin de semana cuando se emborracha, se droga, se junta con los amigos, permanece frente a la tele. Se percibe libre en el acto sexual, en la cantina, viendo un partido de fútbol. Cuando concluye el día de trabajo, dice Marx, “comienza la vida: en la mesa de su casa, en la taberna con los amigos, en la cama”.[1] Ante múltiples muestras de deshumanización en sociedades cuyo signo esencial es la irracionalidad, las personas se muestran:

Empequeñecidas (Reiss, 2000, pág. 9) ante una amenaza que provoca su disminución corporal, física o psicológica,  la casi desintegración de su persona; sentirse “tamañitas”, disminuidas, ante un temor,  una desgracia inminente. Impotentes ante la magnitud del sistema neoliberal, sus leyes, normas y la desgracia cotidiana que las paraliza; atrapadas en una especie de ratonera, trampa de un sistema que las engaña cotidianamente.  Aisladas en su casa y barrio, pero con su celular, y el refrán popular “cada quién para su santo”; Frustradas ante el engaño y la decepción de un cambio social prometido. Agotadas: con un cansancio crónico, “nacieron cansadas” sin ubicar la fuente de malestar, perdieron dinamismo y desprecian la intensidad de la vida. Deprimidas: personas decaídas, hundidas en la tristeza y el pesimismo; disminución en su energía y actividad vital.  Indolentes, no hay entusiasmo por nada, actitud de valemadrismo, conformarse por inercia o comodidad en su existencia, “nadar de a muertito”.

Confusas: desorientadas en tiempo y espacio; trastorno inducido por un sistema que impide orientarse en la vida cotidiana o en una situación de riesgo extremo; sin brújula que guíe hacia el porvenir.  Insatisfechas ante el rumbo de su existencia, en el trabajo, en la escuela, en la vida cotidiana. Estafadas con leyes y normas, con corrupción e impunidad; la gran estafa: la “caridad social” a través de “tarjetas de bienestar”.  Humilladas, personas domesticadas, han perdido el orgullo o la dignidad, se exponen a la degradación, el racismo, el ninguneo que impone el sistema a los jodidos, a los indios y mujeres, a sectores con opción sexual diferente. Arrogantes, personas altaneras, groseras frente a clases sociales inferiores a las suyas, o infunden altanería. Agresivas ante una existencia gris, superflua, que no ofrece perspectivas.

En gran parte, la ausencia de pasiones nos crea esa indiferencia o apatía y nos provoca un cierto bienestar el irla pasando. A la pregunta ¿cómo estás?, la respuesta, “más o menos”, confirma la medianía o grisura de nuestro existir. Hoy sabemos que la “verdadera finalidad de las pasiones es aniquilar la realidad presente para lograr su transformación futura” (Gurméndez, 1986, pág. 275).  Encauzar la gran pasión implicaría destruir la miseria humana, la servidumbre y el conformismo, que amenazan nuestra existencia. Hemos perdido el rumbo de la plena existencia, de la vida auténtica, inherente de una plenitud al acecho. ¿Encontraremos ese rumbo extraviado? La mayor estafa es creer en una paz idílica, en un futuro prometedor sin criminalidad, sin corrupción, en que si nos unimos los mexicanos lograremos grandes proezas. La gran estafa es la prédica primero los pobres y al lado el oligarca que guiñe el ojo. 


Imagen 1. © Josan González. https://mott.pe

 

La alienación en la sociedad contemporánea

“Si sometemos nuestras vidas a examen, probablemente descubriremos que empleamos la mayor parte de nuestro tiempo y energías en satisfacer objetivos mundanos, como la búsqueda de seguridad material y emocional, el disfrute de los placeres de los sentidos o granjearnos una buena reputación” (Gurméndez, 1986, pág. 23). Es probable que, para no comprometernos con nada ni con nadie, nademos de a muertito y volteemos la cara ante la desgracia y el sufrimiento ajenos; o que valoremos nuestro existir ante los triunfos de la selección nacional o del equipo favorito. En otra época, imperaban los valores en defensa de la patria, en defensa de nuestra soberanía, de nuestra nación. Hoy se han reducido, ante el miedo a la violencia, a la inseguridad, la desgracia cotidiana.

En sus Tiempos Modernos, Chaplin adquiría gestos mecanizados y se volvía compatible con los engranajes del mundo industrializado; aún esa especie de mal de San Vito, esas convulsiones grotescas cual cuerpo en estado epiléptico, hoy cobran nuevas dimensiones. Ese cuerpo está plenamente obsoleto, fuera de circulación. Ya no son esos los ritmos, gestos y atributos que están en boga, en ningún lado y menos en el mercado laboral. Las formas humanas que hoy se estimulan necesariamente se adaptan a los circuitos integrados del capitalismo global. En ese proceso de adaptación.

Nada mejor, para eso, que digitalizarlos, tornándolos compatibles con toda la parafernalia teleinformática que dirige el mundo… Subyugados por la retórica y por las novedosas prótesis teleinformáticas  y biotecnológicas, los organismos contemporáneos se transforman en cuerpos conectados, ávidos y ansiosos, cuerpos sintonizados… cuerpos útiles […] acoplados a la tecnología digital […] (hoy) emergen otros tipos de cuerpos y subjetividades: autocontrolados, inspirados en el modelo empresarial, instados a administrar sus riesgos y placeres de acuerdo a su capital genético, evaluando constantemente el menú de productos y servicios ofrecidos en el mercado […] (Sibilia, 1999, págs. 262-263).

En 1967, se publica en español el célebre texto de Adorno y Morin, La industria cultural. Son los años en que inicia la era espacial, la batalla por el cosmos, los sesentas, y ya instalada la Guerra fría entre la URSS y los EEUU, con el soviético Yuri Gagarin, el primer cosmonauta, y luego le seguiría en esa carrera espacial el estadunidense Alan B. Shepherd y en 1963 Valentina Tereschkowa, primera mujer astronauta. En 1965 es asesinado el revolucionario negro Malcolm X, y en 1967 Ernesto Che Guevara en Bolivia. Estamos en un impetuoso avance del capitalismo con sofisticadas técnicas en la difusión masiva. Se le llamó Segunda industrialización impregnada de imágenes y sueños. Edgar Morin describe:

Las comunicaciones de masa constituyen una prodigiosa red nerviosa en el gran cuerpo planetario: multitud de palabras e imágenes de teletipos, rotativas, películas, bandas magnéticas, antenas de radio y televisión; todo lo que rueda, navega, vuela, transporta diarios y revistas; no hay una molécula de aire que no vibre con mensajes que un aparato o gesto hacen inmediatamente audibles y visibles… jamás la cultura y la vida privada habían entrado a ese punto en el circuito mercantil e industrial, jamás los murmullos del mundo –en otro tiempo suspiros de fantasmas, cuchicheos de hadas, duendes y gnomos, palabras de genios o de dioses, hoy música, palabras, films llevados por las ondas- habían sido a la vez fabricados y vendidos mercantilmente (Adorno & Morin, 1967, pág. 33).

 

En la época en que se publica La industria cultural también se difunde en Europa la revista A/traverso que tituló uno de sus números “La felicidad es subversiva cuando se vuelve colectiva”, dice más adelante: “El deseo es la fuerza que pone en movimiento todo proceso de transformación social, todo cambio de imaginario, todo desplazamiento de la energía colectiva. Sólo a partir del deseo se explican el rechazo obrero del trabajo asalariado, el rechazo a someter la propia vida a los ritmos de la cadena de montaje, el ausentismo, el sabotaje…” (Berardi, 2003, pág. 51). Todavía en esos años prevalece la posibilidad de alcanzar espacios de felicidad, de obtener la realización personal, de vivir cierta plenitud y tener confianza en el porvenir. Estamos en los años sesentas y al filo de la era digital.

El capitalismo, como sistema hegemónico a nivel mundial, se ve sometido a una expansión continua y, en su fase imperialista, impulsa dicha expansión política, económica y militar. Sin embargo, ¿Qué sucede cuando a nivel planetario dicho sistema impone condiciones en la economía universal y todo objeto de la vida cotidiana ha sido transformado en mercancía? Esa expansión trocó prioridades y la conquista del cosmos fue relegada o cedió ante la conquista del mundo interior, el espacio de la mente, del alma: el espacio temporal.

Señala Franco Berardi: “La colonización del tiempo ha sido un objetivo fundamental del desarrollo del capitalismo durante la edad moderna… Pero en la actualidad algo nuevo está sucediendo: el tiempo se ha convertido en el principal campo de batalla. Tiempo-mente, cibertiempo” (2003, pág. 40). Antes prevaleció el concepto ciberespacio, esfera de interacción de innumerables fuentes humanas y mecánicas con una expansión ilimitada y punto de intersección del cuerpo orgánico con el cuerpo inorgánico de la máquina electrónica (ibíd.). Y frente a esta dimensión, el ciberespacio, hoy es necesario atender al cibertiempo:

Es la cara orgánica del proceso, el tiempo necesario para que el cerebro humano pueda elaborar la masa de datos informativos y de estímulos emocionales procedentes del ciberespacio […] El cibertiempo no es expansible sin límites, porque su expansión está limitada por factores orgánicos. Se puede expandir la capacidad de elaboración del cerebro mediante las drogas, el adiestramiento y la atención, gracias a la ampliación de las facultades intelectuales, pero el cerebro orgánico tiene límites que tienen relación con la dimensión emocional y sensible del organismo consciente […] La esfera objetiva del ciberespacio se expande a la velocidad de la replicación digital, pero el núcleo subjetivo del cibertiempo evoluciona a ritmo lento, al ritmo de la corporeidad, del goce y del sufrimiento (pág. 41).


Imagen 2. www.elliberal.com.ar

Con las tecnologías digitales, el trabajo adquiere una perspectiva totalmente diferente. “Transforman la relación entre concepción y ejecución y, por tanto, la relación entre el contenido intelectual del trabajo y su ejecución manual” (Berardi, pág. 60). El trabajo manual se realiza por máquinas automáticas mientras que la tarea innovadora, que produce valor, es a través de la actividad mental. Sin embargo, esta digitalización del proceso productivo provoca que todos los trabajos sean iguales en el aspecto físico y ergonómico. El ingeniero, el arquitecto, el programador tienen enfrente una pantalla y un teclado. Un trabajo muy específico y especializado realizan el dibujante y el dependiente de un supermercado. En el pasado, el obrero impulsó sus energías en actividades monótonas, repetitivas; hoy el trabajador altamente calificado dedica a la producción su talento, su creatividad, sus capacidades intelectuales.

Sin embargo, este empleado es un trabajador de tiempo completo, no trabaja para vivir, vive para trabajar. No hay horarios fijos, las ocho horas del pasado son una broma, y el regreso a casa significa finalizar la tarea cotidiana. Por lo mismo, la sexualidad y la convivencia se transforman en mecanismos estandarizados y mercantilizados. La calidad de la existencia se deterioró en aspectos afectivos y psíquicos, como “resultado del deterioro de los vínculos comunitarios y de su esterilización securitaria […] cada vez hay menos placer y menos seguridad en la relación humana, en la comunicación afectiva” (pág. 64). No se diga la solidaridad con los semejantes ante imperativos como la competencia y concebir al competidor, al otro, cual enemigo. El dinero, la tarjeta de crédito, la riqueza económica, ilusionan a un poseedor en busca de una felicidad fraudulenta. “A la pasión del trabajo, culto a la eficacia, rendimiento, éxito económico, se debe oponer el trabajo de la pasión” (Gurméndez, 1986, pág. 190). El tiempo en consumir mercancías nos resta tiempo para gozar de la vida sexual, del disfrute del juego al aire libre, del gozar de la vida.

El trabajo cognitivo en la red. “El trabajo cognitivo es, en esencia, trabajo de comunicación, o bien comunicación puesta a trabajar […] Pero también puede significar –y en general es así– empobrecimiento de la comunicación, porque la comunicación pierde su carácter de gratuidad, de placer, de contacto erótico y se transforma en necesidad económica, fingimiento sin placer” (Berardi, 2003, pág. 72). Tanto los ejecutivos como los empresarios vinculados a la red, perciben la sensación de depender de un flujo que no se interrumpe, cual maldición de tántalo, y de la cual no es posible desconectarse so pena de la marginación. Ya no hay jefes ni patrones que vigilen a Charlot, el proceso de trabajo es un contínuum, está incorporado al flujo.

El teléfono celular es una clave fundamental que ilustra esta forma de dependencia reticular. Ese celular, siempre encendido, desempeña una función decisiva en la organización del trabajo. “La red telemática constituye la esfera en la que es posible la globalización espacio-temporal del trabajo […] El trabajo es actividad celurizada sobre la cual la red opera una constante recombinación. El teléfono celular es el instrumento que hace posible esa recombinación” (Berardi, pág. 75). Además, es un instrumento de coordinación continua, capaz de eslabonar una información con otra y un trabajador celurizado que puede ser “alcanzable y llamado a desempeñar su función productiva y a reinsertarse en el circuito global de la infoproducción. En cierto sentido, el móvil es la realización del sueño del capital, que consiste en chupar hasta el último átomo de tiempo productivo […] y disponer de toda la jornada del trabajador pagando sólo los momentos en que es celurizado” (pág. 76).

La actual flexibilización del trabajo en México es: jornadas sin límite de tiempo, despidos arbitrarios, ausencia de contrato colectivo que defienda al trabajador, empleados inermes ante patrones intolerantes. Esta flexibilidad va unida a un estilo y una imagen que promueve dinamismo, confianza en el futuro y felicidad a raudales. Sin embargo, esta flexibilización acarrea enfermedades graves como la depresión, patología de fuerte contenido social, estrechamente vinculada a la exigencia de competitividad. La antigua pasión triste se presenta como inhibición de nuestras fuerzas. Estos seres deprimidos carecen de tiempo libre, un tiempo que se agotó, ya no existe en nuestra época. De ser goce, plenitud y ocio para la reflexión, el disfrute del pensamiento, hoy un instante temporal es un auténtico desperdicio y hay que ocuparlo en el celular.

Es posible caracterizar la vida de los trabajadores, los estudiantes universitarios, los politécnicos, las amas de casa, los habitantes de las ciudades perdidas, los vendedores ambulantes, los jóvenes con audífonos y celulares,  en un proceso de deshumanización de los sentimientos, insatisfechos y sus necesidades truncas, es decir alienados, bajo un constante estrés que aflora en la rutina diaria, la resignación de los que se desplazan diariamente de la universidad al trabajo y a la casa: agotados mentalmente, agobiados por un cansancio crónico, desesperados al no hallar perspectiva alguna, al no identificar el futuro prometedor que anuncian los publicistas de radio y TV. Ni en la escuela ni en el trabajo menos en casa, los jóvenes se sienten satisfechos, algunos padecen irritación y aburrimiento crónicos.

Hoy en las redes sociales y las plataformas digitales surgen nuevas celebridades, los influenciadores, con capacidad de incidir en gustos, preferencias y decisiones de consumo de millones de personas. Estos influencers desplazaron a estrellitas de la tele y del mundo del espectáculo. Se erigen en nuevos símbolos capaces de provocar auténticas movilizaciones masivas y tendencias de consumo (Vargas, 2019). En esta era digital, se dispararon los delitos a través del ciberacoso y el ciberbullying en usuarios de internet de 12 años o más y del grupo de entre 12 y 19 años las mujeres han sido las más afectadas (Hernández, 2019). Basta una mirada al transporte público, por ejemplo, el metro, y vemos a miles embobados con celular y auriculares.

Actualmente, sólo algún alucinado o verdaderamente ingenuo cree que es posible aspirar a dicha felicidad o que una persona logre un estado de ánimo alegre y se sienta satisfecha en el mundo en que vive.  En otras palabras, ¿quién se ha realizado de manera integral en este sistema y vive plenamente satisfecho mediante su realización personal? Podemos afirmar: hoy en nuestra sociedad quien se embarca en ese proyecto de felicidad fracasa miserablemente. Puede uno vivir instantes de dicha felicidad, pero el capitalismo, el sistema neoliberal, ya se encargará de volvernos a nuestra realidad, a los dos segundos posteriores. La ciencia y los avances de la era digital serían claves en la realización plena de la humanidad, pero, “todas nuestras invenciones y adelantos parecen tener por resultado dotar a las fuerzas materiales de vida intelectual, y embrutecer la vida humana, haciendo de ella una fuerza material”, lo escribió Marx (1987, págs. 359-360) en el siglo XIX y hoy los publicistas venden sus mercancías con el halo mágico de la inteligencia.

En este ambiente depresivo, sombrío y catastrófico con muros reales y virtuales hay fisuras y grietas que es posible horadar en los mismos espacios opresivos o enajenados y abrir campos de batalla como el dado con el ¡Ya basta! zapatista de 1994. Desde lo más profundo de la selva Lacandona irrumpieron los indígenas de la larga noche de las eras hasta la época de la cibernética y la digitalización, del pasado remoto a un presente de redes y conexiones, trascendieron etapas y se instalaron en el futuro. “Internet, dice G. Rovira, resultó el instrumento perfecto para una red que enlazara las luchas locales ante la necesidad cada vez mayor de apoyo mutuo y de actuar concertadamente a nivel trasnacional. El zapatismo disparó la conciencia de red” (Rovira, 2017, pág. 61).

Cuando Carlos Salinas y los medios masivos alertaron sobre la insurrección indígena pretendieron enclaustrar y delimitar aún más su condición regional, unos cuantos municipios. Sin embargo, la simbólica fecha, 1994, con el Tratado de Libre Comercio con EU y Canadá, el zapatismo detonó y emparejó regional con global en los relojes mundiales en el horario multiestelar. No fueron gratuitos los llamados a las convenciones de la Selva Lacandona llamados Intergalácticos ni los dos relojes del exsubMarcos, ahora Galeano. El zapatismo adquirió relevancia mundial por su afán de irrumpir desde la marginalidad, su condición pueblerina, es decir irrelevante, a la dimensión universal. Su fragilidad resultó fortaleza. Ocurrió lo mismo con Rulfo y con Arguedas en su narración regionalista, con pueblos sin historia, en localidades (in) olvidadas. La frontera se desborda y la cuestión indígena trasciende hacia valores universales que hermanan a kurdos-griegos-catalanes con zapatistas o la sincronizan con los relojes mundiales de la rebelión.


Imagen 3. © Haydn Hanna https://haydnhanna.artstation.com

Si las(os) zapatistas detonaron estas dignas rebeldías otras jóvenas(es) de la Universidad Iberoamericana, la Ibero, tomaron la estafeta en mayo de 2012 en el campus de la Ciudad de México: le increparon a Peña Nieto la violencia en Atenco Estado de México: dos muertos y 26 mujeres violadas y más de 200 detenidos. Era impensado, nadie daría crédito qué jóvenes de elevada clase social defendieran a comuneras y activistas que fueron violadas por federales y policías. Tres fenómenos inusitados: el vínculo campo-ciudad, la solidaridad interclasista, la difusión inmediata del latrocinio.

En este acontecimiento se presentó una nueva sensibilidad donde la poesía, la música, el ocio inauguran una nueva faceta de jóvenes integrados a la red y ahora despiertan de la anestesia sistémica transexenal, rompen con los tiempos y movimientos de los medios masivos en su salida impetuosa a las calles. Una fiesta popular, también inusitada, una invocación desplegó el hashtag #Yo soy 132: “Un acto de enunciación que es una subjetivación política imposible: Yo soy, una primera persona del singular, nunca puede ser un plural: 132 […] la puesta en escena del 132 no es solamente discurso, sino performance, emoción estética […] Los jóvenes del 132 reactivaron una serie de problemas y pusieron en escena el desmedido y antidemocrático poder de las televisoras en México” (Rovira, 2017, págs. 206-208). Este México de asesinatos cotidianos, de secuestros e impunidad no era posible que se mantuviera en la normalidad del caos, de la incertidumbre. Dice Guiomar Rovira:

La inversión anestésica de los sentidos se compensa con la proliferación de fantasmagorías, es decir “la adicción sensorial a una realidad compensatoria se convierte en los medios del control social” Las promesas del consumo y la publicidad, el relato del triunfo individual, todo ello son fantasmagorías que nos mantienen intoxicados, an-estesiados, e incapaces de sentir el dolor del otro ni el peligro que corremos. Ser se ha convertido en tener, lo que vale es sólo aquello que valoriza el valor del dinero y la competencia. Bruk-Morss retoma la cita de Benjamin sobre la obra de arte: “La crisis de la experiencia cognitiva debida a la alienación de los sentidos, hace posible que la humanidad contemple su propia destrucción con deleite” (Rovira, 2017, pág. 213).

Ante tal escenario, dramático, pero también alternativo, pareciera que ya nada es posible hacer o transformar, apelando a esa consigna, buena onda, pero reaccionaria, de Cristina Pacheco “Aquí nos tocó vivir”, o así nos tocó vivir, así nos tocó padecer en este valle de lágrimas, cual destino manifiesto de una existencia plana, gris y mediocre. Se nos olvida el potencial revolucionario de las y los jóvenes, la carga moral de estas nuevas generaciones. Dice Negri: “las resistencias dejan de ser marginales y se vuelven activas en una sociedad que se abre en redes” (2007, pág. 73). Aquí destaca el potencial libertario que de alguna manera se insinúa en las fisuras de este nuevo régimen; es decir “Si los dispositivos de poder son cada vez más intensos y sofisticados, más difíciles de burlar, habría al menos una buena  noticia: las posibilidades de subversión también se multiplican” (Sibilia, 1999, pág. 269). Comentan los zapatistas a través de su vocero Galeano:

Las redes sociales no bastan para “depurar” la nueva raza aria entronizada: la ignorancia.  El sistema sigue necesitando la violencia de las instituciones estatales para “completar” las razzias.  Desconozco si la aversión a lo diferente estaba en el ADN del Big Bang fundacional del universo, pero la ignorancia siempre ha perseguido y atacado al conocimiento y a su posibilidad: la inteligencia. […] Pudiera decirse que las redes tienen los gobiernos que se merecen.  Pero aún ahí hay resistencia y rebeldía.  No falta quien no siga al flautista del trending topic y elija la reflexión, el análisis, la duda, el cuestionamiento.  Una minoría arrinconada y abrumada por influencers y otr@s cretin@s que descubren que la estupidez también conquista fama y reconocimiento social [… Los]   malos gobiernos triunfan en las “benditas redes”, aunque la realidad real se empecine en marchar hacia el abismo.  La realidad virtual cubre con pudor al rey desnudo, y el tirano se presenta como demócrata, el reaccionario como transformador.  el imbécil como inteligente y el ignorante como sabio.

En estos últimos tiempos, una personalidad como Julian Assange, ese hacker australiano y fundador de Wikileaks, puso a temblar a la mayor potencia del mundo al revelar sus secretos diplomáticos y militares. Fue una filtración masiva de documentos realizada por Wikileaks en 2011 y Assange reveló el antídoto para maniatar a Superman: “Los criptopunks se percataron de que, en combinación con el poder de controlar y vigilar en tiempo real la totalidad de las comunicaciones que se efectuaban, existe también la posibilidad de vigilarlos a ellos” (Villamil, 2016, pág. 32).[2] Hoy paga cara su osadía pues fue arrestado por la policía inglesa,  y con la amenaza estadunidense de encarcelarlo por vida.

Por igual, el caso de otro joven rebelde, Edward Snowden, ex analista de la CIA que reveló al mundo las prácticas de espionaje de Estados Unidos y como a través de vigilancia e inteligencia mantienen equipos incrustados en Google, Yahoo y Facebook. Dichas filtraciones a través del periódico inglés The Guardian en 2013 superaron la ficción de series televisivas o películas al revelar el fin de la privacidad en la era de internet o cómo personas comunes y celebridades por igual eran espiadas en su vida cotidiana. Declaró Snowden: “En buenas conciencias, no puedo permitir que el gobierno de Estados Unidos destruya la intimidad, la libertad de internet y las libertades fundamentales de las personas con esta máquina de vigilancia que están construyendo en secreto” (Villamil, 2016, pág. 33). Con ello, puso furiosa a la potencia imperial,  fue declarado enemigo público número uno y se exilió en Rusia.

Hoy son buscados como terroristas. Tal vez son jóvenes fuera de serie ya que al estar en la mira del imperio tuvieron que dejar las comodidades de su vida cotidiana, el futbol del domingo y las cheves con los cuates, la noviecita querida y tantas bondades del sistema. Viven al filo de la navaja a la espera de un posible salvoconducto, de una visa, que les permita asilarse en un país donde no llegue el largo brazo de la ley gringa. En México, los zapatistas nos han mostrado, aun con carencias y pobrezas y una guerra de alta o de baja intensidad que aplican panistas, priístas, perrededistas ¿ahora morenistas?, cómo se puede resistir, se puede controlar la propia vida y decidir por su propio destino o como ellos lo han dicho, con enorme entereza y una dignidad a toda prueba: Otro mundo es posible.


Imagen 4. www.hasselblad.com

 

Notas:

[1] Marx, K. “Manuscritos Económico-filosóficos de 1844” (1987, pág. 565).

[2] Otro joven filtrador de 700 mil documentos a Wikileaks, Bradley Manning fue condenado a 35 años de prisión. Este disidente social y sexual exigió se le llame Chelsea Manning y exigió al ejército norteamericano le proporcione un tratamiento hormonal.

 

Referencias bibliográficas:

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Cómo citar este artículo:

MALDONADO, Ezequiel, (2020) “¿Un nuevo mundo feliz? Detractores y fanáticos de las tecnologías digitales”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 42, enero-marzo, 2020. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1834&catid=3