La planificación estratégica: una visión individualista y autocrática del desarrollo

Strategic planning: an individualistic and autocratic vision of development

Planejamento estratégico: uma visão individualista e autocrática do desenvolvimento

Juan A. Huaylupo Alcázar[1]

RECIBIDO: 13-09-2016 APROBADO: 09-11-2016

 

La planificación, ¿una vieja práctica?

Las visiones sobre planificación han sido relacionadas con los procesos constructivos de las civilizaciones del pasado, quizás por el peso que se le asigna en el presente a la programación de actividades, así como a lo material y tangible. Así, las obras monumentales construidas por las distintas culturas a lo largo de la historia en Egipto, India, Tailandia, México o Perú entre otras, han sido apreciadas contemporáneamente como realizaciones planificadas por ser el resultado de conocimientos, diseños y realizaciones complejas a través largos periodos, más allá incluso del ejercicio del poder de quienes decidieron e iniciaron las obras.

Habría que señalar que la disposición y el ordenamiento de objetos para la programación y la ejecución de proyectos constructivos en sentido estricto no forman parte de la concepción de planificación, dado que los procesos constructivos del pasado fueron efectuados en función de los propósitos de las jerarquías dinásticas, nobiliarias, religiosas o militares, las cuales eran trabajadas por quienes no tenían libertad, no decidían ni eran obras destinadas para la colectividad, mientras que la planificación para el desarrollo es el quehacer estatal que encarna un proceso político y social plural, cuyo propósito es el progreso y el bienestar de la colectividad nacional y organizacional. La planificación no es producto de una decisión y acción autocrática, como tampoco tiene propósitos individualistas.

En la perspectiva tecnocrática de la planificación es el manejo y articulación de objetos para la obtención de determinados resultados decididos por y para el poder. Es una noción asociada con visiones estandarizadas cuyas previsiones son absolutas, según el control y manejo de materiales y objetos, por ello, el presente interpreta las labores constructivas del pasado como resultado de la planificación, dado que también es una noción empleada y equivalente al diseño, programación y ejecución de obras, lo cual es una concepción superficial y simplificadora, que no distingue las cualidades y significaciones sociales de los procesos constructivos en contextos y épocas diferentes, así como porque omite o ignora la concepción de planificación para el desarrollo que se experimentó en la historia latinoamericana.

Las visiones epistemológicas positivistas otorgan significaciones similares a los objetos, independientemente de los contextos sociales, históricos y culturales e incluso se imagina que la materialidad determina las relaciones sociales, aun cuando sean éstas, las que dan concreción y significado a las cosas. Esta concepción que interpreta mecánicamente el pasado con el presente, se articula con las prácticas taylorianas en los procesos administrativos contemporáneos[2], de ahí que consideren la planificación como la consecución de resultados predictivos por medio de la aplicación de métodos y técnicas predefinidos.

La planificación tecnocrática es una invocación omnímoda de la técnica y del poder autosuficiente, donde la sociedad, las relaciones sociales, el contexto ni Estado tienen cabida. Esta noción de planificación responde fundamentalmente a las intencionalidades de la gestión o del poder en las organizaciones.

La planificación es una dimensión relacionada con las previsiones de actuación organizacional como un modo de aproximación para el logro de determinados resultados en un contexto complejo, interdependiente, plural y contradictorio. Los intentos en la historia para organizar, ordenar, intervenir y orientar el desarrollo, en un devenir compartido en la sociedad, ha estado acompañada de procesos de planificación.

La planificación es una necesidad social en un universo interdependiente, pero no es funcional a formas autocráticas o tiránicas que no planificaron, ni existían las condiciones sociales y políticas para su establecimiento. En medios sociales y políticos sin derechos a tener derechos, no existe planificación para el desarrollo, pero si podrá existir una programación de actividades, acciones y obras funcionales al poder.

Ha sido una larga historia la transcurrida por la humanidad para imaginar y crear una forma para pensar, decidir, diseñar y actuar en una sociedad que requiere de propuestas sociales de desarrollo en un espacio compartido, no para actuar en beneficio de un segmento de la población o de la sociedad, sino para todos y de modo igualitario, no idéntico. La planificación es una construcción social gestada en procesos políticos particulares, que crearon una actuación estatal particular que representaba lo común a todos y lo nacional. La representación estatal del interés general de la pluralidad social y el desarrollo, tuvo en la planificación el medio para viabilizar una acción pública coherente e integrada y dependiente de los intereses, necesidades y voluntad ciudadana.


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La planificación para el desarrollo o simplemente planificación, desde su origen ha sido un proceso político asociado con el quehacer estatal, en representación del interés público y nacional. Las autocracias o las tiranías del pasado y del presente no necesitan planificar, solo han impuesto decisiones y acciones en razón de los criterios e intereses ajenos de las colectividades sociales y el desarrollo nacional. La liquidación de los regímenes políticos tiránicos o autocráticos por la construcción de procesos de representación social, democráticos e igualitarios, han requerido de la planificación para desarrollar y reproducir un sistema desigual en un espacio integrado e interdependiente.

 

La planificación: origen de una acción pública y estatal

El bien común no es un atributo de las dictaduras, ni de indistintos Estados o en cualquier tiempo y circunstancias sociales (Chomsky, 2001), por el contrario han sido momentos específicos en la constitución moderna de las sociedades, que inauguraron una concepción y práctica totalizante del Estado[3]. En la historia moderna determinadas sociedades mostraron las capacidades de crear un Estado que actuara de modo totalizante y plural en su sociedad, que superaban las intervenciones unilaterales y parcializadas de sistemas aislados, autocráticos y dictatoriales.

La planificación para el desarrollo tuvo un origen estatal, surgía en Rusia y también aplicada en los países nórdicos, ámbitos estatales legitimados socialmente, pero adquiere una connotación particular en la propuesta latinoamericana con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 1948, y sustentada por Raúl Prebisch, su Secretario General, en una atmósfera internacional signada por el macartismo, un anticomunismo posterior a la II Guerra Mundial donde se imaginaba que todos eran potenciales o encubiertos comunistas que liquidarían el capitalismo.

La propuesta leninista a través del Gosplán o el Comité Estatal de Planificación creado en 1921, tenía por finalidad la elaboración de planes quinquenales para Rusia y desde 1923 para la exURSS, en tal sentido, en el macartismo de la época, la planificación era comunista para el extremismo ideológico de la potencia norteamericana, posición que guarda relación con su liquidación durante el liberalismo dominante en el quehacer estatal latinoamericano contemporáneo.

La ideología predominante y el rol internacional del Estado norteamericano, impidieron la concepción y el desarrollo de la planificación, la cual tuvo una insuficiente y localizada implementación. Fue en el Gobierno de Roosevelt, en la gran crisis de 1929-1932, cuando se efectuaron acciones reguladoras en el New Deal que contribuyeron a la superación de la mayor recesión económica que ha conocido el capitalismo. El ardiente defensor de esa política de estado y miembro del equipo de asesores del Presidente Roosevelt, fue Rexford Guy Tugwell quien apreciaba el proceso planificador como una rigurosa aplicación de la razón científica, en contraste y en sustitución de la “mano invisible” de Von Hayek. (Friedmann, 1991). Asimismo, la creación del Tennessee Valley Authority (Ruiz, 2002), se constituía en la expresión del apoyo de la propiedad y los servicios públicos, particularmente de las instalaciones hidroeléctricas. Así, la ley de Compañía Matriz de servicios Públicos de 1935, permitía el control y regulación de los servicios eléctricos en el Valle de Tennessee, conformándose como un ente de desarrollo regional en ese campo, el cual no ha desaparecido. Al respecto Franklin D. Roosevelt afirmaba en su campaña, que las empresas privadas tenían “propósitos egoístas”, consideración que ponía de manifiesto una valoración gubernamental más cercana a consideraciones relacionadas con lo público, la planificación y la política pública en la historia norteamericana.

Desde las posiciones privilegiadas de la economía y la política, la planificación tiene detractores, particularmente en tiempos donde los intereses privados y globales renovaban las formas de privatizar el bienestar y el Estado Social, nacional y mundialmente (Boron y Mann, 1992; Stiglitz, 2002), ámbito que guarda correspondencia con la planificación estratégica.

El liberalismo, la ideología necesaria del capitalismo, tuvo su auge contemporáneo en las postrimerías del siglo pasado con los gobiernos británico y norteamericano, como un modo de reactivar sus economías y la intensificación de relaciones internacionales hegemónicas. Fueron personalidades como de la primera ministra británica (1979-1990) Margaret Thatcher y el presidente norteamericano (1981-1989) Ronald Reagan, quienes caracterizaron el liberalismo en sus espacios de poder y en el mundo. Constituyeron un poder político e ideológico que negaron de modo absoluto la existencia de un Estado Social que condicionara la rentabilidad, inversiones y decisiones privadas, así como minimizaron al extremo el gasto social y las políticas públicas, por considerarlas inútiles e improductivas, en sus propios y ajenos espacios nacionales, a la vez que condicionaron a los Estados directa o través de entes financieros internacionales para eliminar toda forma de determinación nacional. La colonialidad del poder tuvo en el liberalismo el medio para debilitar o liquidar la planificación, el Estado Social y toda forma de resistencia contra el dominio mundial.

La planificación en el espacio político internacional se ideologizó y tiene como enemigos a las posiciones contrarias de todo proceso regulatorio o de condicionamiento estatal en el devenir empresarial, social y económico nacional. Las prácticas, decisiones e incentivos para el enriquecimiento privado, fue una condición de la época, que no concluye aun América Latina, y que fue impuesta y promovida con las prácticas liberales de la potencia inglesa y norteamericana en la década del ochenta y los organismos internacionales, así como, continuada con los tratados de libre comercio y los gobiernos liberales del presente. Desde Gran Bretaña y Estados Unidos se impulsaron y condicionaron acciones contra la planificación, las políticas públicas y la capacidad reguladora de los Estados, condiciones donde el privilegio de lo individual y empresarial es formalizado con apariencia técnica de la planificación estratégica, lo cual tienen una comunidad ideológica con el quehacer tecnocrático-administrativista del paradigma tayloriano en las organizaciones.

En América Latina la planificación nacía en la convulsión social generada luego de terminada la Gran Guerra y por los procesos políticos democráticos nacionales. Los protagonistas sociales y sus Estados buscaban la construcción de las condiciones para la reproducción de sociedades libres de formas caciquiles o gamonalistas de poder, siendo la planificación el medio para viabilizar las previsiones de un futuro compartido. La necesidad del desarrollo compartido para paliar las inequidades generadas por la desigualdad sistémica, es el ámbito de la acción planificada.

Las tendencias liberales se apropiaban de los servicios y función pública estatal para beneficios empresariales. La desregulación liberal del laisser faire laisser passer, fue el camino para la consecución de mayores libertades a los propietarios globales, a la vez que privatizaba las funciones públicas. El desarrollo social o el proyecto construido colectivamente, era sustituido por el crecimiento de las corporaciones privadas. La situación económica y poder contemporáneo, son evidencias de la desintegración política y del ocaso de la planificación y las políticas públicas en las últimas décadas.

Lo público y lo ciudadano es consustancial de la planificación en un régimen político democrático y solidario. No se planifica en contextos desintegrados, autosuficientes ni en propuestas privadas. La planificación es una relación que supone e implica decisiones políticas colectivas para la comunidad. La planificación no es ni fue un proceso técnico ni es una relación entre cosas, es una relación social y política en la historicidad particular de los pueblos. Tampoco fue una creación cepalina, aun cuando fue su principal propugnador en el espacio latinoamericano[4].

La planificación para el desarrollo compromete a todos en la sociedad, no atribuible a las acciones que hacen los dueños de recursos y propiedades. La disposición arbitraria y privada de procesos sociales complejos y de los recursos nacionales, no es planificación es dominación. Las dictaduras no planifican como tampoco es preocupación privada el desarrollo nacional, el bienestar, la gobernabilidad o la paz social. Las viejas y nuevas tiranías se imponen con explotación, miedo y coacción independientemente de las valoraciones, necesidades o problemáticas sociales en sus ámbitos de la dominación.

Las políticas públicas o la regulación de los heterogéneos y contradictorios intereses de la sociedad forman parte de la planificación de una sociedad que no se estabiliza espontanea ni automáticamente “… la planificación es un proceso que comienza y termina en el ámbito de las relaciones y estructuras de poder" (Ianni, 1971: 300). La planificación fue desde sus inicios, una opción política comprometida con el desarrollo y como un medio para compensar las iniquidades que genera el sistema prevaleciente (Ocampo, 2012), sin la cual no es posible garantizar la reproducción económica, social y política de una sociedad contradictoria y desigual, como tampoco lo es para las organizaciones que no son autorreferenciales. La planificación forma parte del ejercicio político plural del Estado social en una sociedad capitalista, no es un suplemento accidental ni innecesario, por el contrario se convirtió en un requisito en un mundo de creciente complejidad, interdependiente, dispar y contradictorio, donde la incertidumbre, inestabilidad y el conflicto forman parte de su cotidianidad.

La planificación es una forma de hacer menos incierto el futuro de la sociedad, en relación con el conocimiento y tendencias de donde se actúa y de las capacidades y posibilidades orgánicas de actuación estatal y ciudadana, no es la predicción o la determinación absoluta del devenir es el ámbito de lo posible (Matus, 2008). El análisis de las realidades en su contexto, es el punto de partida, como un modo de conocer la situación, problemática y alternativas de las sociedades, así como constituye un modo de vislumbrar tendencias y perspectivas de la acción pública. Así, la planificación para el desarrollo es el medio para aproximarnos a conocer y actuar por el desarrollo y el bienestar en un contexto complejo, incierto y donde intervienen intereses y actores heterogéneos con capacidad y libertad para actuar en sus ámbitos sociales.

El conocimiento de los espacios donde se pretende actuar es la condición básica previa a todo proceso planificador[5]. El desconocimiento de la realidad o la aplicación mecánica de los medios e instrumentos usados no constituyen insumos para la planificación, así como tampoco es posible concebir a la planificación alejada la consecución de propósitos y metas, sin relación con la problemática, interés ni participación ciudadana y pública, ni que omita la estimación y valoración de la capacidad institucional estatal. No existe planificación para el desarrollo que sea extraña o contraria al bien común[6].

La planificación estratégica cobra importancia en el proyecto liberal y privatizador de la función pública, en oposición con la función reguladora del Estado, las políticas públicas y la planificación para el desarrollo. Desde esta perspectiva el desarrollo es la acción espontánea, privada y desarticulada de los propietarios. Así, ese desarrollo es privado, no es nacional ni social y deja de tener un estatuto colectivo y social, para ser la adición de desarrollos privados que no requieren de la acción estatal ni colectiva de la sociedad, para ser fundamentalmente una acción individualizada que opera en razón de las desiguales libertades, capacidades y acción de propietarios, ámbito en el cual se desenvuelve y sirve la planificación estratégica. La autodeterminación organizacional y la concertación social, constituyen espacios diferenciales sobre las que sustentan estas visiones sobre planificación, las cuales son radicalmente diferentes y contrarias. La agregación de crecimientos privados e individualistas, no es planificación ni son garantía para el desarrollo social.

Así, mientras que la planificación desde el Estado regula, orienta y promueve la consecución de propósitos comunes y donde toda la pluralidad social está implicada, no como objetos sino como sujetos de su propio desarrollo, la planificación estratégica implementa sus decisiones para el logro de propósitos exclusivos de la organización privada que autodefine sus fines y acciones.

Los intereses individualizados impuestos, absolutizados y tecnocráticos, sin mediación contextual, no es planificación. La pretensión omnipotente y autosuficiente de las corporaciones empresariales, con planificación estratégica imaginan estar en capacidad de controlar y dominar Estados, sociedades, mercados y organizaciones, ello es una intencionalidad imperial de dominación, no es planificación[7]. La imposición bélica o empresarial podrá derrotar o liquidar empresas, pero el ejercicio avasallador no es planificación, porque excluye, individualiza y desintegra naciones y organizaciones.


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En ese sentido, no es extraño que la palabra estratégica, tomada de la jerga militar, sea aceptada y usada de modo generalizado, porque constituye en el ámbito empresarial la impronta de beligerancia e intransigencia a los propósitos y metas en un contexto mercantil tendente al monopolio. La planificación estratégica asume como tarea la lucha o competencia contra los límites u obstáculos a sus intencionalidades organizacionales, o hacer lo que ha definido sin la intervención de otros. Así, controlar o dominar a los contendientes, o programar y actuar autocráticamente, es la concepción e imagen del posicionamiento y el dominio organizacional y constituyen regularidades en el liberalismo y la planificación estratégica. Aspectos que están alejados y son contrarios a un quehacer vinculado con la concertación, el bien común y el desarrollo nacional.

La planificación estratégica asume tener la capacidad de alcanzar sus objetivos y metas por el control y la subordinación de todos los procesos y relaciones vinculadas con la consecución de sus propósitos. Desde esta perspectiva, la planificación no será el ámbito de lo posible, sino la imposición privada y autosuficiente en los mercados, organizaciones o sociedades, ella está ligada al poder unilateral, con la dominación, no con la regulación de las tendencias de una sociedad mundial compleja, diversa, interdependiente y contradictoria.

En el espacio latinoamericano la influencia de la CEPAL, así como la relativa laxitud política de las potencias durante las confrontaciones mundiales y las experiencias de algunos países del área, han sido interesantes y significativas en la historia social y política latinoamericana, sin embargo, los análisis sobre la planificación para el desarrollo particularmente a inicios de la década del sesenta del siglo pasado, no han sido suficientemente valorados ni rescatados a pesar de los logros y profundas diferencias con la planificación estratégica. Sin embargo, habría que decir, que no fue un olvido en la memoria histórica de las sociedades ni de sus estudiosos, la precariedad epistemológica, teórica, histórica, empírica de la planificación estratégica, son evidencias de la imposición ideológica liberal que distorsionó la concepción de planificación para fines contrarios a su estatuto originario e histórico. El silencio crítico a la planificación estratégica es una consecuencia del influencia ideológica y la coacción política vivida en Latinoamérica en momentos que se cercenaba todo derecho a la democracia, las políticas públicas y el desarrollo nacional.

La planificación estratégica o liberal es la práctica contestataria a la concepción y práctica social de las políticas públicas y la planificación para el desarrollo en la economía y la sociedad. Una “planificación” inspirada por unilaterales intereses privados y empresariales, que privilegian el crecimiento económico frente al bienestar social, es su negación. Los sectores conservadores radicales asumen que todo gasto en calidad de vida y progreso social y sectores vulnerables, eran recursos desperdiciados frente al incentivo a la inversión y al subsidio de los empresarios (Buchanan y Tollison, 1972), pero también conservadores moderados, creen que el gasto y déficit fiscal hace inviable el equilibrio en las finanzas públicas (Sen, 1999; Castells, 1997), aun cuando es el trabajo vivo y concreto el generador de riqueza y crecimiento económico, así como los trabajadores son los consumidores por excelencia de las mercancías producidas, a la vez quienes contribuyen en mayor medida con las finanzas públicas y en el caso costarricense son los que sustentan la seguridad social pública. El posicionamiento de esta forma de concebir y hacer “planificación”, no es por su consistencia ni pertinencia cognoscitiva, sino por la represión al pensamiento crítico, a la eliminación mediática a la disidencia cognoscitiva y a la masiva difusión ideológica del dogmatismo liberal (Maliandi, 1997), afín y complementario con la colonialidad del saber y del poder en gran parte de las organizaciones privadas y estatales.

La adopción positivista y particularmente individualista metodológica es una posición epistemológica que ha inspirado a la planificación estratégica, la cual niega los procesos colectivos en la determinación de los fenómenos sociales y en la viabilidad y pertinencia del desarrollo y el bienestar social.

La planificación del quehacer estatal fue relegada políticamente por la privatización de los intereses generales de la sociedad y olvidaba del papel trascendente que tuvo de planificación en el progreso de países latinoamericanos y particularmente el costarricense. La planificación estratégica ha contado con la complicidad cognoscitiva de la ciencia y la investigación en la transformación estatal contemporánea para constituirse en parte de la contrarrevolución teórica del liberalismo y de la colonialidad del saber.

 

Planificación estratégica un proyecto privado

La planificación estratégica domina el quehacer organizacional y estatal, sin que sea relativizado ni cuestionado. Han sido cuatro décadas de liberalismo y cuya presencia aún no concluye, que no admite ningún conocimiento ni acción alternativa que relativice o cuestione el dominio político y económico global en el espacio nacional. América Latina y particularmente Costa Rica aún vive con la planificación estratégica, como una cárcel de larga duración (Braudel, 2002). La CEPAL reconoce la adopción acrítica y mecánica de la planificación estratégica (Ruiz, 2002; Martín y Nuñez del Prado, 1993), la cual se ha impuesto incluso en el ámbito universitario donde se enseña y aplica autorreferencialmente[8].

“… en algunos círculos latinoamericanos hablar de planificación de largo plazo hoy en día parece un anacronismo imperdonable, quizás por algunos sesgos ideológicos, quizás por una historia no muy feliz. Desde el lado neoliberal nombrar este mantra es como llamar al diablo. Dialogar con la comunidad universitaria tradicional al respecto implica librar arduas batallas contra la ortodoxia dominante. E interactuar con la clase política y empresarial consuetudinaria implica deconstruir prejuicios, evitar el sesgo instrumental que reduce todo ejercicio a “algo concreto”, y evitar el arte manipulatorio de quienes pretenden que los resultados siempre les sean favorables. En un ambiente acostumbrado a proyectos puntuales, hablar de reflexiones contextuales y sintéticas acerca de los futuros posibles, y de generar colectivamente alternativas produce incredulidad y un escozor casi instantáneo. Si por una parte existe fobia a la planeación, y por otra al largo plazo, juntar las dos palabras es exponerse al rechazo. De hecho, durante los últimos quince años una parte importante de la institucionalidad dedicada a la planificación de largo plazo fue seriamente afectada durante la vigencia del pensamiento neoliberal en todo el mundo. Pero como era de esperarse, los propios excesos del pensamiento único, los fracasos institucionales experimentados, y la transición problemática a una perspectiva global han convocado de nuevo a repensar este concepto en el último lustro.” (Medina, 2002: 4).

La adición de la palabra estratégica a la planificación, no es un cambio formal, es una distorsión radical y antagónica al desarrollo, así como se transmutan sus actores y acciones, donde desaparece la sociedad y el Estado, para solo estar los empresarios y las entidades estatales que imitan a los propietarios privados[9] (Olías, 2001). La planificación del liberalismo desde la década del ochenta ha sido instrumento de la privatización, la crisis fiscal y el empobrecimiento de los trabajadores y excluidos[10]. La planificación estratégica distorsiona la institucionalidad y la política pública en la sociedad, la naturaleza y el ambiente, porque desregula, desintegra y aísla los procesos complejos e interdependientes y al hacerlo ignora y viola los derechos ciudadanos que deben ser garantizados estatalmente.

La planificación estratégica al ignorar la responsabilidad estatal en los derechos ciudadanos, el desarrollo y el bienestar social, donde están comprendidas todas las relaciones privadas, pone de manifiesto la individualización de su instrumentación como expresión de un poder que se imagina omnipotente[11]. Asimismo, la planificación no es un agregado de funciones y tareas de las distintas áreas funcionales de una organización, como lo supone y practica la planificación estratégica. Imaginar que las organizaciones serán eficaces y eficientes con la agregación de las partes, como piezas en un rompecabezas, es un error epistémico, insustentable en el estado actual del conocimiento.

La planificación estratégica concibe que la totalidad como la adición de las partes, por ello las separa y aísla, su individualismo metodológico (Pereira, 1979) asume que lo único real y tangible es lo individual y que la totalidad es una abstracción inexistente[12], como también lo consideraba James Buchanan (1972), quien afirmaba que el Estado es “la suma de voluntades individuales”, así también era criticada la planificación para el desarrollo al calificarla  “… como un ejercicio estéril que solo distraía recursos escasos y que la mejor política era la que no existía.” (Lira, 2006: 5). La opción política individualista posesiva (Macpherson, 1970) se conjuga con el liberalismo y el totalitarismo en un proyecto social que impone el interés privado como interés general de la sociedad (Huaylupo, 2007), pero antagónico al bien común. La simplificación de lo complejo, reducción de lo diverso y la consideración solo de lo tangible y cuantitativo desprecia lo cualitativo, lo subjetivo, lo cultural y lo histórico. Estas distorsiones epistemológicas han sido cuestionadas a lo largo de la historia (Huaylupo, 2011), sin embargo, son aplicadas regresivamente por la planificación estratégica. Asimismo, la certidumbre, una dimensión inserta en las visiones absolutistas y tecnocráticas del pasado, es retomada por el pensamiento único que crea la ilusión de seguridad, independencia, estabilidad y perfección orgánica, en un contexto incierto y en crisis, por ello cuando hay inconsistencia entre las acciones y los resultados se atribuye a las personas, procesos sociales o al uso inadecuado de los instrumentos y técnicas (Huaylupo, 1995), nunca lo son las decisiones adoptadas por el poder en las organizaciones.

La independización, autonomización e individualización, sin comunidad ni cultura, de la planificación estratégica en las organizaciones, es la negación de su carácter social y nacional del Estado, no solo porque incumple con sus obligaciones sociales, sino porque privatiza y reivindica a la colonialidad del poder. La visión tecnocrática se ha impuesto como un dogma, aun cuando las instituciones públicas no son autónomas de la función pública ni del quehacer estatal, y como tales, tampoco de su sociedad. Las políticas públicas tienen propósitos unitarios, interdependientes y complementarios que actúan en espacios-tiempos coincidentes.

La naturaleza social de todo Estado tiene la impronta de su sociedad, de las condiciones y relaciones culturales e históricas, así como de su configuración estructural y coyuntural de sus momentos constitutivos. La autopoiésis no significa autonomización o aislamiento causal, es la capacidad orgánica de transformarse dentro del sistema y con el contexto (Pinto, 1976; Graciarena, 1976). Las intencionalidades orgánicas requieren del objeto de su acción para transformarse. El sujeto del cambio, se convierte también en objeto del contexto.


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Las relaciones mecanicistas suponen estar actuando con entes sin vida, sin determinación ni poder. Sin embargo, las intervenciones en la sociedad por la planificación estratégica, no son objetos para el logro de resultados esperados, porque tienen particularidades que le son propias, son elementos activos que inciden en los interventores, conformando nuevas totalidades. El objeto de la planificación estratégica, es también sujeto de su cambio, sin correspondencia con los propósitos, metas o indicadores definidos por otros. El dinamismo y complejidad de una totalidad multideterminada, no es objeto de la planificación estratégica. La causalidad se relativiza, se difumina, pero no desaparece en la indeterminación absoluta. La incertidumbre, es una ruptura epistemológica frente a un mundo mecánico inundado de efímeras certidumbres de la planificación estratégica (Prigogine, 1996).

Las organizaciones que aplican procedimientos rígidos, como resultado de las aplicaciones normativas y técnicas de la planificación estratégica, podrán jactarse de ser impermeables a las condiciones existentes en los ámbitos de su actuación, no solamente por considerar cosas a los objetos de su intervención, sino porque están alineados, como objetos inertes incapaces de nutrirse de las sustancias, procesos y acontecimientos del entorno. Las organizaciones que se imponen e imponen prácticas estandarizadas, son insensibles y ciegas, sin capacidad de pensar, aprender o adecuarse, son entes que se han robotizado, renunciando a la vida, al dinamismo y diversidad, dejando de ser autopoiéticos  (Maturana y Varela, 2003; Maturana y Varela, 2004). El todo y las partes se implican en el proceso planificador, aspecto que es omiso en la planificación estratégica.

Los modelos tecnocráticos como el taylorismo (Neffa, 1990), el fordismo, el control total de calidad, la reingeniería, el outsourcing o la planificación estratégica, son sistemas creados en función de las creencias, percepciones e ideologías en sus tiempos y espacios, luego no es posible esperar que los resultados de sus aplicaciones sean idénticos a los imaginados, dado que el contexto ni las realidades organizacionales, constituyeron las fuentes para la creación de esas técnicas. La simplicidad de concebir los espacios vivos, como cosas susceptibles de modificarse, controladas o supeditarlas a los intereses y propósitos del poder, ha sido la ilusión común, en la decepción y frustración en la aplicación de las técnicas y de la planificación estratégica. El estado del conocimiento y la reflexión crítica sobre las técnicas tiene un largo camino, sin embargo, aún perduran las visiones absolutas y mecánicas por ser funcionales a un sistema que cosifica las relaciones sociales (Mumford, 1987; Huaylupo, 2011).

La falsificación positivista y liberal de la planificación estratégica cree tener la capacidad de cambiar cualquier realidad aplicando los métodos e instrumentos para con seguir y metas propuestas[13]. La omnipotencia individualista que también es tecnocrática, cree tener la capacidad de modificar cualquier realidad a su antojo, como “arcilla en manos de un alfarero”. La planificación estratégica convierte ilusamente a las realidades en objetos de sus decisiones independientemente de su naturaleza y condición social o natural. Esta concepción es insustentable cognoscitivamente en el quehacer público estatal.

La contrarrevolución liberal cercenó la capacidad reguladora estatal, desapareció la planificación, para imponerse su falsificación estratégica, ahora el Estado no planifica ni regula las fuerzas y tendencias del mercado[14]. La desregulación estatal y la pretensión de lograr los propósitos y metas, se sustenta en imaginarios supuestos de igualdad entre oferentes y demandantes, individuos u organizaciones en un inexistente mercado y sociedad igualitaria de inspiración paretiana. El individualismo posesivo es un absurdo ideológico liberal en la crisis capitalista.

En contraste la planificación para el desarrollo que es un proceso social inédito, porque no existen realidades que sean iguales y porque las situaciones, condiciones y anhelos de las colectividades son particulares e inéditos a cada tiempo-espacio de la sociedad civil. La planificación es una necesidad en la reproducción sistémica de la sociedad, como lo es la reconstitución social del Estado, que en democracia diseña, integra y ejecuta las políticas públicas en razón del interés general, la historia y la cultura de los pueblos.

La dimensión tecnocrática de la planificación estratégica, se encubre de neutralidad y objetividad, sin embargo no existe planificación, libre de determinaciones políticas en su concepción, diseño y ejecución de las intencionalidades del poder privado. Esta especificidad de la planificación estratégica, contrasta radicalmente con la visión social de planificación, donde toda la sociedad está comprometida en un proceso unitario y articulado, aun cuando desigual y heterogéneo[15].

La planificación estratégica en el aparato institucional estatal guarda correspondencia con la privatización de la función pública, no solo por responder a intereses privados empresariales, sino porque también privatiza y autonomiza sus obligaciones públicas, necesidades y anhelos ciudadanos, así como desarticula la actuación estatal en sus ámbitos sectoriales, funcionales y públicos. El presente liberal ha conformado con la planificación estratégica un universo disgregado, sin correspondencia ni complemento institucional en los espacios y tiempos de la intervención estatal. Es la antítesis de la planificación para el desarrollo, así como es una simplificación individualista de procesos sociales complejos e interdependientes, una regresión cognoscitiva y epistemológica.

 

Notas:

[1] Catedrático. Escuela de Administración. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Costa Rica.

[2] El mecanicismo en el quehacer administrativo ha sido asociado erradamente con la burocracia, cuando en realidad este es una cosmovisión del mundo reductiva y simplificadora, cuyos destacados representantes fueron Galileo (1564-1642), Descartes (1596-1650) y Newton (1642-1727) entre otros, durante los siglos XVII y XVIII, y en el campo de la administración tiene su exponente en el plano administrativo a Frederick Taylor (1856-1915).

[3] El triunfo de la revolución bolchevique en Rusia sobre un régimen imperial, atrasado y tiránico, requirió la conquista de reformas burguesas, asociadas con procesos diseñados e integrados nacionalmente. Independientemente de la evolución política de la ex Unión Soviética, la planificación consolidó el fin de un régimen imperial, para instaurar formas de representación social y de desarrollo.

[4] La planificación nació en la organicidad estatal soviética, luego del triunfo de la revolución bolchevique; por este origen fue calificada de comunista por el macartismo en la guerra fría norteamericana de la primera mitad del siglo pasado.  La promoción de la planificación por Raúl Prebisch, a fines de la década del cuarenta del siglo pasado, cuando se creaba la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), dependiente de Naciones Unidas; por ello fue acremente cuestionada ideológicamente, aun cuando países nórdicos planificaban, sin ser comunistas.

[5] El conocer, explicar o interpretar la realidad donde actuará la planificación, no es registro de datos y gráficos cuantitativos, como regularmente se distorsionan y simplifican las realidades. Las descripciones en cualquiera de sus formas, no explican ni expresan univocas significaciones y menos aun cuando no guardan correspondencia con las intervenciones e intencionalidades de la planificación.

[6] La planificación no es la administración de recursos y capacidades privadas, tampoco es una labor administrativa ni es la priorización de acciones en razón de los recursos escasos como lo supone la teoría neoclásica o marginalista hace más de un siglo. No se planifica acciones individuales para propósitos individuales, ello es una programación.

[7] La planificación estratégica, “Es el proceso mediante el cual una institución define su misión y visión de largo plazo; los objetivos, estrategias y políticas para lograr esa visión, a partir del análisis de factores externos (oportunidades y amenazas) y de factores internos (fortalezas y debilidades). Supone la participación activa de los actores organizacionales, la obtención permanente de información sobre sus factores claves de éxito, su revisión, monitoreo y ajustes periódicos, para que se convierta en un estilo de gestión que haga de la institución un entre proactivo y que le permita anticiparse a los acontecimientos.” (Paredes y Proaño, 1997: 46).

[8] Carlos Matus afirmaba en 1993 que los organismos internacionales y las universidades tienen entre treinta y cuarenta años de obsolescencia intelectual respecto de la planificación (Huertas, 1999).

[9] Los procesos que desregulaban al Estado y propugnaban por su transformación hacia la privatización de la función pública acuñaron la denominación de la Nueva Gerencia Pública para institucionalidad estatal en América Latina, en parte impulsada por el Centro Latinoamericana de Administración  para el Desarrollo (CLAD), la cual era concebida como la imitación de las prácticas gerenciales privadas en la institucionalidad pública.

[10] La ideología liberal muestra su superficialidad al responsabilizar de la crisis económica, fiscal o de endeudamiento, a la acción reguladora estatal, a la interpretación keynesiana y a las propuestas planificadoras de la CEPAL. La crítica encubría la intencionalidad de desregular la acción estatal e imponer la planificación estratégica.

[11] La expresión estratégica de confrontación es común en el medio empresarial, porque deberán competir para su permanencia en el mercado, por esta razón se la identifica como Corporate Planning (Fernández, 2010: 5), dado que se asume que solo los conglomerados empresariales están en capacidad de hacer una gestión y planificación estratégica. La búsqueda por el control de los mercados, la rentabilidad y la productividad, así como la eliminación de la competencia, otorga una significación eufemística a la palabra estratégica.

[12] En las misiones y visiones que se imponen diferencialmente en cada parte del todo y que se concretizan de modo distinto en sus funciones, procedimientos y acciones, están lejos de integrar, articular o complementar. La planificación estratégica separa y atomiza a la organización, así como la aísla de la organicidad de la totalidad social. Asimismo, la obsesión por maximizar los recursos y esfuerzos de la planificación estratégica, ha derivado en la eliminación de toda actividad y función igual o similar en la organización por considerarlas inútiles por encarecer, restar competitividad o disminuir productividad.

[13] “La planeación estratégica es un proceso que se inicia con el establecimiento de metas organizacionales, define estrategias y políticas para lograr metas, y desarrolla planes detallados para asegurar la implementación de las estrategias y así obtener los fines buscados.” (Miklos, 2000: 33) “…la planeación es proyectar un futuro deseado y los medios efectivos para conseguirlo.” (Ackoff, 1980:13). “La planificación puede definirse del modo siguiente: es el procedimiento mediante el cual se seleccionan, ordenan y diseñan las acciones que deben realizarse para el logro de determinados propósitos, procurando una utilización racional de los recursos disponibles.” (Pichardo, 1984: 15).

[14] El Estado Social no ha sido el ente opresivo que limitara las determinaciones empresariales, como ha sido la cantaleta liberal, no obstante, las dictaduras en América Latina han sido funcionales a los conglomerados empresariales nacionales y globales. La creencia liberal de sustituir al Estado por el mercado, es solo un discurso porque sin Estado dichas fuerzas no tendrían viabilidad económica, social o política.

[15]  Carlos Matus (1993) afirmaba en una época donde la planificación no era el centro del quehacer estatal, que “Nuestros métodos de planificación son primitivos, rígidos e impotentes para servir a una dirección política que gobierna un sistema complejo, dinámico, creativo, resistente y plagados de elementos de incertidumbre.” (Matus, 1993: 165). La crítica de Matus es instrumental y técnica, sin embargo, estas no determinan la planificación, sino las relaciones entre la sociedad civil y el Estado.

 

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Cómo citar este artículo:

HUAYLUPO ALCÁZAR, Juan A., (2017) “La planificación estratégica: una visión individualista y autocrática del desarrollo”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 32, julio-septiembre, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1487&catid=14