El Salvador: ciberpopulismo de derecha y hegemonía neoliberal

El Salvador: right-wing cyberpopulism and neoliberal hegemony

El Salvador: ciberpopulismo de direita e hegemonia neoliberal

Luis Alvarenga

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador

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Recibido: 17-07-2019
Aceptado: 25-08-2019

 

 

El momento político que se abre a partir de la campaña electoral de 2019 en El Salvador, donde las fuerzas de derecha agrupadas en la coalición Gana-Nuevas Ideas y alrededor de la figura del exalcalde de San Salvador, Nayib Bukele, es el comienzo de un nuevo período histórico en el país centroamericano, el cual está enmarcado dentro de los procesos políticos en la región latinoamericana. Estos procesos políticos se caracterizan por lo que se ha dado en llamar “la restauración neoliberal”, que se ha caracterizado por desmantelar las políticas sociales de los gobiernos progresistas, por un giro ideológico conservador que se traduce en reformas educativas de signo reaccionario y por intentos por revertir los derechos de las mujeres, de las naciones indígenas y de otras colectividades y grupos sociales.

El gane de Nayib Bukele se ha promocionado como el triunfo del hastío político de la ciudadanía y en él ha contribuido una cantidad significativa de votantes que tradicionalmente se inclinaba a la izquierda (parte del llamado “voto duro” del FMLN).  Sin embargo, no se puede despreciar el hecho de que la inmensa mayoría de salvadoreños no fue a votar el 4 de febrero. Pero el ausentismo no es relevante en un sistema electoral donde solamente cuentan los votos válidos. Lo interesante es el hecho de que, entre los votos que llevaron a Bukele al triunfo, están los de personas que se asumen de izquierda, aun cuando el partido Gana es un reconocido partido de derecha, cuyo fundador, el expresidente Antonio Saca, fue juzgado por actos de corrupción. No es ajeno a ello, sin embargo, el hecho de que Bukele inició su carrera política como alcalde del municipio de Nuevo Cuscatlán, bajo la bandera del FMLN, y que, con el respaldo de dicho partido, llegó a encabezar el gobierno municipal de la capital. En la percepción de muchos, la iniciación política del presidente electo con el FMLN lo sitúa, efectivamente, con la izquierda.

Además, se conoció que durante la campaña Bukele contó con la asesoría de publicistas vinculados a las campañas de la oposición venezolana. Por si fuera poco, el vencedor de la contienda electoral declaró que El Salvador dejaría de apoyar a Venezuela y Nicaragua, afirmación que reiteró nada menos que en la sede de la anticomunista Fundación Heritage. Es decir: no se trata de un personaje que, como Lenin Moreno, se mostró progresista antes de llegar a la silla presidencial, sino que las cartas han estado puestas sobre la mesa desde un principio. No se trata, pues, de una realidad oculta tras los espesos velos de la ideología y de la propaganda, sino que, en ese sentido, las cosas han sido transparentes. ¿Por qué hay un sector de izquierda, o progresista, que insiste en apoyarlo?

Se trata de un momento complejo, en el cual, tanto en el país como en la región latinoamericana, hay una crisis de los proyectos emancipatorios. Es importante reflexionar qué implica culturalmente este momento histórico.

 

La hegemonía del capitalismo neoliberal

En este trabajo, entenderemos la cultura como el entramado conflictivo de símbolos, visiones de mundo, formas de conocimiento y de reconocimiento, maneras de ser y de hacer con las que, como decía Ellacuría, se “cultiva la realidad”. Hemos caracterizado la cultura como algo conflictivo, porque en ella se da una lucha de poderes entre clases y grupos sociales, que buscan, como planteaba Gramsci, imponer su hegemonía sobre el conjunto de la sociedad.

La hegemonía cultural en el contexto salvadoreño pertenece al capitalismo neoliberal, lo cual caracteriza al contexto global y no es solamente privativo de El Salvador o de la región. Esta hegemonía cultural es uno de los elementos que ha jugado, junto a otros, un papel definitivo en los procesos políticos de reversión de los proyectos políticos en América Latina, siendo, quizás, los casos de Brasil y Argentina los más emblemáticos. Concordamos con Marco Aurélio Garcia, asesor de relaciones exteriores de los gobiernos del PT en Brasil, cuando afirma que la hegemonía neoliberal sea un fenómeno reciente o espontáneo, sino que se ha incubado larga y pacientemente en nuestras sociedades: “Pero no es que el neoliberalismo creció como un tomate en la sociedad, que surgió de la nada, sino que existen mecanismos muy poderosos, empezando con los medios de comunicación, que lo transformaron en el sentido común casi único de nuestra época” (Natanson, 2018, pág. 437). Pero aún más: los gobiernos progresistas de la región han tratado de contrarrestar, en diferentes escalas, un sistema (el capitalista) y un modelo (el neoliberal) cuyos mecanismos, prácticas, símbolos, visiones de mundo, prevalecen o coexisten con prácticas contrahegemónicas. La expresión “nadar a contracorriente” no puede tener mejor uso.

Eso explicaría por qué los “sujetos de la transformación social” -es decir: aquellos sectores que eran los destinatarios de las políticas sociales- en Argentina, Brasil y en El Salvador -que tuvo durante los dos gobiernos de izquierda políticas sociales influenciadas en parte por el modelo brasileño- no desarrollaron una conciencia política y de clase antineoliberal, sino que, por el contrario, “los avances eran atribuidos al esfuerzo individual, a la ayuda familiar, incluso a Dios, y (...) en último lugar (al) Estado” (Natanson, pág. 425). Como dice Garcia, y eso puede aplicarse al país centroamericano, no tiene tanto sentido enojarse con los electores, sino averiguar qué fue lo que pasó. El político brasileño sostiene que ese fenómeno se explica porque “no vivimos más en ese mundo donde los trabajadores y sus organizaciones constituían una contrasociedad, una especie de atmósfera política y cultural distinta y separada del universo burgués. Hoy las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes, gracias a los instrumentos totalizantes que las burguesías tienen a nivel global” (ibíd.).


Imagen 1. https://radio.uchile.cl

El término “contrasociedad” lo utilizó el sociólogo francés Henri Mendras (1927-2003) en su libro Pour une sociologie des contre-société, para designar a aquellos grupos sociales que, ya sea por una condición de marginalidad o por opción propia, se mantienen al margen de la sociedad dominante y construyen sociedades paralelas. Mendras estudió en su juventud el caso de comunidades mormonas en el estado norteamericano de Utah. Es un caso bastante ilustrativo de contrasociedad. Si bien las comunidades mormonas no son “contrasociedades” que respondan a una visión de izquierda, sí resulta ilustrativo de que la organización paralela de las mismas sí podría expresar una postura crítica -con fundamentos religiosos- hacia la modernidad capitalista. De ahí el rechazo de las comunidades mormonas al uso de la tecnología, o el hecho de construir formas de sociabilidad distintas a las normadas por la modernidad.

Guardando las distancias con las comunidades mormonas –que son solo un ejemplo y no la norma generalizadora de las contrasociedades– podríamos pensar que, como afirma Garcia, los ambientes sindicales, estudiantiles, de las comunidades cristianas de base y de los grupos guerrilleros en la América Latina anterior al neoliberalismo son ejemplos de contrasociedad. Esto nos lleva a ver dichas contrasociedades –que pueden estar o no articuladas a un proyecto político– como espacios en los que se disputa la hegemonía a los poderes centrales. Por supuesto que tienen un límite. Mientras una contrasociedad se mantiene en la periferia de las relaciones, símbolos, estructuras y prácticas de poder, el sistema puede convivir con ella. Ahora, si como ocurrió en América Latina, estas contrasociedades se articulan a un proyecto político de cambio radical de la totalidad social, son un peligro para el poder hegemónico. De ahí que el neoliberalismo las haya desarticulado. Donde hubo antes una contrasociedad sindical, guerrillera, cristiana de base, universitaria
–¡la Universidad de El Salvador de los 60-80 fue, efectivamente, una contrasociedad en el corazón del poder hegemónico salvadoreño!– lo que hay ahora son aspiraciones individuales que tienen que vencer muchas dificultades para articularse en proyectos colectivos.

Pero, volviendo al momento actual, estamos convencidos de que a lo largo de estos últimos diez años, existía cierta conciencia en la izquierda de que el problema radicaba precisamente en la necesidad de construir una contrahegemonía antineoliberal,[1] pero que esta conciencia no se logró concretar en una estrategia que pudiese articular los diversos campos de lucha contrahegemónica.

El nuevo panorama histórico impone la tarea de analizar los diversos factores cuya articulación propició el ascenso de un “nuevo” proyecto de derecha, el cual tiene entre sus objetivos lograr el aniquilamiento de cualquier alternativa progresista o revolucionaria. Entre esos factores, podríamos proponer algunos: Un “ciberpopulismo” de derecha, que se corresponde, precisamente, a la desarticulación de la “contracultura” o “contrasociedad” de izquierda. A partir de este punto, nos centramos en dos elementos de carácter mediático-simbólico: El recurso a “lo nuevo” como un significante vacío de contenido y que el proyecto “emergente” –realmente no lo es tanto– de la “nueva” derecha viene a llenar y el ciberespacio como campo de lucha. En ello ha jugado un papel importante la construcción de una “matriz de odio” –similar a la perpetrada contra Lula en Brasil y Cristina en Argentina– y el papel de la ideología dominante. Finalizamos con la necesidad de que recuperemos la noción de contrasociedad, con los retos que ello implica actualmente.

 

El giro político hacia el ciberpopulismo de derecha

La campaña electoral de Bukele se caracterizó por no observar los elementos usuales de las campañas políticas. Al contrario que su rival de izquierda, el FMLN, no convocó a sus seguidores a grandes concentraciones, sino a conectarse con él en Facebook Live. No asistió ni a coloquios, mesas redondas o debates con Hugo Martínez, Josué Alvarado y Carlos Callejas, candidatos del FMLN, Vamos y ARENA, respectivamente. No presentó una plataforma electoral, más que eslóganes o hashtags como #DevuelvanLoRobado o “El dinero alcanza cuando nadie roba”, etc. Podríamos decir que estamos acá ante un ciberpopulismo, cuyo público objetivo eran los descontentos con el FMLN y ARENA, principalmente jóvenes entre 18 y 30 años.

Es importante argumentar el uso del término ciberpopulismo. Se trata de un fenómeno en el que el uso táctico y estratégico de las TIC y, entre estas, las redes sociales, pero no solamente, juega un papel central en la seducción y movilización de los votantes. He empleado el término “seducción”, porque implica la posibilidad de guiar, ducere, a alguien más. En ello, juega un papel el elemento emocional, lo estético -en el sentido amplio: el de la sensibilidad-. Esto no excluye lo racional. Lo emotivo y lo estético permean lo racional, pero también ocurre en la vía opuesta. Lo racional influye sobre las emociones y lo sensitivo. En la política esto es clave. Lo que es, en apariencia, “puramente” emotivo, “visceral” -nunca mejor elegida esta palabra- se racionaliza y se justifica argumentativamente.

En sus diversas acepciones, tal como lo muestra la reflexión de Laclau, el populismo se puede entender -aún dentro de esa heterogénea de significados, de su elusiva ambigüedad- como un fenómeno complejo de movilización de masas. El uso del término “masas” pone a muchos en guardia: populismo y masas se suelen ver como términos peyorativos: el vínculo político del populismo se ve como algo espurio:

el populismo fue, o bien desestimado, o bien degradado como fenómeno político, pero en cualquier caso nunca pensado realmente en su especificidad como una forma legítima entre otras de construir el vínculo político. Y esto crea ya la fuerte sospecha de que las razones de la desestimación del populismo no están totalmente desconectadas de las utilizadas en lo que hemos denominado “la denigración de las masas” (Laclau, 2005, pág. 87).

 

Por supuesto que la tesis del autor argentino es la de recuperar el populismo en clave emancipadora, en tanto forma legítima de construir el vínculo político. Pero ello no niega que es posible ver los populismos en su complejidad, advirtiendo que es posible crear dicho vínculo para que las mismas masas se movilicen a favor de los intereses de determinadas agrupaciones o fracciones de las clases dominantes. De ahí que es justificable hablar en este caso de un ciberpopulismo de derecha, cuyas condiciones de posibilidad son complejas. Dichas condiciones se relacionan con la crisis de hegemonía en la sociedad salvadoreña. El que el instrumento político de las élites tradicionales, el partido ARENA, haya perdido tres elecciones presidenciales demuestra cómo la hegemonía de dichas élites se ha visto progresivamente erosionada, aunque no tanto como para posibilitar, por ejemplo, que el vacío en la conducción moral de la sociedad lo ocupe un proyecto de izquierda, para el caso, el del FMLN. Este, por su parte, tampoco logró construir una nueva hegemonía –la redifinición en términos emancipatorios del sentido común, del régimen simbólico que articula y proporciona formas de reconocimiento entre los miembros de la sociedad, de la visión de mundo y de la ética dominantes, etc. Claro, diez años en el Ejecutivo son insuficientes para semejante tareas, pero hay que reconocer que se pudo haber avanzado con los recursos estatales y mediáticos que se tenían. Sin embargo, hay puntos en los que una matriz de pensamiento progresista o de izquierda ha permeado en la sociedad salvadoreña, talvez sin cambiarla totalmente, pero sí logrando que algo significativo se mueva en el pensamiento colectivo. Pensemos, por ejemplo, en conceptos propios de las luchas ecologistas, feministas y de derechos humanos. Todo esto está en debate, porque tampoco se ha logrado, por ejemplo, un consenso sobre los derechos de las mujeres, o sobre la salud reproductiva, o contra la impunidad en casos de crímenes de guerra, pero son conceptos –unidos a demandas– en los que hay fricciones sociales importantes. Pero lo cierto es que la construcción y consolidación de una hegemonía anticapitalista, ecologista y antipatriarcal no se ha dado. Son campos políticos –en la calle, en el estado y a nivel simbólico y mediático– en los que hay conflicto.

En este panorama, el de la erosión de la hegemonía de las élites tradicionales y el del desgaste del proyecto político de izquierda, el lugar vacío lo retoma un sector o sectores del capital, que disputan el poder a las élites tradicionales para aspirar a convertirse, ellas mismas, en una nueva élite o grupo hegemónico. Este sector, cuya expresión política es GANA, logra capitalizar el descontento generado por la crisis de la hegemonía y es apoyado, sin lugar a dudas, por el poder fáctico global. Su discurso se promueve como “ni de izquierda, ni de derecha”, pero es claro que se trata de un proyecto que busca neutralizar y revertir cualquier avance progresista. Ello entra en una dinámica de recomposición hegemónica. Es esto lo que englobamos bajo ese término de ciberpopulismo de derecha. En la recomposición de las fuerzas hegemónicas se pueden apreciar los acercamientos entre el presidente electo y la derecha política y empresarial tradicionales, para llegar a consensos estratégicos.

Este ciberpopulismo ha echado mano de un discurso antipartidos, aunque el presidente electo saltó de las filas del FMLN –con cuya bandera ganó las alcaldías de Nuevo Cuscatlán y San Salvador– hacia el partido Cambio Democrático, primero y hacia el partido GANA después. Su exitosa campaña electoral, que, como queda dicho, hizo una gran apuesta a las redes sociales, tuvo entre sus asesores a miembros de agencias publicitarias venezolanas, las cuales han trabajado para la oposición contraria a la revolución bolivariana, por ejemplo, el partido Voluntad Popular y su dirigente Leopoldo López.

 

“Lo nuevo” como significante vacío

A nivel simbólico es interesante reflexionar las implicaciones de la campaña electoral. Sin una plataforma definida, sin un discurso ideológico establecido, el triunfo de Bukele se podría ver como el triunfo de los descontentos con el sistema de partidos políticos. Sin embargo, este análisis se queda corto. Es una expresión del pensamiento individualista neoliberal, como lo comentó la economista Iris Alberto, porque no hay una apuesta a un proyecto construido colectivamente. Sin satanizar las redes sociales -más bien, es fundamental hoy en día aprender de esta experiencia y concebirlas como un campo de lucha, no como una mera herramienta divulgativa-, la interacción, o apariencia de interacción, personalizada e individualizada, “customized”, es decir, hecha a la medida del usuario, refuerza la percepción de una relación política a medida del individuo que participa en la red social.

Esto es característico de una estrategia de dominación política que, anclada en la hegemonía del pensamiento neoliberal y en la disolución de las “contrasociedades” e incluso de las nociones burguesas de institucionalidad y republicanismo, exacerba hasta la radicalidad la sustitución del sujeto burgués-ciudadano por el de sujeto-consumidor. De ahí que esta estrategia, que aspira al control de las preferencias de “consumo político” de los ciudadanos mediante el manejo de algoritmos se vuelva cada vez más extendida:

Hay un conflicto inevitable entre la lógica del focus group y la del republicanismo, quizás porque ambas son tecnologías, cajas de herramientas para tejer vasos comunicantes entre la sociedad y el Estado. La filosofía política del focus parte de un sujeto consumidor, permeable, de identidades flotantes, que se realiza en lo privado, sin mediación entre un deseo no necesariamente racional y el mercado como única red institucional que une los fragmentos de una sociedad altamente segmentada. Y, lo más importante, es un individuo cuantificable, previsible (Galliano, 2017).


Imagen 2. www.vtv.gob.ve

Por supuesto que, como lo afirman Natanson (2018) y Touzon (2017), esta concepción, aplicada exitosamente en la Argentina para lograr el ascenso del macrismo, tiene a la base una antropología positivista, que considera que es posible, no sólo predecir, sino también encauzar la conducta social y política de las masas, mediante la aplicación de instrumentos de medición científica de dicha conducta. Como en el positivismo comtiano, que aspiraba a lograr el “orden y progreso”, léase estabilidad de la sociedad burguesa, evitando huelgas y revoluciones, este nuevo ciberpositivismo social pretende lo mismo, solamente que nutrido por las nuevas tecnologías y una concepción del sujeto consumista que debe mucho al conductismo ortodoxo, en el sentido de que busca construir un régimen de estímulos y contraestímulos para lograr la conducta socio-política deseada en las masas de individuos consumidores.

Dentro de ese contexto, se podría decir que fue una campaña basada en la “negatividad”: no a la política tradicional, no a las ideologías, no a los partidos, etc. Sabemos que la negatividad es incompleta, es un espacio vacío que debe llenarse con un elemento que, al menos transitoriamente, ocupe el lugar que abrió la fractura o crisis originaria. La negatividad como tal necesita una superación –una “negación de la negación”– que permita construir un ámbito más amplio de realidad con los materiales del pasado. Dice Hegel: “Lo meramente negativo es siempre pobre y superficial en sí y, por tanto, o bien nos deja vacíos, o bien nos repele, sea que se le utilice como móvil de una acción o como simple medio para provocar la reacción de otro” (Citado por Bloch, 1983, pág. 140). Bien: los populismos de derecha se alimentan de una reacción de descontento (negativa), bien hacia las políticas del Estado burgués que estarían beneficiando a un “otro” (emigrantes, desempleados, etc.), bien hacia las políticas de los proyectos progresistas o reformistas del sistema capitalista, que son presentadas como negativas, insuficientes, etc. En ello, juega un papel importante la “moralización” y judicialización de la política, como detonadores de reacciones de repudio, sobre todo contra políticos y movimientos de izquierda. El caso emblemático en El Salvador es el de la exsecretaria de Inclusión Social, Vanda Pignato, quien fue acusada mediáticamente sin mayores pruebas, lo cual dio pie a una cruzada mediática y judicial en su contra.

En su trabajo sobre Hegel, Ernst Bloch analiza la negatividad a partir de la figura literaria de Mefistófeles:

Sin duda, Mefistófeles por sí mismo —digamos Mefistófeles sin Fausto que le utilice como estímulo y vehículo— no cuenta para la dialéctica. Del mismo modo —para valernos de un ejemplo más próximo—, los satanismos del fascismo carecen de valor histórico. Desde la contradicción viva, desde el factor revolucionario no se puede aprovechar para nada estos nihilismos muertos, por sangrientos que sean. No hay en ellos palanca ninguna que empuñar, a diferencia de otras contradicciones objetivas en el capitalismo envejecido, por más que el fascismo, ligado a la crisis, forme parte de ellas. Más aún, como enseña Marx, hasta lo aniquilador de la crisis rica en contenido —de esta ‘totalidad restablecida’ demoniacamente en el capitalismo— tiene que ser utilizado sobre todo por el proletariado activamente, o sea, como una oposición contra lo meramente aniquilador, para que el proletariado no se hunda con la burguesía en la misma barbarie (Bloch, 1983, págs. 140-141).

 

Bien: el análisis de Bloch señala que la mera negatividad, las fuerzas negativas que el fascismo o el populismo de derecha moviliza son estériles porque se agotan en la mera negatividad. No tienen en su seno el elemento crítico-utópico que les permite trascender dialécticamente el momento de la negatividad. En el caso del populismo de derecha, el descontento que se moviliza electoralmente no construye tampoco alternativas al capitalismo neoliberal. Más bien, terminan ratificándolo y expandiéndolo socialmente aún más.

En el discurso del ciberpopulismo de derecha tenemos el caso de un significante vacío, cuyo significado lo proveen los votantes -seducidos, obviamente, por las armas cibernéticas de construcción de consenso alrededor de sus figuras políticas. En este punto, seguimos el análisis de Laclau sobre el populismo. Laclau parte del análisis saussureano sobre el signo lingüístico. Saussure plantea que no existe un vínculo “natural” o “esencial” entre el signo y la realidad que éste representa. Dicho vínculo es arbitrario y, por lo tanto, es mutable. Esta mutabilidad es compleja. No siempre un significado impuesto es exitoso, pero tampoco se puede obviar el hecho de que ciertas modificaciones semánticas son producto de cambios que un grupo, una entidad, una institución plantea y son adoptados por el resto de la comunidad hablante.

Así, la relación entre los elementos que componen el signo –el significado, que es lo representado, y el significante, aquello que sustituye a la realidad representado: la palabra “casa” en vez del objeto físico designado por ella– siempre es contingente. El significante vacío alude a la contingencia del signo y al hecho de que dicho vacío se llena de diversas maneras. El significante vacío se llena socialmente de significado, pero, precisamente por la misma arbitrariedad no hay una forma definitiva en la que el significante vacío se asocia a una realidad determinada. Puede llegar a tener significados contradictorios, según la época, el contexto histórico o los grupos sociales que lo utilizan.

El filósofo argentino parte de la “probable imposibilidad” de definir acotadamente qué significa “populismo”, o “pueblo”, dada la alegada “vaguedad” e “imprecisión” de los términos. En este caso, en el de las elecciones en El Salvador, el significante vacío no fue “pueblo”, sino “nuevo”. Un sinónimo es el de “cambio”. El partido derechista ARENA intentó usar este significante vacío, pero la jugada no le surtió efecto ni en esta contienda presidencial, ni en la de 2014 –su segunda derrota ante la izquierda–. La estrategia del FMLN a nivel mediático se centró en buena medida en instar al electorado a la defensa de las políticas sociales logradas en sus dos gobiernos. En un tramo avanzado de la campaña, el discurso efemelenista también incluía la advertencia de “no dar un salto al vacío”. Con ello, le aconsejaban al electorado no votar por Bukele, quien, como se señaló, no centró su campaña en una definición ideológica ni en una plataforma electoral concreta, sino en su figura personal. El resultado fue que, en el contexto simbólico, el FMLN tomaba un discurso que a nivel formal aparecía como “conservador” de lo obtenido durante sus dos gobiernos, mientras que su rival copaba el significante vacío de “lo nuevo”, manteniendo la vaguedad e imprecisión del término.

Es posible que sea precisamente esa vaguedad e imprecisión del significante “nuevo” lo que explica que los votantes de Bukele provengan tanto de izquierda como de derecha –otra cosa es el carácter de derecha real que hay en el proyecto del presidente electo. Al ser “lo nuevo” –de hecho, el movimiento del presidente electo se llama Nuevas Ideas–  el significante vacío, el votante le atribuye el significado político que necesita. De ahí que, para algunos, este significado es lo que se necesita para suplir el vacío provocado por el desencanto político. El asunto es que esto no deja de ser ideológico, para perplejidad de los que dicen querer un proyecto político más allá de las ideologías. 

 

El ciberespacio como campo de lucha, o cómo los medios de producción de ideas entran en fricción con las relaciones políticas

El caso de El Salvador no es el único que demuestra que en términos de comprensión del papel político de las tecnologías de la información y la comunicación (conocidas por las siglas TIC), la izquierda sigue estando en el siglo XX. Actualmente, las TIC son un arma de lucha política con alcances insospechados. Quizás uno de los casos más espeluznantes es el papel de empresas como Cambridge Analytica que, mediante la minería de datos y el análisis de grandes bases de información, proporcionó información para que los responsables de campañas electorales, tanto en las presidenciales de Estados Unidos como en la que se impulsó en el Reino Unido a favor del Brexit. Se afirma también que el presidente argentino Mauricio Macri se auxilió también de este recurso para llegar al poder. Fueron elecciones y plebiscitos en los que el conocimiento de las preferencias del electorado mediante los datos informáticos aseguró el éxito de los clientes de la citada firma. Si los sofistas de la antigua Grecia enseñaban a emplear el arte de la elocuencia y el de la argumentación para impactar las emociones de los ciudadanos y agenciarse su favoritismo, podríamos decir que actualmente tenemos una sofística cibernética que lo hace a partir del análisis de las bases de datos en las que quedan registrados nuestros gustos, nuestras curiosidades, en fin, las huellas de nuestra alma, de nuestra subjetividad.

En la campaña electoral recién pasada es evidente que el uso de las redes sociales cumplió un papel crucial. Hemos dicho que Bukele no hacía mítines, sino que transmitía sus puntos de vista a través de Facebook Live, llegando a competir, incluso, con la transmisión en vivo de los dos debates presidenciales. Además, los tuits del entonces candidato de Gana-Nuevas Ideas tenían un impacto mediático importante. Los demás candidatos le iban a la zaga en el uso de esta red social.

Además, florecieron una serie de páginas de Facebook, de periódicos o revistas digitales -algunos serios, aunque los más no tanto- que llenaban el ciberespacio de noticias a favor o en contra de los candidatos. En esto, la campaña de Bukele le llevaba una ventaja muy grande a sus contrincantes. En ese contexto, florecieron las llamadas fake news, “falsos positivos”, o noticias falsas. La estrategia del rumor y de la acusación sin fundamentos fue muy efectiva.

Todo esto sirve para señalar cómo el uso de las TIC y de las redes sociales conforma un campo de lucha política e ideológica muy importante. Claro, no hay que deslumbrarse por esto y despreciar por ello los espacios sociales y políticos no virtuales. La viralización virtual no se traduce mecánicamente en movilización de calle. No siempre. Pero en determinadas condiciones puede ser útil para mover a la llamada “opinión pública” en cierta dirección.

Además, las famosas condiciones objetivas y subjetivas son importantes para que este tipo de estrategia de “manufacturación de consensos” a partir del Big Data y otros recursos tengan efecto. La hegemonía del pensamiento neoliberal, que se traduce en un creciente individualismo y desarticulación de las contrasociedades anticapitalistas y antineoliberales, crece en la tierra fértil de lo que el sociólogo francés Pierre Rosanvallon llama “la sociedad de la desconfianza”, una sociedad donde la desconfianza y el distanciamiento, no solamente de los ciudadanos hacia las instituciones públicas,  es la pauta de conducta generalizada (Rosanvallo, 2007, pág. 27ss) que puede conducir a la erosión del ámbito de lo político. Como se sabe, cuando queda un espacio vacío, hay quien sale a llenarlo y no siempre son los proyectos progresistas, sino aquellos proyectos que recrudecen las formas de dominación neoliberal.

Otro factor ha sido el hecho de que en muchos ámbitos académicos se “viralizó”, por así decirlo, una idea que contribuye a este vaciamiento de la participación popular en lo político. Se trata de la afirmación, muchas veces sin mayores matices, de que todos los partidos políticos son “sucios”, que no hay diferencias sustanciales entre un proyecto radicalmente neoliberal y uno reformista-progresista o más de izquierda y que, por tanto, la política era algo corrupto, y que la militancia política está reservada para individuos sumisos a sus dirigentes.

Ello no niega la necesidad de fortalecer la democracia en los partidos políticos, sobre todo en la izquierda, pero no justifica el hecho de que, al deslegitimar el campo de lucha desde los partidos políticos, se le abren las posibilidades para que los sectores hegemónicos tradicionales vuelvan a recuperar el control que tenían sobre este ámbito, el cual, dicho sea de paso, es crucial para las transformaciones desde la institucionalidad del Estado.

El discurso “apolítico” y “apartidario” no hicieron sino fortalecer una de las premisas con las que funciona el ciberpopulismo de derecha: una visión individualista, descomprometida y mercantilizada de la política. La promoción, en los hechos, del voto nulo, presentado como un acto supremo de rebelión y de libre pensamiento individual, se queda en el momento de la negatividad de la dialéctica, crea el vacío en el espacio político, que viene a llenar el proyecto neoliberal extremo. Este tiene manejos discursivos que, por así decirlo, engullen o fagocitan el discurso progresista y lo metabolizan a su favor.


Imagen 3. http://sv.boell.org

 

Insertando la matriz del odio

En este contexto, es evidente que una táctica de guerra política utilizada con éxito en Brasil y Argentina (contra Lula y Dilma y contra los Kirchner, respectivamente), aunque sin mayor suceso en Venezuela (contra Maduro), se ha empleado en este contexto. Es la denominada matriz del odio: un recurso de la guerra política, empujado a través del complejo mediático-cibernético-jurídico para crear rechazo contra determinados partidos o dirigentes políticos. La matriz del odio se da en medio del empoderamiento de sectores de derecha fascista.

En el país centroamericano, se emplea una matriz del odio dirigida en dos vías. Una tiene su apoyo en el pensamiento antipolítico que parece arraigarse en una parte de la población. Se trata del odio contra “los políticos”, contra “los diputados” y contra instituciones del Estado como la Asamblea Legislativa. La segunda, vinculada a la anterior, es la matriz de odio contra el FMLN y contra su dirigencia. El uso de palabras como “cúpula” para referirse a la comisión política del partido de izquierda, tiene una carga semántica negativa. Hay un acoso continuo en el espacio cibernético, a través de perfiles falsos de redes sociales, a través de noticias falsas, etc., que incluso toma un carácter personalizado, pues está enfocado en determinados cuadros del partido de izquierda.

No es disparatado ver en lo anterior el propósito de aniquilar, moral y políticamente, al partido de izquierda. Ello no niega el hecho de que haya que revisar las actuaciones y las decisiones políticas de la década anterior, tal como se debate actualmente, pero tampoco se trata de “tirar al niño con el agua sucia”. Significaría el avance de la hegemonía cultural neoliberal, que en esta nueva etapa busca -a través de la matriz del odio, el ciberpopulismo, etc.- consolidar un pensamiento antipolítico que no oponga resistencia al poder dominante. Es decir: no es solamente el destino del partido FMLN lo que está en juego, si no el de la mera posibilidad, ya no de disputar hegemonía, sino de la subsistencia de prácticas contrahegemónicas eficaces.

 

Los retos para la izquierda

Un primer reto es estudiar a fondo la recién terminada campaña electoral y las nuevas formas de guerra política y de dominación ideológica. Si es válida la tesis de que ha ganado un proyecto ciberpopulista de derecha, es importante estudiar las causas del auge de dicho proyecto. Es importante hacer una investigación de los elementos simbólicos y discursivos que, junto con otros factores, jugaron un papel importante en la derrota del proyecto de izquierda.

Un segundo reto, vinculado a lo anterior, es el de asumir el campo de las redes sociales -y de las TIC- como un campo de lucha cuyas reglas, variables y oscilantes, es importante conocer. La izquierda tiene un atraso político-cibernético que le costó el triunfo electoral. El desafío será jugar en esa cancha pero con contenidos críticos y emancipatorios. Ello no puede dejar de estar ligado a la necesidad de rearticulación de las diferentes izquierdas, político-partidarias, intelectuales y sociales. Es ahí de donde proceden dichos contenidos.

Finalmente, es importante la producción teórica y analítica. En las crudas condiciones de la guerra, en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, la izquierda académica salvadoreña produjo una cantidad importante de reflexiones sobre la realidad del país. El avance de la guerra y las dinámicas propias de los procesos políticos de la posguerra absorbieron las energías de la izquierda al punto que la producción teórica quedó reducida a su mínima expresión. Esta producción teórica no puede desligarse de los movimientos sociales. Una tarea importante sería la de sistematizar a nivel teórico los conocimientos que las diversas movilizaciones sociales han acumulado en los últimos años. Piénsese en las movilizaciones contra la privatización de la salud y el agua, los movimientos feministas, de diversidad de género y en defensa de los derechos culturales, así como el movimiento contra la minería. No se trata de volver con nostalgia en busca de las contrasociedades perdidas, sino de recuperar ese bagaje histórico a fin de hacer algo distinto

Este acervo teórico-práxico puede ser uno de los elementos para proyectar nuevas contrasociedades anticapitalistas y antineoliberales a la altura del actual momento histórico, que está caracterizado por una hegemonía global neoliberal con derivas cada vez más autoritarias. En ese contexto, la izquierda puede ofrecer algo que el poder hegemónico no tiene: pensamiento crítico y prácticas de democracia desde abajo.

 

Notas:

[1] Por ejemplo, la temática central en la que se trabajó en los “Diálogos culturales de invierno” -una jornada de coloquios y mesas redondas organizada por la Secretaría de Cultura del FMLN- de 2015 fue “Hegemonía para el cambio social”.

 

Referencias bibliográficas:

  • Bloch, E. (1983). Sujeto-objeto. El pensamiento de Hegel. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Galliano, A. (2017). Hablemos de republicanismo. Obtenido de http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2017/06/27/hablemos-de-republicanismo/
  • Laclau, E. (2005). La razón populista. México: Fondo de Cultura Económica.
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Cómo citar este artículo:

ALVARENGA, Luis, (2019) “El Salvador: ciberpopulismo de derecha y hegemonía neoliberal”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 41, octubre-diciembre, 2019. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

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