Autonomía y autogestión como estrategias de defensa del territorio en las comunidades adheridas al Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI)

Autonomy and self-management as strategies for the defense of the territory in the communities adhered to the Committee for the Defense of Indigenous Rights (CODEDI)

Autonomia e autogestão como estratégias de defesa do território nas comunidades aderiram ao Comitê de Defesa dos Direitos Indígenas (CODEDI)

Luis Castillo Farjat

El Colegio de San Luis, México

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Recibido: 10-03-2020
Aceptado: 19-09-2020

 

 

La autonomía frente al despojo

A finales del siglo XX en América Latina tomaron la palestra una serie de movimientos sociales, caracterizados por ampliar los repertorios de protesta social. La eficacia de las movilizaciones instaló diversas problemáticas en las agendas políticas, contribuyendo incluso a la caída de varios gobiernos de la región y a redefinir el pacto social. No obstante, el avance en el reconocimiento de los derechos sociales y colectivos que se logró en varios países, el paradigma de desarrollo no se modificó significativamente. El papel de las economías latinoamericanas como productoras de materias primas se refuncionalizó de acuerdo con las nuevas condiciones políticas de la región, llegándose a hablar de un nuevo extractivismo (Gudynas, 2009; Svampa, 2019).

No obstante, es necesario relacionar el extractivismo con el patrón de acumulación de capital para comprender cómo, a la vez que se depredan las riquezas naturales, se da la depredación de los trabajadores mismos, agudizando la explotación (Osorio, 2014). Para Valenzuela Feijoó, el patrón de acumulación apunta al modo especifico en la que se llevan a cabo los procesos de producción, realización y utilización de la plusvalía. En América Latina, el patrón de acumulación da cuenta de la forma en la que se articulan esos tres momentos (producción, realización y utilización) de la plusvalía; la forma que asume la heterogeneidad estructural o la articulación entre el sector capitalista y los otros modos de producción existentes; la forma que asume la dependencia estructural; el carácter del bloque en el poder; y los mecanismos de dominación imperantes (Valenzuela Feijoó, 1996).

Asimismo, hay que tomar en cuenta las crisis inherentes al capitalismo y las tendencias observadas. El “ajuste espacio-temporal” a la crisis de acumulación, como llama David Harvey (2004) al aplazamiento temporal y expansión geográfica ha conducido a la intensificación de los procesos de despojo. La búsqueda de nuevos espacios para incorporarlos al proceso de acumulación ha sido la impronta para mercantilizar la naturaleza y sus recursos en lugares que se encontraban relativamente subutilizados en las dinámicas hegemónicas de la acumulación. Pero también, en la búsqueda por disminuir los tiempos de rotación del capital o compresión espacio-temporal (Harvey, 1998) se han implementado proyectos de infraestructura para facilitar la salida de las mercancías, siendo una fuente permanente de conflictividad social. 


Imagen 1. Foto del autor.

Han sido los pueblos indígenas los más afectados por las dinámicas que ha adquirido el desarrollo capitalista en la región. Aunque estos grupos han sido sistemáticamente sometidos a la explotación y al etnocidio, siguen resistiendo por conservar sus territorios ancestrales. En México, la población indígena fue diezmada y aquellas que persisten han sido aisladas y marginadas. Las autoridades coloniales y el estado mexicano han implementado diversos métodos para controlar y explotar la fuerza de trabajo indígena tanto por la violencia y el exterminio como por vías corporativas y el reconocimiento de sistemas de autogobierno limitado como en los pueblos de indios.

La gran cantidad de movimientos sociales indígenas han tenido una gran fuerza para cuestionar el modelo neoextracitivista que pone en riesgo su existencia misma. Rechazando las políticas multiculturales de corte neoliberal que solo reconoce ciertos derechos, varias organizaciones indígenas han impulsado y retomado proyectos de autogobierno contra la mercantilización y destrucción de sus territorios. En estos movimientos, el territorio juega un papel fundamental no solo por asegurar la reproducción material de los pueblos. “Muchas comunidades indígenas entienden y producen el territorio a través de diversas relaciones "socio-naturales" que unen a múltiples "seres-tierra" (por ejemplo, una montaña) con su propia agencia” (Halvorsen, 2019, pág. 799).

Es en la cuestión territorial y las prácticas ecológicas donde los movimientos han intentado incidir en la modificación de los proyectos de desarrollo imperantes. La demanda de autonomía ha sido estrategia fundamental para los procesos de defensa territorial y la autogestión productiva tiene una importancia sustancial. ¿cómo lograr el sostenimiento material de los proyectos autónomos? ¿cómo lograr el pleno ejercicio de la autonomía? Ante esas disyuntivas cobra relevancia la búsqueda de formas alternativas de producir que eviten que las dinámicas de acumulación interfieran con los procesos autonomistas. En ese sentido, la propuesta de organizar la vida de manera autónoma tiene que pasar por una perspectiva anticapitalista, que trascienda las lógicas de acumulación.

El presente artículo deviene de una investigación sobre las prácticas comunitarias de trabajo colectivo en el estado de Oaxaca, México, concretamente las estrategias autonomistas que enarbola el Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI) y las prácticas territoriales que desarrolla esta organización. En ese sentido, pretendemos mostrar las problemáticas que ha tenido el CODEDI para sostener su proyecto autónomo frente a los embates del capital en las distintas manifestaciones ya mencionadas, poniendo énfasis en la deconstrucción de la categoría trabajo que se está realizando desde los pueblos de la costa y sierra sur, del estado de Oaxaca, donde se ha instalado esa organización.

Las construcción de datos y buena parte de la propuesta conceptual provienen de reflexiones colectivas con diversos compañeros, de entrevistas formales, de grupos de estudio, de talleres de formación política, mapeos colectivos, de asambleas, de charlas informales en talleres productivos, fiestas, caminos, comunidades, pero también de jornadas de trabajo colectivo, de tequio, de jornadas en el campo, así como en manifestaciones, marchas, cierres de carreteras y otras manifestaciones organizativas y de solidaridad. Se ha tratado de caminar al lado de los compañeros, activa y críticamente, pero respetando las formas de trabajo, así como sus tiempos.

En cierto sentido la investigación ha sido influida por el paradigma de investigación militante (Colectivo Situaciones, 2003), pero repensándola desde las propias condiciones que aquejan a las comunidades enclavadas en la sierra sur oaxaqueña y a la propia de investigador-estudiante. Si bien, se han hecho esfuerzos por eliminar las relaciones asimétricas de poder, la violencia simbólica que implica una investigación se manifiesta permanentemente. No obstante, los acuerdos realizados con los y las compañeras han permitido el acercamiento a la realidad de las comunidades donde tiene presencia la organización.


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Despojo en condiciones de abigarramiento

Una de las particularidades más notables de la región latinoamericana es su condición de heterogeneidad estructural, concepto que alude a los diferentes modos de producción imbricados y coexistentes, aunque no excluidos de contradicciones. Si bien, el capitalismo se considera el modo de producción hegemónico, esto no implica que la lógica de acumulación vaya subsumiendo a las demás formas productivas, sino que encuentra una distinta manera de relacionarse con cada una de ellas.

El boliviano, René Zavaleta desarrolló la noción de abigarramiento para dar cuenta de esa situación, en la que en una formación social pueden convivir distintos modos de producción, aunque sin gran articulación entre ellos. La formación social abigarrada alude a la superposición de épocas económicas sin combinarse demasiado “como si el feudalismo perteneciera a una cultura y el capitalismo a otra, y ocurrieran sin embargo en el mismo escenario; o como si hubiera un país en el feudalismo y otro en el capitalismo, superpuestos y no combinados” (Zavaleta, 2015, pág. 214).

De acuerdo con Zavaleta existen tres momentos de la condición de abigarramiento: la no unificación de la sociedad en sus sectores o en grados extremos la desconexión entre sus factores; no unificación nacional ni clasista de la clase dominante; la aparición de planos de determinación diacrónicos o sea de modo errático según el tiempo estatal (Zavaleta, 2015, pág. 129). Lo que aquí trata de enfatizar Zavaleta es la desconexión entre los factores que construyen los componentes de una relación de dominación del tipo estado-nación a pesar de las relaciones que existan entre los distintos modos de producción.

Esa subsistencia de distintas variedades de trabajo ha permitido que se mantengan diversas formas de organización de la vida. Si bien, se han mantenido modos de producción tributarios, cuasi feudales en los latifundios, así como patriarcales e incluso esclavistas, también se han mantenido formas de trabajo comunitario basados en la reciprocidad y solidaridad, sobre todo en comunidades indígenas. La permanencia de estructuras colectivas de la tenencia de la tierra, así como la organización en torno a cargos comunitarios o tomas de decisión del tipo asambleario, ha permitido formas de trabajo que regulan la vida más allá de las lógicas de acumulación de capital.

Sobre esa base organizativa varios movimientos indígenas han construido sus procesos de autonomía, pues ésta es una cuestión viva en la memoria de los pueblos, pues siempre se han orientado en torno a las formas comunitarias. Por esta razón, el autogobierno bajo usos y costumbres es una demanda que han enarbolado los movimientos sociales con identidades étnicas y que se han politizado sobre esa base. En este sentido existe una memoria inscrita en el espacio geográfico, que se vuelve un testimonio de los diferentes modos de producción. “Las rugosidades son el espacio construido, el tiempo histórico que se transforma en el paisaje, incorporado al espacio” (Santos, 1990, pág. 154).

Milton Santos propone el concepto de rugosidad para explicar históricamente la construcción espacial a partir del trabajo, o más bien, las formas en las cuales el trabajo ha actuado sobre el espacio históricamente. La rugosidad refiere a los restos de divisiones del trabajo ya pasadas, los restos de los tipos de capital utilizados y sus combinaciones técnicas y sociales con el trabajo. “La actual distribución territorial del trabajo descansa sobre las divisiones territoriales del trabajo anteriores. Y la división social del trabajo no puede entenderse sin la explicación de la división territorial del trabajo, que depende, a su vez, de las formas geográficas heredadas” (Santos, 1997, pág. 119).

Esta herencia espacial nos da la pauta para comprender el transito histórico de los modos de producción en términos espaciales. La rugosidad nos revela las diferentes combinaciones existentes y sus consecuencias, así como las posibilidades de las prácticas espaciales. En el caso concreto que nos atañe, en el espacio social existente entre los pueblos de la costa y la sierra sur de Oaxaca, puede observarse las marcas históricas del despojo, lo cual ha determinado las posibilidades de los actores para actuar sobre el territorio.

El mapa del despojo se remonta a la época colonial, en donde se desarticuló el control vertical de los pisos ecológicos[1] que ejercían los pueblos zapotecos, mixtecos y nahuas, permitiendo el intercambio cultural y económico entre la costa y la sierra. Dicha dislocación fue originada, en gran medida, por la introducción de la grana cochinilla como monocultivo, lo cual representó un primer despojo de tierras de los pueblos de la región, así como el establecimiento de Huatulco, como puerto de comercio de esclavos y mercaderías ilegales hacia Guatemala, Perú y Ecuador.

A mediados del siglo XIX ante la caída del mercado internacional de los colorantes de la grana, condujo a empresarios de Miahuatlán a la introducción del café en la región, no sin resistencia por parte de varios pueblos, como por ejemplo la zona de los Loxicha. Con el gobierno del estado se negoció la introducción del aromático en las zonas altas de Xanica y Ozolotepec. Con ayuda gubernamental, los pueblos fueron despojados de sus tierras para la fundación de fincas cafetaleras que terminaron ejerciendo un dominio cuasi feudal, desarticulando la organización colectiva de la tierra, prohibiendo el cultivo de milpa, imponiendo la lógica del monocultivo.

De igual forma, el establecimiento del Centro Integralmente Planeado de Huatulco en 1984, despojó de tierras a los comuneros de San Miguel del Puerto y Santa María Huatulco para convertirlas en un espacio turístico internacional reconfigurando la dinámica socioeconómica de la zona. El CIP se gestó con la sangre de los pueblos despojados, pero también con las negociaciones del gobierno con grupos ecologistas, permaneciendo la idea de recuperación de las tierras, así como la protección del ambiente (Talledos, 2017, pág. 113). En ese momento comienza el declive en los precios del café, que terminan poniendo en crisis a las fincas productoras de la región; muchas de ellas fueron abandonadas y los trabajadores perdieron empleos e indemnizaciones.

La configuración espacial que ha realizado el capital sobre los pueblos que se encuentran entre la costa sierra sur de Oaxaca se encuentra profundamente marcada por el despojo, como vía para dislocar a las comunidades e insertarlas dentro de la lógica de acumulación. Sin embargo, ante cada proceso de despojo han surgido resistencias que se incrustan en el territorio y en la memoria de las comunidades. Uno de esos casos es el Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI), quienes se encuentran construyendo un proceso de autonomía, basado en el trabajo colectivo y en la recuperación de formas de organización comunal.


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Autonomía, autogestión y territorio

Desde los últimos años del siglo XX, el concepto de la autogestión ha pretendido utilizarse desde el mundo empresarial, como estrategia de productividad laboral en el patrón de acumulación flexible. Este uso conceptual pretende borrar el antecedente histórico de la autogestión, más encaminado a la producción autónoma y colectiva, contribuyendo a la separación entre las esferas política y económica. La separación entre lo político y lo económico es una estrategia para apuntalar la dominación en ambos espacios, mostrando ambas dimensiones separadas, como si en la realidad eso pudiera delimitarse.

El trabajo lleva de fondo una carga política muy fuerte, dependiendo de la forma en la que se realice, como trabajo asalariado, trabajo colectivo o trabajo comunitario, sea en una empresa capitalista, de forma esclava, o sea en un proyecto liberador. La autogestión “trasciende la mera administración de una empresa por parte de los trabajadores puesto que incluye el objetivo de una gestión integral de la sociedad” (Hudson, 2010, pág. 582). En ese sentido, la autogestión es otra de las caras de la autonomía, la capacidad de organizar el trabajo de acuerdo a las necesidades propias y a los mecanismos de decisión.

En el campo de los movimientos sociales se han dado interesantes reflexiones sobre las maneras de sostener la resistencia y los proyectos que pretendan establecer. Muchos de los movimientos terminan en fracaso por carecer de las bases materiales para su sostenimiento, y, en ese sentido, la autogestión es una manera de sobrellevar esta situación, pero también, la capacidad de generar su sostenimiento material significa la propia organización más allá de las lógicas de acumulación de capital, o al menos, una visión alternativa y colectiva.

Los ejemplos de movimientos sociales que han llegado a la autogestión y a poner énfasis en la reproducción de la se extienden cada vez más por toda América Latina, pero, sobre todo, han tenido un arraigo entre las organizaciones indígenas. Esto debido, principalmente, a que las comunidades tienen una larga experiencia de estructuras diferentes al capitalismo y muchas de ellas están reivindicando sus formas comunales de organización. Para Benjamín Maldonado existe una plena identificación entre autonomía y autogestión, que se observa en la lucha indígena

hoy la lucha india en México es por autonomía y la autonomía no puede ser entendida sin autogestión, por lo que el anarquismo –en tanto corriente de pensamiento y como experiencias históricas– tiene mucho que aportar en el alumbramiento de la nueva sociedad mexicana; la más consistente corriente anarquista en México, el magonismo, puede ser una forma de identidad capaz de recoger experiencias en función de nuevos planes (Maldonado, 2000, pág. 132).

 

La raíz de la autonomía se encuentra en 500 años de resistencia indígena y, aunque las tradiciones marxistas y anarquistas tienden a reproducir la colonización del poder, pueden converger como procesos en permanente construcción, pues “combinan nuevas formas concretas de intervención social, producción y organización, por un lado, con una proyección política de espíritu emancipador cuestionadora no ya de la forma, sino los fundamentos del capitalismo, por el otro” (Dinerstein, 2013, pág. 28). En el caso particular de Oaxaca, se observa un “profundo anarquismo local que atraviesa la estructura de clases rurales y penetra la conciencia social rural” (Cook, 1984, pág. 76).

Los ámbitos comunitarios y la práctica de la comunalidad son formas de relaciones sociales, donde la autonomía se expresa como algo vivo y que tiene una base histórica profunda en la organización de los pueblos. “Una fuerza de tal magnitud fundamenta prácticas socioeconómicas autogestivas. La participación colectiva es en cualquier lado la base de la autogestión” (Maldonado, 2013, pág. 27). La comunidad es una relación social que implica ciertas prácticas territoriales, pues no puede pensarse sin un territorio. La cuestión que define el territorio es el poder, o sea, las relaciones de poder espacializadas y por ende conflictivas. Los territorios son creaciones sociales de diversos grupos y actores que se encuentran en conflicto.

De acuerdo con Bernardo Mançano Fernandes, el concepto de territorio tiene varios principios: soberanía como construcción histórica de pueblos y naciones, así como de clases sociales y sus grupos internos; totalidad, en tanto territorio como un todo, parte de la realidad con múltiples dimensiones; multidimensionalidad o las condiciones construidas por los sujetos en prácticas sociales en relación en la naturaleza y entre sí; pluriescalaridad, como distintos niveles de organización territorial; intencionalidad, como opción histórica de decisiones, una posición política; y, conflictualidad o relaciones de enfrentamiento en las interpretaciones que objetivan las permanencias y superaciones de clases sociales, grupos, instituciones, espacios y territorios (Fernandes, 2009).

Esto sugiere que cada grupo o pueblo tiene sus propias prácticas espaciales y formas de concebir el territorio a partir de distintos proyectos políticos. La idea de territorio que ejercen los niveles de gobierno es distinta a las prácticas territoriales de diversas organizaciones o de otros grupos de poder, lo cual genera conflictos y disputas. Lopes de Souza (2016) denomina “prácticas espaciales insurgentes” como aquellas manifestaciones de los movimientos sociales, donde la territorialización ocupa una parte fundamental. Los procesos de territorialización que lleva a cabo el Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas se han sostenido a base del tequio que promueve esa organización y lo ha enfrentado a otros grupos, desde el gobierno federal, hasta empresarios y grupos del crimen organizado.

 

Prácticas territoriales

La implantación del modelo neoliberal en México comenzó a desquebrajar el orden corporativo sobre el cual se había sostenido más de setenta años el control del Partido Revolucionario Institucional (PRI). El levantamiento zapatista de 1994 fue una manifestación del descontento que existía contra el régimen priista y tuvo un gran impacto en todo el país. En el estado de Oaxaca, el discurso zapatista influyó en gran cantidad de organizaciones indígenas que se organizaban, sobre todo, en torno a la lucha contra los caciques locales y contra el coyotaje. Entre la sierra sur y la costa del estado de Oaxaca, cerca del puerto de Huatulco se encuentra enclavado en las montañas el poblado de Santiago Xanica. Este pueblo, en su mayoría hablante de una variedad del zapoteco dio origen al Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI), una de las organizaciones que se encuentra implantando un proyecto autonomista a partir de la reivindicación del derecho de los pueblos indígenas al autogobierno.

A raíz de la intromisión e imposición del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las elecciones por usos y costumbres[2] que se llevaban a cabo en el municipio de Santiago Xanica para elegir los cargos comunitarios del cabildo, se generan varios procesos. Por un lado, entre la población surge un sector que actúa con base a prebendas y que funciona como operadores políticos del PRI, pero también, otro grupo que pretende recuperar las formas de organización tradicionales, derivadas del trabajo comunitario o tequio, el sistema de cargos comunitarios, así como la toma de decisiones del tipo asambleario. De esta última fracción surge el CODEDI, que al poco tiempo participa en la creación de un cabildo popular, luego de expulsar a los priistas del palacio municipal.

Desde ese momento, el CODEDI va trabajando la idea autonomía, como vía para reorganizar al pueblo de Xanica de forma comunitaria. Por ejemplo, durante el periodo del cabildo popular en Xanica, el CODEDI contribuyó al establecimiento de un bachillerato comunitario, así como una biblioteca y una farmacia, además de la recuperación del tequio para las obras de infraestructura del poblado. Sin embargo, la pelea por el control del municipio continuaba entre grupos priistas y los defensores de los usos y costumbres, lo cual significaba el control de recursos municipales.

Los trabajos del Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas se extendieron más allá de la lucha por retomar los métodos comunitarios de organización política del municipio, hacia el campo educativo, la gestión de la salud y los proyectos productivos, al igual que crecía su área de influencia hacia comunidades aledañas de municipios cercanos. Ante la necesidad de tener un espacio para que la organización pudiera llevar a cabo el proyecto de comunalizar la tierra y trabajarla bajo formas colectivas de tequio, se decide recuperar las tierras de la Finca Alemania, que llevaba 20 años en el abandono. Esta decisión se tomó en conjunto con los extrabajadores de la, otrora, finca cafetalera más importante de la región, así como con las Organizaciones Indias por los Derechos Humanos en Oaxaca (OIDHO).

La toma de la Finca Alemania y su posterior reactivación como Centro de Capacitación marcó la pauta para crear un proyecto de defensa territorial a cargo del CODEDI. El Centro de Capacitación, ha crecido exponencialmente gracias al trabajo colectivo de la organización y, sobre todo, al tequio de las 37 comunidades adheridas. Dentro de dicho centro se ha establecido un sistema de educación autónoma, desde preescolar, primaria, secundaria y bachillerato, hasta el proyecto de una universidad para los pueblos. Paralelo a esto se han creado 14 talleres de capacitación colectiva, donde los alumnos aprenden un oficio y se vuelven responsables de los trabajos que requieran las comunidades adheridas, que van desde zootecnia, apicultura, carpintería, mecánica, corte y confección, panadería, salud, etc.

De igual forma, las 700 hectáreas de las que se compone la finca Alemania están siendo ocupadas en su totalidad por los proyectos productivos, basados en sistemas agroforestales, que no agotan la fertilidad natural, sino que contribuyen a recuperar el frágil equilibrio ecosistémico de la región. Muy a grandes rasgos describiremos las principales prácticas territoriales que ha empleado el CODEDI, como defensa frente a la ofensiva espacial del capital en la zona de la costa y sierra sur de Oaxaca.

Las estrategias territoriales del CODEDI comenzaron en el pueblo de Xanica, donde nace la organización, y en un primer momento se trata de recuperar la tradición comunitaria que había sido socavada por la destrucción de la propiedad colectiva de la tierra, a mediados del siglo XX, sobre todo por el negocio cafetalero. En ese sentido, si bien no se ha logrado recolectivizar la tierra, si se han impulsado prácticas de trabajo colectivo y formas de organización basados en el sistema de cargos, así como la toma de decisiones de forma asamblearia. Esto ha permitido que se lleven a cabo obras de infraestructura en el pueblo, a partir del tequio, sobre todo, en lo que refiere a los caminos hacia la cabecera municipal.

Los trabajos de la organización en torno a la vivienda, también han generado una reconfiguración territorial a partir del cambio de paisaje. El CODEDI ha construido hasta el momento más de 5 mil viviendas en las comunidades adheridas, con el propio trabajo de las comunidades, también organizado por tequio. La construcción de vivienda se realiza haciendo la disputa al estado de fondos federales para conseguir material, pero también gracias a la fabricación de ladrillos y puertas y ventanas que se realiza en el Centro de Capacitación. Cabe mencionar que la construcción de viviendas se realiza por comunidades, para evitar formas de clientelismo, recuperando las formas colectivas de organización del trabajo.

El trabajo realizado en las comunidades pretende, al igual que en Xanica, retomar las formas tradicionales de organización, y gracias al trabajo de vivienda se ha recuperado el tequio. Hasta el momento hay 37 comunidades adheridas al proyecto de CODEDI, las cuales participan en los tequios dentro de la propia comunidad o en los proyectos de la organización. Las comunidades adheridas se organizan en torno a los trabajos que requiere el Centro de Capacitación, pero también a partir de los tequios que se realizan en cada comunidad. Muchas comunidades están destinando parte de las tierras comunales para la siembra de determinados cultivos para enviarlos a la organización.

En cierto sentido, el CODEDI ha tomado el control vertical de pisos ecológicos, que había sido desarticulado desde la dinámica colonial y ahora existe una mayor comunicación e intercambios entre las comunidades de la costa, de la sierra, valles centrales e istmo. Asimismo, la dinámica intracomunitaria incentivada por la organización, ha contribuido a llevar a cabo ciertas acciones para evitar la degradación ambiental. Por ejemplo, se ha estimulado la construcción de baños secos en las comunidades, así como eliminar los fertilizantes derivados del petróleo, además de frenar la caza incontrolada. El Comité se ha encargado de organizar talleres y cursos de formación política en las comunidades para defender los ríos de la zona, concretamente el Copalita tanto de los proyectos hidroeléctricos, como de su entubamiento para asegurar el consumo de las hoteleras de la costa, pero también de la contaminación de las comunidades de la sierra, para conservar limpio el afluente para las comunidades de las tierras bajas.

La toma de la Finca Alemania, ha representado el mayor proceso territorial que ha realizado la organización. Primeramente, por haber recuperado un espacio abandonado a causa de los vaivenes en el mercado internacional de café, pero sobre todo por mostrar que las comunidades organizadas pueden hacerse cargo de más de 700 hectáreas, desde el tequio y a partir de las formas tradicionales de cultivo. Esto ha implicado, un enfrentamiento directo con los empresarios de la zona quienes pretendían apoderarse de la finca para abastecer de agua a los negocios en el Centro Integralmente Planeado de Huatulco, pero también de grupos del crimen organizado, quienes se dedicaron a saquear la región del árbol de granadillo, destinado al mercado mundial para la construcción de objetos de lujo.

Tanto por el establecimiento de talleres colectivos donde se organiza el trabajo de la finca, como por los cultivos y proyectos ganaderos dentro el perímetro de la finca, un espacio abandonado se transformó en un centro de contacto entre las comunidades, que también es sede de una radio comunitaria y de varios proyectos de capacitación a los que pueden acudir los pobladores de las comunidades aledañas, no solo adherentes a la organización. Pero también, se cuentan dos proyectos de territorialización importantes entre los trabajos del CODEDI, que son, la recuperación de las 23mil hectáreas de las que fueron despojados los comuneros de San Miguel del Puerto para la construcción del CIP y también la recuperación y creación de una playa comunitaria en Salchí, para que las comunidades que han sido despojadas de la costa, tengan acceso al mar.

 

Conclusiones

A modo de conclusión podemos señalar que en los movimientos sociales en América Latina y concretamente en México existe una reivindicación territorial, sobre todo, entre los movimientos indígenas, que al radicalizarse han desembocado en procesos de autonomía. Estos procesos han fructificado como una respuesta a las ofensivas territoriales del capital, que ha avanzado por la vía del despojo sobre aquellos espacios integrados de forma marginal, a los procesos de acumulación. También mencionar que las condiciones de abigarramiento presentes en México permitieron que las prácticas autonomistas, presentes en el concepto de usos y costumbres son una realidad presente en la memoria colectiva de los pueblos y que, varias organizaciones y movimientos sociales han incentivado la recuperación de esas formas organizativas, existentes y funcionales para las manifestaciones comunitarias.

El CODEDI ha sido una muestra de estos procesos, tratando de recuperar las formas comunitarias de organización, desde la formación de cabildos populares donde la toma de decisiones sea de forma asamblearia y bajo el sistema de cargos comunitarios rotativos, vistos como servicio a la comunidad. Pero también, las formas de organización del trabajo colectivo como el tequio y la mano vuelta, destinados a la reproducción de la vida, dificultando las dinámicas de acumulación de capital. La defensa territorial en su conjunto ha logrado, hasta el momento, ponerle un freno a la lógica de despojo que se ha presentado por conflictos de tierras, expropiaciones, así como megaproyectos hidroeléctricos o mineros.

La dinámica expansiva que requiere el capital ha tenido en las prácticas territoriales del CODEDI un obstáculo, sobre todo en el turismo, que ha sido la modalidad predilecta para asegurar la acumulación en la zona de Huatulco. Sin embargo, los conflictos permanecen, generando choques cada vez más violentos, entre quienes buscan la ganancia mediante la explotación del trabajo del hombre y de la naturaleza y quienes buscan la supervivencia de las prácticas tradicionales para engendrar un mundo diferente basado en la solidaridad, apoyo mutuo y valores comunitarios.

 

Notas:

[1] Para John B. Murra (1987), el control vertical de pisos ecológicos se refiere a los vínculos y conexiones entre diversas etnias en distintos espacios y con diferentes formas de producción y organización. De esta manera los pueblos de las zonas altas en los Andes sostenían relaciones de intercambio con la costa o con las zonas periféricas del Tawantinsuyu, incentivando relaciones de reciprocidad y redistribución.

[2] En el 70% de los municipios del estado de Oaxaca, las elecciones de las autoridades municipales se llevan a cabo bajo el régimen de usos y costumbres, o sea que los habitantes deciden la forma de nombrar a los representantes por sus propios métodos, en gran medida, de forma asamblearia.

 

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Cómo citar este artículo:

CASTILLO FARJAT, Luis, (2021) “Autonomía y autogestión como estrategias de defensa del territorio en las comunidades adheridas al Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI)”, Pacarina del Sur [En línea], año 12, núm. 45, octubre-diciembre, 2020. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1917&catid=14