Cultura y complejidad

Un acercamiento jerárquico

Jesús Mario Siqueiros-García[1]

La Antropología, tradicionalmente ha tendido a conceptualizar la cultura desde dos frentes, uno social, con antecedentes en la antropología británica y otro, más próximo a la antropología norteamericana, que hace mucho más énfasis en los aspectos cognitivos y simbólicos. La propuesta metodológica de este artículo es que esta dicotomía puede ser superada si se aborda la cultura desde la perspectiva de los sistemas jerárquicos complejos. Esto implica pensar la Cultura a través de los criterios que definen a los sistemas complejos, así como identificar los niveles que en interacción la generan. Finalmente se sugiere que la Cultura como fenómeno complejo es el resultado emergente de la interacción entre el nivel de las estructuras sociales y el de las relaciones intersubjetivas, así también se señala la importancia de primer orden de la etnografía para la obtención de datos relativos a las interacciones intersubjetivas.

Palabras clave: cultura, sistemas complejos, jerarquías, intersubjetividad

 

Entre lo cognitivo y lo social: distintos enfoques antropológicos sobre la cultura

El objeto de estudio de la Antropología ha sido la cultura aunque no existe un acuerdo sobre que es lo que eso significa (White, 1959). Existen tantas definiciones de cultura como existen antropólogos, o casi[2]. Edward Taylor la definió como: that complex whole which includes knowledge, belief, art, law, morals, custom, and any other capabilities and habits acquired by man as a member of society (Taylor, 1871: 1). Malinowski en 1931 definió la cultura como: Culture is a well organized unity divided into two fundamental aspects—a body of artifacts and a system of customs (Malinowski, 1931: 623). Herskovits propuso que:  Culture is the man-made part of the environment (1948: 17). Margaret Meade como: is the total shared, learned behavior of a society or a subgroup (Meade, 1953: 22). Clifford Geertz propuso que la cultura es: an historically transmitted pattern of meanings embodied in symbols (Geertz, 1973: 89). Y Dan Sperber describe la cultura afirmando que se trata de: [a] widely distributed, lasting mental and public representations inhabiting a given social group (Sperber, 1996: 33).


Las distintas concepciones de cultura se mueven, más o menos, entre aquellas que le dan más peso a los aspectos cognitivos y las que le dan una mayor importancia a los factores sociales. Esta distinción se remite a las diferentes tradiciones antropológicas, especialmente a la separación que sugirieron Kroeber y Kluckhon (1952), entre antropología y sociología, en donde la primera se centraría en los aspectos simbólicos y del lenguaje y la segunda en los aspectos sociales.  Tal distinción no fue aceptada por la antropología británica, para la cual, fundada en la tradición durkheimiana, la antropología fue concebida como una especie de sociología comparada, mucho más interesada en el papel de las estructuras sociales y en los componentes materiales de la cultura que únicamente en los aspectos simbólicos.

La separación entre los aspectos sociales y los simbólicos parece útil como estrategia analítica. Aunado a esto, además de fragmentar los fenómenos culturales, no es difícil observar que la mayoría de las definiciones son de carácter normativo y descriptivo, y en esa medida, su papel ha sido principalmente el de ser una herramienta heurísticas para el trabajo etnográfico y para el análisis teórico de los datos (Prinz, 2011). En oposición a esta abundancia de definiciones normativas, es notable la falta de definiciones de carácter operativo, es decir, de definiciones que permitan generar hipótesis y modelos sobre fenómenos culturales y ponerlos a prueba.

En este artículo se propone una estrategia diferente para abordar los fenómenos culturales, se sugiere un enfoque sintético y no analítico y para ello es necesario una conceptualización de la cultura que sea operativa. El objetivo de este ensayo es exponer de manera general la necesidad de conceptualizar la cultura desde el enfoque de los sistemas complejos jerárquicos. Desde esta perspectiva, una condición necesaria para poder llevar a cabo estudios sobre la cultura como un fenómeno complejo es partir del hecho de que ésta se constituye por distintos niveles de organización. En este sentido, la cultura no es un nivel más en la jerarquía que va de los átomos a la cultura, sino que más bien es el resultado emergente de por lo menos el nivel de la organización social y el nivel de la organización cognitiva o el de la intersubjetividad.

En la primera parte del artículo se hace una revisión de las propiedades de los sistemas complejos, propiedades que tendría que tener una definición de cultura si se pretende estudiar desde un enfoque de los sistemas complejos; posteriormente se introduce un enfoque jerárquico en el contexto de los sistemas complejos; en un tercer apartado se proponen los niveles que debería considerar una definición de cultura desde la perspectiva de la complejidad; en la cuarta sección se aborda la relación entre estructuras sociales y relaciones intersubjetivas y por último, comentarios finales a modo de conclusiones.

 

Sistemas complejos

Para poder abordar la cultura como un fenómeno complejo es necesario comenzar exponiendo lo que se entiende por sistema complejo e identificando sus propiedades. Existen por lo menos dos formas de concebir la complejidad de un sistema. Una de ellas es a partir de la relación entre el sistema y sus descripciones, en este caso la complejidad está en la cantidad de información necesaria para describir el sistema; la otra, se define a partir de la relación entre las partes y el todo en donde el comportamiento que surge de la relación entre las partes es un comportamiento emergente. En este artículo se hará referencia a la segunda forma de concebir los sistemas complejos.

Warren Waever, en su artículo clásico de 1948, Science and Complexity, señaló que la ciencia se enfrenta a tres clases de problemas: a) problemas simples, propios de la mecánica clásica; b) problemas de complejidad desorganizada, ejemplificados por problemas de mecánica estadística y la termodinámica y c) problemas de complejidad organizada.

De acuerdo con este autor, los problemas simples solamente se involucran 3 o 4 variables mientras que los problemas de complejidad desorganizada están en el otro extremo pues involucran una gran cantidad de variables, tantas que la manera de solucionarlos requieren de una aproximación estadística. En cambio, los sistemas de complejidad organizada se caracterizan por el hecho de que comprenden muchas más variables que los sistemas mecánicos simples y por lo tanto no se pueden resolver como un problema de la mecánica clásica, pero tampoco pueden ser tratados con metodologías estadísticas como sería el caso de los problemas de complejidad desorganizada porque no involucran tantas variables como para definir el comportamiento del sistema en términos de promedios. Weaver apunta a que los sistemas de esta región intermedia, tienen la propiedad que los diferentes factores y componentes están interrelacionados en un todo orgánico (Weaver, 1948: 69). Las dos propiedades que sobresalen en esta clase de sistemas son, por un lado, que están compuestos por un conjunto de partes pero sus funciones se definen a partir del contexto y, por el otro, que sus interacciones generan un comportamiento emergente que no se reduce a la suma de las acciones de sus partes, lo que en términos muy llanos significa que no se puede estudiar la multicelularidad analizando una célula, como tampoco se puede estudiar la cultura estudiando un individuo. En este espacio medio, entre los sistemas simples y los de complejidad desorganizada, se encuentran los sistemas biológicos y los sociales.[3]

 

Jerarquías, sistemas complejos y relaciones interniveles

Una propiedad más de los sistemas complejos es que están estructurados de forma jerárquica. En su forma más sencilla se trata del nivel de las partes y el nivel del todo emergente. La jerarquía de los sistemas complejos puede ser estructural o funcional. Herbert Simon fue quien propuso por primera vez la idea de que los sistemas complejos están estructurados de forma jerárquica. Desde su planteamiento, los sistemas complejos están formados por subsistemas interrelacionados que a su vez están constituidos por subsistemas de cada vez más bajo nivel componiendo una jerarquía anidada. Dada la naturaleza de las jerarquías anidadas, esta es una forma de descripción espacial de los sistemas complejos.

En esta clase de sistemas es importante distinguir las relaciones intersistémicas y las relaciones intrasistémicas, distinción que les confiere la cualidad de ser sistemas jerárquicos cuasi-descomponibles (Simon, 1962: 473).  La descomponibilidad de los sistemas complejos depende de la intensidad de las relaciones entre los componentes, de modo que mientras más homogénea sea la intensidad de las interacciones inter e intrasubsistemas, más difícil será la identificación de los subsistemas o partes. Por el contrario, entre mayor sean las diferencias en intensidad,  más fácil deberá ser la identificación de las partes. Los ejemplos opuestos son, por un lado los gases y en el otro los cristales o los polímeros, formados por le mismo tipo de monómeros. Esto no significa que porque se pueda identificar un gran número de partes, éstas son necesariamente relevantes para el comportamiento global del sistema.

Las jerarquías más interesantes en cuanto a complejidad se refiere, se encuentran en los fenómenos biológicos y sociales, por ejemplo una sociedad de organismos multicelulares, la cual puede ser descrita como una jerarquía que se forma por átomos, moléculas, orgánulos, células, órganos, organismos, sociedad, en donde cada nivel a partir de las moléculas (e. g., enzimas) pueden evolucionar de manera relativamente independiente de los otros niveles (Kauffman, 2000; McShea y Brandon, 2010).

Las jerarquías estructurales son una descripción de tipo espacial, las jerarquías funcionales describen la relación temporal de la interacción entre el nivel superior y el inferior. En concreto, el concepto de función se refiere a un proceso y el surgimiento de la funcionalidad es una característica de la organización jerárquica de los seres vivos (Pattee, 1970: 127).

De acuerdo con Howard Pattee (1970), en los sistemas complejos, como es el caso de los seres vivos, existen dos tipos de constricciones, la constricciones de contorno y las constricciones funcionales. Las constricciones de contorno delimitan el sistema reduciendo sus grados de libertad. Este tipo de constricciones se pueden observar en los tornados en donde ciertas condiciones de presión, temperatura y humedad son necesarias para que el sistema desarrolle su dinámica característica, la cual, a su vez asegura las condiciones de presión, temperatura y humedad que generan la misma.

Las constricciones funcionales dependen del tiempo y requieren de un enfoque jerárquico para dar cuenta de ellas y del comportamiento que generan. Estas constricciones son generadas por la dinámica de los componentes del nivel superior y actúan localmente reduciendo los grados de libertad de los componentes del nivel inferior. Las constricciones, aun cuando actúan de forma local, parecen producir un comportamiento colectivo coherente en el nivel inferior (Pattee, 1970: 125). Un ejemplo de este tipo de constricción funcional pueden ser los mecanismos epigenéticos como la metilación[4], que regulan la expresión de genes según el contexto celular.


En la perspectiva funcional, cada nivel genera sus propias reglas lo que hace de ellos niveles autónomos. Para que pueda haber interacción funcional entre los niveles es necesario recurrir a un elemento más. En 1958, Ross Ashby, en referencia a la cibernética, los sistemas de control y la homeostásis, propuso la “Ley de la Variedad Requerida” o LVR (Ashby, 1958). La LVR dicta que el número de acciones que un sistema de control debe poder ejecutar debe ser igual o mayor al número de perturbaciones ambientales que tiene que compensar. A mayor es la variedad de acciones de compensación del sistema, mayor el número de perturbaciones que pueden ser corregidas y mayor es el número de situaciones generadas por el entorno en los que el sistema de control puede sobrevivir (Heylighen, 1999). Aquí es importante subrayar que para los cibernetistas, un termostato o un ser vivo constitutían un sistema de control.


Heylighen señala que a mayor la variedad de opciones con las que cuenta un sistema de control, más difícil es para le es elegir la opción correcta y más tiempo le tomará decidir qué acción tomar (1999). La respuesta que los sistemas de control tienen para solucionar esta situación, es factorizar los problemas, es decir, descomponer el problema en subproblemas. El problema general es descompuesto en pequeños problemas y, en función de ello, el sistema jerarquiza las acciones que puede tomar para resolverlos (Simon, 1962; Heylighen, 1999). En este sentido, se genera una jerarquía de relaciones funcionales representadas en cada nivel en respuesta a cada subproblema. Un ejemplo biológico de esta forma de jerarquía de control son los genes reguladores maestros, genes que activan y desactivan la transcripción de genes que están bajo su control y que a su vez también, a modo de cascada, regulan la transcripción de otros genes, un proceso característico de la morfogénesis.

Un enfoque jerárquico es totalmente necesario para pensar la cultura desde la complejidad. Esta propuesta es todavía más relevante si se desea una definición de cultura que sea operativa. En el siguiente apartado se sugieren dos niveles que se consideran básicos para acercarse a esta visión de la cultura como fenómeno complejo.

 

Relaciones sociales y relaciones intersubjetivas

La propuesta en este ensayo es que si se desea estudiar la cultura como un fenómeno complejo se debe hacer desde un enfoque multinivélico (Siqueiros y Umerez, 2005). Aprovechando la distinción entre lo social y lo cognitivo que separa a dos escuelas antropológicas (i.e., escuela británica y escuela norteamericana –ver introducción-) se sugiere hacer la distinción entre entre el nivel de las relaciones sociales y el nivel de las relaciones intersubjetivas (relativo a lo cognitivo).

Esta distinción no es ni caprichosa, ni tampoco ha sido retomada porque sea una distinción histórica que está sobre la mesa. La distinción se debe al hecho de que se puede intuir que ambos niveles tienen sus propias reglas y cada uno es lo suficientemente distinto del otro como para mantener la separación.

A partir de esta distinción, las relaciones sociales se entienden como las interacciones entre los organismos (individuos) de una población. De manera más puntual, se trata de la descripción de las interacciones (desprovistas de sentido para los individuos) entre los miembros de una población a través de los recursos con los que estos cuentan para ello; por ejemplo, las población de células de dos tejidos distintos entran en contacto a través de señalizaciones bioquímicas, lo cual como observador permite afirmar que estos dos tejidos están interactuando, esto independientemente de la función –sentido- que tengan las señales para cada uno de los tejidos participantes en dicha interacción. De la misma manera, en las sociedades humanas, las interacciones son a través del contacto físico, del parentesco, del intercambio económico, de las redes sociales, etcétera; estas son formas de contacto que existen entre los individuos que pueden ser descritas sin considerar lo que significan para ellos. En otras palabras, se trata de la interacciones que son posibles dados los recursos con los que una población cuenta (física, de descendencia, de colaboración, redes sociales, etcétera) y que forman patrones de larga duración por lo cual pueden ser vistos como la estructura social de esa población y descritas por un observador.  Algunos ejemplos son las redes de amistad en relación con el contagio de la obesidad (Christakis y Fowler, 2007), redes de coautoría en física, metamáticas y biociencias (Newman, 2001; Yousefi-Nooraie et al., 2008) o las redes sociales de personajes mitológicos (Mac Carron y Kenna, 2012).

Por otro lado, las relaciones intersubjetivas son las relaciones de generación de sentido entre los miembros de una sociedad. La perspectiva de donde este enfoque parte se conoce como “acercamiento enactivo” a la cognición social o participatory sense-making ( De Jaegher y Froese, 2009), la cual aborda la autonomía como un proceso cognitivo que incorpora el entorno y lo vincula con los procesos biológicos-cognitivos del individuo. Este acercamiento hace gran énfasis en la continuidad entre vida-mente (frente a la separación mente-cuerpo) así como también cuestiona que los procesos cognitivos de los sujetos estén constreñidos al cerebro y le da gran relevancia al entorno. La intersubjetividad se entiende como el producto de la relación dinámica entre dos agentes autónomos que permite dotar de sentido a la subjetividad de un otro o agente a partir de la relación mutua.

En concordancia con los enfoques jerárquicos, se sugiere que cada nivel genera sus propias constricciones y reglas, que el nivel de las relaciones sociales constituye el nivel inferior y que el nivel superior corresponde a las relaciones intersubjetivas. Esta propuesta requiere de una breve justificación. Se considera que las relaciones sociales conforman el nivel inferior porque la variedad de estructuras que emergen de las relaciones sociales parecen ser limitadas, ser predecibles y seguir leyes generales como se puede observar en la abstracción que de ellas se han hecho en modelos como las redes libres de escala (Barabasi y Albert, 1999) o las redes de “mundo pequeño” (Watts y Strogatz, 1998) o incluso las redes aleatorias.[5]

Frente al orden aparente del nivel de las relaciones sociales, las relaciones intersubjetivas parecen ser mucho más diversas. Tal parece que la mismas estructuras sociales pueden dar origen o ser la plataforma para una gran diversidad de relaciones intersubjetivas, por ejemplo, las mismas estructuras de parentesco –iroquís, sudanesas, eskimal (Morgan, 1871), son o fueron vividas y semantizadas, de distintas maneras por distintas culturas.

La elección por el orden de los niveles se justifica también a partir de la la LVR de Ashby. Si se piensa que el nivel de las relaciones sociales tiene un número menor de estados o comportamientos que el nivel de las relaciones intersubjetivas, entonces éste último es el que tiene un repertorio de acciones necesario para controlar o actuar sobre la estructura y la dinámica del primero, reduciendo o aumentando los grados de libertad del nivel de las relaciones sociales (por ejemplo, volviendo al caso del parentesco, prohibiendo el incesto).

 

Conclusiones

Los sistemas complejos son el resultado de la interacciones de sus componentes, lo cual genera un comportamiento emergente; la identificación de las partes depende del contexto o del todo orgánico y el estudio del todo orgánico es a través de las interacciones entre las partes y; están estructurados de forma jerárquica. Esto significa que si queremos abordar la cultura como un fenómeno complejo, es necesario que la definición o su conceptualización contemple estas características.


En un sentido muy general, la aplicación de estos conceptos a los fenómenos culturales implica decir que éstos emergen de: a) las interacciones entre los miembros de una sociedad (individuos) y b) de las “funciones” o “roles” que juegan cada una de sus partes –i.e., los individuos-, las cuales son dependientes del contexto. Los comportamientos aprendidos y compartidos, el significado de las prácticas y los símbolos, constituyen fenómenos emergentes.

En otra parte se ha propuesto que si bien las constricciones funcionales limitan los grados de libertad de los componentes del nivel inferior, a su vez, son constricciones posibilitadoras pues permiten generar nuevos comportamientos globales, es decir, actúan localmente pero dan pie comportamientos novedosos a escala global (Pattee, 1970; Siqueiros y Umerez, 2005). En el enfoque que aquí se sugiere, las relaciones intersubjetivas actúan selectivamente sobre el nivel de las relaciones sociales de los individuos, generando comportamientos locales que tienen sentido en las interacciones entre los sujetos, los cuales, a su vez permiten que el nivel emergente de la cultura mantenga su coherencia. Aunado a esto, la acción del comportamiento de las relaciones intersubjetivas sobre los individuos a nivel social puede generar nuevos comportamiento a nivel del sistema, es decir, innovaciones culturales.

El enfoque que, de manera muy somera se ha delineado en este artículo, tiene el objetivo de plantear el problema de la conceptualización de la cultura de tal manera que ésta pueda ser estudiada desde la perspectiva de los sistemas complejos, empleando sus técnicas y metodologías (e. g., redes complejas, etcétera).[6] Es cierto que nada de lo que se ha dicho hasta ahora aborda directamente los aspectos particulares de los fenómenos culturales, tales como los comportamiento aprendidos y demás, tan repetidos en todas las definiciones de cultura mencionadas al comienzo. Esto es así porque la intención es plantear un marco general a partir del cual se puedan abordar los diferentes elementos que tradicionalmente se considera son parte de la Cultura.



 

Notas:

[1] Departamento de Estudios Jurídicos, Éticos y Sociales. Instituto Nacional de Medicina Genómica, México. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

[2] Un ejemplo es la lista de más de 160 definiciones que Kroeber y Kluckhohn identificador en 1952.

[3]Esto no significa que las metodologías para abordar problemas simples o de complejidad desorganizada, no sean apropiados para algunas situaciones en sistemas de complejidad organizada.

[4] La epigenética se refiere a la regulación de la expresión de los genes sin que se les modifique a estos últimos. La metilación es un mecanismo particular de la epigenética.

[5] Este tipo de redes no se limita al ámbito social, por el contrario reflejan la estructura de muchos fenómenos físicos, biológicos y sociales.

[6]Existen otras metodologías y técnicas como los autómatas celulares y especialmente, los modelos basados en agentes tan usados para el estudio de fenómenos sociales. Desafortunadamente y a pesar de lo rico del tema, en este manuscrito no es posible adentrarse en ellos.

 

Bibliografía:

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  •  Barabási, A.-L.; R. Albert (1999). Emergence of scaling in random networks. Science, 286 (5439): 509–512
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  • Kauffman, Stuart (2000). Investigations. USA: Oxford University Press.
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  • Morgan, Lewis H. (1871). Systems of Consanguinity and Affinity in the Human Family. Smithsonian Contributions to Knowledge, 17.
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  • Prinz, Jesse, "Culture and Cognitive Science", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2011 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = <http://plato.stanford.edu/archives/win2011/entries/culture-cogsci/>. (Página visitada el 13 de agosto de 2012).
  • Simon, Herbert (1962). The Architecture of Complexity. Proc. Amer. Phil. Soc. 106(6): 467-482.
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  • Siqueiros, Jesús M. (2010). Multicelularidad y Autonomía. Identificación de los elementos epistémicos para la elaboración de una imagen teórica desde la perspectiva de los Sistemas Biológicos Autónomos como una herramienta de descubrimiento y articulación. Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, Donostia – San Sebastián, Diciembre 2010
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  • White, Leslie A. (1959). The Concept of Culture. American Anthropologist. 61(2):227–251.
  • Yousefi-Nooraie, Reza; Akbari-Kamrani, Marjan; Hanneman, Robert A., & Arash Etemadi (2008). Association between co-authorship network and scientific productivity and impact indicators in academic medical research centers: A case study in Iran.Health Research Policy and Systems 2008, 6:9.

 

Cómo citar este artículo:

SIQUEIROS-GARCÍA, Jesús Mario, (2012) “Cultura y complejidad. Un acercamiento jerárquico”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 13, octubre-diciembre, 2012. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Sábado, 20 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=519&catid=14