Una paz que fractura a Colombia

Eduardo Correa Senior

 

Los acuerdos de paz abren hoy una bifurcación para la historia de Colombia

Una de las opciones es que Colombia entera comience a despertar  y activarse políticamente, que es una condición en el desarrollo de la democracia participativa, simplemente porque se abre un espacio de gestación de propuestas viables para el logro de la paz. Y en ese espacio, podrían caber y crecer muchos mundos, tantos, que hasta el Ejército de Liberación Nacional (ELN) tendría su propio territorio de construcción democrática. Y por supuesto, la reivindicación más importante de estas organizaciones político-militares, la posibilidad de otra Colombia rural, que hoy sabemos, es mucho más que sólo reforma agraria y desaparición del latifundio, podría lograr una presencia con enorme impacto nacional y mundial. Este es el horizonte utópico a donde apunta el proceso de paz en Colombia y que excede, por mucho, el simple logro del fin del conflicto armado.

La otra opción, dentro de la continuidad de la revolución pasiva por la que atraviesa el pueblo colombiano desde hace décadas, es el mantenimiento de la antidemocracia, de un régimen político sustentado en acuerdos sellados por los poderes fácticos dominantes, o lo que es equivalente, la pura concentración de riqueza, de tierras y de poder en pocas manos, en un contexto de la espiral de violencia sin fin. Esta vía se halla mucho más arraigada de lo que los hacedores de la paz quieren reconocer, sean de las mismas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) del gobierno negociador o de los países observadores y garantes de un proceso de paz, quienes sólo quieren ver hacia el terreno de la “salida utópica”. Y no es que este sentido de lo utópico tenga un significado peyorativo y destructor. Muy por el contrario, es un referente, un horizonte de visibilidad desde donde se puede emprender un proyecto de la magnitud como el que demanda la paz en Colombia. Una magnitud que se debe reflejar en la generosidad y grandeza de los dirigentes nacionales y que, hasta el momento de redactar estas notas, ha brillado por su ausencia.


Imagen 1. www.lanacion.com.ar 

 

La realidad del día de hoy

Durante el año 2016 se produjeron más de 250 asesinatos de dirigentes sociales y políticos. La mayoría eran miembros de organizaciones populares, de partidos políticos de oposición, de movimientos nacionales o locales, del movimiento comunal, abogados de víctimas y campesinos desplazados.  Fueron 105 el año pasado. De los 250 asesinados este año, 70 de ellos eran ciudadanos comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Sus trincheras jurídicas no fueron suficientes para protegerlos de las masacres, que con nuevos tintes de genocidio, se repiten como ciclos de cólera sin remedio y como ocurriera en el primer experimento de las FARC de cambiar las armas por la plaza pública, donde la operación Baile Rojo, acabó con más de tres mil militantes de la Unión Patriótica. Genocidio dirigido desde las oficinas más siniestras de la inteligencia militar, pero cuyas ejecuciones fueron realizadas por el narco-paramilitarismo, que se terminó congregando bajo la bandera de las “Autodefensas Unidas de Colombia” (AUC).[1]

Que planes semejantes están en ejecución en este momento, se deja ver en el hecho mismo que 30 de estas ejecuciones ocurrieron después del inicio del cese al fuego entre el gobierno y las FARC.[2]

Dos de estos asesinados fueron combatientes de las FARC, muertos por disparos hechos por francotiradores. Es decir, fueron disparos de alta precisión. Si el ejército llevó a cabo estos actos, como lo permiten suponer las características de esta táctica militar de precisión, sería una muestra clara de que no se quiere cumplir con el cese al fuego pactado. ¿Qué se puede esperar cuando el conjunto guerrillero se desarme? ¿Cómo se puede suponer que el ELN se encuentre motivado para entrar a negociar en estas condiciones? ¿Qué esperanza de paz real tiene el pueblo de Colombia en un país así?  Habría que recordar que la guerrilla liberal nació en los años 50 por condiciones muy similares a las actuales. Y que por el incremento de los bombardeos aéreos diseñados por el Pentágono y ejecutados por el gobierno del presidente Guillermo León Valencia (1962-1966), fue que nacieron precisamente las FARC. En este marco no puede haber paz posible.  

Estas muertes en conjunto se vienen a sumar a la lógica implacable del terrorismo de Estado en Colombia, donde han desaparecido más de 60 mil personas en los últimos 45 años.[3] Según algunas fuentes, se trata de la cifra más alta del hemisferio occidental en la historia reciente.[4] Muchos de estos ejecutados o desaparecidos han sido periodistas independientes y de ideas críticas, en una clara señal de construcción de terrorismo mediático, de silenciamiento de toda opinión honesta, de toda voz potencial de denuncia pública.

Fueron tantos los asesinatos de los sindicalistas, muchos de ellos trabajadores de trasnacionales como la Coca-Cola, Chiquita Banana u Occidental Petroleum – en muchos casos se logró demostrar que eran identificados y señalados por los propios ejecutivos de las empresas - que casi desaparecen por completo el sindicalismo en algunos departamentos del territorio nacional. No porque los mataran a todos, sino porque los que quedaban con vida preferían abandonar las estructuras del movimiento sindical para no arriesgar su integridad física y las de sus familiares.

 

Los contradictorios dibujos de la utopía posible

Las universidades planean tareas múltiples de paz. Las organizaciones sociales se preparan a recibir a los combatientes guerrilleros para que se movilicen con ellos en demandas de paz. Los grupos culturales, con largas tradiciones de construcción de escenarios de paz, están otra vez trabajando a todo vapor para sumarse en una gran fiesta nacional por la paz. Estas son algunas de sus imágenes:


Imagen 2. http://elestimulo.com/

 

  1. En lo económico. En lo agrario y en el espacio rural
    1. El dibujo de la otra Colombia posible. Hoy están en producción agropecuaria más de siete millones de hectáreas, muchas de éstas dedicadas a la ganadería extensiva, cuando existe el potencial de sembrar 32 millones de hectáreas.
    2. Lo que está en juego es mucho más que sólo el reparto de tierras para las columnas integrantes de las FARC. Hay que tener en cuenta a las víctimas del desplazamiento forzado y, por lo tanto, la ley de víctimas y de restitución de tierras. La reforma agraria no puede ser sólo para seis o siete mil ex guerrilleros de las FARC, sino que es para los seis, siete u ocho millones de colombianos desplazados.
    3. El peligro es que ese dibujo de pequeñas fincas familiares, con una diversidad de producción que garantiza su alimento y un mercado interno de rica nutrición para los nacionales, se cambie por la siembra corporativa. Hoy algunas familias de hacendados y grandes empresas como los Ardila Lule, los Santodomingo y los Enders han comprado más de 350 mil hectáreas, mientras se desarrollaban las mesas de negociación en La Habana. Cargill, conocida transnacional alimenticia surgida en los Estados Unidos, compró 25 mil hectáreas y Mónica, de Brasil, adquirió 13 mil hectáreas para la siembra de soya. Habrán de sembrarse también dentro de esa lógica, palma africana y caña de azúcar, que no serán para el alimento de los colombianos, sino para la gasolina de los vehículos, o para la engorda de vacas, gallinas y pollos de Europa. No se destinaran para el buen vivir, tampoco serán para el trabajo productivo de muchas familias, sino para la gran tecnificación de la revolución verde. Esto podría ocurrir aun cuando ya se sabe que es mucho más productiva la pequeña producción rural, que las grandes extensiones sembradas de un solo producto.
    4. Tras la lógica de las dos economías también está en juego el tema del narcotráfico. Asegurar la pequeña producción con créditos, con apoyo técnico, con mercado, con transporte, con tecnificación, es una alternativa frente la mariguana, la hoja de coca y los sembradíos de Hay que abrir opciones de rentabilidad frente a las drogas.
    5. Y todo esto estuvo planteado en la primera fase de la negociación. Pero las voces mezquinas, pequeñas, codiciosas de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y sus partidarios, salieron a gritar en sus campañas por el no en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, que ya no había más tierra que repartir. Y al final de la segunda negociación en La Habana las FARC aceptaron que las tierras de las que fueron despojados los seis o siete millones de campesinos hostigados por el paramilitarismo y que fueron compradas por estas corporaciones o por los viejos terratenientes locales, fueron compradas “de buena fe” y, por tanto, no pueden ser devueltas a sus legítimos poseedores: los pequeños productores que fueron desplazados. Con este punto de partida en la negociación no hay espacio para el dibujo de la otra Colombia posible.


Imagen 3. http://www.telesurtv.net/

  1. En lo político:
    1. Todo el debate en las mesas de La Habana se centró en torno a la participación electoral y la seguridad. Respecto a lo primero, cuando lo que está en juego es la posibilidad de una democracia real para Colombia, las opciones propuestas resultaban en extremo restringidas.
    2. Hoy las universidades públicas y privadas se organizan para aportar pensamiento, ciencia, tecnología, intelectualidad comprometida, educación y organización para la paz. Esto apunta a una dinámica de otra política, mucho más intensamente participativa, la de otro diseño político que sea realmente democrática.
    3. Hoy todas las ONG y asociaciones civiles, construyen proyectos de paz. Los movimientos sociales saben que se abren espacios nuevos para las grandes movilizaciones. Y todo esto es mucho más que el mero reparto de curules, que sólo voz y voto en las asambleas institucionales o que haya seis o diez nuevos representantes o nuevos partidos.
    4. Los docentes han comprendido que deben movilizarse por una educación y una pedagogía de la paz.
    5. El peligro para este imaginario de otra Colombia es el paramilitarismo que sigue vivo detrás de las bandas criminales llamadas con una apócope singular, Bacrim, es un simple cambio de nombre de las antiguas AUC. Se encuentran preparadas y en operaciones sistemáticas y recurrentes como para provocar un asesinato por día.
    6. Hay que pensar que no se puede repetir la historia de la muerte y persecución de los dirigentes después del cierre de cada negociación. Esto ocurrió con el general Rafael Uribe Uribe (ultimado el 15 de octubre de 1914) después de la Guerra de los Mil Días, historia que está representada en el asesinato de los Aurelianos Buendía que lo acompañaron hasta la muerte en Cien Años de Soledad. No podemos llegar a reproducir situaciones como la del asesinato impune de Jorge Eliecer Gaitán (9 de abril 1948), o el de Guadalupe Salcedo (6 de junio 1957) y de miles de guerrilleros liberales después de los acuerdos de paz con el general Gustavo Rojas Pinilla (16 de septiembre) que se mantienen en la impunidad también. O más cercano a nuestros tiempos, el genocidio de los militantes de la Unión Patriótica, en medio del pacto iniciador de paz con las FARC y los gobiernos de Belisario Betancur (1982-1986) y Virgilio Barco Vargas (1986-1990). Tampoco pueden quedar impunes los cientos de crímenes cometidos contra “sospechosos” bajo el eufemismo de los falsos positivos.
    7. Hay que hacer memoria y tener presente que en 1990, en medio del proceso de paz con el M/19, el Quintín Lam y el EPL, fueron asesinados cuatro candidatos presidenciales, incluyendo el del Partido Liberal. Esa sombra se cierne hoy más que nunca sobre la segunda paz, recientemente firmada, cuando no son los propios militantes de las FARC los que habrán de proteger a sus dirigentes, sino agentes de seguridad del Estado y de quienes no se tendrán ni siquiera sus expedientes de eficiencia, ni antecedentes como asesinos potenciales.
  1. Se requiere saber la verdad que existe detrás de la violencia que era parte de los primeros acuerdos de paz. Justicia transicional le llamaron. En ella los crímenes de lesa humanidad podrían llevar a los guerrilleros a pagar con cárcel. Pero entonces, también los políticos como Uribe, los militares con los rangos más altos de mando y los policías de cualquier nivel, tendrían la obligación de rendir cuentas ante la justicia. ¿Será justicia en serio, que los únicos que terminen juzgados sean los integrantes de la guerrilla? ¿Se aceptan estas condiciones para darle tranquilidad, impunidad y silencio a Uribe? Por lo pronto, ni esta concesión lo dejó por fuera de la protesta y el cuestionamiento de los acuerdos a que se llegó en Cuba. El no plebiscitario fue tan difundido en sectores conservadores y capas medias que no se supo nunca, ni quien debería negociar un segundo acuerdo si se perdía en una primera votación, ni que era lo que debía renegociarse de todo lo pactado. Y en ese marco de ambigüedades las FARC optaron por  ceder hasta bordear con una posible rendición y suscribir, de esa forma, un segundo acuerdo de paz.
  2. Los colombianos de la utopía saben que es mucho lo que se tiene que aprender para resolver nuestros conflictos y contradicciones en condiciones de paz. Hoy, dada la segunda firma de los acuerdos y el grado de criminalidad impune que se mantiene y crece, no hay la certeza de que exista ese espacio de aprendizaje para las dirigencias políticas y para la sociedad colombiana.
  3. Peor aún, en el tiempo de renacimiento creciente de la guerra fría, en donde el “nacionalismo trumpiano” en Estados Unidos, no permite ver sino el fortalecimiento de las fuerzas más conservadoras de Colombia en proceso de búsqueda de una paz tan esquiva.
  4. Y, hay que comprenderlo en toda su dimensión, el resultado del plebiscito lo que dejó ver fueron dos perspectivas irreconciliables con la paz. Las FARC cargan con una derrota política a cuestas. Su credibilidad se mantiene baja y su respaldo popular está aún más deteriodado. A pesar del horror de la guerra y de los años de su costosa duración, las dudas sobre esta organización y su proyecto pueden más que la añoranza de la paz. Y segundo, las formas de la paz posible aún no logran despertar a la Colombia utópica, posible en las grandes mayorías. Sólo quedó el gruñido de los amigos y familiares que se confrontaron en un debate electoral que no terminó por convencer a nadie de manera clara y contundente.

 

Notas:

[1] www.semana.com/opinión/artículoariel-avila-genocidio-político-de-la-up-podría-repetirse/4636602

[2] www.el espectador.com/noticias/paz/van-70-asesinatos-de-defensores-de-derechos-humanos-201-artículo-666528

[3] www.semana.com/nación/artículo/desaparición-forzada-en-colombia-investigación-completa/505880

[4] Molano, Alfredo. Revista Arcadia, noviembre 2016.

 

Cómo citar este artículo:

CORREA SENIOR, Eduardo, (2017) “Una paz que fractura a Colombia”, Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 30, enero-marzo, 2017. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1442&catid=15