Sujetos, ideas y procesos frente el bicentenario de la independencia de Centroamérica[1]

Arturo Taracena Arriola

 

Hace cincuenta años, cuando me encontraba exilado en México, asistí a la gran manifestación universitaria del mes de agosto encabezada por el rector de la UNAM Javier Barros Sierra, en la que participaron trescientas mil personas. Surgía el Comité Nacional de Huelga. El ambiente social se había radicalizado el mes anterior a raíz de la represión que sufrió una manifestación por la libertad de los presos políticos y que dio inicio a la huelga universitaria. Pronto, el movimiento exigió el fin del unipartidismo priista, en el poder desde 1929. Luego vino la manifestación silenciosa del 13 de septiembre encabezada por los estudiantes de Medicina, seguida de la ocupación militar de la UNAM y la renuncia del rector. A partir de ese momento, el pulso con los estudiantes el gobierno de Díaz Ordaz lo dirimió con la violencia policíaca y militar. En la concentración de Tlatelolco, el 2 de octubre, más de 10,000 policías y soldados terminaron emboscando a la dirigencia y la base social del movimiento universitario mexicano, provocando su desarticulación por medio del asesinato y el encarcelamiento de los principales dirigentes.

Como antecedente, del movimiento mexicano estaba al célebre Mayo francés, que tuvo su origen en la necesidad de una reforma universitaria que pusiera fin al mandarinazgo de los profesores y las cátedras magistrales. A la vez exigía que Francia terminase con su historia colonialista y expresaba su solidaridad con Vietnam frente a la intervención de Estados Unidos. Un movimiento que, si bien no trajo cambios en el Estado francés, dio paso al surgimiento de movimientos como el feminismo, lo antinuclear y en pro los derechos civiles de las minorías étnicas presentes en Francia. Previamente, estos dos movimientos estudiantiles habían tenido como ejemplo al movimiento ciudadano checoslovaco, que se inició en enero de ese año de sesenta y ocho, y cuyo lema era la lucha contra la ocupación soviética, el estalinismo y la búsqueda de un “socialismo con rostro humano”.

Marcha estudiantil en México (1968)
Imagen 1. Marcha estudiantil en México (1968). http://www.mexicoaldia.mx

Los tres movimientos encabezados por la juventud, especialmente la universitaria, fracasaron ante las respectivas autoridades que reaccionaron con violencia y muerte, pero dejaron abierta la puerta a la necesidad de profundos cambios en el campo de las relaciones entre la sociedad y el poder, entre lo civil y lo público, entre los gobernados y los gobernantes, entre el primero y el tercer mundo. Valga terminar diciendo que en estos tres movimientos de la década del sesenta, sin ser absoluta, se dio una fuerte brecha generacional posesionando a los jóvenes como actores de primer orden.

El propio Estados Unidos se vio convulsionado por la actuación de esta nueva izquierda en la década del sesenta, exigiendo el valor de la cultura popular las demandas de igualdad de género, la visibilización de los jóvenes, el papel de los rebeldes anti-sistema y el de los intelectuales mediáticos, la lucha en pro de los derechos civiles de loa afroestadounidenses Pero, sobre todo, el fin de la intervención imperialista en Vietnam.

En Centroamérica, con ese mismo espíritu, en esos mismos años, jóvenes luchaban de diversas formas por derrocar a las dictaduras militares que imperaban en la región y, de paso, intentar cambiar las viejas estructuras heredadas de liberalismo decimonónico que aún imperaban en buena parte de los países de la región. Fueron los “muchachos” sandinistas los que entonces alcanzaron el éxito acabando con la dictadura somocista. Paradójicamente, hoy en día los jóvenes luchan en Nicaragua contra las políticas impopulares del actual gobierno nicaragüense del presidente Ortega, que ha venido comprometiendo la trayectoria revolucionaria sandinista al alimentar la tradición autoritaria en el istmo.

Cincuenta años después, los jóvenes en Centroamérica están marcando rumbos parecidos a los de la década de 1960 ante la necesidad de cambios en nuestras sociedades, lo que no parece entender buena parte de nuestros actuales gobernantes, que reaccionan con la misma lógica autoritaria de hace medio siglo. Pareciera que no hubiéramos aprendido nada. ¿Qué se puede hacer? Créanme, no lo sé con exactitud, pero si me parece oportuno dedicar esta conferencia a tocar el tema a falta de tres años del bicentenario de nuestra independencia y, para ello, que mejor que reflexionar sobre el contenido político de uno de los tantos gráfittis aparecidos en el Odeón de París en 1968: “Queremos las estructuras al servicio del hombre y no al hombre al servicio de las estructuras”.

En Guatemala, los jóvenes vienen combatiendo la corrupción, el racismo y la desmemoria, y en Honduras denuncian los permanentes fraudes electorales, mientras que en El salvador y Costa Rica sus juventudes buscan institucionalizar sus democracias parlamentarias en medio de la lucha contra el subdesarrollo y las grandes desigualdades sociales.

Los cambios que requiere Centroamérica se darán en la medida en que nosotros nos esforcemos por hacerlos realidad. No hay otra vía sino solucionar creativamente y con principios cada problema que se nos presenta. Y ello equivale a pelear con el mismo ahínco por transformar nuestras estructuras económicas, la realidad de nuestras endebles políticas públicas, la dirección y el sentido de la democracia, el afianzamiento de la soberanía, nuestra aceptación de la diversidad social, propia y regional. Equivale a no refugiarnos en las teorías de la conspiración para explicar los hechos sociales que producen esas protestas de los jóvenes, de las mujeres, de los indígenas, de ciudadanos comunes. O sea ver al imperialismo y sus aliados como los creadores directos del descontento acumulado por razones estructurales e incompetencias políticas en nuestras sociedades.

Y con ello no se trata de negar el papel activo sobre el que Estados Unidos se monta en estas protestas a nivel latinoamericano en defensa de sus intereses geopolíticos y de sus aliados locales, y con base en la añeja y costosa estrategia de la “seguridad nacional”, que debemos seguir combatiendo, lo mismo que las acciones de la derecha complotista. Se trata de subrayar que la verdadera dimensión de los factores que animan las contradicciones internas en nuestros países y que se expresan en las protestas masivas y espontáneas de la gente, no pueden ser resueltas con violencia policiaca y jurídica por parte de los gobernantes de turno, sin que medie la posibilidad del diálogo, de la negociación, de la reorientación de los errores cometidos por quienes tienen los controles del Estado.

Centroamérica se mueve esta vez principalmente por las acciones colectivas de ciudadanos normales y no de militantes como otrora. Gente que protesta contra la corrupción, el autoritarismo, la crisis económica, el blanqueo de capitales, la práctica de los sobornos, los procesos corruptos de privatización, el nepotismo y la incompetencia  institucional; gente que pelea a favor de la igualdad de género, las opciones sexuales, los derechos humanos, la memoria de las víctimas, la defensa de su acotado estado de bienestar.

Los cambios que requiere la región se darán –y tal vez esa es una de las lecciones que dejó el movimiento popular contra la corrupción en Guatemala- en la medida en que nosotros nos esforcemos por hacerlos realidad. Y ello equivale a pelear con ardor por transformar nuestro criterio sobre la necesaria honradez en el ejercicio de política pública, nuestro sentido ciudadano de la democracia y de la soberanía, nuestra percepción de Centroamérica como una región que tiene su lugar en el mundo.

Manifestación contra la guerra de Vietnam en Washington, D. C. (1967)
Imagen 2. Manifestación contra la guerra de Vietnam en Washington, D. C. (1967). https://thevietnamwar.info

En la última década se ha establecido en el istmo una cultura de la memoria impulsada por los costos de las guerras y las acciones represivas del Estado o delictivas del narcotráfico y del machismo. Tenemos que reordenar a las sociedades centroamericanas, que durante años han estado atrapadas entre el quietismo, la justificación de la inoperancia y el dolo, con alguna excepción como es en gran medida el caso costarricense. ¿Por qué? Porque la participación es el mismo cuerpo de la democracia. Debemos denunciar cómo la práctica generalizada del quietismo se deriva de toda esta política neoliberal que padecemos, enmarcada bajo la cobertura constitucional de la democracia liberal. Me imagino que nadie de los presentes quiere en las actuales circunstancias que le regalen un Estado, pero hay que convivir con él. Lo que sí queremos es un Estado que garantice el acceso de la gente a los servicios básicos de educación, la salud y la seguridad social, y preserve los derechos de los trabajadores y los bienes de la nación.

A pesar de las diferencias nuestras, ante el mundo y ante nosotros mismos, somos una región geopolítica con antecedentes compartidos prehispánicos, coloniales y republicanos. La geografía, la cultura y la política nos han condenado a vivir juntos. La riqueza económica es fundamental para prosperar y por ello tiene que ser compartida. Pero, para que podamos compartirla se necesita de una exigencia ciudadana, que hasta ahora existe como cultura de forma endeble. En gran medida porque nuestras élites económicas y gobernantes actúan con estrechez de miras, con ausencia de estadistas en las funciones de poder; en gran medida por que las agrupaciones que luchan por mantener viva la esperanza de cambios en el país pronto se enfrentan a la apatía y al acomodamiento de la gran mayoría  ciudadanía, que se resiste a sumarse a las protestas.

Para hacer un breve diagnóstico de nuestra situación como región, he tomado unas ideas generales de un libro aparecido recientemente, coordinado por José Ángel Sotillo y Bruno Aylón, e intitulado Las transformaciones de América Latina. Cambios políticos, socioeconómicos y protagonismo internacional, a las cuales me he permitido agregar reflexiones propias.

Esta obra colectiva nos recuerda que la democracia liberal se convirtió en una dimensión de la globalización y, por tanto, de las dinámicas de los gobiernos del continente desde la década de 1990. De ahí que, Centroamérica se haya volcado hacia la explotación de los recursos primarios, haciendo crecer la presión sobre los ecosistemas y la población que habita las zonas de extracción. Una actividad económica que ha perdido la centralidad ante las multinacionales. Ello implica avorazarse sobre los hidrocarburos, los minerales y el agua, cuya explotación se convierte en típica economía de enclave, pues esta genera poco empleo y en el plano ambiental y en el humano causan graves daños.

En el plano social, el avance de las minas extractivas ha dado lugar al desplazamiento violento de las poblaciones locales, fenómeno que se ve acompañado por el boom de la explotación hidroeléctrica privada, con inundaciones de valles y hondonadas, donde anteriormente había pobladores de larga data y cultura. En el plano legal, las compañías transnacionales y sus socios nacionales, con el apoyo de los gobiernos de turno, emprenden una lucha desigual con los grupos humanos afectados, que se ven desposeídos de sus medios ancestrales de vida, la mayor de las veces por medios extrajudiciales. De ahí que produzcan grandes desplazamientos migratorios hacia los países vecinos centroamericanos y, sobre todo, hacia México y Estados Unidos.

Se ha avanzado la idea de que los informales son el problema, no sólo situándolos en el limbo de la ilegalidad, sino además afirmando que son una causa más del retraso del país. De esa forma, no se asume que informalidad y formalidad son parte de circuitos que se complementan, producto del subdesarrollo que padece la región.

Los países de la región centroamericana no logran presentar ante las instituciones internacionales, sean estas regionales, continentales o mundiales, firmes posiciones conjuntas a lo largo de los procesos que marcan las agendas de desarrollo. A ello se suma que nuestros Estados sólo cuentan con agendas a mediano plazo o más bien con agendas presidenciales, a la vez que el sector privado se involucra en el proceso a nivel interno de forma desigual, dependiendo no sólo de los marcos normativos en los respectivos países del istmo, sino de sus alianzas económicas y financieras a nivel internacional, la mayor parte de las veces poco interesadas en las lógicas de defensa de nuestras soberanías. No siempre exigir un orden o una integración es reclamar los intereses de las comunidades. Más bien, rara vez es así.

No cabe duda que, ante la inminencia del bicentenario de la Independencia, los Estados centroamericanos están obligados a reinventar su papel como actores en un contexto político y económico de creciente malestar social. La defensa del territorio, de la cultura y de los bienes comunes está forjando prácticas de resistencia profundamente territorializadas y, en gran medida, con una clara dimensión étnica. Resistencia ésta, que echa por tierra la tesis de que la defensa de la comunidad es per se una lógica de atraso, opuesta a esa modernidad que dicen defender los grandes propietarios y la expertise gubernamental. No cabe duda que las raíces indígena y negra comunitarias está jugando un papel primordial en la lucha contra el neocolonialismo y la colonialidad. Una lucha que las dinámicas racistas que aún imperan en nuestras sociedades no hacen sino reforzarla, creciendo junto a las luchas agraristas en vastos territorios mestizos a lo largo del istmo.

Asistimos a una época en que las relaciones históricas entre raza/etnia/clase/género están más presentes que nunca y son fundamentales para una agenda política con futuro. Son movimientos vinculados a la reproducción de la vida, de la memoria, de la identidad y de la dignidad y, por tanto, a la redimensión del sentido de la democracia.

Costa Rica (2018)
Imagen 3. Costa Rica (2018). www.dw.com

Aunque pocas son las luchas actuales vinculadas, como lo fueron en el siglo pasado, a la búsqueda de la transformación del Estado, no cabe duda que los movimientos políticos juveniles de hoy en día buscan impulsar los cambios en los sistemas electorales y partidarios, vitales para que surja la posibilidad de nuevas constituciones políticas, más próximas a la necesidad de igualdad social y jurídica de todos los ciudadanos y ciudadanas, y a la defensa de las soberanías nacionales y regionales.

Debe de haber un retorno de parte del Estado al manejo de las agendas nacionales y regionales de desarrollo para que éstas estén acopladas a las necesidades presentes y futuras de la región, para que los instrumentos jurídicos que las acompañan tengan eficacia, y, así, evitar la alta dependencia de fuentes externas en la ejecución de la cooperación regional. Asimismo, para que haya voluntad en la armonización entre las políticas nacionales y regionales por parte de los Estados centroamericanos. Para evitar que los factores productivos nacionales no se vean debilitados por la proliferación de acuerdos de libre comercio extra regionales, etc. Por ello, la diplomacia centroamericana debe de volver a cobrar brillo y no hacer los tristes papeles que algunos cancilleres centroamericanos juegan en foros nacionales e internacionales.

Antes de finalizar, quisiera retomar brevemente un tema que ya expuse durante la inauguración en este mismo paraninfo universitario del Doctorado en Ciencias Sociales de esta Universidad de San Carlos y que me parece ser emblemático ante la proximidad del bicentenario soberanista. En esa ocasión yo apunté que, como señala Norberto Bobbio, “el orden legal en un Estado, que muchos equiparan al Estado de derecho, no puede ser un conjunto de normas garantizado por la fuerza, sino [debe de ser] un conjunto de normas que regulen la fuerza”. Es la única forma en que la legalidad tenga legitimidad, siendo éste uno de los grandes desfases del comportamiento estatal y político en nuestros países. Legalidades que carecen de legitimidades o que las terminan perdiendo con el abuso del poder.

En esa dirección debemos también poner nuestros esfuerzos como cientistas sociales, como ciudadanos que somos. Hoy por hoy, la reacción ciudadana masiva en las ciudades y la campesina en las comunidades frente al expolio con amparo estatal de las riquezas nacionales y de las economías naturales por parte de empresas nativas y extranjeras, unido a la reacción ciudadana de jueces, profesionales y activistas sociales frente al adelgazamiento del Estado, así lo evidencian. Sin embargo, lo más destacado en estos últimos años de vida centroamericana es el regreso de la juventud a la política en contra de la corrupción, el femenicidio, el patrimonialismo, la represión selectiva de dirigentes populares, la impunidad del paramiltarismo, el racismo y el autoritarismo. Los jóvenes no quieren más que se le dé alas al silencio, a la desmemoria, a la  exclusión, a la represión policíaca.

Hay mucho que hacer pero no se puede negar que, por ejemplo, nuestros Congresos de Historia usan la palabra y el conocimiento como armas, como instrumentos para ligar la razón con el futuro. Por ello, tomándolos como ejemplo, lo pertinente resulta continuar a fomentar en lo político acciones y gestos dialogantes, y en lo académico a abordar las temáticas de investigación con vocación de presente. Debemos, además, ser un foro para aquellos que solicitan la palabra con el fin de denunciar injusticias, como lo hicieron los jóvenes franceses en la Sorbona: “Prohibido prohibir”. Nuestros Congresos muestran que podemos tener una voluntad compartida, pues contra viento y marea ha sido organizados en los últimos 26 años por generaciones diferentes y en países diferentes y, aún más, hemos logrado unir a este esfuerzo a nuestro principal vecino latinoamericano, México.

Sabiendo que la Dra. Artemis Torras, directora de la Escuela de Historia, Antropología y Arqueología de nuestra anfitriona la Universidad de San Carlos, hará el balance de este catorceavo congreso, quisiera terminar señalando que en lo personal me parece que el mismo ha marcado un rumbo interesante en torno al abordaje de la historia reciente y del tiempo presente en Centroamérica. Casi un centenar de ponencias se han dedicado a presentarnos diversas temáticas de las realidades sociales de la región entre 1950 y el presente, por lo que no dejo de expresar mi satisfacción.

Por supuesto, desde ahora, les deseamos muchos éxitos a los organizadores del XV Congreso en el 2020, los compañeros de Costa Rica y a felicitar a los organizadores de tan exitoso congreso en Guatemala.

 

[1] Presentado como ponencia en el XIV Congreso Centroamericano de Historia. Ciudad de Guatemala, Universidad de San Carlos de Guatemala, del 6 al 10 agosto de 2018. Lo reproducimos con autorización del autor.

 

Cómo citar este artículo:

TARACENA ARRIOLA, Arturo, (2018) “Sujetos, ideas y procesos frente el bicentenario de la independencia de Centroamérica”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 37, octubre-diciembre, 2018. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1691&catid=15