Toda una vida

He empezado a forzar el útero de mi mamá para salir y siento mi corazón latir más fuerte cada vez. La grasa en mi cabeza, la sangre, el agua del vientre me permiten deslizarme poco a poco. Somos ella y yo, los dos en un mismo cometido: la vida. Mi cabeza, untada en la grasa sabia de la naturaleza, se abre paso al universo nuevo, distinto, que me espera afuera.

De pronto siento la voz de la partera que respira agitada. Con los dedos prendidos en mis hombros trata de sacarme.

- Ya sales, muchacho, un poquito más.

Mamá aguanta la respiración entre las duras contracciones. La mujer jala y salgo rasgando la piel como quien abre un tul. El chorro de aire en los pulmones me hace llorar.


El agua que arroja la auxiliar me impide respirar. La habitación huele a fármacos, a alcohol, a los apósitos de gasa desperdigados. Al cortarme el cordón umbilical me ubican de una vez por todas en este mundo.

La partera ordena a la auxiliar que me lleve a la capilla para bautizarme. Siento la voz adolorida de mi madre diciéndole a papá: "Anda, no nos lo vayan a cambiar como al hijo de la comadre Angélica". Sus pasos resuenan presurosos, dejan un eco metálico que reverbera en las paredes inmensas y yo voy camino a no sé dónde. La puerta se cerró. Papá husmea a través de la ventana y la partera pregunta si quiero quedarme con ella. Dice que me dará de todo, que así ya no seré un pobrecito y que me atenderán en la clínica de al lado y tendré buenas ropitas.

Yo, sufriendo porque quiero mucho a mi mamá, porque no deseo que me cambien, porque lo siento en su corazón agitado, entorno los ojos, dejo de respirar, hasta que escucho la voz temblorosa de la enfermera diciendo: "Se nos muere".

Papá siente un golpe en el corazón, las orejas le enrojecen y su rostro queda tallado en cera de cirio. Siente frío y calor cuando, apresuradamente, me llevan de regreso. "Ave María purísima", dice la monja que ha llegado para asistir a las parturientas y me dejan en el regazo de mamá.

Cuando siento su calor en mi rostro, su pecho protector, sus manos sudorosas, entonces, nuevamente, decido vivir.