Autohistoria sumaria de las ideas

Hugo E. Biagini

 

ninguna creencia es inherentemente absurda
Hayden White

Vaya mi reconocimiento de todo corazón por el generoso tratamiento que me ha brindado este acreditado portavoz del pensamiento crítico que es la Pacarina del Sur y su formidable editor, don Ricardo Melgar Bao; un reconocimiento que resulta sinceramente extensible a todos los cofrades que se han empeñado en participar de la presente patriada. Quiero agradecer también a los amigos y colegas santiagueños, en especial a Gustavo Carreras y al doctorando, Héctor Daniel Guzman, por haberme invitado a inaugurar un encuentro universitario de historia, en el cual pude esbozar este trabajo y volver a bucear en el torbellino de nuestro pensamiento regional junto con todo ese “hervidero” metodológico y teórico al cual alude Jerzy Topolski.

            A tales efectos, intentaré primero un recorrido casi doméstico por la producción propia, sin dejar de respaldarme en algunas apreciaciones que ella ha ido suscitando desde sus milenarios inicios, hacia mediados de los sesenta, y al estar cumpliendo unos cuarenta años de mis primeros artículos, aparecidos en la Revista de Estudios Políticos de Madrid.Este acento subjetivista, que no excluye una suculenta tajada para la cosecha ajena, puede responder al socorrido camino trazado por uno de los grandes propulsores de lasvanidotecas personales: Oscar Wilde, cuando, en El retrato de Dorian Grey, un personaje llegó a sentenciar aquello de que hay una sola cosa en el mundo peor a que hablen mal de uno: que no se diga nada de nada…

 

Deslindamiento

            Entre quienes se ocuparon de filiar nuestra línea de trabajo en un marco local, se encuentra el investigador del CONICET, Alejandro Herrero, el cual, en su entrada para el Diccionario del Pensamiento Alternativo, aparecido hacia el 2008, refrendaba el diagnóstico sobre la vitalidad que, al promediar la década de 1990, Roger Chartier le había asignado a la historia de las ideas en la Argentina en el libro que el propio Herrero había armado para la Universidad del Litoral y en cual se incluyeron una serie de encuestas a distintos especialistas en la materia.[1]

Unos diez años más tarde, en aquella misma entrada, Herrero nos acota que dicha vitalidad había logrado potenciarse mediante la creación de un espacio de nuestra cosecha ─el Corredor de las Ideas del Cono Sur, encabezado por “una figura como la de Arturo Roig”─ y por la apertura de un centro de historia intelectual, con sede en la Universidad de Quilmes. El propio Herrero no dejaba de señalar la perspectiva “diametralmente distinta” que acompañaba a ambas realizaciones. De un lado, veía a nuestra orientación como inclinada hacia el estudio de la filosofía latinoamericana y el pensamiento alternativo para “develar la realidad americana y proyectar un programa hacia el porvenir […] afín con la ética de la solidaridad e incompatible con el espíritu posesivo”. Para Herrero se trataba de un posicionamiento que, aún sin haberse podido explayar por la índole del espacio disponible, resultaría “muy crítico” para el otro mirador en cuestión. [2]

            Antes de entrar en el suelo endógeno, accedamos al mentado rodeo ajeno. A efectos de dilucidar esa otra línea paralela de trabajo, apelamos a la publicación periódica que le ha servido de vitrina difusora: la revista Prismas ─a la cual el citado investigador ha conocido desde adentro por haber colaborado en ella repetidamente. Durante su lanzamiento inicial, el consejo de dirección, declara que se trataba de una tribuna que surgía bajo el supuesto neutralismo de la “evidencia epocal”: nada menos que el zarandeado “derrumbe de las ideologías”. [3] Toda una época que, en puridad, no traía consigo ningún vaciamiento ideológico, pues se hallaba obturada visceralmente por el llamado pensamiento único y la mercadofilia neoliberal ─a los cuales ya le habían salido al cruce díscolos frentes antagónicos, como el neozapatismo mexicano y el movimiento brasileño de los Sin Tierra.

No obstante, en un país como la Argentina, ese dogma doctrinario resultaba moneda corriente, con un gobierno que aplicó el recetario antisocial a machaca martillo, sin recibir el menor pronunciamiento por los responsables de la publicación. Estamos hablando de un régimen que ─según tuvimos ocasión de mostrarlo en nuestro libro Fines de siglo, previo a la mencionada plataforma de Prismas─ había traído a un intelectual del Departamento de Estado, Francis Fukuyama para que, además de inocular su desafortunada profecía sobre los eclipses ideológicos e históricos, bendijera el realismo político y “la revolución capitalista” introducida por Menem, mientras condenaba la teoría “marxista” de la dependencia[4] Iba a ser también la época en que una Sarlo travestida se podía pavonear de calificar a Chomsky de trasnochado; ese mismo Chomsky que hoy no vacila en concebir a nuestra América Latina como una avanzada en el proceso internacional de cambios trascendentales.


En materia disciplinar, alardeando de vanguardismo nominal, Prismas adhiere a los devaneos y modas del momento que intentan sustituir la historia fangosa de las ideas por una historia intelectual purificadora, en la cual, como allí se señala, la filosofía viene a ocupar el último lugar dentro del espectro de los saberes invocados y bastante después de esa piedra de bóveda en el firmamento cognoscitivo que es…”el urbanismo”.[5] La misma política, en consonancia “epocal” con el economicismo neocon, queda relegada apenas a un puesto anterior al de la misma filosofía. Tampoco se practica la inmodestia cuando se asevera que habrá de aplicarse a ultranza no sólo el rigor intelectual sino también el “pluralismo teórico”, cuando en realidad, durante los 17 años que lleva Prismas de existencia, un somero examen permitiría constatar que nunca han prosperado los comentarios sobre ningún texto de la otra amplia corriente en cuestión, por más abultada que haya sido su sección de reseñas y por más destacados que hayan sido los exponentes en cuestión.[6]

Como indicador de una historia sin componente filosófico –donde éste siempre termina por colarse de contrabando– lo brinda el astro rey del grupo Prismas y afines: Tulio Halperin Donghi, quien, al ocuparse del lenguaje político de Hipólito Yrigoyen, recae en los viejos lugares comunes que enfatizan su carácter enigmático, entre manipulador y redentorista, haciendo caso omiso de relevantes avances en la materia, como los de Arturo Roig, Osvaldo Álvarez Guerrero y otros. Estos estudiosos pusieron sobre la mesa de disecciones al krausismo, que vino a echar luz sobre el presuntamente esotérico discurso político yrigoyenista, al cual Cortazar había caracterizado, en tanto anhelos humanitarios, mediante expresiones correlativa como “cuspideaciones históricas” o “prometizaciones augurales”.[7] Tales falencias doctrinarias y epistémicas guardan una estrecha correspondencia con el ocultismo verdaderamente misterioso de Halperin, al sostener con desenfado: “yo no sé cómo trabajo, junto materiales y después escribo”.[8]

             Otro postulante del pragmatismo operativo que aparece en Prismas y que ha sido impugnado por su trasfondo sumamente reaccionario, Lewis Namier, predica a su vez el olvido de los programas, de los ideales y de la filosofía política en el tratamiento de los problemas nacionales. El artículo de Namier integra una serie de trabajos pertenecientes a la “historia intelectual” que son calificados como “recientes”[9] y que en rigor contaban entre 30 y hasta 60 años de antigüedad; como la pieza canónica de Arthur Lovejoy sobre historia de las ideas, que no contiene por lo demás referencias explícitas a la historia intelectual, mientras que otros textos e intervenciones que se publican ulteriormente van a desestimar la misma legitimidad de la historia intelectual stricto sensu.

            Pero no solo la filosofía se mete de soslayo entre las rendijas sino también la misma repudiada perspectiva ideológica. Más allá de preciosistas e higienizantes afanes procedimentales, afloran en las páginas de Prismas, un cúmulo de disvalores, tenidos por irracionales o autoritarios: la pasión y la revolución, el discurso mítico-metafórico, identidad y pensamiento nacional, utopía y liberación, compromiso intelectual y militancia partidaria, junto a inflexiones tan complejas como las del telurismo o el populismo, y, según apuntara Herrero, el pensamiento alternativo y la filosofía latinoamericana, pese al espacio creciente que esta viene ocupando en el escenario mundial, tanto académico como extraacadémico.

Si nos trasladamos prácticamente al aquí y ahora nuestroamericano, se deplora “la actualidad problemática” y los “tiempos en que se hace difícil renovar las esperanzas”.[10] Tiempos que, para cualquier buen entendedor, lejos de traerle a colación las “fantasías latinoamericanistas” o la “unidad imaginaria del continente”[11], vienen a cumplimentar la mayor utopía histórica de nuestros pueblos: la autonómica integración regional y, ahora por fin, mediante efectivos organismos institucionales, los cuales han podido sofrenar, contra todo inveterado precedente  diversos golpes de Estado, duros o encubiertos.

 

Toma de partido

Buena parte de mi actitud metodológica como historiador de las ideas había sido formulada mediante pistoletazos prescriptivos, casi perogrullescos pero usualmente poco instrumentados, en aquella primitiva serie de encuestas que formularon los hermanos Herrero: no subsumirse en el racconto documental y olvidar el objeto básico de estudio: el ser humano y su conflictividad social, concentrarse en la pugna por la liberación nacional y en las racionalizaciones para obstaculizarla, con todos sus matices y mediaciones; examinar las relaciones de subordinación que se ocultan tras el aparato enunciativo.

Según lo he pontificado desde otros lugares: rehusar a ver a la historia necrofílicamente, como si fuera una casa sin ventanas, y abocarse a dilucidar un andamiaje conceptual que tiende a mantener predominios o a extinguirlos, que el prescindente análisis axiológico no constituye un fin en sí, sobre todo en un campo como el histórico donde el intento de quiebre o preservación se halla siempre latente.


Es así como he procurado enrolarme en las tendencias levantiscas que han procedido no sólo de la vilipendiada raza especie de los filósofos, como ironizaba Bertrand Russell, sino también en la visión de quienes pueden ser considerados historiadores “al contado rabioso”, según el decir de Canal Feijóo. En tal dirección, me he sentido identificado con distintas postulaciones no sólo como las de Marc Ferro, que ponen la historia oficial dominante ─de cuño europeocéntrico─ bajo vigilancia sino también aquellas posturas que le atribuyen a la indagación sobre nuestro devenir un papel reivindicativo fundamental:

Juntos hemos combatido largamente por una historia más amplia y más humana [12]

al historiador le corresponde transformar la historia (res gestae) en una historia (rerum gestarum) que haga del conocimiento del pasado un instrumento de liberación.[13]

Hay verdades humanas que pueden encontrarse en la historia, verdades que vale la pena proclamar […] El pasado ha servido a los menos; acaso la historia sirva a los más.[14]

no hay nada de malo en que los historiadores reconstruyan la historia a partir de sus diferentes concepciones del mundo y de sus diferentes sistemas de valores [15]

el historiador se instala sobre la lógica de una sospecha pero  no puede evadirse de la gran esperanza popular que se relata parecida a su propio sueño.[16]

Un área de experimentación práctica fue la que tuvimos con la creación del ya mentado Corredor de las Ideas, pues, en su manifiesto inaugural, consensuamos un pronunciamiento provisto con fuertes definiciones, cuando aún no se vislumbraba, como en estos tiempos actuales, de significativo avance progresista, la declinación del unicato conservador en nuestro continente:

Cuestionamos el presente Estado de Malestar y la reimplantada concepción sobre la rapacidad ingénita del hombre, así como la recolonización del orbe mediante deudas astronómicas, avasallamiento de legítimas expresiones regionales, manipulación informativa y domesticación de intelectuales -que asocian indisolublemente la racionalidad con el espíritu capitalista.[…]Como fórmula positiva para la integración, propiciamos el innovador concepto de identidad, como unidad en la diversidad, que intenta superar nociones autoritarias o discriminantes -las del ser o el carácter nacional- para convertirse en un magno ideal civilizatorio por su alto grado de universalización. La identidad, como proceso de afirmación individual y colectiva, se aúna con la utopía, en tanto ambas tienden a modificar un ordenamiento maniqueo, compuesto por una casta privilegiada y una creciente masa de sumergidos.[17]

En tácita coincidencia con los lineamientos sugeridos por la Comisión de Historia de las Ideas de la Unesco (México, 1974), nos ufanábamos, en nuestra declaración, de visualizar a esa misma historia como una “herramienta clave para activar la memoria, la conciencia y los emprendimientos sociales”.Una historia de las ideas que, como advierte el maestro Roig, ─el principal redactor de esos principios recogidos por Unesco─ se halla indisolublemente ligada, como caras de una misma moneda, a la filosofía latinoamericana. Esta última emerge como un conocimiento transformador, como programa de afirmación nacional y antiimperialista que se repiensa a partir de los oprimidos y en armonía con la tradición emancipatoria del pensamiento nuestroamericano. Con ello, se toma distancia de tesis como las de Lovejo y sobre el carácter migratorio y atomista de las ideas, cuya supuesta pureza proviene de factores hipostasiados.[18]

 

Primeros eslabones

Casi desde el vamos, me atrajeron los estudios tendientes a comprender la evolución filosófica en sus nexos con la realidad histórica. Antes de concluir mi licenciatura participé en el grupo de investigaciones en filosofía moderna con el peronista Andrés Mercado Vera junto a cursos y reuniones emprendidas con ese maestro socialista que fue José Luis Romero, en su afán por desentrañar los vínculosy mediaciones entre reflexión teórica y acción social.

Con ese lente primerizo, me puse a trabajar en torno a la construcción originaria del liberalismo; labor que sería destacada por parte de diferentes autoridades en la materia (Peter Laslett, Walter Euchner, Christopher Hill, Maurice Cranston, Roland Hall y otros). Luego decidí no restringirme al aspecto genético del liberalismo y me efectuar una interpretación crítica de su sentido contemporáneo más actual junto con el background de la mentalidad tecnocrática. Todo ese bagaje doctrinario me permitió moverme con mayor desenvoltura dentro de la historia intelectual argentina y latinoamericana, la cual difícilmente puede ser entendida sin el referente de la ideología liberal. Desde entonces, me consagré con mayor ahínco al pensamiento nacional, sin abandonar preocupaciones filosóficas de fondo.

Una parte de mi labor ha apuntado a establecer delimitaciones semánticas y propedéuticas dentro del difuso campo de las ideas continentales. Otra faceta está ligada con el intento por reformular algunas versiones canónicas sobre asuntos generacionales o sobre el indigenismo, las caracterologías colectivas y el problema de la identidad, el cual, lejos de constituir una pseudocuestión como aseguran los escépticos, resulta uno de los mayores desafíos en tiempos globalizados, con crisis de sustancialismos y paradigmas.

. He mantenido una actitud polémica con respecto a la concepción krausista, a la penetración del pensamiento estadounidense, a la historiografía y la educación argentinas, etc. Asimismo, he procurado aportar nuevos elementos de juicio en lo que atañe a la mentalidad racista, la noción de progreso, el positivismo y el antipositivismo, el exilio y la emigración españolas, o la revolución francesa. Además de haber dado a conocer algunos hallazgos documentales, me preocupé por rescatar del olvido varias figuras intelectualmente relevantes para su propia época...¡Algo así como el cielo y la tierra en una pequeña maceta de bonzái!

Por ende, mis trabajos se enrolan dentro de una tradición que, localmente, cuenta entre sus filas a quienes abrieron el juego disciplinario como Korn e Ingenieros; juego proseguido por Alberini, Guerrero y Francisco Romero hasta culminar con la obra de Arturo Andrés Roig, con el cual se produce una decisiva renovación dentro del filosofar iberoamericano. El mismo Roig, volviendo de su exilio y en el prólogo a mi incipiente Panorama filosófico argentino –un dossier concebido para integrar un proyecto de la Unesco sobre el patrimonio cultural de nuestro país–, ha tenido la deferencia  de aludir a mi modus operandi y a sus vínculos con otras vertientes interpretativas, como alguien que asumía la necesidad de ampliar “la comprensión epistemológica del 'saber filosófico”, lo cual resultaba ampliado con estos otros términos:

Una parte significativa de la investigación historiográfica europea contemporánea viene a darle la razón [...]Un Derrida o un Foucault han revertido en Europa el método y, desde la tradicional investigación de la filosofía, han acabado preguntándose por una historia de las ideas, más allá de la definición que este tipo de saber les haya merecido [...] Creo que respecto de Biagini podríamos aventurar la tesis -visible en otros investigadores latinoamericanos tales como el peruano Francisco Miró Quesada o el ecuatoriano Hernán Malo González- de que despunta una integración de las dos líneas de trabajo

En cuando a ocupaciones y preocupaciones, si bien he abordado frecuentemente un conglomerado elitista y eurocéntrico como el que fue habitual durante el siglo XIX me siento mucho más próximo al legado de un Martí que a las enunciaciones sarmientinas. Ello lo he querido poner de relieve a través del compromiso con las causas populares que me ha llevado, por caso, a defender por escrito el quehacer político en plena veda militar o a objetar el modelo neoconservador de los últimos tiempos.

 

¿Fuegos artificiales?

Tratando de remontarlo que puede calificarse como el propio arsenal indagatorio de campaña nos topamos, fundamentalmente, con varias dimensiones explorativas no siempre desglosables sin más: un nivel heurístico, otro de replanteos y controversias, junto a un tercer plano que aspira a obtener secuencias innovadoras.

En el modesto pero fundante terreno del andamiaje documental y testimonial, para coadyuvar al desarrollo de los estudios sobre pensamiento argentino y latinoamericano –menos provistos tradicionalmente de una base erudita orgánica– hemos dado a conocer y sistematizado distintas piezas epocales, como las relacionadas con el fecundo Congreso Pedagógico Sudamericano de 1882, trabajo premiado en un concurso ad hoc; la indización y el estudio introductorio a la pionera Revista de Filosofía que dirigieron José Ingenieros y Aníbal Ponce, quienes lograron con esa publicación un predicamento que trascendió las fronteras internas; el caudal de referencias categorizadas que acompañan al ya citado panorama filosófico, distinguido con un premio comunal; el órgano doctrinario editado en nuestro país por la refugiada peruana Práxedes Muñoz bajo el título de La Filosofía Positiva; la difusión del inhallable panfleto político, “¡Abajo la Bastilla!”, lanzado por los socialistas en Buenos Aires para 1889; el repertorio, Historiografía argentina, la década de 1980, que recoge un informe cuyo destinatario primigenio fue el Departamento de Asuntos Culturales de la OEA, el apéndice textual incluido en el libro Fines de siglo, o la divulgación televisiva de pensadores argentinos que van desde Alejandro Korn hasta Carlos Astrada.

En el terreno propedéutico afín, y para alejarnos de una narración aséptica de las ideas–que dicotomiza el conocimiento vital y el académico– he pretendido problematizar la expresión ‘filosofía latinoamericana’, el dilema de la objetividad en politología y en historia así como el vínculo de ésta última con las ciencias sociales. En otro plano, más concerniente al área de la crítica y la revalorización, al historiar nuestro pensamiento filosófico he incorporado la denostada cosmovisión indígena, una actitud que sería implementada por otras aproximaciones a posteriori. Con antelación, he procurado rescatar un conglomerado de autores proaborigenistas de la segunda mitad del siglo XIX, es decir, en un período racista al cual se le ha atribuido un rechazo frontal a ese componente étnico. Así como he cuestionado diversos planteamientos individuales, como los de Ortega, Mallea y Keyserling, no he dejado de recuperar de la desmemoria a nombres relevantes para su tiempo o dotados de ingredientes perdurables; tales como Carlos Encina o Samuel Smiles para la generación ochentista, Serafín Álvarez o Rafael Calzada dentro de la intelligentsia hispana en el Plata, al igual que el papel de Macedonio Fernández como pensador político, o Bernardo Canal Feijóo y su enfoque sobre la configuración de nuestro espacio urbano.

Entre las grandes lagunas que he puesto sobre el tapete se encuentran algunas asuntos ligados al movimiento de la Reforma Universitaria, a los marginados congresos estudiantiles prerreformistas, a las objeciones a que aquella dio lugar, sus proyecciones en el ámbito republicano español, el fenómeno sui generis acaecido en la casa de estudios platense o la visión del alumnado sobre la unidad latinoamericana. A ello puede sumársele las rectificaciones ensayadas a diferentes enfoques puntuales, por ejemplo, el haber demostrado la presencia de un corpus intelectual apreciable que precede a la datación propuesta por Risieri Frondizi sobre la receptividad del filosofar estadounidense en la Argentina.

Al mismo tiempo, tenemos las observaciones efectuadas en torno a la importancia cultural que alcanzó la inmigración ibérica decimonónica, tanto para revertir la imagen de José Luis Abellán sobre el descubrimiento pacífico de América efectuado por los exiliados republicanos del ’39 como en su propagación local del ideario krausista, al cual no había podido acceder el principal investigador de esa corriente filosófica en su irradiación en nuestro medio. También he abordado un asunto candente pero poco encarado frontalmente: la extraordinaria incidencia del Che Guevara entre los jóvenes americanos y europeos, un ensayo que resultó galardonado en un concurso organizado conjuntamente por las universidades de La Habana y Buenos Aires.

El último rubro, tal vez más desiderativo que real, tiene que ver con presuntas innovaciones personales que me limitaré simplemente a mencionar para soslayar eventuales superposiciones con los restantes miembros de este dossier y permitir. Una franja curricular temática se conecta con la recategorización de nociones tales como las de Hora americana o con el propósito que hemos encarado con Diego Fernández Peychaux de sustituir el término neoliberalismo por neuroliberalismo, el cual viene a reflejar mejor la extendida fe en la ética gladiatoria, el egoísmo y la autoayuda como reaseguros para el bienestar colectivo.

Me he permitido ampliar el credo juvenilista una trayectoria que atraviesa varias centurias y eclosiona en ciertos puntos nodales y llega hasta el entramado discursivo de un Hugo Chávez Frías. Sin embargo, si hubiera que señalar en este ítem una carga o densidad ideatoria primordial, ella provendría de aquello que junto con el maestro Roig hemos acuñadocomo pensamiento alternativo, tanto en sus variantes universalizables como en su aplicación a las circunstancias locales en particular. Como consta en la contratapa de nuestro diccionario ad hoc, en él se reinvidica el derecho a la utopía y a un mundo mejor mediante conceptos, sujetos y espacios enfrentados con un orden excluyente y depredador cuya superación viene reclamándose urbi et orbe junto a la necesidad de implementar un modelo alternativo”. De ahí quizá que esa obra sui generis de referencias haya sido saludado con términos como éstos: “Un diccionario para construir alternativas” (Revista Casa de las Américas) o “Ya tenemos diccionario” (Miradas al Sur).

En tales diferendos y considerandos aparecen vinculaciones estrechas con un tópico de notoria actualidad: las redes intelectuales y políticas, es decir, el sostenimiento de lazos y proyectos comunes desde la sociedad civil y hacia el extramuros, más allá del ámbito intranacional, para compartir el conocimiento; criticar el poder hegemónico y encaminarse con las causas populares. Dichos objetivos pueden observarse en distintos movimientos sociales como el estudiantil y constituyen una expresión del pensamiento alternativo. En el caso específico señalado y en diferentes contextos espacio-temporales, las eclosiones universitarias han reflejado los distintos matices que dicho pensamiento arrastra consigo: desde la simple denuncia o disidencia, pasando por la afirmación de cambios graduales y evolutivos, hasta llegar a los encuadramientos que postulan una transmutación de fondo o el mismo sendero revolucionario.

De un encuadre como el precedente podría extraerse un perfil beligerante para una óptica posmoderna o neoconservadora, por haber recurrido a títulos volcánicos y refractarios como “concepción neocolonial y oligárquica” o “historia ideológica y poder social” así como por haber exaltado ciertos tabúes como la Revolución cubana y el Che Guevara, el mayo francés o los nuevos nacionalismos y populismos; o por atrevernos a hablar de filosofía argentina y no sólo de historia de las ideas en la Argentina. Más allá de los posicionamientos personales, muchos críticos y comentaristas heterogéneos o de distintas orientaciones, sin negar esa impronta sanguínea y al margen de las consabidas discrepancias, en vez de contribuir a echar más leña a ese fuego imaginario, han podido detectarfiliaciones estilísticas lindantes con el equilibrio, la ecuanimidad u otras deseables cualidades en un investigador que se precie de tal.[19]

Un agradecimiento especial para aquellos colegas que nos han acompañado como coeditores o prologuistas revalorizando así una obra que no siempre alcanza la misma estatura intelectual o profesional que la de ellos.[20]

Otras evocaciones están dirigidas a los sellos que se han prestado desinteresadamente a publicar nuestros libros.[21]

Last but not least, menciono también a los más estrechos partícipes de proyectos académicos y existenciales: Hugo Chumbita, Adriana Claudia Rodríguez, Daniel Omar de Lucia, Marcelo Velarde Cañazares, Gerardo Oviedo, Diego Fernández Peychaux Luis Padin, sin olvidar a otros allegados memorables que ya no están más entre nosotros, como Carlos Alemian, .Osvaldo Álvarez Guerrero, Alfredo Kohn Loncarica y Gregorio Recondo. El matrimonio de Marc y Maricela Ryder que me han alentado para hacerme cargo del portal electrónico CECIES Pensamiento Latinoamericano y Alternativo, www.cecies.org



Notas:

[1] Herrero A. y F. Herrero (1996). Las ideas y sus historiadores, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1996

[2] Herrero, A. en: H. E. Biagini y A. A. Roig (dirs.) (1996). Diccionario del pensamiento alternativo, Biblos & UNLa, pp. 260-261

[3] Prismas, No. 1, (1997). p. 9. Quizá la mentada prescindencia ideológica del mismo soporte material ha llevado a que lo hayan galardonado entidades tan neutrales como la Ford Foundation y la Fundación Compromiso, ligada al monopolio multimediático de Clarín

[4] Biagini, H. (1996). Fines de siglo, fin de milenio, Buenos Aires, UNESCO/Alianza, p. 58

[5] Prismas, ibidem.

[6] En su entrada Herrero alude a una variedad de autores, varias primeras espadas del ensayismo, la filosofía, y las utopías de América Latina; colaboradores por su parte, con otros centenares, del citado diccionario: Yamandú Acosta, Fernando Aínsa, Carmen Bohórquez, Horacio Cerutti, José Luis Gómez Martínez, Pablo Guadarrama, Edgar Montiel, Alejandro Serrano Caldera y Antonio Sidekum. A estos autores omitidos pueden agregarse otros nombres y obras excluidas de vastas proyecciones mundiales, como las de Fornet Betancourt o Dussel, quien ha orquestado un ineludiblevolumen monumental, de Pensamiento filosófico latinoamericano. Tampoco aparecen tratados otros libros penetrantes como los que sobre eugenesia y control social han dado a luz Gustavo Vallejo y Marisa Miranda, donde, junto a un equipo internacional desnudan la impronta racista del liberalismo

[7] Cortázar, J. (1981). Rayuela, Barcelona, Bruguera, p. 341

[8] Citado por Bergel, M. (2011) “Los intelectuales, las ideas y la realidad”, Prismas, No. 15, p. 209. En descargo del talante crítico del propio Halperin y en detrimento de lo que habíamos aludido como el oído sordo de Prismas hacia la producción alterna, cabe mencionar que aquél, en su libro, Ensayos de historiografía, optó por no incluir su artículo “Un cuarto siglo de historiografía argentina (1960-1985)”, objeto de una refutación frontal en mi ensayo “La autohistoriografia de HalperinDonghi”, Historia ideológica y poder social, Buenos Aires, CEAL, t. 3, pp. 347-353. También me he podido ocupar de otros representantes de análoga extracción, en una página página a mi cargo, “El libro de historia del mes”, editada por la revista Todo es Historia

[9] Prismas (2000). No. 4, p. 125

[10] Prismas (2011). No. 15, p. 61

[11] ibid, p. 266

[12] Carta de Marc Bloch a LucienFebre, en Bloch, M. (1949). Introducción a la historia, México, FCE, p.12

[13] Le Goff, J. (1991). Pensar la historia, Barcelona, p. 141. La apreciación de Le Goff no resulta ajena a lo que afirmaba su admirado colega Kula, W. (1984) en sus Reflexiones sobre la historia (México, Cultura Popular, 1984), donde propugna una nueva historia, viva y progresista, que no divorcie la historia profesional de la conciencia social como hace el historiador-anticuario, que se empeñe en construir un moderno poder popular, exento de privilegios sociales; ibid., pp. 150, 21, 19, 142, 151, 150.

[14] Plumb, H., (1974). La muerte del pasado, Barcelona, Barral, p. 16.

[15] Heller, A., (1985). Teoría de la historia, Barcelona, Fontamara, p. 97.

[16] Rancière, J. (1993), Los nombres de la historia, Buenos Aires, Nueva Visión, p. 121.

[17] Puede consultarse su versión integral en el repertorio Proyecto Ensayo Hispánico http://www.ensayistas.org/critica/manifiestos/corredor.htm o en H. Biagini, Lucha de ideas en Nuestramérica, Buenos Aires, Leviatán, 2000, pp.97-99. En otra parte del manifiesto se puntualiza:  “Desde una perspectiva utópica enraizada puede refutarse las versiones deterministas que le asignan una fuerza magnética a las oscilaciones bursátiles, a la concentración financiera, a la desregulación y a las privatizaciones, a los ajustes salvajes, al furor consumista o al triunfalismo nordatlántico que exhuma el discurso lapidario sobre los pueblos meridionales y clausura la historia como si se hubiera alcanzado el cese de los antagonismos y el reino celestial.”

[18] Roig, A. (2005) “Historia de las ideas”, en: Ricardo Salas Astrain (coord.), Pensamiento crítico latinoamericano, Santiago de Chile, Universidad Católica Silva Henríquez, tomo II, pp. 531-543. Sobre el ámbito argentino en particular, véase, Gerardo Oviedo, “Historia autónoma de las ideas filosóficas y autonomismo intelectual”, en La Biblioteca, 2-3, 2005, pp. 76-97

[19] [Vaya una pequeña nómina de reconocimiento para esa noble tarea de ocuparse de los demás cuya explicitación podrá cotejarse en el repertorio bibliográfico elaborado por Lucio Lucchesi y suministrado en esta entrega de Pacarina: por orden cronológico nos encontramos, entre muchos otros del país y el exterior, con nombres de punta que van desde Luis Alberto Romero, Juan Adolfo Vázquez, Alberto Blasi, Luis Farré, Gregorio Weinberg, Jorge B. Ribera, Gregorio Klimovsky, Jorge Dotti, Julio Orione, Adriana Puiggrós, Cecilia Braslavsky,Ronald Newton, Jorge Dubati, Jorge Saltor, Horacio Cerutti, William Katra a Juan Carlos Torchia Estrada, Mario Berríos, José Luis Abellán, Daniel Vidart, Salvador Abascal Carranza, Estela María Fernández, James Henderson, Joseph Criscenti, Mónica Quijada, José Moya, Claude Cymerman, Jorge Vergara, Edgardo Ossana, Antonio Infranca, Luis Moulian, Andrés Kozel, María Rosa Lojo, Gregor Saüerwald y Patrice Vermeren.

[20] [FernandoAínsa, Horacio Sanguinetti, Raúl Fornet Betancourt, Mario Magallón, Ricardo Maliandi, Roberto Follari, Eduardo Rinesi, Jorge Vergara Estévez, Rodrigo Quesada Monge, Mario Oliva Medina, Hugo Chumbita, Javier Fernández, Víctor Massuh, Blas Matamoro, Oscar Troncoso, Silvio Maresca, Daniel González, Jorge Lafforgue y sobre todoa don Arturo Andrés Roig, maestro de vida y maestro de maestro, sin olvidar a dos grandes guías filosóficas: Eugenio Pucciarelli y Rodolfo Agoglia, junto a una alentadora cultural como Hebe Clementi.

[21] [Plus Ultra, Editorial de Belgrano, EUDEBA, Centro Editor de América Latina, Leviatán, UNESCO-Alianza, Ediciones de la UNLa, Grupo Editor Universitario, Capital Intelectual, Octubre, o diversas entidades de bien público.

 

Cómo citar este artículo:

BIAGINI, Hugo E., (2015) “Autohistoria sumaria de las ideas”, Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 23, abril-junio, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1133&catid=4