La antropología en Cuba:
nacimiento, desarrollo, ausencias y su posible renacimiento[1]

Leif Korsbaek[2] y Marcela Barrios Luna[3]

 

Artículo recibido: 18-12-2012; Aprobado: 21-12-2012

El presente texto es un intento por captar la antropología que existe en Cuba hoy, es decir al iniciarse el tercer milenio, en la primera década del siglo XXI, en particular sus antecedentes y las futuras perspectivas, lo que es una tarea rica y complicada por un número de razones.

Palabras clave: antropología, Cuba, colonialismo, marxismo

 

Introducción

En primer lugar, la antropología no es exactamente la disciplina mejor definida, como se desprende del lema que escogió Evans-Pritchard para caracterizar sus actividades antropológicas: “nada humano me es ajeno”.

En segundo lugar, es nuestra opinión que existe mucha antropología hoy en Cuba, si buscamos las actividades antropológicas, pero institucionalmente casi no existe una antropología en la isla, lo que es evidentemente la consecuencia de una sólida herencia soviética, donde la antropología en el sentido occidental (es decir, antropología social y cultural, o sea socio-cultural) existe solamente como una sombra entre dos disciplinas vecinas: la etnología y la etnografía.

El título de nuestra disciplina es algo arrogante, el estudio del hombre, y sin embargo los diversos estilos de hacer antropología se vuelven víctimas de un proceso histórico que nos entrega resultados claramente nacionales, si no nacionalistas, como “la antropología cultural norteamericana”, “la antropología social británica” o “la etnología francesa”, y de la misma manera podemos buscar una “antropología cubana”, en el sentido de una actividad definida como antropológica que se inscribe en un proceso histórico nacional, el cubano.

Como dos de los padres fundadores de la antropología, Radcliffe-Brown y Malinowski, hicieron trampa, haciendo sus investigaciones en islas, que dan la impresión de ser, y hasta cierto punto lo son, pequeños mundos claramente definidos y separados del gran mundo alrededor, también nos ayuda el carácter isleño de Cuba a definir las fronteras que la separa del mundo alrededor, de la misma manera que un proceso histórico bien conocido ha reforzado la frontera entre Cuba y el mundo, para así decirlo.

Tenemos que localizar sus raíces históricas, algunas tan lejanas como la primera ocupación de la isla por los españoles en el siglo XVI, pero la mayor parte de las raíces las encontramos en el siglo XIX, el último siglo de la colonización española y el inicio de una nueva colonización de la isla, esta vez gringa.

 

Los antecedentes y los personajes

Podemos decir, eurocéntricamente, que la antropología cubana empieza con los primeros cronistas españoles en el siglo XVI, como  Fray Ramón Pané[4]. Es bien posible que Fray Ramón Pané nunca haya visitado Cuba, pero sí estuvo en el Caribe y con seguridad vio  la población originaria antes de que fuera exterminada.

Pero podemos empezar nuestra búsqueda con Cristóbal Colón, que en su segundo viaje visitó el lugar que hoy es Baracoa, donde fundó el primer pueblo de la isla, que en la actualidad es un modesto y poco conocido paraíso turístico que cuenta entre otras atracciones con “La Casa de la Rusa”[5].

Un precursor de la antropología en general y en Cuba en particular que no se puede dejar de lado es el fundador de la antropología británica, Edward Burnett Tylor que visitó la isla en la primavera de 1856 arribando de los Estados Unidos rumbo a México, donde se iba a quedar durante cuatro meses. Tylor llegó a Cuba en calidad de reconvalescente después de una serie de ataques de asma, y escribe acerca de su llegada a Cuba: “En la primavera de 1856 conocí casualmente al señor Christy en un camión en la Habana. Él ya llevaba algún tiempo en Cuba, llevando una vida aventurada y visitando plantaciones de azúcar, minas de cobre y fincas cafetaleras, explorando cuevas y coleccionando plantas en la selva. Quince días había pasado navegando en lancha entre los arrecifes de coral, cazando tortugas y manatíes, y buscando a todo tipo de gente que le pudiera proporcionar información, desde cónsules de naciones extranjeras y misioneros lazaristas hasta comerciantes de esclavos retirados y asesinos en servicio. En lo que a mí se refiere, ya llevaba la mayor parte de un año viajando por los Estados Unidos y hacía poco que había dejado atrás los bosques de roble y las plantaciones de azúcar de Luisiana. Decidimos ir juntos a México y los presentes apuntes provienen principalmente de nuestras libretas y de las cartas que escribimos en el transcurso del viaje”[6].

Tylor sería muy pronto la figura más importante en el nacimiento de una antropología científica, y en este desarrollo histórico nace una nueva teoría en las ciencias sociales: el evolucionismo, y el año de publicación del libro de Tylor, 1861, es un año emblemático al respecto, pues este año serán publicadas dos de las obras más importantes en el evolucionismo antropológico: “La Ley Antigua” del abogado británico Henry Maine y “El matriarcado” del abogado suizo Bachofen. El pensamiento de Tylor es plenamente evolucionista, como lo comprueba en una de sus obras antropológicas, publicada veinte años después de “Anahuac”: “las tribus salvajes y bárbaras representan con frecuencia, más o menos rigurosamente, los estados de cultura por que pasaron nuestros propios antecesores mucho tiempo ha, y sus costumbres y leyes nos explican, por caminos que de otra manera apenas hubiéramos podido sospechar, el sentido y la razón de nuestras leyes y costumbres” (Tylor, 1881: 469).

 “Entre los principales defensores del poblamiento caribe en Cuba, se destacó el periodista Juan Ignacio de Armas (1842-1889) y el abogado Manuel Sanguily (1848-1925)” (Hernández, 2003: 12). Pero, antes que nada, los estudios antropológicos decimonónicos “fueron impulsados por el arribo a la Isla en 1874 del doctor Luis Montané Dardé (1849-1936), graduado en esta especialidad en la Universidad de París” (ídem), y en las primeras expediciones científicas, se destacaron los esfuerzos de un pequeño número de pioneros: “esos pioneros fueron Carlos de la Torre (1890) y Luis Montané Dardé (1891), momento importante para la arqueología cubana, pues De la Torre localizará y reportará en su viaje las primeras gubias” [7].

Otras personalidades importante fueron Fernando García y Grave de Peralta, integrante de las huestes mambises y Antonio Bachiller y Morales (1812-1899), y muchos de los personajes involucrados en el quehacer antropológico no fueron antropólogos en sentido estricto, sino pertenecían a otros gremios – muchos eran novelistas, músicos, periodistas, abogados, etc.

“El Museo Antropológico Montané fue la cara visible de la Cátedra de Antropología y Ejercicios Antropométricos”, pero eso tiene una prehistoria y, lamentablemente, la antropología en la Cuba que podemos llamar la Cuba de la actualidad, la Cuba de José Martí, nació institucionalmente mediante decretos militares: “La orden militar no. 212, dictada por el gobierno interventor norteamericano creó la Cátedra de Antropología General y Ejercicios de Antropometría. El Gobernador General de la División de Cuba y Brigadier General jefe del Estado Mayor, Adna R. Chaffer, firmó además la orden Núm. 250, publicada el 28 de diciembre de 1899 en inglés y en español, que modificó la anterior” (Rangel, 2002: 25).


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En este panorama neocolonial dominado por la presencia de los Estados Unidos, sus fuerzas armadas y su procónsul, entran, en pleno optimismo positivista y evolucionista, un trío dinámico de personajes cubanos que vienen a definir el perfil y, sobre todo, las condiciones institucionales de esta temprana antropología científica cubana: El personaje central sigue siendo Juan Lui  s Epifanio Montané Dardé (1849-1936), pero en compañía de José Antonio González Lanuza (1865-1917) y Enrique José Varona Pera (1849-1933)[8].

José Antonio González Lanuza elaboró el primer plan de estudios de 1899 a 1900, conocido como el Plan Lanuza, siendo secretario de instrucción pública y bellas artes. Este plan de estudios era de un corte muy español con mucho énfasis en las humanidades, y pronto mostró su insuficiencia en la cara de otras propuestas más pragmáticas, mientras que Enrique José Varona Pera ocuparía después este cargo y, con su lema “he pensado que nuestra enseñanza debe dejar de ser verbal y retórica, para convertirse en objetiva y científica” llegamos a otra idea de educación, práctica para el país en su situación actual.

Un papel muy activo en la creación de la situación actual lo tuvo Antonio Núñez Jiménez, que nació en 1923 en Alquízar en la provincia de La Habana. Fundó la Sociedad Espeleológica de Cuba en 1940. Fue doctor en filosofía y letras por la Universidad de La Habana en 1951 y doctor en ciencias geográficas por la Universidad Lomonosov en Moscú en 1960. En 1972 y 1982, respectivamente, participó en expediciones al Polo Norte y a la Antártica, realizó exploraciones en los Andes, desde Perú hasta Venezuela, llevó a cabo investigaciones geográficas en China, África, las Islas Galápagos e Isla de Pascua, entre otras partes, y dirigió la famosa expedición “En canoa del Amazonas al Caribe”, en 1987-1988. Capitán del Ejército Rebelde a las órdenes del Che Guevara, 1958, director del Instituto Nacional de Reforma Agraria, 1959-1962, jefe de artillería, 1960-1962, presidente-fundador de la Academia de las Ciencias de Cuba, 1962-1972, embajador de Cuba en Perú, 1972-1978, viceministro de cultura, 1978-1989, diputado a la Asamblea Nacional, 1976-1993, murió en 1998[9]. En “El pueblo cubano” empieza en el capítulo uno la presentación de la demografía de Cuba, para continuar en los siguientes capítulos presentando a los indios, los africanos, los franceses en Cuba, los chinos, los gallegos y los yanquis, para después seguir el desarrollo histórico en la república mediatizada y el pueblo en revolución. Un hermoso libro, que se tambalea entre el turismo, la antropología y la historia, es “San Cristóbal de la Habana” de Antonio Núñez Jiménez, que narra algunos puntos de la historia de la ciudad, acompañado de fotos y reproducciones de mapas y dibujos (Núñez Jiménez, 2002).

Sin embargo, Fernando Ortiz es sin lugar a dudas el personaje más importante en la creación de una antropología cubana en la actualidad – “su vida y su obra nos revelan que se convirtió en el investigador más importante de su tiempo, es el estudioso más enjundioso de la realidad cultural cotidiana del pueblo cubano” (Mintz, 2005: 142) –hasta tal grado que uno puede tener la impresión de que la antropología cubana hubiese empezado con él. Nació en La Habana en 1881, pero con solamente catorce años lo llevaron a Menorca en el Mediterráneo, donde se educó. Su principal obra es “Contrapunteo de tabaco y azúcar” que fue publicada originalmente en 1940; “Ortiz publica la primera edición del Contrapunteo en La Habana en 1940. La traducción al inglés de 1947, que abrevia el texto, se basa en esta primera edición. El texto en español no se volvió a editar en Cuba hasta 1963”.

Su impresionante producción se desprende de su obra central acerca de los negros: “Los negros esclavos”, “Los negros brujos” y “Los negros curros”, tres textos de un proyecto original de 1906 acerca de “la hampa afrocubana”, a su libro más conocido y más maduro, “Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar”, de 1940, en el cual introduce su particular variedad del método comparativo, el contrapunteo, y donde discute también su propia versión de la aculturación, que llama transculturación.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, publica su opinión acerca de las razas y el racismo, en el libro “El engaño de las razas” en el cual se apega estrechamente a la visión de la raza y del racismo que será la marca registrada de la UNESCO, a consecuencia también de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” en el marco de la ONU.

Le interesa la inquisición, la magia y la religión, interés que se manifiesta por lo menos en tres libros: “Historia de una pelea cubana contra los demonios”, “La santería y la brujería de los blancos” y “Brujas e inquisidores”

Alejo Carpentier es mejor conocido como novelista y como uno de los creadores del realismo mágico en América Latina, junto con autores como Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias y tal vez Julio Cortázar, entre otros, pero cuenta también con una importante producción acerca de la música en Cuba. Podemos decir que su primera obra importante no novelística es una historia del zapato que escribió para el órgano oficial de la organización de fabricantes de calzado.

Es sabido que la antropología es una disciplina muy amplia y mal definida, y dentro de la antropología cubana, en el sentido muy amplio quisiéramos mencionar a Manuel Galich: era guatemalteco, pero se había hecho cubano y ocupaba, hasta su muerte en 1984, un lugar muy importante en la antropología cubana.

Nació en la Ciudad de Guatemala en 1913, estudió en la Escuela Normal para Varones en su ciudad, y luego en la Universidad de San Carlos, también en la Ciudad de Guatemala, donde se recibió como abogado en 1948, con la tesis “El hombre, la democracia y el Derecho Internacional Americano”. Desde muy joven se interesaba por el teatro, se desempeñó como actor a los once años, luego participó en grupos de teatro en la radio oficial TGW, y fue autor de varias obras de teatro.

Pero un lugar más importante en su vida lo ocupó la política, y siempre era de la izquierda. En su juventud participó en Guatemala en los movimientos contra los presidentes Jorge Ubico (conocido como “El Brujo”) y Federico Ponce Valdés, y participó en la revolución en 1944 que llevó a Guatemala a la democracia, en efecto, a él le tocó colocarle al presidente electo Juan José Arévalo la banda presidencial, y en su gobierno sería ministro de cultura; en esta calidad formuló en 1946 el “Acuerdo Gubernativo No. 22” que llevó a la creación del Instituto de Antropología e Historia de Guatemala, institución que sigue existiendo en la actualidad, a través de y a pesar de todos los cambios políticos en aquel país. En 1951 se presentó como candidato a la presidencia, postulado por el Partido, pero declinó ante la candidatura de Jacobo Árbenz, en cuyo gobierno sería ministro de relaciones exteriores. Él fundó la embajada de Guatemala en Montevideo, luego sería embajador de Guatemala en Buenos Aires, y fue en este puesto que le sorprendió la contrarrevolución guatemalteco-gringa en 1954 (un precursor de las manipulaciones posteriores en Honduras y Paraguay, para mencionar solamente a las más recientes), así que tuvo que solicitar exilio político en Argentina (pues, fue antes de los tiempos de los gorilas en aquel país), donde se quedaría ocho años antes de trasladarse a vivir en Cuba.

Leif Korsbaek  lo conoció por primera vez en Tuxtla Gutiérrez en Chiapas, creo que fue en 1978, en un emotivo encuentro entre intelectuales chiapanecos y guatemaltecos, cuando encontró por primera vez a su hijo que en aquel momento tenía dieciséis años.

Lo volvió a encontrar en La Habana en 1981, en su calidad de refugiado político, y en el sentido más amplio formando parte de la antropología cubana, con lo que tenemos que volver a preguntar: ¿qué es la antropología? Como ya se mencionó, la antropología es muy amplia, y realmente no es una disciplina; Radcliffe-Brown postuló en 1937 que “la antropología no es una disciplina, es un conjunto de disciplinas”, con lo que forzosamente llega a ocupar un espacio en la interdisciplinariedad, y podemos decir que un aspecto importante de la antropología es la cuestión de la transmisión de los conocimientos producidos a través de la actividad de investigación, y es en esta cuestión, de la difusión y transmisión de conocimientos, que cobra relevancia Manuel Galich en la antropología cubana.

Cuando Leif lo encontró por segunda vez, en La Habana en 1981, se desempeñaba como director del teatro nacional de títeres en la Casa de las Américas. Tenemos dentro de la antropología una viva discusión acerca de cómo se pueden transmitir los conocimientos antropológicos, y quisiera invocar a mi profesor de antropología en la Universidad de Copenhague en Dinamarca hace muchos años; una de sus ideas principales era que la antropología no pertenece a la universidad, sino en la escuela secundaria y preparatoria, pues su principal tarea no es tanto crear conocimiento, sino más bien a través de los conocimientos crear sensibilidad para hacer posible la convivencia en el muy prometido pluralismo. Antes de llegar a Cuba, Manuel Galich fue considerado como el creador del teatro en su tierra natal en Guatemala, y en su nueva tarea teatral en Cuba explotó hasta el máximo las posibilidades del teatro como medio de difusión de conocimientos y creación de sensibilidad, en un espacio tan importante, a nivel de América Latina, como es el caso de la Casa de las Américas. En La Habana hemos hablado con muchos académicos, intelectuales e investigadores que han tomado las clases de Manuel Galich, en su cátedra de “Historia de América Latina” en la Universidad de La Habana, y que se han acercado al pluralismo a través de sus enseñanzas. Sin embargo, la huella más palpable de la antropología de Manuel Galich sigue siendo una estupenda historia y prehistoria de América Latina: “Nuestros primeros padres”, una versión caribeña de “Sons of the Shaking Earth” de Eric Wolf. En las primeras palabras en su libro resuena la promesa de una tolerancia y un pluralismo prometidos: “Nuestros primeros padres fueron los indios, porque ellos poblaron inicialmente este continente. Pero también los europeos y los africanos fueron padres y antecesores nuestros. Todo el mundo sabe cómo y a qué vinieron unos y otros: los europeos como conquistadores y colonizadores, para extraer riquezas con que alimentar al capitalismo naciente, y los africanos, como esclavos para producir esas riquezas, allí donde los indios habían desaparecido por exterminio o por fuga ante el invasor. De ese triple mestizaje nacimos nosotros” (Galich, 2004: 13).

Otro personaje en el firmamento antropológico cubano, de un carácter muy diferente, fue Lydia Cabrera (nacida en Nueva York en 1899), quien  escribió cuentos y novelas, pero empezó a interesarse por las tradiciones y las leyendas de los negros en La Habana, y en 1935 fueron publicadas en París una traducción al francés de sus “Cuentos negros de Cuba”[10]. En 1954 publicó “El monte” que ha sido el punto de partida de gran parte del estudio del folklore de la población negra de la isla. Las últimas palabras en su biografía en el “Diccionario de la literatura cubana” son “al triunfo de la Revolución se marchó del país” (Diccionario de la literatura cubana, 1980, I: 166).

Un personaje al mismo tiempo marginal y medular es la antropóloga Calixta Guiteras Holmes. Como punto de partida podemos citar las pocas palabras que encontramos en una serie de biografías: “Calixta Guiteras, una de las etnólogas más destacadas egresadas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, nació en 1905 en Philadelphia, Estados Unidos, hija de Calixto Guiteras, cubano de ascendencia catalana, María Therese Holmes, estadounidense. En 1913, su familia se trasladó a La Habana, donde Calixta cursó sus estudios hasta obtener en 1930 su doctorado en filosofía y letras de la Universidad de La Habana. Tanto Calixta como su hermano Antonio participaron en la revolución contra Machado; al triunfo de la misma, Antonio fue nombrado ministro, pero en 1935 fue asesinado por órdenes de Batista. Calixta y su madre se refugiaron en México” (Dahlgren, 1988: 246.).

En Mèxico, Calixta Guiteras realizó una destacada carrera, tanto como estudiante como posteriormente en su calidad de investigadora, donde hizo notables contribuciones al estudio antropológico del parentesco entre los indígenas en Chiapas, hasta que “su salud se vio seriamente afectada, le fue imposible continuar sus trabajos en los Altos de Chiapas; asimismo hubo de suspender su permanencia en la Ciudad de México, razón de su regreso a Cuba, en donde vivió hasta su muerte en 1988” (Ibíd.: 252).

Hay que mencionar que la biblioteca en el nuevo edificio del Instituto de Antropología de la Academia de las Ciencias en La Habana lleva su nombre: “Biblioteca Calixta Guiteras Holmes”.

 

Los museos de la isla

Junto con las universidades, los museos constituyen un conjunto de instituciones de mucha relevancia, principalmente dedicadas a la difusión de los conocimientos, pero en muchos casos también a la investigación y, en otros casos, a la docencia. En efecto, igual que en otros países, al principio la enseñanza de la antropología se llevaba a cabo en los museos.


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Como suele suceder (en los casos de México y Dinamarca, para mencionar tan sólo dos casos), los museos que hoy son muy visibles en el paisaje social y cultural de cualquier país y que juegan un papel muy central en la difusión de los conocimientos científicos, entre ellos los de la antropología, y así también en el caso de Cuba, iniciaron su existencia en el periodo de la Ilustración, al final del siglo XVIII, o un poco más tarde.

De este periodo de la Ilustración, encontramos una importante institución social: “La existencia de un museo en la Sociedad Económica Amigos del País desde 1838, fue certificado en el artículo de Bachiller y Morales en “De la antropología en la isla de Cuba, sus antecedentes y sus precursores”. El referido museo era dirigido por el Dr. Felipe Poey, ayudado por su hijo Andrés”[11].

La Universidad de La Habana (producto de la Ilustración, fundada en 1728), “fundó desde 1842 el Gabinete de Historia Natural de l  a Real Universidad de La Habana. Esta sede atesoró en aquel entonces muestras de minerales, fósiles, maderas, moluscos y escasas colecciones de reptiles, peces e insectos. La primera pieza arqueológica que recibió esta institución, única en su tipo por mucho tiempo, fue el ídolo de Bayamo, donado por Miguel Rodríguez Ferrer. La entrega se notificó en 1862 y fue ampliada con un fémur y dos cráneos deformados de las cavernas de Maisí” (Hernández, 2005: 38).

Sin embargo, en Cuba encontramos una generación anterior de museos en las fortalezas de la temprana colonia, del siglo XVI, convertidas en museos. Las más importantes de estas fortificaciones son las instalaciones en la entrada al puerto de La Habana, el Castillo de San Severino en el puerto de Matanzas, el San Juan fuera de Santiago de Cuba y el pequeño museo en Baracoa en el extremo oriente de la isla. Hay más, pero los ejemplos mencionados son los principales en el país.

Las fortificaciones en la entrada al puerto de La Habana son, como ya se mencionó, las más importantes pero, no obstante su valor y relevancia históricos, no han sido convertidas en museos, se usan como terrenos de recreación y para eventos culturales, como por ejemplo la feria del libro que se celebra cada año en La Habana.

La más emblemática de estas instalaciones militares convertidas en museos es el Castilla de San Severino en el puerto de Matanzas, cerca de La Habana. La ciudad de Matanzas había sido fundada en 1690, supuestamente sobre la base de treinta familias inmigradas de las Islas Canarias. La construcción de la fortaleza fue iniciada en 1692, como protección contra los piratas, pero la construcción fue interrumpida por problemas financieros, y en 1792, durante el ataque británico, el gobernador de la fortaleza la explotó, esperando un ataque a las instalaciones que nunca ocurrió. Fue utilizada como prisión militar, pero  de 1819 a 1898 funcionó como prisión ordinaria, y más recientemente fue promovida a ser un monumento a la humanidad e incluida en el programa de la UNESCO de la ruta del esclavo, acomodada como museo dedicado principalmente a la memoria de las poblaciones esclavizadas que llegaron desde África, con un fuerte contenido antropológico y cultural.

El 14 de marzo de 2008 se presentó en el Hotel “Ambos Mundos” (la residencia de Hemingway en La Habana antes que comprara la Finca Vigía, donde en cuatro meses en 1940 terminó el manuscrito de “Para quién doblan las campanas”, en su cuarto en el quinto piso) un material multimedia “Sitios de memoria de la Ruta del Esclavo en el Caribe latino”, con la participación del novelista y etnólogo Miguel Barnet, presidente de la Fundación Fernando Ortiz, Hermann van Hoff, director de la Oficina Regional de Cultura de la UNESCO, y Margarita Ruíz, presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, señalando esta última que “Cuba cuenta con tres sitios monumentos nacionales incluidos en la Lista del Patrimonio Mundial, que son a la vez representativos de la Ruta del Esclavo: el Valle de los Ingenios, el Valle de Viñales, y el paisaje arqueológico de las primeras plantaciones cafetaleras del sur oriente de Cuba”[12].

En Baracoa, la primera ciudad cubana, hay un pequeño museo, dirigido por el Dr. Alejandro Hartman Matos, el gran protector de la naturaleza en Baracoa. El mueso está hospedado exactamente en las instalaciones militares en el puerto, y una vez más vemos la colindancia del turismo, la historia y la antropología, en un pequeño libro escrito por el director de museo y generosamente provisto de fotos y dibujos. Y un rasgo que parece ser muy común en la isla: con un prólogo de Eusebio Leal, el historiador oficial de la Ciudad de La Habana. El museo es al mismo tiempo un centro cultural en la pequeña ciudad y durante una reciente visita a Baracoa fuimos invitados a dar una conferencia acerca de la visita de Edward Burnett Tylor a Cuba en 1856. Fue impresionante ver el interés general que este tema antropológico y patriótico despertó.

“También en el seno de la Sociedad Antropológica de Cuba (SAC) se manifestó la idea de crear un museo entre sus miembros. En acta del 1 de septiembre de 1878, uno de sus asociados, el Dr. Pedro Valdés Ragués, planteó que dicha instancia estaba en vías de formación. Pero es Antonio Bachiller y Morales quien propone el 16 de diciembre de 1883 el surgimiento de un museo de arqueología. En esta fecha los objetos conocidos eran los mencionados del geógrafo español y los pocos materiales atesorados por Francisco Jimeno (Hernández, 2005: 35). Acerca de la fundación de este museo no tenemos testimonios directos y precisos, solamente referencias a las gestiones al respecto.

La Real Academia de Ciencias había sido creada en 1861, y su museo “cuyo nombre oficialmente fue Museo Indígena de Historia Natural de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, se fundó en 1874 en la sede de dicha institución, actual Calle Cuba No. 462, Habana Vieja. Esta corporación venía coleccionando piezas relativas a la historia natural en su concepto más amplio, que incluía antropología, arqueología, muestras zoológicas, mineralógicas, entre otras cosas”. La colección de objetos arqueológicos era pequeña en comparación con las rocas, minerales, animales, plantas, fósiles y restos anatómicos, pero en 1889 el Doctor Carlos de la Torre se aflió en su calidad de académico y “le donó a la institución una colección de antigüedades cubanas y otra de arqueología de Puerto Rico, con las que se creó la sección de antropología, arqueología, y paleontología”, y “el crecimiento de la colección arqueológica se amplió unos años más tarde con los resultados de las expediciones a las partes orientales de la isla que dirigieron los doctores De la Torre (1890) y Luis Montané Dardé (1891)” (Hernández, 2005: 36).

Pero los dos museos más importantes de relevancia antropológica se encuentran en La Habana: el Museo Nacional de la Revolución y el Museo Montané Dardé de la Universidad de La Habana. El Museo Nacional de la Revolución es, como lo indica su nombre, un museo dedicado al proceso revolucionario y su resultado, la Cuba de hoy. Tiene como una especie de anexo una sección que presenta a la población indígena y su cultura. Sin embargo, las culturas indígenas en esta sección están vistas retrospectivamente como antecesores de la cultura cubana moderna, más que como partes integrales de esta. Las exhibiciones en la mayoría de los casos tienen que ver con el proceso revolucionario, y con cultura material, mitología y religión, con mucho material arqueológico como ilustración.

El Museo Antropológico Montané, que es hoy con mucho el museo antropológico más importante y que forma parte de la Universidad de La Habana, fue fundado en 1903. Como es natural, teniendo en mente que el principal interés de Montané fue la anatomía del hombre, el museo sobresale en la antropología física. El doctor Montané Dardé, por quien el museo está nombrado, se puede ocnsiderar como el fundador de la antropología cubana o, por lo menos, de la antropología física en la isla.

En Santiago de Cuba existen dos museos importantes, el Museo Bacardí y el Museo Tomás Romay, en sus respectivas historias profundamente diferentes. En lo físico, ambos museos muestran claramente la primacía de la antropología física en el conjunto de disciplinas antropológicas en Cuba, y en lo arqueológico los dos museos son testimonio del hecho de que la arqueología nació en el Oriente en la isla, en el siglo XIX.

Un último museo merece mención en este contexto: en noviembre de 2008 fue inaugurado un pequeño museo antropológico y (sobre todo) arqueológico, con dos salas, en el edificio del Instituto de Antropología de la Academia de las Ciencias, en el No. 203 en la Calle de la Amargura en la Habana Vieja.

 

La arqueología en Cuba

Podemos encerrar la prehistoria de la arqueología en Cuba entre algún lugar en el siglo XIX y 1935, pues “la década de los treinta se ha seleccionado para finalizar el estudio de los avatares seguidos por la arqueología indocubana, iniciada desde mediados del siglo anterior con los trabajos del español Miguel Rodríguez Ferrer, por considerar que la obra de Don Fernando Ortiz “Historia de la arqueología indocubana” de 1935 cierra un capítulo en la historia de esta disciplina en Cuba” (Hernández, 2003: 6).

La temprana arqueología en Cuba se inscribe en dos corrientes teóricas: en el positivismo y en el evolucionismo, las corrientes dominantes de aquellos años en los países del capitalismo central, como se manifiesta en el pensamiento de Darwin, Tylor, McLennan, Bachofen, Maine, Morgan, Spencer y Comte. Eso vale plenamente para las primeras exploraciones, hechas lógicamente por extranjeros: “El iniciador de las exploraciones arqueológicas en Cuba fue Miguel Rodríguez Ferrer (1815-1899). Con su labor, el geógrafo español condicionó el avance gnoseológico sobre la sociedad comunitaria de la mayor de las Antillas al divulgar e interpretar las evidencia materiales de estos grupos humanos, las que recogió fundamentalmente en el extremo oriental del territorio entre los años de 1847 y 1848” (Hernández, 2003: 10). Las dos piezas más importantes que localizó e interpretó fueron el ídolo de Bayamo y el hacha ceremonial de la cueva de Ponce, acerca de esta última se preguntó, en conclusión “¿cómo pudo darle este dibujito tan acabado en sus detalles, la mano del sencillo siboney, que sólo encendía el fuego con la fricción de unos palitos y no tenía más hierro que las puntas que ofrecía el silex pedernal?” (Rodríguez, 1876: 191), y en respuesta colocó la producción del hacha en Yucatán, con lo que ya se acerca a la posición de algunos de los difusionistas alemanes[13]. Su obra cumbre, “Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba” fue publicada en 1879.

Con su análisis de las mismas dos piezas en 1855 validó el científico cubano Andrés Poey su ingreso a la Sociedad Etnológica de los Estados Unidos, y por su solicitud al rector de la Universidad de la Habana José Valdés Faurhi, en 1862 el ídolo de Bayazo y los cráneos recogidos por Miguel Rodríguez Ferrer ingresaron a formar parte de los fondos del Gabinete de Historia Natural de la Universidad de La Habana.[14]

 

5 Temas, intereses y orientaciones

Ya hemos visto de qué manera nació la antropología en Cuba en una situación neocolonial y cómo la Revolución Cubana heredó una antropología moderna incipiente, en capullo para así decirlo. Se planteó también uno de nuestros principales postulados: que a pesar de la ausencia de una carrera formal de antropología en la vida académica, de la inexistencia de una formación regular de antropólogos profesionales con todo el peso (y contrapeso, tal vez también) de un estudio y un aprendizaje sistemático de la teoría, el método y la ética de la antropología, sí existe un gran número de proyectos y actividades antropológicos. El siguiente paso será estudiar el abanico de estos proyectos y actividades.

Podemos empezar por un episodio deplorable que tiene consecuencias directas sobre la actual situación de la antropología en Cuba: la breve presencia de Oscar Lewis en Cuba, el inventor del concepto de cultura de la pobreza.

La primera visita de Oscar Lewis a Cuba fue en 1946[15], y “desde el principio mismo de la Revolución, Oscar quiso investigar en Cuba. En su papel de antropólogo y humanista con un interés sostenido por largo tiempo hacia el socialismo, creía que era importante estudiar el proceso revolucionario – la transformación de toda una sociedad, el impacto de las nuevas instituciones y valores culturales con todos los conflictos y esperanzas que engendraban – y registrar estas experiencias en el mismo momento que estaban sucediendo” (Lewis, 1977: VII).

En su primera visita fue invitado a impartir un curso de dos meses de introducción a la antropología en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de La Habana y, como parte del curso, visitó junto con sus estudiantes la ciudad perdida de Las Yaguas en La Habana, así como también visitó Melena del Sur, una comunidad azucarera a unos 150 kilómetros de La Habana.

En febrero de 1968 visitó nuevamente Cuba por invitación del Instituto del Libro, la editorial principal de Cuba, que acababa de publicar su estudio sobre Tepoztlán, un pueblo mexicano, y preparaba la edición de Pedro Martínez”, le costó mucho tiempo obtener una entrevista con Fidel Castro, pero al fin se le concedió. “El encuentro con Castro tuvo lugar en la mañana temprana del último día de la estadía de Oscar en un punto predesignado de una carretera en un lugar fuera de La Habana. Castro esperaba en un jeep con otros dos jeeps llenos de guardias armados, y durante los seis horas siguientes llevó a Oscar, a José Lanusa y a otros dos hombres del Ministerio de Agricultura por el campo, mientras hablaban largamente sobre los planes para la reorganización de la agricultura, el mejoramiento de la industria ganadera, los problemas del subdesarrollo y muchos otros tópicos”.


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“Castro le contó a Oscar que había leído Los hijos de Sánchez y le dijo que era un libro revolucionario, “vale más que 50,000 panfletos políticos”. Aparentemente también había leído La Vida y estaba familiarizado con los estudios sobre los campesinos de México, India y el concepto de cultura de la pobreza”.

“Tras discutir Los hijos de Sánchez, dijo “¿Porqué no vienes y haces investigaciones como ésa aquí en nuestro país?”

El proyecto empezó en 1969 y estaba planeado para una duración de tres años. El 19 de febrero de 1969 llegó Oscar Lewis de la Ciudad de México a La Habana junto con su esposa en avión, con 340 kilos de equipo material y un grupo de ayudantes de cuatro norteamericanos, dos mexicanos y un italiano, más una secretaria de Puerto Rico, y arrancó el proyecto de investigación en Cuba. Fue difícil iniciar, hubo un sinfín de complicaciones y obstáculos y a partir del primer momento fue vulnerable, ya que “algunos pensaban que las condiciones especiales concedidas por el Departamento del Estad  o que le permitieron a Oscar viajar por donde quisiera en la isla no podía significar otra cosa que él trabajaba por la CIA, otros lo tomaron por dado que era un comunista, ya que había sido invitado por Fidel Castro y se le permitió llevar a cabo una investigación independiente”.

Castro le pidió a Oscar Lewis que capacitara un grupo de estudiantes cubanos en los métodos de investigación que utilizaría, y Oscar aceptó con tres condiciones: 1) libertad para decidir qué objetos y qué problemas estudiar, 2) que no tuviera consecuencias negativas a sus informantes, 3) que se le permitiera llevar el equipo material y los recursos humanos que necesitaría en la isla. Solicitó fondos económicos de la Fundación Ford, y recibió una respuesta positiva.

Todo iba bien – con un sinnúmero de obstáculos – hasta que “el 25 de junio de 1970, un día antes de la planeada salida para pasar las vacaciones en Urbana en Illinois, se le solicitó la presencia de Oscar en la oficina del Dr. Raúl Roa, y se le sorprendió escuchando que el Proyecto Cuba había sido suspendido por el gobierno” (Lewis, Ruth, p. XVII-XVIII).

El punto de quiebra fue el miedo de una intervención e interpretación enemigas que permean hoy a toda la vida social, política y cultural, en el este como en el oeste. Eso es comprensible, en vista de la actuación en repetidas ocasiones del “mundo democrático”, pero siempre tiene consecuencias colaterales, como también en este caso, y a veces este daño colateral pesa más que la seguridad adquirida. Parece que el oeste no ha logrado entender que el problema no es exclusivamente externo, y que el este no entiende que el problema existe también adentro. Es nuestra opinión que este fracaso antropológico ha tenido profundas consecuencias en Cuba a todos los niveles.

Vale la pena citar unas palabras de un anterior trabajo acerca de la etnología en Cuba, unos años más tarde, en 1976: “como es de esperarse, en un principio les interesaron particularmente los procesos de cambio activados con la Revolución. Así, fueron objeto de atención las adaptaciones de los diferentes sectores de la población a nuevos cambios en sus formas de vida y de economía. Como fue el caso de los obreros agrícolas y los pequeños propietarios rurales, quienes pasaron a trabajar para empresas rurales estatales; o bien los pequeños productores que debieron optar por unir su parcela a otras o bien trabajarlas individualmente. Asimismo, fue un asunto de interés el cambio provocado por el esfuerzo en eliminar las diferencias entre el campo y la ciudad. Este esfuerzo se llevó a cabo erradicando el aislamiento del sector campesino, cuyos asentamientos estaban esparcidos, trasladándolos a conjuntos habitacionales edificados con un concepto moderno, con servicios comerciales, de salud, educativos y sanitarios. Este tránsito "favorable en casi todos los puntos", al parecer del compañero Barreal, no fue bien aceptado por todos los campesinos, quienes tuvieron que aprender nuevas formas de convivencia. No es pues extraño que la etnología cubana se haya abocado pronto a este problema”[16].

Es evidente que esta limitación tiene que ver con el lugar dominante que ocupa la tradición soviética en todas las esferas de la vida académica en Cuba, incluyendo la antropología[17].Una opinión interesante acerca de la antropología soviética es la de Ernest Gellner, quien “creció en Praga, en Checoslovaquia, se escapó del poder nazi germánico en abril 1939, a la edad de trece años y medio. Gracias a su trasfondo personal, Gellner fue fuertemente motivado para entender más profundamente al comunismo y otros sistemas totalitarios”[18] y, a pesar de que consideraba a la antropología soviética como “la equivalente de la antropología social y cultural del oeste” (Gellner, 1980: IX), pensaba también que “el volar de Londres a Moscú, de discusiones antropológicas en un extremo a otras discusiones similares en el otro, es como cambiar de un clima y una atmósfera a otro, es como moverse muy abruptamente de una clase de vacío y una  clase de pleno” (Gellner, 1975: 596).

Esta ausencia tiene que ver con la larga tradición soviética en todos los sectores del pensamiento y de la acción en Cuba.

Sugerimos que esta ausencia tiene que ver con una paradoja, pues ya que el concepto de “cultura” se encuentra en el corazón de la antropología como disciplina y como tradición y, ya que la tradición más inmediatamente presente en Cuba es la soviética, y nos planteamos la pregunta “¿porqué hemos inventado el concepto de cultura?”, se encuentra una pista en una observación de un sociólogo polaco de los infelices tiempos cuando Polonia era estalinista y el mencionado sociólogo, Zygmunt Bauman, era también estalinista (ahora es posmodernista), y señala que “La premisa metodológica básica y, a la vez, el rasgo característico del enfoque marxista de la ciencia social consisten en que el hombre económico, el hombre social, el hombre cultural, el hombre político y otros productos similares de la división científica del trabajo no son sino modelos conceptuales, creaciones de un largo proceso de abstracción madurado en medios microsociales institucionalmente separados. La única realidad auténtica, de la cual parten estos modelos y a la cual se refieren, es el hombre como tal, dedicado al proceso de vivir en su ambiente social y cultural y por medio de éste” (Bauman, 1972: 17).

Nos parece que la importancia del concepto de cultura se vuelve más evidente si nos planteamos la pregunta: “para qué nos sirve el concepto de cultura?”, y la respuesta es sencillamente que nos sirve como una herramienta necesaria e indispensable en nuestros intentos por captar la totalidad, y no solamente un aspecto de la realidad socio-cultural – el aspecto económico (que busca la economía), el político (que busca la politología), el mental (que busca la psicología) o el espacial (que busca la geografía), etc.

La paradoja es que la antropología en Cuba - donde una de las limitaciones es la larga y fuerte tradición soviética, cuya fuerza sería exactamente un pronunciado holismo - se encuentra en una situación más fragmentada que en cualquier otro lugar del mundo.

Otra manera de ver este problema es considerando los productos positivos colaterales del colonialismo indirecto británico en África. Un proceso interesante empezó en 1922, cuando murió W. H. R. Rivers, el último gran antropólogo prefuncionalista británico, y los dos nuevos gurúes Malinowski y Radcliffe-Brown publicaron sus monografías isleñas, Los argonautas del Pacífico occidental y The Andaman Islanders. Ambos gurúes eran genios y, como se sabe, los genios no se llevan entre ellos pero, como lo ha mostrado George Homans, los dos fueron complementarios: Radcliffe-Brown se dedicó a analizar teóricamente los fundamentos de la antropología funconalista y formuló un estructural-funcionalismo empirista y especulativo, mientras que Malinowski llevó a cabo un trabajo de campo sobre un fundamento teórico, pero con una intuición genial. El resultado más importante de esta situación fue que los alumnos de los dos gurúes - Evans-Pritchard, Meyer Fortes, Raymond Firth, Siegfried F. Nadel, Audery Richards, Monica Wilson, Mary Douglas, y, un poco aparte, Max Gluckman[19] - combinaron las cualidades de ambos, creando un método de trabajo de campo con sólidos fundamentos teóricos, lo que no había hecho ninguno de los gurúes. Sin discutir aquí las virtudes y las desvirtudes del colonialismo directo de los franceses, el colonialismo indirecto de los británicos y el colonialismo interno en México, el método de trabajo de campo desarrollado en la antropología social británica – que posee un fundamento teórico poco sofisticado, pero un nivel nunca superado en lo referente a la sistematización del trabajo de campo – nunca llegó a Cuba, debido a la dominación de la antropología soviética.


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Hablando de la tradición soviética, y sus virtudes y deficiencias, es interesante comparar dos monografías de comunidades campesinas en Rusia, una clásica de 1958, del pueblo Viriatino, es decir en el auge de la Unión Soviética (Benet, 1970), la otra de la comunidad Solovyovo de 2005, es decir años después  de la defunción de la Unión Soviética y la introducción de la “democracia” y del neoliberalismo (Paxson, 2005). No hay espacio para discutir las dos monografías en detalle, pero aún la comparación más superficial muestra contundentemente dos diferencias. Primero, que la cultura en la monografía de Viriatino es exclusivamente cultura material, excluyendo cualquier acercamiento a lo que podemos llamar “cultura espiritual”, o bien la producción no material, una cultura que está plenamente presente en la tradición etnográfica occidental, a la cual pertenece la monografía de Solovyovo. La otra diferencia es que la tradición etnográfica soviética comparte un rasgo importante con una parte de la tradición etnográfica británica (que era antropología social y no cultural), como se ejemplifica en la obra de un antropólogo británico tan metodológicamente avanzado como es S. F. Nadel: no se les ocurre que la antropología y la etnografía pueda contribuir a la comprensión de su propia sociedad occidental: “en la antropología social, tal como es comúnmente entendida, tratamos de extender el conocimiento del hombre y de la sociedad a las comunidades primitivas, a los pueblos más sencillos o a las sociedades sin escritura (ágrafas)”. Nadel habla explícitamente de “nuestra propia civilización, que conocemos un millón de veces mejor… y de la que tenemos datos abundantes y adecuados[20]. Uno de los grandes avances de la etnografía occidental (para así llamarla) es el tema central en un libro de una antropóloga argentina, Rosana Guber: la reflexividad (Guber, 2011: 42-50).

Es nuestra opinión que estos tres elementos – la experiencia dulce-amargo de Oscar Lewis y sus colaboradores en su intento por iniciar un estudio antropológico de la sociedad cubana después de la Revolución, las muy lúcidas expectativas de algunos de los dirigentes políticos en el sector cultural y científico más las virtudes y desvirtudes de la tradición soviética en las ciencias sociales – nos permiten llegar a entender la situación de la antropología en la sociedad cubana en su lugar en la actual situación política mundial, que podemos caracterizar de la siguiente manera: uno de los planteamientos de nuestro proyecto es que el método que ha venido desarrollando la antropología moderna – es decir en su versión estadounidense, a partir de Franz Boas, al final del siglo XIX, en la versión británica, a partir de 1922, de la publicación de las monografías de Malinowski y Radcliffe-Brown, y en la versión francesa, a partir de Marcel Griaule y Maurice Leenhardt, en 1947, lo que coincide con el inicio de las actividades antropológicas de Lévi-Strauss – puede dar información que ninguna otra disciplina puede proporcionar, en particular acerca de la articulación del mundo moderno y el tradicional. Debido a la ausencia de una tradición antropológica en Cuba, hay información a la cual no se tiene acceso.

El nombre de nuestra “ciencia”, la antropología, o sea el estudio del hombre, es extremadamente arrogante y promete datos, información y conocimientos de un carácter universal, pero nuestras actividades prácticas y teóricas tienden a asumir un sabor sumamente local y nacional, a veces hasta nacionalista, de manera que es fácil reconocer una antropología cultural norteamericana, una antropología social británica y una etnología francesa, hasta una antropología mexicana, así como una antropología cubana. Dentro de estos estilos nacionales podemos llegar hasta a reconocer estilos locales y regionales.

Cuba no es un país muy grande, pero es un país notablemente plural, aún en un mundo que está lleno de países plurales. Parte del pluralismo en la isla proviene de la existencia de tres grandes regiones que podemos llamar “culturales”: el Occidente, dominado por La Habana, el Centro, dominado por Santa Clara, y el Oriente, dominado por Santiago de Cuba. Como también se ha mencionado en otro contexto, “gran parte de la antropología cubana es obra de investigadores que pertenecen a otras disciplinas”, tal como lo muestra el caso de Fernando Ortiz, abogado y fundador de la tradición antropológica en el Occidente y en La Habana, Samuel Feijoo, artista, poeta, novelista y multimedio que es en gran medida el fundador de la tradición del Centro. La situación es diferente en el Oriente, donde la tradición vigente es creación de Joel James Figarola, recientemente fallecido, que sí era etnólogo y, curiosamente, de La Habana.

Fernando Ortiz, nació en La Habana en 1881, pero cuando tenía catorce años sus padres se mudaron a Menorca en el Mediterráneo, donde fue a la escuela, después estudió leyes, y más adelante antropología física y biología. Se volvió un personaje central en la creación de una antropología en Cuba, y “su vida y su obra nos revela que se hizo el estudioso más importante de la realidad cultural y la vida cotidiana del pueblo cubano” (Mintz, 2005: 142).

Sus primeras publicaciones fueron tres monografías acerca de la población negra de la isla, derivadas de un proyecto de investigación formulado originalmente en 1906, presentándolos como criminales y gente del bajo mundo: “Los negros curros” (1913), “Los negros esclavos” (1916), y “Los negros brujos” (1917)[21].

Sin embargo, su publicación mejor conocida es Contrapunteo cubano del tabaco y azúcar, publicado originalmente en 1940[22], con un prólogo de Malinowski. En esta obra, que introduce dos temas que serán clásicos: el tabaco y el azúcar, encontramos un enfoque ecológico, junto con una visión lingüística e histórica, todo integrado en un análisis comparativo y holístico de las condiciones de vida, trabajo y producción en la isla, lo que no es poca cosa. Pero puede ser que la contribución más trascendental del libro es la formulación del concepto de “transculturación”, opuesto al concepto de “aculturación”, recientemente lanzado. Mientras que la “aculturación”, que sería la piedra angular de la política indigenista americana exactamente a partir del mismo año con la creación del Instituto Indigenista Interamericano (1940), plantea la relación asimétrica entre diferentes culturas, algunas dominantes y otras dominables y dominadas, la “transculturación” indica la relación simétrica entre diferentes culturas.

Otro campo de interés del Dr. Fernando Ortiz era la arqueología. En 1922 publicó su informe sobre las pinturas murales y los dibujos en las cuevas en la Isla de Los Pinos (Ortiz, 2008). El estudio de las cuevas y sus pinturas prehistóricas siempre ha sido unos de los principales intereses en la arqueología cubana, y en 1940 fundó Antonio Núñez Jiménez la Sociedad Cubana de Espelología. Finalmente, su interés en la Inquisición, la magia y la religión que manifiesto en por lo menos tres libros: “Historia de una pelea cubana contra los demonios”, “La santería y la brujería de los blancos” y “Brujas e inquisidores”.

El estilo del Centro, de Santa Clara, se debe a la obra del poeta y artista Samuel Feijóo, que nació en una pequeña comunidad campesina cerca de la capital regional, Santa Clara o, como se llama también, La Villa. Como Fernando Ortiz, Samuel Feijóo fue un hombre talentoso y versátil, más bien multimedio. La antropología no fue su principal actividad, y sus contribuciones más importantes encontramos mejor en la literatura, tanto en la novela como en la poesía, y en las artes plásticas y la pintura. Se conoce más por sus novelas, dedicadas a describir la vida cotidiana y espiritual en las pequeñas comunidades campesinas, usando el lenguaje de los mismos campesinos. Su novela Juan Quinquín en pueblo Mocho, de 1963, que nos cuenta acerca de la visita de un campesino al pueblo de Mocho, es un excelente ejemplo de esta literatura. En el contexto de una antropología es altamente relevante para una discusión acerca de los posibles modos de transmisión de datos e información de la etnografía, si esta información se puede legítimamente transmitir en la forma de una novela, un problema que el antropólogo social británico Gregory Bateson discute en las primeras páginas de su monografía Naven. El gran valor y relevancia de Feijóo como antropólogo es, sin lugar a duda, haber sido prácticamente el único antropólogo que se dedicaba a observar, describir y entender la vida de los campesinos; abundan los economistas y lo más cerca que llegamos son los sociólogos rurales: “si los científicos sociales hoy, sobre todo los antropólogos y los sociólogos, se interesan cada día más por el estudio del mundo en el campo y el sistema identitario de los campesinos, eso se debe al hecho de que constituyen la clase de la cual es posible aprender acerca de los mecanismos naturales de la socialización humana en su adaptación a la cultura como un sistema. El campesinado asimila y cohesiona sus miembros a los poderes sustantivos de la comunidad, teniendo en mente lo ecológico y otras estructuras organizadas de su vida, tales como el matrimonio, la familia, etc., valores extremadamente importantes para la integración sociocultural” (Padrón, 2005: 97).

El Oriente es diferente del Occidente en todo, y también del Centro. En su versión actual, la antropología en el Oriente es creación de Joel James Figarola, que nació en La Habana en 1942 y falleció recientemente (2006). Uno de los intereses de Joel James es la oleada de nuevas religiosidades populares, muchas de ellas de origen africana, y uno de sus libros más importantes es exactamente Sistemas mágico-religiosos cubanos: principios rectores, que está dedicado a “los santeros, paleros, houganes y cordoneros de mi tierra que creen en lo que hacen y lo hacen para bien”. La revista Del Caribe nos revela algunas de las características de la antropología del Oriente. En primer lugar, es publicada en Santiago de Cuba, la capital del Oriente, y es creación de Joel James Figarola, la primera fuerza de la antropología del Oriente. De igual manera, el anuario El Caribe Arqueológico, que es Anuario publicado por la Casa del Caribe como extensión de la revista Del Caribe, nos revela algunas de las características de la arqueología del Oriente.

De manera que la antropología nos presenta en Cuba, como en cualquier otro lugar en el mundo, una dialéctica muy complicada pues, por un lado es una disciplina que insiste en captar siempre la totalidad y nunca dejar un fenómeno fuera de su contexto, por otro lado existe solamente de por menudeo, para así decirlo, en Cuba. Pero sí, se publican en Cuba textos antropológicos que hacen referencia a la nación en su totalidad y no solamente en pequeñas partes. Un notable ejemplo de una serie de textos que se colocan en el contexto nacional son los textos de Arturo Núñez Jiménez, que nació en 1923 en Alquízar en la provincia de La Habana, fundador de la Sociedad Cubana de Espelología en 1940, quien jugó un papel importante en la creación de una antropología cubana después de la Revolución. En 1951 había recibido su doctorado en filosofía de la Universidad de La Habana, y después de la Revolución, en 1960, recibió otro título de doctor de la Universidad Lomonosov en Moscú.

Fue capitán del ejército rebelde bajo el mando del Che Guevara (1958), Director del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (1959-1962), Jefe de la artillería (1960-1962), fundador y presidente de la Academia de las Ciencias de Cuba (1962-1972), Embajador de Cuba en el Peru (1972-1978), Vice-Ministro de Cultura (1978-1989), Diputado en la Asamblea  Nacional (1976-1993), y murió en 1998[23].

Arturo Núñez Jiménez era un antropólogo práctico y deportivo, en efecto era el Thor Heyerdal (él de Kontiki) de Cuba, y en 1972 and 1982, respectivamente, participó en expediticiones al Polo Norte y al Antarctica, llevaba a cabo exploraciones en los Andes, desde el Perú a Venezuela, conducía investigación geográfica en China, África, las Islas Galápagos Islands y las Islas de Pascua, además que en otras áreas, y fue el jefe de la famosa expedición "En canoa desde la Amazonía hasta el Caribe",ein 1987-1988.

En este contexto, El Pueblo Cubano es un libro muy relevante. El libro abre con un capítulo acerca de la demografía de la isla, siguen capítulos acerca de las poblaciones indígena y Africana y los franceses en Cuba, y luego acerca de los chinos los gallegos y los norteamericanos en la isla, después de descibir los procesos históricos en Cuba y la Revolución Cubana. En cierto sentido es una presentación del pluralismo cultural en Cuba que se asemeja mucho a las exposiciones en el Mueso Nacional de la Revolución Cubana.

Un libro hermoso, también de él, a medio camino entre el turismo, la antropología y la historia, es “San Cristóbal de la Habana”, que nos cuenta acerca de los lugares y los eventos que marcan la historia de La Habana, con fotos, dibujos y reproducciones de mapas (Núñez Jiménez, 2002).

Un tema que es inevitable y omnipresente en la antropología cubana es la etnicidad en todos sus disfraces, sobre todo en estudios dirigidos hacia la presencia de rasgos culturales relativos a los grupos étnicos africanos cuya presencia se debe al esclavismo y el funcionamiento de las plantaciones.

The traditional Soviet approach was through the use of the concept of “ethnos”, as coined by Bromley, cuyo libro de texto de etnografía sigue siendo la guía metodológica más accessible del campo soviético..

De igual manera se impone un tema como la participación de la población china en la formación de una identidad nacional en Cuba.

Recientemente el estudio de los descendentes africanos se manifiesta con frecuencia como el estudio de la religiosidad popular en estos grupos, un tema que ha llegado ocupar un espacio privilegiado recientemente y se ha convertido en una especialización de los investigadores del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), un instituto que pertenece a la Universidad de La Habana, pero que tiene cierto grado de autonomía e independencia. Con frecuencia los estudios de los complejos culturales de origen africano se dirige hacia el estudio de lo que podemos llamar religiosidad popular de los grupos étnicos de origen africano, un tema que se ha convertido en prioritario en años recientes.


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Uno de los temas más socorridos en la isla es el estudio de lo que podemos llamar “religiosidad popular”, especialmente en relación con el espacio que recientemente se le ha abierto para el ejercicio de prácticas religiosas en general y de las religiones de origen africano en particular. Dos de las investigadoras del CIPS han estudiado los movimientos religiosos populares en respuesta a la crisis, partiendo de la propuesta de que “como parte de la cultura, la religión es reveladora de las condiciones sociales, pues su universo simbólico, en el cual los actores sociales expresan su existencia, su historia y sus proyectos, tiene por base la experiencia en colectivo de las relaciones políticas y económicas” (Pereira & Pérez, 2009: 136).

Dos textos muy importantes son “Componentes étnicos de la nación cubana” de Jesús Guanche de 1996, uno de los estudios más relevantes del pensamiento social y antropológico en Cuba, y “Los gangá en Cuba” de Alexandra Basso Ortiz, una investigación llevada a cabo en un distrito en la provincia Matanzas.

De igual manera se impone un tema como la participación de la población china en la formación de una identidad nacional en Cuba.

En un estudio de una comunidad rural en el municipio más occidental del país, la comunidad La Bajada en el municipio Sandino en la provincia Pinar del Río, se declara que “tiene como objetivo invitar a antropólogos y sociólogos a reflexionar acerca de agudos problemas, aún sin resolver, que afectan seriamente el pleno desarrollo sociocultural de la comunidad La Bajada en el más occidental de nuestros municipios No se pretende en ningún momento entregar conclusiones definitivas a tan sensible problema que aún no ha comenzado a estudiarse a profundidad por la comunidad científica y que ciertamente necesita de un estudio multidisciplinario a gran escala. Sin embargo, los planteamientos y datos actuales que se entregan pueden servir de base para futuras investigaciones en la zona” (González Herrera, 2004: 102-103). Llama tal vez la atención que el texto y la investigación se debe a un arqueólogo.

La arqueología, una disciplina que no sufriera una interrupción durante el periodo soviético en Cuba, es evidentemente una rama de la antropología de mucha relevancia, y otra disciplina con un alarga y continua tradición es la criminología. Igual que en la tradición anglo-sajona, donde los primeros antropólogos fueron abogados, así también en Cuba la antropologías moderna fue fundad por un abogado, Fernando Ortiz, y hasta la fecha la criminología ocupa un lugar dominante en el paisaje antropológico. Un temprano ejemplo sería Un Análisis Psicosocial del Cubano 1898-1925 (Ibarra, 1985), un hecho más reciente es que un amigo de nosotros, un abogado de La Habana, vino a México en 2009 a impartir un curso de criminología en la procuraduría estatal en la Ciudad Juárez en Chihuahua.

La medicina es otra disciplina que ha llegado a un nivel muy alto de desarrollo y sofisticación, y que fácilmente permite una perspectiva antropológica. Una de las características de la medicina en Cuba es un fuerte interés por lo social y, deslizándonos de la dimensión social a la dimensión cultural llegamos casi inevitablemente a establecer una medicina antropológica, o una antropología médica. En Cuba contamos con una riqueza de textos de antropología médica; Enrique Beldarraín, quien es probablemente el principal especialista en este campo, ha discutido el papel de los médicos y los investigadores en el desarrollo de una antropología médica en la isla, incluyendo la dimensión histórica de esta disciplina. En particular ha llamado la atención a los estudios de la condición de salud de los esclavos en este desarrollo: “el texto mejor conocido fue El Vademécum de los Hacendados Cubanos (1831), escrito por el medico francés Honorato B. De Chateausalins, quien residió durante muchos años en Cuba y en el Caribe, pero tenemos también la obra del médico andaluz Francisco Barreras, de Dos Hermanos, cerca de Sevilla, quien escribió el primer texto acerca de este tema, un texto que quedó sin publicar durante largos años, hasta que las investigadoras Lydia Cabrera y María Teresa Rojas lo encontraron en la Biblioteca Nacional y lo publicaron en una edición muy limitada en 1953” (Beldarraín, 2009: 15).

En el mismo contexto encontramos también encontramos también “la obra de Henri Dumont (1824-1878) Investigaciones generales sobre las enfermedades de las razas que no padecen la fiebre amarilla y estudio particular sobre la enfermedad de los ingenios de azúcar o hinchazón de los negros y chinos (1865) y Antropología y patología comparadas de los hombres de color africanos que viven en Cuba, que recibió la medalla de la Real Academia de las Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana (1876)” (Beldarraín, 2009: 15).

Hay que mencionar también la ecología, como vecina lógica de la visión holística del marxismo. Qeuerems llamar la atención a dos proyectos ecológicos. Uno es un proyecto de turismo popular en la provincia de Pinar del Río, en el extremo occidente de la isla. Gretchyn Martínez Cintado escribe en su tesis de licenciatura que “la comunidad que es el objeto de studio de este proyecto es Las Terrazas, en la provincia de Pinar del Río, perteneciente al municipio of Candelaria. La comunidad forma parte de un complejo turístico y tiene características diferentes de la myoría de las comunidades rurales en Cuba. Esto es un caso que muestra cómo el turismo puede condicionar el desarrollo y el funcionamiento de una comunidad, y cómo se puede manifestarse como na de las estrategias que pueden server para mejorar y desarrollar el territorio o la zona rural en su calidad de un complejo turístico” (Martínez, 2009: 5-6).

En otro estudio del mismo proyecto ecológico escribe Jorge Freddy Ramírez Pérez en la introducción  un estudio de agricultura balanceada en la comunidad que “los cambios ambientales que amenazan al planeta tienen una relación íntima con las acciones del hombre y las repercusiones sobre él mismo. Las consecuencias de acciones negativas hn deteriorado la naturaleza y puesto en riesgo la continua existencia del mundo” (Ramírez, 2006: XII).

En un estudio de una comunidad rural en el municipio más occidental del país, la comunidad La Bajada en el municipio Sandino en la provincia Pinar del Río, se declara que “tiene como objetivo invitar a antropólogos y sociólogos a reflexionar acerca de agudos problemas, aún sin resolver, que afectan seriamente el pleno desarrollo sociocultural de la comunidad La Bajada en el más occidental de nuestros municipios No se pretende en ningún momento entregar conclusiones definitivas a tan sensible problema que aún no ha comenzado a estudiarse a profundidad por la comunidad científica y que ciertamente necesita de un estudio multidisciplinario a gran escala. Sin embargo, los planteamientos y datos actuales que se entregan pueden servir de base para futuras investigaciones en la zona” (González Herrera, 2004: 102-103). Llama tal vez la atención que el texto y la investigación, que gira en torno a un problema netamente antropológico y ecológico, se debe a un arqueólogo.

Llama la atención un detalle: que en Cuba existe una relación relativamente íntima entre la novela y la antropología, una relación que empieza en el costumbrismo en el siglo XIX y que hoy se detecta por ejemplo en la producción de Samuel Feijóo, un novelista y/o antropólogo de Santa Clara que, por un lado escribe novelas como “Juan Quinquín en pueblo mocho” y, por otro lado escribe obras como “Mitos de Cuba”, aparte de ser el fundador de la revista “Isla”. Otro caso conspicuo es Miguel Barnet quien en 1966 publicó su ya clásico “Biografía de un cimarrón”, parte de una trilogía de novelas, de las cuales las otras dos son “La canción de Rachel” de 1969 y “Gallego” de 1983. Miguel Barnet es presidente de la Fundación Fernando Ortiz, una institución netamente antropológica, y es director de la revista “Catauro”, la única revista explícitamente antropológica en la isla. Ya se han mencionado las incursiones de Alejo Carpentier, un notable novelista, que contribuyó junto con escritores como Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias y Julio Cortázar, a la creación del boom de la novela latinoamericana a través del realismo mágico. No estoy seguro exactamente si esta liga entre la producción novelística y la antropología es algo que se da preferentemente fuera del capitalismo central, pues también en el Perú encontramos una relación muy estrecha entre la novela y la antropología, más claramente en la producción de José María Arguedas, pero también en un autor como Manuel Scorza y otro caso sería “El canto de la sirena” de Gregorio Martínez (que ha sido discutido por Ricardo Melgar y José Luis González, 2007).

Un estudiante de Fernando Ortiz fue Argeliers León, que sería una persona crucial en la creación de una tradición de musicología, de la cual un aspecto sería la etnomusicología. Entre otras muchas cosas fundó el Departamento de Musicología en el Instituto Superior del Arte.

 

La antropología en las publicaciones cubanas

Existe en Cuba una serie de revistas que contienen artículos acerca de temas que son claramente antropológicos pero, ya que la antropología es al mismo tiempo rica y variada y débilmente institucionalizada, las revistas que son neta y explícitamente antropológicas son pocas, en efecto existe solamente una. Esta curiosa situación puede tal vez reflejar el hecho de que se ha logrado en Cuba, contra viento y marea y bajo el peso de un largo, pesado e injusto bloqueo desarrollar un impresionante sistema de educación pública, muy arriba de la calidad de cualquier otra república latinoamericana “democrática”.

La revista “Catauro”, publicación semestral de la Fundación Fernando Ortiz, que nació en …, es la que más se acerca a la idea occidental de una revista antropológica, y sus ideas principales se desprenden con claridad de la sentencia inicial que contiene cada uno de los números de la revista, a partir del número 6:

“Los etnólogos existen para dar testimonio de que nuestro modo de vida no es el único posible, de que hay otros modos que han permitido a los seres humanos llevar una vida feliz (Claude Lévi-Strauss en el número 6). “Al retratar al hombre en su totalidad, la antropología nos aporta una perspectiva, no solo en el tiempo sino también en términos de la amplitud posible de la conducta humana” (de Melville Herskovits en el número 7);

“La antropología se hace posible y necesaria sobre la base de una triple experiencia: la experiencia de la pluralidad, la experiencia de la alteridad y la experiencia de la identidad” (de Marc Augé en el número 9); “La ética religiosa penetra en la esfera del orden social con profundidad. No se debe ello únicamente a la diferencia entre la vinculación mágica y ritual y la religiosidad, sino que depende sobre todo de la actitud de principio que esta religiosidad respecto al mundo” (de Max Weber en el número 15).

El número nueve contiene, entre otras cosas, un artículo acerca de la antropología política, y el número catorce de la revista “ofrece un volumen misceláneo, después de tres volúmenes temáticos, dos de ellos dedicados al azúcar (el número once) y el tabaco (el número doce), el tercero acerca del problema de la marginación (el número trece), mientras que el número quince “les ofrece a nuestros lectores un mosaico de temas desde el campo de las religiones de origen africano, concentrándose en la sociedad Abakúa y algunos componentes de la santería cubana y la regla de Ocho”

En el número catorce, “Catauro pone a disposición de sus lectores un número de miscelánea, luego de ser precedido por tres ediciones temáticas, dos de ellas sobre la cultura del azúcar (el número once) y el tabaco (el número doce) en Cuba, y otra con estudios sobre la marginalidad (el número 13)”, mientras que en el número quince “propone a nuestros lectores un mosaico de temas sobre el campo religioso de origen africano en Cuba… concentra sus reflexiones en la sociedad abakuá y en algunos componentes de la santería cubana o Regla de Ocho”

 “Los etnólogos existen para mostrar y comprobar que nuestra manera de vivir no es la única manera possible, que otras maneras les han permitido a gente vivir una vida feliz” (Claude Lévi-Strauss en el número seis). “Retratando al hombre en su redondez, la antropología nos ofrece una perspectiva no solamente en el tiempo, sino también de la variabilidad de la conducta humana” (de Melville Herskovits en el número siete);

Las publicaciones con contenido social y cultural no son una costumbre nueva, pertenecen a una tradición de cierta edad, como se manifiesta en la existencia ya de una serie de publicaciones periódicas, con inicio ya dese la Ilustración.

La Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba se fundó ya en 1877, y “casi dos años después, vio la luz por primera vez el Boletín de la Sociedad Antropológica”, más precisamente el 7 de octubre.

La “Revista Bimestre Cubana” es una de las más antiguas en América Latina y con seguridad la más antigua en Cuba, pues fue fundada en 1831 como órgano oficial de la “Sociedad Económica de Amigos del País”, una asociación netamente ilustrada que había nacido en la isla en 1793. El carácter de la revista se desprende de los rubros del índice de la misma: “literatura y lingüística”, “economía”, “ciencia y técnica”, “historia”, “problemas sociales”, seguidos por dos rubros de “sección oficial” e “in memoriam”. Contiene ocasionalmente artículos que se pueden definir como antropológicos, como por ejemplo “El hombre, la actividad humana, la cultura y sus mediaciones fundamentales” del Dr. Rigoberto Pupo (Vol. CI, época III, No. 26, enero-junio 2007: 165-172). La revista había sido publicada en tres periodos: el primero empezando en 1831, el Segundo en 1910, bajo la dirección de Fernando Ortiz, y el tercero desde 1994 hasta el día de hoy. La revista contiene ocasionalmente artículos con un contenido antropológico, como por ejemplo “El hombre, la actividad humana, la cultura y sus mediaciones fundamentals” por el doctor Rigoberto Pupo (Vol. CI, época III, No. 26, enero-junio 2007: 165-172).

Una publicación periódica que contiene material antropológico es el “Anuario de Literatura y Lingüística”, órgano del Instituto de Literatura y Lingüística, fundada en 1965 y conocida como el Anuario L/L; desde 1967 ha sido publicada en dos series: Estudios Literarios  y Estudios Lingüísticos. que viene en dos series, en Estudios Literarios y Estudios Lingüísticos. Del contenido de las dos series se desprende claramente lo arbitrario en la división de las disciplinas, pues inevitablemente hay artículos lingüísticos en el anuario literario. Encontramos artículos de carácter socio-lingüístico, tales como “Análisis de una muestra de topónimos” de Alina Camps y “De cómo los diccionarios reflejan la sexualidad y otros conceptos afines” de Aurora Camacho en el número 35 de 2004.

La revista “Isla”, publicada desde 1958 por la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (lo que quiere decir hoy de Santa Clara) bajo la dirección de Samuel Feijóo, fundador de la revista (y de otras muchas cosas en la provincia de Las Villas, que hoy corresponde a Santa Clara, Santi Espíritu y Trinidad). La revista “Isla” es de un estilo muy similar al de la revista mexicana “La Palabra y el Hombre” de Veracruz: aparte de artículos que pertenecen a la historia y las ciencias sociales y humanísticas, contiene una gran cantidad de textos de ficción y poesía, lo que no puede sorprender a nadie, recordando que su creador y director durante muchos años, Samuel Feijóo, era al mismo tiempo novelista, cuentista, artista multimedia y antropólogo. Un artículo claramente antropológico es “La mítica y la mística del horror: “justificación” antropológica de la guerra” de Manuel Martínez Casanova, en el no. 137 de la revista, que corresponde a julio-septiembre de 2003 (p. 34-44)[24].

La revista “Temas” es publicado por el Instituto Juan Marinello, no es explícitamente una revista antropológica, pero sí en sus números se encuentran textos antropológicos. La revista es, como el Instituto al cual debe su existencia, muy abierta y extrovertida, con muchos artículos clave de autores de fuera de la isla.

A título de ejemplo, en el número 46 de la revista, que corresponde a abril-junio de 2006, y que está dedicado a la “modernidad y sociedad civil”, abre el número con un artículo de Samir Amín acerca de “las desviaciones de la modernidad. El caso de África y del mundo árabe” (p. 4-22), para continuar con una conversación con Vattimo (p. 23-30), un artículo acerca de “los discursos liberales y el despliegue hegemónico de la modernidad (p. 31-39), no puede falta un artículo sobre “el método de Marx en las redes de la racionalidad moderna” (p. 40-53), otro artículo sobre la “sociedad civil, opinión pública y disentimiento colonial”, para terminar el dossier con un texto acerca de “la sociedad civil en la Cuba contemporánea: la política estadounidense y la realidad cubana” (p. 64-76).

En el número 48, de octubre-diciembre 2006, encontramos un dossier con  artículos dedicados a “Ciudades de hoy y de mañana”, que empieza con un artículo emblemático acerca de “Eusebio Leal: salvaguardar La Habana”

Fuera del “Enfoque” termina el número con una reseña del libro “Poder-saber: Una ciencia política de la liberación” de Hiram Hernández Castro

En el número 49, de enero-marzo 2007, el dossier está dedicado a un tema que bien podría ser antropológico: al “deporte: terreno cultural”, con ocho textos. Fuera del dossier encontramos dos artículos que no estarían fuera de su lugar en una revista explícitamente antropológica: “el enclave étnico y la economía internacional” de Luis René Fernández Tabio (p. 95-105) y “De cómo se forjó la identidad cubana en sus encuentros culturales con los Estados Unidos” de Jorge Ibarra (p. 126-130).

La revista “Del Caribe”, que fue fundada por Joel James Figueroa, uno de los grandes nombres en las ciencias sociales y el folklore en el Oriente, es publicada por la Casa del Caribe en Santiago de Cuba. No puede sorprender que una buena parte del interés gire en torno a la herencia cultural africana, a veces pasando por la isla vecina de Haití. Ejemplos son los artículos “Nuebayol y los avatares de lo latino/americano: Historia, discursos y escenarios políticos” de Agustín Lao-Montes y “Travesía ideológica de la cuentística nagó-yoruba en la diáspora brasileña” de Félix Ayoh’Omidire, ambos en el número 50 de la revista, correspondiendo al año 2007.

Un detalle interesante de esta revista es que publica anualmente, como extensión, un anuario con el título “El Caribe Arqueológico”, que en el número 9, correspondiendo al año 2006, inicia con un artículo de Silvia Hernández, la principal investigadora de la historia de la arqueología cubana, acerca de “La primera década del siglo XX y el desarrollo de la arqueología en la isla” (p. 2-8). Los demás textos de este número confirman la vocación caribeña que promete el título, con textos acerca de la arqueología en la República Dominicana, en Puerto Rico y en Venezuela, y un artículo del antropólogo más importante en la República Dominicana, Marcio Veloz Maggiolo, acerca de “evidencias antillanas de maíz precolombino”.

La revista “Chacmool” tiene como subtítulo “Cuadernos de trabajo cubano-mexicanos”, con lo que se indica que es una coproducción mexicano-cubana. La revista es de una orientación muy histórica, y la mayor parte de sus artículos son sobre temas históricos tratados de una manera histórica, pero hay algunos textos que se acercan mucho a las temáticas y la visión antropológica. En el número IV, el texto que más se acerca al universo es acerca de las fiestas en Yucatán: “Fiestas y ferias en Yucatán durante el siglo XIX” de Pedro Miranda Ojeda (p. 139-160). Otro texto de un tema predilecto antropológico es “Rebeldías sin fronteras: El zapatismo y Cuba, 1916-1920” de Dulce María Rebolledo y Francisco Pineda (p. 10-29).

Finalmente, tenemos en nuestras manos los números del anuario “Estudios etnológicos” que corresponden a los años 1989 y 1990, en cierto sentido los dos números son monumentos a la carrera científica de Cuba, pues son las dos últimas manifestaciones del pensamiento soviético en las ciencias sociales, inmediatamente antes de la caída del muro, la debacle del sistema soviético en la entonces Unión Soviética y el retiro de los soviéticos de la isla.

Los dos números reflejan fielmente el estilo soviético de hacer etnología, tanto por su temática como por el enfoque. El número de 1989 está dedicado a Camagüey y es un resumen de los resultados de la expedición a Camagüey que se llevó a cabo en el contexto de la elaboración de un “Atlas etnográfico” de la isla “que se elabora actualmente basado en un extenso programa de investigaciones, constituirá un resultado científico de singular importancia para el conocimiento de los rasgos distintivos de nuestra identidad cultural al exponer y analizar las características esenciales de diversas manifestaciones de la cultura tradicional y la distribución espacial de sus elementos tipológicos, mostrando las similitudes y diferencias regionales de tales componentes y las transformaciones que en estas expresiones culturales se han experimentado debido al proceso revolucionario” (Pérez Álvarez, 1991: 1).

El repertorio del número refleja con mucha precisión los temas que dominan en la etnografía y etnología de origen soviético: una buena parte de los artículos tratan lo que podemos llamar la base económica y la tecnología, y en la mayor parte de los casos desde una perspectiva histórica: “fundamentos económicos del poblamiento en Camagüey. Segunda mitad del siglo XIX”, “los instrumentos de trabajo agrícola en las provincias de Camagüey y Holguín”, “la pesca tradicional en Santa Cruz del Sur, Camagüey (1902-1958)”, “las viviendas de los inmigrantes anglosajones, germanos y nórdicos de Camagüey y Las Tunas”, “los asentamientos rurales en Camagüey en el periodo de la república neocolonial”. Otros dos artículos redondean este temario: “la fiesta de San Juan en Camagüey” y “apuntes para un estudio de la música haitiana en Camagüey”, mientras que en la última parte del número encontramos dos textos de igual número de esferas de interés cubano: “el sureste de la República Popular de Angola. Una región de contrastes físicos y étnicos” y “apuntes sobre un problema centroamericano: el indígena y la lucha revolucionaria (1970-1987)”.

El número de “Estudios etnológicos” que corresponde a 1990 es más delgado, pero al mismo tiempo un poco más variado; sin embargo, el peso del número se concentra en la sección llamada “Fuentes documentales para el estudio de la cultura material”, con cuatro artículos: “los asentamientos rurales en Cuba”, “el mobiliario y ajuar de la vivienda rural cubana”, “comidas y bebidas de la población rural en Cuba” y “los instrumentos de trabajo en el sistema agrícola tradicional de Cuba”.

La segunda sección del número extiende la mirada a otras partes de América Latina: “introducción al estudio de la identidad cultural y la cuestión étnico-nacional en América Latina” y “Barbados y el movimiento indio”.

Finalmente contiene el número una “Comunicación” acerca de “El archivo científico del Departamento de Etnología”

 

Las perspectivas de la antropología en Cuba

Planteando la pregunta ¿cuáles son las perspectivas de la antropología – o, más bien, antropológicas – en Cuba, el mejor punto de partida sería preguntar ¿qué proyectos y actividades antropológicos hay en Cuba, cuáles son sus problemas particulares y cuáles son sus fundamentos? Podemos partir de los presupuestos que dieron nacimiento al presente texto:

-                     Que no existe una carrera de antropología en la isla

-                     Que existe una teoría antropológica, pero sin un método antropológico

-                     Que la antropología puede proporcionar ciertos conocimientos

-                     Que, sin embargo, existe cantidad de proyectos antropológicos

Después de observar de nuevo que no existe una carrera de antropología en Cuba, o sea que no hay una formación de antropólogos, podemos buscar los proyectos y las actividades antropológicos más claramente en tres áreas:

-          En las actividades del Instituto Cubano de Antropología

-          En las actividades de la Fundación Fernando Ortiz

-          En la enseñanza en la carrera de estudios socio-culturales

El mundo está lleno de paradojas, y otra paradoja es que la antropología, que en los años sesenta y setenta era una disciplina muy fuerte y de mucha influencia, hoy se encuentra en una situación de total marginación, y solamente una pequeña tribu de especialistas muy tercos se dedican a esta disciplina agonizante. Lo paradójico es que parece que otras disciplinas, más populares y más altamente especializadas, están buscando exactamente esta herramienta cuya principal cualidad es su capacidad de captar a la sociedad y al hombre enteros y no solamente aspectos de su objeto de estudio. De esta manera, Jeffrey Alexander tiene un libro y un capítulo de otro acerca de la “sociología de la cultura”, y de otras disciplinas se pueden mencionar obras de Terry Eagleton y Raymund Williams, entre otros. Aparentemente se siente en Cuba la misma necesidad, pues encontramos dos nuevos libros de texto para la carrera de “estudios socioculturales” (que es una especie de sociología disfrazada como antropología, o al revés), con el título de “Sociología de la cultura”.

Al margen de la antropología existe una sólida tradición de estudios históricos dentro de la tradición soviética, es decir que estos estudios históricos absorben tanto la antropología como la sociología y la arqueología, distribuyéndolas en la etnología y la etnografía. Sin embargo, ya que la antropología soviética – que normalmente es conocida como etnología – nunca llegó a desarrollar un método de trabajo de campo capaz de captar la cultura no material con reflexividad, falta acceso a cierta información.

Dentro de esta tradición histórica existe una tradición de investigación arqueológica nada despreciable, hasta tal grado que en muchos casos los arqueólogos llevan a cabo trabajos que según la tradición occidental pertenecen a la antropología.

Existe una reciente y todavía débil tradición de estudios sociológicos (con la carrera de sociología en tres universidades: La Habana, Santa Clara y Santiago de Cuba), dentro de las cuales se imparten cursos de antropología. Paralelamente existe a partir de alrededor de 1995 en todas las provincias de la isla una carrera de estudios socio-culturales, que abarca un año de clases de “antropología”, y que está luchando para desarrollar un método. La prueba está en el hecho de que hace dos-tres años fueron publicados dos volúmenes de libros de texto, que realmente son libros casi de antropología, con el título (y el contenido) de Sociología de la cultura.

Los conocimientos de teorías y métodos antropológicos occidentales (es decir de antropología social y cultural) son pocos, debido a la exclusión de la antropología social y cultural de la tradición marxista, que dominaba el escenario hasta alrededor de 1990.

No existe una tradición de trabajo de campo antropológico (es decir del componente etnográfico de la antropología occidental), pero sí existe una larga y sólida tradición de trabajo social y comunitario que en algunos aspectos colinda con la etnografía.

Existe una reciente y todavía débil tradición de antropología política, principalmente en las universidades de la Habana y Santa Clara, como parte de la enseñanza de la sociología.

Existe una tradición de investigación en antropología económica alejada de las normas occidentales, pero más fácilmente articulable con ellas.

Existe un desmesurado interés por la antropología simbólica, pero hay pocos conocimientos de las teorías, métodos y técnicas relevantes.

Como se ve de lo anterior, la antropología en Cuba tiene detrás de sí una larga historia que, sin embargo, ha dejado la antropología en la isla en una situación precaria. Podemos dirigir la mirada hacia los espacios donde hoy se hace antropología, a veces sin llamarla así. Podríamos empezar con el espacio más conspicuo: el Instituto Cubano de Antropología que, a partir de 2008, tiene su propio edificio de cinco pisos en el no. 203 en la Calle de la Amargura en la Habana Vieja.

El instituto cuenta con una serie de proyectos de investigación y, como se podría esperar, encontramos la máxima estabilidad y continuidad en el campo de la arqueología, donde el Instituto cuenta con un investigador tan capaz como lo es el Maestro Pedro Pablo Godo. En este contexto se inauguró hace pocos años un pequeño museo arqueológico en el edificio del Instituto.

Otra línea de investigación es el estudio de petroglifos y pinturas rupestres, una tradición larga y sólida en la isla, que cuenta con un inicio en 1922, con la exploración de las cuevas en la Isla de la Juventud, anteriormente la Isla de los Pinos.

Otra actividad importante que se lleva a cabo en el Instituto es la docencia, con un fuerte énfasis en el estudio de la religiosidad popular, con mucha atención a las religiones de origen africano. En este contexto los autores de este texto hemos impartido cursos en el Instituto Cubano de Antropología en La Habana a partir de 2007: la antropología social británica, la antropología y la interdisciplinariedad, la antropología política, entre otros cursos, y hemos presentado ponencias en los congresos de antropología prácticamente cada año.

La Fundación Fernando Ortiz nació en 1994, en medio de los años especiales, y está hospedada en la antigua residencia de Fernando Ortiz, el fundador de la antropología moderna en Cuba.

Una de las cosas interesantes es que hay una casi total coincidencia entre las actividades e intereses en el Instituto Cubano de Antropología y la Fundación Fernando Ortiz, una coincidencia que se muestra en la publicación del informe de Fernando Ortiz de 1922: los editores del informe son dos investigadores del Instituto, pero la publicación fue hecha dentro del marco de la Fundación, Pedro Pablo Godo Torres y Ulises Miguel González Herrera (Ortiz, 2008).

La Fundación es más visible, gracias a la revista Catauro que publica semestralmente, que es realmente la única revista explícitamente dedicada a la antropología. En las páginas de la Catauro se publican los resultados de uno de los proyectos de la Fundación: el estudio del desarrollo histórico de la antropología en Cuba, el resultado es que los números de la revista Catauro realmente constituyen una historia de la antropología en Cuba, como ejemplo se pueden mencionar de los últimos números de la revista: en el número 19, del primer semestre de 2009, se presenta un texto inédito de Fernando Ortiz, en la presentación al cual leemos que “en su afán por la investigación de los fenómenos sociales, Fernando Ortiz incorporó variadas concepciones, métodos y técnicas para realizar estudios a través de distintas ciencias, conformando así una obra multidisciplinaria en cada uno de sus enfoques con el fin de aproximarse a la realidad histórica, con una infinita cantidad de matices” (Garciga, 2009: 153), después de lo cual sigue el texto de Fernando Ortiz, “Notas sobre la transición hacia el capitalismo en Europa. Volumen I” (Ortiz, 2009), de una obra que, de acuerdo a la introducción, estaría planeada en cinco volúmenes: I. Notas sobre la transición hacia el capitalismo en Europa, II. Cristóbal Colón antes del descubrimiento de América, III. La empresa colombina y la subyugación política, IV. La subyugación política interior o el segundo viaje de Colón a América, y V. La subyugación económica o los últimos viajes de Colón a América” (Garciga, 154).

El número 20 de la revista se viene a presentar un texto acerca de “la nueva propuesta”, que pretende cubrir “la necesidad de un nuevo esquema de periodización y nomenclatura, que sea capaz de reflejar en toda su riqueza, complejidad y significado lo ocurrido realmente en el más prolongado y desconocido periodo de nuestra historia, o sea, que esta propuesta responde a la necesidad inaplazable de contribuir a la comprensión de nuestros orígenes, y no a un simple prurito academicista de perfeccionamiento o a un criticismo banal” (Alonso & al., 2009: 8), lo que es realmente la renovación, con información arqueológica, de una vieja discusión marxista y evolucionista. El número 21 incluye un texto de Jesús Guanche (en nuestra opinión uno de los dos más importantes historiadores de las ciencias sociales en la isla, junto con Rangel, que escribe ampliamente en otros números de la revista), acerca de “los componentes africanos en Cuba: contribución a su estudio en los siglos XX y XXI” (Guanche, 2010). El mismo número contiene noticias acerca de un personaje que hasta el momento casi no había sido mencionado: Edward Burnett Tylor, que padecía asma (igual que Malinowski, en ambos casos el asma tiene la responsabilidad de que se volvieron antropólogos), por lo que llegó a Cuba en 1856, en calidad de convaleciente, para después seguir viajando en México: contiene una breve introducción (Korsbaek, 2010), y la traducción del primer capítulo (Tylor, 2010) del libro que Tylor publicó en Londres cinco años después (Tylor, 1861).

Finalmente quisiéramos mencionar la carrera de estudios socio-culturales, que es realmente lo más que nos acercamos en Cuba  a una carrera de antropología a nivel de licenciatura. Con la caída de la Unión Soviética se inició un proceso de descentralización de varias instituciones, de las cuales las más importantes fueron las militares y las educativas. Con este proceso surgió un nuevo interés por el municipio y la comunidad local, por lo que nació alrededor de 1995 la nueva carrera de estudios socio-culturales. El plan de estudios de la licenciatura es muy similar en todas las 13 provincias de la isla, solamente con leves modificaciones a nivel de provincia, y contiene dos semestres de cursos de antropología, en el quinto y el sexto semestre de la carrera. Es para esta carrera que se ha elaborado un nuevo libro de texto, en dos tomos, con el título de “Sociología de la cultura”. La carrera se imparte en las universidades en las cabeceras de las provincias, más en cursos a distancia.

Quisiéramos mencionar dos observaciones: en primer lugar que invitando a una bióloga, que tiene un íntimo conocimiento de Cuba, pues trabajó en la isla siete años poco tiempo después de la Revolución y que ahora dirige proyectos de ciencias sociales, preguntándole: ¿cuál es la sociedad civil en Cuba?, nos contestó sin titubear: “no existe”; en segundo lugar que unos de los autores del presente texto presentó, junto con un sociólogo cubano, en un congreso de sociología en Ensenada una ponencia en la cual señalamos que existen problemas que podemos llamar un poco diplomáticamente “socio-culturales” en México y también en Cuba, en lo que no hay nada ni novedoso ni original, lo interesante es que los problemas son en gran medida los mismos en las dos sociedades.

Si recordamos que la antropología que buscamos es una antropología amplia boasiana, entonces se nos permite plantear la pregunta: ¿cuál es el objetivo de una antropología? Y contestar que es la formación de una sociedad civil en la encrucijada de la tradición y la modernidad[25].



Notas:

[1] El presente texto fue presentado originalmente, en una forma un poco diferente, como ponencia en el evento The Anthropology in the World Conference organzado por el Royal Anthropological Institute en the British Museum, en Londres, del 8 al 10 de junio de 2012. La versión inglesa se encuentra en proceso de publicación. Deseamos mencionar también que una versión parcial del presente texto, con diferencias importantes, fue publicada en la revista Cuicuilco de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (Korsbaek & Barrios, 2009), y que una versión de la primera parte de este texto ha sido publicada en Guadalajara bajo el título de La antropología en Cuba I: Origen y desarrollo (Korsbaek & Barrios, 2010) pero, ya que la revista donde fue publicada ya no existe, debido a los conflictos en la rectoría de la Universidad de Guadalajara, la segunda parte nunca va a salir.

[2] Leif Korsbaek es Antropólogo de la Universidad de Copenhague y Doctor en Ciencias Antropológicas por la UAM Iztapalapa, es Profesor-Investigador de la Maestría en Antropología Social de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH-INAH).

[3] Marcela Barrios Luna es Licencia en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México y Maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca.

[4] En nuestras entrevistas y contactos informales con todo tipo de personas relacionadas con la antropología en Cuba, nos asombra que casi nadie reconoció el nombre del Fray Ramón Pané, supuestamente el único o de los muy pocos que han podido transmitir conocimientos de los indígenas en Cuba sobre la base del contacto con indígenas todavía vivos en las Islas Antillas.

[5] Baracoa cuenta hoy con su cronista, el doctor Alejandro Hartmann Matos, director del museo del pueblo (Hartmann, 2000).

 

Cómo citar este artículo:

KORSBAEK Leif y BARRIOS LUNA, Marcela, (2013) “La antropología en Cuba: nacimiento, desarrollo, ausencias y su posible renacimiento”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 14, enero-marzo, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=614&catid=5