Changos: Antecedentes para la identificación cultural de los pueblos pescadores de la costa Norte de Chile

El presente artículo pretende ser una descripción etnohistórica y antropológica de los antiguos pueblos pescadores de la costa norte de Chile. Aquí se presenta una caracterización y discusión en torno a diversos indicadores culturales asociados a estos grupos humanos, constituyéndose como una búsqueda de imágenes y orígenes de los desaparecidos Changos. A partir de esto, se presenta un análisis de la pictografía e iconografía asociada a la principal actividad comercial y económica de estos grupos: la caza de ballena en balsas de cuero de lobo marino.

Palabras clave: Changos, pueblos pescadores, costa norte de Chile, indicadores culturales, arte rupestre

 

Introducción

La región norte de Chile, se presentó ante los ojos de los conquistadores y cronistas como una tierra hosca e intratable, no así para los pueblos originarios que habitaban esa zona. Actualmente, el territorio ha sido dominado por sus habitantes, quienes construyeron ciudades sobre los antiguos poblados indígenas. Por su parte, el mar se ha constituido como la principal fuente de recursos tanto para los antiguos habitantes como para los actuales.

En el siglo XVI, un grupo de aventureros españoles, se dieron a la tarea de recorrer lo que actualmente seria la Región de Tarapacá. Ésta región se caracterizaba por ser  una zona seca, carente de zonas de cultivo y prácticamente despoblada, lo que contrasta con los 250.000 habitantes que actualmente viven en su capital: Iquique.

Desde esta ciudad partían las expediciones españolas atraídas por el señuelo de la fortuna y la explotación de minas de oro y plata, anteriormente explotadas por los incas. Son estos viajes, y el posterior transporte de los insumos mineros, los que generarían conocimiento sobre los grupos humanos que habitaban el borde costero.

Las primeras descripciones hechas por cronistas como Antonio Vásquez de Espinoza y Cieza de León, sobre los habitantes de la costa son muy generales, pero sumadas las investigaciones de las últimas décadas (Berenguer, Llagostera, Lehnert, Herrera, etc.), nos revelan lo poco que sabemos de nuestras antiguas comunidades costeras. Los datos arqueológicos más antiguos señalan que los pescadores y mariscadores de la costa norte de Chile, estaban presentes desde hace 10.000 años atrás (Berenguer, 2008), lo que nos da cuenta de que las poblaciones actuales son resultado de un proceso cultural de larga data, siendo los Changos, los últimos exponentes de los recolectores, pescadores y cazadores que durante casi 10.000 años ocuparon el litoral del Pacifico entre el sur del Perú y Coquimbo.

Debido a las dificultades para conseguir alimentos y agua bebestible, eran un pueblo de mucha movilidad, facilitada a su vez por su exclusiva tecnología de navegación basada en  rápidas balsas capaces de transportar familias y carga, lo que fomentaba la dispersión, que unida a la transitoriedad de sus campamentos, podría inducir fácilmente a error a los arqueólogos, si es que se calculara la población de un lugar en base al gran cúmulo de viviendas circulares allí dejadas. Como plantea Llagostera (1982), los sistemas políticos y sociales de estas poblaciones costeras no adquirieron una mayor complejidad, como si pudo haber ocurrido con los grupos agrícolas del interior, debido a la existencia de dos factores limitantes esenciales, dentro de los cuales se considera la escasez de los pozos de agua potable.

“En consecuencia, cuando el agua potable es el recurso mas escaso, se convierte en el factor limitante de mayor relevancia Aunque la prodigalidad del mar humboldtiano pudo sustentar núcleo poblacionales de considerable densidad, la mezquindad de los recursos hídricos terrestres limitó el tamaño de ellos.”  (Llagostera, 1982: 236)

El otro factor planteado por Llagostera, está dado por el sistema de producción propiamente tal, debido a la incapacidad de ejercer un control político sobre el mar, tan fuerte como el que podría propiciar la tierra. (Llagostera, 1982)

“Nuestro pensamiento es que la debilidad de los sistemas políticos en los ambientes altamente productivos se debería, entre otras cosas, a la dificultad de ejercer así un control político efectivo sobre la producción.” (Llagostera, 1982: 237)

Las sociedades pescadoras habrían constituido grupos étnicos bien diferenciados, en las cuales su identidad estaba dada por el sistema de producción marítimo (Llagostera, 1982). De esta forma, como lo plantea Horacio Zapater (1998), son estas poblaciones indígenas que merodeaban por la costa septentrional y central de Chile, las que se conocen en la bibliografía antropológica bajo la denominación de Changos.

“A estos indígenas del litoral, también se les denominaba, Camanchacas. Registra este nombre Reginaldo de Lizárraga. Explica que la gente del lugar los llamaba así: “porque los rostros y cueros se les ha vuelto como una costra colorada durísimo”. Sugiere, el autor que esa pigmentación la adquieren por beber sangre de lobo marino”. (Zapater, 1998: 113)

 

Caracterización Sociocultural

André-Marcel D’Ans (1976) hace una importante referencia a los relatos hechos por el ingeniero Bresson, en un antiguo documento inédito llamado “le désert d’Atacama et caracoles” publicado en el año 1875.

En este documento, que da cuenta de observaciones efectuadas en 1870, se hace una breve pero interesante descripción etnográfica de los pueblos de la costa norte de Chile. Se destaca la actividad pesquera de los Changos, que les permite conseguir los alimentos ausentes en el desierto. Según la descripción de este viajero, estos grupos escogen los alrededores de una aguada para establecer “su pueblo”, estableciendo  habitaciones que se caracterizan por ser de una construcción muy simple:

“…fijan en la arena cuatro costillas de ballena –éstas abundan en las playas-  y rellenan los intervalos con piel de foca o con trapos. En el interior no se encuentra ni cama, ni asiento, ni mesa. El único mueble es una odre hecha de estomago de foca y que sirve para el transporte y la conservación de la provisión de agua dulce que traen de la aguada vecina.” (Bresson, 1875. En: D’Ans, 1976: 124)

También en el relato de este viajero, se hace referencia a los modos de pesca utilizado por estos grupos, haciendo alusión a “unas embarcaciones muy extrañas, llamadas balsas” (Bresson, 1875. En: D’Ans, 1976: 125). En el relato se especifica que estas embarcaciones están compuestas por dos cilindros de cuero de lobo marino inflados y dispuestos paralelamente con las extremidades ligeramente levantadas. Los dos cilindros estarían unidos por pequeños travesaños sobre los cuales se extiende otra piel de foca, “es sobre esta especie de puente donde se sientan y acurrucan los changos”. (Bresson, 1875. En: D’Ans, 1976: 125)

Se considera que las comunidades de pescadores asentados en el extremo norte, no pertenecen a un solo grupo étnico, y por lo tanto la categoría de chango atribuida a las sociedades pescadoras no debería ser empleada en un sentido étnico, pues al parecer, esta es una denominación genérica establecida por los viajeros españoles que la utilizaban para designar a cualquier grupo de pescadores del sector. En este sentido, Juan Alberto Herrera (1995) pretende desmitificar la supuesta unidad e identidad étnica de los llamados Changos. Este término habría aparecido documentado por algunos cronistas y viajeros del siglo XVII, quienes con este nombre designaron a las sociedades pescadoras. Esto debido a que el español no habría logrado percibir que entre estas sociedades había diferencias culturales, espaciales y tecnológicas, como lo demuestran sus evidencias materiales. Según Herrera, el español cuando accedió a la costa del extremo norte encontró una compleja realidad multiétnica, de la cual pareciera, no logró percibir mayores diferencias, excepto la identificación de los elementos incaicos en el área. Consecuentemente, en relación a los tipos de pescadores, pareciera que se les evaluó a partir de su actividad económica sin reparar en su identidad cultural.

Entre los indicadores culturales que el autor emplea para identificar a las sociedades pescadoras, menciona los tocados cefálicos y los deformadores craneanos, que fueron empleados desde épocas arcaicas, y que aun durante el periodo Tardío se encuentran en algunas crónicas del siglo XVII. Estos tocados habrían sido elementos de identificación entre los sujetos y los ayllus.

En relación a la tradición y el mundo mágico-religioso de los grupos pescadores, Herrera (1995) hace referencia a la adoración al mar (independiente de los ídolos particulares de cada provincia), debido al beneficio obtenido de sus recursos, que les permitía alimentarse y poder establecer relaciones de intercambio con otras zonas agrícolas.

Las actividades ceremoniales y rituales de los pescadores estarían directamente relacionadas con el mundo del mar, obedeciendo a una larga tradición cuyos primeros antecedentes son las momias de los pescadores-cazadores de tradición Chinchorro (Herrera, 1995).

Esta adoración al mar se vería reflejada, como veremos mas adelante, en el arte rupestre asociado a estos grupos pescadores, la cual es considerada también como un indicador cultural relevante (Herrera, 1995), que eventualmente puede ser utilizado para la identificación étnica de los grupos pescadores. Esto debido a que estas representaciones encierran una invaluable riqueza simbólica, graficando la evolución que experimentaron los diseños y figuras.

Los diseños rupestres reproducirían, según Herrera (1995), entre otros elementos, algunas especies marinas, como ballenas, Toninas, lobos marinos y aves marinas. Muchos de estos diseños se pueden apreciar a lo largo  de toda la costa del Norte Grande (sitio de las Lisas, Cueva del Inca, Morro de Arica, la Capilla, Una cueva en Vitor y dos en la desembocadura de Camarones).

En la Quebrada de Guatacondo algunos diseños rupestres representan balsas de cuero de lobo, tripuladas por remeros y hombres pescando con lienza. También se observan escenas de guerreros enfrentándose con arcos, en probables disputas territoriales de grupos étnicos diferentes (Herrera, 1995).

 

Asentamientos pescadores

Las embarcaciones como elementos tecnológicos junto con las diferentes técnicas de pesca y navegación, posiblemente tuvieron alguna relación con la estructura y organización social de los grupos pescadores.

La espacialidad y movilidad de estos grupos,  posiblemente estuvo vinculada con la estacionalidad de algunas especies marinas y la constante búsqueda de bancos de moluscos y peces. Otro elemento de movilidad probablemente lo encontramos en la segmentación de estos grupos, los que por saturación demográfica o “fragmentación política” se dividieron y abandonaron su banda de origen, dando lugar así a una nueva banda, capaz de crear su propia tradición (Herrera, 1995).

La movilidad de los grupos pescadores estuvo favorecida por el manejo de ciertos tipos de embarcaciones, entre las que destacan las construidas en cuero de lobo marino, adecuadas también para faenas de pesca y recolección de orilla (Herrera, 1995).

Su movilidad y asentamientos de tipo nómada, habría estado basada en el uso de campamentos móviles con áreas de pesca reconocidas a lo largo del litoral, a su vez las viviendas fueron construidas con materiales ligeros (Ver figura 2), conformándose como una suerte de carpas o toldos sujetos a estacas (Herrera, 1995).

Con todo, estos pueblos prehispánicos se dotaron de una gran capacidad de adaptación al medio, logrando soportar las severas condiciones de una zona árida, tosca y poco amigable, a la vez que se desarrollaban de manera eficiente en relación a los recursos marinos que estas costas les ofrecía.

Sin embargo, según José Berenguer (2008), estas sociedades no habrían tenido acceso a todos los recursos marinos de una sola vez, más bien, existió una conquista paulatina de distintas dimensiones del espacio marino.

En un primer momento, entre el 8000 y el 6500 A.C., los recolectores marítimos dominaron las orillas del mar mediante redes y Chopes. En un segundo momento, entre el 6500 a.C. y el 200 d.C., los pescadores tempranos dominaron las profundidades mediante diferentes tipos de anzuelos. Finalmente en una tercera etapa, del 200 d.C. en adelante, los pescadores tardíos dominaron la dimensión latitudinal del mar a través del uso de embarcaciones, principalmente de balsas de cuero de lobo marino, con las que accedían a recursos de mar adentro, donde resalta por su importancia la caza de ballena (Berenguer, 2008).

Es decir, basándose en Llagostera (1982), se plantea un proceso que va desde la conquista de la “dimensión longitudinal”, pasando por una conquista de la “dimensión batitudinal”, llegando hasta la conquista de la “dimensión latitudinal” del mar, en la que a través de las balsas, fue posible internarse hasta 15 o 20 Km. en el océano, para pescar o arponear especies que eran inaccesibles desde la orilla. En este progresivo acceso a nuevos niveles de energía:

“Cada nivel sucesivo representa una estrategia de adaptación cultural en la cual se hacen presentes medios cada vez más eficientes para explotar los recursos de energía disponibles para el grupo [...], en este proceso están implícitos los artefactos, instituciones, ideológicas y toda la serie de comportamientos con los cuales una sociedad está equipada para la explotación del potencial energético de su hábitat.” (Llagostera, 1982: 218)

De esta forma, las poblaciones litorales habrían conseguido un acceso diacrónico hacia sucesivas fracciones del espacio marino, en la cual la “dimensión longitudinal” hace referencia  a que “el insumo energético estaba restringido solo a la captura de fauna de las orillas del mar, específicamente de la franja de mareas, y aparentemente sin otro instrumental para la pesca que las redes.” (Llagostera, 1982: 224). Posteriormente, el acceso a  la “dimensión batitudinal” se caracterizaría por la aparición del anzuelo, “que a pesar de su pequeñez impactó la vida económica y social del hombre del litoral, permitiéndole el dominio de una nueva dimensión del mar: la profundidad [...], se genera de esta forma una “cultura del anzuelo de concha.” (Llagostera, 1982: 227). Por último, en el acceso a la “dimensión latitudinal”, se produce un salto hacia un nuevo nivel energético gracias la balsa de cuero de lobo marino, la cual “permitió el acceso a la amplia extensión del mar en busca de recursos nuevos y que representó la etapa final del proceso adaptativo de los pueblos prehispánicos.” (Llagostera, 1982: 230)

Sin embargo, no solo el mar fue conquistado por estos grupos costeros, sino también los productos continentales,  viendo las ventajas de los recursos vegetales, ya sea para su utilidad manufacturera, como alimenticia. (Llagostera, 1989)

“…en los sectores endorreicos de la costa, los grupos tuvieron que desarrollar circuitos transhumánticos, con desplazamientos de 30 ó 40 Km., para conseguir la implementación de materias primas y alimentos carbohidratados.” (Llagostera, 1989: 58)

De esta forma, el intercambio se transformo en un gran aporte a la eficiencia adaptativa de los pescadores, implicando la optimización de la producción marítima, al entregar recursos locales a cambio de recursos proteicos foráneos. (Llagostera, 1989)

En relación a los asentamientos costeros, basándose en el análisis de los relatos del cronista Vásquez de Espinoza (Larraín, 1974), se distinguen diversas formas de residencia, las que a su vez parecen configurar diversos patrones de asentamiento.

Según Larrain (1974), en el relato de Vásquez de Espinoza, la diferencia conceptual entre las frases: “algunos indios pescadores” y “un pueblo pequeño de indios pescadores”, pasa a ser realmente significativa.

Por un lado tendríamos a grupos de familias nómadas que recorren periódicamente un sector costero en forma transhumante, con dependencia de un campamento o villorrio de base. Estos grupos de pescadores (preferentemente varones o grupos pequeños de familias), vagaban por estos lugares en épocas mas propicias para la pesca, residiendo en estos lugares (caletas, playas o desembocaduras de ríos) por breve tiempo. Estos asentamientos temporales de pescadores se explicarían por la gran abundancia de pesca en dichos lugares.

Estos pescadores, según Larrain (1974), carecerían  de residencia estable en tales lugares, pero posiblemente procedían de comunidades algo más numerosas que el cronista Vásquez de Espinoza denominara como “pueblos”.

Por otro lado tendríamos grupos de familias sedentarias que en forma estable constituían un poblado  que jamás llegaba a estar totalmente deshabitado, pese a que muchas veces sus varones se ausentaban para pescar o cazar.

Se concluye respecto a esto que desde el primer contacto español con esta área costera, se dio el nombre de “pueblos” a los villorrios de pescadores sedentarios, y no a los agrupamientos circunstanciales o estacionales de los pescadores nómadas (la misma denominación que ocupa Vásquez de Espinoza).

La escasez de agua bebestible es uno de los primeros antecedentes que llaman la atención, y basta con observar la aridez de la zona para darse cuenta del enorme sacrificio que exige esta costa desértica para la sobrevivencia. Con el afán de consumir aguas más puras y evitar los altos niveles de arsénico y metales pesados que contienen las vertientes o afloramientos de agua en la costa, estos grupos subían a las alturas de la cordillera de la costa donde la neblina marina choca con los cerros produciendo el fenómeno conocido como la camanchaca (Ver figura 3). A su vez, estos grupos tuvieron que satisfacer sus necesidades en las vertientes de agua, las cuales debido a que son un recurso focalizado y limitado, llevo a los grupos a asegurar su abastecimiento asociándose territorialmente a estas aguadas. (Llagostera, 1989)

Juan Araya (1987), presenta dos testimonios de comienzos del siglo XIX, que nos permite conocer la situación de los indios changos después de trescientos años de roce con los blancos, y que evidentemente fueron afectados por el mestizaje y la aculturación.

El primer documento es un informe suscrito por dos franciscanos que debieron efectuar labores misioneras en la caleta del Paposo hacia 1806. El segundo testimonio corresponde al explorador e investigador británico William Bollaert, quien se preocupó de dejar algunas noticias interesantes sobre los nativos que observó en Cobija.

Los padres franciscanos caracterizan de la siguiente forma a los changos presentes en Paposo en los inicios del siglo XIX:

“Todos ellos son pobres por su ejercicio y no tienen ninguna propiedades que los sostengan. Para su subsistencia solo les provee la pesca del pejecongrio, por cuyo comercio raras veces se aparecen allí, expendedores de abastos de otra calidad, ni de ropas aparentes para su vestuaridad. Todo lo mendigan de provincias remotas, de Copiapó, de Atacama y puertos intermedios, a precios muy extraordinarios, y que sobrepasan los supremos.” (Araya, 1987: 13)

Este relato continúa haciendo referencia a la escasez de terrenos cultivables debido a la falta de agua en la zona, lo que les haría ir de caleta en caleta, en busca de los recursos que el mar les proveía.

En el caso de Cobija, el investigador y explorador británico William Bollaert dice:

“En 1828, cuando estaba en el puerto boliviano de Cobija[2]… en mi viaje a lo largo de la costa del desierto de Atacama, fue cuando vi por primera vez unos pocos pescadores changos… su propia lengua era probablemente una mezcla de atacameños y aymaras. Al día siguiente tres más salieron en una balsa de piel de lobo marino de la Caleta de cordón, intercambiando sus pescados secos, el congrio, por harina y coca… En Punta Grande había tres o cuatro familias de changos, y en Agua Dulce media docena mas…En Salinas encontré cuatro o cinco familias de changos; y como ellos habían sido entonces recién abastecidos con vino por los compradores de su pescado seco, los bailes grotescos y los cantos continuaron toda la noche… Los changos se movían de una caleta a otra… Vi cerca de cien, calculé mas pescando al norte de Cobija, y otro ciento viajando al interior, lo que harían doscientos cincuenta almas.” (Bollaert en Araya, 1987: 15)

Sus chozas, observó Bollaert, estaban hechas generalmente de huesos de ballena cubiertos con piel de lobo marino. El pescado era su principal alimento, el cual, según las descripciones del explorador, también se utilizaba como medio de intercambio con los grupos del interior por maíz, coca o géneros para ropa.

Vásquez de Espinoza indica la presencia de estos grupos pescadores desde Arica, pasando por el área costera de Tarapacá y Pica[3], Iquique[4], hasta llegar al área litoral de la provincia de Atacama.

 

La Balsa de cuero de lobo marino y la caza de ballenas

Otros antecedentes que quedaron registrados por los primeros extranjeros que llegaron a nuestras costas, fue el notable desarrollo de las tecnologías de pesca y marisquería que poseían los changos. El ingenio utilizado por ellos iba desde balsas, a la manufactura de pequeños anzuelos hechos de cobre nativo de miles de años de antigüedad. Pero fue la balsa hecha con cueros de enormes  lobos marinos que habitan el litoral, la que obtuvo una importancia fundamental en cuanto a las actividades económicas de pesca y caza marina.

Para su confección se cosían los cueros en doble costura con ayuda de púas de cactus, las amarras se hacían con nervios de guanaco y llamas, por ultimo colocaban una boquilla en las puntas para inflarlo.

Junto con desempeñar un importante rol en las tareas de pesca, la balsa de cuero de lobos marinos alcanzó una notable importancia en la movilidad de estos grupos trashumantes y en la capacidad de navegación mar afuera. Además estas balsas se convirtieron en una llave de entrada a los nuevos tiempos que viviría el litoral tarapaqueño a principios del siglo XIX con la aparición de la industria salitrera.

Como ya vimos anteriormente, Horacio Larraín Barros (1974) analizó el aporte de Vásquez de Espinoza con respecto a los aspectos demográficos y lugares de asentamiento de los grupos pescadores de las costas del norte de Chile. Los rasgos que el cronista ofrece a propósito de la caza de la ballena, aluden igualmente a la gran movilidad costera.

Aquí el acecho, arponeo y subsecuente banquete de las ballenas en la costa, debió ser un fenómeno frecuente, confirmado no solo por el habitual hallazgo de huesos de ballena en los asentamientos changos, si no también, por la referencia a su utilización y a su frecuente aparición, por parte de cronistas y viajeros tempranos (Larraín, 1974).

En los relatos de Vásquez de Espinoza (1672), se testifica que los grupos familiares se trasladaban muchos kilómetros siguiendo la línea de la costa. Se utilizaban días completos dedicados a la búsqueda del banquete, siendo la caza de la ballena, un acontecimiento frecuente que hacía que los changos dependieran en buena medida de esto para la adquisición de aceite.

El lobo marino, indispensable para ellos por su carne, sus huesos y su cuero (balsas, correas, vejigas, etc.) podía ser encontrado prácticamente en cualquier roquerío, no así la ballena, que debía ser acechada mar adentro por expertos arponeros (Ver figura 5). La búsqueda de cetáceos y su consiguiente aprovechamiento en el sitio de varazón, debió influir en sus hábitos transhumantes y en su constante movilidad a lo largo de la costa. Estos desplazamientos se realizaban a nivel de familias nucleares, hecho demostrado en la escasa organización social, consecuencia de la independencia económica inter-familiar de sus unidades de parentesco. Los pescadores changos rara vez se reunían en gran número, siendo por lo general cazadores o pescadores aislados o solitarios (Larraín, 1974).

Ricardo Latcham (1910) plantea que uno de los primeros en mencionar a los indios de las costas del litoral del actual territorio de Chile, es el cronista Cieza de León, quien habría descrito que por toda la costa de Tarapacá los indígenas hacían balsas para sus actividades pesqueras, “de grandes haces de avenas, o de cueros de lobos marinos; usándolas también para llevar el guano de las islas e islotes cercanos, hasta tierra firme para abonar sus siembras.” (1910: 11)

Este fenómeno se refleja claramente en los dibujos y grabados dejados por diversos cronistas y viajeros durante el siglo XIX, en los cuales las balsas de cuero de lobo marino tripuladas por Changos, son una escena habitual en estas representaciones de la costa norte de Chile, tal como se puede apreciar en las figuras 6 y 7.

Estos grupos pescadores, según Latcham, habitaron las caletas más abrigadas de la costa del pacífico, entre el río Choapa y Mollendo. Ésta zona, es una extensión litoral estéril, inhospitalaria, donde el mar se constituye como el principal sustento.

“Las aguas de la costa abundan en pescado i algas comestibles de muchas clases, mientras las costas rocosas les proveen de numerosas variedades de mariscos, i crustáceos; como también de lobos marinos, focas, ballenas, i otros anfibios i cetáceos, que utilizan por su carne, aceite o cueros.” (Latcham, 1910: 22)

Además, Latchman confirma que estos grupos costeros, intercambiaban productos del interior, tales como maíz, trigo, ají, frijoles u otros productos de la tierra con pescado seco  o salado, dando cuenta así, del importante y constante tránsito de especies y productos entre los pueblos costeros y los grupos pastores del interior.

El autor describe de esta forma las embarcaciones de los changos:

“Todas las tribus del litoral de Chile han usado una u otra clase de embarcacion para ayudarles en su pesca. Desde Coquimbo al norte estas han tomado la forma de balsas. Entre los Uros las balsas eran simples haces de totora, o cañas; pero las de los Aimarás i Changos eran hechos con mas prolijidad, de cueros de lobos marinos. Este último tipo todavía se usa en la costa… Consisten de dos grandes bolsones, cada uno de dos o tres metros de largo, con los estremos en punta lijeramente encorvados hacia arriba. Estos se ligan por correas i palos atravesados; juntos en la parte delantera que sirve de proa, i mas abiertos atras. Sobre los palos travesaños, colocan entretejidos de ramas, o bien atados de totora, en forma de cubierta. Sentados sobre esta cubierta van dos hombres. Sus remos son cortos i tienen forma de paleta. Como en mas de una ocasion hemos visto hacer estas balsas, acompañamos”[5] (Latchman, 1910: 47)

Estas embarcaciones se habrían transformado en una revolucionaria herramienta que les permitió acceder a recursos antes inaccesibles, y siendo un eje central en el seguimiento y cacería de ballenas, ya que una vez el cetáceo era arponeado, las balsas eran utilizadas como una especie de flotador, que les permitía a los Changos seguir a la presa hasta su varamiento final.

 

Arte Rupestre asociado a la caza de ballenas

En muchas quebradas al interior de la zona poblada por las comunidades chango, se encuentran evidencias del constante tráfico hacia la costa. Como ya lo mencionamos, desde estas quebradas, tales como la de Guatacondo, salían caravanas llenas de productos de intercambio como el maíz, frutas secas, hojas de coca y otros subproductos como cueros de camélidos, lanas y fibras vegetales tejidas. En estas mismas quebradas existen evidencias gráficas del destino que tendrían estos productos, como es el caso de los geroglifos de Tamentica, sobre cuyas piedras se encuentran cientos de figuras animales y antropomorfas, que representan la actividad económica de la quebrada y la ruta vertical hacia la costa. Entre ellas podemos encontrar algunos changos navegando sobre sus balsas e incluso en actitud de caza con sus lanzas y arpones, a si como la silueta de una llama junto a figuras de pescado seco, que confirman el sentido comercial de estas rutas (Ver figuras 8 y 9).

“En el pasado estas rutas unieron a las poblaciones de las tierras altas con aquellas que habitaban la costa. Caravanas de llamas cargadas con productos originarios de los más diversos ambientes ecológicos dieron vida a esta enorme red vial. Los geoglifos parecían jalonar estos desplazamientos, marcar "puntos obligados de las jornadas de transporte desde los pisos altos hacia la costa" (Castro y Gallardo,  2000. s/n)

En el sitio arqueológico de los geoglifos de Cerros Pintados, específicamente en Cerros Pintados I (Briones, Luis., Núñez, Lautaro. y Standen, Vivien G., 2005), al interior del Desierto de Atacama, se encuentran una diversidad de figuras geométricas, zoomorfas y antropomorfas, que en su conjunto dan al sitio un marcado dinamismo visual con escenas de labores tales como la pesca, caza y caravaneo. Escenas naturalistas que son representadas con la fauna propia del ambiente continental y marítimo (Briones, Luis., Núñez, Lautaro y Standen, Vivien G., 2005).

“Los antropomorfos representan el 25% del total de geoglifos registrados en el sitio. En un numero menor están los antropomorfos en actitud de movimiento, interpretados como balseros, pescadores, cazadores marítimos, guías de caravanas, personajes jerárquicos y otros.” (Briones, Luis; Núñez, Lautaro y Standen, Vivien G., 2005: 205)

Estos lugares del interior se constituyen como rutas entre la precordillera, los oasis y la costa, en los cuales los habitantes costeros eran reflejados y representados por los caravaneros, reconociéndose su importancia en lo que refiere al tráfico regional, debido a que desde Cerros Pintados, surgen importantes rutas hacia diversos puntos de la cordillera de la costa, vislumbrándose la proximidad con un ambiente marítimo. (Briones, Luis; Núñez, Lautaro y Standen, Vivien G., 2005)

De la misma forma, en El Médano (Ver figuras 10 y 11), una quebrada del Norte Grande de Chile situada a unos 75 Km. al norte de Taltal (segunda región), se encuentran cerca de 1.500 imágenes pintadas en color rojo, que reproducen escenas de pesca y caza en el mar. Estas imágenes están realizadas con pigmento que correspondería a hematita u óxido férrico (Berenguer, 2008).

En estas siluetas se reconocen cetáceos (Ver figura 12), como el cachalote o la ballena blanca, lobos de mar, peces espada, rayas, tortugas y otras criaturas marinas. En muchas imágenes se representan escenas de individuos a bordo de balsas de cuero de lobo marino (mostradas de manera diminuta en comparación con las figuras marinas), arponeando o arrastrando sus cuerdas de arpones clavados en el lomo de los cetáceos o peces (Ver figura 13).

Uno de los atributos más importantes de las pinturas encontradas en El Médano, descansa en que las balsas son representadas con uno solo de sus flotadores (a diferencia de los petroglifos encontrados en Tamentica), a la vez que los individuos arriba de las balsas son representados por simples líneas, resaltando por sobre todo, el enorme tamaño de sus presas, en comparación con los cazadores y sus medios de transporte (Berenguer, 2008), dando cuenta así, de la increíble hazaña y proeza que significaba la casería en alta mar de estas enormes criaturas marinas.

Estas imágenes nos permiten inducir que la economía de los pueblos que las plasmaron, se caracterizaba por su dependencia marítima, la que se pudo haber complementado en periodos específicos, con la caza terrestre de camélidos, como el guanaco, durante épocas de escasez de recursos marinos.

Esto último se ve representado en algunas pinturas en las que se observan figuras de guanacos, junto a unos cuantos cazadores. El contexto de caza se induce de las flechas incrustadas en los pechos de los animales terrestres (ver figura 14).

“El tratamiento expresivo de cazadores y presas es similar a las de las escenas marinas, si bien algunos arqueros han sido representados con llamativos penachos de plumas. Por otra parte, la representación de guanacos flechados y cetáceos arponeados, muchas veces sobre un mismo soporte rocoso, subraya la idea de una técnica cazadora común con armas arrojadizas.” (Berenguer, 2008: 57)

Berenguer plantea que estas pinturas, reflejarían la imagen que este pueblo tenía sobre sí mismo, haciendo referencia a una identidad de grupo representada en ellas, a la vez que cumplían cierto fin propiciatorio, dentro de un contexto de necesidad.

Esto se hace evidente en la gran cantidad de motivos que se reiteran en diversos paneles sobre la caza de ballenas (Ver figuras 15 y 16). De esta forma, estas imágenes y los lugares en los que se encuentran, son “algo así como un lugar adonde se regresaba una y otra vez para pintar lo que el grupo más deseaba.” (Berenguer, 2008: 59)

La mayoría de las piedras en las que se encuentran estos paneles pintados, están asociadas a escalones existentes en cursos de agua o vaguadas, constatando así una relación más bien simbólica entre las figuras y escenas marinas y los afluentes de ríos o torrentes producidos en periodos específicos, enfatizando con ello el hecho de que los lugares de asentamiento estaban generalmente asociados y determinados por la disponibilidad de una fuente de agua fresca.

Además,  estas pinturas, se encuentran en las rutas que  utilizaban los habitantes de la costa para acceder al interior del desierto en busca de materias primas a través del intercambio, o bien en busca de la caza de guanaco. Esto implicaba que en estos trayectos se encontraban con habitantes del interior que bajaban a la costa en busca de alimento (expediciones de intercambio).

De la misma forma, a 90 kilómetros al norte de Taltal, en una quebrada que se sitúa  entre los 1300 y 1700 m.s.n.m., se encuentra un campo rocoso donde generaciones de changos pintaron escenas de cacería marina (aunque también existen escenas de caza de guanacos).

En este lugar se ven representaciones de balsas de cuero de lobo tripuladas por dos o tres hombres, escenas de lucha con cetáceos como cachalotes y otras ballenas, o con lobos de mar, albacoras, tortugas, etc. Estas pinturas son de color rojo, y como nos explica Roberto Lehnert Santander (1997), estos tintes se relacionan posiblemente con lo sagrado, ya que en los cuerpos de changos cazadores enterrados en los sitios arqueológicos de Taltal, se ha detectado, en muchos casos, este color. De esta forma, las pinturas reflejarían la aspiración de tener una buena cacería, a través de representaciones en las que los arpones se encuentran clavados firmemente en los peces o cetáceos (siempre más grande que la balsa). (Lehnert, 1997)

Como nos plantea Lehnert (1997), las figuras marinas (peces, cetáceos y lobos marinos) pintadas y sacralizadas, pueden entenderse como diseños de veneración y de súplica, siendo a su vez víctimas propiciatorias para el alimento del Hombre (Ver figura 17, 18, 19 y 20).

 

Reflexiones finales.

Podemos observar como, a pesar de las difíciles condiciones geográficas que presenta el norte de Chile, y de la imagen agreste, inhóspita,  desierta e intratable que dieron a conocer los primeros viajeros y expedicionarios que visitaron esta zona, las poblaciones costeras que habitaron entre el amplio y productivo mar, y uno de los desiertos mas áridos del mundo, lograron un modo de vida increíblemente asimilado a su entorno, a través de procesos adaptativos de larga data, constituyéndose el mar en la principal fuente de recursos, tanto para los antiguos habitantes como para los actuales, los cuales son herederos de este proceso cultural.

Como vimos a lo largo del análisis, estas comunidades de pescadores asentados en el extremo norte no conformaban un sólo grupo étnico, siendo inadecuada la categoría de Chango para un sentido étnico, si no más bien para una denominación genérica establecida por los primeros viajeros y conquistadores europeos, al no poder diferenciar las características particulares de cada grupo, siendo designados todos ellos bajo una misma categoría basada en la actividad económica marítima, sin reparar en sus identidades culturales.

En relación a su modo de producción y actividad económica, identificamos que la tradición y el mundo mágico-religioso de estos grupos pescadores, esta íntimamente relacionado a la adoración al mar, debido al beneficio obtenido de sus recursos. Esta adoración se vería reflejada, como vimos anteriormente, en el arte rupestre asociado a estos grupos pescadores, la cual es considerada también como un indicador cultural relevante.

El mundo del mar, permitió a estos grupos costeros dotarse de una gran capacidad de adaptación al medio, soportando las severas condiciones de un medio ambiente árido, y desarrollando de manera eficiente una relación con los recursos marinos que estas costas les ofrecía, a los que accedieron a través de una conquista paulatina del mar.

Vemos, como lugares como El Médano, fueron convertidos en centros votivos y ceremoniales, subiendo la Cordillera de la Costa sobre los 1.200 mts., y plasmando sobre los paredones rocosos representaciones de caza de ballenas y especies marinas en una cantidad considerable, demostrando tal vez  la necesidad de conexión con estas especies marinas, asegurando un buena abastecimiento, a su vez que se demostraba una conexión ceremonial y ritual con el mar y todo lo que les ofrecía. Es posible identificar en estas representaciones un sistema de comunicación con el mundo sobrenatural y sagrado en busca de una buena caza y pesca.

Como nos plantean Castro y Gallardo (2000), la interpretación de la imagen es posible de ser realizada a partir del estudio sistemático de los elementos o atributos que la conforman, además de los contextos materiales, sociales e históricos que tejen su red de relaciones. “Es de este modo, y no al revés, que se hace posible un acercamiento pertinente a los contenidos socioculturales que le son inherentes.” (Castro y Gallardo, 2000: s/n)

De esta forma, se plantea un estudio de la imagen rupestre a partir del contexto en que son producidos, el cual se complementa con su  uso-función, debido a que el arte rupestre se puede entender como una imagen visual que sirve para denotar la apropiación cultural de un espacio natural, que se organiza conceptualmente. (Sepúlveda R, Marcela., Romero Guevara, Alvaro y Briones, Luis, 2005)

A diferencia de otros sistemas iconográficos, nos plantea Berenguer (1997), como la cerámica, los textiles o las esculturas de piedra, en las que las figuras no siempre coinciden con la fauna local, la selección de imágenes en el arte rupestre del Norte de Chile es altamente coherente con los animales del medio circundante, en el caso particular de estas poblaciones indígenas que merodeaban por la costa septentrional y central de Chile, los cetáceos y las figuras marinas, las cuales tenían estrecha relación con su actividad económica y medios de sustentación.

Al observar la presencia de estas imágenes en las hábitat naturales de estos animales, o bien su recurrente cercanía a vegas y fuentes de agua permanente o en proximidad a rutas de tráfico e intercambio, revelan según Berenguer (1997), que esta imaginería no era una simple mistificación ideológica de una fauna exótica a la región, sino el resultado de la preocupación de las poblaciones por un recurso local que desempeña un rol básico en la subsistencia (economía marina).

De esta forma, la realización de estas imágenes asociadas al contexto marino en el arte rupestre, parece haber sido parte de un ceremonialismo de las antiguas poblaciones nortinas, cuya finalidad era influir ritualmente en los factores que determinaban la disponibilidad de estos animales para la economía local.

En el contexto de las poblaciones costeras, el valor simbólico de estas pinturas, probablemente les confería el poder de producir la multiplicación o abundancia de la materia prima básica para la subsistencia de estos grupos

“…poca duda cabe de que el arte en general fue un medio de comunicación social—quizás el más antiguo de los Andes—a través del cual se transmitía algún género de información. Las alteraciones que el arte rupestre produce en el ambiente natural, con sus texturas artificiales sobre los planos de las rocas (pinturas y grabados) o a ras del suelo (geoglifos), y mediante los elementos inmuebles que a menudo aparecen asociados a él, constituyen al parecer distintas manifestaciones de un verdadero sistema de comunicación visual.” (Berenguer y Martínez, 1986: 96)

Como plantea Francisco Gallardo Ibáñez (2000), es en una atmósfera económica y social específica en la cual se producen una serie de obras de arte rupestre, siendo a través de ellas que los antiguos pobladores de la región representaron, y al mismo tiempo construyeron, algunos aspectos del proceso de cambio cultural en el que se encontraban.

“Si bien se nos vuelve escurridizo el acceso al contenido significativo y a las motivaciones individuales y sociales movilizadas por el artista al momento de plasmar su obra, la imagen está ahí ante nosotros como una huella, como un registro intocado, completo y silencioso, al cual podemos acceder una y otra vez; si hay algo que radicalmente distingue a la imagen rupestre es esta permanencia, la que no se ve amenazada por recolecciones, excavaciones ni pérdidas.” (Castor y Gallardo, 2000: s/n).

Poca duda queda, como dice Berenguer (1986), de que el arte rupestre en general fue un medio de comunicación social a través del cual se transmitía algún género de información, constituyendo distintas manifestaciones de un verdadero sistema de comunicación visual.

De esta forma, queda claro en el arte rupestre, y en el caso de las poblaciones costeras en particular, que no se trata de cualquier representación, ni de cualquier lugar en el cual se realizan estas manifestaciones, debido a que el entorno y el contexto geográfico en el cual se emplazan estas pinturas, también forman parte, de alguna u otra forma, de este “sistema de comunicación visual”:

“Sugerimos que hay hasta tal punto un “diálogo” entre aquellos dos aspectos, que es imposible no pensar en la geografía como otro “artefacto” en la plástica andina” (Berenguer, 1986: 97).

 


[1] Licenciado en Antropología Social, Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Santiago, Chile

[2] Ubicado en el litoral entre las actuales ciudades de Tocopilla y Antofagasta (Chile).

[3] En el relato del cronista, se mezclan las referencias a los productos del área del interior (trigo, maíz, vinos, etc.) con una clara alusión a la riqueza en pescado de esa costa. Este dato sugeriría la presencia de comunidades de pescadores en esta faja litoral, comprobándose en los relatos que a los valles de Tarapacá y pica llegaba pescado, deduciéndose que eran estos pescadores y otros situados en otras caletas más al norte los que llevaban el producto, de forma de obtener canje en productos agrícolas con los pueblos del interior.

[4] No se habla directamente de la presencia de pescadores en la bahía de Iquique según los relatos de Vásquez de Espinoza, sin embargo se hace alusión a la explotación de guano en la isla contigua, sabiendo que eran los changos los que solían transportar en sus balsas dicho guano a tierra, siendo cargado en ese lugar por los aldeanos del interior en llamas.

[5] Faltas de ortografías correspondientes al escrito original.

 

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Filmografía:

Changos...una historia sin rostro. Jaime Gonzalez Palleras. 2006. Mini DV – Cine 16mm. 48min.

 

[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

HASEN NARVÁEZ, Felipe Nayip, (2012) “Changos: Antecedentes para la identificación cultural de los pueblos pescadores de la costa Norte de Chile”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 11, abril-junio, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Martes, 16 de Abril de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=436&catid=6[/div2]