La Ciudad de México: Emporio de exiliados y revolucionarios latinoamericanos en la década de 1920[1]

Este artículo forma parte de un proyecto mayor de la historia de las redes transnacionales de exiliados revolucionarios y vanguardias intelectuales de la gran región circuncaribe en el periodo entre las dos guerras mundiales, enfocándose particularmente en las décadas de 1920 y 1930.

Palabras clave: exilio, migración, Latinoamérica, revolución, ciudad

 

Introducción

La historiadora Ann Stoler había notado: "los agentes del imperio rara vez estaban estacionarios" y María Renda (que ha hecho un muy buen trabajo sobre la historia de Haití antes y durante la ocupacion norteamericana) había seguido esta línea, arguyendo que “lo mismo podría decirse de aquellos que activamente buscan su ruina y la de aquellos quienes en un tiempo aterrizaron en ambos lados de la lucha.”[2]

Como parte de este proyecto, me he interesado en el papel jugado por ciertas ciudades que surgieron como particularmente sensibles y como ricos centros de atracción para los protagonistas que he estado estudiando y que actuaron como un imán para las corrientes radicales y revolucionarias de todo tipo (anarquistas de diferentes corrientes, Wobblistas (militantes de la IWW- Industrial Workers of the World), socialistas, comunistas y  cuadros de la corriente nacionalista negra liderada por el jamaiquino Marcus Garvey), y exiliados radicales, muchos de ellos intelectuales vanguardistas (me refiero a escritores, poetas y artistas), que iban más allá de lo que los especialistas en literatura llamarían ‘experimentadores vanguardistas’ con nuevos vocabularios y estilos que surgieron en toda América Latina en las décadas de los 20 –y que integran varios tipos de radicalismo político asociados a las nuevas prácticas colectivas en las que las tertulias artísticas cesaron de ser “instancias aristocráticas de consagración de poetas 'cursis' de alta Sociedad” y devienen en “Centros de discusión doctrinaria, de recepción de novedades políticas intenacionales”.[3]

Hay un número de estos “centros urbanos” -como uno los podría llamar-: Nueva York en los Estados Unidos, y de alguna manera Tampa, La Habana (Cuba), y para dejar por un momento la región del circuncaribe, Buenos Aires; aunque el más importante de estos centros fue, por mucho, la Ciudad de México.[4]

Carlos Loveira Chirino
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Ha habido desde hace tiempo un interés académico por México y la presencia de los extranjeros atraídos por lo que México y la Ciudad de México significaron durante las tres primeras decadas de la Revolución Mexicana. Mucho de este trabajo, sin embargo, se ha centrado, comprensiblemente, sobre protagonistas norteamericanos. Pienso en el trabajo de Helen Delpar.[5] Más recientemente, Mauricio Tenorio ha explorado este fenómeno usando el término 'Atlantis Morena' para describir el atractivo de la Ciudad de México para estos visitantes.[6] Al utilizar el término 'Atlantis Morena' -y lo mismo es cierto del libro pionero de Helen Delpar-, el énfasis se centra firmemente en la emergencia de México como el centro de la política indigenista, la filosofía y el arte.

He sugerido a Mauricio, de forma un tanto descarada, que La Habana jugó un papel similar, aunque un poco menos sustancial que la Ciudad de México y que el sobrenombre en este caso podría ser "Atlantis Negra"-, dada la pasión y la moda por ‘las cosas de África’ y los afrodescendientes en Cuba en las décadas 1920 y 1930.

Nuestra atención, sin embargo, se desvía hacia los artistas, escritores, folcloristas e intelectuales estadounidenses que fueron cautivados en cierto modo por la Ciudad de México. Algunos ejemplos pueden incluir a William Sprattling, Frances Toor, Anita Brenner, Tina Modotti, Edward Weston, Carleton Beals, Ella y Bertram Wolfe, y corrientes sustanciales de pintores y muralistas, así como una corriente menos conocida de lo que podríamos llamar ‘peregrinos sexuales’, atraídos según parece por una relación más abierta y tolerante de las relaciones del mismo sexo, desde finales de los años 1920 en adelante - y especialmente en la década de 1940 y principios de la década de 1950.[7] Esta corriente combinó en algún momento el arribo de algunos de los estadounidenses: William Burroughs), y en menor grado, Jack Kerouac.[8] Así estuvieron los refugiados políticos de los EE.UU. que huyeron a México durante el periodo Macartista a fines de la década de 1940 y 1950 - hacia la Ciudad de México y ciudades como Cuernavaca, que han sido estudiados recientemente por algunos académicos estadounidenses como Diana Anhalt y Rebecca Schreiber.[9]

La presencia de no estadounidenses, sin embargo, ha sido menos registrada y estudiada, aunque ha habido algunos trabajos sobre, por ejemplo, el arribo masivo de intelectuales y políticos anti-fascistas durante la Segunda Guerra Mundial -lo que convirtió a México en buena manera en el centro cultural más dinámico y cosmopolita de las Américas-.[10] Mientras la Ciudad de México, atrajo el grueso de los rebeldes extranjeros de la cultura, política y literatura, hubo también un número de centros donde se establecieron. Uno de ellos fue la ciudad de Mérida y, más ampliamente, la península de Yucatán; también el puerto de Veracruz ganó importancia como sitio de largo refugio para algunos latinoamericanos, incluidos los cubanos, a partir de la década de 1880 y 1890. En 1900, Carlos Loveira, un socialista sindicalista y novelista cubano, desarrolló uno de estos ejemplos significativos del fenómeno del exilio. Entre 1914 y 1916 se convirtió en jefe del Departamento de Trabajo en Yucatán. Antes de eso, trabajó en la construcción del Canal de Panamá y también en Costa Rica y Ecuador. En 1917, Loveira se involucró en la preparación de la Confederacion Obrera Pan Americana (COPA)  un proyecto conservador y reformista de la Federación Americana del Trabajo, liderado por Samuel Gompers y proyectado con el fin de unificar a los movimientos de trabajadores en las Américas. En la década de 1920, Mérida continuó siendo un punto de atracción para los radicales extranjeros. La escritora y periodista estadounidense Alma Reed y otros fueron atraídos a Yucatán en parte debido al “experimento socialista”, conducido por dos caudillos revolucionarios, Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto. Carrillo Puerto también dio una acogida calurosa a los refugiados políticos de la tiranía de Juan Francisco Gómez en Venezuela, como el Dr. Carlos León, que había sido gobernador provincial en su país y se había refugiado en México tras participar en la rebelión de 1919 contra el gomecismo, nombrándolo su secretario privado en 1922. Pero quizás la figura más conocida de la revolución que pasó un tiempo en Yucatán fue Augusto C. Sandino, quien estuvo más de un año en el exilio (1929-1930) en Mérida acompañado por sus colaboradores.

 

La Ciudad de México: Emporio de la Revolución

La Ciudad de México atrajo a un grupo impresionantemente grande y diverso de exiliados emigrantes, refugiados, revolucionarios e idealistas a lo largo de la década de 1920. Hubo  factores implicados en pro, por ejemplo la adopción por parte del gobierno de Álvaro Obregón de campañas de alfabetización y la presencia en México de vanguardias educativas y artísticas entre finales de 1920 y 1924, lo cual formó parte de su atractivo. No hubo nadie con mayor fuerza en la creación de esta vanguardia que José Vasconcelos (1182-1959), Ministro de Educación entre octubre de 1921 y 1924. Influenciado en parte por el zar cultural de la Unión Soviética, Anatoli Lunacharsky, Vasconcelos utilizó su posición para que el Ministerio de Educación Pública (que más tarde se convertiría en la Secretaría de Educación Pública) fuera  un modelo cultural para muralistas y educadores de todo el continente americano.[11] No fue exagerado, entonces, que Vasoncelos se refiriera a la Ciudad de México y a su propio Ministerio como “el emporio pedagógico de América Latina”.[12]

La mayoría de los muralistas eran mexicanos y el esfuerzo educativo estuvo a su  cargo, pero también hubo un flujo constante de vanguardistas y activistas culturales Latinaomericanos. La poeta y educadora chilena Gabriela Mistral fue una de ellas. Mistral llegó a México en 1922 y contribuyó al proyecto pedagógico y cultural de Vasconcelos; en la década de 1920 y principios de 1930, se convirtió en acérrima defensora de la causa antiimperialista de Sandino.[13] Un miembro menos conocido de este emporio fue el escritor nicaragüense Salomón de la Selva, quien, en la década de 1920 se convirtió en partidario de la causa de Sandino en Nicaragua.[14] El mismo Vasconcelos en esta fase de su carrera apoyó las luchas nacionalistas y anti-imperialistas en el Caribe y, en especial los de Haití, y sobre todo Puerto Rico, convirtiéndose en un temprano admirador del pionero nacionalista puertorriqueño Pedro Albizu Campos.[15] Como rector de la Universidad Nacional entre  1920 y 1921 y más tarde Ministro de Educación, José Vasoncelos, lanzó una serie de fuertes ataques contra la dictadura de Gómez en Venezuela,  y cuatro años después asistió como delegado al Congreso Antiimperialista celebrado en Bruselas a principios de febrero de 1927 bajo la supervisión de la Comintern.[16] Tendemos a olvidar esta dimensión de la trayectoria política de Vasconcelos, ya que centramos nuestra atención en sus giros hacia la extrema derecha y hacia la política reaccionaria a partir de la mitad de la década de 1930.

Salomón de la Selva
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Otra de las figuras de la cultura que encontró en  su camino a la Ciudad de México la red de Vasconcelos fue el joven intelectual peruano y anti-imperialista, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien se vio obligado a exiliarse en 1923 por el régimen represivo de Augusto B. Leguía. Haya fue adoptado por Vasconcelos, se convirtió en su secretario privado de facto durante muchos meses, y tomó la cosmología nacionalista de Vasconcelos y conceptos clave como América Indo-Latina e Indo-América, siendo este último el que más tarde se convertiría en piedra de toque del proyecto anti-imperialista de Haya de la Torre, que se materializó en la creación del movimiento aprista, cuyo primer destello proviene de México.[17] La represión del régimen de Leguía produjo un flujo constante de refugiados políticos peruanos durante los siguientes 5 años (1924-1929), la mayoría de ellos involucrados políticamente con Haya de la Torre o con el joven intelectual marxista José Carlos Mariátegui. Entre estos recién llegados se encuentra la poeta Magda Portal, “La Pasionaria Peruana”, que se convirtió en una poderosa defensora del movimiento feminista en el Perú en la década de 1930 y 1940. Llegó a México en 1927 después de que el gobierno de Leguía inició una nueva ola de deportaciones y exilios.[18] También estaba el activista judío del Perú y, por un tiempo Aprista,  Jacobo Hurwitz y Esteban Pavletich, otro aprista que pasó un año en el campo de batalla del líder guerrillero nicaragüense y anti-imperialista, Augusto C. Sandino, en 1928.[19]

La represión ejercida por el gobierno de Leguía en el Perú recuerda uno de los factores que fomentaron y animaron esta “concentración” de los radicales radicados en  México, y especialmente la Ciudad de México, en la década de 1920. Algunos exiliados y refugiados ciertamente fueron voluntarios pero también hubo muchos ejemplos de desplazamientos forzados. Desde la vecina Bolivia llegó el escritor Tristán Marof. Sin embargo, las cantidades más importantes de exiliados fueron producidas por los gobiernos represivos del Perú, Venezuela y Cuba.

Un grupo de audaces jóvenes combatientes por la libertad de Venezuela, muchos de ellos estudiantes, se exiliaron después de su participación en las luchas contra la sangrienta dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), y se dirigieron a México, a veces después de paradas intermedias en Centroamérica y Cuba (que formaron una parte importante en la cartografía de las rutas de exilio que aun hay que explorar). Este grupo venezolano incluye figuras como Salvador de la Plaza, Carlos Aponte y los hermanos Gustavo y Eduardo Machado. A  pesar de sus variadas raíces ideológicas y políticas la mayoría de estos jóvenes gravitaron en el mundo del comunismo internacional a principios de la década de 1930.[20] Estos activistas no estaban tan atraídos por el vanguardismo cultural de México como por el círculo intelectual que Vasconcelos había reunido a principios de 1920, y también vieron al país como algo más que un refugio temporal. Para los jóvenes venezolanos la realidad de la lucha armada en el aún joven estado revolucionario mexicano (que todavía se enfrentó a tres rebeliones militares en la década de 1920), les ofreció una oportunidad única para adquirir armas para llevar a cabo su lucha para liberar a Venezuela, así como la de conseguir apoyo de oficiales del ejército mexicano y altos funcionarios políticos que apoyaban las luchas contra los regímenes dictatoriales y reaccionarios en el continente americano (y había muchos de estos, de quien se sabe muy poco).[21]

Los venezolanos abrazaron la lucha armada en Venezuela y más tarde en Cuba, dándole al  siglo XX una inflexión hacia una vieja tradición de acción heroica Garibaldiana (¿y bolivariana?). Fueron ayudados en esta tarea por la actitud de apoyo de los elementos del gobierno de Plutarco Elías Calles, que proporcionaron ayuda financiera –y a veces apoyo militar- a las luchas de liberación, lo que podría ser visto como la promoción de los intereses regionales de México, o por lo menos una buena disposición para hacerse de la vista gorda, y dar una señal y un guiño de aprobación a las actividades y planes de los exiliados. Esto plantea la cuestión de la lucha contra el imperialismo y su lugar dentro de la praxis del gobierno de Calles entre 1924 y 1928, un tema difícil, y escasamente investigado, que no puede ser discutido en este breve trabajo.

De Cuba el más destacado revolucionario conocido inmigrado a México fue Julio Antonio Mella y otros opositores del gobierno cada vez más autocrático de Gerardo Machado. Mella huyó de Cuba a principios de 1926, tras una huelga de hambre muy publicitada. Después de algunas semanas en Honduras y Guatemala, se dirigió a México, donde rápidamente entró en el mundo del comunismo mexicano y las redes crecientes de refugiados políticos de América Latina en formación. Allí, Mella construyó una red de exiliados cubanos reunidos en torno a un proyecto cuyo propósito era montar una expedición armada a Cuba. Treinta años después, un joven médico argentino, el Che Guevara y un grupo de exiliados cubanos en torno a Fidel Castro lanzaron una expedición similar para liberar a su país. Los planes de la expedición militar a Cuba desde México implicaron el uso de las armas sobrantes de un plan anterior para montar una acción frustrada contra la dictadura de Gómez en Venezuela. El proyecto de Mella resultó infructuoso, pero fue otro ejemplo de Garibaldianismo radical en América Latina. Después de que sus planes para la invasión fueron descubiertos, Mella fue asesinado en la Ciudad de México en enero de 1929 por agentes del régimen de Machado.[22]

La diáspora revolucionaria en la Ciudad de México se enriqueció con una nueva ola de activistas revolucionarios procedentes de América Central. Con mucho, el más conocido de ellos fue el nicaragüense, Augusto C. Sandino, quien regresó a Nicaragua en mayo de 1926, luego de un período de tres años en México –la mayoría en la zona de Tampico-. Poco se conoce  acerca de su estadía en México, pero se sabe que trabajó en varios puestos relacionados con la industria del petróleo y la mayoría de los investigadores han argumentado que en la trayectoria de Sandino influyeron las efervescencias sindical y anarquista en Tampico, así como una larga historia Tampiqueña de militancia antiimperialista por la presencia de capital de EE.UU. y Gran Bretaña en los enclaves petroleros. Su larga estancia México también llevó a encuentros con la visión política-cultural desarrollada por José Vasconcelos, Ministro de Educación en el gobierno de Obregón, así como con una serie de ideas teosóficas. Regresó a Nicaragua para emprender la lucha en una guerra civil que finalmente se transformó en un movimiento de liberación nacional contra la ocupación por los Marines estadounidenses.[23]

Augusto C. Sandino
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En 1929 y 1930, Sandino regresó a México para buscar ayuda, sin éxito, del gobierno de Emilio Portes Gil. Sin embargo, desde principios de 1928 la Ciudad México se había convertido en uno de los centros neurálgicos del movimiento sandinista, un centro desde el cual activistas centroamericanos y sudamericanos viajaron para unirse a la lucha de Sandino.  La Ciudad de México fue la más importante fuente de apoyo financiero y político para el movimiento sandinista, producto de una serie de colectas de dinero organizadas entre los mexicanos comunes así como simpatizantes de alto rango. El abogado y diplomático carrancista, Isidro Fabela, fue un ejemplo de ello.

La campaña montada por el Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC), una rama de la Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA), fue un primer ejemplo de los movimientos de solidaridad que proliferaron por todo el continente americano en las décadas posteriores. MAFUENIC recaudó dinero para la lucha de Sandino y montó una gran campaña en todo México para solidarizarse con la causa de los rebeldes nicaragüenses.[24] MAFUENIC obtuvo gran parte de su fuerza de la comunidad de exiliados en México, incluyendo a los peruanos, colombianos, venezolanos, cubanos, bolivianos y centroamericanos, así como a individuos de varias islas del Caribe como el haitiano Joseph Jolibois.[25] También contamos con el testimonio de una serie de activistas que habían luchado con Sandino, como el joven comunista mexicano, Andrés García Salgado, quien había trabajado con él en 1928 y que lo acompañó en su segundo viaje a México en junio 1929.[26]

La LADLA fue fundada a principios de 1925 en la Ciudad de México, en una iniciativa de cooperación con el Partido Comunista de EE.UU., (conocido como el Workers Party en aquellos años) y por supuesto, con la Comintern.[27] En 1924 y a inicios de 1925 la Internacional Comunista criticó la lentitud de los comunistas norteamericanos en el cumplimiento de sus obligaciones antiimperialistas en América Latina y las Filipinas. En respuesta, el  PC norteamericano (Workers Party) estableció un Subcomité Panamericano de Trabajo Antiimperialista a principios de 1925, y eligió  como Secretario a Manuel Gomez, uno de sus miembros en EE.UU. con un poco de experiencia de México. En abril de 1925, Gómez fue enviado a la Ciudad de México a un congreso del PCM y para ayudar a establecer la LADLA allí.[28]

Por  lo tanto, la Ciudad de México no se convirtió accidentalmente en un importante centro de revolucionarios exiliados en la década de 1920, unidos por la pertenencia a redes comunes de política y sociabilidad, creando una nueva ‘geografía de la resistencia y la agitación’ en el centro de la ciudad. Hubo algunos espacios importantes en este nuevo mapa del centro urbano, entre ellos las oficinas de las organizaciones, revistas y periódicos que apoyaron los planes de los exiliados y los difundieron en su prensa, incluidas las oficinas del periódico del Partido Comunista Mexicano, El Machete y su sede en la calle de Mesones. Había abundancia de revistas que estaban en el corazón de esta nueva política de agitación, como El Libertador, el órgano de la Liga Antiimperialista de las Américas, que comenzó a circular en México a principios de 1925 y en cuyas páginas se daba cuenta de las luchas populares a lo largo de las Américas, por lo que la elección del título (con claras referencias a Bolívar) fue muy elocuente.[29] Había algunos boletines y hojas informativas dirigidas a ciertos países en particular, más pequeños pero no menos ambiciosos, como el órgano de la organización de exiliados cubanos revolucionarios (ANERC), fundada por Julio Antonio Mella en enero de1928 y que tenia relaciones con otras  diásporas radicales de cubanos en Nueva York y París por ejemplo.[30] Muchas revistas y periódicos, a menudo pequeños y de corta e irregular circulación jugaron un papel muy importante en el mantenimiento de estas redes transnacionales que vincularon a México con muchos otros sitios en las Américas y más allá. Esta cultura de la imprenta radical abrió canales de comunicación entre los activistas e intelectuales dispersos, así como redes que se utilizaron para suministrar solidaridad moral y material a las luchas populares.

La referencia a las células de cubanos exiliados en París y Nueva York es un recordatorio de que la diáspora revolucionaria reunida en México fue solo un eslabón,  aunque muy importante, en una red en expansión transnacional de activistas radicales e intelectuales insurgentes “identidades móviles desarraigadas” para usar la frase de Antonieta de Burton, quienes practicaban una forma móvil de acción política en la que se deslizaron o, más frecuentemente, fueron empujados, a través de las fronteras nacionales,  impulsados por la necesidad económica, el fervor ideológico, el deseo de la aventura revolucionaria, y en general por la represión ejercida por la policía y los ejércitos.[31] Estos itinerantes fueron animados por las ideas radicales que se difundieron a través de artículos, panfletos y manifiestos, de reuniones públicas, manifestaciones y conferencias de activistas, así como con la fundación de nuevos partidos y organizaciones políticas. Sus comportamientos son lo que el académico argentino, Martín Bergel, felizmente se ha llamado “una cultura militante viajante”.[32]

La nueva cartografía de la resistencia en la Ciudad de México giró en torno principalmente a las políticas de publicación y de reunión pública. Muchos de los hombres y mujeres jóvenes que ya he mencionado (los venezolanos, Mella y algunos revolucionarios peruanos) llegaron a compartir una casa en el centro de la Ciudad de México y una vez más descubrieron vínculos históricos con la vida del libertador, Simón Bolívar. Una huella interesante de la fuerza del mito bolivariano en este período se presenta en los imaginarios de figuras no socialistas o marxistas. Esto no es, posiblemente, un hecho inesperado, dada la coyuntura política de mediados de la década de 1920. Los festejos de 1921, asociados con el primer centenario de la independencia latinoamericana revivieron la imagen heroica y las campañas militares de Bolívar, que aún resonaban entre los nacionalistas,  antiimperialistas y radicales latinoamericanos. El historiador peruano y especialista en la diáspora APRA en las Américas, Ricardo Melgar Bao, ha señalado:

Sucedió que en la Ciudad de México descubrieron una gran casa colonial donde Simón Bolívar, el Libertador, había vivido durante un tiempo corto y que llevaba el nombre del héroe. El impacto de este descubrimiento fue enorme para los exiliados venezolanos que, de acuerdo con Eduardo Machado, decidieron mudarse a la casa, junto con exiliados de otros países, lo que latinoamericanizó la casa de Bolívar en el centro de la década de 1920. El primer piso fue ocupado por Salvador de la Plaza y Gustavo Machado, junto con el peruano aprista Jacobo Hurwitz. En el segundo piso estuvo Julio Antonio Mella, su esposa, Oliva Zandivar, Carlos Aponte Hernández y Bartolomé Ferrer (más los venezolanos).[33] Este tipo de espacio residencial comunal político no fue el único. Muchos de los mismos residentes de la casa de la Ciudad de México antes se habían congregado en un apartamento alquilado en La Habana en 1924-1925 por Gustavo Machado, cuyo apodo era “La Covacha”.

Víctor Raúl Haya de la Torre
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Los tiempos de tolerancia para los exiliados eran a menudo frágiles y fácilmente podían ser interrumpidos. Esto ya había sucedido en Cuba después del primer año y medio del gobierno de Gerardo Machado, y este fue el caso en México, donde su primera edad de oro como un centro razonablemente seguro para los exiliados radicales y antiimperialistas llegó a un abrupto final a fines de 1929 y durante el transcurso de 1930. Hubo una serie de razones para que el entorno cambiara de esta manera. El creciente conservadurismo político y económico durante el Maximato, así como el cambio de ultra-izquierda en la postura del comunismo mexicano durante el tercer período de la Comintern pusieron fin a la tolerancia del gobierno hacia las actividades de la comunidad de exiliados extranjeros y revolucionarios durante las presidencias de Emilio Portes Gil y Pascual Ortiz Rubio.

La presión diplomática y política estadounidense también jugó un papel importante. Desde mediados de la década de 1920 el Departamento de Estado de los EE.UU. había estado vigilando el desarrollo de la actividad solidaria anti-imperialista en México con especial atención. Dieron seguimiento a los movimientos de los latinoamericanos comprometidos en la lucha contra el imperialismo, especialmente los  relacionados directamente con la intervención de EE.UU. en Nicaragua y Haití y los asuntos de Puerto Rico. El anti-comunista James Sheffield, embajador de EE.UU. en México (octubre 1924-junio 1927), y sus simpatizantes dentro de la administración de Calvin Coolidge como Frank Kellogg, Secretario de Estado, unos años antes había identificado lo que describió como “el fantasma del bolchevismo” en México. Esta se basó principalmente en su (deficiente) lectura de la política mexicana sobre el reconocimiento y la preparación para armar a los Liberales en la guerra civil nicaragüense entre 1925 y 1927, su respuesta hostil a la actividad pública del gobierno de Calles y la campañas de propaganda mexicana en América Latina entre 1925 y 1927, y en su toma de conciencia de la Ciudad de México como el centro de las diásporas del exilio radical, y del papel desempeñado por los comunistas de EE.UU. en la financiación y la dirección de la actividad antiimperialista, como la desarrollada por organizaciones como LADLA y MAFUENIC.[34] Sheffield había exagerado el caso en ese momento y su credibilidad y la de los que lo apoyaron en los EE.UU. se había deteriorado. Sin embargo, la mejora radical en las relaciones políticas y económicas ideadas por el sucesor de Sheffield, el más simpático banquero de Wall Street y admirador de la cultura artística y popular mexicana Dwight Morrow, fortaleció la credibilidad de las reclamaciones de EE.UU. y suavizó la resistencia mexicana a la presión de EE.UU. para poner límites a las actividades de los exiliados y nacionalistas de izquierda.

Los síntomas del nuevo viraje a la derecha se hicieron cada vez más visibles en el último año de la década. Las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética se rompieron en 1930 y el Partido Comunista Mexicano y sus periódicos fueron forzados a la clandestinidad, mientras que sus cuadros y miembros más activos fueron objeto de una ola en espiral de una frecuente y violenta represión y el exilio interno. Durante 1930 y principios de 1931 la comunidad radical extranjera también fue objeto de una serie de frecuentes redadas policiales con decenas de activistas deportados a Europa, el Caribe y América Latina. El gobierno suprimió revistas antimachadistas como Cuba Libre y reunió a los exiliados cubanos en México como Alejandro Barreiro y Sandalio Junco para su deportación. Otros izquierdistas deportados durante esta campaña fueron la comunista italiano-americana, fotógrafa y amante de Mella, Tina Modotti, el boliviano Tristán Marof y un gran número de activistas extranjeros. La magnitud de la represión obligó a la Internacional Comunista a abandonar sus planes de crear como nueva base regional un Buró del Caribe (CB) en Ciudad de México y la oficina se trasladó a Nueva York. ¡Paradójicamente, la coordinación de la revolución en el Caribe y América Central fue realizada de forma más segura en las entrañas de la misma bestia!

 

Conclusión

La reconstrucción de las redes de los exiliados radicales nos recuerda la importancia de un fenómeno transnacional como la Revolución Mexicana. Si no limitamos nuestro compromiso con la historia de México al desarrollo dentro de las fronteras del Estado-nación nos encontraremos con todo tipo de maneras fascinantes, y a menudo inesperadas de conexiones y pasos fronterizos que vinculan al país y a las Américas como un todo.

 


Notas:

[1] Va mi agradecimiento a Gilberto López y Rivas por la solidaria y oportuna traducción del inglés al castellano del presente texto. Así como a Marina Franco, Hernán Topasso y Perla Jaimes por sus atinadas correcciones y sugerencias.

[2] Ann Laura Stoler “Tense and Tender Ties: The Politics of Comparison in North American History and (Post) Colonial Studies”, Journal of American History vol. 88, No. 3, diciembre de 2001, pp. 829-8265; Mary A. Renda, “Sentiments of a Private Nature”: A Comment on Ann Laura Stoler’s «Tense and Tender Ties»”, Journal of American History, vol. 88, No. 3, pp. 882-887.

[3] Fernanda Beigel, La epopeya de una generación y una revista: las redes editoriales de José Carlos Mariátegui, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2006, pp. 30-31.

[4] Para una buena discusión sobre La Habana como centro de los movimientos anarquistas y libertarios en el Caribe ver Kirwin Schaffer, “Tropical Libertarians: Anarchist Movements and Networks in the Caribbean, Southern United States, and Mexico, 1890s-1920s.” en Lucien Van der Walt y Steven Hirsch (eds.),  Anarchism and Syndicalism in the Colonial and Postcolonial World, 1870-1940, Leiden, Ed. Brill, 2010, pp. 273-320.

[5] Helen Delpar, The Enormous Vogue of Things Mexican: Cultural Relations Between the United States and Mexico, 1920-1935, Tuscaloosa, University of Alabama Press, 1995.

[6] Mauricio Tenorio Trillo, “On the Limits of Historical Imagination: North America as a Historical Essay”, International Journal, No. 3, Summer, 2006, pp. 567-587;   “De la Atlántida Morena y los intelectuales mexicanos”, Literal. Latin American voices, No. 6, pp. 18-25.

[7] Sobre Spratling puede consultarse: Taylor Littleton, The Color of Silver: William Spratling, His Life and Art, Louisiana State University Press, Baton Rouge 2000; William  Spratling, File on Spratling: An Autobiography, Boston, Little, Brown and Company, 1967; Sobre Brenner: Susanna Glusker, Anita Brenner: A Mind of Her Own, Austin, TX , University of Texas Press, 1998. Tina Modotti ha atraído a un número creciente de académicos: Mildred Constantine, Tina Modotti: A Fragile Life, San Francisco, Chronicle Books, 1993; Margaret Hooks, Tina Modotti, Photographer and Revolutionary, London ; San Francisco, Pandora, 1993, London: Harper/Collins, 1993; Pino Cacucci, Tina Modotti: A Life, New York, St. Martin Press, 1999; Patricia Albers, Shadows, fire, snow : the life of Tina Modotti, New York, Clarkson Potter, 1999; Letizia Argenteri, Tina Modotti : between art and revolution, New Haven, Yale University Press, 2003. Sobre Carleton Beals, véase: John Britton, Carleton Beals: a radical journalist in Latin America, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1987. La autobiografía de Bertram Wolfe es útil, aunque fue escrita mucho tiempo después de renunciar a su militancia marxista y anticapitalista: Bertram Wolfe, A life in two centuries: an autobiography, New York, Stein and Day, 1981. La literatura sobre los ‘Beats’ en México incluye: Howard Campbell, “Beat Mexico: Bohemia, Anthropology and «The Other»”, Critique of Anthropology, vol. 23 no. 2, June 2003, pp.  209-230.

[8] Jorge García Robles, Burroughs y Kerouac: dos forasteros perdidos en Mexico, México, Random House Mondadori, 2007.

[9] Diana Anhalt, A gathering of fugitives : American political expatriates in Mexico, 1948-1965, Santa María, Archer Books,  2001; Rebecca Schreiber, Cold War Exiles in Mexico: US Dissidents and the Culture of Critical Resistance, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2008.

[10] Jeffrey Herf, Divided Memory: The Nazi Past in the Two Germanys, Cambridge, Harvard University Press, 1997, Fritz Pohle, Das mexikanische Exil : ein Beitrag zur Geschichte der politisch-kulturellen Emigration aus Deutschland (1937-1946), Stuttgart: J. B. Metzler, 1986; Alexander Stephan, Anna Seghers im Exil : Essays, Texte, Dokumente, Bonn, Bouvier, 1993; Christian Kloyber et al. (eds.), Österreicher im Exil. Mexiko 1938 – 1947, Vienna, Deuticke, 2002.

[11] Todavía no existe una biografía actualizada de Vasconcelos, aunque John Skirius, autor de un estudio sobre la fallida campaña presidencial de 1929 (José Vasconcelos y la cruzada de 1929, México, Siglo XXI, 1978) había completado un borrador del manuscrito de su biografía en el momento de su muerte en 2010.

[12]Citado en :   Pierre Vayssière, Auguste César Sandino, ou, L'envers d'un mythe, Paris, Editions du Centre national de la recherche scientifique : Diffusion, Presses du CNRS, 1988, p. 55.

[13] Marjorie Agosin, Gabriela Mistral: The Audacious Traveler, Athens, Ohio University Press, 2003.

[14] Jorge Eduardo Arrellano,  Aventura y genio de Salomón de la Selva, León, Nicaragua: Alcaldía Municipal : Asociación de Amigos del Teatro “José́ de la Cruz Mena”, Instituto Cultural Rubén Darío, 2003;  Silvio Sirias, “The Recovery of Salomón de la Selva’s Tropical Town: Challenges and Outcomes’ in María Herrera-Sobek & VirginiaSánchez-Korrol (eds.),  Recovering the US Hispanic Literary Heritage: Vol. 3, Houston, Arte Publico Press, 2000, pp. 268-314.

[15] El pan-americanismo y anti-imperialismo de Pedro Albizu Campos, líder del Partido Independentista Puertorriqueño después de 1926, atrajo a Vasconcelos. Albizu Campos llevó a cabo una gira por América Latina en 1928-1929 para hacer propaganda en favor de la independencia de Puerto Rico, teniendo a Cuba y México como sus primeros puertos de escala. Haya de la Torre no pudo llegar a Nicaragua para encontrarse con  Sandino, aunque esto había sido parte de sus planes originales. Ramón Medina Ramírez, El movimiento libertador en la historia de Puerto Rico, San Juan, Imprenta Nacional, 1950, pp. 83-91.

[16] Sobre el anti-gomecismo de Vasconcelos ver: Miguel Tinker Salas, The enduring legacy: oil, culture, and society in Venezuela, Durham, Duke University Press, 2009; y sobre la Conferencia de Bruselas de 1927 véase: Daniel Kersffeld, “Latinaomericanos en el congreso antiimperialista de 1927; afinidades, diseños y rupturas”,  Journal of Iberian and Latin American Research, Volume 16, Issue 2, 2010, pp. 151-163.

[17] Martin Bergel, “Nomadismo proselitista y revolución. Una caracterización del primer exilio aprista (1923-1931)”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, núm. 20: 2; Ricardo Melgar Bao, “Redes y espacio público transfronterizo: Haya de la Torre en México (1923-1924)”, en Marta Casáus Arzú y Manuel Pérez Ledesma (coords.), Redes intelectuales y formación de naciones en España y América Latina (1890-1940), Madrid, Ed. de la Universidad Autónoma de Madrid, 2005, pp. 88-98.

[18] Kathleen Weaver, Peruvian rebel : the world of Magda Portal, with a selection of her poems, Pennsylvania State University Press, 2009; Daniel Reedy, Magda Portal, la pasionaria peruana: Biografía intellectual, Lima, Flora Tristán Ediciones, 2000.

[19] Daniel Kersffeld, “Jacobo Hurwitz: semblanza de un revolucionario latinoamericano”, Pacarina del Sur, Núm. 2, febrero de 2010. “Esteban Pavletich” en L. Heifets, V. Heifets y P. Huber (Eds.), Diccionario biográfico de la Internacional Comunista en América Latina, Geneva and Moscow, Instituto de Latinoamérica y Institut pour l’histoire du communisme 2004), pp. 252-253.

[20] Gustavo Machado (1898-1983) llegó a México  en diciembre de 1925, después de haber pasado varios años exiliado en Paris, Nueva York y la Habana. Junto con su hermano Eduardo, Salvador de la Plaza, Carlos León, Carlos Aponte, Pío Tamayo y otros jóvenes venezolanos fundó en la Ciudad de México, en febrero 1927 el Partido Revolucionario Venezolano (PRV),  uno de los precursores del Partido Comunista de Venezuela, y colaborador del periódico del partido,  Libertad.  Gustavo Machado viajó a Nicaragua para colaborar con Sandino: Domingo Alberto Rangel, Gustavo Machado: Un caudillo prestado al comunismo, Caracas, El Centauro Ediciones, 2011, pp. 104-106. Guillermo García Ponce, Memorias de un general de utopía, Caracas, Cotragraf, 1992; Miguel Azpurua E, El ultimo general: Vida y obra revolucionaria del Dr Gustavo Machado M., Caracas, Tipografía Horizonte, 1999.

[21]Aún no tenemos un buen estudio del movimiento antigomecista en el exilio en México, aunque vale la pena consultar el trabajo de Brian S. Mc Beth: Dictatorship and Politics: Intrigue, Betrayal and Survival in Venezuela, 1908-1935, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 2008, pp. 164-167; 205-20, y Domingo Alberto Rangel, Los Andinos en el poder, Caracas, 1964. Sobre los planes para organizar expediciones militares a Venezuela, ver McBeth, Dictatorship and Politics,  pp. 167, 213-215,  279-282,  339-341, y el artículo del mismo autor,  “Foreign Support for Venezuelan Political Exiles During the Regime of Juan Vicente Gómez : The Case of Mexico, 1923-1933”, Volume 69, Issue 2, Summer 2007, pp. 275–304

[22]Christine Hatzky, Julio Antonio Mella (1903-1929): una biografía, Santiago de Cuba, Ediciones Oriente, 2010; Barry Carr, “From Caribbean Backwater to Revolutionary Opportunity: Cuba's Evolving Relationship with the Comintern 1925-1934” en Tim Rees and Andrew Thorpe (eds.), International Communism and the Communist International, Manchester University Press, 1998, pp. 234-253.

[23] Donald C. Hodges, Intellectual Foundations of the Nicaraguan Revolution, Austin: University Press, 1986 ; Volker Wunderich, Sandino: Una biografía política, Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1995; Marco Navarro-Genie, Augusto “Cesar” Sandino: Messiah of Light and Truth, Syracuse University Press, 2002; Jorge Eduardo Arrellano,

Guerrillero de Nuestra América: Augusto C. Sandino (1895-1934), Managua, HISPAMER, 2008. El movimiento de resistencia liderado por Sandino en Nicaragua, que duró seis años a partir de mayo 1927 cuando Sandino rechazó el impuesto por Stimson-Moncada, pacto que puso fin a la guerra civil entre liberales y conservadores de Nicaragua que había comenzado en 1925 (Stimson era el representante personal del Presidente Coolidge). Sandino luego tomó la bandera de la defensa de la soberanía de Nicaragua contra las fuerzas de EE.UU. que habían regresado a Nicaragua en noviembre de 1926 para mediar en la guerra civil en apoyo de la causa conservadora, y afirmó que representaba las verdaderas raíces del Partido Liberal, cuyos líderes (como Moncada) habían pactado lo que él consideró un trato vergonzoso en 1927 con sus enemigos conservadores bajo presión de EE.UU. Sandino se opuso a las elecciones supervisadas por Estados Unidos de noviembre de 1928, que ganó Moncada y continuó su lucha por otros 4 años, tanto dentro de Nicaragua y durante su año de regreso a México entre 1929 y 1930.

[24] Para reconstruir la breve, pero muy activa vida de MAFUENIC en 1928 y 1929 nos conviene leer los informes y las noticias publicadas en El Machete, el periódico del PCM. Andrés García Salgado, Yo estuve con Sandino, México, Editorial Color, 1979, pp. 41, 59-61.

[25] Joseph Jolibois Fils, figura importante en la más antigua organización haitiana nacionalista, la Unión Patriótica, y editor del periódico nacionalista Le Courrier Haitien. El periodista antiimperialista Carleton Beals recuerda que la tarjeta de visita que traía  Jolibois  “en México anunciaba que era  Ciudadano Misionero de la Unión Patriótica Haitiana en la América Latina” (Archivo de Carleton Beals,  Universidad de Boston, caja 143, carpeta N º 5). Véase también, Cary Hector, “Solidarité et luttes politiques en Haiti: l’action internationale de Jolibois fils, 1927-1936”, Revue de la Societé Haitienne d’Histoire et Géographie,  49:176 (juine 1993), pp. 7-53.

[26] García Salgado fue uno de los mexicanos que llevaron las cenizas de Julio Antonio Mella (asesinado en la ciudad de México en enero de 1929) a La Habana en septiembre de 1933, después de la caída espectacular de la dictadura de Machado en agosto de ese año. Andrés García Salgado, Yo estuve Con Sandino, México, Bloque Obrero General Heriberto Jara, 1979-1980.

[27] Vadim Staklo, Ph, D dissertation, “Harnessing Revolution; The Communist International in Central America, 1929-1935” (Ph. D, University of Pittsburgh, 2001).

[28] Josephine Fowler, Japanese and Chinese immigrant activists: organizing in American and international Communist movements, 1919-1933, New Brunswick, Rutgers University Press, 2007, p. 53. La historia temprana de la LADLA puede ser reconstruida a partir de los documentos del archivo de Jay Lovestone en la Biblioteca y Archivo del Instituto Hoover, en la Universidad de Stanford y en los materiales del Partido Comunista de Estados Unidos conservados en el archivo de la Comintern en Moscú. Los materiales microfilmados  están disponibles en la Biblioteca del Congreso en Washington DC. Véase también la autobiografía de Charles Shipman, It Had to be Revolution: Memoirs of an American Radical, Ithaca, Cornell University Press, 1993. Manuel Gómez fue el nombre de batalla utilizado por Shipman en la década de 1920 y principios de 1930. Gómez fue también director de la sección estadounidense de la Liga que se llamó la All America Antimperialist League. Manuel Gómez (quien anteriormente había sido conocido en México como Frank Seaman y Charles Phillips) fue una figura controvertida, cuya arrogancia y falta de competencia despertaron las críticas y enojos entre los activistas de México y América Latina durante la vida de la LADLA.

[29] Ricardo Melgar Bao, “El universo simbólico de una revista cominternista: Diego Rivera y El Libertador”,  Convergencia, núm. 21, enero-abril de 2000, pp. 121-143;  y del mismo autor, “The Anti-Imperialist League of the Americas Between the East and Latin America”, Latin American Perspectives, vol. 35, núm. 2, March 2008, pp. 9-24.

[30] Christine Hatzky, Julio Antonio Mella: Una Biografía, Santiago de Cuba, Ediciones Oriente, 2010.

[31] Antoinette M. Burton, After the Imperial Turn: Thinking With and Through the Nation, Durham, Duke University Press, 2003.

[32] Martin Bergel,  “Nomadismo proselitista y revolución: Una caracterización del primer exilio Aprista (1923-1931)”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe Vol. 20 (1), 2009.

[33] Ricardo Melgar Bao,  “Utopía y revolución en el exilio Venezolano en México”, ponencia presentada en el XXI Congreso Internacional de Latin American Studies Association (LASA), Guadalajara, 17-19 de Abril de 1997, citado en: García Ponce, Memorias de un general de utopia,  p. 67.

[34] Daniela Spenser, The Impossible Triangle: Mexico, Soviet Russia, and the United States in the 1920s, Durham, Duke University Press, 1999; Richard Salisbury, Anti-Imperialism and International Competition in Central America 1920-1929, Wilmington, Scholarly Resources, 1989; Jurgen Buchenau, In The Shadow of the Giant: Mexico’s Central American Policy, 1876-1930, University of Alabama Press, 1996; Friedrich Katz, Nuevos ensayos mexicanos/New Mexican essays, México, Ediciones Era, 2007, pp. 275-302.