Elementos para el estudio de una cultura regional construida en la frontera norte de México

El conocimiento y manejo de elementos culturales, nos permite comprender la forma cómo crear y recrear redes complejas de símbolos y costumbres que adaptan a su cultura, para identificarse (en el caso de este ensayo), como norteños mexicanos, chihuahuenses, o de alguna población dentro del estado; juarenses, parralenses, etc.

Palabras clave: cultura regional, antropología, aridamerica

 

Los símbolos y las identidades culturales

El mundo social al que pertenecemos, es complejo y culturalmente diverso. Para distinguir una sociedad de otra, se requiere conocer cuáles son los elementos culturales que utilizan, sean éstos producto de su cultura, o producidos por otras y asumidos por ellos para transformar el entorno que les rodea en función de sus necesidades y asumirse como parte de ese espacio cultural. Este proceso de construcción redunda en la identificación, tanto a una cultura en particular como de la interacción con el espacio geográfico que transformaron para vivir. El conocimiento y manejo de estos elementos culturales, nos permite comprender la forma cómo crear y recrear redes complejas de símbolos y costumbres que adaptan a su cultura, para identificarse (en el caso de este ensayo), como norteños mexicanos, chihuahuenses, o de alguna población dentro del estado; juarenses, parralenses, etc.

Después de estudiarlos bajo la lente de la teoría antropológica, como puede ser la antropología cultural (o la etnología), podemos distinguir a una sociedad de otra, en función del tipo de símbolos con los cuales se identifican quienes se asumen como miembros de una cultura en particular, los que utilizan para irla construyendo y transformando a través del tiempo, en función de los cambios en todos los órdenes (económicos, políticos, sociales, etc.), sobretodo, cuando se compararan e interactúan con los utilizados por los grupos (o sociedades) que habitan en sus fronteras culturales.

Del producto de esta interacción (que pueden ser varias, si es que su frontera cultural es compartida con grupos que se identifican con varias culturas), nos vine la primera dificultad para reconocer el origen de los símbolos, como los que en la actualidad manejan los habitantes, ya sea de Chihuahua, o Nuevo México, como pueden ser los símbolos de la “Adelita”, o el de “gente sencilla del norte”, dado que cuentan con características similares a los utilizados en otras regiones; en particular, con las culturas que se formaron a lo largo de la línea política que divide a los estados norteños de México, con los del sur de los Estados Unidos. Dicho de otra forma, porque provienen de una simbología que lleva implícita su universalidad.

Si para identificarnos, sólo tomamos en cuenta la distinción que tienen frente a la otredad y no se toma en cuenta su condición universal, tendremos problemas muy serios para distinguir su origen y los cambios que han tenido a través del tiempo; los que se entrelazan para modificar su apariencia al entrar en contacto con otras culturas, al grado de poder encontrarlos ocupando una función específica, quizá muy diferente a la que tuvieron cuando surgieron por vez primera. Al investigar estos símbolos, debemos  tomar en consideración: la historia del lugar donde siguen siendo utilizados, contemplada a partir del contacto entre grupos diferentes,[1] para tener un mejor conocimiento, tanto el origen de una región cultural, como el lugar de donde provienen las culturas de quienes entraron en contacto, ya sea de manera pacífica, o debido a una guerra; como la suscitada entre los grupos nómadas y los colonos de origen europeo en el área antes referida, cuyos enfrentamientos duraron cerca de trescientos años. De este modo, podemos apreciar que gracias al contacto de culturas diferentes, los símbolos pueden llegar a formar un origen común, al tiempo que les permiten establecer sus diferencias.

El modo como fueron utilizados los elementos culturales producto del contacto entre miembros de dos (o más), culturas, nos pueden servir, ya sea, para dar explicación (y justificación) a una situación de contacto entre pueblos que se disputan un territorio,[2] para manifestar sus diferencias frente al grupo del cual provienen, o para identificarse con una región geográfica determinada, de la cual no son nativos, sin embargo, no piensan abandonar para regresar a la tierra donde son originarios, debido a que sus intereses se encuentran en el nuevo territorio conquistado.[3]

Este proceso de conquista y colonización, nos permite comprender mejor, cuál es el papel que jugaron (o están jugando) estos símbolos en la construcción de una cultura regional; tal como lo hicieron los criollos en la Nueva España, al utilizar imágenes católicas para distinguirse de los españoles peninsulares, y que después les sirvieron para identificarse como mexicanos. Baste citar la imagen más representativa de este proceso, el convertir una advocación de la virgen María en la virgen de Guadalupe, como la madre de todos los miembros de la sociedad novohispana nacidos en suelo americano; la que fue retomada por quienes formaron el México  independiente. Estos es, una advocación de María terminó por convertirse en el principal símbolo de identidad de todos los mexicanos.

También contamos con los símbolos que se construyeron a partir del contacto entre grupos con culturas de origen diferente. Como muestra se encuentran los construidos a raíz del contacto entre nativos pertenecientes a la super-área cultural conocida como Aridamérica, para diferenciarlos de los mesoamericanos (sedentarios y con estado), que habiendo reconocido la conquista por parte de la Corona de España, acompañaron a miembros de esta élite dominante, a conquistar lo que definieron las autoridades del centro de la Nueva España, como el septentrión novohispano, por estar al norte del territorio conquistado, y que terminaron por ayudar a colonizar esta región de América (también distinguida como la Gran Chichimeca),[4] dando paso, a la formación de las actuales culturas norteñas mexicanas y del suroeste de los Estados Unidos.

Sin duda alguna, se puede afirmar que debido a este largo proceso de conquista y colonización del septentrión novohispanos, le dieron su peculiaridad a esta parte de América de otras partes del territorio conquistado por la corona de España, la que, debido a la división político administrativa que fraccionó este vasto territorio en diferentes provincias, y que de ser colonias, tanto del Imperio Español como del Reino Unido de la Gran Bretaña en el Nuevo Mundo, después de un largo proceso que les permitió consumar su independencia política de sus metrópolis coloniales, se constituyeron en dos países independientes, México y Estados Unidos, los que en su frontera cultural (o frontier), en la actualidad cuentan con diversas culturas regionales.

El contar con esta diversidad cultural y una política administrativa diferente en ambos países, permitió la construcción de dos macro-regiones culturales,[5] las que a su vez, cuentan con fronteras[6] con origen común, como son: las pertenecientes a los estados, las ciudades, los pueblos, etc., dentro de la cuales, se han ido particularizando culturas e identidades regionales y locales, producto, ya sea debido por el poco (o mucho) contacto entre ellas, por su cercanía, o por contar con vías de comunicación relativamente rápidas y accesibles para la mayoría de sus habitantes; como sería el caso de la que se ha formado entre Ciudad Juárez, Chihuahua, El Paso, Texas y Las Cruces, Nuevo México, cercanía (en relación a ciudades pertenecientes a sus respectivos países),[7] debido a su comercio, escuelas, o actividades culturales, entre otras más.

Para una mejor comprensión de las cultura regionales del norte de México


Fuente: picses.eu
Al realizar esta investigación,[8] comencé con un estudio histórico-antropológico que me permitiera definir, cuál era la cultura regional que asumen los habitantes que se identifican con el estado de Chihuahua. Tomé en consideración, tanto sus semejanzas como sus diferencias con respecto a la cultura oficial “nacional mexicana” y la construida en la parte sur de los Estados Unidos, asumida por la gente de Nuevo México (en particular, de las Cruces, Alburquerque y Santa Fe) y la que asumen los habitantes hispanos de El Paso, Texas, por pertenecer al territorio comprendido dentro de lo que fuera el llamado Camino Real de Tierra Adentro, cuyo trazo y construcción diera inicio durante el periodo colonial. Comunicaba la ciudad de Chihuahua con Santa Fe, en Nuevo México; estado que hasta 1824 perteneció el distrito Bravo y la antigua villa de Paso del Norte.[9]

Cabe aclarar, que al enfatizar la diversidad cultural frente a la nacional oficial, no lo hice con la pretensión de manifestar ningún tipo de distin ción racial, ni con las llamadas culturas mestizas, de las que asumen los indígenas. Lo hice para mostrar que las distinciones culturales a que hago referencia, no son en función de cuestiones biológicas. Retomo el planteamiento de Claude Lévi-Strauss en Raza e Historia, presentado a la UNESCO en 1952, donde criticó el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, escrito por el Conde Arthur de Gobienau en 1889, quien clasificó las “razas biológicas” en función de sus propiedades psicológicas particulares, para concluir con una supuesta degeneración que produce el mestizaje.

Hablar de culturas regionales, dijo de Gobienau, no implica hablar de segregación y distinción racial. Se hace para explicar las posibles causas que han dado origen a las distinciones culturales debido a la adaptación de los seres humanos en diferentes territorios, quienes, gracias al acervo cultural con que llegan, les ha permitido construir una variante regional de la cultura que asumen y que dentro de un proceso de contacto cultural, permanece como dominante. Al encontrase ligadas, continuó afirmando, a una organización político-administrativa mayor, implica la influencia (y conocimiento) que tienen de otras culturas de orden regional, cuya pretensión cultural, para lograr la más pronta asimilación a su proyecto de Estado-nación, aplican criterios raciales para lograr la unificación biológico-cultural de todos los habitantes del territorio que estaban bajo su administración. Al respecto comentó Lévi-Strauss:

[…] el pecado de la antropología consiste en la confusión entre la noción puramente biológica de raza […] y las producciones sociológicas y psicológicas de las culturas humanas. Bastó a Gobineau haberlo cometido para hallarse encerrado en un círculo infernal que conduce, desde un error intelectual que no excluye la buena fe, a la legitimación involuntaria de todos los intentos de discriminación y opresión.

Así que cuando hablamos, en este estudio, de la contribución de las razas humanas a la civilización, no queremos decir que las aportaciones de Asia o de Europa, de África o de América obtengan una originalidad cualquiera del hecho que estos continentes estén, a grandes rasgos, poblados por habitantes de cepas [orígenes] raciales distintos. Si esta originalidad existe -y la cosa no es dudosa-, atañe a circunstancias geográficas, históricas y sociológicas, no a aptitudes distintas ligadas a la constitución anatómica o fisiológica de los negros, los amarillos o los blancos.[10]

Al estar concientes de que “existen muchas más culturas que razas humanas”,[11] indica de nuevo dijo Lévi-Strauss, debemos tomar en cuenta lo siguiente:

Para comprender cómo, y en que medida, difieren las culturas humanas entre ellas, si estas diferencias se anulan o contradicen, o si concurren para formar un conjunto armonioso, hay que tratar ante todo de establecer su inventario […] el problema de la diversidad no se plantea solamente a propósito de culturas consideradas en sus relaciones recíprocas, existe también en el seno de cada sociedad, en todos los grupos que la constituyen: castas, clases, medios profesionales o confesionales, etc., generan ciertas diferencias a las que cada uno atribuye extrema importancia.[12]

Por lo tanto, introducirse al estudio de la producción simbólica de la cultura con la cual nos identificamos, diferente a la mestiza o indígenas del centro de México, aprendidos, ya sea dentro de la sociedad donde vivimos, inculcados por nuestros padres y abuelos (en particular, si uno emigró de una región a otra), o por vivir, adaptarse y asumirse como un miembro más de una región distante a la que Luis González y González le llamó “matria”,[13] y se confrontan con los que se enseñan a través de la educación cívica que se imparte en las escuelas oficiales de educación básica, podemos llegar a tener una mejor comprensión del origen de muchas costumbres y formas de comportarse, que acompañadas de una serie de símbolos (independientemente de su origen), producto de este intercambio cultural, permiten la construcción y desarrollo de culturas regionales, nacionales, o religiosas, por citar algunas. Según Mircea Eliade,

El pensar simbólico no es haber exclusivo del niño, del poeta o del desequilibrado. Es consustancial al ser humano: precede al lenguaje y a la razón discursiva. El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad -los más profundos- que se niegan a cualquier otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique; responden a una necesidad y llenan una función: dejar desnudo las modalidades más secretas del ser.[14]

Por lo que afirmó, “cada ser histórico lleva en sí una gran parte de la humanidad anterior a la historia”.[15] Es por ello que no reconocemos el sentido original de lo símbolos que definen nuestro comportamiento, Los consideramos exclusivo de nosotros, por la función que ocupa dentro de nuestra cultura regional. Se han transformado a tal grado, que sólo tenemos ideas confusas sobre su posible origen, debido a las modificaciones que ha tenido a través del tiempo, tanto por el sentido común como de acuerdo a las necesidades culturales que uno maneja, crea y recrea constantemente. Dicho en términos de Geertz:

[…] un sistema cultural […] no es capacidad encomiable, como un lanzamiento perfecto; es una estructura especial de la mente, como la fe o el legalismo. Y como la fe y el legalismo (o la ética, o la cosmología), diverge de un lugar a otro, aunque no obstante adopte una forma característica.[16]

Es por esta razón, que los estudios sobre cultura deben tener en consideración lo siguiente,

A medida que la teoría social abandona las metáforas propulsivas (el lenguaje de los pasatiempos) -dijo Geertz-, las humanidades se vinculan a sus argumentos, no al modo de espectadores escépticos, sino, como fuente de su imaginario, al modo de cómplices imputables.[17]

Por otra parte, es sabido de todos, que las sociedades humanas se organizan conforme a las culturas que desarrollan. Como ya lo indiqué, despliegan una amplia y compleja producción de símbolos que les permiten identificarse con los demás miembros del grupo humano a cual pertenecen. Según Abner Cohen, “podemos observar a los individuos objetivamente en la realidad concreta, pero las relaciones entre ellos que pueden observarse solamente gracias a los símbolos”.[18]

En este sentido, el hombre y la mujer son distinguidos por los símbolos que le dan sentido a una cultura determinada, sin descartar que cuentan con características a los utilizados por otras culturas en diversas épocas y lugares. Es por ello, que tanto en las culturas arcaicas como recientes, la mujer ha sido identificada con su capacidad reproductora, en la “madre de la humanidad”, con el lugar donde se encuentra asentado el grupo, por representar la tierra, el alimento, el cobijo, el origen del mundo, etc. Mientras que al hombre, de acuerdo a las culturas patriarcales, se le identifica como el encargado de preñar a la mujer y proteger su casa. Por extensión, el responsable de conquistar y trabajar la tierra. Es decir, de romper su virginidad al sembrarla, para hacerla productiva cuando cosechar lo sembrado. Por eso, se le ha considerado el responsable de traspasar fronteras naturales, como las formadas por el mar, la sierra, las montañas, el desierto, etc. Por extensión, las culturales, políticas, o de guerra, entre otras más.

Ahora bien, ¿por qué retomar como representativos de una cultura de corte regional (también llamadas sub-culturas), el uso de cierto tipo ropa, comida, la forma de hablar que le permite construir un particular discurso, o el espacio territorial, entre otros distintivos, incluyendo su historia común, para definirla? Por ser resultado (consciente o no), de los símbolos y costumbres que caracterizan a una determinada región, y que les permiten identificar a sus mujeres y hombres.

Dentro de la producción simbólica, el espacio forma parte de ella, ya que éste se construye y delimita en función de una cultura encargada de transformar una determinada región y son resultado de una producción imaginaria. También nos decimos e identificamos como mexicanos norteños. Para lograrlo, le damos una peculiar entonación al español que se habla en México, utilizando variantes lingüísticas regionales y una peculiar forma de construir las oraciones. Podemos hacer uso de la vestimenta que caracteriza a los habitantes de esta región; la conocida como de tipo vaquero. Incluso. En otra región, llegamos a establecer buenas relaciones con personas que asumen otras culturas regionales, al identificarse y ser reconocidos como norteños. Sin embargo, nunca llegamos a conocer, ni todas las culturas situadas al norte la república de la cual formamos parte, ni ha ciencia cierta conocemos los rasgos culturales que les dan su peculiaridad. Lo mismo sucede con las diferentes culturas regionales de otras partes de México y los vecinos que tienden al otro lado de la frontera política que nos separa de Estados Unidos.

Por su parte, el espacio que se establece a partir de un territorio definido por la relación de contacto, entre uno, o varios grupos humanos culturalmente afines (o diferentes) y una fracción de la naturaleza, adquiere sentido de pertenecía para los grupos que lo habitan, al permitirles desarrollar una historia común en función de sus límites; como la que resultó de la guerra de conquista y colonización sostenida por grupos sedentarios de cultura occidental provenientes del centro de México, contra los grupos de nativos aridamericanos,[19] a quienes distinguieron como bárbaros, para imponer su cultura y formar los territorios conocidos como la Nueva México y Nueva Vizcaya, al norte de la capital de la Nueva España.

Es también, para esta investigación, el lugar donde se estableció un tipo de contacto cultural y se definieron los símbolos con los que se identifican hombres y mujeres pertenecientes a los actuales estados de Chihuahua, Durango (en México) y Nuevo México (en los Estados Unidos), cuyos habitantes han optado por identificarse por el gentilicio del lugar que habitan, chihuahuenses, duranguenses, o nuevo mexicanos. Al referirse Lluís Duch, a las estructuras de acogida, como “elementos imprescindibles para la constitución humana y cultural del hombre biológico y natural”, nos dice, que desde la perspectiva psicológica:

[…] estas estructuras permiten que el individuo adquiera una identidad más o menos sancionada por la tradición en la que se encuentra ubicado el grupo humano al que pertenece […] [Esta] no es algo «esencial», fijado a priori, sino que se va construyendo a través del trayecto histórico del ser humano desde el nacimiento hasta la muerte.[20]

Mientras que desde la perspectiva cultural:

Hacen factible la incorporación de los seres humanos en el flujo de una tradición concreta, con cuya ayuda, además, los individuos llegan a ser aptos para establecer diferencias culturales, religiosas y sociales, a menudo no exentas de fuertes dosis de xenofobia y exclusivismo agresivo. Se trata, en definitiva, de unos elementos irrenunciables para el proceso de interiorización individual y colectiva de simbolismos, representaciones y valores que lleva a cabo la selección que es propia de cada cultura concreta.[21]

Lo hasta aquí planteado, me permitió comprender mejor qué entendemos por identidad; aunque una persona pueda asumir varias, como la de norteño mexicano, chihuahuense y juarense. A modo de conclusión, podemos decir que existe la identidad regional, no sólo en contraste con la otredad. Fernando C. Ruiz Morales, en su tesis doctoral Construcción de identidades…, dice que ésta (o éstas), se “manifiesta de manera implícita en el comportamiento de los sujetos”.

…] es producto de las relaciones (sobre las que a la vez inciden), y sólo desde éstas puede entenderse. Las relaciones sociales de producción, de género e interétnicas, que se dan simultáneamente y de forma interrelacionada, constituyen la base sobre la que se fundamentan tanto la acción social como la orientación cognitiva de los miembros de la sociedad. Por consiguiente, proporciona las pautas para la interacción, a partir de la distinción entre la “naturaleza” propia y compartida con los demás (“nosotros”) y los que son o se entienden como diferentes (los “otros”).[22]

Sus productos son las identidades laborales, étnicas, o sociales. Debido a esta complejidad de relaciones, también se forman las regionales; incluso las de barrio. Este proceso “diferenciación-identificación”,[23] nos lleva a retomar lo planteado por Robert Jaulin, “que la humanidad existe en plural”.[24]

El individuo no existe más que dentro de un marco, de una colectividad ordenada; olvidar no nos lleva más que a negar ese marco, a negar el hecho de la civilización, es decir de la multiplicidad de civilizaciones.[25]

Por lo tanto, al mostrar la existencia de culturas regionales en el norte de México formadas a partir de un proceso de mestizaje entre colonos de cultura sedentaria occidental (hispana y sajona principalmente, sin descartar la africana y asiática), que fueron a conquistar el septentrión bajo una concepción teratológica de la naturaleza, siguiendo las “rutas de oro y lugares míticos”,[26] terminaron por convertirse en colonos, nos sirve para afirmar sobre la existencia de diferencias culturales al interior de México, debido a la forma como se colonizó. No debe entenderse como un intento para justificar una separación, o la supremacía de una cultura y región, frente a otras culturas regionales, al mostrar la serie de variantes culturales que existen dentro de un estado nacional en formación, que para asumirse como tal, sólo reconoce una sociedad racial y culturalmente homogénea, dicho en términos de Benedict Anderson, por haberse constituido fundamentalmente, como una comunidad imaginada.[27]

Finalmente, quedan muchas cosas por hacer, este trabajo, sólo me marca el inicio para profundizar en las líneas de investigación que aquí planteo (símbolos, cultura, frontera, e identidad regional), los que requieren de un análisis más profundo para comprender su origen y desarrollo, no sólo a partir de un estudio histórico-antropológico que nos permite mostrar su existencia, sino su buscar el desarrollo que han alcanzado en la actualidad.

 


[1] como sucedió en la zona que se formó alrededor del antiguo Paso del Norte, entre Nuevo México y la Nueva Vizcaya

[2] como sucedió en la actual zona norte de México durante su proceso de conquista y colonización por representantes de la corona española y México, al considerar indistintamente, bárbaros o salvajes, a los nativos de América del norte con quienes se enfrentaron, semejantes a los que utilizaron griegos para diferenciar a quienes no eran igual que ellos

[3] como lo fue convertirse, primero, en un principio en colonos norteños, después, en nuevomexicanos, chihuahuenses, etc.).

[4] Cf. Cecilia Sheridan Prieto, “Reflexiones en torno a las identidades nativas del noroeste colonial”, Relaciones, n. 92, otoño 2002, v. XVIII, pp.79-82. Realiza una critica al término “Gran Chichimeca”, que surgió en 1950, donde culturalmente se homogenizó a los grupos que habitaban el actual norte de México y parte del sur de los Estados Unidos, para distinguirlos de los clasificados por Paul Kircchoff como mesoamericanos. Entre otras cosas, comenta que quedó definida como un área cultural habitada por “tribus chichimecas” que habían “peleado salvajemente contra los españoles”, a pesar de que en su mayoría fueron exterminados.

[5] el norte mexicano y el suroeste estadounidense

[6] culturales, geográficas, administrativas, o políticas

[7] Por ejemplo, Ciudad Juárez se encuentra a 450 kilómetros al norte de la ciudad de Chihuahua. Mientras que para llegar a El Paso, sólo se tiene que cruzar cualquiera de los tres puentes internacionales situados en la línea divisoria entre México y Estados Unidos y a escasos 50 kilómetros de Las Cruces, en el estado de Nuevo México.

[8] Cuyo producto es mi tesis doctoral, Jorge Chávez Chávez, Construcción de una cultura regional en el norte de México, UNAM-Facultad de Filosofía y Letras, tesis para obtener el grado de doctor en antropología, Ciudad de México, 28 de mayo del 2007.

[9] actual Ciudad Juárez

[10] Cf. Claude Lévi-Strauss, “Raza e Historia” en, Antropología estructural, Ed. Siglo XXI, México, 1979, pp. 304-305.

[11] Lévi-Strauss, op. cit., p. 305.

[12] Cf. Op. cit., pp. 306-307.

[13] Cf. Luis González y González, Otra invitación a la microhistoria, FCE, México, 2003, pp. 30-31.

[14] Mircea Eliade, Imágenes y símbolos, Taurus, Madrid, 1989, p. 12.

[15] Eliade, ibidem.

[16] Clifford Geertz, Conocimiento local, Paidós (Básica, 66), España, 1994, p. 39.

[17] Geertz, Ibidem.

[18] Anber Cohen, “Antropología política: el análisis del simbolismo en las relaciones de poder”, Antropología política, Anagrama, Barcelona, España, 1979, p. 62.

[19] nómadas, semi-nómadas y sedentarios

[20] Lluís Duch, Antropología de simbolismo y salud de la vida cotidiana, Ed. Trotta, España, 2002, p. 14.

[21] Duch, ibidem.

[22] Fernando C. Ruiz Morales, Construcción de identidades y modelos de identificación en el sistema educativo andaluz. Una perspectiva antropológica, Sevilla, España, Departamento de Antropología de la Universidad de Sevilla, 2003, p. 17.

[23] Cf. Ruiz M., ibidem.

[24] Loc. en Alain Finkielkraut, La derrota del pensamiento, Anagrama (Col. Argumentos), España, 2000, p. 94.

[25] Robert Jaulin, La des-civilización. Política y práctica del etnocidio, Nueva imagen, México, 1979, p. 11.

[26] Cíbola, Quívira, El Dorado, etc.

[27] La comunidad, dice, “ Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión.”, Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, FCE, México, 1997, p. 23.