Los japoneses en México y sus descendientes:
Las contiendas por la identidad

Analizaremos de manera procesual cómo las relaciones entre poder, cultura e historia fueron gestando las reivindicaciones identitarias de los nikkei mexicanos. Reconstruiremos brevemente la historia de las migraciones japonesas desde el siglo XIX, a fin de mostrar la heterogeneidad de los flujos migratorios. La década de 1970, corresponde a una fase de quiebre y cambios al interior de la comunidad japonesa en México. Producto del ascenso de Japón al G-7, la expansión de capital japonés predominantemente en el sector industrial, y la llegada de personal nipón para ocupar los puestos de mando en las industrias y organizaciones de cooperación. Estos trabajadores impondrían la visión hegemónica japonesa en relación a la pureza étnica y cultural como vectores que construyen el ser japonés. Los nikkei al padecer los estigmas del poder del capital transnacional y la visión hegemónica sobre la "pureza japonesa" se orientarían hacia la construcción de alternativas de resistencia identitaria. Éstas nos permiten aprehender las dinámicas entre el poder estructural y la acción de los sujetos en un sentido weberiano.

Palabras clave: migración japonesa, nikkei, identidad, mestizofilia

 

Cepillando la historia a contrapelo. La migración japonesa en México

¿Qué implicaciones tiene cepillar una historia a contrapelo?, para Adolfo Gilly, quien retoma esta expresión de Walter Benjamín, tiene dos implicaciones fundamentales: “dar voz y presencia en la historia al inmenso reparto secundario para hacer justicia a sus vidas y sus hechos, [así como] para comprender plenamente las conductas políticas y sociales de los grupos dominantes”.[2] Si “todo documento de cultura es un documento de barbarie, y así como éste no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión a través del cual los unos lo heredan de los otros” al decir de Benjamín,[3] debemos descubrir sus dos rostros y poner en tela de juicio la aparente neutralidad del disfraz interpretativo.

La historia de los japoneses en México ha sido una historia poco estudiada, ya sea en sus aspectos positivos donde México se convirtió en una tierra de promesas y refugio económico, como en sus aspectos negativos, mediante el  despojo que en la Segunda Guerra Mundial el gobierno mexicano sometió a los japoneses y sus descendientes. En Japón su historia también ha sido invisibilizada. Lo que en un momento  fueron migraciones planificadas por el gobierno a fin de deshacerse de los excedentes poblacionales y un acto de sacrificio de los migrantes en aras del bienestar colectivo; se transfiguró con el paso de los años, en un relato sobre la traición, que insistía en que los migrantes faltaron a su patria abandonándola  cuando ésta más los necesitaba. La retórica del poder, según los intereses y los contextos históricos que les corresponden, resignifica los procesos y los eventos.

La reconstrucción de la historia de japoneses migrados y sus descendientes permite “recuperar su pasado entendiéndolo como futuro”[4] en tanto liga su papel en la historia con sus reclamos legítimos por un lugar digno. También permite “ir más allá del presente etnográfico (el momento en el que el etnógrafo recaba y registra sus observaciones) [para] situar al objeto de nuestro estudio en el tiempo. [No con el fin de ir] tras los acontecimientos históricos, sino tras los procesos que apuntalan y moldean dichos sucesos”.[5]

La migración japonesa a México data de finales del siglo XIX, y fue resultado por un lado, de la apertura de México a la migración internacional con fines de colonizar territorios de baja densidad poblacional, los cuales difícilmente atraían flujos de migración interna. Por el otro, correspondió al proceso de modernización, urbanización y construcción del Estado-nación japonés enmarcado dentro del periodo conocido como era o renovación Meiji (1868- 1912). Esta etapa sucedió los últimos dos siglos de feudalismo japonés (1638-1853) en el cual Japón cerró sus fronteras territoriales y comerciales al contacto con el extranjero con excepción de China, Corea y Holanda. En la era Meiji, Japón adaptó los modelos estructurales de Occidente a las necesidades japonesas bajo el lema “ciencia occidental y moralidad japonesa”.[6] Ésta última implicaba utilizar el sistema de deudas morales ligadas a la jerarquía de edad, clase y género, así como  la valorización del autosacrificio en pos del bien colectivo. El evolucionista Herbert Spencer – exponente del  darwinismo social- pronosticó que las obligaciones tradicionales hacia los superiores, y sobre todo hacia el emperador, eran para el Japón la oportunidad de avanzar con paso firme evitando las dificultades que amenazaban a las naciones occidentales más individualistas.[7]

La severa crisis económica desatada durante los primeros años del naciente Estado-nación japonés sumada a la reforma agraria de 1871 y al proceso de expansión urbana, dejó a muchos campesinos sin tierra acrecentando los márgenes de pobreza. Algunos de ellos se incorporaron como  prestadores de servicios en las ciudades o como proletarios en  las nacientes industrias, sin embargo, ni las fábricas ni las urbes pudieron cubrir toda la demanda laboral. Ello llevó a que se contemplara el financiamiento estatal de las migraciones como una válvula de escape que permitiera deshacerse de los excedentes poblacionales. La partida de migrantes tendría un doble beneficio: a ellos les permitía alcanzar un mayor bienestar económico a la par que su salida contribuiría a evitar que el régimen del emperador fracasara. A su vez, los hijos menores excluidos de la herencia la cual contemplaba únicamente al primogénito varón, les permitiría buscar una salida económica y laboral por su cuenta en las Américas, y mediante este autosacrificio “no molestar ni perjudicar a sus padres con quienes también habían contraído una deuda moral”.[8]

A México, llegarían a través de distintas oleadas migratorias, contingentes de migrantes japoneses portando la diversidad de sus orígenes regionales y la heterogeneidad de sus actividades profesionales. Cada una de ellas estuvo marcada por el contexto específico de su salida y llegada. De estos flujos, delinearemos brevemente sólo algunos episodios que consideramos sustantivos.

La primera colonia japonesa compuesta por 34 miembros, se estableció en 1897 en el Soconusco Chiapaneco después de un grupo de agrónomos y técnicos japoneses analizaran el terreno más idóneo para la ubicación de un asentamiento piloto, sin embargo el proyecto fracasaría. Poco después, entre 1900-1910, llegaron más de 10,000 braceros contratados para la construcción de vías férreas en Colima, Durango, Tepic y Tampico; haciendas cañeras en Veracruz, minas metalúrgicas en Sonora y  de carbón en Coahuila.[9] Los flujos asiáticos permitieron sustituir “la trata de origen africano […] trasformándola en una trata amarilla que brindó la fuerza laboral necesaria que la expansión del capitalismo industrial europeo requería en sus colonias”[10] bajo el eufemismo de contratos de trabajo temporales. Sin embargo, a la par de los migrantes con contrato, también hubo “migrantes libres” que organizaron sus migraciones a través de cooperativas independientes sin auspicio estatal. Tekehiro Misawa (2004), documenta tres de estas organizaciones en el estado de Chiapas: la Sociedad Cooperativa Nichibouku Kyodo Gaisha (1906- 1920), la Sociedad Colectiva de Kohashi Kishimoto (1899-1942) y la Granja Fujino.

Los enclaves del norte surgirían en Coahuila y Chihuahua de acuerdo a María Elena Ota, a través de la convergencia de tres movimientos migratorios: los japoneses que venían de Estados Unidos huyendo de las campañas anti-asiáticas, aquellos provenientes de Centro y Sudamérica con miras de cruzar hacia Estados Unidos y finalmente los desplazamientos internos de quienes huían de la violencia de la revolución mexicana. Sin embargo, la relación de los japoneses con la revolución no fue siempre tensa, también se sabe que algunos japoneses se unieron a las filas villistas.[11]

El convenio de 1917 para el libre ejercicio de la profesión de médico, farmacéutico, partero, odontólogo y veterinario tendría incidencia profunda al incentivar nuevas migraciones. Médicos japoneses los cuales en su mayoría no se encontraban titulados llegarían a cubrir la falta de médicos en las zonas agrícolas y provinciales dado que muchos estudiantes de medicina mexicanos “vieron interrumpida su formación por causa de la prolongación de la revolución”.[12]

La libre entrada de japoneses acabaría en 1923 por presión de  Estados Unidos quien temía que los japoneses cruzaran la frontera hacia su territorio. La etapa de los flujos colectivos sería sustituida por la migración por cartas de invitación o yobiyose bajo la figura de reunificación  familiar. Esta modalidad facilitó la continuidad de la entrada de “novias y novios  de carta” o por “catálogo” por intermediación de sus familias o de compañías que se dedicaban a este propósito a fin de garantizar la endogamia.

Empezada la Segunda Guerra Mundial, en el sexenio de Manuel Ávila Camacho,  por petición de Estados Unidos y con la anuencia de México en su condición de país aliado, México declaró la guerra a Alemania, Italia y Japón. El decreto salió promulgado en el Diario Oficial de la Federación el 2 de junio de 1942.  “Doce países en América Latina (Bolivia, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá y Perú) cooperaron con la política estadounidense de deportar e internar a los japoneses en varios campos de concentración estadounidense. De todos ellos únicamente Cuba y México optaron por crear sus propios campos de reubicación”,[13] hecho que motivó el cruce a México de algunos japoneses radicados en Estados Unidos. Entre las disposiciones efectuadas en nuestro país, se decretó que todos los japoneses y sus descendientes radicados en México fueran reubicados sin derecho a movilidad en las ciudades de México, Temixco y Guadalajara, así como sus bienes deberían ser confiscados. Se prestó principal interés en reubicar aquellos que se encontraban en espacios próximos a los puertos y a la  frontera norte, donde  radicaban la mayoría de ellos. Aunque los japoneses no recibieron maltrato físico por parte del gobierno mexicano, la confiscación de sus bienes llevó a la ruina a muchos comercios  y pequeñas empresas. Al término de la guerra no todas las cuentas fueron devueltas y muchas de ellas no con los saldos con los que se entregaron.  La ruina económica de la mayoría de los japoneses les impidió regresar a sus primeros estados de asentamiento, viéndose obligados a permanecer en los estados de reubicación y al no poder éstos ofrecerles abundantes fuentes de empleo agrícola, muchos campesinos y pescadores se vieron en la necesidad de ocupar oficios urbanos, principalmente relacionados al comercio. Una vez acabada la guerra muchos de ellos se trasladaron a la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades. En este episodio dramático se pudo articular y comunicar una comunidad que hasta ese entonces había estado diseminada.  El periodo de reclusión fue señalado como de unión y solidaridad en aras de la recuperación de todo el patrimonio perdido, y como medio para franquear la discriminación.

No fue sino hasta la década de 1950 que se reanudaron las migraciones de japoneses que huían de la pobreza de la postguerra. Sin embargo, contrario a los pronósticos, la etapa de crisis no duraría mucho tiempo.

Para 1966 comenzarían las inversiones japonesas en México tras la apertura la Datsun Motos Company (actualmente Nissan) en Cuernavaca, Morelos. A finales de 1970 Japón había logrado un superávit económico y para 1975, su incorporación al  G-7, lo cual le permitió  dar préstamos financieros a los gobiernos latinoamericanos en creciente crisis.

De acuerdo a cifras del censo Las empresas japonesas en México 2000 realizado por la Embajada de Japón en México, JETRO-México y la Cámara Japonesa de Comercio e Industria de México, A.C. En la actualidad la inversión japonesa en México está centrada en sector industrial sumando 328 empresas, de las cuales 246 se dedican al sector manufacturero de automóviles, autopartes, electrodomésticos y electrónica mientras que el 111 restante lo ocupa la industria maquiladora. El sector de cooperación y préstamos financieros lo ocupan principalmente dos instituciones: JETRO y JICA. La primera de ellas se encarga de la transferencia de bienes tecnológicos y conocimientos técnicos e industriales a fin de  promover el comercio e inversión entre Japón y México. JICA, por su parte, promueve el  desarrollo económico y social a través de la  capacitación técnica y tecnológica con miras a lograr una capacitación interregional en América Latina en base a un modelo de desarrollo Sur-Sur.


Para el funcionamiento de este tipo de empresas e instituciones de cooperación se requiere de la circulación de personal japonés especializado que ocupe los puestos de mando. Estos trabajadores temporales destacados en el extranjero (kaigai chūzai in) no los podemos denominar como migrantes debido a que su estancia en nuestro país se encuentra mediada por arreglos contractuales que restringen su permanencia de tres a cinco años.  Asimismo, su viaje se efectuó a razón de las necesidades de expansión y consolidación comercial, empresarial y diplomática japonesa. Su arribo marcaría un disenso en relación con los japoneses migrados y sus descendientes, en tanto, los japoneses recién llegados impondrían la visión hegemónica de la unicidad cultural y racial del pueblo japonés. Esta visión evaluaría con reproche el mestizaje biológico y cultural de los descendientes, así como lo que se consideró en ellos como una visión arcaica de lo japonés. No hay que olvidar que los primeros flujos migratorios ocurrieron a inicios de la era Meiji, por tanto, los migrantes salieron de Japón antes de que la modernización se viera reflejada en sus conciencias. Las últimas oleadas si bien crecieron en el marco de estas reformas, migraron antes de que se produjera la segunda revolución industrial japonesa y el boom económico, tecnológico e industrial que impulsarían a Japón como potencia. Por tanto, los nikkei mexicanos aún preservan tradiciones, formas de etiqueta social, palabras, valores e ideas que en Japón han entrado en desuso ya que la imagen de Japón con la que han crecido es la que sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos dejaron atrás. Su manera de encontrarse y reencontrarse con su pasado japonés ha sido más tradicionalista sin que ello implique necesariamente que sea más conservadora. En contraste, los flujos de  trabajadores temporales a pesar de que corresponden a la cara hiper-moderna del Japón contemporáneo su concepción de la diferencia cultural y étnica es más  conservadora.

Entre las fronteras de la “pureza” y el “mestizaje”

Dentro del imaginario nacionalista japonés, la raza (jinshu) y la nación (kokka) son categorías homologables. Comenzando porque el segundo concepto significa no sólo nación, sino también etnicidad y pueblo.[14] Por lo que el concepto de nación es el de nación étnica (minzoku). El énfasis de la pureza racial japonesa fue evidente sobre todo durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. La japoneidad se construyó en términos raciales y culturales, elemento que nos permite entender la determinación que esta noción tiene en las relaciones de trabajadores de transito con los japoneses migrados y  sus descendientes. Si bien las generaciones escolares posteriores a la Segunda Guerra Mundial no han sido educadas formalmente bajo principios raciales, el aprendizaje de las décadas anteriores aún persiste en la imaginería cotidiana. Las funciones de los aparatos culturales precisamente es la de afianzar las relaciones de dominación, entre ellas, las nociones de raza y  cultura que operan como marcadores de organización social ya que no sólo diferencian, sino también agrupan.

No obstante las construcciones raciales son categorías sociales mediadas por órdenes culturales y ficciones biológicas en tanto no existen grupos que no se hayan expuesto a la mezcla genética y cultural son tangibles en la realidad social, en tanto que a cada designación racial le corresponde un emplazamiento simbólico.[15]

Distintos esfuerzos académicos se centrarían en la demostración de la  presunta unicidad del pueblo japonés, entre ellos, los estudios nacionales (kokugaku) y la literatura nihonjinron. Para Renato Ortiz, la propia geografía japonesa y su  insularidad contribuirán a favor de dicha argumentación, en la medida en que la idea de país-isla es una fuerte metáfora y un símbolo que sugieren aislamiento[16] y desconexión. Lo anterior nos hace pensar en cómo “ciertos aspectos particulares de la cultura reflejan, incorporan, refuerzan o retan  relaciones sociales y de poder más amplias y cómo los sistemas simbólicos llegan a convertirse en instrumentos de dominación”.[17]

Podemos observar que existen conceptos que permiten clasificar a los migrantes japoneses y sus descendientes.  Issei se emplea para dar referencia a los japoneses de ultramar, es decir, a los migrantes de primera generación que deciden radicar en otro país; y de manera consecutiva se emplea nisei para la segunda generación, sansei para la tercera, yonsei para la cuarta y gosei para la quinta. Aunque de manera genérica los descendientes de japoneses son denominados como nikkei (nikkeijin).

En relación a los descendientes podemos ver que no existe una sola definición del término nikkei, ya que se trata de una categoría polisémica. Las variaciones de sentido se expresan más en el tenor de incluir en la categoría de nikkei también a los mestizos o separar a estos últimos de los nikkei mediante su nominación de acuerdo a su nivel de mezcla, siendo jaafu o hafu para los que se reconocen como producto del primer mestizaje y cuota[18] para los mestizos nacidos de un previo mestizaje. También existe la incertidumbre de llamar nikkei a aquellos descendientes que a pesar de tener un origen japonés no quieren tener o reconocer vínculo alguno hacia el Japón o los japoneses, por tanto, se cuestiona si se debe ajustar la “nikkeidad” a una noción de sangre o de autoadscripción.

Las categorías japonesas de clasificación expresan ideas sobre la contaminación e higiene sobre el cuerpo y la cultura hegemónica japonesa, puesto que como apunta Mary Douglas, toda idea de contaminación no sólo es clasificadora, sino también expresa en sí misma, un orden social.[19] Los nikkei representan sujetos  liminales para el Japón hegemónico, pues son portadores de desorden y de alguna condición impura en términos raciales o  socioculturales.

Consideramos importante analizar los elementos discursivos que construyen la japoneidad y el poder clasificador japonés más hegemónico dado que “las identidades se construyen dentro de la representación y el discurso y no fuera de ellos”.[20] Además que para nombrar se necesita disponer de una autoridad legitimada y no necesariamente legítima para imponer al mundo definiciones sobre sí mismos, pero también definiciones sobre los demás. Sin embargo, como analizaremos más adelante centrándonos en el caso de los nikkei, estas denominaciones también son elementos en disputa en tanto “las dimensiones de la similitud y el contraste se definen culturalmente”.[21]

 

Mestizofilia nikkei. Los combates por la identidad

Como mencionamos anteriormente, la endogamia fue durante muchos años una práctica común dentro de las comunidades nikkei y japonesa, por tanto la mayoría de los nikkei aunque mexicanizados en términos culturales, no son mestizos en “términos biológicos”. Dentro de las prácticas matrimoniales, se puede observar que el matrimonio de nikkei con japoneses se convirtió en un capital simbólico que permitía reposicionarse dentro de las estratificaciones de  descendencia. Si uno de los progenitores era sansei (tercera generación) y el otro cónyuge issei (primera generación), permitía que los hijos fueran nisei (segunda generación). También se consideraba que éstos tendrían más oportunidades de ser percibidos como “más japoneses”.  Esto propició que durante muchos años, algunos nikkei se asumieran como japoneses. No es poco común que adultos mayores nikkei a pesar de ser conscientes de su nacimiento en México y saber de la existencia de esta categoría, no la utilizaran para autodefinirse y aún en la actualidad les cueste trabajo pensarse como nikkei. Esto, sin embargo, no se debe a algún prejuicio o vergüenza sobre su nacimiento en México, sino que en su época la categoría sólo existía para distinguir que un japonés había nacido fuera de Japón.

El que algunos nikkei se pensaran como japoneses obedece a que no sintieran del todo integrados a la sociedad mexicana pues, aunque sobre ellos primaran prácticas culturales mexicanas; su frontera corporal continuamente delataba sus orígenes a través del cuerpo; por tanto, continuamente eran y siguen siendo heteropercibidos como extranjeros. Para Manuel Delgado (2002),  esta visibilidad de los migrantes, a la que yo añadiría también a los descendientes, es una de las principales agresiones en contra de ellos, pues aunque lo deseen, nunca podrán pasar desapercibidos, por tanto se les niega el derecho a la indiferencia pública.

El tránsito en la autopercepción de los nikkei, de japoneses nacidos en México a mestizos plenamente dichos, como ya mencionamos anteriormente estaría relacionado con la llegada a México de las primeras empresas y multinacionales de origen nipón en pleno proceso de globalización económica, y de segunda revolución industrial japonesa. El boom japonés permitiría la implantación de nuevas agendas de acción global a través de distintas instituciones de cooperación para el desarrollo e intercambio económico, tecnológico, profesional y cultural con países en vías de desarrollo. Este tipo de organizaciones se acompañaría de personal altamente especializado y remunerado, los cuales  a su vez fungirían como representantes del Japón y de la cultura japonesa más hegemónicos.  Éstos trabajadores se impondrían como nuevos estándares de medición para evaluar los distintos mestizajes culturales y biológicos a los cuales fueron sujetos los japoneses migrados y sus descendientes. Durante mucho tiempo se procuró preservar la “sangre japonesa” a través de distintas prácticas de endogamia, pero al paso de generaciones fue inevitable que los descendientes terminaran incorporándose a la sociedad receptora y contrajeran nupcias con mexicanos. A las nociones de impureza, se sumaría la percepción negativa sobre el origen económico de los primeros migrantes. Pues más allá de la movilidad económica que había permitido un reenclasamiento de los japoneses migrados y sus descendientes, sobre éstos, aún pesaba el pasado económico de sus ancestros.

Los nikkei al ser sujetos a un doble proceso de exclusión, tanto por parte de los japoneses como de los mexicanos, fueron conducidos a un proceso de reidentificación; en este caso, hacia lo que les era más próximo: lo mestizo. A partir de entonces, “lo nikkei” comenzó a dotarse de sentido y significado. Las  reivindicaciones identitarias de los descendientes no buscaron únicamente una condición de igualdad frente a la presunta “identidad mexicana” o “japonesa”. La identidad nikkei se reubicó en una posición privilegiada gracias a la emergencia de un discurso sobre su mestizofilia. Ésta sintetizaba y conjugaba los elementos más positivos de ambas identidades. Por un lado, haciendo uso del estereotipo favorable que se ha construido sobre el japonés en México como un sujeto disciplinado, honesto y trabajador; y por el otro lado, reivindicando la capacidad creativa y práctica de los mexicanos para resolver situaciones imprevistas. Así como también, la mayor tolerancia, apertura, calidez, afectividad y sociabilidad que  reconocen de la parte mexicana. Estas últimas  les permite no solamente ser más flexibles ante la diversidad, sino también contrarrestar el comportamiento que consideran intransigente de los japoneses. De esta manera se logró saltar de la identidad-estigma a la identidad-emblema.

En este sentido, podemos ver que la narrativa sobre nikkeidad, es decir, la identidad nikkei, se realiza en base a la demarcación clara de nexos que los une, pero sobre de las fronteras que los separa tanto de los japoneses como de los mexicanos.

Sin embargo, la presencia de instituciones y empresas japonesas multinacionales y transnacionales tampoco pueden ser vistas de manera maniquea, pues gracias a ellas se logró una conexión directa entre Japón y México. Pues permitieron el fortalecimiento de las conexiones de transporte y comunicación a través de los cuales se intensificaron los enlaces, comunicaciones e intercambio de símbolos, ideas y mercancías entre Japón y México. Las empresas y organizaciones a su vez, son  importantes patrocinadores  de los eventos culturales nikkei y japoneses. También han auspiciado la oferta de bolsas de trabajo para los migrantes japoneses y sus descendientes, los cuales puedes hacer uso de su relación consanguínea con Japón para conseguir empleo como intermediarios culturales y traductores económicos entre la base de trabajadores mexicanos y la cúpula de ejecutivos e ingenieros japoneses. Los nikkei e issei desde la lectura empresarial son más eficientes que los mexicanos sin ascendencia japonesa para cierto tipo de labores, sobre todo administrativas; pues comprenden –aunque quizás no compartan- la ética japonesa sobre el trabajo. También con ellos se pueden obviar explicaciones sobre la etiqueta social, los gustos culturales, cierto tipo de vocabulario, entre otras informaciones.  Si bien existe una segmentación de los espacios laborales de las empresas multinacionales y transnacionales japonesas, esto dista de significar que dichos espacios sean impermeables, pues también dentro de sus cúpulas  se encuentran algunos mexicanos y nikkei.

 

La articulación continental de los nikkei. Movimientos pan-identitarios

El proceso transnacional económico e industrial japonés permitió que se estableciera una conexión entre los japoneses y nikkei mexicanos con Japón pero también con otros puntos de América Latina y del mundo. La visibilización de otros enclaves nikkei y japoneses favoreció a que los descendientes se pensarán en términos de una diáspora. La construcción de la identidad nikkei, dejó de ser un asunto exclusivamente nacional y comenzó a ser pensada como una identidad presente en otras territorialidades. Por lo que a lo largo del mundo, pero sobre todo a nivel latinoamericano comenzaron a emerger distintos foros, congresos, asociaciones, proyectos de investigación informales pero también académicos, campamentos y  blogs en los cuales los nikkei reflexionan sobre sus orígenes, experiencias y sentires en común. Pero de manera particular discuten sus liderazgos y su manera de relacionarse con Japón y los países en los cuales han nacido. Entre ellos, podemos mencionar a la Confederación Panamericana Nikkei (COPANI), la Red Internacional Nikkei, el Proyecto Descubra a los Nikkei, la Organización de Jóvenes Nikkei (OJN) o el Congreso Nacional Nikkei (CONANI), por mencionar sólo algunos.

Estos distintos procesos de articulación regional y construcción discursiva de una meta-identidad, no invisibilizan ni son ajenos a las diferencias regionales, en la medida que las propias historicidades, especificidades culturales y dinámicas sociales inciden en la configuración de las diversas formas de ser nikkei a lo largo de las Américas.  Si bien se habla de identidad nikkei que intersecta múltiples nacionalidades, esto dista de significar que estas experiencias compartidas constituyan o den forma a una identidad homogénea entre los nikkei latinoamericanos. Las identidades al igual que las culturas, no son esencias (sustantivos en términos de Appadurai) que definan per se a los sujetos, sino formas adjetivar “un subconjunto de diferencias que fueron seleccionadas y movilizadas con el objetivo de articular las fronteras de la diferencia”.[22]

 

La diáspora nikkei

La articulación de distintas organizaciones nikkei y su conexión a otras células a nivel global, nos permite preguntarnos sobre la pertinencia de pensar en relación a la existencia o no de una diáspora. Para el caso nikkei pensamos que la categoría puede ser útil en tanto las migraciones japonesas en su mayoría son producto de un movimiento de dispersión forzada a varias regiones del mundo, también debido a que los nikkei poseen una memoria colectiva orientada a través de mitos de origen y de retorno.

Los estudios sobre la diáspora también se vuelven pertinentes en tanto nos explican cómo a pesar de la dispersión y aún el paso de generaciones ciertas comunidades de migrantes y sus descendientes siguen manteniendo viva una conciencia sobre sus orígenes y todo un entramado sentimental que los liga hacia la tierra de sus antepasados. La diáspora ejemplifica la conexión transversal entre los distintos puntos de la diáspora, que al entrar en contacto fabrican en conjunto una nueva identidad englobante desanclada de un territorio específico.

Si bien los nikkei se conciben así mismos como una comunidad, no pretendemos utilizar la imagen romántica que han construido de sí mismos cómo un todo integrado y homogéneo. Indudablemente las comunidades no se tratan de entidades sociales monocordes ni monolíticas, sino de agrupaciones que más allá de la diversidad de sus integrantes éstos se reconocen y definen como miembros de un grupo, pues comparten una estructura común de símbolos. La comunidad también existe en tanto se le utiliza como “unidad de discurso”[23] y de sentimiento.  Pero aún a pesar de los discursos públicos que desde la comunidad se construyen en relación a su unión, las comunidades distan mucho de  ser entidades horizontales e igualitarias, y es más la regularidad que la excepción que  estén “repletas de desigualdades y organizadas alrededor de jerarquías” (Smith, 1998: 236). Para el caso mexicano-japonés no resulta de manera distinto.

La identidad nikkei, más allá de la síntesis cultural, se encuentra fuertemente perfilada en relación a construcciones míticas y emocionales sobre su origen japonés. La mayoría de los nikkei no pretende regresar a Japón de manera definitiva ni tampoco posee la nacionalidad japonesa, pero sí desean que su identidad en tanto contranarrativa del discurso hegemónico japonés sea reconocida. La condición mestiza de los nikkei es lo que permite que sus discursos identitarios se alimenten  no sólo de su matriz mexicana, sino también de su pasado japonés. Porque es a partir de la conjunción entre su pasado y su presente, que  los nikkei articulan un proyecto colectivo para su futuro.

Estas reinvenciones identitarias no hacen sino corresponder a las propias dinámicas de la identidad; pues, las identidades no son inamovibles ni permanentes en tanto se hayan en continuo dialogo con su entorno el cual se ha vuelto más complejo producto de los fenómenos globales. Es sólo a través de este diálogo y continuo cambio que las identidades cobran vigencia a través de su actualización constante. Rastrear la accidentada historicidad de la migración japonesa a México nos ha permitido comprender mejor la trama de  su conflictividad contemporaneidad.

 


Notas:

[1] Antropóloga social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, actualmente realiza sus estudios de maestría en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Gilly, 2006: 101

[3] 2005:23

[4] Dube, 2001:63

[5] Wolf, 2001:24

[6] Ortiz, 2003:82

[7] Benedict, 1974: 78-79

[8] Hirai, 2009

[9] Ota, 1997: 56

[10] Humberto Rodríguez, 2000: 36

[11] Ota, 1997.

[12] Misawa, 20004: 216

[13] Kunimoto, 1994: 121-122

[14] Weiner, 2001: 3

[15] Creighton, 2001: 211

[16] Ortiz, 2003:61 y 63

[17] Wolf, 2001

[18] “jaafu”  o “hafu” del inglés half y “cuota” derivado de quarter.

[19] Douglas, 1973

[20] Hall y Du Gay, 2002: 18

[21] Wolf, 2001:79

[22] Appadurai, 1996: 29

[23] Walzer 1967 en Smith, 1998: 236.

 

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[div2 class="highlight1"]Cómo citar este artículo:

Melgar Tísoc, Dahil M., (2012) “Los japoneses en México y sus descendientes: Las contiendas por la identidad”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 10, enero-marzo, 2012. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Miércoles, 11 de Diciembre de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=384&catid=13[/div2]