La huelga en el fundo Lo Herrera y el asesinato de Luis Reveco. Despertar de los trabajadores del campo y represión del gobierno de Alessandri, 1921

The Strike at the Lo Herrera Farm and the Murder of Luis Reveco: Farm workers Awakening and Repression of the Alessandri Government, 1921

A greve na fazenda Lo Herrera e o assassinato de Luis Reveco. Despertar dos trabalhadores rurais e repressão do governo Alessandri, 1921

Manuel Lagos Mieres

Universidad de Santiago de Chile

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Recibido: 08-04-2021
Aceptado: 05-04-2022

 

 

Introducción

Este trabajo pretende rescatar una experiencia inédita en la historia de la comuna de San Bernardo y sus comarcas cercanas. Me refiero a la organización de las primeras huelgas agrarias en 1921 y la formación de los primeros sindicatos campesinos apoyados por la Federación Obrera de Chile (FOCH). Este fenómeno, debemos entenderlo en el marco de un contexto mayor centrado en lo que un periódico obrero de la época calificó como “El Despertar de los Trabajadores del Campo”,[1] ocurrido en forma ascendente a partir del año 1919, generándose hacia 1921 un fenómeno nunca antes visto en la historia de Chile: en distintos fundos y comarcas rurales relativamente cercanas a las ciudades de Santiago y Valparaíso, los campesinos comenzaron a organizarse, dando simultáneamente inicio a una serie de huelgas en demanda de reivindicaciones sociales. Fue entonces cuando estos pacíficos pueblos, se vieron convulsionados por una amalgama de sucesos que interrumpieron la absoluta pax hacendal que predominaba (Bengoa, 1988, pág. 268; 1990; 2015).

En su gran mayoría, estas movilizaciones eran orientadas por la FOCH, entidad que ‒controlada por el Partido Obrero Socialista (POS)‒, ya comenzaba a experimentar ciertas mutaciones siguiendo las influencias de la Revolución Rusa, triunfante en 1917 con los campesinos como protagonistas. Desde entonces, los socialistas criollos iniciaron un proceso de acercamiento al sujeto histórico campesino, el cual nunca había sido objeto de preocupación ni de propaganda por parte de éstos. Ahora, sin embargo, comenzaba a ser visto como sujeto potencialmente revolucionario (Lagos Mieres, 2020), abriendo a partir de entonces, una etapa que le llevaría finalmente a convertirse en el principal motor de un inédito movimiento en el campo (Aránguiz Pinto, 2019, págs. 321-441; Fediakova, 2000; Casals, 2016). 

La primera señal inquietante la dieron en el marco de la Asamblea Obrera de la Alimentación Nacional (AOAN) (Grez Toso, 2011; Salazar, 2009, págs. 40-51), durante la primavera de 1918, responsabilizando directamente del encarecimiento de la vida al sistema latifundista de explotación de la tierra, sugiriendo la intervención en el campo de los elementos políticos urbanos (Ramírez Necochea, 2007, pág. 230). Acorde con ello, paralelamente, ya por entonces emergían algunos movimientos agrarios aislados y se fundaban los primeros Consejos Campesinos en la Provincia de Aconcagua hacia 1919 y luego en el fundo Colcura, cercano a Lota (Lagos Mieres, 2020; Navarro, 2019; Bruna, 1985, pág. 93). No obstante, aún ello no formaba parte de una política oficial de parte de los socialistas locales (Navarro, 2019). Más bien se dio un proceso de expansión natural de la FOCH, la cual, una vez radicalizada tras control socialista en 1917 (Mellado, 2013), comenzó un periodo de ofensiva a través del cual sus dirigentes, esparcidos en numerosos pueblos de la zona central, y dejándose arrastrar por las señales de los tiempos de convulsión social predominante, fueron precipitando el contacto con los campesinos, principalmente en pueblos donde éstos se encontraban en zonas relativamente cercanas a los radios urbanos o mineros. Durante el año 1920, los socialistas comenzaron una etapa de acercamiento a la Internacional Comunista, adhiriéndose definitivamente en 1922. Para su aceptación, uno de los requisitos de la entidad Internacional, fue tener un trabajo de base en el campo. Ello lógicamente inyectó los ánimos de los fochistas, quienes se volcaron al campo iniciando un camino que ya no tendría retorno. De este modo, siguiendo estas transformaciones políticas, la FOCH cumplió una labor fundamental organizando los primeros sindicatos rurales en la historia de Chile, conocidos como Consejos Campesinos, los que, para estos años, pasaron a constituirse en el primer bastión de lo que posteriormente se convertiría en un profundo trabajo de politización en las zonas rurales (Loveman, 1976, pág. 137).

A esta evolución experimentada en las huestes socialistas que le llevaron al campo se sumaba ese año una coyuntura social particular dada por la migración masiva de cesantes nortinos a las ciudades del centro del país, tras la crisis en las oficinas salitreras. Según datos de la Oficina del Trabajo, en las provincias de Tarapacá y Antofagasta se alcanzó durante 1921 un índice de cesantía que bordeaba el 95%, cuestión que obligó al Estado a precipitar el traslado de unas 40 mil personas durante los seis primeros meses de ese año siendo las provincias centro-sur las zonas de recepción (Pinto, 2017, pág. 161). Los desocupados fueron instalados en los albergues habilitados por el gobierno en Santiago, Valparaíso y Limache, “donde se alberga la revolución”, según el estudio del historiador Julio Pinto. Allí el hacinamiento y las epidemias eran cuestión de cada día; como muestra de la magnitud del suceso, sólo en Santiago, se repartieron en 20 establecimientos, entre 15 mil y 20 mil obreros (Ibid., pág. 199). Otros tantos se dispersaron por el territorio en busca de mejores oportunidades. Muchos se internaron en el campo (Pinto, 2017; Yáñez, 2008, pág. 208; Robles-Ortíz, 2009). El fenómeno fue bien visto y alentado por los fochistas, viendo un potencial aliado para sus planes expansivos (LFO, 22 de septiembre de 1921; 31 de enero de 1922). Así al menos lo revela un artículo escrito por “un federado”, difundido en varios periódicos socialistas de la época. Éste señalaba bajo el título de “10 mil propagandistas revolucionarios en los campos del sur”, que la crisis del salitre había proporcionado a los federados y socialistas “la magnífica oportunidad de ir a sembrar por las provincias del sur la preciosa semilla de la revolución social que, en días cercanos habrá de concluir con todas las iniquidades presentes, echando por tierra todas las instituciones del régimen burgués que hasta hoy han servido a los tiranos y explotadores” (ES, 2 de mayo 1921; DT, 13 de mayo 1921; LFO, 6 de septiembre 1921).

Muchos venían ya imbuidos de las ideas revolucionarias, no siéndoles difícil vincularse con las organizaciones obreras de las ciudades, principalmente con la FOCH. Pero más aún, estos obreros desocupados, junto con luchar por sus demandas de trabajo, hogar y salud, se adhirieron a las luchas que se desarrollaban por entonces en los campos, pues muchos de ellos, originalmente habían salido de algún fundo de la zona central hacia las tierras del salitre en busca de mejores condiciones de vida. El año 1921 fue fundamental en la evolución de este despertar campesino, y marca un antes y un después en este proceso histórico. Se constata al menos la presencia de 43 huelgas agrarias.[2] Una cantidad significativamente superior a la de los años 1919 y 1920 advertidas por Loveman utilizando datos de la Oficina del Trabajo (Loveman, 1976, págs. 358-359). Huelgas importantes se desarrollaron simultáneamente en distintos fundos y pueblos rurales cercanos a las grandes ciudades, como Culiprán, Chocalán, Popeta, Hospital, Aculeo, Lo Herrera, San Ignacio de Tango, Rinconada de Chena, Nogales, La Cruz, Catapilco, entre otros varios.[3] Al fragor de esta proliferación de movimientos en el campo y de la consiguiente formación de consejos rurales, la FOCH llevó a cabo la primera Convención de Campesinos en Chile, desarrollada en Santiago a fines de octubre de 1921, logrando reunir a representantes de 2600 trabajadores del campo (Basile y Salinas, 1921). Dicha convención acordó luchar por las 8 horas en las faenas agrícolas, obtención de un salario mínimo, abolición de multas a los campesinos, abolición de las pulperías en los fundos, ración de comida, fundación de cooperativas de consumo campesinas, ración de tierra para los inquilinos, derecho a talaje y educación especialmente a mujeres y niños (Vitale, 2011, pág. 284; LFO, 7 de noviembre 1921).

Posteriormente estallaron huelgas en distintos fundos de las regiones colindantes. A la primera oleada sucedida en los fundos cercanos a Santiago y Valparaíso, el fenómeno huelguístico se fue expandiendo a los fundos del norte, La Ligua, Petorca, y hacia el sur, Curicó, Chimbarongo, Cauquenes, Talca, llegando luego a instalarse en los fundos de la región de la Frontera y Valdivia. Podemos distinguir etapas en este proceso que se inicia con los primeros acercamientos en 1919, pasando por el año clave de 1921 y concluyendo en la Convención Regional Austral Campesina de 1926: 1). Primeros acercamientos al campo, intentos organizacionales y huelgas en la Provincia de Aconcagua (1919) y Colcura (Provincia de Concepción, 1920); 2). Expansión de huelgas agrarias principalmente en localidades cercanas a las ciudades de Valparaíso y Santiago (1921); 3). Desde el verano de 1922 el movimiento campesino se expande al norte (Provincia de Choapa) y sur al país, instalándose en los pueblos cercanos a Talca y Curicó. Esta etapa concluye con la represión en el fundo La Tranquilla en abril de 1923; 4). Entre 1924 y 1927 ya vemos a los comunistas, con un Programa Oficial, instalados en los pueblos del sur y zona austral de Chile. Allí fueron formando alianzas con los demócratas, quienes se encontraban arraigados en estos pueblos desde comienzos del siglo XX. Pero también con elementos mapuche y huilliche organizados (Lagos Mieres, 2020). En este marco se lleva a cabo la Convención Regional Austral Campesina de noviembre 1926 en el pueblo de La Unión.

En la presente investigación abordaremos este despertar campesino y política represiva del gobierno de Alessandri enfocándonos fundamentalmente en la experiencia particular desarrollada en la localidad de Lo Herrera y los fundos de los alrededores de San Bernardo. En este sentido, este trabajo pretende aportar al estudio de la historia social y local, siendo que escasamente las miradas historiográficas han estado centradas en abordar la historia de los pueblos o comarcas que rodean a las grandes ciudades. No sabemos de nuestra historia local. Peñaflor, Marruecos, Lo Herrera, Talagante, Calera de Tango, Nos, El Monte, Padre Hurtado y tantas otras localidades nacidas al alero de los grandes fundos, prácticamente han pasado desapercibidas por nuestra historia social la cual tampoco ha centrado su atención en el sujeto campesino. Los escasos aportes que hay actualmente de la historia local, no han provenido precisamente de historiadores, sino de periodistas (Bustos Valdivia, 1991; 1993).

Encontrándose así el panorama, menos aún se ha estudiado la acción socialista-comunista en estas localidades durante los años 20’ en el marco de este Despertar de los Trabajadores del Campo. Durante la década de los 70’ sólo dos investigaciones abordaron estas primeras manifestaciones de la lucha campesina en Chile. Por un lado, los trabajos liderados por el sociólogo brasileño Almino Affonso, Movimiento Campesino Chileno (1970), y el estudio del politólogo norteamericano Brian Loveman, Struggle in the countryside (1976). Al respecto, podemos afirmar que fue esta obra la gran excepción respecto de los procesos de politización campesina en Chile. En su extensa investigación de las luchas campesinas desde 1919 hasta los años de la Reforma Agraria, este autor concluye que el sujeto campesino no fue marginal sino por el contrario, comenzando la década del 20’ lo vemos convertido en un actor social luchando y demandando frente al patrón mejores condiciones laborales, de vivienda, alimentación, salud y educación. Loveman dio cuenta de sus “repertorios de acción colectiva” principalmente centrados en los pliegos de peticiones, la sindicalización y la organización de huelgas, cartas dirigidas al presidente, demostrando que casi todas estas modalidades fueron también utilizadas luego por los movimientos campesinos desde los años 30’ (pág. 137).

En Chile, en cambio, nuestra historia social ‒como lo hace ver Jorge Rojas Flores‒, ha priorizado el estudio del proletariado urbano y minero, en desmedro del sujeto campesino (Rojas Flores, 2000). Ello se debe en parte a que en la historiografía local de las décadas de 1980 y 1990 ha primado aquel postulado que le ha dado escaso reconocimiento a las experiencias de politización campesina previo a los años de la Reforma Agraria (Salazar y Pinto, 1999, pág. 105; Alderete Soto, 2018; Herrera González, 2013; Bauer, 1994, pág. 194). Y específicamente, respecto del periodo que aquí abordamos, la situación es más crítica aún. Así, exceptuando el trabajo de Igor Goicovic (1998), referido a la revuelta en el fundo La Tranquilla (Valle del Choapa) en 1923, ninguna investigación profundizó en estos primeros movimientos campesinos. Diversas investigaciones y escuelas historiográficas han dado cuenta del tema, pero sin ahondarlo. Así por ejemplo, Julio Pinto, siguiendo una línea vinculada al estudio del sujeto obrero pampino, explica la germinación de estas huelgas agrarias de acuerdo a la crisis salitrera y el contexto de agitación social predominante por entonces en las ciudades, con miles de cesantes por las calles, residiendo en pestilentes albergues, y con un historial o experiencia de lucha ya avezado muchos de ellos (Pinto, 2017). El historiador Juan Carlos Yáñez ha matizado estas variables externas, “reconociendo, sin embargo, como el contexto necesario para explicar la movilización en el agro”. Para este autor, hay dos constataciones que merecen mayor atención. Por una parte, la real penetración de los obreros salitreros en la zona centro-sur del país, considerando las características del mercado laboral en plena crisis. Y por otra, el hecho de que la cuestión campesina haya sido prácticamente ignorada por el movimiento obrero de la época” (Yáñez, 2008, pág. 208). Por su parte, Claudio Robles-Ortíz señala que la movilización campesina de los años 20’ en Chile representa un fenómeno derivado directamente de la transición del tradicional sistema de hacienda hacia el capitalismo agrario en la zona central. Así, para este autor, fue la modernización de las haciendas lo que habría afectado la actividad de los inquilinos, aumentando la cantidad de asalariados en el campo. De ello derivarían nuevas formas de movilización y de relaciones (Robles-Ortíz, 2009). Más recientemente, Sergio Grez (2011), en el marco de sus estudios del Comunismo en Chile, ha abordado la expansión de éstos al campo, aunque sin ahondar en sus dimensiones sociales y políticas. En lo que se conecta directamente con este estudio, José Bengoa, ha tratado someramente la huelga de Lo Herrera, destacándole como un episodio trascendente en la incipiente lucha campesina (Bengoa, 2015, págs. 25-29).

Todo este panorama hoy es rebatido por distintos frentes, desde quienes sugieren una politización “informal” (Alderete Soto, 2018), hasta quienes siguen los planteamientos de Loveman (Acevedo Arriaza, 2015; 2017). En este último caso, Nicolás Acevedo ha abordado la experiencia inédita de politización llevada a cabo por la Liga de Campesinos Pobres (1935-1942), relacionando sus debilidades en torno al nivel de dependencia y escasa autonomía del movimiento social con respecto a los partidos políticos y las instituciones estatales, tendencia que -según el autor-, “fue hegemónica en el desarrollo del movimiento popular entre 1932-1973” (Acevedo Arriaza, 2017).

Más recientemente, Acevedo, ha demostrado no solo la incipiente movilización campesina desde mediados de los años 30’, sino la temprana politización que influyó en dichas acciones, por ejemplo, el papel del PCCh, que junto al PS y la Iglesia Católica generaron un acercamiento y trabajo hacia el campesinado, consolidando una organización estable desde comienzos de los años 40’ (Acevedo Arriaza, 2017, pág. 288). Según el autor, en relación al comunismo y la politización campesina en esta época, el PCCh logró una exitosa inserción y politización en los ámbitos rurales gracias a su “pragmatismo iluminado”, el cual corresponde a su relación teórica práctica entre su recepción del marxismo y el vínculo eficiente con los sectores populares. Con ello, señala, dicha politización campesina no fue producto solamente de las ‘ideas derivadas’, provenientes del mundo urbano, sino de la propia ‘experiencia popular’ de los mismos campesinos. Con ello, siguiendo los lineamientos de George Rudé (1981, págs. 32-36), afirma que la política agraria de dicho partido era una mixtura tanto interpretación de la teoría marxista, como de la propia experiencia de su realidad nacional (Acevedo Arriaza, 2017, pág. 32).

En esta misma línea también la investigación de Jorge Navarro (2019), quien ha abordado este despertar campesino, centrándose en las propias capacidades del socialismo, planteando como hipótesis que el proceso de politización y sindicalización de los trabajadores rurales se debió fundamentalmente a la capacidad de movilización que éstos tenían en la zona centro-sur del país. 

Aunque no necesariamente aborda el periodo aquí tratado, el estudio reciente de la historiadora María Angélica Illanes (2019) viene a mostrar la relevancia que alcanzó la “cuestión campesina”, especialmente durante los gobiernos del Frente Popular, que la autora califica como de “despertar” del campesinado chileno que se manifestó en una intensa lucha por su organización y demandas, apoyados por los partidos de izquierda y la CTCH; a la vez que, por una intensa resistencia patronal.

Teniendo presente este estado de las investigaciones, en que aún se encuentran en desarrollo varias investigaciones de los primeros movimientos campesinos en Chile, y donde se aprecia un real interés por abordar esta temática, creo que puede ser fructífero un enfoque ‘desde lo local’, que permita ‒a la vez que aportar a la historia e identidad local‒, entender este despertar campesino desde otra perspectiva, más cercana a la experiencia de los sujetos. Por ejemplo, ¿qué incidencia podría tener el movimiento de Lo Herrera en el marco del fenómeno histórico señalado? ¿Qué particularidades locales pudieron o no matizarlo? Y ¿cómo incidieron éstas en su politización? 

En el presente trabajo, más que enfocarnos en teorías sistémicas, se trata de poner énfasis en los propios implicados y sus relaciones internas y externas. Al contrario de teorías europeas como las que plantean que el movimiento campesino latinoamericano no tuvo mayor importancia ni menos autonomía, siendo el Estado el agente central de modernización (Touraine, 1987, págs. 171-196) o de aquellas que señalan que los movimientos sociales locales sólo surgen “cuando se dan oportunidades políticas” (Tarrow, 1998, pág. 17), acá se destaca la experiencia de los sujetos, sus capacidades autónomas y particularidades locales, la memoria colectiva, lo que Salazar llama, esa necesidad de “nutrirse de cultura-sujeto y cultura social”, que, a su vez, pueda inyectarse más en la ‘acción social’ que en la mera ‘explicación científica’ (Salazar, 2012, pág. 406).

Desde este punto de vista, en el presente estudio ‒aparte de destacar esta importancia y capacidad de movilización de los federados‒, también se pone acento en la propia “experiencia popular” tanto de los federados mismos como aquella germinada por los propios campesinos en el marco de una situación geográfica y social particular que se propiciaba en el San Bernardo de aquel entonces. En este sentido, siendo la zona de San Bernardo una región rodeada de fundos, donde no era difícil generarse un prolífico contacto entre campesinos y obreros organizados, se propicia un tipo de experiencia particular en que comenzaba a manifestarse una potente unión obrera-campesina, al alero del cual se fue conformando un movimiento campesino.

Como veremos, en el caso de la politización campesina llevada adelante en el sector de San Bernardo y alrededores, incidieron no sólo elementos foráneos, urbanos y ajenos a las costumbres campesinas, sino campesinos mismos que desarrollaron sus experiencias al fragor de su contacto con elementos urbanos y de largo recorrido sindical. Dichos campesinos, unos llegados desde afuera y otros (caso de Luis Reveco, Eliodoro Vivanco o Juan Sanhueza) nacidos en el fundo mismo, fueron elementos protagónicos de este movimiento. La huelga en Lo Herrera desde este punto de vista fue consecuencia tanto del discurso socialista que comenzó a dinamizar la localidad acompañando el proceso de “modernización”, como de las experiencias de sus sujetos históricos que a la vez eran portadores de experiencias particulares, memoria y costumbres propias de su condición rural, que a la vez mixturaban ahora con las ideas socialistas-comunistas.

Nos interesa en particular dar cuenta de estas experiencias conjuntamente con las estrategias utilizadas por los federados para penetrar en los fundos y llevar adelante su acción de politización. Éstas no se diferenciaron mayormente de las ya empleadas en el ámbito urbano, aunque con ciertos matices que permitían adaptarlos al contexto rural. De aquí otra consecuencia interesante: a pesar de que muchos federados eran efectivamente campesinos, no siempre éstos moderaron sus tácticas propagandísticas, e intentaron llevar la cultura obrera ilustrada al campo, dando cuenta además de una interpretación mecanicista que no lograba rescatar la real especificidad del caso. Con ello, más realizar un trabajo propagandístico basándose en las especificidades locales, desarrollaron una trasplantación de las lógicas de la lucha obrera a los campos circundantes. Ello seguramente también incidió de forma negativa al momento de preguntarse por qué no lograron erigir una base sólida en la zona rural de San Bernardo. A diferencia, en la localidad rural de Peñaflor, sí lograron echar raíces, gracias a una acción social y cultural enfocada hacia la comunidad, que se sintetizó en la realización de una Escuela Racionalista. En el caso de Lo Herrera y los demás fundos cercanos, esta situación de relación comunidad-federados, no se logró, no pervivió más allá de la ola de huelgas.

Por otra parte, las dinámicas que fueron adquiriendo estos movimientos -centrados en la conformación de consejos campesinos, confección de pliegos de peticiones, utilización del arbitraje como forma de resolver los conflictos-, bien hablan de un movimiento organizado que buscaba sus reivindicaciones de forma legal y sin la utilización de la violencia (Grez Toso, 2001). Esta última siempre provino de parte de los terratenientes que tenían influencias para llevarla a cabo: carabineros, jueces locales, alcaldes, políticos y las congratulaciones de la iglesia.

Esta huelga fue fundamental en el marco del despertar de los trabajadores del campo, expresión de sus estrategias, formas organizativas y dinámicas de lucha, pero también punto relevante en el concierto nacional, en vista de que se trataba de las primeras huelgas agrarias en Chile, siendo la zona de San Bernardo una región rodeada de fundos, en que perfectamente podía concretarse una huelga general de campesinos en alianza con los trabajadores urbanos. Por ello logró captar todas las atenciones, de la prensa, del parlamento y del gobierno. Por otra parte, el conflicto generado en Lo Herrera tiene importancia en razón de que pone en evidencia ciertas contradicciones en el seno del gobierno, que, por un lado, intenta hacer de mediador en los conflictos y por otra parte actúa violentamente cuando éstos amenazan la propiedad privada. Y ello nos lleva a otra problemática fundamental: ¿qué incidencia tuvieron estas huelgas en la política represiva de Alessandri? Acá se plantea que hubo una estrecha relación entre estos movimientos concretados en este pueblo y alrededores y el vuelco en la política represiva del gobierno. Así, en el marco de la huelga en el fundo Lo Herrera se pueden vislumbrar las mutaciones que fue experimentado la relación gobierno-movimiento social hasta terminar en el alejamiento definitivo. Dicho movimiento terminó en violenta represión llevada a cabo tanto por el patrón del fundo ‒el senador liberal y dueño del periódico La Nación, Eliodoro Yáñez Ponce‒, como por parte del gobierno de Alessandri. Mientras el primero expulsó violentamente de su fundo a los supuestos revoltosos y sitió Lo Herrera y sus alrededores, Alessandri, utilizando las fuerzas represivas comandadas por su nuevo ministro del Interior (el terrateniente Ismael Tocornal), impidió la marcha de apoyo que los obreros desocupados de los albergues de Santiago pretendían realizar al fundo movilizado. En el cometido fue asesinado el joven campesino Luis Reveco Aranda, marcando este suceso una muestra concreta del endurecimiento de la política represiva del gobierno hacia los movimientos agrarios y sociales en general. Tras este trágico episodio, el gobierno al fin mostraba su verdadera cara con respecto a la defensa de sus intereses, la propiedad privada y la preservación del statu quo.

El texto se organiza de la siguiente forma: en una primera parte, veremos la llegada de los federados al campo, dando cuenta de sus diversas estrategias culturales para construir sus primeras bases en la zona y disputar el poder hegemónico (patrones, autoridades, iglesia). Posteriormente, nos internaremos en las particularidades que presentaba el San Bernardo de aquellos años, y sus fundos más importantes. En los apartados siguientes nos enfocaremos en el fundo Lo Herrera conjuntamente con la emergencia de la conflictividad en la zona. Por último, veremos la represión patronal, distinguiendo sus características fundamentales y de la represión llevada a cabo desde el gobierno de Alessandri, siendo el asesinato de Reveco punto culmine en esta política.

Para el desarrollo de este trabajo se ha recurrido principalmente a fuentes impresas: prensa de la época, tanto aquella producida por los obreros organizados, como a la prensa que representaba los grandes intereses capitalistas y los valores conservadores. Así mismo, hemos trabajado con distintas sesiones del Congreso Nacional, considerando la información de las Cámaras de Diputados como de Senadores. A todo esto, hemos sumado los registros y datos que nos pudieron el Archivo Nacional y el Archivo Histórico Comunal de San Bernardo, principalmente informes derivados al Intendente o al Ministerio del Interior, así como reclamos a la Oficina del Trabajo y los antecedentes municipales. Por último, el arraigo en San Bernardo desde comienzos del siglo XX de la familia de quien escribe, constituye otra vertiente de información importante considerando que se trata de una fuente histórica oral de quienes vivieron dicha huelga.

 

Los federados en el campo

¿Cómo se produjo la penetración de los federados socialistas en el campo? básicamente a través de agentes de la organización que podían ser trabajadores rurales que manejaban un discurso y se politizaron al calor del contacto con obreros organizados del pueblo o propagandistas llegados de fuera. Como en el contexto urbano, los federados hicieron uso de una serie de dispositivos culturales a través de los cuales buscaron llegar a los campesinos y luego generar cambios en sus representaciones y sensibilidades, intentando a su vez minar el poder absoluto de los patrones y la iglesia.

Veamos primero a los propagandistas. Respecto de la primera modalidad, ésta hizo presente en San Bernardo al fragor del contacto que existía entre los trabajadores rurales y los obreros del pueblo. Ello pudo ser posible debido a la poca distancia que separaba el casco histórico y urbano de este pueblo y los fundos colindantes. Así, por ejemplo, no era difícil llegar al centro de San Bernardo desde fundos como Las Lilas, Calera de Tango, Lo Herrera o Nos, quedando todos estos a menos de 20 minutos utilizando como medio de transporte el caballo. De forma frecuente, los campesinos de los fundos señalados visitaban el pueblo en busca de insumos y servicios necesarios para sus vidas. Muchos de ellos, en el marco de alguna visita de domingo, buscaban maneras de aprovechar su tarde en algún pasatiempo, el que la mayoría de las veces era el alcohol. Pero ya por entonces los obreros locales comenzaban una prolífica labor de intervenciones públicas y extensión cultural. Es muy presumible que en estas circunstancias hayan logrado contactarse obreros politizados del pueblo con campesinos de estos fundos, posibilitando la posterior llegada socialista. En Lo Herrera destacaron nombres de campesinos que trabajaban en el fundo hacía años, por tanto, no eran agitadores llegados desde fuera. Entre éstos estaban, Eliodoro Vivanco, calificado como “agitador” y Juan Sanhueza, quien, una vez reprimida la huelga, fue buscado intensamente como uno de los “cabecillas” del movimiento.

Pero acompañando esta modalidad, también actuaron agitadores externos. Respecto de esta última, en su estudio del movimiento campesino en los años 30’ en Chile, Nicolás Acevedo distingue básicamente tres variantes de politización campesina: vía retornado, vía relegado, vía designado. El retornado podía ser el obrero llegado desde las salitreras luego de la crisis, o también el relegado a zonas rurales, aunque esto último, por estos años no se dio. El designado aludía al militante nombrado por el Partido Comunista para realizar un trabajo político en alguna zona rural (Acevedo Arriaza, 2017, págs. 82-84).

Para los años 20’, y especialmente durante 1921, vemos presentes ambas formas. Por una parte, vemos miles de migrantes llegados de las salitreras, muchos de los cuales destacaron como activos organizadores de Consejos Campesinos. Por otro lado, también se vislumbran designados, los que, enviados por la FOCH o el PC, se internaron en las áreas rurales entablando relaciones con los lugareños, asesorando sus movimientos.

Ahora bien, no necesariamente estos elementos externos, retornados o designados, constituían agentes ajenos al campo, pues muchos retornados desde tierras salitreras eran de familias campesinas antes de viajar al norte, de modo que conocían el campo y para muchos fue este retorno una especie de reencuentro con los suyos, aunque ahora ya no era el mismo de antes. Así era la experiencia de Juan de Dios Opazo, nacido en la localidad de Águila Sur, actual comuna de Paine. En conversaciones con José Bengoa, Opazo habría señalado que, ante las oportunidades de trabajo en el norte y aprovechando que tenía un hermano que se encontraba laburando en las salitreras, se trasladó a mediados de los años 10’ siendo él un joven de alrededor de 15 años. El viaje lo hizo en un tren que demoraba más de una semana en llegar a destino. Junto con Opazo iban varios muchachos de la hacienda, que llevaban comida para el trayecto que les habían preparado en la casa. En Iquique los estaban esperando los parientes y hermanos que habían partido antes. En el norte se desempeñó laboralmente por varias oficinas trabajando en diversos puestos y actividades como ayudante de obrero primero y luego peón y vivió varias huelgas y actividades reivindicativas de esos años que frente a la crisis iban in crescendo. Entonces vino la crisis salitrera de 1920: debe de haber sido antes de 1920 y a él y todos sus amigos con quienes formaba una cuadrilla, se les cerraron las posibilidades de trabajar. Fue así como con un grupo de compañeros de Águila Sur y Paine decidieron volver. En vista de que se habían gastado toda la plata que les quedaba no tuvieron otra alternativa que hacerlo a pie. La caminata duró meses y meses. Eran miles de trabajadores que con sus saquitos de pertenencias al hombro trataban de subirse a algún tren de modo de acortar distancias, parar en algún lugar y conseguir un plato de comida a cambio de realizar algún trabajo. Un largo y extenuante viaje, miles de trabajadores volvían al sur (Bengoa, 1990, págs. 29-30). Ya en la capital, Juan de Dios Opazo se destacó como dirigente de los obreros desocupados del salitre en la Comunidad Pedro Montt, conformada a partir de un albergue que el gobierno destinó para éstos. Al poco tiempo fueron construyendo en esta comunidad una escuela racionalista, un salón de teatro, grupos deportivos. El mismo Juan Opazo fue quien conversó con el reportero de La Nación en 1924, cuando el gobierno, enterado de que dicha comunidad estaba controlada por los agitadores de la FOCH, los quiso desalojar (Contreras Tapia, 1981, págs. 23-27; LN, 15 de octubre 1924).

Testimonios como los de Opazo hay varios. Coincidentemente varios de ellos, relacionados con los fundos de los alrededores de San Bernardo. El dirigente del fundo Santa Rita, Carlos Romero señala al respecto: “Llegamos nosotros a Santiago, y estuvimos unos días aquí…, después nos juimo a Santa Rita, Buín, a las Viñas, ahí dentré a trabajar yo en las bodegas. Como al mes que entramos a trabajar, me acuerdo que formé el primer sindicato”. Al cabo de unas semanas, dice Romero, entregaron un Pliego de Peticiones, el que fue aceptado, sin embargo, al día siguiente, él y sus cercanos aparecían en las listas negras, debiendo abandonar el fundo (Grupo de Investigaciones Agrarias, 1983).

En los recuerdos del escritor José Santos González Vera, Luis Emilio Recabarren mismo habría aconsejado a los obreros desocupados que se internaran en los campos para vigorizar la Federación. “A los dos meses se advirtió gran actividad sindical en el sur y en varios pueblos del norte chico. Los cesantes que recogieron sus sugerencias, los más, habíanse ido a pie y después de una o dos semanas de camino, ya establecidos, trabajaban y daban impulso a los consejos obreros. No pocos figuraban de secretarios o tesoreros” (González Vera, 1950, pág. 201). Extracto de una carta de un obrero pampino en viaje al sur, revela también estas intenciones de internarse en los campos a modo de agilizar la propaganda y generar la unión obrero-campesino que desatara la gran huelga general parando todos los ámbitos de la producción, estableciendo así un nuevo sistema de gobierno basado en los trabajadores organizados. Así, “vamos a los campos a sembrar la rebelión, a decirles a los trabajadores de la agricultura que deben rebelarse contra los explotadores y opresores, y haciendo causa común con los obreros organizados del salitre y del carbón, derroquemos al régimen de la tiranía burguesa. Unidos los trabajadores de los campos, del salitre, del carbón, del transporte por mar y tierra, de las industrias del capital no habrán ametralladoras ni cañones suficientes para retener la huelga general que establezca un nuevo sistema de gobierno basado en los trabajadores organizados (DT, 14 de junio 1921).

En el caso específico de los fundos de San Bernardo, incidió a figura de José Toledo García. Se trataba de un comprometido cuadro socialista, que además de militar en la FOCH, aparecía en los registros del POS de la capital. De oficio hojalatero y gásfiter, organizado desde hacía años en el Consejo N° 3 que agrupaba a éstos en el Barrio Yungay, hacia 1921 le vemos instalado en la zona de San Bernardo, viajando a caballo de un fundo a otro, fomentando las primeras agitaciones campesinas en la zona. Todo apunta a que Toledo fue designado por los organismos socialistas de la capital para realizar un trabajo propagandístico en la zona. Y se especializó en éste, pues en 1924 se trasladó más al sur del país, específicamente al pueblo de Curicó y alrededores, donde estallaron una serie de conflictos en diversos fundos, repercutiendo a nivel nacional las huelgas de Huemul y San Juan de Peteroa (Lagos Mieres, 2020 LN, 2,7,13,16 de febrero 1924; Justicia, Santiago, 5-7 de febrero 1925; 12 de mayo 1925; 27 de mayo 1925).

Junto a rostros como José Toledo, también visitaban la zona Juan Chacón Corona, miembro del Consejo N° 5 de Vidrieros de Santiago. Según los propios recuerdos de este obrero, llevado por la necesidad de vender sus productos, vasos, botellas y copas, pues se había quedado cesante (Varas, 1998, pág. 50).

No obstante, este propagandista durante el verano de 1921 ya había participado en las huelgas de los fundos de Popeta y Chocalán, cerca de Melipilla. De modo que ya iba con una experiencia y convicciones claras hacia San Bernardo. Y de hecho, se vinculó con el movimiento local denunciando en noviembre de 1921 en el marco de un mitin organizado en el barrio Franklin en Santiago, la represión de la que eran víctimas los campesinos de Lo Herrera señalando que en este reducto se estaban cometiendo los crímenes más grandes con los trabajadores y solicitó que se boicotearan tanto los productos de ese fundo como los de Panquehue, que había denunciado Armando Triviño (Grez Toso, 2011, pág. 147; AHN, FIS, Vol. 515, Santiago, 21 de noviembre 1921).

Todo esto era reforzado por las “visitas” que cada cierto tiempo realizaban altas figuras de la Junta Ejecutiva o Provincial de la FOCH a las zonas de acción campesina. Éstas eran fundamentales para hacer perder el aislamiento en el cual se encontraban estas sociedades rurales (Zemelman y Petras, 1972, págs. 25-26). El carácter de estas visitas queda bien sintetizado en un reporte de “Claro de Alba” respecto de una de éstas llevada a cabo al pueblo de Peñaflor a comienzos de 1922, cuando ya el POS se había transformado en el PCCh. En ella se expresaban una serie de formas propagandísticas en el seno de fraternal de la militancia, tales como recepciones, cantos, reparto de proclamas, conferencias (LFO, 5 de febrero 1922).

Algunas visitas formaban parte de verdaderas giras por regiones de difícil acceso. Buena cuenta de ello queda en evidencia en la gira de Ernesto González hacia abril de 1922 a nombre de la Junta Ejecutiva de la FOCH y a pedido de los campesinos de los departamentos de Illapel y Petorca, quienes habían insistido en la necesaria visita de propaganda. González se dirigió a escondidas comarcas de la zona, a muchas de las cuales sólo pudo acceder luego de horas de montura a caballo junto a una comitiva de campesinos locales (LFO, 14 de abril 1922). Luis E. Recabarren por ejemplo, realizó intensas giras de propaganda en los pueblos del norte, centro y sur del país (LFO, 4-7 de octubre de 1921; 1 de diciembre de 1921; 17 de marzo 1922). Cabe destacar que en muchos pueblos estos propagandistas desarrollaron una labor pionera en este ámbito, dejando sembrada la semilla de la organización. Por esta vía pronto zonas tan apartadas como la Isla de Chiloé o algunos pueblos precordilleranos conocerían los cánticos revolucionarios y las primeras huelgas.

Los propagandistas utilizaron básicamente las mismas herramientas culturales que con anterioridad habían empleado para llegar a los obreros de la ciudad y las minas: conferencias, charlas, teatro, propaganda escrita, realización de giras y mítines públicos. A través de éstas buscaban generar cambios en las representaciones y las sensibilidades de los campesinos, que, a su vez permitieran abrirse un espacio propio como una cultura alternativa destinada a llevar adelante un conjunto de prácticas culturales para minar el poder de los sectores dominantes (terratenientes, clero, políticos locales, autoridades).

 Muchas de sus estrategias las tuvieron que adaptarse al contexto generado en el campo. El escritor González Vera señala que el mismo Recabarren “solía ir los domingos a los pueblos de los alrededores para hablarle al campesino. Allí empleaba otro lenguaje. Nada de socialismo ni de revolución social. Se contentaba, usando las palabras más usuales, con pedir al hombre de la tierra que bebiera menos, pegara menos a su mujer y educara a sus hijos. En la segunda plática le proponía la idea de asociarse” (González Vera, 1950, pág. 202). Si se repartía propaganda escrita, ésta debía ser leída en voz alta pues gran parte de los campesinos eran analfabetos.

A pesar de esta dificultad, el reparto de propaganda impresa en la forma de volantes fue un método al cual recurrieron los federados. Un manifiesto titulado “A los campesinos” señalaba que “para emanciparse de la brutalidad patronal, lo único que se necesita es valor y abnegación para sufrir las consecuencias. Cuando el mayor número de campesinos comprenda que no debe ser esclavo, entonces se podrá hacer una fuerza unida capaz de acabar con toda la tiranía patronal”. Y aconsejaba: “hagamos uniones secretas sino nos permiten usar nuestros derechos, y seamos hombres para todo! A la acción!” (LFO, agosto-septiembre 1921). La utilización de un lenguaje simple, casi pedagógico, eran características de estos manifiestos. El Consejo N° 2 de Agricultores de San Bernardo, como forma de hacer frente a la propaganda que realizaba la organización patronal Unión Agraria contra la Federación Obrera, repartía volantes, interpelando a los campesinos (LFO, 13 de noviembre de 1921). Miles de volantes como este fueron repartidos en los pueblos que rodeaban las grandes ciudades a comienzos de 1921. Ello no pasó inadvertido frente a las autoridades quienes hacían llegar esta nota desde la Intendencia de Santiago al Ministerio del Interior: “Han llegado a conocimiento de esta Intendencia algunas hojas manifiestamente subversivas que se reparten en los campos, por intermedio de agentes especiales de propaganda, o por conducto de comerciantes estranjeros que hacen pequeños negocios entre los campesinos” (AHN, FIS, Vol. 521, Intendencia a Ministerio del Interior, 16 de febrero 1921).

Las intervenciones en las plazas públicas o lugares en los que se reunía la comunidad fueron elementos fundamentales en esta campaña. Por primera vez en la historia, pueblos como San Bernardo, Melipilla, Peñaflor, Talagante, eran invadidos por los discursos de los supuestos agitadores, acompañados de actividades culturales, teatro, recitación de poesías, canto, reparto de propaganda escrita, todo lo cual generaba un verdadero impacto en estas sociedades tradicionales, en donde dominaba la absoluta pax patronal. Todo ello causaba desconcierto entre las autoridades locales ya que nunca antes habían sido cuestionadas públicamente; jueces, policías, patrones, alcaldes veían cómo a través de estas actividades se promovía la insubordinación, la falta de respeto y la germinación de odios tanto tiempo silenciados por parte de los campesinos y demás obreros.

Las conmemoraciones obreras fueron hábilmente utilizadas por los federados en sus campañas de propaganda. El 1° de mayo fue un buen pretexto para realizar lucidos actos públicos en las plazas principales de los pueblos que veían asombrados dichas manifestaciones. En la localidad de San José de Maipo, por ejemplo, en el año 21’ “por primera vez fue conmemorado el 1° de mayo asistiendo numerosos trabajadores de los fundos vecinos. Para la ocasión se preparó un programa literario-musical compuesto de declamaciones, cantos, murgas organizadas por un Comité formado con este fin, contando además con las conferencias de uno de los principales líderes de la FOCH, Carlos A. Martínez. La ceremonia sirvió a la vez para dar forma a la idea de organizar un Consejo Federal (LÉ, 6 de mayo 1921).

La utilización algunas canciones permitió llegar a los campesinos de una forma menos abrupta de lo que lo hacían con las otras herramientas propagandísticas. A través de éstas se intentaba apelar a las costumbres comunitarias y festivas de los campesinos. Ello queda de manifiesto en un informe de 1925 referente a una fiesta de propaganda en un fundo de Melipilla, en el que la guitarra fue el enganche fundamental (Justicia, 18 de agosto 1925; LFO, 30 de septiembre 1923). No rigiéndose estrictamente por sus valores ilustrados. En conformidad con ello, pasatiempos como el alcohol y el juego quedaban marginados, tal cual lo revela el mismo artículo citado que concluye: “hasta algunos burgueses, atraídos por la novedad del espectáculo, se llegaron a escuchar a las simpáticas huasitas. Llamó sobremanera la atención a estos señores, que los tertulianos, no bebían vino, ni chicha, ni aguardiente, sino café de malta y cocos…Es el principio del fin! Si todas las fiestas obreras se hicieran del mismo modo, los señores viñateros y demás envenenadores intermediarios como los taberneros y rufianes, irían a soplar copuchas al Matadero!” (Ídem).

Con ello, los federados ganaron adhesión de la comunidad, y específicamente de un gremio importante al momento de sacar adelante cualquier campaña: las mujeres. Los propagandistas se dirigieron de forma especial a las mujeres (LFO, 8 de noviembre 1921). Se formaron así varios Consejos Femeninos en pueblitos en los cuales jamás se había visto tal herejía. El cura local en la mayoría de los casos se convirtió en enemigo irreconciliable de las recientes organizaciones femeninas que pregonaban este rompimiento entre faldas y sotanas (LFO, 22 de septiembre 1921; 30 de septiembre 1923).

La formación de grupos teatrales, literarios, coros o bandas musicales fue primordial para captar a los habitantes de los distintos pueblos. En todas las giras llama la atención el papel fundamental que desempeñaron los coros o el canto. En la gira de Ernesto González a los distintos pueblos del valle del Choapa hacia abril de 1922, fue recibido en cada uno de ellos con un coro que entonaba canciones revolucionarias. “Las canciones revolucionarias que son la queja, el dolor de los esclavos, como así mismo la esperanza de un porvenir mejor, se hacían sentir en estos campos como un preludio de libertad” (LFO, 14 de abril 1922).

Si bien ello da cuenta de un trabajo bien intencionado y abnegado por parte de los federados, también deja entrever su visión racionalista e ilustrada del mundo en desmedro de una cultura campesina, sus costumbres y formas recreativas (Salinas, 1983). Todas estas expresiones eran puestas como contrarias a la organización, a la lucha que desde entonces se debía entablar y por tanto también al progreso. De modo que, si bien La FOCH fue muy perspicaz en la forma de llegar a estos pueblos, reforzando su propaganda dura con matices culturales y educativos que podían llamar la atención de la comunidad en general, intentando integrar a la familia en su conjunto, a través de actividades culturales, sana diversión, resulta innegable que no tuvieron ningún interés por rescatar los valores y tradiciones campesinas que de algún modo acicatearan en la germinación de lazos con la comunidad. Esto último, pronto se tradujo en una limitación, pues no permitió un arraigo pleno en las zonas rurales, que posibilitara a la vez hacer germinar un movimiento campesino independiente de la tutela de los organizados urbanos (Lagos Mieres, 2020). A pesar de ello, con la utilización de todas estas estrategias lograron llegar a gran número de pueblos y poblados rurales de la zona. En algunos lugares como Peñaflor (Lagos Mieres, 2020b) el arraigo fue mayor, en otros, como en el caso Lo Herrera, su presencia fue más fugaz, aunque preservó la organización campesina con epicentro en el mismo San Bernardo.

 

San Bernardo, lo urbano y lo rural

San Bernardo pasó “del ámbito rural al ámbito urbano y de una ciudad aristocrática a una ciudad ferroviaria” según el estudio de Felipe Delgado (2017). Este proceso se llevó a cabo a lo largo del siglo XX, siendo determinante la puesta en funcionamiento de la Maestranza en el año 1920. Desde entonces San Bernardo comenzó a experimentar las consecuencias de un proceso de transición de una sociedad rural a una urbanizada, generándose en consecuencia una serie de conflictividades. Toda esa tranquilidad que caracterizaba a esta localidad a comienzos del siglo XX ‒cuando ésta servía como área cercana de descanso de la oligarquía‒, ya para el año 1920 comenzaba a cambiar. Este cambio se fue dando de forma paulatina a lo largo del siglo XX, aunque un hecho ayudaría considerablemente a cargar la balanza hacia su dinamización. En abril de ese año entraron de forma oficial en funcionamiento los talleres de la Maestranza Central de los Ferrocarriles del Estado, recibiendo un número considerable de operarios, profesionales y obreros, que se trasladaron al pueblo, agilizando su comercio y demás actividades. La Maestranza se convirtió entonces en foco de crecimiento demográfico para San Bernardo, aumentando su población en un 54,4%, durante los primeros años de la Maestranza Central (Delgado Valdivia, 2013). Al poco tiempo, y con el apoyo del gobierno se construyó una población obrera a pocos pasos de la Maestranza (LN, 27 de enero 1924; El Ferroviario, Santiago, marzo 1924). La Maestranza como motor de dinamismo y crecimiento urbano vino a sumarse al comercio y las cantinas cuyas patentes constituían en el área urbana el 85% del erario municipal a comienzos del siglo XX (Romero, 2017, pág. 62). Dos avances importantes contribuyeron también a esta aceleración: la inauguración del tranvía eléctrico en 1908 y la paulatina apertura de la Gran Avenida entre las décadas de 1900 y 1920 (Archivo Histórico Comunal San Bernardo, Fondo I. Municipalidad de San Bernardo, vol. 61, oficio 119; La Opinión, San Bernardo, 4 de noviembre 1916).

A pesar de esta alza, sus alrededores seguían siendo indiscutiblemente rurales (Delgado Valdivia, 2017, pág. 77; Besoaín, 1995, pág. 95). Quien escribe es descendiente de una familia de chacareros de la zona rural circundante al centro de San Bernardo. Allí los paisajes permanecieron impertérritos por lo menos hasta los años 70’, a pesar de la poca distancia que le separaba del centro donde podían venderse los productos a terceros o directamente en ferias libres (Lagos Mieres, 2020; Ríos, 1999, págs. 20-21). Algunos datos del censo del 1920 (15 de diciembre), nos pueden ser de utilidad para entender las características que tomó allí la propaganda fochista. San Bernardo pertenecía entonces al Departamento de La Victoria (que también incluía las comunas de Puente Alto, San José de Maipo, Calera de Tango, Isla de Maipo, Talagante, Peñaflor y San Cruz de la Victoria); era la cabeza del Departamento y sede de la Gobernación. Sólo la comuna de San Bernardo, contaba con una población de 9366 habitantes. Si se incluían sus áreas rurales su población ascendía a 18,479, de la cual sólo un 46, 2% era alfabeta. El Departamento en su conjunto, contaba con 22,984 habitantes urbanos y 38.665 rurales, lo que daba un % de población urbana de 37,28 (Dirección General de Estadística, 1925).

La dinamización de las actividades del pueblo de San Bernardo, trajo como consecuencia también la llegada de las ideologías anarquistas y socialistas, de las que eran ya portadores algunos obreros instalados en la Maestranza que habían llegado de otras faenas similares (Delgado Valdivia, 2017, pág. 78). A su vez, un gremio que ya tenía cierta organización en San Bernardo era el de los panaderos, que se habían anticipado formando un salón panaderil, ubicado a pasos del centro, puesto siempre a disposición de actividades de vanguardia. En su salón se fundó el Centro Arte y Evolución Social, dirigido por Cornelio González y el ácrata Víctor Yáñez, comenzando una verdadera cruzada a favor de la cultura obrera; a la vez que el gremio local adhirió a la Unión Sindical de Panificadores, iniciando el año 1921 la lucha por la higienización de las panaderías. En San Bernardo, dicha lucha se manifestó con fuerza durante todo 1921, conformando con posterioridad una inédita experiencia de conformación de una panadería obrera (LFO, 19 y 22 de octubre 1921; AD, N°22, marzo 1923; AHC, San Bernardo, Vol. 116, Oficios recibidos, 4 de febrero 1925, denuncia del obrero panadero Francisco Molina; 2 de agosto de 1925. Carta al alcalde del gremio de panaderos; Vol. 117, oficios enviados, 7 de septiembre 1925).

De este modo, fue expandiéndose un movimiento obrero en el casco histórico de San Bernardo que fue experimentando considerable crecimiento y dinamización. Por entonces las recientes huestes federadas organizadas en el centro de San Bernardo, ya lograban incidencia entre los gremios de panaderos, ferroviarios, carpinteros, tipógrafos, zapateros. Con la expansión de los socialistas al campo y la llegada de los desocupados nortinos, las inmediatas zonas rurales que rodeaban a este pueblo fueron invadidas por los discursos de clase pregonados por anarquistas y socialistas, generándose posibilidades para su cultivo y desarrollo. A los mítines públicos asistían importantes figuras del movimiento obrero de la capital como Castor Vilarín, Roberto Salinas Astudillo, Luis A. Hernández, Armando Triviño, Alberto Baloffet, entre otros (LFO, 3 de mayo de 1923). Todo ello era motivo de molestia por parte de las autoridades. Así, a comienzos de 1922 informaba el alcalde Abel Huidobro al Gobernador “…que desde hace varias semanas se reúnen los sábados y domingos en la plaza de esta ciudad huelguistas de fundos vecinos, organizados en mitin por individuos traídos expresamente de Santiago, que les dirigen la palabra en términos muchas veces inconvenientes”. Dichos manifestantes -según el reaccionario alcalde- no solo destruían los jardines de la plaza sino que además “molestan con sus manifestaciones a los obreros amantes del orden, que son los más”. Pero sobre todo, argumentaba, en los discursos emitidos por los agitadores “suelen recomendarse procedimientos extremados”, y que si bien estaba bien preservar el derecho de reunión, también había que asegurarse de que en éstas “no debe haber ataques al régimen existente y autoridades constituidas, ni exhibir emblemas de revoluciones sociales”. Como tal, solicitaba que, teniendo la autoridad el deber imperioso de reprimir incitaciones subversivas que importan delitos, no tolerará discursos en que se ataque al orden legal establecido, y confiaba “se servirá ordenar que el jefe de la tropa encargada de resguardar el orden notifique a los manifestantes antes de que el mitin se inicie”. Si bien las manifestaciones continuaron (aunque bajo hostigamiento constante de la policía), al poco tiempo el alcalde clausuró el periódico radical La Idea, que tenía vínculos con el movimiento obrero (AHC, San Bernardo, Vol. 108, Oficios enviados, 13 de enero de 1922; 23 de enero de 1922).

De este modo, al contacto con los obreros instalados en el casco histórico de este pueblo, los campesinos fueron impregnándose del discurso de la lucha de clases, haciendo peligrar aquella pax hacendal tan arraigada desde siempre. Como consecuencia, nacieron los primeros Consejos Campesinos, apoyados por la FOCH. Todo ello se vio coronado con la sorprendente aparición desde mediados de 1921 de una oleada de huelgas agrarias en los fundos colindantes al casco histórico de este pueblo como Las Lilas, Lo Herrera, Lo Carvallo, Rinconada de Chena, Los Guindos, Santa Inés de Nos.

 

Inicios de la organización en fundo Lo Herrera

El fundo Lo Herrera originalmente había sido propiedad de los primeros Jesuitas en Chile los cuales mandaron construir subterráneos que daban a un frondoso cerro que hay dentro del fundo. Según datos recogidos por José Bengoa, era una propiedad que se mantenía indivisa desde siglos (2015, pág. 59). Cuentan los inquilinos de la época que “años más tarde pasó este fundo a poder de una rica familia chilena que a la muerte de los mayores, dejaron la propiedad a manos de los herederos menores a cargo de un apoderado, de cuyas manos, según se dicen, fue arrebatado por don Eliodoro Yáñez Ponce, en compañía de otro distinguido y se entiende “honrado” abogado santiaguino a un mal pleito. Como se vé no puede ser más histórico” (LFO, 9 de diciembre 1921).

Lo Herrera tenía 3278 hectáreas, de las cuales 2260 eran planas y regadas con canal propio denominado Arriagada y la tercera parte de las acciones del Canal San Vicente. Su ramo de explotación eran los cereales, trigo blanco con una producción media de treinta quintales métricos por hectárea y cebada Chevalier con 45 quintales métricos. Se dedicaban a chacarería unas 200 hectáreas, principalmente de frijoles y maíz, continuada de la enfardadura de pasto prensado de alfalfa. Otro ramo era la crianza de vacunos Durham, lechería (cuya leche era enviada directo a Santiago en carretela). También existía crianza de lanares, fabricación de carbón y otras. Había grandes plantaciones forestales de eucaliptus, cipreses y álamos a orillas de potreros y faldeos de cerros. Lo Herrera constituía una enorme extensión que anidaba en su seno una verdadera comunidad controlada por el terrateniente, quien había establecido un cuartel de carabineros, había fundado una escuela primaria, una capilla y un gran almacén de provisiones. Además incluía espaciosas habitaciones, 6 hectáreas de huerto frutal y hortalizas, 120 casas de adobe con techo de tejas para empleados e inquilinos (Mallea, s/f).

Según el censo de 1920, Lo Herrera, contaba solo con 1127 habitantes, de los cuales 641eran hombres y 486 mujeres. Todos eran habitantes rurales. Otros fundos cercanos, como Chena, Rinconada de Chena y San León de Nos, reunían menos de 500 habitantes (Dirección General de Estadística, 1925).

Producto de su cercanía con el pueblo de San Bernardo que permitió un mayor contacto entre obreros y campesinos, sumado a la acción en la zona de agitadores que comenzaron a visitar esta localidad y los alrededores, los trabajadores del fundo Lo Herrera, siguiendo el ejemplo también de sus pares del fundo Culiprán, decidieron federarse, iniciando una tenaz lucha que pasó por varias etapas: la primera de ellas, fue por el reconocimiento de la Federación y la reincorporación de los obreros despedidos por cometer el acto de federarse. Ya reconocido su derecho legítimo, los trabajadores iniciaron un movimiento en pos de una serie de mejoras, las que luego de un largo proceso, fueron aceptadas por el dueño del fundo. Y, por último, la tercera etapa de esta lucha, que mantuvo al fundo en permanente estado de tensión durante prácticamente todo el año 1921, fue velar por el cumplimiento de los acuerdos logrados.

Ya para fines de abril de 1921, luego de reuniones secretas y una serie de acciones a espaldas de los administradores, los campesinos del fundo se federaron. Según entrevista a uno de los fundadores de este sindicato, y que después fue expulsado del fundo por “revoltoso”, fueron las pésimas condiciones laborales y salariales las que los llevaron a ello. “Así las cosas, y cansados de vivir una vida infame que viven los inquilinos, un buen día nos federamos con el objeto de prestarnos ayuda efectiva entre todos los peones de la hacienda” (LFO, 29 de noviembre de 1921). La respuesta inmediata del latifundista fue el despido de los organizados, quienes tuvieron que dirigirse a la Junta Ejecutiva de la Federación Obrera. “Nos manifiestan a la vez que este proceder del señor Yáñez está en contradicción con lo que manifestó en días pasados de que no se tomaría ninguna represalia contra los inquilinos que se federaran, porque era partidario de la organización obrera y manifestó de que, si el Consejo se organizaba en su fundo, él le proporcionaba la cooperativa” (La Época, 29 abril de 1921).

La situación se mantuvo expectante, plegándose cada vez más trabajadores del campo, logrando a la vez el apoyo de sus pares de la ciudad. En el acto del 1° de mayo durante el mitin correspondiente a esta conmemoración en Santiago, un orador propuso marchar sobre Lo Herrera y “ponerle la Bandera Roja” (El Diario Ilustrado, 2 de mayo 1921). Aquella vez, no pasó más allá de la amenaza, pero era evidente que las intenciones ya estaban y que semilla de la emancipación estaba ya sembrada en ese fundo.

Así las cosas, Eliodoro Yáñez ‒junto a su yerno y Administrador del fundo, José Echeverría‒, aceptaron el reconocimiento de la FOCH y retornaron a sus labores a los trabajadores despedidos. Pero desde entonces el ambiente se hizo cada vez más tenso, pues si bien se reconocía a la FOCH como interlocutor válido en la defensa de los campesinos, ello a la vez hizo más visible el conflicto social, la lucha de clases. La FOCH era el nuevo vecino conflictivo para los patrones. Pero lo cierto es que tampoco sus habitantes ya eran los mismos de antes, sumisos y pasivos, ahora se daban cuenta que podían provocar demandas para mejorar su situación, que no estaban solos, y sobre todo eran capaces de emprender un camino que los llevaría a ser capaces de construir su propio destino.

Ya reconocida la organización, realizaron una huelga en el mes de julio. En la ocasión, apoyados por los federados, los inquilinos Rosalindo Salinas, Juan José Sanhueza, Ramón Hernández, redactaron un pliego de peticiones solicitando entre otras cosas, aumento de salarios, mejoras en la alimentación y otras concesiones concernientes al uso de la tierra. Dicho pliego fue publicado en la prensa obrera. Y logró ser aprobado por el hacendado (LFO, 29 de noviembre de 1921).

Señalaban por entonces los campesinos: “Después de sostener con este hacendado una tenaz lucha se consiguió que él tuviese un poco de “espíritu de justicia”, como había propalado y, al efecto, el día 7 de agosto se hizo un arreglo en el fundo como aparece firmado en una amplia hoja impresa por Echeverría, por el Comité de inquilinos de Lo Herrera, Eliodoro Vivanco, Jovino Gallardo y Juan Ahumada” (LFO, 29 de noviembre de 1921). En dicho pliego se hicieron a los campesinos concesiones muy importantes –según un inquilino del fundo. Entre éstas, una hectárea de tierras en lugar de media cuadra; salario de un peso cincuenta a los inquilinos y un peso setenta en épocas de siembras y cosechas; ración de tres panes y un plato de porotos cocinados; pasto para tres animales; facilidades para buscar leña en los cerros y casa; un sitio para vivienda (LFO, 29 de noviembre de 1921). Entre el grupo de peticiones aceptadas, estaba la que decía relación con que “habría una Comisión permanente de los inquilinos del fundo para entenderse con los reclamos de los obreros en general, para simplificar a la Administración la labor de atender el bienestar de los trabajadores” (LFO, 9 de diciembre de 1921).

Hasta aquí podemos señalar que aún había entendimiento entre las partes, y los sectores liberales, como lo era el mismo Yáñez, se mostraban abiertos a otorgar ciertas concesiones. No obstante, ello fue cambiando en el transcurso del año en la medida en que el movimiento campesino fue convirtiéndose en un actor amenazante para los intereses del gobierno y de los propietarios. ¿Cuál era esta amenaza? Sin duda que llegara a concretarse una efectiva y peligrosa unión entre obreros y campesinos y que ésta se expresase en esa tan publicitada huelga general revolucionaria que parara las actividades tanto en el campo como en la ciudad, en las minas y en los transportes. En otras palabras, esa huelga que diera un golpe definitivo al Estado y la propiedad privada dando paso a la construcción de una sociedad sin privilegios.

 

Hacia la unión obrero-campesina

Para mediados de 1921, los federados estaban actuando de forma paralela en varios fundos de los alrededores de San Bernardo. Acorde con ello, y considerando que también las organizaciones obreras que actuaban en el centro de este pueblo se encontraban en un momento de agitación ‒especialmente el gremio de los panaderos‒, los socialistas fueron allanando el terreno para una huelga general en el pueblo que reuniera tanto a elementos urbanos como campesinos. Para entonces, la situación en el campo parecía idónea para dicho cometido, pues se sumaban día a día más movimientos, tal cual lo señala un artículo del mes de agosto: “En todos los campos de Chile empieza ya un despertar de la conciencia de las clases explotadas (…) Las huelgas agrarias que, desde el mes de febrero a esta parte, de forma periódica vienen estallando con el eco de este malestar, y mediante ella, el inquilinaje ha podido mejorar un tanto su triste i mísera condición. Aunque también se sabía de la reacción patronal y de la incidencia del gobierno en ello: “los terratenientes no han podido permanecer indiferentes y así han procedido abiertamente contra los inquilinos federados, arrojándoles a la calle, y a la vez aprovecharse de sus cosechas”. En conjunto con ello, la Liga Agraria, “se ha dirigido al gobierno a fin de que, mediante la fuerza armada, se contrarreste todo movimiento huelguista en los campos. El Ministro del Interior señor Arancibia Lazo, según versiones que circulan, ha prometido toda su cooperación a los señores hacendados (…) Alessandri ha defraudado todas las esperanzas que la ingenua gente de los campos en él había depositado” (LFO, 25 de agosto 1921).

Mientras en Lo Herrera los campesinos ya estaban organizados, el propagandista de la FOCH José Toledo y sus compañeros se movían en los fundos cercanos, especialmente en Rinconada de Chena, de propiedad Enrique Figueroa. Pronto el trabajo de propaganda entre los campesinos del fundo dio resultados, conformándose un consejo campesino. Y apoyados por el consejo campesino de Lo Herrera, iniciaron un movimiento por sus mejoras económicas y morales. Como ocurrió en el fundo Lo Herrera, la primera respuesta patronal fue el lanzamiento de los trabajadores organizados. Aunque en Lo Herrera, luego de la huelga se generó cierta disposición al diálogo, en el caso de Rinconada de Chena la situación parecía más grave producto de la intolerancia del Administrador Juan B. Godoy. Así, enterado este “dios y señor de horca y cuchillo” de esta acción, furioso y como señal para los demás campesinos, lanzó a la calle a los inquilinos Ricardo Rivas, Desiderio Santibáñez y Remigio Ampuero por solo “delito según ellos de ser federados” (LFO, 6 de octubre de 1921).

En su apoyo, los trabajadores organizados realizaron el 21 de agosto un mitin con “crecida concurrencia” en la plaza pública de San Bernardo, asistiendo los consejos campesinos de Lo Herrera, Lo Espejo, fundos de los alrededores de San Bernardo y un “crecido número de compañeritas que trabajaban en las lecherías de las haciendas” (LFO, 23 de agosto de 1921; 30 de agosto de 1921). Abierta la manifestación, hicieron uso palabra “varios compañeros” en representación de los consejos de Santiago, que solidarizaron con las peticiones que presentan los inquilinos del fundo Rinconada de Chena. “Es un sarcasmo -dirían- que estos hacendados que gozan de un prestigio y tienen responsabilidad en el gobierno, se aprovechen de sus influencias para sembrar odios en contra de los federados y trabajadores de sus fundos, que han comprendido que unidos como los obreros de la ciudad defenderán toda la libertad de asociación y los principios económicos que nos afectan, sin excepción como explotados” (LFO, 23 de agosto de 1921).

En dichas manifestaciones tomaron parte también los obreros de San Bernardo como la Unión Sindical de Panaderos de la localidad, quienes habían iniciado poco tiempo antes campaña a favor de la higienización de las panaderías y protagonizaron importantes choques con la policía. Por entonces el Centro de Estudios Sociales Arte y Evolución Social, mantenía importantes lazos con los campesinos del fundo Lo Herrera, organizando actos solidarios a su favor. La unión obrero-campesina parecía ir tomando forma en pleno epicentro del pueblo y manifestándose en los alrededores en permanentes huelgas agrarias. En Rinconada de Chena, a diferencia de lo acontecido en Lo Herrera, no hubo espacio al diálogo, ni menos reconocimiento de la FOCH. Así, tiempo después, cuando una comisión de federados encabezada por José Toledo se acercó a “las casas” a conversar un posible arreglo, el Administrador Godoy, “en tono más salvaje que el zar de Rusia lo insultó groseramente” diciéndole “que él no se entendía con rotos federados y que él como dios mandaba en su fundo” (LFO, 6 de octubre 1921). Así, “fueron inútiles todas las protestas razonables de los compañeros, concluyendo Godoy por echarlos a improperios de las casas del fundo donde tenían la entrevista” (LFO, 6 de octubre 1921).

 

Represión patronal

No todos los terratenientes mostraron la misma actitud que Yáñez otorgando ciertas concesiones en primera instancia. Otros, como el propietario del fundo Rinconada de Chena, Enrique Figueroa, respondieron con absoluto rechazo, desatando la represión, organizándose en la Unión Agraria. Como sabemos, Alessandri, en su carta de respuesta a éstos, les proponía mejorar las condiciones de laborales de los inquilinos, en lo concerniente al salario mínimo, habitaciones dignas, formación de escuelas primarias, cajas de préstamos y cooperativas. Pero además los instigaba a la formación de una entidad asociativa capaz de reunir a terratenientes e inquilinos. La misión de dicha entidad, sería cooptar la expansión de la FOCH en el campo. Con ello, Alessandri aconsejaba a los campesinos no adherir a la FOCH, ni seguir sus métodos de lucha, que eran propios del contexto urbano y que en el campo no tenían razón de ser (Noticias Agrícolas, 28 de mayo 1921). De este modo, después de esta carta a los terratenientes, se formó la Unión Agraria, cuyo portavoz era la revista Noticias Agrícolas. Esta entidad se conformó para organizar la contraofensiva frente a los fochistas. Así, “velará por el orden en los campos y por los intereses de los agricultores”, siendo sus “métodos de acción” bien sencillos, “consisten en eliminar del trabajo agrícola los malos elementos y en amparar y mejorar la condición de los labradores honrados y tranquilos”. Para ello era necesario sumar fuerzas, inscribirse en la Unión, así también el inscrito recibiría “instrucciones como terminar con la propaganda, además de sus deberes y derechos para con esta institución (La Voz de Marruecos, 10 de abril 1921). ¿Cómo eliminarían del trabajo agrícola a esos malos elementos? En primera instancia, a través de la utilización de la violencia. Los patrones armados, reforzados con fuerza de carabineros y empleados de confianza realizaron verdaderas barridas en sus propiedades, lanzando a la calle a familias enteras acusadas de participar en la organización federal (EDI, 13 de julio de 1921).

A esta contraofensiva organizada se refería el fochista Joaquín Parrao -residente por 1921 en la localidad de La Cruz-, cuando señalaba que la cantidad de huelgas producidas en los fundos de la región llevó a los terratenientes a reunirse “para contrarrestar a la organización obrera” (LFO, 4 de septiembre 1921). Y vienen en son de guerra –advertía-, pues en uno de los acápites de su circular, “manifiestan que se organizan para tratar de contrarrestar la propaganda de desorden y de revolución social y al mismo tiempo para aunar todos los esfuerzos en ayuda de la gente del campo, que, víctimas de la ignorancia dan crédito a estas malsanas prédicas” (EDI, 13 de julio de 1921).

Las uniones agrarias locales, trataron por todos los medios de bloquear la acción de la FOCH en el campo. No cabe duda que organizaron la represión violenta, pero además llevaron su defensa al plano legal, haciendo propuestas que eran publicadas en la prensa conservadora a manera de hacer ver que ellos escuchaban las peticiones de sus inquilinos, y que si la violencia se generaba, era consecuencia de las prácticas desquiciadas de los agitadores. Así, a fines de junio de 1921 daban a conocer una reunión del directorio de la Unión Agraria, presidida por Luis Larraín Prieto, en la cual se tomaba en consideración un proyecto presentado al Directorio para establecer una Caja de Retiro, Previsión y Bienestar para los trabajadores de los campos, con la cual, estos obreros e inquilinos podrían contar, según su comportamiento, con muchas y muy grandes ventajas económicas, incluso la del seguro de vida durante el trabajo. El fondo de esta caja sería formado con contribuciones de los campesinos y patrones, pero quedaría bajo el control de la Unión Agraria. También se buscaría para ello la cooperación del Estado (EDI, 29 de junio de 1921).

Pero la organización de los patrones en la Unión Agraria no bastaba. El movimiento de trabajadores y campesinos ya estaba en marcha, y era orientado de forma mediocre por los agitadores. Ahí había que interceder, disputarle el terreno a estos “desquiciados que vienen a predicar sus quimeras”. Así los patrones y grupos conservadores locales formaron sus propias entidades sindicales, sindicatos blancos o amarillos, para direccionar el movimiento campesino. El principal y más urgente objetivo de estas entidades era bloquear la propaganda que los federados hacían en los campos, anulando así la tan temida unión obrera-campesina que amenazaba con la huelga general revolucionaria. En San Bernardo, grupos conservadores promovieron la formación de la Unión Obrera en noviembre de 1921, justo en momentos álgidos en la zona encontrándose en pleno proceso la huelga de campesinos de Lo Herrera. Pusieron además en circulación un periódico titulado La Patria, concentrado en el ataque a los obreros y campesinos organizados. En dicho órgano aparecía a fines de noviembre una breve entrevista a su presidente, Manuel Jau Arancibia quien señalaba que esta entidad era “una institución que tiene por fines propender al mejoramiento intelectual, moral y social; y que lleva en su programa resistir las campañas maximalistas tendientes a la disolución del orden social establecido, propende también, por medio del acercamiento entre los miembros al Socorro Mutuo” (La Patria, San Bernardo, 27 de noviembre de 1921).

En muchos casos con la ayuda del cura local (LFO, 21 de enero de 1922), los terratenientes lograron conformar sindicatos católicos. En Melipilla de activo trabajo en este ámbito fue el cura Merino (El Labrador, Melipilla, 25 de marzo de 1921) quien después de la huelga de Culiprán, fundó un órgano de propaganda dirigido a los campesinos, bajo el sugerente nombre de El Labrador. Éste no era más que un pasquín de ataque a la propaganda hereje difundida por los “agitadores”. Lo financiaba el clero y los terratenientes locales (El Labrador, Melipilla, 17 de marzo de 1921). Desde las páginas del diario liberal La Patria, se señalaba que, “para nadie es un misterio que el cura Merino abandonando la parroquia de su regencia se dirige a los campos a hacer campañas contra la FOCH, a decirles a los campesinos que opten por los sindicatos amarillos” (La Patria, Melipilla, 13 de marzo de 1921; 17 de marzo 1921). Hacia marzo de 1921 el periódico progresista Última Hora, daba cuenta del contexto que durante ese verano se vivió en los campos, escenario de la propagada de los federados, mal llamados “subversivos” por una parte, y de los frailes por otra. Señalaba dicho órgano, que la propaganda social en los campos estaba sufriendo un rudo ataque por parte de los hombres que especulan y explotan la ignorancia en que por obra de ellos se encuentran los obreros agrarios. Y para ello se valen de un medio eficaz: el clero. Así, “conocidas son las “misiones” que se llevan a cabo con gran aparato devoto en los feudos. Desde un púlpito improvisado, un fraile gordo y regalón de las hijas del hacendado habla de la penitencia, de la humildad, del respeto, y demás patrañas destinadas a endiosar al terrateniente que le paga y lo alimenta con largueza” (ÚH, 3 de marzo 1921).

De este modo, los patrones recurrieron al discurso de la resignación y la autoridad moral de la iglesia. Ésta impartía en muchos fundos la educación, a través de la cual mantenía controlada a las comunidades rurales. Muchas veces hacía verdaderas giras a los pueblos llevando la palabra de Dios a los bárbaros y humildes campesinos. Señoritas de la caridad hacían lo propio, repartiendo ropa, juguetes, organizando actividades en las que el patrón se hacía presente mostrando una careta bondadosa. En una ocasión en Quillota, enteradas estas damas de que una familia a la cual habían repartido unos géneros era federada, fueron a sus casas y se los quitaron (LFO, 22 de septiembre de 1921). Pero esta contraofensiva se componía además de la utilización de herramientas propagandísticas: reparto de volantes, conferencias pagadas e incluso ofreciendo grandes fiestas que derivaban en absolutas borracheras. Éstas eran programadas en horarios similares a los programas de la FOCH (LFO, 4 de junio de 1922). Con el tiempo los patrones también llevaron el cine, como ocurrió en el caso de la gran Hacienda Aculeo de los Letelier (Orrego Luco, 1982; Ocaranza, 2008). Fiestas religiosas, celebraciones patrias, el peso de la tradición y el vino se imponían en los campos frente al reciente discurso de renovación de los federados.

Si bien no hay registros de que el liberal Yáñez participara o financiara estos sindicatos amarillos, así como tampoco hay registros de que participara en la Unión Agraria, con el tiempo y en la medida en que la radicalización de las huelgas se fue haciendo más amenazante para sus intereses, recurrió a la represión, apoyándose en las fuerzas del Estado que lideraba su correligionario Arturo Alessandri.

Un elemento primordial en la construcción de este aparataje represivo patronal fue el apoyo que éste tenía de las autoridades locales, las cuales que no dudaron en alinearse contra los federados. En la gran mayoría de los casos –por no decir todos‒ jueces, alcaldes, gobernadores, tenían profundas complicidades con los terratenientes. Pertenecían al mismo partido, tenían negocios en común y muchas familias de clase media pretendían vincular a su familia con la del patrón siguiendo ambiciones de ascenso social. En el caso del fundo Rinconada de Chena, el este administrador Godoy era a la vez Juez de la Subdelegación Local, y mantenía una serie de relaciones con las demás autoridades locales. De forma particular con el comandante de Policía. Así, dando muestras del poder del que era poseedor en la localidad, cuando Toledo y compañía se dirigían cabalgando a Talagante, fueron alcanzados por los carabineros “a las órdenes del teniente Silva y policías que tiene a su servicio Godoy”. Estos policías encerraron a los federados en una “pocilga inmunda” en donde “pusieron a la barra a Soto con gran acontecimiento del teniente Silva que veía cumplida su inmunda venganza”. En tanto que “el compañero Toledo fue abofeteado por los sayones a vista y paciencia de sus jefes por preguntar el motivo de su detención” (Ídem). Previo paso por la Comandancia de Calera de Tango, donde los colocaron en el cuarto de la barra pasando la noche del martes 27 en estas condiciones, los derivaron al Juzgado de San Bernardo en las últimas horas del miércoles, saliendo en libertad Ovalle y Soto bajo fianza. En tanto que Toledo salió varios días después, cuando federados de Santiago le visitaron e intercedieron por él a través del presidente de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), Daniel Schweitzer. “Este salvaje atentado contra las libertades más puras de nuestras instituciones -concluía el reportaje de La Federación Obrera-, solo les está reservada a ejecutarlas a individuos sin honra ni conciencia como el señor Silva y el sátrapa Godoy (LFO, 6 de octubre 1921). Según el diario obrero, el teniente Silva había sido acusado por el ministro del Interior por sus incorrecciones, por lo cual este funcionario había prometido días anteriores retirarlo de Talagante, cuestión que no había cumplido “por el apoyo de los conservadores y latifundistas que ven en él un instrumento” (Ibid.).

Este conflicto, bien nos permite distinguir algunas características predominantes en estas primeras huelgas agrarias. Primero, una intolerancia total de parte del segmento conservador, representado en este caso por el Juez local y Administrador del fundo Juan Godoy, quien en forma violenta respondió a las solicitudes de sus trabajadores, no reconociendo a la FOCH como interlocutor válido. Por otra parte, también se vislumbra la absoluta complicidad entre las autoridades locales, los cargos administrativos en los fundos y la fuerza pública, poniendo a la acción de los federados un muro difícil de derribar para desarrollar su acción.

La disposición de las fuerzas de carabineros por parte del patrón fue un factor determinante en el control represivo en los fundos (LFO, 1 de noviembre de 1921; 6 de noviembre 1922; 1 de abril 1923). Como una forma de mantener el orden, el Estado mandaba cierta cantidad de carabineros a los fundos. Estos se instalaban en un lugar estratégico de éste, y el patrón los arrancheraba, y los ponía bajo su mando, pues estaban en su propiedad. Podía entonces, disponer de éstos a su completo antojo. Esta desventaja bien era señalada por los federados como una de las causas por las cuales la violencia patronal se hacía cada día más profunda (Lagos Mieres, 2020, págs. 95-120; LFO, 13 de octubre 1921). Muchas veces los carabineros actuaban con el conjunto de empleados de confianza del patrón, los que, ante la más mínima señal de peligro federado, reprimían brutalmente (LFO, 18 de noviembre de 1921).

La lucha de los patrones en los fundos de la zona frente a los obreros fochistas fue implacable. Mientras sucedía todo esto en Rinconada de Chena, no muy lejos de ahí, en Lo Carvallo (470 hectáreas regadas), de propiedad de Carlos Izquierdo Sanfuentes, se desarrollaba un proceso similar. Allí los campesinos también habían decidido federarse e iniciar un movimiento en demanda de mejores condiciones laborales desde el 21 de agosto. En todo ello estaban animados por Agustín Navarro, quien había llegado al fundo hacía sólo tres meses, con su mujer y cuatro hijos. No sabemos con exactitud, pero muy posiblemente Navarro era uno de los llegados del norte que buscó trabajo en los fundos de la región. Seguramente ya militaba de antes en la FOCH, y venía imbuido de sus ánimos de reivindicación social. 

Comenzado el proceso organizativo en el fundo, esto llegó a oídos del patrón, quien no dudó en emprenderlas contra el nuevo obrero Navarro a quien ‒haciéndose acompañar por el jardinero, el administrador y dos carabineros‒, quitó unos sacos de papas que había prestado y corrió de su propiedad. En tanto la huelga seguía su curso, Izquierdo, ayudado por carabineros de San Inés (Nos) comandados por el primer alcalde de Calera de Tango, Domingo Ruiz Tagle, reclutaba trabajadores para trabajarle sus tierras, amenazándoles con días de cárcel si llegaban a federarse. Sin embargo, dichos trabajadores, que eran también llegados del norte, también se encontraban organizados, provocando mayor ira de “su mercé”, como se hacía llamar el patrón Izquierdo (LFO, 6 de septiembre 1921).

Por esos mismos meses, en la Hacienda Los Guindos, de propiedad de Arturo Prat Carvajal, como medida de represalia a los campesinos que osaran organizarse, el administrador de este fundo, Ambrosio Huidobro, pretendió azotar a un inquilino de apellido Guerrero en los momentos en que este araba la tierra. Enterados de esto los federados, se presentaron en el fundo apoyando a este inquilino y poniendo en conocimiento de la situación al propietario Prat. Alertado la policía local de los sucesos, se presentaron en el lugar tomando preso a Guerrero a quien pretendieron enviar al sur sin conseguirlo, pues éste fue devuelto desde Paine por la policía de ese pueblo. Al ser allanadas las casas de los inquilinos, se le encontró a uno de ellos una nota del Consejo dirigida a la Junta Provincial, dando cuenta de lo sucedido en el fundo. Por esa nota, sumado a las declaraciones de los traidores, fueron expulsadas numerosas familias sin pago alguno, perdiendo además sus siembras y pertenencias (LFO, 30 de noviembre de 1921).

 

La represión en Lo Herrera

A fines de septiembre, cuando visitaba San Bernardo una Comisión de mineros del carbón, liderados por el propagandista Luis A. Hernández y se realizaban diversas manifestaciones de apoyo a los campesinos en huelga del fundo Rinconada de Chena que ya llevaban más de un mes y medio movilizados, los campesinos de Lo Herrera aparecieron en escena. Esta vez, denunciando el no cumplimiento de algunos puntos del acuerdo al que se había llegado con anterioridad. Así, por ejemplo, sólo a los inquilinos que habían cumplido tres años en el fundo les dieron la hectárea para trabajar, los demás, que eran mayoría, siguieron con la misma media hectárea (LFO, 29 de noviembre 1921). Otro punto decía relación con la situación de un empleado que había sido suspendido de su puesto por un disgusto con otro, al cual se le daría su sueldo durante un mes a tono de desahucio, después seguiría ganando salario como inquilino. Si éste se portaba bien en su trabajo, sería repuesto en su empleo. No obstante, pasaron los meses y a este empleado no se le cumplieron las promesas, por el contrario, se le restringieron sus garantías (LFO, 9 de diciembre 1921). Sumado a ello, el Administrador del fundo multaba a diestra y siniestra a los trabajadores del fundo, debiendo pagar 35 pesos en circunstancias que ganaban poco más de un peso por día (LFO, 29 de noviembre 1921).

La Comisión permanente de inquilinos creyó de su deber reclamar ante la administración general del fundo esta falta de cumplimiento iniciando nuevamente la agitación. Según Eliodoro Yáñez, las intenciones de los agitadores eran “preparar una huelga general que debía estallar en varios fundos al tiempo de las cosechas”. Para ello, “efectuaban en la noche reuniones secretas y se opusieron a que las autoridades se impusieran de lo que se trataba” (Bengoa, 2015, pág. 28). Y observando el contexto, había por entonces varios movimientos campesinos, sumado a la agitación de los obreros urbanos (LFO, 19 y 22 de octubre 1921).

Por esos mismos días, más de 800 obreros organizados en el Consejo N° 28 de Desocupados de los Albergues, con sus mujeres e hijos y portando sus estandartes rojos y entonando himnos revolucionarios, habían realizado un histórico viaje a pie a la localidad de Peñaflor en apoyo de los campesinos federados de ésta que por entonces eran atacados por los terratenientes armados (LN, 21 noviembre 1921). Estos sucesos, fueron enseguida interpretados políticamente por los sectores conservadores como un intento de reparto de tierras por parte de los federados, interpretación que, como veremos, también asumieron los sectores liberales y alessandristas (LFO, 23 de noviembre 1921).

Ello habría precipitado la decisión de Yáñez de no dialogar con los huelguistas y utilizar la fuerza pública a su favor. Y esta decisión influyó también en los destinos del gobierno quien por entonces cambió de ministro del Interior asumiendo el cargo un destacado ícono del régimen de Juan Luis Sanfuentes, el terrateniente Ismael Tocornal.[4] ¿Se aprontaba entonces el gobierno para reprimir los movimientos campesinos? Todo parece indicar su endurecimiento en este ámbito. Así, cuando durante los últimos días de octubre se presentó una comisión de campesinos al administrador José Echeverría, éste no los quiso oír y con tono áspero los hizo retirar de “las casas”, edificio donde vivía el señor del fundo. En vista de esta rotunda negativa, la Comisión resolvió viajar a Santiago a reclamar de esto al propietario, Eliodoro Yáñez. Éste les contestó que en pocos días iría a Lo Herrera y arreglaría estas dificultades. Después de varios días de espera y de reiterados viajes de la Comisión a Santiago, Yáñez apareció en el fundo. Los obreros, creyendo que este señor arreglaría las dificultades, contentos hicieron ir a las casas a la Comisión, pero allí no los recibió Yáñez sino el Administrador. Según el relato de los campesinos la represión estaba acordada de antemano entre el patrón y los carabineros quienes permitieron la entrada de la comisión al fundo para desde ahí comenzar a sablearlos y perseguirlos llegando hasta sus propias casas (LFO, 9 de diciembre de 1921).

En una muestra de la profundidad con que entró en el fundo la propaganda socialista, llegando al seno de las familias campesinas, cuando los niños comenzaron a cantar himnos revolucionarios en la misma escuela habilitada por el patrón, las fuerzas de carabineros entraron en ésta sin contemplación alguna, y “violando un edilicio público, sacaron a los niños y niñitas más grandes, para conducirlos al calabozo del cuartel, donde, después de fuertes amenazas y algunos azotes fueron dados en libertad” (Ídem).

Todo esto ocurrió en el transcurso que corre entre mediados de octubre y mediados de noviembre. El día 20 de noviembre los diarios de la época cubrieron el caso bajo una visión patronal. Mientras en El Diario Ilustrado aparecía una entrevista a Rafael Echeverría quien justificaba su actuación aduciendo que no se había violado el acuerdo con los campesinos, y que el problema en realidad eran los federados, los agitadores, Eliodoro Yáñez publicó una exposición de los hechos en El Mercurio, lo cual según Bengoa muestra la importancia que este hecho tuvo en la sociedad santiaguina (Bengoa, 2015, pág. 27).

Las réplicas no se hicieron esperar por parte de los federados quienes, si bien reconocían que se hicieron concesiones como resultado del movimiento, en ningún caso vieron alguna preocupación por los trabajadores lanzados, señalando que los trabajadores terminaron en la calle, sin alimentos, con sus pertenencias (herramientas, animales, dinero) en poder del administrador del fundo, que luego les exigía multas para su devolución. A Emeterio Núñez, por ejemplo, después de salir expulsado de la hacienda, porque se negó a sacar en la carreta los monos de las otras víctimas, le retuvieron 4 animales que tenía, dos vacunos y dos caballares. Núñez tuvo que depositar 100 pesos en poder del administrador para que le diesen sus animales (Ibidem.).

A Eliodoro Vivanco, uno de los trabajadores de la hacienda que vivía con su familia en esa propiedad desde hacía más años, se le “arrojó violentamente” a la calle, sin que se le pagasen sus salarios y sin que se le permitiese sacar sus muebles, gallinas ni nada. La cuadrilla de carabineros, siempre obediente al fundo, le “apalearon y le pasaron el caballo por encima, haciendo lo mismo con su compañera Luisa Zamorano”. La orden de esta salvajada, según este diario, la habían dado el mismo José Echeverría y Ramón Alzérreca por orden de Yáñez (LFO, 30 de noviembre de 1921).

La solidaridad de parte de los obreros sanbernardinos se hizo presente de parte del Centro Arte y Evolución Social. Éste organizó varias veladas y mítines de protesta por los atropellos. Así, una de sus asambleas acordaba: “Llevar a efecto una velada para recolectar fondos para socorrer a los inquilinos del fundo Lo Herrera. Y preparar para el sábado 24 un Gran Comicio Público de protesta por las injusticias cometidas con los compañeros inquilinos, para el cual se acordó mandarles notas a las siguientes instituciones: Consejo N° 1 San Bernardo; Unión Sindical de Panaderos de San Bernardo; Consejo N° 1 de Santiago; y Comité Central de la Segunda Zona” (La Idea, San Bernardo, 14 enero 1922).

Sin embargo, Yáñez no concluyó ahí su ofensiva. Previniéndose de una posible marcha masiva de los obreros de la ciudad sobre su fundo como había ocurrido por esos días a Peñaflor, mando sitiar Lo Herrera y caminos aledaños. A pesar de que este recurso podía ser declarado por el presidente de la República, lo que aquí ocurría era en la práctica un Estado de Sitio, con militares ocupando puntos estratégicos, impidiendo la libre circulación por los caminos. A cargo del destacamento que actuaba en Lo Herrera, se encontraba el teniente de Carabineros Roberto Calvo Barros (LFO, 3 de diciembre 1921). ¿Cómo pudo tomar tal decisión Yáñez? Ello sin duda hacía visible la estrecha relación que había entre éste y el gobierno. Estaban actuando de forma concertada el dueño del fundo y el gobierno protector.

Si bien el pueblo de San Bernardo no se vio afectado por el estado de sitio, sí fueron impedidas las libertades públicas y reprimidas las manifestaciones. De este modo, cuando en la plaza pública y a pleno día a fines de noviembre los obreros quisieron llevar a buen término un mitin de protesta por los atropellos, reuniéndose más de un centenar de obreros y obreras, de improviso y sin justificación alguna, la policía de San Bernardo y de La Cisterna cargaron contra los trabajadores sable en mano, disolviendo la manifestación en nombre de la Justicia y el Derecho que pocos días antes había pregonado el ministro del Interior Ismael Tocornal (LFO, 25 de noviembre 1921).

En tanto en Lo Herrera el Estado de Sitio se conservó durante más de dos semanas, acentuándose una serie de abusos, violaciones de domicilio, persecuciones a los federados y campesinos que los apoyaban. La Junta Ejecutiva de la FOCH, conformó entonces una Comisión encargada de viajar a Lo Herrera durante los primeros días de diciembre. Dicha Comisión estaba compuesta por los diputados Manuel Navarrete (Partido Demócrata) y Luís Víctor Cruz junto a Castor Vilarín por la Junta Provincial de la FOCH (LFO, 9 de diciembre 1921).

Según las informaciones del diario de La Federación Obrera todavía a comienzos de diciembre la zona se encontraba en esta situación de alerta. En el Puente Maipo permanecía un destacamento de soldados instalado y que “viven allí con el arma al brazo, en pie de guerra, listos para despachar a la otra vida al primero que no les dé explicaciones satisfactorias sobre las mil preguntas que ellos hacen” (LFO, 3 de diciembre 1921). Este tal comandante Calvo ‒diría el periódico de La Federación‒ era el mismo que el pasado, en el marco de la agitación chovinista en Santiago, había disparado contra el pueblo días después del asalto a la FECH, cuando salió herido el profesor Pedro León Loyola (Ibid.). Para ese entonces, señalaba La Federación, no había noticias de al menos 12 obreros, “hechos desaparecer” (LFO, 25 de noviembre 1921). Al federado Efraín Guerrero lo sacaron de su casa amarrado sin que se volviera a saber de él. “¿Qué opinan de esto los hombres del gobierno del Amor? Así hace cumplir los principios de Justicia el señor Tocornal”, diría el diario de La Federación Obrera (LFO, 23 de diciembre 1921).

 

El asesinato del campesino federado Luis Reveco

La FOCH con motivo de los diversos abusos de los que eran víctimas los campesinos retiró sus delegados de la Liga de Higiene Social, que presidía Eliodoro Yáñez (LFO, 23 de noviembre 1921), y anunció la realización de varios mítines simultáneos de diversos puntos de la ciudad: “estas manifestaciones tendrán por objeto dar a conocer a los habitantes de la ciudad de los abusos con los campesinos por parte de los dueños de los fundos y carabineros puestos a disposición de los terratenientes” (LFO, 19 de noviembre 1921).

La medida más relevante de la FOCH fue la movilización de los albergados al fundo, una marcha masiva a pie desde Santiago programada para la noche del 23 de noviembre. Yáñez, enterado de que una masa de obreros organizados viajaría desde la capital, a “repartirse las tierras” (como lo difundía la prensa conservadora), y creyéndose con fueros suficientes, mandó a poner especial resguardo de la fuerza militar, estableciendo una especie de estado de sitio en la zona que comprendía su fundo y prohibía todo tránsito por los caminos públicos (LFO, 18 de noviembre de 1921). El gobierno en tanto, actuó dando cuenta de un bien programado plan represivo en el marco del cual resultó muerto el campesino Luis Reveco, mientras a la misma hora era quemada la imprenta de La Federación Obrera.

No podían permitir que la agitación continuara expandiéndose. Había que ponerle freno antes que llegara a estos espacios rurales, donde siempre había reinado la pax patronal. El recién nombrado ministro del Interior, Ismael Tocornal, tras una reunión en su casa con el Prefecto de Policía y el Jefe de Carabineros, dio la orden de no dejar salir a los obreros del albergue en que se reunían en calle Santa Rosa. Sin embargo, ello se hizo imposible, en vista de la cantidad enorme de gente allí aglomerada que había llegado en el transcurso de la noche de otros albergues, sindicatos y entidades culturales. En el sitio enorme y desamparado que servía de vivienda provisoria a estos desocupados se amontonaban en revuelta confusión hombres, mujeres y niños. Todos permanecían silenciosos, como si una enorme desgracia fuera a ocurrir. En aquel grupo compacto, pero macizo de seres desposeídos de todo bien material, se encerraba ese algo indefinible que caracteriza los grandes movimientos sociales. Allí estaban los expulsados de la tierra, los niños hambrientos, los cesantes llegados del norte, los obreros organizados de algunas entidades obreras de la ciudad.

Después de las once de la noche la larga columna se puso en marcha. Eran unos mil obreros más o menos. Las mujeres y los niños no quisieron abandonar a sus compañeros de infortunio y emprendieron juntos el camino hacia Lo Herrera, el que debía ser el escenario del enfrentamiento con el oscuro poder tantos años impertérrito (La Época, 24 de noviembre 1921). La orden del ministro, de no dejar salir a los obreros del albergue, no pudo ser cumplida, porque hasta esa hora no llegaban los refuerzos solicitados, y los guardianes que custodiaban el lugar fueron impotentes para contener la enorme masa que emprendió camino con sus estandartes en total calma. Avisada la 12° Comisaria de que los obreros ya se encontraban en camino a Lo Herrera, se envió un piquete que fuera tras de ellos y se aprestó otro que estuviera listo para cualquier emergencia. Los albergados avanzaron por Santa Rosa, doblaron por Victoria y siguieron por San Diego. Estaban a la altura del Zanjón de la Aguada, cuando un piquete de guardianes montados les cerró el paso. Los obreros entonces, sin protesta ni provocaciones, avanzaron por calle Placer, para seguir por Santa Rosa. En ese punto, un piquete de 25 guardianes montados a cargo de un Subcomisario de apellido Valenzuela. Las órdenes eran impedir el paso, lo cual tuvieron que hacer sacando sus sables y disparando a la multitud armada de palos y piedras. El saldo fue desconsolador: más de 80 heridos y un joven obrero asesinado. Se llamaba Luis Reveco Aranda, 20 años, campesino del fundo Lo Herrera, quien no hacía mucho había sido lanzado a la calle junto a su familia por el administrador Echeverría. Los manifestantes recogieron sus heridos y los llevaron a la asistencia pública. 

De esta forma el “gobierno del amor” respondió a una amenaza concreta, y lo que veía como un peligro a la propiedad privada. Esta acción formaba parte de un golpe bien pensado por el ministro del Interior y sus cercanos. Así se explica que esa misma noche, mientras los obreros eran sableados en las oscuras calles, los talleres de la imprenta de La Federación Obrera ardieran en llamas. Al día siguiente la prensa burguesa aminoró los hechos, y culpó a los obreros de no acatar las órdenes de la autoridad. Mientras que el diario de La Federación sentenciaba en su editorial, que “en pocos días de gobierno del señor Alessandri, se han hecho más víctimas que durante los cinco años de Sanfuentes” (Rojas Flores, 2012; LFO, 24 de noviembre 1921; 9 de diciembre 1921).

Durante las horas siguientes, se anunciaba la prisión para varios obreros acusados de instigar la manifestación hacia Lo Herrera. No hubo contemplación para ellos, los sacaron de los mismos hospitales donde se recuperaban de las golpizas (Última Hora, 16 de enero 1922). “No puede comprenderse esta nueva arbitrariedad –diría la redacción de La Federación Obrera-, nada más que como un intento de venganza de clase contra elementos indefensos y a merced del capricho de los más fuertes” (LFO, 3 de diciembre de 1921). Tampoco dejaron velar los restos de Reveco, hacer la procesión fúnebre por las calles de la ciudad como acostumbraban las organizaciones obreras al despedir a sus mártires. Era claro que dicha actividad podía convocar una masa enorme de obreros, lo que un contexto de agitación social como el de ese entonces podría haber desatado una huelga general inusitada (Lagos Mieres, 2020).

En el Congreso el Diputado federado, Santiago Labarca presentó una interpelación contra el Ministro del Interior, a la que contestó Tocornal señalando que el gobierno procedió en la forma en que lo hizo porque “tuvo denuncios efectivos de que en realidad esos caballeros tenían el propósito de ir aquella noche al fundo del señor Yáñez (…), a atacar la propiedad privada, entonces tuvo que ponérseles enfrente con fuerza pública, porque el derecho de violar la propiedad ajena no existe ni podría existir en ningún país civilizado, tanto más cuanto que los atropellos favorecen generalmente más a los grandes que a los pequeños (Donoso, 1952, págs. 291-293; LFO, 23 de diciembre 1921; Sesión 17ª Extraordinaria, 24 de noviembre 1921).

 

Palabras finales

Hemos tratado de seguir y explicar este despertar campesino ‒así como la respuesta patronal y del gobierno de Alessandri‒, en base a un episodio de lucha social en una localidad determinada. A partir de este episodio específico se ha relacionado las fluctuaciones de la política del gobierno de Alessandri hacia los trabajadores y, de forma particular, a los campesinos en movimiento. Como hemos comprobado, los acontecimientos de Lo Herrera y algunos otros fundos de San Bernardo, fueron determinantes en la intervención del gobierno en los movimientos sociales de la época, ya no como árbitro sino como actor represivo.

Como ya se ha demostrado en otros estudios, el gobierno de Alessandri contemplaba una “reforma por arriba”, buscando prevenir la emergencia de los proyectos revolucionarios como lo planteaban la FOCH y la IWW (Pinto y Valdivia, 2001, pág. 285). No obstante, avanzando el año 1921 las relaciones entre Alessandri y el movimiento obrero y popular se fueron poniendo tensas. Ello tenía relación directa con la radicalización del movimiento social de la mano de proyectos revolucionarios de socialistas-comunistas y anarquistas. Mientras a comienzos de 1922 el POS se transformaba en el Partido Comunista de Chile (Grez Toso, 2011), los anarquistas mantenían organizados importantes gremios en la central IWW, y habían llevado adelante importantes huelgas durante el año 1921 (panaderos de mediados de 1921 y de los obreros marítimos) (DeShazo, 2007, págs. 265-277).

Si bien en un primer momento, sectores liberales y alessandristas, se mostraron dispuestos al diálogo y a solucionar ciertos conflictos agrarios por la vía del arbitraje, ya para mediados de 1921 poco quedaba de esta disposición, fundando sus temores en la radicalización de los movimientos sociales que por entonces arremetían en campo y ciudad, generándose en zonas como San Bernardo abierta complicidad y relación entre ambos movimientos. Eliodoro Yáñez fue un buen ejemplo de este cambio de parecer en el seno de la oligarquía haciendo desaparecer sus contradicciones iniciales.

No es casualidad que la radicalización de la política represiva haya guardado estrecha relación con los acontecimientos ocurridos tanto en el fundo Lo Herrera como en Peñaflor durante esos mismos meses. Con ello, la propuesta que implícitamente acompaña el presente texto, dice relación con este ámbito a menudo olvidado por la historiografía académica, cual es la historia local, a mi juicio, campo fructífero para, comenzar a unir partes de la historia campesina, que como señalábamos, aún existen grandes vacíos.

Por otra parte, es innegable que el modelo puesto en marcha en este año por la FOCH en el campo, a través de la conformación de consejos campesinos -la preparación de pliegos de peticiones y el arbitraje- sirvió con posterioridad para la expansión socialista a los demás pueblos rurales del norte y sur del país, proyectándose hasta 1973 (Loveman, 1976, pág. 137). Desde este punto de vista, estas experiencias pioneras, fueron fundamentales para construir formas organizativas y estrategias destinadas a imitarse en otras instancias.

 

Notas:

[1] Así lo define ese año el principal periódico de la FOCH en Santiago, La Federación Obrera (LFO). Los periódicos más citados aparecen con abreviaturas.

[2] Elaborada de acuerdo a datos de ARNAD, FMI, Providencias, vol. 5768 (1922), “Memoria del Cuerpo de Carabineros”; periódicos La Época (LE), Última Hora (UH), LFO, El Mercurio (EM); El Diario Ilustrado (EDI), La Nación (LN), todos de Santiago; La Comuna (LC), Viña del Mar; Adelante, Talcahuano; Despertar de los Trabajadores (DT), Iquique; El Socialista (ES), Antofagasta; Acción Directa (AD), Santiago (Grez Toso, 2011, pág. 151).

[3] La Patria, Melipilla, enero-marzo 1921; , 28 de febrero 1921; 1 de marzo 1921; AD, segunda quincena de enero de 1921; LN, 21 de mayo de 1921; 30 de mayo de 1921; Sucesos, Valparaíso, marzo 1921; EDI, 3 de julio 1921; 5 julio 1921; 6 de julio 1921; LFO, 19 de noviembre 1921; Zemelman y Petras, 1972, pág. 91.

[4] Tocornal tenía además intereses en preservar la paz en la zona, pues era terrateniente local, dueño del fundo San José, ubicado en las inmediaciones de Puente Alto y San Bernardo, terrenos que en ese entonces pertenecían todos al Departamento de La Victoria, cuya sede central era San Bernardo. Dicho fundo, se dedicaba de preferencia a las actividades vitivinícolas.

 

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Cómo citar este artículo:

LAGOS MIERES, Miguel, (2022) “La huelga en el fundo Lo Herrera y el asesinato de Luis Reveco. Despertar de los trabajadores del campo y represión del gobierno de Alessandri, 1921”, Pacarina del Sur [En línea], año 13, núm. 48, enero-junio, 2022. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 19 de Abril de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2053&catid=9