Simón Radowitzky.
Del atentado a Falcón a la Guerra Civil Española[1]

José Miguel Candia

 

“Una serie de elementos anónimos, generalmente extranjeros,  detritus arrojados por otros países, se refugian en nuestro seno, constituyendo un factor exótico no asimilable a nuestra sociabilidad”

Coronel Ramón L. FalcónInforme sobre los hechos de violencia del 01/05/1909

 

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La historia del movimiento anarquista paga tributo al enfoque unilateral por el que transitan algunas vertientes de la literatura s ocial. Buena parte de los estudios que analizan la trayectoria del movimiento libertario solo recuerdan y exaltan los magnicidios y  hechos violentos, la política de la llamada “acción directa”, protagonizada por militantes de filiación anarquista. La muerte del Zar ruso Alejandro II a fines del siglo XIX a manos de un comando libertario  y otros episodios de violencia “anti-estatal” que se ensañó en la figura de conspicuos exponentes de la nobleza europea, contribuyeron a distorsionar la enorme tarea de organizadores sociales que desarrollaron las agrupaciones anarquistas. El impulso a la formación de  sindicatos, sociedades de resistencia y en general, a todo tipo de formas asociativas para la clase obrera y otros sectores del trabajo – especial difusión alcanzaron las cooperativas y mutuales – es una labor que no siempre se pondera en su exacta dimensión.

La sólida investigación del ensayista y reportero argentino Alejandro Marti que comentamos en esta nota, reconstruye la trayectoria personal y política del militante anarquista de origen ruso, Simón Radowitzky, una figura estigmatizada por haber sido protagonista de uno de los hechos de violencia política más resonante del siglo XX en Argentina, el atentado en el que pierde  la vida el entonces jefe de la policía, coronel Ramón Lorenzo Falcón. El autor no cae en el error de dejarse llevar por la tentación de escribir una historia novelada de este militante ácrata o una crónica histórica de tono épico, un desliz comprensible frente a la figura un tanto enigmática y en algunos aspectos, la personalidad casi impenetrable, del personaje estudiado.  Para salvar este riesgo el libro presenta en un bien fundamentado primer capítulo, la situación político-social de Argentina a principios del siglo pasado y el papel relevante de la población migrante europea en la constitución de la clase trabajadora y la formación de las primeras organizaciones obreras. En palabras del propio autor:”Sólo entre 1906 y 1910 entraron a la Argentina casi un millón de personas de diversas nacionalidades. De 1895 a 1914, el 42 por ciento de los habitantes del país eran extranjeros”, (p. 12). El caso de la ciudad de Buenos Aires es particularmente ilustrativo, pasó de medio millón de habitante en 1889 a más de un millón 200 mil en 1909, de los cuales el 45.5 por ciento eran inmigrantes de origen europeo.


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La condición de extranjero que era dominante en una franja significativa de los trabajadores de la industria, artesanos y pequeños productores puso en el centro del debate la necesidad de resolver el estatus migratorio y delimitar los derechos políticos de este sector de la población, incluida la incorporación a estructuras partidarias y la afiliación a organizaciones de carácter gremial. Las autoridades optaron por avanzar en la legalización de la permanencia en el país de un contingente de mano de obra sin el cual la economía argentina no podía sostener  actividades productivas relevantes como la industria y los servicios y promulgar, al mismo tiempo y como a menaza, normas de control social que restringían la participación de los migrantes en las actividades político-sociales. La denominada Ley de Residencia era el garrote jurídico que esgrimía el gobierno y la policía con el fin de perseguir a los líderes sociales promotores de huelgas y actos de protesta callejera. En la ciudad de Buenos Aires el alcalde Manuel J. Güiraldes amplió las normas restrictivas para extranjeros al establecer un sistema de control policial sobre los habitantes de la capital de la república por medio del Código de Penalidades Municipales y la Libreta de Vecindad, como veremos estas dos disposiciones fueron uno de los detonantes de la Semana Roja de 1909.

Durante ese año y en un marco de fuerte agitación social se redoblaron las demandas de las organizaciones obreras por reclamos que constituían el pilar de los requerimientos sindicales de la época: jornada laboral de ocho horas; aumento de salarios y mejoras en las condiciones de trabajo; prohibición del trabajo infantil y protección para el empleo femenino; derogación de la legislación represiva, en particular la Libreta de Vecindad que hacía obligatoria la identificación de las personas mediante huellas dactiloscópicas y fotografía. El fichaje debía comenzar por los habitantes de barriadas obreras donde la concentración de pobladores extranjeros era considerable y con los afiliados de algunos sindicatos clave como la Sociedad de Conductores de Vehículos en la que se nucleaban los trabajadores del transporte de pasajeros y de carga.

Fue este gremio el que tomó la iniciativa de movilizarse con el objeto de impedir el registro policial de sus afiliados y proponer que el mismo primero de mayo iniciara una huelga general. La Federación Obrera Regional Argentina (FORA) la central sindical de orientación anarquista, hizo suyo el reclamo y aprobó en asamblea la convocatoria al acto en recuerdo a los mártires de Chicago y el llamado a la huelga general.

Los hechos del primero de mayo y de los días posteriores adquirieron una dinámica impensada, el vértigo de los acontecimientos fue tal que ni autoridades ni sindicatos imaginaron que los enfrentamientos entre policías y manifestantes se prolongarían hasta el día seis de mayo y que la huelga mantendría  paralizada a Buenos aires y otras importantes ciudades del país (Rosario, La Plata, Córdoba). El acto, brutal e injustificado de reprimir a las columnas de trabajadores que caminaban sobre Avenida de Mayo haciendo uso de armas de fuego, descompuso los términos a partir de los cuales los sindicatos habían efectuado el llamado a la manifestación y a la huelga. Un tendal de obreros muertos y heridos cerró toda posibilidad de negociación y el cese de actividades fue ratificado en las asambleas que anarquistas y socialistas realizaron en los días posteriores a la represión.

Las posiciones políticas se tensaron, el Partido Socialista y la central sindical impulsada por esa fuerza – la Unión General de Trabajadores (UGT) – reclamaron la destitución del jefe de policía, existían evidencias de que el coronel  Falcón había sido el cerebro que orquestó la emboscada policial del primero de mayo y el instigador directo de las provocaciones a los trabajadores huelguistas en los días posteriores. Para la dirigencia anarquista en cambio, la petición de cesar al jefe de la policía resultaba insuficiente si no se demandaba la renuncia del máximo responsable de la política nacional, el propio presidente José Figueroa Alcorta. Esta discrepancia, fincada en distintas lecturas de lo ocurrido en los primeros días de mayo, debilitó la incipiente alianza entre socialistas y anarquistas, los puntos de acuerdo se sostuvieron en los reclamos que hacían al esclarecimiento de los hechos de violencia policial y en la necesidad de fincar resp onsabilidades a los funcionarios del gobierno nacional (Ministerio del Interior)  y de la ciudad de Buenos Aires, responsables de los aspectos políticos y de seguridad que derivaron en la matanza del día primero de mayo.

Por fin, el día ocho del mismo mes, representantes del gobierno y del Comité de Huelga acordaron algunos puntos mínimos de negociación para disponer el levantamiento de la huelga y poner fin a la agitación callejera. La devolución de los locales obreros ocupados por la policía y la libertad de los detenidos durante las jornadas de protesta fueron los temas sobre los que se logró pactar la tregua. Quedaba pendiente un asunto sustantivo, la renuncia del coronel Falcón y sobre este reclamo sin atender se gestó un nuevo núcleo de conflicto que puso en marcha otras fuerzas, las que chocarían trágicamente meses después. En pleno conflicto, el lunes 3 de mayo, una declaración de respaldo político del presidente Figueroa Alcorta al jefe de policía cerró toda posibilidad de remplazo del oficial cuestionado. Las palabras del mandatario, de tono claramente confrontativo, no dejaron lugar a dudas:”Falcón va a renunciar el 12 de octubre de 1910, cuando yo termine mi mandato presidencial” (p. 61).

El texto de Alejandro Marti se detiene en la reconstrucción, paso a paso, de los hechos que marcaron esas jornadas y aporta los argumentos que permiten recrear  las condiciones que llevaron al joven  Simón Radowitzky, anarquista ruso de 19 años, a tomar la decisión de llevar a cabo el acto mediante el cual se debía reparar el agravio recibido en esos días de mayo. Una magna acción de justicia popular: la ejecución del coronel Ramón L. Falcón.

Es difícil seguir los pasos de Radowitzky en los meses previos al atentado, el autor señala que las evidencias son endebles y dispersas, se presume que consultó y tuvo el apoyo de algunos militantes ácratas con los que estaba vinculado por razones de amistad, pero no hay constancia de una tarea concertada. De todas formas los presagios de mayo se cumplieron al medio día del domingo 14 de noviembre de 1909, cuando Simón se acercó al carruaje que transportaba al coronel Falcón y arrojó el explosivo que llevaba escondido entre sus ropas. La muerte del jefe de la policía unas horas después abrió un derrotero político de increíble paralelismo, como si una mano oculta hubiese amarrado la suerte de este joven ácrata al proceso de auge y decadencia del movimiento anarquista.

Simón Radowitzky y el dirigente ácrata Ricardo Mestre en la Ciudad de México
Simón Radowitzky y el dirigente ácrata Ricardo Mestre en la Ciudad de México. Fuente: Biblioteca Reconstruir, Ciudad de México

La investigación de Marti recrea el penoso andar de Radowitzky por los despachos del poder judicial y en las celdas heladas de la peor cárcel de la época, el penal de Ushuaia en Tierra del Fuego. Librado de la pena de muerte por ser menor de edad (el verdadero año de nacimiento es otro de los misterios que rodean la vida de Simón) fue condenado a reclusión por tiempo indeterminado. Vivió encarcelado en condiciones inhumanas durante 21 años hasta que en 1930 el presidente Hipólito Yrigoyen dispuso su libertad y expulsión del territorio argentino.

Viajó a Uruguay donde pudo reorganizar su vida gracias al solidario apoyo de sus camaradas libertarios, pero las condiciones políticas del país no le fueron favorables y después de un año de residencia en Montevideo el gobierno uruguayo ordenó  recluirlo en la isla de Flores, allí permaneció cuatro años hasta que se le permitió regresar a Montevideo bajo estricto control policial. Pero la vida de Radowitzky no podía permanecer acotada a disposiciones de seguridad que impedían todo movimiento que tuviera un matiz político, algunos acontecimientos externos lo convocaban a emprender una nueva empresa y el inicio de la guerra de España era un llamado demasiado fuerte para su espíritu libertario.

El 30 de septiembre de 1936 escribe su última carta desde Montevideo a su amiga y protectora Salvadora Medina Onrubia, por caminos que no han sido del todo revelados se sabe que partió rumbo a España y para el 22 de mayo de 1937 ya se encontraba en Barcelona. Vivió con cierta tristeza, la disolución de las milicias anarquistas que respondían a la dirección política de la CNT- FAI y debió tolerar el creciente control político y militar de los comunistas en los frentes de guerra y en la retaguardia republicana, con apoyo de agentes del gobierno de José Stalin. Sin embargo, no hubo de su parte ni un solo gesto de sectarismo político, entendió que la unidad de las fuerzas anti-fascistas era más  importante que defender principios ideológicos. De igual forma, debió acatar la decisión tomada por la dirigencia de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) y de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) de impedirle que participara en los frentes de combate, supo resignarse entonces, con ejemplar disciplina militante, a ocupar el cargo de responsable de la Oficina de Propaganda Exterior de la CNT-FAI (pp.285-312).

Hacia 1938 el ejército franquista cerraba con puño de hierro, la pinza sobre las fuerzas republicanas y se dispersaban las disminuidas brigadas de milicianos que aún reivindicaban con orgullo su lealtad a los ideales libertarios. También el ánimo de Simón Radowitzky empezó a mostrar cierto desencanto sobre el desarrollo de la guerra, pese a todo, fue capaz de tolerar con enorme entereza, la imposición política del Partido Comunista y la fuerte presencia de los personeros soviéticos en los frentes de lucha. En sus cartas aún manifiesta confianza en la posibilidad de detener la ofensiva fascista, pero también deja entrever que la situación ha llegado a un límite difícil de sostener para el ejército republicano.

La guerra civil española es la última gran gesta histórica en la cual el movimiento libertario jugó un papel destacado como referente político de agrupaciones  campesinas y  organizaciones obreras. La derrota de la República significó la dispersión de numerosos militantes libertarios y su gradual repliegue a las tareas de denuncia y difusión de propaganda anti-fascista. Para Radowitzky fue un paso obligado antes de emprender una accidentada partida hacia México, previa escala en París y Bruselas, ahora con una nueva identidad que lo acompañaría hasta su muerte: Raúl Gómez Saavedra (pp. 313-342).

Jamás renunció a sus convicciones de “socialista libertario” ni sostuvo actitudes “culposas” por los hechos que protagonizó en su extensa y arriesgada trayectoria militante, pero su estancia en México coincide con el deterioro de su salud y  cierto declive personal. Aunque se involucró en las tareas de ayuda a los refugiados, las intrigas y divisiones que enrarecieron la convivencia del exilio español no fueron el mejor clima para que Simón recuperara algo de su viejo temple de luchador social.

Así se apagó su vida, en la ciudad de México, el uno de marzo de 1956. Tal vez el mejor homenaje a su entereza y compromiso militante lo escribieron sus camaradas en la placa colocada al pie de su tumba en el Cementerio Municipal: Aquí reposa un hombre que luchó toda su vida por la libertad y la justicia social.



[1] Alejandro Marti; La Plata, De la Campana, 2011, pp. 343

 

Cómo citar este artículo:

CANDIA, José Miguel, (2013) “Simón Radowitzky. Del atentado a Falcón a la Guerra Civil Española”, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 14, enero-marzo, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.
. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=627&catid=12