Cuentos de la GP

Teodosio Olarte
Lima: Manoalzada editores, 2012, 135 págs.

 

Lo que une a los personajes de este libro es su deseo de cambiar el mundo. Con rebeldía, errores e ilusiones, los personajes que habitan estas páginas son seres conscientes de la fragilidad de sus propias vidas, y de la necesidad de cambiarlas. Se trata de un buen aporte a la literatura de la guerra en el Perú, pues nos ofrece voces y personajes distintos, entrañables, con una inmensa carga de humanidad precisamente en contraste con la caricatura que sus enemigos han hecho de ellos: con una prosa colorida e historias a menudo cargada de ternura, el mundo reflejado en este libro tiene el ritmo de la vida cotidiana, los pequeños sueños de la gente que ve en la rebeldía su aliento y su destino.

 

En toda verdadera creación hay aventura…

Desde que se inició la guerra interna en el Perú, se han publicado numerosos cuentos y novelas. Sin embargo, algunos de esos textos no son novelas ni cuentos, sólo llegan a ser crónicas relatos o testimonios. Pero, ¿entonces qué es un cuento o una novela? Augusto Monterroso dice: “La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista”. Monterroso, entre líneas, nos está diciendo que la elaboración de un cuento no es un problema de técnicas, sino es un acto puro de creación. Y en toda verdadera creación hay aventura.

Teodosio Olarte, con este libro Cuentos de la GP, nos conduce a la aventura de la palabra y la imagen para el goce estético y también para penetrar con lucidez en la historia de personajes que tuvieron que enfrentar situaciones dolorosas y dramáticas en esa guerra interna.

Si bien es cierto no hay normas rígidas que nos guíen en una más o menos confiable apreciación de un cuento, contamos con algunas indicaciones generales fruto de la experiencia de autores destacados, como la intensidad y la tensión. Precisamente, en todos los cuentos de Olarte, la intensidad y la tensión son aplicadas en forma creativa poniendo en juego la imaginación.

Por otra parte, hay que destacar el punto de vista que Olarte utiliza en sus textos para penetrar y aclarar la realidad de los hechos narrados. Con punto de vista, no me refiero a la técnica, sino a la concepción ideológica del autor que transmite al lector, no como un simple mensaje, sino a manera de una lupa para poder llegar a las raíces mismas que determinan un proceso histórico en etapas importantes de nuestra patria.

Por último, hay que destacar también en algunos cuentos la fina ironía para poner de manifiesto los aspectos esperpénticos de nuestra realidad política y social.

Oswaldo Reynoso.

 

* A continuación, transcribimos un fragmento de este libro, para deleite de nuestros lectores. Pacarina del Sur agradece al autor su amable disposición para realizar esta reproducción.

 

Nos la estamos jugando, Mendocita

–        ¡Ese es un cuento de la gran puta! ¿Y crees que me lo voy a tragar? ¡Habla…! ¡Quién te provee esas armas! ¡Dónde están los demás! ¡En qué lugar está el depósito subversivo! ¡Habla, mierda!

–        Ya le dije, jefe, un amigo me dio a guardar esas cajas; recién veo que son armas. Yo no sé nada de guerrilleros, no soy terrorista.

–        Ah... eres una mansa paloma. ¡Toma, mierda…!

–        ¡Aaaaaag…! ¡Ay, ay, ay!

–        ¿Sabes qué les sucede a los terrucos como tú? ¡Simplemente desaparecen! Pero si colaboran… Mira, si colaboras, te podemos perdonar la vida, si no, ya eres gusano muerto, porque nosotros estamos autorizados para liquidar comunistas. Así que es mejor que hables, te doy esta oportunidad.

–        Por favor, jefecito, ya le dije la verdad…

–        ¡Cuál verdad…! ¿Tu cuento es verdad?

–        No es cuento, es verdad.

–        O sea que tu cuento es ahora verdad. Y yo soy un tarado que debe tomar tus fantasías como verdad… ¡Toma, terruco e’mierda!

–        ¡Aaaaay…!

–        Así que te dieron a guardar esa caja sin que tú supieras lo que contenía, o me vas a hacer creer que esas armas son juguetes de plástico.

–        Si no me cree, jefe, pregúntale a la misma persona que llevó esas cajas a mi cuarto, se llama Pablo Carmona, vive en el jirón Ramón Castilla, su numeración no me acuerdo, pero es una casa de segundo piso con azotea, justo al costado de una peluquería spa que está frente a una florería.

–        ¡¿Qué?!... ¡Ahora no me trates de inventar nombre y dirección; en esa calle no viven terroristas!

–        No le miento, jefe, yo no sé si mi amigo es terrorista. Yo nunca lo he visto andar en esas cosas. Pero él ha llevado la caja a mi casa.

El teniente, que estaba participando en el interrogatorio, interrumpió para dirigirse al capitán.

–        Mi capitán, podría tratarse de…

–        Un momento, Mendoza, no interrumpa –respondió el capitán y prosiguió con su trabajo.

Las mandíbulas apretadas del oficial hacían resaltar los incisivos y los músculos de la cara; el odio le crecía en los ojos exageradamente abiertos; sus brazos, contorneados y tensos, sujetaban a su víctima por los cabellos y los testículos. Era un felino que revolvía a su presa antes de iniciar el festín.

–        No voy a perder el tiempo contigo, o hablas de una vez o te liquidamos.

–        Por favor, jefe, créame, yo no sé nada…

–        ¡Tú no sabes nada! ¡Tú no sabes nada! Pero las armas estaban en tu cuarto.

La sangre acumulada en las fosas nasales del torturado no le dejaba respirar; su lengua podía percibir tres dientes movidos en su mandíbula superior; la vista la tenía prácticamente obstruida y el ojo izquierdo estaba hinchado y cubierto de hematomas por los golpes de la tortura. Respiraba con dificultad. En su dorso sentía la humedad de la orina que se había empozado en el piso de esa habitación semioscura, donde se encontraba sin entender realmente la magnitud de su situación.

El interrogatorio prosiguió.

–        Supongamos que es verdad el nombre y la dirección que me has dado. Ahora dime, ese tal Carmona ¿se reunía con otros en esa casa? ¿quiénes eran?

–        Yo no sé nada, jefe… Por favor, créame… Yo iba a esa casa porque es de mi amigo… Nunca… nunca he visto que… se reunía con otras personas… Su papá es…

Las expresiones encontradas del vapuleado, intercaladas con una tos quejumbrosa, se interrumpieron bruscamente.

–        ¡Capitán, se ha muerto…!

–        No, Mendoza, estas mierdas no mueren fácilmente; están preparados para resistir… Vamos a comer algo, después proseguiremos con la faena.

–        Pero… capitán, ¿no cree que debemos ir a investigar esa dirección?

–        Claro que sí. Primero, debemos enterarnos por el sistema quién vive allí. Encárgate tú de eso.

La cena, entrada ya la noche, estuvo acompañada de té con limón. El capitán se fue a lavar los dientes y cuando ya salía del lavabo, llegó el teniente Mendoza.

–        ¡Capitán, mire, ésta es la dirección exacta y éste es el dueño de la casa! –le dijo alcanzándole un papel impreso por computadora.

La cara del capitán se apretó un poco, levantó las dos cejas sin pestañear, se dejó caer en el sillón y se quedó mudo un momento pasándose la mano izquierda por la nuca, mientras que con la otra sujetaba el papel impreso. “Este es una mierda” dijo y se levantó violentamente, luego ordenó: “vamos a continuar con el interrogatorio, Mendoza”.

–        ¡Con la corriente ya no, papacito… con la corriente ya no! ¡Aaaay…!

–        ¿Te duele, no?... ahora te duele. Pendejo e’mierda, crees ser más inteligente que nosotros. Te has conseguido una dirección que no corresponde. ¡¿Cómo la conseguiste?!... ¡Habla!

–        Señor jefe, por favor, no estoy mintiendo…

–        ¡Habla, entonces sin engañarme! ¡Crees que me vas a despistar con ese cuento de Carmona! ¡Toma, mierda!

–        ¡Aaaaaaag…! ¡Ay, ay, ay!

–        ¡Por quién me has tomado para hacerme tragar ese cuento de la gran puta’e tu madre! ¿Sabes a quién estás queriendo comprometer?

–        Yo sólo… sólo sé… que ésa es la casa… la casa de… mi amigo Carmona –dijo el fustigado y volvió a desplomarse.

–        ¿Qué opinas, Mendoza? –dijo el capitán dirigiéndose a su ayudante.

–        Capitán, debemos investigar a fondo, puede estar diciendo la verdad.

–        Claro que tenemos que investigar, ya te lo dije. Antes debemos agotar las posibilidades de que este sujeto nos dé toda la información posible que nos lleve a establecer las conexiones que tienen en su organización. Un cabo suelto nos puede llevar a un interesante ovillo. Tú sabes que una investigación bien hecha tiene su precio, podríamos llegar hasta la recompensa mayor.

Una semana después de ardua y sumaria investigación, el capitán no podía conciliar el sueño. No se le cocinaba semejante coartada… ¿Y si está diciendo la verdad? Qué pasa con Carmona entonces, acaso es un terrorista captado por sendero o el hijo es de repente un comunista en actividad. ¡No puede ser…! Esto es más delicado que una cirugía al corazón y habrá que andarse con cuidado. El hijo de Carmona ya debe saber que este pobre diablo ha caído y estará tomando precauciones. Bueno, hay que escudriñar mejor y enterarse minuciosamente de todo, antes de optar por una decisión.

Estaba en estas cavilaciones dando vueltas en su cama, cuando sintió que no tenía control de su cuerpo, sus extremidades se paralizaban y, de pronto, se abrió la puerta de su dormitorio y vio entrar a dos hombres, con armas blancas en mano, quienes se abalanzaron sobre él para cortarle las extremidades, al momento que buscaban su yugular. Él quería alcanzar la pistola que estaba encima del velador pero sus piernas y brazos volaban por los rincones del dormitorio. Quería gritar, tampoco podía. Su única salvación era creer que estaba soñando, pero todo era tan nítido y su estado de vigilia le hacía actuar por instinto de conservación, que luchaba y se desesperaba por deshacerse de sus liquidadores, hasta que uno de los puñales alcanzó cuello. En último esfuerzo saltó y sintió que el sudor lo empapaba en una quietud silenciosa que su conciencia le devolvió el placer de estar vivo. Se levantó, se dirigió al baño, tomó un vaso de agua y se duchó. Vio su reloj pulsera y eran las cinco de la mañana. Salió a la sala y el problema de la investigación lo envolvió nuevamente. Le dio muchas vueltas al asunto y finalmente tomó una determinación en su atormentado pensamiento. Cuando volvió al interrogatorio, a los ocho de la mañana, el teniente Mendoza ya lo estaba esperando.

–        Entonces, capitán… ¿qué hacemos?

–        No tenemos alternativa, hay que fondearlo.

–        ¿Qué…? Él puede ser inocente, capitán. No merece liquidarlo.

–        ¡Qué pasa, Mendoza! ¿Es inocente alguien que tiene armas en su habitación? ¡¿Se debilita usted en plena guerra?! ¡Aquí el desprevenido y el compasivo pierden la batalla! La orden es terminante: usted se encargará de llevar al sujeto al Salto del Fraile para fondearlo. Consiga dos hombres para completar la faena. Un desaparecido más, qué importa.

–        El detenido está bajo nuestra responsabilidad –sentenció el teniente.

–        Mira, Mendoza, tú y yo sabemos que este pobre diablo es un migrante provinciano que no tiene parientes, y si los tiene, sabe dios donde se encuentren.

–        Pero su entrada está registrada en esta dependencia.

–        Su entrada, no. Nosotros lo hemos traído entre otros sospechosos en la incursión casa por casa; además, para nosotros sería fácil planificar su “salida”. La otra alternativa ante nuestros superiores es que se nos habría pasado la mano en el interrogatorio y tuvimos que fondearlo. Así las cosas y en plena guerra, ¿quién de los nuestros podría abogar por un terrorista?

–        Sigo creyendo que debemos enviarlo a la fiscalía.

–        ¡Y qué quieres? ¿Que investiguen para que se devele todo y nosotros paguemos las consecuencias sin ser culpables? ¡No sólo estamos rodeados de terroristas, Mendoza, también de políticos corruptos, mafias, delincuentes comunes, infiltrados, narcotraficantes… Sobre todo narcotraficantes. Y tú sabes también que, en algunos casos, los narcotraficantes son más poderosos que los terroristas; porque su organización ha alcanzado a las instituciones del Estado. Cuando se enteran que uno de los suyos ha caído, usan su plata y mueven sus contactos en la superioridad, allí tienen más poder; piden la transferencia del detenido hacia los fueros que ellos manejan hasta dejarlo en libertad. Entonces sus captores quedan al aire, mejor diré, a expensas de los narcotraficantes que, por supuesto, ya saben que han sido descubiertos y que serían denunciados. Y qué crees que harían con sus captores, es decir, con nosotros… ¿Nos premiarían? ¿Nos echarían flores? No, Mendoza, no. Nos acallarían a ultranza. Y así como buscarían al detenido delator, nos buscarían también para liquidarnos.

–        Los terroristas también son peligrosos.

–        Sí, también son peligrosos, y nosotros somos obviamente sus enemigos, nos odian. Las mafias que se han metido a los partidos políticos, o mejor diré, los partidos que se han convertido en mafias, también son peligrosos, de ellos dependen nuestros cargos y ascensos. Mira, Mendoza, nosotros vivimos de nuestro trabajo y tenemos familias que mantener; tú eres joven todavía, tienes una carrera por delante. Tenemos que andar con cuidado, con las entendederas y los ojos bien abiertos.

Dos noches después, el capitán se mostraba inquieto. El teniente estaba en la misma situación. Habían descubierto lo que menos esperaban. Los recortes  de periódicos y revistas pasados anunciaban la controvertida situación de los Carmona. Las armas eran efectivamente de ellos, pero ninguno era terrorista.

–        ¿Y cómo quedar Carmona y su hijo?

–        En cuanto al hijo de Carmona, por quien ya deben estar alertados todos sus allegados, haremos como que el detenido no lo ha delatado.

–        ¿Usted cree que se lo tragarán eso?

–        Pienso que están esperando eso: si han sido delatados o no; porque no han reaccionado hasta ahora. El comandante Carmona es un pendejo, se las sabe todas.

–        Entonces, nos la estamos jugando con los narcos, capitán.

–        Así es, nos la estamos jugando, Mendocita.

 

Índice

Nos la estamos jugando, Mendocita

A4

El radio

Moico

Amalgamandia

La escalera y la senda

El último cuento de Remigio

Del pueblo ni una aguja ni una sola hebra de hilo

La doctora Acévez

El confidente