Espacios en disputa: trabajo y ciencia desde transgresiones feministas

Disputed spaces: work and science from feminist transgressions

Espaços disputados: trabalho e ciência a partir de transgressões feministas

María Noelia Correa García

Universidad Nacional Autónoma de México

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Recibido: 03-06-2019
Aceptado: 15-07-2019

 

 

Introducción

La total comprensión solo podría conseguirse mediante una transfusión de sangre y una transfusión de recuerdos, milagro que aún no está al alcance de la ciencia.

Virginia Woolf

 

Escribir no es una tarea fácil. El arte de la escritura puede conllevar un movimiento de desarme y, a la vez, también es una muestra de intimidad política. Escribir no es fácil más aún, cuando se viene de una historia, tanto personal como social, de restricciones por género (mujer), por clase (clase trabajadora), por raza (no blanca), por latinoamericana (no anglo-europea), e incluso por uruguaya (poco o nada de “folclore latinoamericano exótico” para la mirada occidental). Concibo a la escritura no sólo como instrumento para, sino como una posibilidad, como un acto de transformación de realidad, es decir, para mí la escritura es un acto político.

Comenzaré con una anécdota personal. Desde siempre me interesó conocer sobre la genealogía familiar (que también siempre es social) en busca de un pasado de ancestralidad indígena en un país donde se llevó a cabo un genocidio de las poblaciones originarias. Así fue que llegué a participar como sujeta de investigación en un estudio sobre ancestralidad, donde además de datos genealógicos utilizaron análisis de sangre para obtener datos de ADN. En esa investigación el resultado fue que me compone un siete por ciento de ancestralidad africana (7%), veintiuno por ciento (21%) de ancestralidad indígena, y setenta y dos por ciento (72%) de ancestralidad europea.

Mi foco de atención siempre estuvo en mi descendencia indígena, ya que siempre la reivindiqué, pero con el paso del tiempo, fue cobrando más atención ese siete por ciento afro, e incluso, también tuve que hacerme cargo de ese setenta y dos por ciento de ancestralidad europea, aunque me costara asumirla, pero una también tiene que hacerse cargo de “ciertos privilegios”. La síntesis era obvia, pero me llevó tiempo entender y asumirla en lo personal y en lo político: soy mestiza.

El mestizaje en nuestra América es un concepto que encierra mucha potencia siempre que se lo entienda desde una mirada crítica y pluralista. Una de las críticas importantes que se han realizado al concepto de mestizaje, es que se lo ha querido utilizar como una política conciliadora que en el fondo invisibiliza luchas de comunidades indígenas que no se identifican con el mestizaje, sino que reivindican en la práctica y en el sentir sus cosmovisiones originarias. No obstante esto, gran parte de la población de nuestra América es mestiza, un mestizaje que nos recuerda las peores traiciones y tragedias de nuestra historia, y a la vez, también es un bastión de resistencia en el presente de nuestros ancestros y ancestras.

Todavía sueño de mariposas. Judithe Hernández
Imagen 1. “Todavía sueño de mariposas”. Judithe Hernández, 2015. www.judithehernandez.com

Feministas chicanas han elaborado diversos textos que dan cuerpo al concepto mestizaje, Gloria Anzaldúa (1987/2016) en su libro Borderlands/La Frontera. La nueva mestiza propone una sujeta interdependiente, híbrida y en proceso, alejándose de las dualidades y de concepciones del ser humano como sujeto individual, esencial y puro. La mestiza para ella se convierte en un cuerpo político y una forma de vivir fronteriza que desafía los deber ser impuestos. 

La colonialidad, lejos de ser un hecho histórico s  uperado, es un proceso continuo que se manifiesta actualmente en las políticas extractivas en nuestro territorio, en el despojo, en las violencias instaladas. Una de las formas de colonialidad se manifiesta en la forma en que conocemos y pensamos el mundo. La colonialidad del poder y del saber (Lander, 2000; Mignolo, 2010; Quijano, 2000) que se impuso en nuestro territorio desde el pensamiento occidental hizo que se colocara como gran portavoz de una verdad única y universal. Una verdad, que como suele suceder en un sistema donde unos pocos viven del trabajo de muchos, también se impuso para muchos el relato histórico de unos pocos, la forma de conocer y de ser-estar en el mundo de una minoría que opaca una inmensa diversidad de maneras para habitar nuestro tiempo. María Lugones (2008) discutirá desde la colonialidad del género para dar cuenta de que en los análisis sobre colonialidad del poder, de cierta forma se estaban invisibilizando las violencias específicas sobre las mujeres, siendo además que la lógica de los ejes estructurales muestra al género como constituido por, así como, constituyendo a la colonialidad del poder.

Así es que determinados cuerpos se han impuesto y legitimado como productores de conocimiento, cuerpos privilegiados que se ubican en ventaja epistémica, mientras que otros cuerpos quedan en desventaja o directamente han sido desacreditados como autoridades cognitivas por los primeros (García Dauder, 2003). Por mucho tiempo, la academia y la ciencia fueron espacios de exclusión para las mujeres y otros sujetos subalternos que no entraban dentro de los parámetros instalados. Las desigualdades y los obstáculos presentes en el trabajo en la ciencia y la academia son el resultado de una organización social androcéntrica, donde históricamente el modelo ha sido masculino y patriarcal. Así, las mujeres han ingresado a trabajar en la academia y en la ciencia, pero bajo los parámetros androcéntricos y eurocéntricos establecidos históricamente.

La ciencia como construcción social no es un espacio de producción neutral. La ciencia y la academia son espacios en disputa, donde se conjugan diferentes perspectivas y fuerzas, ya sea para mantener el statu quo y las lógicas de poder dominantes, o para aportar desde una perspectiva de transformación hacia la construcción de nuevos horizontes.

 

Trabajo, ciencia y epistemologías feministas 

Segunda anécdota personal. Una de las tantas veces buscando información sobre mi abuela, encontré fotos en Internet de la casa donde se desempeñó durante años como trabajadora doméstica, niñera y cocinera. Y esto es increíble. Esa misma casa, donde ella trabajó por tantos años en tareas domésticas, actualmente es el Centro Universitario Tacuarembó, una de las sedes descentralizadas en el interior del país de las Universidad de la República, la misma Universidad donde estudié y donde trabajo como docente desde hace años. Esta segunda anécdota me quedó grabada en el cuerpo y pasado el tiempo, me doy cuenta que caló más hondo de lo que pensaba. Ese cruce con la historia del trabajo de mi abuela y mi trabajo, me hizo pensar sobre la fase actual del capitalismo y el modelo flexible de trabajo, donde unas de las características centrales es la intrínseca relación del capitalismo con los avances científicos y tecnológicos. Está claro que hubo un momento de nuestra historia donde se necesitó mucha mano de obra en las fábricas, pero desde hace unos años se volvió imprescindible la mano de obra “calificada” para producir tecnología e innovación, lo que también ha sido una de las tantas causas de la precarización del trabajo académico y científico.

Mano de sangre (series). Judithe Hernández, 2008
Imagen 2. “Mano de sangre (series)”. Judithe Hernández, 2008. www.judithehernandez.com

La organización social predominante, además de ser desigual en relación a la distribución de la riqueza y de los medios de producción, también lo es en relación a derechos, en función de factores como la clase, etnia, color de piel, sexo, orientación sexual o identidad de género. La incorporación de las y los sujetos a los distintos trabajos tiene vinculación con las condiciones históricas, materiales y simbólicas del contexto social en el cual viven. Analizar la relación de las mujeres con el trabajo, ya sea trabajo productivo o reproductivo, requiere considerar las condiciones históricas, materiales y sociales que configuran las relaciones y prácticas sociales. Teniendo como base para el análisis la división sexual del trabajo, ya que ésta configura las condiciones y desigualdades entre hombres y mujeres en los diferentes ámbitos de trabajo, tanto en lo público y como en lo privado. La inscripción en un trabajo es el resultado de la intrínseca relación entre la división sexual del trabajo y las relaciones de género, clase, etnia/raza (Hurtado Saa, 2014; Pfefferkorn, 2007). Asimismo, es importante mencionar que no es la división sexual del trabajo la que genera las desigualdades entre hombres y mujeres, dado que las relaciones sociales no son creadas por la división del trabajo, sino que son las relaciones sociales las que se proyectan a la organización del trabajo y en como se dividen las diferentes tareas y actividades. El foco de atención debe dirigirse en “cómo cada sociedad construye su representación de las diferencias entre los sexos y cómo a través del reconocimiento de las capacidades y habilidades diferenciales de hombre y mujeres se distribuyen las actividades de ambos” (Comas, 1998, pág. 110). 

En lo referido al sexo-género existe una dominación del hombre, que se traduce no sólo en que las mujeres realizan ocupaciones con menor valor agregado, sino que también las actividades con mayor valor social son consideradas masculinas, mientras que se deposita en las mujeres las tareas de reproducción teñidas de desvalorizaciones sociales (Batthyàny, 2004; Federici, 2011; Kergoat, 2003).  La división sexual del trabajo ubicará a la mujer en el ámbito privado, como responsable de la reproducción, y al hombre en el ámbito público, como artífice de la producción (Federici, 2011). En este sentido, Franca Basaglia (1985) expresa que la consideración de la mujer como cuerpo para otros (para el hombre o para la reproducción) ha obstaculizado su reconocimiento como sujeta histórica social, ya que su subjetividad ha sido limitada y aprisionada dentro de una sexualidad para otros. Así, la mujer, recluida al ámbito de lo privado, debe ocuparse de la reproducción, los cuidados y la producción de valores en la familia, funciones que son intrínsecas al desarrollo del capitalismo, el cual sostiene relaciones de explotación y de apropiación desigual de los recursos necesarios para la vida: el patriarcado jerarquiza la posición de poder del varón heterosexual, legitimando también el control capitalista (Butler, 1999/2007; Federici, 2013).

Silvia Federici (2011) al realizar la crítica al concepto de acumulación originaria incluye varios aspectos que están ausentes en la perspectiva marxista. Uno de ellos es que en la transición del feudalismo al capitalismo se desarrolló una nueva división sexual del trabajo que somete a las mujeres a ser reproductoras de la fuerza de trabajo, colocando todo trabajo femenino a ese fin. El cuerpo de las mujeres se mecaniza y pasa a ser “utilizado” como una máquina de producción de nuevos trabajadores. En directa relación con este último punto, se excluye a las mujeres del trabajo asalariada colocándolas en un estado de subordinación con respecto a los hombres.

La construcción de ese nuevo orden patriarcal enlazado con el desarrollo del capitalismo, impuso normas y formas de comportamiento, y en el caso de las mujeres, si no se amoldaban a los parámetros establecidos eran perseguidas como brujas, desarrollándose una cacería y asesinatos de mujeres de las más grandes en la historia de la humanidad. Es así que, paralelamente a la producción de mercancías surge la separación entre producción y reproducción. El trabajo de reproducción implica toda acción para garantizar la reproducción, desde los cuidados, lo doméstico, traer hijos al mundo, todo lo cotidiano que hace que continuemos viviendo. La reproducción entonces tiene un doble carácter, reproduce nuestra vida, pero también reproduce trabajo.

Por lo general, la gran mayoría del trabajo productivo, esto es que produce valor, tiene como contraparte al salario. Sin embargo, el trabajo reproductivo, en su gran mayoría no tiene como contraparte un salario, dado que desde la perspectiva del capitalismo no produce valor, no produce plusvalía. El salario entonces, juega un rol importante en comprender la separación entre el trabajo productivo y el reproductivo. Se presenta así, un antagonismo a la interna de la clase en relación a la división sexual del trabajo, lo que Federici (2011) denomina “el patriarcado del salario”.

La luchadora espera. Judithe Hernández, 2012
Imagen 3. “La luchadora espera”. Judithe Hernández, 2012. www.judithehernandez.com

Las sufragistas, en lo que se denomina desde cierta lectura eurocéntrica como la segunda ola en la historia del feminismo y que tiene su nacimiento en 1848 con el manifiesto de Seneca Fall, extendiéndose hasta finalizada la Segunda Guerra Mundial, además de su reivindicación por el derecho al voto, tuvieron un rol muy importante en la búsqueda de derechos para poder acceder a estudiar y trabajar (Valcárcel, 2001). Pero esas mujeres eran de determinada clase social y de determinado color de piel, siendo entonces un grupo pequeño de mujeres que no representaban a todas. La mayoría de las mujeres siempre trabajaron, ya sea en trabajos asalariados en fábricas, en el campo, en tareas domésticas o en los trabajos no asalariados de reproducción de la vida. Para problematizar este punto siempre ha sido un gran referente Sojourner Truth y su discurso ¿Acaso no soy una mujer? interpelando a las “feministas blancas clase media-alta” que reivindicaban el derecho a trabajar de todas las mujeres perdiendo de vista la gran cantidad de mujeres trabajadoras existentes. También se han realizado críticas a las producciones más cercanas en el tiempo, como por ejemplo la realizada por bell books (2004) al libro La Mística de la feminidad de Betty Friedan, ya que más allá de la importancia de la obra y que hasta nuestro días es una referencia, no deja de ser un estudio sobre determinadas mujeres, que tienen determinadas características: blancas, casadas, de clase media o alta y con educación universitaria.

En su libro no decía quién tendría entonces que encargarse del cuidado de los hijos y del mantenimiento del hogar si cada vez más mujeres, como ella, eran liberadas de sus trabajos domésticos y obtenían un acceso a las profesiones similar al de los varones blancos. No hablaba de las necesidades de las mujeres sin hombre, ni hijos, ni hogar. Ignoraba la existencia de mujeres que no fueran blancas, así como de las mujeres blancas pobres. No decía a sus lectoras si, para su realización, era mejor ser sirvienta, niñera, obrera, dependienta o prostituta que un a ociosa ama de casa. Hizo de su situación, y de la situación de las mujeres blancas como ella, un sinónimo de la condición de todas las mujeres estadounidenses (bell hooks, 2004, pág. 34).

 

Muchos son los aportes en esta línea del feminismo negro y del feminismo chicano, donde se rompe y estalla el concepto “mujer” para dar cuenta de la diversidad de historias, de las múltiples formas de vivir el ser mujer y de la necesidad de tener una perspectiva interseccional.

En los años sesenta y setenta se reivindica el reconocimiento del trabajo reproductivo de la ama de casa como mujer trabajadora y las campañas por el salario doméstico, desde el feminismo se subraya la invisibilización del trabajo femenino, que tiene relación con su condición de trabajo no pago en términos salariales, minimizándolo como trabajo subsidiario del trabajo pago masculino y desconociendo el intrínseco nexo entre ambos (Dalla Costa & James, 1975/1979; Federici, 2011; Gago, 2014).

Paralelamente, ya desde los años sesenta surgen los estudios de ciencia, tecnología y género, del encuentro de los feminismos con los estudios sociales de la ciencia y de la tecnología (Pérez Sedeño, 2016). Así fue que se comenzó un trabajo sistemático de recuperación de mujeres trabajadoras en ciencia y tecnología, colocando también en escena características de la historia de la ciencia hasta el momento olvidadas, “porque el nacimiento de la historia de la ciencia como disciplina académica no había variado la perspectiva hacia las cuestiones relacionadas con las mujeres” (Pérez Sedeño, pág. 12). Por el trabajo de investigación realizado desde el feminismo, se ha visibilizado que más allá de los obstáculos y dificultades, las mujeres trabajadoras en ciencia no han sido tan pocas como se plantea en la historia de la ciencia.

Por mucho tiempo, la academia y la ciencia fueron espacios de exclusión para las mujeres y otros sujetos subalternos que no entraban dentro de los parámetros de hombre, blanco, heterosexual clase media-alta. La incorporación de las mujeres a trabajar en ciencia es el resultado de un proceso gradual iniciado con el ingreso a los estudios universitarios en los siglos XIX y XX (Blazquez Graf, 2008). No obstante, desde muchos años atrás, las mujeres manejaban diferentes conocimientos y saberes. Conocimientos que muchas veces fueron catalogados como “malignos”, donde quienes poseían estos saberes fueron perseguidas y asesinadas. Un hecho histórico que da cuenta de esta situación fue la cacería de brujas de los siglos XVI y XVII. La persecución de brujas, implementada tanto en Europa como en América, fue tan importante para el desarrollo del capitalismo como la colonización y como la expropiación del campesinado europeo de sus tierras (Federici, 2011). Varios fueron los mecanismos culturales formales o informales que marcaron la subalternidad impuesta a las mujeres. Desde un sistema jurídico que reguló la subordinación de las mujeres en el siglo XIX y que, aunque algunas prácticas discriminatorias se fueron derogando, emergieron otras que perpetuaron la condición de subalternidad de las mujeres. Asimismo, también en el siglo XIX, se instauraron ciertas representaciones culturales, avaladas por los discursos de las ciencias de la época que colocaban a las mujeres en inferioridad biológica. La generalización del discurso de la domesticidad femenina, permeó en la sociedad occidental hasta gran parte del siglo XX, recluyó a las mujeres en la esfera de lo doméstico y lo privado, delimitando de esta forma los posibles ámbitos de actuación (Nash, 2012). 

La ciencia es una construcción y una práctica social legitimada, para conocer y producir conocimientos sobre el mundo. La epistemología va a ser la encargada del estudio tanto de la producción de conocimiento, así como de sus criterios de validación, teniendo en cuenta el contexto histórico y social. Diana Maffía (2007) considera que la ciencia es sexista en su doble aspecto, tanto a nivel del producto (teorías científicas), como a nivel del proceso (desigualdad dentro de las comunidades científicas en relación a composición y exigencias).

 Las epistemologías feministas han generado una fuerte crítica a la ciencia, entendiéndola como una construcción social androcéntrica, realizada desde la perspectiva de los hombres. Han replanteando un nuevo objeto de estudio, un nuevo método e instalando un nuevo posicionamiento político que se centra en tener en cuenta las particularidades, criticando fuertemente la universalidad. Se basa en la subjetividad y la concepción fragmentada de las subjetividades (Haraway, 1984). Desde aquí, se han realizado críticas profundas y cuestionamientos a los procesos sociales, en torno a las desigualdades y a la dominación. En la investigación feminista, el concepto de transformación de las relaciones sociales sigue teniendo su plena vigencia desde las primeras formulaciones y sigue siendo el motor de orientación de todos sus desarrollos teórico-conceptuales.

La epistemología feminista va a abordar la producción de conocimiento y sus criterios de validación, en un contexto histórico y social determinado, teniendo en cuenta la incidencia del género en esa producción de conocimiento y al sujeto que realiza esa producción. Dentro de los temas centrales de la epistemología feminista se encuentra la critica a conceptos como objetividad, neutralidad y universalidad, además de realizar una crítica a las formas de interpretación, teniendo presente la influencia de los aspectos sociales y políticos del contexto de la investigación y de quién investiga (Blazquez Graf, Bustos, & Restrepo, 2010). Desde las epistemologías feministas se busca trabajar en producir una mejor ciencia, “las feministas tienen que insistir en una mejor descripción del mundo; no basta con mostrar la contingencia histórica radical y los modos de construcción para todo” (Haraway, 1995, pág. 321). Una “ciencia sucesora” (Harding, 1996) que teniendo presente el lugar de la ciencia en la producción de discursos y por ende de realidad, así como su posible complicidad con el mantenimiento de múltiples exclusiones y jerarquizaciones sociales, tienen el compromiso ético-político de teorizar y producir una mejor forma de conocimiento. Producciones que aporten a la realidad situada y a comprender las problemáticas de los sectores no privilegiados (García Dauder, 2003). 

Santa desconocida. Judithe Hernández, 2017
Imagen 4. “Santa desconocida”. Judithe Hernández, 2017. www.judithehernandez.com

 

Producción de conocimientos desde la perspectiva feminista y latinoamericanista

Está dispuesta a […] hacerse vulnerable a maneras extrañas de ver y de pensar.

Renuncia a toda noción de seguridad, de lo familiar. Deconstruir, construir.

Se convierte en nahual, es capaz de transformarse en un árbol, un coyote, otra persona.

 Gloria Anzaldúa

 

El feminismo latinoamericano y caribeño además de alimentarse de los desarrollos críticos de las ciencias sociales, en particular se coloca en oposición a determinado feminismo que tiene las siguientes características: “ilustrado, blanco, heterosexual, institucional y estatal. Este feminismo del que hablo se piensa y repiensa a sí mismo en la necesidad de construir una práctica política que considere la imbricación de los sistemas de dominación sexista, racial, heterosexista y capitalista […]” (Curiel, 2010, págs. 71-72). Existe un posicionamiento de análisis interseccional, donde las categorías raza, sexo, clase, entre otras, son entendidas como constitutivas unas de las otras. Lo novedoso es reconocer y crear una genealogía feminista descolonizadora, emergente del contexto latinoamericano y caribeño.

Tal como plantea la filósofa feminista argentina Diana Maffía, muchos son los factores por considerar al momento de pensar las barreras de las mujeres latinoamericanas en ciencia y academia.

Con respecto a las mujeres de América Latina, está la cuestión de género, es muy importante, pero también está la cuestión geopolítica y está la cuestión de la lengua, obviamente la desigualdad económica, la cuestión racial, es decir, hay una serie de barreras que no son las barreras que tradicionalmente se ha ocupado la epistemología tradicional.[1]

 

La crítica feminista a la ciencia que se pueda establecer desde los esfuerzos latinoamericanos, no solo tendrá que sobrepasar los obstáculos patriarcales y androcéntricos instalados en los sistemas y comunidades científicas, sino que además también será necesario resistir a las imposiciones de las lógicas y discursos en la producción de conocimiento euronorcéntrica instalada (Curiel, 2010). Una de las críticas planteadas es que para que la producción de conocimiento latinoamericano pueda ser reconocido, “el paisaje debe ser suficientemente exótico para que sea atractivo, suficientemente folclórico para que nos sea atribuido como identidad, suficientemente comprensible en los propios términos del pensamiento central para ser significativo” (Maffía, 2007, pág. 94). De esta forma, para que las mujeres latinoamericanas puedan realizar una crítica feminista de la ciencia, pero a su vez, también puedan producir saberes y además que esos saberes se valoren, se imponen determinadas condiciones que están siendo enunciadas desde diferentes latitudes de nuestra América. La dificultad de la colonialidad del saber (Ciriza, 2015; Lander, 2000) es otra de las barreras que se nos impone a las mujeres latinoamericanas.

¿Desde dónde y cómo somos sujetas de enunciación? ¿Qué nos avala como autoridad epistémica para poder decir? O incluso: ¿podemos ser sujetas de enunciación?

Diana Maffía (2007) dialoga con los desarrollos de Gayatri Spivak (1998) donde la pregunta “¿puede hablar un subalterno?” es significativa ya que en caso de que se logre hablar, ese hablar será en los términos que el opresor delimite. El universal “mujer” que de una forma esencialista describía a un modelo universal ha estallado en múltiples diversidades, pero aún no está claro que tanto pueden hacerse oír esas múltiples diversidades.

Volviendo a pensar desde un registro histórico, difícil es pensarnos desde los recortes y la delimitación de saberes que se nos ha impuesto, desde el borramiento o silenciamiento de la historia de los y las vencidas, es decir, de nuestra historia, sus saberes y formas de ver el mundo.

Estas fracturas, disonancias y tensiones son, desde mi punto de vista, asuntos centrales para pensar la cuestión de nuestras genealogías pues ellas se presentan particularmente dispersas: inesperadas para las europeas, desconocidas para otras mujeres del Sur, occidentalizadas para las feministas comunitarias, las feministas sudamericanas que allí vivimos y pensamos solemos hallarnos ante una serie de atolladeros: por cierto el del eurocentrismo que nos ubica como meras repetidoras, pero también el del androcentrismo, los intentos de negación de la perspectiva de clase con que los saberes son producidos y el racismo, que hace inaudibles las voces de las mujeres racializadas (Ciriza, 2015, pág. 86).

 

¿Será posible salirnos del lugar de la repetición? ¿Es real ese lugar o también es una forma de invisibilizar las producciones que se realizan desde nuestras latitudes? ¿Será que en realidad lo que sucede es que muchas veces no es repetición, sino que es trabajo no reconocido? ¿Qué tanto leemos a quienes están produciendo conocimiento en nuestra América?

Lo cierto es que muchas son las producciones de conocimiento que se han realizado desde nuestra América, ya sea desde antes de la invasión colonia, como también después. Mucho camino se recorrió desde la educación popular, desde la pedagogía del oprimido, desde el modelo latinoamericano de universidad, desde los saberes de los movimientos sociales, desde el feminismo en sus diversas expresiones, desde las luchas por los derechos humanos, desde los saberes y formas de ver el mundo originarias que aún resisten. Todo puede estar atravesado por pocas o muchas contradicciones, así somos, nuestra historia de contradicciones, tragedias y resistencias nos constituye y nos define.

Mensaje colocado en la Universidad de la República (Uruguay) en el marco del 8 de marzo de 2019
Imagen 5. Mensaje colocado en la Universidad de la República (Uruguay) en el marco del 8 de marzo de 2019. Fuente: Comunicación Udelar (www.universidad.edu.uy)

 

Espacios en disputa: Trabajo y ciencia desde transgresiones feministas

Hace unos años atrás, cuando iniciábamos reuniones para hablar de feminismo, no imaginábamos lo que nos esperaba vivir. El feminismo llegó a nuestras vidas, no solo para no irse nunca más, sino para transformarnos completamente. Así comenzamos un trabajo personal y colectivo, porque el feminismo es eso, se vive de forma personal y colectiva, se construye siempre juntos a otras. Las reuniones de colectivo, las actividades con otras organizaciones, articular diferentes colectivos e individualidades para formar una coordinadora, trabajar para movilizarnos el 8 de marzo, llegar a movilizar en los últimos años a trescientas mil personas en una ciudad de un millón y medio de habitantes como Montevideo, movilizados en la calle cada vez que sucede un feminicidio con las alertas feministas, acompañar la marea verde por el aborto legal, libre y gratuito, tejer lazos con compañeras de otras latitudes, aprender de otras experiencias, escuchar a nuestras maestras, encontrarnos, desencontrarnos y volvernos a encontrar. Abordar desde el feminismo, nuestras relaciones, nuestras prácticas cotidianas, nuestros trabajos, e incluso la forma en que investigamos y producimos conocimientos. Es decir, abordarlo todo.

Discutir el tema trabajo y ciencia desde el feminismo no es una novedad. Muchos esfuerzos individuales y colectivos han aportado para pensar el tema y generar transformaciones desde hace muchos años. Tal vez el punto de novedad sea nuestro contexto, ya que nos encontramos en medio de una crisis humanitaria y ecológica. Nuestro momento histórico nos interpela, convivimos dentro de una crisis civilizatoria donde los fundamentalismos y la violencia extrema están cada vez más presentes (Segato, 2016). El incremento de la violencia es tan imponente, que ya no es la excepción, sino que es la norma. En los últimos años a lo largo de nuestra América han detonado grandes decepciones políticas, crisis económicas y sociales, desesperanza, éxodos migrantes, incremento imparable de feminicidios, entre muchos otros ataques y extremas dificultades político-sociales. Es necesario comprender las nuevas subjetividades contemporáneas. Las subjetividades donde la vida no vale nada. Intentar comprender por qué ante tanta explotación y despojo, no hay sublevación, pero sí hay violencia. Una violencia desclasada, machista y dogmática. Simultáneamente, también en lo últimos años han emergido otras formas de pensar lo político, otras formas de organización, lo que genera reacciones desde lo más rancio y fascista del sistema. Las personas que se señalan y que son asesinadas, en la gran cantidad de los casos, son mujeres o militantes de la lucha por el territorio, lo que se relaciona directamente con los dos grandes movimientos que se imponen con mucha fuerza a nivel mundial, el movimiento feminista y los movimientos en defensa de los territorios.

Se vuelve imprescindible en este escenario continuar aportando para repensar y transformar la forma en que está organizada la sociedad, las lógicas y modos de trabajo, así como producir nuevos conocimientos situados y comprometidos con lo social. La división internacional del trabajo tiene su analogía en la división internacional de la producción de conocimientos. Los mismos sectores geográficos ubicados en el norte han sido históricamente los grandes privilegiados en lo económico, social, cultural y también como autoridad epistémica.

Como feminista e investigadora creo que es imprescindible cuestionarnos e interpelarnos. Cuestionarnos en nuestros procesos, propios y colectivos, en nuestras construcciones a nivel de la militancia social, así como dentro de la academia y la ciencia. Interpelarnos en la producción de conocimiento haciendo nuevas preguntas, buscando nuevas respuestas, y que estás últimas, nos habiliten a formular nuevas preguntas. Pensar en nuestra historia, reconstruirla desde nuestras voces, buscando en los retazos, en los silencios, en la escucha. Porque la historia también es subjetiva y mucho depende de quién la cuente.

Encabezan la marcha del #8M con el pañuelo a favor del aborto, Dora Barrancos, Nelly Minyerski, Martha Rosenberg y Nina Brugo
Imagen 6. Encabezan la marcha del #8M con el pañuelo a favor del aborto, Dora Barrancos (sociología e historia), Nelly Minyerski (abogacía), Martha Rosenberg (medicina) y Nina Brugo (psicoanálisis), feministas que desde sus disciplinas fueron de las primeras voces que se alzaron por los derechos de las mujeres. Argentina, 2019. Foto de Laura Reyes.

¿Qué es la historia para las familias de las mujeres de Ciudad Juárez? ¿Qué es la historia para las madres de mujeres que sufrieron feminicidios? ¿Por qué siendo en Latinoamérica el 9% de la población mundial aquí ocurren el 50% de los feminicidios? ¿Cuál es la historia de estos insoportables porcentajes de muertes patriarcales? ¿Cómo influye la colonización en estos números?

¿Qué es la historia para las comunidades indígenas? ¿Qué son un poco más de 500 años en culturas que tienen muchos más siglos de historia atrás? ¿Cómo se mide el tiempo resistiendo?

¿Qué es la historia para quienes somos esta mezcla mestiza latinoamericana? ¿Cómo vivimos nuestras raíces? ¿Cuál es la historia falsa que nos contaron y nos creímos? ¿Cuál es la historia que nos compone y que es necesario continuar recuperando?

En tiempos difíciles, recuperar nuestra historia de forma colectiva se vuelve cada vez más imprescindible, no solo para construir futuro, sino, para sobrevivir el presente. Tal vez, dentro de unos años cuando estudien nuestra época la narren como una época de crisis humanitaria, ecológica y como una fase de capitalismo feroz. Tal vez, también nos puedan narrar como la época de la rebelión de las mujeres, de la efervescencia nuevamente del feminismo a nivel internacional e intergeneracional, de la constante lucha de hombres y mujeres para defender el territorio y la vida, de los esfuerzos para producir conocimientos situados y comprometidos con la transformación. Tal vez, esta otra historia la narremos nosotras.

 

Notas:

[1] Entrevista de la autora a Diana Maffía. Buenos Aires, 21 de febrero de 2018.

 

Referencias bibliográficas:

  • Anzaldúa, G. (1987/2016). Borderlands/La Frontera: La nueva mestiza. Madrid: Capitán Swing.
  • Basaglia, F. (1985). Mujer, locura y sociedad. México: Universidad Autónoma de Puebla.
  • Batthyàny, K. (2004). Cuidado infantil y trabajo: ¿un desafío exclusivamente femenino?; una mirada desde el género y la ciudadanía social. Montevideo: CINTERFOR.
  • bell hooks. (2004). Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista. En Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras (págs. 33-50). Madrid: Traficantes de sueños.
  • Blazquez Graf, N. (2008). El retorno de las brujas. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Blazquez Graf, N., Bustos, O., & Restrepo, A. (2010). La entrevista como herramienta metodológica para propiciar conciencia de género. Actas del VIII Congreso Iberoamericano de ciencia, tecnología y género. Curritiba: Universidad Federal de Paraná.
  • Butler, J. (1999/2007). El género en disputa. El feminismo y la subvención de la identidad. Buenos Aires: Paidós.
  • Ciriza, A. (2015). Construir genealogías feministas desde el Sur: encrucijadas y tensiones. Millcayac. Revista Digital de Ciencias Sociales, II(3), 83-104. Obtenido de http://revistas.uncu.edu.ar/ojs/index.php/millca-digital/article/view/523
  • Comas, D. (1998). Antropología económica. Barcelona: Ariel.
  • Curiel, O. (2010). Hacia la construcción de un feminismo descolonizado. En Y. Espinosa (Ed.), Aproximaciones críticas a las prácticas teórico-políticas del feminismo latinoamericano (págs. 69-76). Buenos Aires: En la Frontera.
  • Dalla Costa, M. R., & James, S. (1975/1979). El poder de la mujer y la subvención de la comunidad. México: Siglo Veintiuno.
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Cómo citar este artículo:

CORREA GARCÍA, María Noelia, (2019) “Espacios en disputa: trabajo y ciencia desde transgresiones feministas”, Pacarina del Sur [En línea], año 11, núm. 41, octubre-diciembre, 2019. ISSN: 2007-2309. Dossier 22: Movimientos, grupos, colectivos y organización de mujeres.

Consultado el Jueves, 28 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1797&catid=67