De Marx a Foster: críticas a la urbanización insustentable

La investigación de John Bellami Foster, La ecóloga de Marx. Materialismo y naturaleza, es un trabajo caracterizado por el rigor y la erudición. Abunda en fuentes fisiológicas localizables en distintas fases del desarrollo de la historia de la filosofía, desde los filósofos griegos clásicos, hasta grandes filósofos del siglo XIX, principalmente la de los británicos. Este tipo de referencias se esperan en una obra sobre el pensamiento de Marx y de Engels en el ámbito de la historia y evolución del pensamiento científico y tecnológico, correspondientes a los siglos XVIII y XIX, principalmente.

Palabras clave: capitalismo, Marx, Norteamérica, urbanización, sustentabilidad

 

La primera exigencia de la máquina de vapor
y la necesidad principal de casi todas
las ramas de la gran industria es
contar con agua relativamente limpia.
Pero la ciudad industrial convierte todas
las aguas en un hediondo líquido.

Federico Engels, Anti-Dühring

 

Foster destaca la relación de Marx con las obras de Liebig. También expone aspectos de la historia de la tecnología agrícola empleada para lograr la fertilidad de los suelos, por ejemplo: uso de huesos, guano y salitre, hasta el desarrollo de los fertilizantes fabricados industrialmente.

Con relación a la formación de las ciudades industriales, Foster expone las críticas del británico Chadwick[3], cuya obra antecedió a la de Engels a propósito de las condiciones de vida de los trabajadores en las ciudades industriales británicas. Foster también expone los desarrollos de los urbanistas norteamericanos, quienes ya criticaban la insalubridad y deterioro de las condiciones de vida en las ciudades, tal es el caso de Waring[4].

En consecuencia la investigación de Foster ofrece una amplia perspectiva que va desde la filosofía clásica hasta el examen de la ciencia y la tecnología durante el siglo XIX, todo para construir y explicar el desarrollo del pensamiento de Marx sobre la relación hombre-naturaleza. El texto está compuesto por los siguientes capítulos:

I.            La concepción materialista de la naturaleza.

II.         La verdadera cuestión terrenal.

III.      Naturalistas clericales.

IV.      La concepción materialista de la historia.

V.         El metabolismo de sociedad y naturaleza.

VI.      La base de nuestra visión de la historia natural.

En consecuencia, una obra tan rica y eruditamente escrita puede ser pensada a partir de una problemática omnicomprensiva. Para ello, se ha seleccionado la temática correspondiente a la relación hombre-naturaleza.


El estudio del coeditor de Monthly Review tiene el inocultable valor de explicar el pensamiento de Marx considerando detenidamente la influencia que tuvieron los escritos de Darwin, en la formación del pensamiento ecológico del filósofo de Treveris. Foster debió recurrir a la información científica de la época, al menos la vinculada con los escritos de Marx y Engels. Por esto la investigación de Foster presenta una perspectiva que otros trabajos sobre la obra de Marx, destinados a indagar la relación hombre-naturaleza en el capitalismo, no han logrado alcanzar. El concepto medular examinado por Foster es el de metabolismo, para cuya explicación debió conocer  los avances científicos de la época en campos como la química, la bioquímica, edafología, fisiología,  biología y agronomía.

Foster desarrolló en el capitulo El metabolismo de sociedad y naturaleza, diversos aspectos sobre los modos como existe la conexión contradictoria y necesaria, sociedad-naturaleza. Durante el desarrollo capitalista ésta ha devenido en la desastrosa oposición entre campo y ciudad.  Con la pretensión de “resolver” esta cuestión, se han escrito muchas páginas y proyectos desarrollistas, sin embargo  la contradicción persiste, agravándose. No obstante conviene mencionar el impulso de políticas públicas y privadas, cuyo propósito es suprimir dicha antinomia. Recientemente en México se han articulado experiencias, proyectando formas “exitosas” para resolver el conflicto campo-ciudad. Parece conveniente exponer algunos aspectos de dichas propuestas. Considerar esta problemática desde manifestaciones de la práctica social contemporánea, leyendo casi de modo simultáneo el libro de Foster, permite verificar las tesis de Marx, creativamente desarrolladas por Foster, particularmente el análisis sobre el vaciamiento demográfico del campo, condición histórica y estructural para el desarrollo capitalista.

La investigación de Foster, ubica la crítica ecológica al capitalismo como un paso teórico y práctico necesario para articular el combate anticapitalisa. Por ello, es una obra muy estimulante, pues coloca de nueva cuenta el significado de  las Tesis contenidas en Manifiesto del Partido Comunista, pues desde 1848 los jóvenes autores de esta obra propusieron como parte del proyecto comunista, la abolición de la separación entre campo y ciudad.

1. Japhy Wilson de la Universidad de Manchester, expuso cómo el Plan Puebla Panamá se mantiene en curso ahora conocido como Proyecto Mesoamérica. Actualmente, al amparo de dicho proyecto, se impulsa la construcción de ciudades rurales. Éstas constituyen un hito en el proceso histórico de larga duración, denominado por Marx proceso de urbanización del campo:

…la Edad Media (época germánica) surge de la tierra como sede de la historia, historia cuyo desarrollo posterior  se convierte luego en una contraposición entre ciudad y campo; la [historia] moderna es urbanización del campo, no, como entre los antiguos, ruralización de la ciudad. [5]

Por su parte el estudioso británico señala algunos de los rasgos característicos del proceso de urbanización de la vida agraria chiapaneca: “una eficiente organización territorial basada en la propiedad privada, mano de obra barata, plantaciones agroindustriales, extracción de recursos naturales y promoción del gran turismo”.[6]

Mariela Zunino y Miguel Pickard, integrantes del Centro de Investigaciones Económicas y Políticas de Acción Comunitaria (CIEPAC), organización civil, explican cómo la primera ciudad rural construida en Chipas, Nuevo Juan de Grijalva, se inscribe en el Proyecto Plan Puebla Panamá, rebautizado a finales de junio 2008 como Proyecto Mesoamérica, a raíz de la reunión de los presidentes de México, Centroamérica y Colombia. Estos especialistas explicaron cómo el Banco Mundial publicó en noviembre 2008 en el “Informe sobre Desarrollo Mundial 2009”, subtitulado: “Una nueva geografía económica”, donde se explica el propósito de la política de este Banco es impulsar el acercamiento del campo a la ciudad. Tanto el investigador de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Manchester, como los estudiosos de CIEPAC, coinciden en el contenido esencialmente económico de este proyecto de ciudades rurales, el cual deja de lado los problemas sociales, pues lo importante es la eficiencia del territorio, en función de los intereses de los inversionistas. El proyecto está a cargo del Instituto de Población y Ciudades Rurales de Chiapas, ubicado en el contexto de las acciones correspondientes al Plan Estatal de Desarrollo 2006-2012.

Participan en el Proyecto, las empresas, instituciones y bancos siguientes: “Banorte, Maseca, Fundación Televisa, Fundación Telmex, Grupo Carso, Fondo Social Banamex, BBVA Bancomer, las fundaciones Río Arronte y Azteca, Techos Mexalite, Cementos Cruz Azul, Farmacias del Ahorro, Ecoblock Internacional y organismos como Natura y Ecosistemas Mexicanos”.[7] Entre los asesores de este Proyecto se cuenta con la Organización de las Naciones Unidas, a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo, contando con la consultoría de Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto Politécnico Nacional, Universidad Autónoma de Chiapas. Entre las instituciones gubernamentales federales destacan la participación de Comisión Federal de Electricidad y Comisión Nacional del Agua, entre otras.

Se puede pensar, que este proyecto constituye un perfeccionamiento de lo que durante la guerra de Vietnam, la estrategia norteamericana denominó “aldeas estratégicas” y desde fines de los sesenta el gobierno mexicano impulsó bajo la denominación “Nuevos Centros de Población”[8]. Por su parte, reconocidos estudiosos de la cuestión agraria, como Armando Bartra, han clasificado este tipo de proyectos como “desarrollismo contrainsurgente”.

Lo anteriormente expuesto, advierte cómo la contradicción campo-ciudad es además de una problemática ecológica, económica, también política. Por ello, las clases poderosas están interesadas en lograr el vaciamiento del campo, es decir, el traslado de los campesinos indígenas o no, a las ciudades, eliminando así las condiciones de posibilidad para la formación de: a) sujetos agrarios rebeldes o revolucionarios; b) favoreciendo la apropiación citadina privatizadora de recursos naturales una vez despojados los propietarios o posesionarios originales: comuneros, ejidatarios, minifundistas; c) la formación del proletariado urbano y del ejército industrial de reserva. Dispositivos, estos dos últimos, necesarios para establecer la contención salarial.

Ni Marx ni Engels, tampoco pudieron imaginar el proyecto “mexicano” para superar la contradicción entre campo y ciudad, mediante la fundación de “ciudades rurales”. Sin embargo, bien vistos los acontecimientos, este tipo de novísima urbanidad no es creación de los expertos nacionales, como pudiera pensarse, pues hunden las raíces de su genealogía en la historia de las estrategias contrainsurgentes, diseñadas en diversos lugares del mundo para sofocar los movimientos de liberación nacional, la mayoría de ellos pertrechados con fuertes contingentes agrarios.

2. Marx explicó la relación en el capitalismo entre proceso de trabajo y separación-contradicción campo-ciudad:

El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza […]

El proceso de trabajo, tal como lo hemos presentado en sus elementos simples y abstractos, es una actividad orientada a un fin, el de la producción de valores de uso, apropiación de lo natural para las necesidades humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y por tanto independiente de toda forma de esa vida, y común, por el contrario, a todas sus formas de sociedad.[9]

Los escritos de Marx se caracterizan  por mantener una preocupación incesante decidida a historizar, terrenalizar sus tesis. En este pasaje las categorías hombre y naturaleza mantienen un nivel de abstracción que Marx depurará hasta darles contornos materiales muy precisos:

[…] Diversas entidades comunitarias encuentran distintos medios de producción y diferentes medios de subsistencia en su entorno natural. Difieren, por consiguiente, su modo de producción, modo de vida y productos. Es esta diversidad, de origen natural, la que en el contacto de las entidades comunitarias genera el intercambio de los productos respectivos y, por ende, la transformación paulatina de esos productos en mercancías. El intercambio no crea la diferencia entre las esferas de producción, sino que relaciona entre sí las esferas distintas y las transforma de esa suerte en ramos, más o menos interdependientes, de una producción social global. La división social del trabajo surge aquí por el intercambio entre esferas de producción en un principio diferentes pero independientes unas de otras. Allí donde la división fisiológica del trabajo constituye el punto de partida, los órganos particulares de un todo directamente conexo se dislocan unos de otros, se disocian –proceso de disociación al que el intercambio de mercancías con entidades comunitarias extrañas da el impulso principal- y se independizan hasta un punto en que es el intercambio de los productos como mercancías lo que media la conexión entre los diversos trabajos. En un caso se vuelve dependiente lo que antes era autónomo; en el otro, se independiza lo antaño dependiente.

La base de toda división del trabajo desarrollada, mediada por el intercambio de mercancías, es la separación entre la ciudad y el campo. Puede decirse que toda la historia económica de la sociedad se resume en el movimiento de esta antítesis […][10]

Las delimitaciones históricas y lógicas, formuladas por Marx logran plantear conceptos como: mercancía, valor de uso, división social de trabajo, la relación dialéctica campo-ciudad. El concepto de metabolismo[11] permite comprender el carácter natural del hombre y su relación con la naturaleza, así como la relación contradictoria entre campo y ciudad. De este modo construye conceptos relacionales, funcionales: hombre-naturaleza; campo-ciudad. Como se sabe, para comprender lógica e históricamente cada uno de estos conceptos, es necesario vincularlos, uno con el otro, pues implican funciones intersustentantes. El intercambio, el metabolismo hombre-naturaleza y campo-ciudad, es posible porque están constituidos por elementos semejantes, por ello existen entre ellos permanentemente flujos y reflujos de energía, es decir, de elementos naturales.


3. El hombre es un ser natural y como tal necesita para mantenerse vivo, para reproducirse, de las sustancias y elementos contenidos en diversos frutos y productos arraigados en la tierra. En consecuencia, el primer intercambio metabólico desarrollado por los homínidos, hasta convertirse en hombres[12], es aquel destinado a la apropiación de la naturaleza para conseguir alimento, abrigo y posteriormente fuego. La fabricación de herramientas desde el Paleolítico fue una actividad destinada a la apropiación de la naturaleza a través de los albores del trabajo, de la organización del trabajo y de la división social del trabajo. La consumación de estas etapas necesarias para la reproducción de la vida biológica y la general de la vida material, es posible por la capacidad metabólica contenida entre los elementos naturales orgánicos e inorgánicos y la humanidad. En consecuencia, la prístina relación metabólica establecida por el hombre es con la tierra. Marx determinó distintos modos históricos de relación del hombre con la tierra, es decir, maneras diferentes de organizar la división social del trabajo, esto es, los modos de distribución y apropiación de tierras y aguas.[13] Sin embargo, la distribución de elementos relativamente pasivos como el agua y la tierra, no podía darse por ellos mismos, pues requerían de la mediación humana, del hombre organizado en sociedad. Entonces la distribución de los elementos naturales señalados bajo la égida de diversas formas de organización social, también implicó la articulación de distintos modos de asentamientos humanos, modos de distribución de la población, así se tratara de las cavernas del paleolítico, de los deslumbrantes asentamientos humanos construidos en las riberas del Nilo o en la Península de Yucatán. Sin embargo, en todos los casos el punto de partida ha sido el mismo, la relación del género humano, con la tierra, con la naturaleza toda.

Con el desarrollo del mercantilismo el resurgimiento urbano cobró inesperada importancia. Así viejas ciudades de raíz romana, como Londres, cobraron inesperado ascenso; en América, antiguas localidades indígenas resurgieron como emporios mineros novohispanos, es el caso de Taxco, Guerrero. Se fundaron numerosos puertos atlánticos en América desde Nueva York hasta Buenos Aires y, de menor relevancia, en el Pacífico también se emprendieron construcciones portuarias, desde San Francisco hasta Valparaíso. Asentamientos mineros, poblaciones comerciales, centros manufactureros, puertos, ciudades financieras;[14] todas estas formas de organización de asentamientos humanos dieron curso a la formación y al crecimiento de viejos y nuevos núcleos urbanos. El mercantilismo es inseparable del proceso denominado acumulación originaria de capital, en realidad constituye un aspecto del proceso de acumulación originaria de capital; por ello desde el siglo XIV en Europa inició el proceso de vaciamiento demográfico de la ruralidad[15].

Desde inicios del Siglo XVI, en las Islas Británicas, los habitantes rurales experimentaron el proceso de evacuación demográfica del campo hacia las nacientes ciudades. Por ello, Marx evoca la obra de Tomas Moro, Utopía, 1516, donde el notable canciller, teólogo y abogado británico da cuenta de la destrucción de la economía campesina a través de la imposición de la ganadería ovina en gran escala: “[…] Una ley de 1533 se queja de que no pocos propietarios posean 24,000 ovejas, y restringe el número de éstas a 2,000 […] En su Utopía, Tomas Moro habla del extraño país  donde “las ovejas devoran a los hombres” […]”[16]

No obstante, las rebeliones agrarias, la resistencia campesina, las críticas de humanistas británicos y la promulgación de numerosas leyes, después de tres siglos continuó el proceso de despojo agrario y de expulsión de las formas comunales de posesión de la tierra en beneficio de la nobleza convertida en burguesía agraria. El desalojo agrario decimonónico fue reseñado por Marx del modo siguiente:

[…] Como ejemplo de los métodos imperantes en el siglo XIX baste mencionar aquí los “despejamientos” de la duquesa de Sutherland. Esta dama, versada en economía política, apenas advino a la dignidad ducal decidió aplicar una cura económica radical y transformar en pasturas de ovejas el condado entero, cuyos habitantes ya se habían visto reducidos a 15,000 debido a procesos anteriores de índole similar. De 1814 a 1820, esos 15,000 pobladores -aproximadamente 3,000 familias- fueron sistemáticamente expulsados y desarraigados. Se destruyeron e incendiaron todas sus aldeas; todos sus campos se transformaron en praderas. Soldados británicos, a los que se les dio orden de apoyar esa empresa, vinieron a las manos con los naturales. Una anciana murió quemada entre las llamas de la cabaña que se había negado a abandonar. De esta suerte, la duquesa se apropió de 794,000 acres de tierras que desde tiempos inmemoriales pertenecían al clan. A los habitantes desalojados les asignó 6,000 acres a orillas del mar, a razón de 2 acres por familia. Esos 6,000 acres hasta el momento habían permanecido yermos, y sus propietarios no habían obtenido de ellos ingreso alguno. Movida por sus nobles sentimientos, la duquesa fue tan lejos que arrendó el acre por una renta media de 2 chelines y 6 peniques a la gente del clan, que durante siglos había vertido su sangre por la familia de la Sutherland. Todas las tierras robadas al clan fueron divididas en 29 grandes fincas arrendadas, dedicadas a la cría de ovejas; habitaba cada finca una sola familia, en su mayor parte criados ingleses de los arrendatarios. En 1825 los 15,000 gaélicos habían sido remplazados ya por 131,000 ovejas. La parte de los aborígenes arrojada a orillas del mar procuró vivir  de la pesca. Se convirtieron en anfibios y vivieron, como dice un escritor inglés, a medias en tierra y a medias en el agua, no viviendo, pese a todo eso, más que a medias.[17]

Estas exposiciones de Marx, empleadas fructuosamente por Foster, demuestran cómo el proceso de urbanización del campo, es decir, de la implantación de los intereses urbanos sobre la vida agraria, duró siglos en las Islas Británicas, el período comprendido desde la época de Tomas Moro hasta la de la Duquesa de Southerland, comprende al de los siglos XVI al XIX. Es verdad que la expulsión de la población rural hizo que los campesinos terminaran emigrando a ultramar, pero también, de modo muy significativo, a las mismas ciudades británicas: Londres, Manchester, Birmingham, etc. Las condiciones de quienes fueron trasladados mediante distintos métodos compulsivos a las ciudades quedó elocuentemente descrita en el trabajo de Engels: Situación de la clase obrera en Inglaterra,[18]el joven revolucionario describió cuidadosamente las condiciones de vida de los campesinos transformados violentamente en proletariado urbano hacinado en barrios y viviendas pestilentes.

El desarraigo masivo de los habitantes del mundo rural configuró un aspecto de la fractura, de la ruptura de la relación campo-ciudad, de modo más preciso del intercambio orgánico hombre-naturaleza, del metabolismo entre campo y ciudad[19].

4. Malthus expresó su preocupación por el creciente desequilibrio de la relación hombre-naturaleza, mismo que percibía a través del crecimiento desproporcionado de la población urbana y el lento crecimiento de los alimentos, de los cereales. El traslado compulsivo, durante cientos de años de la población rural a las ciudades, significó la aglomeración de seres humanos quienes no producían ningún insumo natural a pesar del consumo siempre creciente de bienes naturales necesarios para la reproducción de la vida biológica, alimentos, madera y otros productos vegetales, necesarios para la producción de fibras, calor, grasas y múltiples derivados de la ganadería ovina y vacuna. Este consumo de los bienes agropecuarios y naturales como el agua de ríos tan importantes como el Támesis, convirtió a la industria urbana en deudora neta de la vida agraria. Esta desproporción la sintetizó Malthus explicando que los bienes agrícolas se producían en proporción aritmética, en tanto la población urbana lo hacía en forma geométrica. A través de la preocupación demográfica, Malthus expresó lo que constituyó durante los siglos XVIII y XIX una tribulación permanente, tanto para los terratenientes como para los economistas políticos y agrónomos: la creciente esterilidad y esterilización de los suelos.[20] Reportes británicos del siglo XIX, explican el desenvolvimiento del mercado de huesos, naturalmente humanos, fueron localizados y desenterrados de antiguos campos de batalla, para emplearlos como fertilizantes; luego vendría el uso del guano peruano[21]. Sin embargo, ante la escasez creciente del guano, desde la década de 1860, fue necesario recurrir al nitrato chileno[22]. Desde fines del siglo XVIII los británicos y, ya en el siglo XIX, los alemanes y los franceses, avanzaron en diversos aspectos de la tecnología necesaria para la producción de fertilizantes. Sobre cada una de estas cuestiones existe información suficiente para comprender el grado alcanzado por la obsesión de combatir el agotamiento de los suelos:

Esta segunda revolución agrícola, asociada con los orígenes de la moderna edafología, estaba estrechamente relacionada con la demanda de un aumento de la fertilidad del suelo que sirviera de base a la agricultura capitalista. La Asociación Británica para el Fomento de la Ciencia encargó en 1837 a Liebig que escribiera una obra sobre la relación existente entre la agricultura y la química. La fundación de la Real Sociedad Agrícola de Inglaterra, organización que encabezaba el movimiento británico de la alta agricultura –un movimiento de ricos terratenientes que tenía por finalidad mejorar las explotaciones agrícolas- tuvo lugar al año siguiente. Dos años más tarde, en 1840, Liebig publicó su libro La química orgánica y sus aplicaciones a la agricultura y a la fisiología (conocido como su Química agrícola), que proporcionaba la primera explicación convincente del papel que desempeñaban los nutrientes del suelo, tales como el nitrógeno, el fósforo y el potasio, en el crecimiento de las plantas. Una de las figuras en las que más influyeron las ideas de Liebig (a la vez que un rival cuyos descubrimientos desafiaban a los del propio Liebig) fue el rico terrateniente y agrónomo inglés J.B. Lawes. En 1842, Lawes inventó el medio de hacer el fosfato soluble, lo que le permitió desarrollar el primer fertilizante agrícola, y en 1843 construyó una fábrica para la producción de sus nuevos “superfosfatos”. Tras la derogación en 1846 de las Leyes del Grano los grandes intereses agrícolas británicos consideraban que la química orgánica de Liebig, junto con el nuevo fertilizante sintético de Lawes, ofrecían la solución del problema de obtener mayores rendimientos en las cosechas[23].

La fractura de la relación hombre-naturaleza, a raíz del desarrollo de las ciudades industriales se aprecia a través de la destrucción de las funciones naturales de distintos bienes comunes, propios de la ruralidad, pero que no sólo no representaban interés para los terratenientes, sino que hasta obstaculizaban el desarrollo de la agricultura y de la ganadería extensivas. Sobre la fractura de la relación hombre-naturaleza, Marx escribió abundantes pasajes; por ahora, aquí sólo se transcriben algunos donde se expresan diáfanamente los modos como Marx planteó esta problemática:

[…] Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la vida intelectual de los trabajadores rurales. Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, circunstancias surgidas de manera puramente natural, la producción capitalista obliga a reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre. En la agricultura, como en la manufactura, la transformación capitalista del proceso de producción aparece a la vez como martirologio de los productores; el medio de trabajo, como medio de sojuzgamiento, de explotación y empobrecimiento del obrero; la combinación social de los procesos laborales, como opresión organizada de su vitalidad, libertad e independencia individuales. La dispersión de los obreros rurales en grandes extensiones quebranta, al mismo tiempo, su capacidad de resistencia, mientras que la concentración aumenta la de los obreros urbanos. Al igual que en la industria urbana, la fuerza productiva acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtienen devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. Este proceso de destrucción es tanto más rápido, cuanto más tome un país […] a la gran industria como punto de partida y fundamento de su desarrollo. La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.[24]

[…] Por el otro lado, la gran propiedad del suelo reduce la población agrícola a un mínimo en constante disminución, oponiéndole una población industrial en constante aumento, hacinada en las ciudades; de ese modo engendra condiciones que provocan un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida, como consecuencia de lo cual se dilapida la fuerza del suelo, dilapidación ésta que, en virtud del comercio, se lleva mucho más allá de las fronteras del propio país […].

[…] la propiedad del suelo en gran escala socava la fuerza de trabajo en la última región en la que se asila su energía natural, y donde se almacena como fondo de reserva para la renovación de la energía vital de las naciones: en el propio campo. La gran industria y la agricultura industrialmente explotada en gran escala operan en forma conjunta. Si en un principio se distinguen por el hecho de que la primera devasta y arruina más la fuerza de trabajo, y por ende la fuerza natural del hombre, mientras que la segunda depreda en forma más directa la fuerza natural del suelo, en el curso ulterior de los sucesos ambas se estrechan la mano, puesto que el sistema industrial rural también extenúa a los obreros, mientras que la industria y el comercio, por su parte, procuran a la agricultura los medios para el agotamiento del suelo.[25]

5. La crítica de Marx y Engels a la relación hombre-naturaleza puede apreciarse por lo menos en dos niveles:


5.1. Los fundadores del materialismo histórico, valoraron cómo para el mismo desarrollo capitalista la destrucción de la naturaleza, incluido el género humano, pone en peligro la reproducción del sistema económico vigente. En efecto, ya en el siglo XIX se tenía conciencia clara del modo como la moderna industria daña la reproducción de los bienes comunes: suelos, bosques, aguas, aire, etc. Aspectos de esta crítica fueron inscritos en el marco de la sociedad burguesa[26].

Marx en el tomo III de El Capital,  siguiendo con su análisis sobre  la tasa de ganancia capitalista, en el capítulo: “Economía en el empleo del capital constante”[27], analiza el aumento en la producción, a través de la explotación intensiva de la mano de obra, con el objetivo de elevar la plusvalía (relativa) y por tanto la ganancia capitalista. Esta necesidad, inherente al capitalismo, de incrementar la utilización del capital fijo[28] -base para el aumento de la producción de plusvalía (relativa), a través de un aumento en la productividad del trabajo (mismo número de obreros)- generalmente va acomp añada tanto de una mayor utilización de materia prima como de un mayor número de maquinaria, y todo aquello relacionado con el capital fijo, es decir, mayores desembolsos en capital constante. Por lo tanto se presentan dos fuerzas contrarias: por un lado, a través del aumento se incrementa la ganancia, pero por el otro disminuye. Esto aunado a la existencia de gastos que casi no varían como son: pago de impuestos, pago de alquileres, seguros, pago de salarios a trabajadores permanentes, etc. los cuales aumentan con respecto a la ganancia.[29]

Lo anterior impone a la producción capitalista reducir al mínimo los costos restaurar la tasa de ganancia. El capital debe plantearse la necesidad del ahorro en desembolsos para la adquisición de capital constante. Inmerso en esta problemática, Marx visualizó cómo empezaban a advertir algunos capitalistas la importancia de economizar en este sentido.

Marx, en el capítulo señalado, expuso las economías articuladas por los capitalistas para lograr ahorros en el capital constante:

El reúso de los desperdicios de la producción es una de las formas como se economiza en las “condiciones de la producción”. En tanto los desechos son convertidos de nuevo en mercancías intercambiables para ser utilizadas en el proceso productivo, provocan una reducción en los costos de una parte del capital constante[30].

Otra manera de ahorrar en los desembolsos para la adquisición de capital constante, también se debe al “empleo común de los medios de producción por parte del obrero colectivo”, pues la “economía en las condiciones de producción que caracteriza la producción en gran escala surge principalmente del hecho de que tales condiciones operan como condiciones de trabajo social, socialmente combinado…como condiciones sociales del trabajo”. [31]

Las mejoras o perfeccionamientos de la maquinaria son también fuentes de economías en el capital constante. Estas pueden ser en relación a: 1) Material del que están construidas las maquinas[32]; 2) Maquinaria más barata, debido a una mejora tecnológica en la producción general de maquinas; 3) Mejoras en las condiciones de producción que permiten producir más eficientemente, sin modificar el equipo de capital. Por ejemplo, dice Marx, “mejoras especiales” como son “el perfeccionamiento de las calderas de vapor, etc.”; 4) Mejoras en la tecnología que permitan disminuir los desechos productivos.[33]

Por otro lado, el progreso tecnológico en el sector de la economía, productor de maquinaria, disminuye el valor del capital constante e incrementa la tasa de ganancia, dada la plusvalía y la tasa de plusvalía.

Un modo de ahorrar el capital fijo, llevó al capital a encontrar modos adecuados para atenuar los efectos destructivos de la producción capitalista sobre la naturaleza. Esta cuestión se puede ver con claridad cuando Marx considera la posibilidad de aprovechar los desperdicios de la producción capitalista, en el apartado: “El aprovechamiento de las deyecciones de la producción”[34]

Científicos de la época: el edafólogo alemán, Liebig; el higienista británico, Chadwick y el agrónomo y urbanista norteamericano Waring,  todos ellos escribieron sus preocupaciones sobre el destino de las aguas residuales. Por ello, las inquietudes externadas por Marx, El Capital y Engels, por ejemplo, en El problema de la vivienda[35], detuvieron la mirada en el aprovechamiento de los excrementos como abono. Esta preocupación se advierte aún en una problemática lindante con la crematística, como la examinada en el capítulo, “Economía en el empleo del capital constante”:

Con el modo capitalista de producción se amplía el aprovechamiento de las deyecciones de la producción y el consumo. Por las primeras entendemos los desechos de la industria y de la agricultura, y por las últimas en parte las deyecciones resultantes del metabolismo natural del hombre, y en parte la forma en que quedan como residuos los objetos de uso luego de su consumo. Por consiguiente, en la industria química son deyecciones de la producción los subproductos que se pierden en  la producción en pequeña escala; las limaduras de hierro que quedan como desecho en la fabricación de máquinas, y que vuelven a entrar como materia prima en la producción del hierro, etc. Son deyecciones del consumo los productos de eliminación natural de los hombres, restos de vestimentas en forma de andrajos etc. Las deyecciones del consumo son de máxima importancia para la agricultura. En lo que se refiere a su utilización tiene lugar un despilfarro colosal en la economía capitalista; en Londres, por ejemplo, a dicha economía no se le ocurre hacer nada mejor, con el abono producido por 4 ½ millones de personas, que utilizarlo con ingentes costos para contaminar con él el Támesis.[36]

Estas perspectivas pueden ser comprendidas en el horizonte cognoscitivo inherente a lo que actualmente se considera como preocupaciones por impulsar la sustentabilidad; en los pasajes transcritos no se apresta la crítica para señalar derroteros comunistas. Por esto Marx orienta su análisis al establecimiento de los límites ecológicos, escribiríamos ahora, de la producción capitalista.

5.2. Desde Manifiesto del Partido Comunista (1848), Marx y Engels señalaron como uno de los propósitos de la revolución comunista, la supresión de la antítesis entre la ciudad y el campo.[37]Años después, en 1877, en textos destinados a la polémica, Engels explicó los efectos devastadores de la gran propiedad agraria capitalista; para ello, recurrió al caso de los grandes terratenientes esclavistas del Sur de Estados Unidos de Norteamérica. La creciente demanda de textiles de algodón originada en las necesidades urbanas, intensificó el monocultivo extensivo del algodón, empobreció a tal punto los suelos, originando la emigración de las plantaciones esclavistas algodoneras al Oeste. Este tipo de agricultura, contradictoria en tanto capitalista y esclavista, demostró sus limitaciones históricas destruyendo el suelo y esclavizando a los negros[38].

La ciudad burguesa, también mereció la crítica engelsiana sin concesiones:

La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues, según esto, sólo posible. Es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Sólo mediante la fusión de la ciudad y el campo puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra; sólo con ella puede conseguirse que las masas que hoy se pudren en las ciudades pongan su abono natural al servicio del cultivo de las plantas, en vez de al de la producción de enfermedades…

La superación de la separación de la ciudad y el campo no es […] una utopía […] Cierto que la civilización nos ha dejando en las grandes ciudades una gran herencia que costará mucho tiempo y esfuerzo eliminar. Pero las grandes ciudades tienen que ser suprimidas, y lo serán, aunque sea a costa de un proceso largo y difícil […][39]

La lectura del escrito de Foster permite comprender nuevas perspectivas sobre la obra de Marx y también de Engels. La hermenéutica de la obra de Marx emprendida por Foster, expresa un avance conceptual capaz de proveer los medios teóricos e históricos necesarios para profundizar la crítica al modo de producción capitalista; se trata de la crítica ecológica cuyos argumentos revelan los efectos depredadores originados por la urbanización industrializadora, sobre la naturaleza y sobre la misma humanidad. Marx y la ecología presenta distintos aspectos de la crítica de Marx al capitalismo desde la ecología. Un aspecto de las críticas al capitalismo por su carácter depredador, se manifiesta en la relación antagónica campo-ciudad. Esta cuestión tiene profundo significado histórico y simultáneamente es de notable actualidad, pues la tensión entre el crecimiento urbano y la naturaleza se advierte de muchos modos. En la coyuntura contemporánea las clases dominantes presentan proyectos destinados a “resolver” la contradicción campo-ciudad mediante las denominadas “ciudades rurales”. Se trata de un planteamiento quimérico, incapaz de asimilar cómo la contradicción entre campo y ciudad se refiere a una totalidad construida históricamente por el modo de producción capitalista. Foster logra en este trabajo, discutir claramente la contradicción entre campo y ciudad como una de las antinomias propias del capitalismo de naturaleza estructural, por lo tanto inherente al desarrollo capitalista.

 


Notas:

[1] Profesor-Investigador, Departamento de Sociología, UAM-Iztapalapa.

[2] Profesora-Investigadora, Departamento de Economía, UAM-Azcapotzalco.

[3] “De la relación entre la manera en la que Liebig trata el ciclo de los nutrientes del suelo y el problema de los residuos en las grandes ciudades se había ocupado Edwin Chadwick ya en 1842, en su Report on the Sanitary Condition of the Labouring Population of Great Britain [Informe sobre la situación sanitaria de la población trabajadora de Gran Bretaña], que puso en marcha el movimiento en pro de la salud pública e influyó grandemente en Engels”, en J.B. Foster, La Ecología de Marx, El viejo topo, España, 2004, p. 239.

[4] “Con la sangría y prodigalidad de la tierra perdemos año tras año la esencia intrínseca de nuestra vitalidad… El objeto de nuestra economía no debería ser cuánto producimos anualmente, sino qué proporción de nuestra producción anual se le ahorra el suelo. El trabajo que se emplea para robarle a la tierra su capital de materia fertilizante es algo peor que el trabajo despilfarrado. En el último caso se trata de una pérdida para la generación presente; en el primero, se convierte en una herencia de pobreza para nuestros descendientes. El hombre no es más que un arrendatario del suelo, y se hace culpable de un delito cuando reduce su valor para otros arrendatarios que vendrán después de él”, en George E. Waring Jr. “The Agricultural Features of the Census of the United States for 1850”, Bulletin of the American Geographical and Statistical Association, vol. 2, (1857), 189-202 (reimpresión en Organization & Environment, vol. 12, n°3 [Septiembre 1999], 298-307), citado por Foster Op cit. p. 237

[5] Karl Marx, Elementos Fundamentales para la crítica de la Economía Política (Borrador) 1857-1858, volumen 1, Siglo XXI, México, 1971, p. 442.

[6] Ángeles Mariscal, “Alertan académicos sobre plan de ciudades rurales en Chiapas”, en La Jornada,  31 de agosto, 2009, p.28.

[7] Ángeles Mariscal “Desarrollo, el objetivo de Ciudades Rurales: gobierno de Chiapas”, en La Jornada, 1º de septiembre, 2009, p.29

[8] Fernando Yáñez Muñoz, “Los orígenes de la mística militante: EZLN”, en Rebeldía, núm. 3, enero 2003, p.63.

[9] Karl Marx, El Capital, S.XXI, México, 1982, T.I/Vol.1,  pp.215-216, 223. En Foster, op.cit., p.243.

[10] Ibid. T.I/Vol.2, pp. 428-429. Foster explica el proceso de desarrollo de la epistemología marxista, en “La concepción materialista de la historia”, Foster, op.cit., 168-219.

[11] La problemática sobre el significado de metabolismo-intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza, atrajo la atención de dos importantes estudiosos de los escritos de Marx y Engels, a propósito de la relación hombre-naturaleza: Alfred Schmidt y John Bellamy Foster. Puede leerse el modo como desarrollaron sus escritos para esclarecer la problemática en torno a la comprensión del significado de “metabolismo”: “El nombre de “metabolismo” se le ha dado a este intercambio del material [entre diferentes formas de vida]. Hacemos bien en no pronunciar la palabra sin un sentimiento de reverencia. Pues, del mismo modo que la transacción es el alma del comercio, la circulación externa de la materia es el alma del mundo…No me andaré con rodeos para afirmar lo siguiente: el eje en torno al cual gira toda la sabiduría actual es la teoría del metabolismo.” Schmidt, citado por J.B. Foster, La Ecología de Marx, El viejo topo, España, 2004, pp. 248-249. Sobre la obra de A. Schmidt: El concepto de naturaleza en Marx, S.XXI, México, 1976. Engels mantuvo una tarea permanente de investigación y estudio de los principales descubrimientos en el ámbito de las ciencias naturales durante la segunda mitad del siglo XIX. Probablemente el texto donde desarrolla más ampliamente el resultado de sus investigaciones científicas, es Dialéctica de la naturaleza, obra escrita durante casi una década, 1873-1882,  donde estudió detenidamente las teorías destinadas a esclarecer el origen de la vida. Las discusiones de la época se centraban en los avances de la química orgánica y de la química inorgánica; en ese contexto escribió numerosos pasajes sobre el metabolismo: “[…] La vida es el modo de existencia de los cuerpos albuminoideos, cuya nota esencial consiste en un intercambio permanente de sustancias con la naturaleza exterior que los rodea y que, al cesar este intercambio, dejan también de existir, entrando la albúmina en estado de desintegración […] Este intercambio de sustancias puede darse también en los cuerpos inorgánicos y, a la larga, se da en todas partes, ya que en todas partes se producen efectos químicos, por muy lentos que ellos sean. Pero la diferencia está en que, tratándose de cuerpos inorgánicos, el intercambio de sustancias los destruye, mientras que en los cuerpos orgánicos este intercambio constituye precisamente la condición  necesaria de su existencia”. Federico Engels, Dialéctica de la naturaleza, Ed. Grijalbo, México, 1961, p.259. En Foster, op.cit., p. 250 y nota 57, p. 421.

[12]Engels, como Marx, experimentaron la influencia profunda, tanto de las investigaciones de Darwin, como las de Morgan. La contribución de este último se observa claramente en el texto de Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, en C.Marx/F.Engels, Obras Escogidas (Tres Tomos), Ed. Progreso, Moscú, 1974, T.III pp.203-352. En tanto la impronta de Darwin figura ostensiblemente en la obra “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, C.Marx/F.Engels, Obras Escogidas, T.III, pp.66-79 y 542, nota 44. En Foster, op.cit., ver Cap. VI, “La base de nuestra visión en la historia natural”, p. 273-341.

[13] Karl Max, “Formas que preceden a la producción capitalista. (Acerca del proceso que precede a la formación de la relación de capital o a la acumulación originaria)”, en Elementos Fundamentales…, Vol. 1, pp.433-477.

[14] Cfr. I. Wallerstein, El moderno sistema mundial, T.I, Siglo XXI, duodécima edición, México, 2007, pp.233-318.

[15] “‘Toda producción –en toda forma de sociedad, dice en los Grundrisse- es una apropiación de la naturaleza por parte de un individuo dentro y a través de una forma de sociedad concreta’. Sin embargo, el sistema capitalista de propiedad privada, a diferencia de la propiedad comunal y de la propiedad privada basada en el derecho de propiedad individual del trabajador-agricultor sobre la tierra, surge a través de la separación de toda relación directa entre la masa de la población y la tierra, separación que se produce a menudo mediante la expulsión forzosa. De ahí que un  ‘supuesto previo’ para el desarrollo del trabajo asalariado capitalista ‘sea la separación del trabajo libre de las condiciones objetivas de su realización, de los medios de trabajo y de los materiales para el mismo. Así pues, el desarraigo del trabajador respecto al suelo como su taller natural’. Para Marx, la existencia misma del capital presupone ‘un proceso histórico que disuelve las distintas formas en las que el trabajador es propietario; en las que el propietario trabaja. En consecuencia, sobre todo: (1) la disolución de la relación con la tierra –con el paisaje y el suelo- como condición natural de la producción, con la que se relaciona como con su propio ser orgánico… (2) la disolución de las relaciones en las que aparece como propietario’. Esta disolución de la relación orgánica entre el trabajo humano y la tierra adoptaba la forma de lo que los economistas clásicos, incluido Marx, llamaban acumulación ‘original’ ‘primaria’ o ‘primitiva’. En este proceso está la génesis del sistema capitalista”. Foster, op.cit., pp. 261-262.

[16] El Capital, T.I/Vol.3, pp. 899-900. En Foster ver sus referencias a la postura crítica de Moro ante la destrucción de la propiedad comunal británica, p.263.

[17] Ibid., pp.913-914. Esta argumentación es desarrollada por Foster, op.cit., pp. 264-272.

[18] F. Engels, “Situación de la clase obrera en Inglaterra”, en Carlos Marx/Federico Engels, Obras Fundamentales, Vol. 2, FCE, pp. 281-553, 1981.

[19] “Para Marx, la fractura metabólica relacionada en el nivel social con la división antagónica entre ciudad y campo se ponía también de manifiesto en un nivel más global: colonias enteras veían el robo de sus tierras, sus recursos y su suelo en apoyo de la industrialización de los países colonizadores. Siguiendo a Liebig, que había afirmado que ‘Gran Bretaña roba a todos los países las condiciones de su fertilidad’ y señalando a Irlanda como ejemplo extremo, escribe Marx:  ‘Indirectamente, Inglaterra ha exportado el suelo de Irlanda, sin dejar siquiera a sus cultivadores los medios para reemplazar los constituyentes del suelo agotado’”. Foster, op.cit.,  p. 253.

[20] La degradación de los suelos es consustancial al desarrollo capitalista como ocurrió durante los siglos XVIII y XIX, y aún prevalece en el siglo XXI. Angélica Enciso reseñó las opiniones de G. Chapela, entrevistado: “La degradación de tierras, que afecta 65 por ciento del territorio nacional, es decir, alrededor de 120 millones de hectáreas, ocasiona pérdidas anuales equivalentes a 7.4 por ciento del producto interno bruto (PIB). A ello contribuyen los desastres naturales, como sequías, mal funcionamiento de cuencas y la escasa capacidad productiva de los suelos…”, “La degradación de tierras causa pérdidas cercanas a 7.4% del PIB”, en La Jornada, 31 de agosto, 2009, p.35. Foster expone las preocupaciones sobre la degradación de los suelos: “En las décadas de 1820 y 1830, en Gran Bretaña, y poco después en las demás economías en proceso de desarrollo capitalista de Europa y América del Norte, las preocupaciones generalizadas por el ‘agotamiento del suelo’ condujeron prácticamente al pánico, y a un tremendo aumento de la demanda de fertilizantes”. Foster, op.cit.,  p. 232.

[21] “Los agricultores europeos de la época saquearon los campos de batalla de Waterloo y Austerlitz y, según se dice, desenterraron catacumbas, tan desesperados estaban por conseguir huesos que esparcir sobre sus campos. El valor de las importaciones de huesos ascendió vertiginosamente en Gran Bretaña, pasando de 14.400 libras en 1823 a 254.600 libras en 1837. El primer barco que transportaba guano peruano (excrementos de aves acumulados) llegó a Liverpool  en 1835; para 1841 se habían importado 1.700 toneladas y, para 1847 220.000. […]  Las contradicciones en la agricultura de este periodo se dejaban sentir con especial intensidad en los Estados Unidos, sobre todo entre los agricultores del norte del estado de Nueva York y en la economía de plantaciones del sudeste. Al ver bloqueado el acceso fácil y económico al guano (rico tanto en nitrógeno como en fosfatos), como consecuencia del monopolio británico sobre el suministro del guapo peruano, los EEUU –primero de manera no oficial y luego como parte de una política estatal deliberada- emprendieron la anexión imperial de todas las islas a las que creían ricas en este fertilizante natural. Amparados por la llamada Ley de las Islas del Guano [Guano Islands Act], aprobadas por el Congreso en 1856, los capitalistas estadounidenses se apoderaron, entre 1856 y 1903, de noventa y cuatro islas, islotes y cayos de todo el mundo, sesenta y seis de los cuales obtuvieron el reconocimiento oficial del Departamento de Estado como dependencias de los Estados Unidos”. Foster, op.cit., pp.232-233 y pp. 234-235

[22] Foster, op.cit., p. 235.

[23] Foster, op.cit., p. 233.

[24] El Capital, T.I/Vol.2, pp.611-613. En Foster, op.cit., p. 241.

[25] Ibid., T.III/Vol.8, p.1034. En Foster, op.cit., pp.240-241.

[26] Marx trata principalmente la destrucción de las cualidades naturales del suelo a través de su uso intensivo. Foster, a la luz del concepto teórico de la “fractura” en la “interacción metabólica  entre el hombre y la naturaleza” explica: “Esta contradicción [hombre-naturaleza] se desarrolla mediante el simultáneo crecimiento de la industria a gran escala y la agricultura a gran escala bajo el capitalismo…Marx argumenta que el comercio a larga distancia en alimentos y en fibras para vestir hacía del problema de la enajenación de los elementos constituyentes del suelo una ‘factura irreparable’…esto era parte del curso natural del desarrollo capitalista…’el suelo es una mercancía comercializable, y su explotación ha de llevarse a cao de acuerdo con las leyes comerciales comunes’… Parte principal de la argumentación de Marx la constituía la tesis de que el carácter inherente de la agricultura a gran escala bajo el capitalismo impide una aplicación verdaderamente racional de la nueva ciencia de la gestión del suelo. A pesar de todo este desarrollo científico y tecnológico en la agricultura, el capital era incapaz de mantener las condiciones necesarias para el reciclaje de los elementos constituyentes del suelo”. Foster, Op.cit. p.242.

[27] Karl Marx, “Economía en el empleo del capital constante”, en El Capital, T.III/vol.6, pp.93-128. El concepto de capital constante se refiere al desembolso monetario para la compra de maquinaria, equipo, materias primas, edificaciones, etc.

[28] Entendido como la parte del capital constante que se refiere a las máquinas, equipo, etc., se diferencia de la otra parte del capital constante correspondiente a materias primas, materiales auxiliares, etc.

[29] Ibid., p.95

[30] Foster destaca esta preocupación: “En la industria, Marx era consciente de la enorme cantidad de desechos que se generaban y recalcaba la necesidad de la ‘reducción’ y ‘reutilización’ de los residuos…”. Foster, op.cit., p.260.

[31] “La concentración de los medios de producción ahorra, además, construcciones de toda índole, no sólo para los talleres propiamente dichos, sino también para los locales destinados a depósitos, etc. Otro tanto ocurre con los gastos por combustible, alumbrado, etc. Las demás condiciones de producción siguen siendo las mismas, sin que importe si las utilizan pocos o muchos”. Ibid., pp. 95, 96 y 97.

[32] En la época en que escribe Marx cambiar de madera a hierro, representó una mejora importante en la maquinaria.

[33] Ibid., p. 97-98. (Subrayado Nuestro).

[34] Ibid., pp.123-127. (Subrayado Nuestro).

[35] “[…] en Londres solamente, se arroja cada día al mar, haciendo enormes dispendios, mayor cantidad de abonos naturales que los que produce el reino de Sajonia, y qué obras tan formidables se necesitan para impedir que estos abonos envenenen toda la ciudad, entonces la utopía de la supresión de la oposición entre la ciudad y el campo adquiere una maravillosa base práctica. Incluso Berlín, que es relativamente pequeño, lleva ya por lo menos treinta años ahogándose en sus propias basuras [...]”. F.Engels, “Contribución al problema de la vivienda”, en Obras Escogidas, ya cit., T.II, p.389. Esta temática engelsiana es desarrollada por Foster, op.cit., p. 252.

[36] Karl Marx, El Capital, TIII/vol.6, pp.123-124. (Subrayado nuestro). Foster expone esta problemática del modo siguiente: “En el tomo III de El Capital hace la observación de que ‘En Londres… no pueden hacer nada mejor con los excrementos que contaminar con ellos el Támesis, con un coste monstruoso’”, citado por Foster, op.cit.,  p.252

[37] C.Marx y F.Engels, “Manifiesto del Partido Comunista”, en Obras Escogidas, T.I., ya cit., p.138.

[38] Federico Engels, Anti-Dühring, Ed. Grijalbo, México, 1964, pp.170-171.

[39] Ibid., pp.293, 294.

 

 

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