Las universidades populares en América Latina 1910-1925

Las lecturas sobre la Reforma Universitaria latinoamericana, han sobredimensionado el peso de sus reales rupturas ideológicas e institucionales, subvaluando o negando ciertas líneas de continuidad, por lo menos en lo que compete al campo de la "extensión universitaria", es decir, su moderna y civilizadora búsqueda del pueblo. Por ello, iremos a contracorriente recuperando dos olvidadas experiencias de las Universidades Populares, la mexicana tan ligada a las presencias simbólicas y reales de Manuel Ugarte, Pedro Henríquez Ureña y Lombardo Toledano entre 1913 1920, y la portorriqueña bajo el influjo de Julio R. Barcos en los primeros meses de 1918, pasaremos luego a reseñar las opciones propiamente reformistas de la primera mitad de los veinte y su quiebre político, para finalmente, destacar en el marco de las representaciones, las claves utópicas y de autoctonía política que portaron las Universidades Populares, apelando al ejemplo guatemalteco, a través del pensamiento de Miguel Angel Asturias.

Palabras clave: América Latina, reforma universitaria, educación, autonomía, renovación

 

A Pancho Aricó y sus filosas preguntas sobre las Universidades Populares y la APRA.

A Horacio Crespo, rememorando diálogos sobre muchos tiempos, desde nuestro real e imaginario Ateneo de Estudios Latinoamericanos.

 

La "extensión universitaria": entre dos tiempos.

A partir de 1918 aunque el movimiento universitario de Córdoba proyectado sobre América Latina, exhibió con razón y fuerte sensibilidad las banderas de la Reforma, en particular la de "la extensión universitaria", no pueden obviarse  sus antecedentes. Estos, en la medida en que se situaron en un campo de transmisión intergeneracional, entre los jóvenes arielistas y los de la Reforma o del Centenario según quiera llamárseles, nos permitirán redimensionar algunas líneas de continuidad como las que significaron a las Universidades Populares.


Antes de la tempestad universitaria que conmovió a la América Latina entre 1918 y 1930, hubo un ciclo menor pero significativo de luchas, movilizaciones  y encuentros internacionales estudiantiles cumplidos a partir de 1903 hasta vísperas de la Primera Guerra Mundial, en los que se vislumbraron ya sus aproximaciones a los nuevos modos de la protesta popular y la reapropiación de los espacios públicos.

A las movilizaciones y rebeldías universitarias bajo el sino arielista, realizadas entre 1903 y 1906 en la Universidad de Buenos Aires, le sucedieron otras en Chile en 1906, en el Perú en 1909, en Guatemala en 1911 y en México en 1910, 1912 y 1914. Las tempranas  movilizaciones callejeras, el derecho a la plaza pública y a la fiesta obrera, así como las episódicas y balbuceantes huelgas estudiantiles, fueron indicios significativos del comienzo de un proceso de mimesis cultural de la resistencia, que aproximaron gradualmente y sin confundirlos, los ideales, las acciones estudiantiles y obreras. En este horizonte, las propuestas de la "extensión universitaria" y de la autoeducación obrera, lograrían una cierta convergencia, configurando un proceso de recomposición y reinvención de los campos educacionales y culturales contrahegemónicos. Sin embargo, fue en los años de la Reforma Universitaria, particularmente entre 1918 y 1925, donde las Universidades Populares, devinieron en capital simbólico en los imaginarios estudiantiles y obreros.

De fondo, asistimos a la emergencia de una nueva cultura política popular en buen número de las ciudades latinoamericanas, en la cual las universidades populares y las escuelas obreras cumplieron un rol más o menos significativo, atendiendo a sus reales circunstancias políticas y educativas. No fue casual que las miradas de las elites sobre las Universidades Populares se endurecieran al significarlas como espacios reproductores del caos social y la antipatria, pasando luego a hostilizarlas, reprimirlas y prohibirlas en el curso de los años veinte. Fue en ellas, donde las nuevas elites intelectuales y obreras, aprendieron un nuevo modo de eslabonar política y pueblo, según Aricó, se cumplió otra manera de relacionar política y masas. Más recortada es la visión de Portantiero, de ver en las Universidades Populares únicamente los elementos de pasaje de la lucha estudiantil a la política.[1]

Pero revisemos antes el proceso que dio curso a la existencia y afirmación de las Universidades Populares en nuestro continente. La crisis del modelo liberal de la educación superior, entrampada entre su inconclusa orientación positivista y su anquilosado legado humanista, nos remite a una crisis mayor que fue erosionando los pilares de la cultura oligárquica. Los nuevos flujos de bienes culturales sobre las cambiantes ciudades latinoamericanas, se proyectaron sobre la  configuración de las emergentes capas medias y obreras, a partir de sus sectores más dinámicos e ilustrados. El Partido Socialista Argentino fundó al parecer en 1904, una efímera Universidad Popular en Buenos Aires que relevó sin línea de continuidad a otros experimentos de educación popular. En 1909 en la misma ciudad, se constituyó una Universidad Obrera de breve existencia.[2] Un poco más referido pero no estudiado, es el proyecto de la novísima Universidad Popular Mexicana, impulsado por el Ateneo de la Juventud hacia 1912.

Para entender la real significación de la Universidad Popular, debemos aproximarnos al conocimiento del panorama estudiantil de la época. Tres congresos internacionales de estudiantes se habían cumplido ya en igual número de ciudades latinoamericanas: Montevideo (1908), Buenos Aires (1910) y Lima (1912). Estos recreaban en clave latinoamericana los eventos que venía promoviendo desde Europa la Federación Internacional de Estudiantes (Corda Fratres), desde su fundación en Turín en 1898. Esta entidad, logró congregar hasta 15 delegaciones universitarias de países latinoamericanos en uno de sus congresos internacionales celebrado en la ciudad de Milán, ya entrada la primera década del siglo XX.[3]

Desde el primer evento estudiantil realizado en  Montevideo (1908), el eslabonamiento entre el ideal arielista  y la vocación moderna de ir al pueblo, preanunció el perfil de la nueva generación universitaria:

"El santo cumplidor de la bella profecía está, como Dios, en todas partes; podemos verlo en Méjico y en el Perú, en Colombia y en Chile, en toda la América: es el pueblo americano, es la muchedumbre, es el inmenso rebaño".[4]

Bajo esta clave un tanto neobolivariana y otro tanto populista que venía echando raíces en los imaginarios de los jóvenes universitarios, el tópico de la extensión universitaria, apuntaba a cumplir un rol de mediación político-cultural. Así lo refrenda el tenor de la intervención de un congresista, al  recuperar la experiencia de Valentín Letelier en la Universidad de Chile, y  proyectarla como el mejor camino a seguir por los proto-reformistas: "Vincular la obra de las Universidades al Pueblo,[5] al trabajo nacional, llevando a las filas del pueblo la noción de que éste es respetable y proficuo...".

Sin embargo, fue en el congreso de Buenos Aires, donde se enunció por vez primera el término de Universidad Popular como sinónimo de extensión universitaria; luego vendrían sus muchas traducciones: escuelas obreras, departamentos, universidades, ateneos, etc. Estos eventos corrieron paralelos a la emergencia de organismos estudiantiles universitarios, las primeras protestas contra el anquilosado régimen de enseñanza y gobierno universitario, y el reconocimiento de las primeras representaciones estudiantiles en las facultades de las universidades uruguayas y mexicanas entre 1909 y  1910.[6]

Mirada en su conjunto la denominada "extensión universitaria", exhibía tanto como tejido de representaciones en el imaginario universitario y popular latinoamericano, como en el despliegue de sus diversas prácticas político-culturales, varias entradas. Traducía no sólo los particularismos propios del movimiento de reforma universitaria en su deseo, voluntad y compromiso moral de incidir en el nuevo curso de una modernidad excluyente, sino también los límites institucionales que fijaban los gobiernos de turno y las propias autoridades educativas, incluyendo en estas últimas a las universitarias. Por otro lado, la recepción popular-urbana de los proyectos de extensión universitaria, no puede ser considerada pasiva. Los liderazgos obreros y de la propia intelectualidad extra-académica, presionaron en diversas direcciones para recrear los alcances de las Universidades Populares y las escuelas obreras. También contó en el éxito de estas, la calidad intelectual y la sensibilidad social de sus profesorados, la actualidad y pertinencia de los cursos y actividades programadas, y obviamente la colaboración o resistencia de sus públicos reales o potenciales.

Cierto es que las Universidades Populares, restringidas en número y capacidad de gestión y apoyo por parte de las instancias del gobierno universitario,  expresaron mayoritariamente el punto de vista estudiantil. De cualesquier modo, marcaron un hito en el camino hacia la búsqueda de un nuevo modelo de Universidad, menos elitista, tradicional y autoritaria. De estos congresos, emanó también otra mirada sobre el papel de la juventud universitaria de cara a la construcción de un nuevo proyecto de nación, hermanado a un proyecto mayor, donde las coordenadas arielistas y aquellas otras, propias al clima celebratorio del centenario de la independencia de nuestras repúblicas, hicieron lo suyo. El mensaje generacional y juvenil, abrevó no sólo de mentores como Ortega y Gasset, Unamuno, Rolland, Barbusse, el príncipe Kropotkin o Lutnacharsky, sino que bajo el paraguas simbólico de los “maestros de la juventud”, fue decantando sus preferencias, así sucedió por ejemplo en el Perú con el presidente Leguía y en Guatemala con Estrada Cabrera. En su defecto, contaban las preferencias juveniles por los intelectuales mayores como José Vasconcelos, Alfredo Palacios, Pedro Henríquez Ureña, Víctor Andrés Belaúnde o José Ingenieros, quienes de manera consentida o subrepticia escribían y hablaban sobre la nueva generación universitaria o en su nombre.

En 1921, el tema de las Universidades Populares logró una centralidad sin precedentes en el movimiento reformista latinoamericano gracias a una iniciativa vasconceliana. En dicho año, se celebró el Primer Congreso Internacional de Estudiantes en México bajo los auspicios de José Vasconcelos. Este evento consignó en sus resoluciones no sólo su compromiso  estudiantil "por el advenimiento de una nueva humanidad, fundada sobre los principios modernos de justicia en el orden económico y político", sino también y más allá de su soñada reforma universitaria, definió la trascendencia y el perfil ético-político de su programa de extensión universitaria, al decir que:


"... es una obligación de los estudiantes el establecimiento de universidades populares, que estén libres de todo espíritu dogmático y partidarista y que intervengan en los conflictos obreros inspirando su acción en los modernos postulados de justicia social".[7]

Dichas así las cosas cabe preguntarse: ¿Qué papel jugaron las Universidades Populares en el horizonte político-cultural de nuestras repúblicas oligárquicas en el primer cuarto del siglo XX? ¿Cómo se insertaron en los medios estudiantiles y populares urbanos?

La cultura política latinoamericana en las primeras décadas del siglo XX, asistió a una serie de cambios, de los que las Universidades Populares, fueron por un lado expresión de ellos, pero también su vehículo dinamizador y recreador.

El primer rasgo, supone la proyección de las bases de una cultura letrada de nuevo tipo, donde el periódico obrero o estudiantil abrió juego a una inédita percepción de la simultaneidad de los eventos nacionales e internacionales, a través de la cual sus escogidos públicos vieron multiplicados sus rostros. Pensemos únicamente en las imágenes fuertes de los grandes eventos, reiteradas cotidianamente por la prensa: la Reforma Universitaria de Córdoba, la Revolución Mexicana, la gesta de Sandino en Nicaragua, la propia Revolución Rusa. Gracias a ello, en el horizonte celebratorio del centenario de nuestras repúblicas, se afirmó también, la propia reconstrucción de las imágenes latinoamericanistas de Simón Bolívar y de José Martí, pero también la de los maestros de la juventud (Rodó, Ugarte, Ingenieros, Palacios, Vasconcelos, Barbusse, Rolland), sin olvidar a la de los guías obreros (Kropotkin, Malatesta, Lenin y Trotsky). El segundo rasgo, fue la construcción de espacios y prácticas educativas, artísticas y culturales cruzadas con las de carácter gremial o político. La Universidad Popular, implicó periódicas sesiones de clases o conferencias, la formación de cuadros artísticos-literarios, pero también la realización de eventos político-sindicales, así como el ejercicio militante de muchas acciones solidarias  El tercer rasgo, registra la circulación y consumo de una literatura de libros y folletos que borraron fronteras entre sus distintos campos disciplinarios, tanto por la vía semiformal de las Universidades Populares y entidades afines  como por los caminos propios del autodidactismo. A la más frecuentes importaciones de libros y folletos de las casas europeas Maucci, Sempere y Garnier, se sumaron las iniciativas editoriales estudiantiles y obreras, conflictuadas las más de las veces con los filtros de la censura y la represión gubernamental. Un cuarto rasgo, marca la construcción de un abanico ritual y sus respectivos espacios simbólicos en los marcos de estas culturas subalternas o contrahegemónicas, los cuales permitieron armar memorias y claves identitarias, así como demandas sociales y utopías. Por esos años, las universidades populares, al igual que las federaciones estudiantiles, los  sindicatos y los balbuceantes partidos de izquierda, concurrieron a la construcción de sus respectivos martirologios estudiantiles y obreros.

 

Las Universidades Populares en México y Puerto Rico

Una aproximación a dos casos concretos, como el de la Universidad Popular Mexicana y el de la Universidad Popular de Puerto Rico, nos permitirán entender más allá de sus lógicas diferenciales, las tendencias en curso en la América Latina previas a la Reforma Universitaria.


Veamos el caso mexicano. Bajo el primer gobierno revolucionario mexicano de Francisco Madero, teósofo y liberal, el Ateneo de la Juventud, que aglutinaba a la nueva generación universitaria, impulsó su proyecto de Universidad Popular, el cual puede ser considerado su más lograda proyección sobre el ámbito cultural de la ciudad de México. Por otro lado, el experimento mexicano por lo poco conocido y por presentarse como el primer antecedente de esta tradición educativa y popular de la extensión universitaria, merece ser revisitado, ya que sobrevivió a los avatares y signos políticos encontrados del maderismo, el huertismo y el carrancismo. Así los hechos, Equívoca resultó la afirmación de Luis Alberto Sánchez, al negarle al México revolucionario la posibilidad de constituir una Universidad Popular, acaso en favor de alimentar una de las primordiales mitologías apristas.[8]

El 3 de diciembre de 1912, catorce jóvenes intelectuales procedentes de las filas ateneístas, fundaron la Universidad Popular Mexicana, eligiendo rector a Alberto J. Pani, vicerrector a Alfonso Pruneda y secretario a Martín Luis Guzmán. Las conferencias y visitas guiadas a museos y lugares históricos fueron el centro de las actividades de la Universidad Popular y corrían por cuenta de los ateneístas. Las temáticas de las conferencias eran libremente escogidas por los disertantes, bajo el entendido de que los tópicos políticos quedarían excluidos. En cierto sentido, la Universidad Popular Mexicana, fue una respuesta generacional al "conflicto entre el viejo y el nuevo proyecto de educación cultural, entre el viejo y el nuevo concepto sobre la responsabilidad de los intelectuales".[9]

La proyección hispanoamericana de la Universidad Popular Mexicana se debió a la mediación entusiasta de dos influyentes intelectuales extranjeros: el dominicano Pedro Henriquez Ureña y el hondureño Rafael Heliodoro Valle,  quienes al lado de Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos entre otras figuras mexicanas habían constituido en 1909, el Ateneo de la Juventud, desplegando una activa campaña antipositivista.[10] La vocación americanista de los ateneístas se hizo pública en 1910, mientras Alfonso Caso reivindicaba el pensamiento de Eugenio María de Hostos, Pedro Henríquez Ureña hacía lo propio con el de José Enrique Rodó, posturas que marchaban a contracorriente de su ala más filohispanista. Gracias a Henríquez Ureña, se abrieron vínculos con figuras destacadas y polémicas como la del socialista argentino Manuel Ugarte y la del español Pedro González Blanco, este último traductor de Nietzsche al castellano. En 1910 se llevó a cabo el Primer Congreso Nacional de Estudiantes en la ciudad de México, movilizándose los estudiantes en defensa del poeta Rubén Darío impedido de viajar de Veracruz a la ciudad de México, por orden del régimen porfirista. Las consignas y arengas estudiantiles tuvieron, además, un carácter fuertemente antinorteamericano.[11] En enero de 1912, los estudiantes mexicanos con motivo de la visita de Manuel Ugarte, lo hicieron portador de su mensaje fraternal hacia los estudiantes sudamericanos, a contracorriente de la administración maderista que no veía con buenos ojos la prédica antimperialista del intelectual argentino. Una multitudinaria manifestación estudiantil de apoyo a Manuel Ugarte se extendió a la defensa de las agredidas soberanías de Cuba y Nicaragua por los Estados Unidos, culminando en un repudio al Presidente Madero por antipatriota. El Ateneo de la Juventud al ponerse al margen del evento filo-ugartista resintió la renuncia pública de Nemesio García Naranjo, uno de sus socios fundadores. El 3 de febrero, Manuel Ugarte ante un público estimado en tres mil personas, disertó una conferencia de título inconfundible "Ellos y Nosotros".[12]

Bajo ese horizonte, la Universidad Popular buscó en la figura de Justo Sierra y en la del propio Pedro Henríquez Ureña, a sus maestros guías. Al primero le brindaron un reconocimiento público un 28 de septiembre de 1913 y al segundo, un 21 de enero de 1914. Ese mismo año, Henríquez Ureña defendió su tesis sobre la Autonomía universitaria frente a los avatares de la política, para recibirse de abogado.[13]

El proyecto de Universidad Popular Mexicana, estableció así un puente intergeneracional, o más propiamente una cierta legitimidad simbólica al apoyarse en la figura de Justo Sierra, quien había tomado la iniciativa de reinaugurar la Universidad de México bajo las banderas de la renovación pedagógica y de la autonomía académica y administrativa.[14] El ideario de la Universidad Popular Mexicana fue resumido en su primera presentación del año 1913, gracias a la pluma de Alfonso Reyes:

"Si el pueblo no puede ir a la escuela, la escuela debe ir al pueblo. Esto es la Universidad Popular, la escuela que ha abierto sus puertas y derramado por las calles a sus profesores para que vayan a buscar al pueblo en sus talleres y en sus centros de agrupación".[15]

Después de la breve gestión de Pani, la Universidad Popular, fue conducida a lo largo de su existencia hasta 1923, por el médico cirujano Alfonso Pruneda (1879-1957), quien había transitado por diversos cargos públicos en materia educativa, entre el porfiriato y los primeros gobiernos revolucionarios.[16] La UP centró sus actividades en sucesivos ciclos de conferencias presentadas en teatros de la ciudad de México y en plazas públicas. La conferencia como práctica docente y cultural dominante, ataba a la UP, a un gastado autoritarismo educativo, no obstante las iniciativas renovadoras de los ateneístas en otros campos de la vida cultural. Aparte de ello, publicó tanto un boletín como algunos ensayos de sus profesores, como por ejemplo las Tablas cronológicas de la literatura española (1913) de Pedro Henríquez Ureña.

Una reseña del programa de conferencias de la UP para ser cumplidos en el curso de la tercera semana de enero de 1915, impartidas en horario nocturno de lunes a sábado, nos da una idea aproximada de sus profesores, temáticas y orientaciones: Lic.Carlos Vargas Galeana "Astronomía", Dr.Jesús Díaz de León, "La vida en los animales superiores", Ing. Francisco M.Ortíz "pequeñas industrias", Prof.Luz Vera "Moral", Prof. Miguel Salinas, "Lengua y literatura castellanas", Sr. Rafael Sierra Domínguez "El problema obrero X. Las horas de trabajo". Las conferencias quedaban enmarcadas en series temáticas, así ésta última se ubicaba en la denominada "El problema obrero". Sierra Domínguez, fungía como director del Departamento del Trabajo.[17]

La periodista Luz Vera, elogió a la Universidad Popular Mexicana, por la labor educativa inserta en el horizonte del emergente nacionalismo cultural bajo el carrancismo:

"Es plausible la tarea que se ha impuesto este centro de propaganda; en él se dan conferencias de Sociología, Moral, Geografía, Lengua Nacional, etc., etc., ligando directamente las leyes de estas ciencias o artes con los fenómenos sociales de nuestra patria. De esta manera no estará lejano el día de "conocernos a nosotros mismos", pues con frecuencia tenemos entre nosotros, por ejemplo, grandes sociólogos "europeos", que son mexicanos, es decir, conocen la sociología extranjera, sin preocuparse de nuestro pueblo ni aplicar sus leyes para estudiarlo y satisfacer sus necesidades más superiores".[18]

El 1º de septiembre de 1917, Pruneda y Alberto Pani, promovieron al dirigente estudiantil Vicente Lombardo Toledano, a la secretaría general de la Universidad Popular, en circunstancias que el Congreso discutía el futuro de la Universidad como anexo de la Secretaría de Educación Pública o de la Secretaría de Gobernación. Lombardo, desde su reforzado liderazgo, convocó a la comunidad estudiantil a una movilización callejera en demanda de la autonomía universitaria, la cual se cumplió exitosamente el 29 de septiembre. El 4 de octubre, Lombardo y Gómez Marín entre otros, remitieron un memorial al Congreso en defensa de la autonomía universitaria a nombre de los profesores y alumnos. Pero, el Congreso decidió votar en contra de la autonomía universitaria.[19]

Los estudiantes disconformes, se volcaron a reforzar las bases sociales de la Universidad Popular extendiéndola a otros lugares del país bajo el lema mesiánico de "Laboremos como si no fuésemos a morir nunca". Por esas fechas, el presidente Venustiano Carranza, a petición de la Federación de Estudiantes, aceptó abrir en las embajadas mexicanas las agregadurías estudiantiles para impulsar una red de solidaridad continental hacia México, pero que de manera paralela, fueron tejiendo más horizontalmente hermandades bolivarianas estudiantiles. Fue así como la Federación de Estudiantes envió a: Carlos Pellicer a Venezuela y Colombia; Luis Padilla Nervo a la Argentina, Pablo Campos Ortíz al Uruguay, Esteban Manzanera al Brasil y Luis Norma a Chile.[20]

A partir de entonces, la aproximación de Lombardo Toledano a los sectores obreros fue creciente y decisiva en su futuro político nacional y continental. Los ecos de la Reforma Universitaria en la Argentina y otros países sudamericanos, acicatearon otras demandas, pero fueron incapaces de reanimar a la vieja Universidad Popular Mexicana, quedando agotada al filo del Primer Congreso Internacional de Estudiantes (1921).

Es posible que la búsqueda itinerante e intermitente de públicos obreros y populares en la ciudad de México, haya contribuido a lograr esas escasas concurrencias señaladas por el historiador Javier Garciadiego, síntoma crónico de una fallida alternativa para "lograr el enriquecimiento cultural de las masas urbanas capitalinas". Coadyuvó también a esta precoz obsolescencia de la Universidad Popular, la disgregación política e ideológica de los ateneístas hacia 1914, así como el retiro de los apoyos materiales que otrora le brindaba la Dirección de Bellas Artes. Pero fue la proficua gestión cultural de José Vasconcelos, emprendida a través de la Secretaría de Educación Pública y de la Universidad Nacional, que terminaron de convertir en superflua la existencia de la Universidad Popular Mexicana.[21]

En lo que respecta a la experiencia puertorriqueña de la UP, debemos decir que aparece más ligada al movimiento intelectual argentino, aunque se gesta dos meses antes de la huelga general de los universitarios cordobeses y de su manifiesto liminar. Revisemos los hechos. Hacia 1917, Julio R. Barcos, joven profesor argentino viajó a los Estados Unidos en compañía de su esposa para perfeccionar sus estudios pedagógicos a instancias de las autoridades educativas de su país. Nuestro personaje remitió informes pedagógicos de cada ciudad norteamericana que visitó sin recibir la ayuda ofrecida. En abril de 1918, convencido de haber sido engañado y abandonado a su suerte, emprendió el retorno por vía marítima a su país, haciendo escala en Puerto Rico. Barcos se aproximó con éxito a los círculos sociales boricuas de Ponce y San Juan, proponiéndoles su proyecto de montar una Universidad Popular, en donde al mismo tiempo que se brindase instrucción a los obreros y artesanos, se hiciera prédica hispanoamericana y por ende, antinorteamericana, orientación que no parecía tener mayor recepción después de los sentidos decesos de Hostos y Betances. A fines de abril, desde el local de la Biblioteca Carnegie, dirigida por Manuel Fernández Juncos, éste a propuesta de Barcos, convocó a un grupo de 18 intelectuales, varios de ellos socialistas, para fundar la Universidad Popular, siendo elegido como presidente de la misma. El 16 de mayo de 1918, se inauguró el primer ciclo de trabajo docente de la Universidad Popular, en el local de la Biblioteca Carnegie.[22]

El socialismo radical de Barcos, tenía escasos márgenes de recepción dados los consolidados y hegemónicos filtros fabianos del núcleo de maestros portorriqueños. La Universidad Popular en la ciudad de San Juan, resintió así desde sus orígenes el voluntarismo revolucionario de Barcos, enfrentado al perfil más reformista de sus reales anfitriones. Una reseña del programa de la UP, en las palabras inaugurales de Fernández Juncos, expresaba una orientación contraria a la de Barcos, al decir que ésta intentaba:

"...difundir en el gran público ideas de orden social, de régimen higiénico para conservar la salud, de economía y de ahorro, de ética o filosofía de las buenas costumbres, de armonía entre el capital y el trabajo, de conocimientos geográficos, históricos y estadísticos del país, de historia de los Estados Unidos, de Derecho, en sus ramas de mayor actividad para la educación cívica del pueblo, de propaganda escolar y las artes liberales y a la poesía, de filosofía social y de otras materias de verdadera utilidad para la vida y el bienestar de la sociedad".[23]


Julio R. Barcos acompañado del socialista boricua, Nemesio R. Canales, se trasladó a Ponce, buscando imprimirle otra orientación a su pedagogía popular. Sin embargo, Canales distaba de compartir plenamente el ideario radical de Barcos. Desde el teatro "La Perla" lograron convocar a un nutrido público de obreros y artesanos. La serie de conferencias dadas por Julio R. Barcos, asumieron un tono beligerante, socialista, hispanoamericanista, antimperialista contrario al prevaleciente en la Federación Obrera liderada por Santiago Iglesias. Barcos a solicitud de las damas asistentes, programó una nueva conferencia sobre el feminismo en la Argentina. No obstante este éxito efímero en Ponce, el proyecto de Barcos no sólo no ganó eco entre los intelectuales, sino que fue arrinconado. El único adherente intelectual fue Canales, sin olvidar sus diferendos y reservas ideológicas.[24]

El último intento de Barcos en favor de su proyecto se situó en el campo ideológico, abriendo fuego contra sus oponentes. En su artículo "Lo que creo debe ser la Universidad Popular", reivindicó para tal entidad, la hegemonía de una concepción político-educativa revolucionaria, próxima al legado de la escuela racionalista de Ferrer Guardia. Veamos en las propias palabras de Barcos la disyuntiva por la que atravesaba este organismo a principios de junio de 1918:

"En términos más claros, si en vez de personas de mente abierta a las corrientes filosóficas del pensamiento moderno, son hombres retardatarios, aferrados al panteón de las tradiciones y al polvo de las ideas pretéritas, los que pretenden paralizar en nombre de las ideas viejas a las inteligencias nuevas, entonces la Universidad Popular será un sarcófago de momias del que no tardará de alejarse el pueblo guiado de su fino instinto crítico”.[25]

Dos meses más tarde, el experimento de la Universidad Popular estaba virtualmente cancelado por ambas partes, tres meses de intensa actividad educativa y beligerante confrontación ideológica resultaron agotadores. En lo general, la atmósfera ideológica para impulsar un proyecto revolucionario como el de Barcos, iba a contracorriente de las expectativas del sindicalismo portorriqueño y del propio Partido Socialista, interesados en las posibles extensiones de los derechos laborales de sus pares norteamericanos. Días después, tanto Barcos como Canales se fueron de Puerto Rico, el primero siguiendo la ruta del retorno y el segundo, la del exilio.[26]

En lo general, estas dos experiencias educativas, se distanciaron de aquellas  otras promovidas por la intelectualidad universitaria en los diversos países de la región, adoptando lo que un autor ha denominado "la primaria forma de la extensión cultural".[27] Los proyectos de la Universidad Popular en México y Puerto Rico, emergieron de entidades ajenas a las instituciones universitarias, aunque sus promotores intelectuales, particularmente en el caso de la primera, lograron captar algunos apoyos circunstanciados de sus instituciones académicas de origen. Los intelectuales al asumir su misión civilizadora de ir al pueblo, en el recorrido de un sinuoso camino, pusieron en evidencia un cúmulo de variantes ideológicas y resultados heterogéneos no siempre exitosos como los que hemos reseñado. A pesar de todo ello, nuestros jóvenes intelectuales persistieron en los años veinte en seguir tejiendo el mismo sueño con nuevos ribetes.

 

Las ideologías en juego

Las Universidades Populares si bien tradujeron los proyectos reformistas y el ideario latinoamericano de los estudiantes universitarios, sirvieron al mismo tiempo de vehículo de algunos nacionalismos culturales alternativos. Veamos primero la dimensión más continental de las Universidades Populares, y luego las tensiones ideológico-políticas que fue suscitando en algunos países.

El Primer Congreso Internacional de Estudiantes (septiembre de 1921), realizado en México bajo el paraguas protector de José Vasconcelos, en sus conclusiones segunda y tercera, sostenía por un lado que "la extensión universitaria" fuese obligación propia a toda asociación estudiantil, mientras que por el otro reivindicaba como compromiso moral de todo estudiante hacia la sociedad,  el de "difundir la cultura que de ella ha recibido entre quienes la han de menester". Y en que lo respecta puntualmente a las Universidades Populares el acuerdo rezaba:

"Que es una obligación de los estudiantes el establecimiento de Universidades Populares, que estén libres de todo espíritu dogmático y partidarista y que intervengan en los conflictos obreros inspirando su acción en los modernos postulados de la justicia social".[28]


Jóvenes peruanos desterrados en Buenos Aires, hacia 1925. De izquierda a derecha: G. Cornejo Koster, Eudocio Rabines, Manuel Seoane, Luis E. Heysen, Gabriel del Mazo (argentino), Arcelles y Oscar Herrera.
Las Universidades Populares en el continente, aún cuando aparentemente ganaron en legitimación a raíz del Congreso Internacional de 1921, construyeron algunos campos de tensión ideológico-cultural que afectaron su proyección futura dentro de los marcos legales como: el ideario latinoamericano versus los patrioterismos y nacionalismos culturales, la lucha por la hegemonía política y educativa de los líderes estudiantiles sobre su pretendida clientela obrera versus un proyecto cogestivo estudiantil-obrero, la definición de un tradicional programa escolarizado nocturno basado en clases y conferencias versus un programa de actividades político-culturales beligerante en lo social y político y renovador y semi-formal en lo educativo. De todos ellos, seleccionemos el primero, es decir, el que reivindica el legado bolivariano y martiano de la unidad e independencia de América. Algunos ejemplos como el argentino, el chileno y el mexicano ilustran la tensión nacional de la proyección ideológica de las Universidades Populares. En el Cono Sur, más allá de las críticas chauvinistas de la Liga Patriótica a la Universidad Popular "Alejandro Korn" en la Argentina por la retórica internacionalista de sus manifiestos, pesó la dura represión patriotera ejercida contra la Universidad Popular "Victorino Lastarria" y la Federación de Estudiantes en Chile el año de 1921.

La Universidad Popular "Lastarria", había sido fundada en 1918 por Pedro León Loyola, bajo los ecos de la Reforma Universitaria y bajos los auspicios de la Federación de Estudiantes.[29] Además de los conferencistas itinerantes de los países vecinos que renovaban la hermandad latinoamericana, la Universidad Popular, incorporó a su planta profesoral a algunos residentes como el ecuatoriano Emilio Uzcátegui García.[30] Hacia 1920 esta entidad había entrado en una fase de redefinición obrerista que llegó a su punto más álgido, con la campaña de hermandad obrero-estudiantil chileno-peruana, en demanda la devolución de Tacna y Arica, territorios cautivos con motivo del triunfo chileno en la Guerra del Pacífico (1879). Por tal motivo, los profesores y alumnos de la Universidad Popular "Victorino Lastarria" al igual que los líderes de la Federación de Estudiantes, fueron presentados por el diario La Nación de Santiago, como voceros mercenarizados por el gobierno peruano. Esta fue una de las coartadas legitimadoras esgrimidas por el gobierno chileno para inducir a una turbamulta a atacar duramente al movimiento reformista de ese país y saquear sus locales. Resulta claro que la Universidad Popular, al fungir como bisagra de una sostenida aproximación entre la vanguardia estudiantil y la obrera, resultaba ya preocupante por la presencia en su seno de dos corrientes de izquierda, la IWW y el Partido Comunista liderado por Recabarren, pero su movilización pacifista y su herética visión del más candente tema fronterizo bajo arbitrio internacional, resultó inaceptable. Cuando Roberto Meza Fuentes, escribió en 1921, que la Universidad Popular "era la obra más bella de la federación de estudiantes", no hacía más que ratificar su condición de capital simbólico aunque olvidase su tenor explosivo.[31] En noviembre de 1921, Claridad, el vocero de la Federación de Estudiantes, acusa los primeros síntomas del hostigamiento gubernamental, suspendiendo su distribución en el Perú con una reblandecida disculpa.[32] A fines de mayo de 1922, Víctor Raúl Haya de la Torre, el líder estudiantil peruano visitó Santiago de Chile, reactivó y renovó los lazos de cooperación con los dirigentes de la Federación de Estudiantes y de la Universidad Popular "Lastarria", pero también con los dirigentes obreros de la IWW.[33] Los encuentros y hermandades estudiantiles entre estos dos países se diluyeron por los efectos de la deportación y encarcelamiento de los principales líderes estudiantiles y obreros peruanos entre 1923 y 1924. Una nueva oleada represiva que se proyecta entre 1924 y 1925, afectaría duramente a la Universidad Popular "Lastarria".

Los ciclos represivos acicatearon las experiencias de los líderes estudiantiles más allá de sus países de origen, fuese por razones de exilio o de visita fraterna, alimentando una doble veta, la primera más conocida por su latinoamericanismo militante, mientras que la otra menos visible fue deudora de un nacionalismo cultural contrahegemónico. Al respecto de esta última, en noviembre de 1923, Haya de la Torre, desterrado en México, en su primer mensaje a los universitarios peruanos, les dice:

"Puedo afirmar que las Universidades Populares del Perú, constituyen quizá la más eficaz, la más hermosa y la más original de las organizaciones estudiantiles y obreras de Sud América, de Centro América, las Antillas y México. No tiene paralelo... Es lo mejor que tiene el Perú como algo moderno”.[34]

Lo que no tenía claro Haya de la Torre, es que mientras él escribía este mensaje, José Carlos Mariátegui, el nuevo director de la Universidad Popular "González Prada" reorientaba su curso en otra dirección, cuyas señas son más conocidas por nuestros latinoamericanistas. Haya y Mariátegui, retomaban a su manera el legado del Clarté parisino y el puntual mensaje americanista de Barbusse. Las sucesivas represiones de los años 1923 y 1924 en el Perú, mandaron a la clandestinidad a las Universidades Populares.

Revisitemos ahora el nuevo escenario mexicano. Más allá de las previsiones de Vasconcelos, la resolución principista del Primer Congreso Internacional de Estudiantes operó como un detonante ideológico en el medio estudiantil. Este estaba marcado por una explícita proclama izquierdista radical que implicaba la adhesión a: la abolición del estado dominador y su ideología del poder público, la destrucción de la explotación del hombre por el hombre y el régimen de propiedad que le corresponde, la oposición al "principio patriótico del nacionalismo" que atenta contra la integración universal de los pueblos y la hermandad latinoamericana. Estas fueron puestas en cuestión por el nuevo líder de la Federación de Estudiantes de México, Benito Flores. El dirigente estudiantil, argumentó la incompatibilidad estatutaria entre su organismo y los acuerdos del Congreso, es decir, entre el programa político revolucionario de éste y el programa cultural de aquella, entre el americanismo militante filo obrerista y el nacionalismo cultural mexicano, entre el ataque al estado y la defensa del mismo. En este contexto, aunque desde posturas más moderadas, la ruptura entre Lombardo Toledano y Vasconcelos fue inminente, y terminó envolviendo a Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso. La propia Federación de Estudiantes, apostó entre 1922 y 1923, a una revisión de la Universidad Popular al fundar la Universidad Obrera como su proyecto de extensión universitaria, despolitizando sus espacios y quehaceres.[35] En 1922, Lombardo acompañado de otros intelectuales, entre los que se encontraban, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Caso, Daniel Cosío Villegas, Diego Rivera, Salomón de la Selva, Carlos Pellicer, optaron por constituir el Grupo Solidario del Movimiento Obrero, de inspiración socialista fabiana, renovaban sus últimas experiencias en la agotada Universidad Popular Mexicana, en una controvertida cruzada obrerista desde las filas de la CROM.[36] Hacia 1924, la Universidad Obrera había muerto por inanición ideológica y política.

En el marco de una primavera de los nacionalismos culturales asociada a la celebración del centenario de varias de nuestras repúblicas independientes, la ideología latinoamericanista del movimiento de reforma universitaria, a través de la Universidad Popular, fue perdiendo espacios frente a la construcción de claves de autoctonía política de alta gravitación simbólica. El primer referente lo fue el darles el nombre de sus mentores predilectos: Korn, Lastarria, González Prada, Martí. El segundo, la manera en que la representación de las universidades populares, nutrió una dimensión utópica eslabonada a su clave de autoctonía política. Veamos con algún detalle el caso de Guatemala.

En Guatemala, la Universidad Popular, al decir de Miguel Angel Asturias,  representó por un lado un proyecto de renovación popular-nacional y por el otro, una clave de autoctonía política. La entusiasta mirada de Asturias sobre la Universidad Popular de su país, anudada desde su fundación en 1922 marcó un fuerte compromiso hacia ella; lo refrendan tres de sus artículos escritos a manera de balance de las jornadas cumplidas entre los años 1924 y 1926, no obstante encontrarse residiendo en París. Pero empecemos por resituar la propuesta de Asturias en su tiempo y contexto.


La agitación estudiantil contra el régimen de Estrada Cabrera, a partir de 1920, perfiló en Guatemala al grupo de estudiantes reformistas al que perteneció Asturias. Por otro lado, el proyecto unionista de los países de América Central, marchaba a contracorriente de los nacionalismos culturales en curso y la corrosiva política norteamericana. Mientras tanto, la idea vasconceliana de extender la propuesta de la Universidad Popular a través del Congreso Internacional de Estudiantes en 1921, al que asistió Asturias, echó raíces en la Asociación General de Estudiantes Universitarios de Guatemala y más tarde en el cuerpo directivo de la Universidad de San Carlos. Tal iniciativa en favor de la creación de la Universidad Popular fue formulada por el poeta colombiano Miguel Angel Osorio (Ricardo Arenales, Porfirio Barba Jacob) en 1922 y recogida por tres estudiantes guatemaltecos: Clemente Marroquín Rojas, David Vela y Alfonso Orantes. Tal proyecto estaba signado por tres ideas: desanalfabetización de las masas, divulgación científica y formación del "alma nacional" según rezaba una editorial de la revista Cultura del mes de marzo de 1922. Exactamente un año más tarde, bajo la influencia vasconceliana del embajador mexicano, Juan de Dios Bojórquez y el auspicio del Dr. Carlos Federico Mora, a la sazón rector de la Universidad de San Carlos, fue fundada la Universidad Popular.[37]

Asturias, para ese entonces miembro de la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos (AGELA) con sede en París, consideraba a la Universidad Popular portadora de lo que él llamó el "nuevo Evangelio". Nuestro joven escritor, en su primer mensaje a sus alumnos, les tradujo la trilogía de sentidos fuertes que portaba su breve himno, cantado a la clausura de las actividades escolares de 1924. Resumiendo, Asturias postuló: el amor como eje de unidad popular (profesionales, campesinos, obreros) frente a los pequeños y corrosivos odios; la dignificación y politización del trabajo como base de la renovación nacional frente a la esterilizante pereza de la inercia y la fatiga, y por último, el pensar colectivo y creador, aquél que refundará la nueva Guatemala. Digámoslo con sus palabras: "¡ Sólo cuando todos nos amemos, cuando trabajemos todos y pensemos todos, Guatemala será mejor, será un gran pueblo!".[38]

La lectura de Asturias sobre la Universidad Popular, revela más una representación utópica referida por su clave de autoctonía política, que la apuesta a un proyecto político-cultural. En la perspectiva de nuestro autor, se manifiesta una fuerte carga moral, y a veces, una esperanza de corte milenarista en las posibilidades de cambio que porta la Universidad Popular. Esta fue considerada el escenario primordial sobre el que se fundaba la posibilidad de generar la nueva Guatemala, gracias al apostolado ejemplar de sus sostenedores. A fines de 1925 esta representación quedó dibujada con mayor claridad:

"Crear esos hombres, renovar esas ideas, sacudir constantemente la realidad que cambia en todos los momentos, y, ante todo, generar una gran esperanza en nuestro porvenir como nación y como raza, es el papel de la Universidad Popular. La revolución de las ideas no puede hacerse entre nosotros sino a base de pequeños sacrificios, de perseverancia, de mutua ayuda (...) No concluyo sin formular mi esperanza muy cierta de que la actual juventud, ayudando a la Universidad del Pueblo, renovará las energías y con ella los ideales que le dieron vida".[39]

La Universidad Popular como proyecto utópico nacional en el imaginario de Asturias y de algunos de su coetáneos, tuvo un marcado acento fabiano. La revolución que auspició esta entidad, abarcó el campo de las sensibilidades afirmando el amor y el optimismo, la nueva moral y sus valores, las ideas de cambio temperado y disciplinado. Con motivo de una reseña de la tercera memoria editada por la UP, Asturias reafirmó estos planteamientos, pero, además, terminó definiendo su llamado a los grupos de poder, en favor de la unidad nacional y la idea de una gran Guatemala, así dijo:

"Para concluir, debemos quejarnos con nuestros hombres pudientes de su indiferencia criminal. Las revoluciones sociales que ahora conmueven el mundo, se justifican en presencia de hechos como el que señalamos. Guatemala, y óiganlo bien, señores propietarios y adinerados, carece de problemas sociales que deben resolverse a sangre y fuego, nuestro indio no está preparado para eso, pero no por tal deben ustedes aislarse en sus torres de oro y olvidarse del pueblo que gime bajo el peso del vicio y de la miseria. Salgan de sus estériles egoísmos, siéntase guatemaltecos y ayuden a las instituciones que una y otra forma cooperan al mejoramiento de sus ciudadanos".[40]

En general, y a manera de breve conclusión, diremos que las Universidades Populares en América Latina, constituyen todavía un campo por explorar y discutir en sus ámbitos educativos, políticos y culturales. Hasta aquí sólo hemos reseñado algunas entradas, pero que demuestran por un lado que las Universidades Populares constituyeron para las juventudes universitarias del primer cuarto del siglo XX, un vehículo privilegiado de expresión y búsqueda de renovación nacional, moderna y popular, y por el otro, que la denominada extensión universitaria, marcó una sostenida línea de continuidad entre dos tiempos y sus respectivas claves generacionales e ideológicas arielistas y barbussianas, más allá de sus reales rupturas. Hacia 1925, las universidades populares en el continente, más por razones de represión gubernamental que de disensos y tropiezos endógenos, concluyó su ciclo primaveral.

 


Notas:

[1] Portantiero, 1978:80.

[2] González, 1935:15; Portocarrero, 1994:9.

[3] Biagini, 1997: 84

[4] citado por Biagini, 1997:84

[5] Citado por Biagini, 1997:86

[6] Portantiero, 1978:36; Portocarrero, 1994:9

[7] Del Mazo, 1968: II, p.82

[8] Sánchez, 1974:46

[9] Garciadiego, 1996: 187

[10] Machuca, 1996:63

[11] Garciadiego, 1996:48

[12] Yankelevich, 1996: 199-200; Machuca, 1996:63-68

[13] Roggiano, 1989:178 y 181; Krause, 1982:50

[14] Machuca, 1996: 59

[15] citado por Krauze, 1982:49

[16] Enciclopedia de México 11, 1988: 6620

[17] El Radical, 18/1/1915, p.4

[18] El Radical, 15/1/1915,p.2

[19] Fell, 1989: 322; Krause, 1982: 79-81

[20] Krause, 1982.101

[21] Garciadiego, 1996:188 y 337

[22] Natal, 1978

[23] citado por Natal, 1978

[24] Natal, 1978

[25] La Democracia, 4/6/1918

[26] Natal, 1978

[27] Sánchez, 1974:46

[28] Claridad, núm.1, 1ra Qna./5/1923:9

[29] Sweitzer, 1922:1

[30] Claridad, 11/12/1920:9

[31] Meza, 1968, II: 57

[32] Claridad, 5/11/1921:5

[33] Claridad, 27/5/1922:4; Verba Roja, 1ªQna/6/1922:4

[34] Haya de la Torre, 1973:13

[35] Fell, 1989:350

[36] Krause, 1982:157

[37] Taracena, 1989: 684

[38] Asturias, 1925 a: 20

[39] Asturias, 1925 b: 76

[40] Asturias, 1926:137

 

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