Una visita por el albergue cañero de Olintepec, Morelos

 

En un recorrido hecho por el albergue de trabajadores cañeros de Olintepec, en el estado de Morelos, y por las actividades diarias de una familia indígena migrante que llegó desde su comunidad de origen en Guerrero, queremos dar cuenta de las condiciones laborales y de vida de un porción significativa de los trabajadores del campo, quienes deben migrar de sus lugares de origen durante buena parte del año para poder acceder a los recursos necesarios para sobrevivir. Esta pequeña crónica sobre los cañeros en México pretende despertar la reflexión sobre el trabajo jornalero agrícola en otros escenarios de América Latina, con los que comparte algunas características como la flexibilidad y precariedad, demandando mano de obra ad hoc, generalmente, cubierta por indígenas que habitan lejos de las zonas de producción.

 

Caracterización de la mano de obra

Olintepec es un poblado que se ubica en el municipio de Ayala, que pertenece a la región de la Tierra Caliente del estado de Morelos. En éste se encuentra uno de los albergues cañeros de la entidad que es administrado por los ingenios azucareros Emiliano Zapata de Zacatepec y Casasano de Cuautla.


Mujeres lavando la ropa en un albergue cañero. Tlaltizapán, Morelos. 2006. Adriana Saldaña Ramírez.
Cada temporada, que va desde diciembre hasta mayo aproximadamente, tiene la función de albergar a los trabajadores temporales que se encargan de las distintas labores alrededor de la caña, particularmente del corte. Los jornaleros agrícolas son en su mayoría familias indígenas que provienen de diversas comunidades de la región de la Montaña de Guerrero, que se caracteriza por sus altos niveles de pobreza, solo por mostrar algunas cifras, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan” retomando el informe de desarrollo humano de la ONU en 2004 muestra que en esa región existen situaciones parecidas a Malawi, como es el caso de Metlatónoc. Más adelante se señala, que en la temporada agrícola 2003/2004, la Montaña había expulsado alrededor de 11,000 jornaleros.[2] Dadas las condiciones, los habitantes de esos lugares deben buscar empleo fuera para poder sobrevivir.

Una proporción significativa de esta población ha decidido no regresar a sus pueblos después de la temporada de caña con el fin de buscar empleo como jornaleros en las cosechas de otros productos que se siembran en el municipio de Ayala, específicamente, de hortalizas. Así en el albergue mencionado, la presencia de los jornaleros se extiende más allá de la temporada, haciendo de él su morada durante casi todo el año.

 

Condiciones de trabajo y vida

En la temporada 2010-2011 se albergaron trabajadores que estaban relacionados con cuatro enganchadores, conocidos localmente como cabos, que se encargan de reclutar a la gente desde sus lugares de origen, negociar con los patrones las condiciones de empleo, trasladarlos hasta Morelos, conseguirles empleo, fiscalizarlos en el campo y devolverlos a sus pueblos una vez terminada la temporada, en el caso de aquellos que planeen regresar. Ellos son también los responsables del comportamiento de “su gente” en el albergue y son los mediadores de los problemas que surgen ahí. En pocas palabras son el punto de encuentro entre el ingenio y los jornaleros.

Como se sabe, el corte de caña es pesado y peligroso, ya que usan machetes proporcionados por el ingenio que deben estar afilados para hacerlo más ágil, por lo que los accidentes relacionados con cortaduras en el cuerpo son comunes. Nos cuenta la esposa de un cañero “a veces se cortan en una mano, en un pie y hasta se llevan un dedo”. En esos casos el cabo con el que llegaron los debe auxiliar con apoyo de los camioneteros que trasladan la caña del campo al ingenio para llevarlos al médico, sin embargo, muchas veces, son los propios trabajadores quienes deben resolver estos problemas trasladándose ellos mismos hasta el hospital porque el enganchador no se encuentra cerca. Por estas cuestiones a veces algunos enganchadores no gozan del buen prestigio y del reconocimiento, pues se escucha entre los jornaleros “que ese no está para cuidar a su gente” porque nunca está presente cuando les pasa algo. Esto es muy significativo, pues los jornaleros siempre están buscando referencias de los enganchadores con paisanos o parientes para decidir a quien se unirán. Hay cabos que se sabe no cuidan a la gente o que no anotan bien la cantidad de caña cortada por el trabajador, lo que merma su salario. Un jornalero puede alcanzar a ganar una cantidad de 100 pesos por día, “se paga muy barato” mencionan algunos.


Comedor infantil en el albergue cañero de Olintepec. Olintepec, Morelos. 2011. Adriana Saldaña Ramírez.
A pesar de estas condiciones, los jornaleros que han decido trabajar para los ingenios azucareros, toman en cuenta otros aspectos que para ellos son importantes, uno de ellos tiene que ver con el servicio de salud.

Hay que aclarar que la mayor parte de la producción agrícola del estado de Morelos se ha caracterizado por estar en manos de campesinos minifundistas, que contratan mano de obra foránea por cortos periodos de tiempo, así que no les conviene brindarle los servicios de salud, lo que sucede con productores de hortalizas de los distintos ejidos del municipio de Ayala. Sin embargo, los ingenios azucareros sí lo hacen cada temporada con los jornaleros contratados en las tareas de la caña inscribiéndolos cada temporada al Seguro Social  lo que es tomado en cuenta para emplearse con ellos, a pesar de las condiciones precarias.

Otro aspecto apreciado es que dentro del albergue existe una escuela donde los niños que no trabajan pueden tomar clases, aunque no de muy buena calidad, pues para los distintos niveles que van desde el jardín de niños hasta el último grado de primaria, solo hay tres profesoras que deben dividirse para dar atención, mezclando a niños de muy diversos grados.


Hombres cuando no hay "jale" para el corte de caña. Olintepec, Morelos. 2011.Adriana Saldaña Ramírez.
Los padres pagan dos pesos diarios por niño como cuota de recuperación, lo que les incluye el servicio de comedor, donde les proporcionan un desayuno y un almuerzo, que básicamente consiste en tortillas, frijoles, chiles y huevos, muy pocas veces carne. Sin embargo, lo que las mamás resaltan en las distintas entrevistas que se han realizado hasta el momento, es que no se valora tanto el hecho del acceso a la educación, sino que los niños puedan tener alimentación con tan solo dos pesos, cantidad por los que la madre no podría darles de comer si los niños no trabajaran ni fueran a la escuela. Algunas veces, las familias no tienen para pagar, pero establecen tratos con las maestras y encargadas de la cocina para apoyarlas con algunas labores, como Martina una mujer tlapaneca del municipio de Atlixtac que tiene dos niños en la escuela. Ella no podía pagar, así que como no cortó caña esta temporada se ofreció a lavar los trastes después de que se les dan a los niños las dos tandas de alimentos.

Una primera interpretación es que las familias mandan a sus hijos a la escuela no por una aspiración de ascenso social sino como una manera de cubrir las necesidades alimentarias de algunos miembros. El argumento anterior se propone como hipótesis que puede ser comprobada más adelante. No obstante, es sugerente al ver que muchos de los niños que están en la escuela durante el corte de caña, si regresan a sus lugares de origen, no se integran a ésta; mientras que los que deciden quedarse en Morelos después de la zafra, se integran como trabajadores asalariados a la par de sus padres, pero ya no con el ingenio azucarero sino con pequeños productores de hortalizas, quienes no tienen la capacidad de brindar seguridad social y educación, ya que la contratación es “por día”, lo que da como resultado una muy alta rotación.

 

Las tareas de los miembros de la familia no cortadores de caña

Como se ha mencionado arriba, la migración al corte de caña a Morelos se caracteriza por ser familiar, así en los campos se observa que además de hombres mayores, también hay mujeres y niños. Aunque hay grupos que dentro de sus estrategias no está integrar a todos sus miembros al trabajo asalariado sino repartirlos en las distintas labores que implica tener un cuarto en el albergue y a otros los mandan a la escuela. Aquí nos gustaría presentar más ampliamente el caso de Martina, ya citada arriba, tlapaneca originaria de San Lucas Teocuitlapa del municipio de Atlixtac, quien tiene tres hijos, el más grande de nueve años –cortador de caña- y el más pequeño de cinco. Ella  está casada con un Pedro un nahua originario de Patlicha, del municipio de Copanatoyac, a quien conoció cuando era muy joven como compañero de corte en una cuadrilla que se dedicaba al ejote en la misma región en Morelos. Desde ese momento, aún cuando tuvieron a sus hijos más pequeños llegaban para laborar temporalmente en las hortalizas, fue hasta hace algunos años que vieron la posibilidad de engancharse con un cabo del pueblo para el corte de caña, cambio que para ellos fue importante para la situación de sus hijos, pues de esa manera aunque fuera por algunos meses contarían con el servicio de salud.


Niño en la zafra cañera. Tlaltizapán, Morelos. 2009. Luis Miguel Morayta Mendoza.
Actualmente, Martina dejó su trabajo en la caña y se dedicó a las tareas que implicaba hacer la comida, cuidar el espacio donde habitaban la temporada de corte y atender a los más pequeños. Su salida del campo fue posible cuando su hijo mayor –de nueve años- tuvo la edad de poder tomar un machete en sus manos y cortar para sustituirla, ya que según sus palabras “no se podían dar el lujo de descansar a uno”.

No obstante, aunque ella no gana un salario, las tareas que realiza en el albergue mientras su esposo y su hijo están fuera son fundamentales, ya que tiene que levantarse muy temprano, a las cuatro de la mañana, para darles un taco de huevo o frijoles antes de salir. Más adelante, una hora después, va al molino que está cerca para moler el maíz con el que hará las tortillas y otros guisados que les mandará a las doce del día, hora en que los camioneteros llegan a acarrear la comida que las esposas o hijas envían a sus trabajadores al campo. Entre esto, debe prestar su servicio como lavadora de trastes en el comedor, pues no alcanza a pagar los cuatro pesos que implica tener a sus dos hijos menores en la escuela. Ya que ha resuelto su servicio en el comedor y mandado la comida a su esposo e hijo, debe ir a lavar la ropa al apantle que pasa fuera del albergue, donde se vacía el agua sucia de ese inmueble. Una vez terminada esa tarea regresa nuevamente a hacer la comida para cuando salgan sus hijos de la escuela y los otros miembros lleguen del campo.

Ella reconoce que si bien el cortar caña es pesado, su trabajo también lo es, aunque con menos riesgos y ya con eso “mi esposo y mi hijo solo deben afilar su machete en la tarde para el otro día”.

Su familia es una de las varias que han decidido establecerse casi todo el año en el albergue, pues después de la zafra todos los miembros, incluyendo el niño de cinco años se “acomoda” en el corte de otros productos que existen en la región, sea cebolla, calabaza, ejote o elote, para lo cual también deben unirse a otro tipo de intermediario que se conoce en la región, especialista en hortalizas, el capitán.

 

Reflexiones

Cada vez más existe un abandono de las labores en las parcelas propias para depender de las labores asalariadas en condiciones precarias, insertando a casi todos sus miembros. Se observa cómo las tareas de los no cortadores, en este caso una mujer, son indispensables para la reproducción de la mano de obra, realizando las labores que permiten descargar a los otros miembros, aumentando su disponibilidad para el corte, pues como Martina señalaba ella trabajaba en la “casa” para que su esposo y su hijo “solo afilaran su machete para el otro día”. Por otro lado, más allá de que la educación escolarizada constituya una herramienta que les permita a los hijos de las familias jornaleras acceder a mejores condiciones, parece que apoya la reproducción del jornalerismo dada la mala calidad de ésta, lo que lleva a la reflexión del verdadero papel que juega en estas realidades caracterizadas por el aumento de la itinerancia.

 


[1] Proyecto de Etnografía de las Regiones Indígenas de México al Inicio del Milenio Centro INAH-Morelos

[2] Tlachinollan, 2005: 24 y 26

 

Bibliografía:

Tlachinollan, Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Migrar o Morir: el dilema de los jornaleros agrícolas de la Montaña, México, 2005.