Eduardo Ruiz: Adiós a un latinoamericanista

 

No eran tiempos para conservar la calma ni de aplacar los ánimos para guardar equidistancias. Sistematizar experiencias propias, extraer conclusiones útiles de lo actuado, formular nuevos imaginarios y buscar caminos novedosos a partir de lo bueno y de lo malo de cada trayectoria analizada, ha sido siempre una tarea ardua y a veces ingrata, todo resulta más difícil cuando está precedida de derrotas colectivas y en ocasiones, de derrumbes personales. Ya no recuerdo quien  me sugirió que me inscribiera en el seminario que impartía Eduardo Ruiz Contardo, pero en agosto de 1978 tuve mi primer contacto personal con quien asumió la  responsabilidad múltiple de ordenar lecturas, proponer temas y pelear contra-corriente con el estado de ánimo – entre pesimista y exaltado - de un grupo de alumnos tan variopinto como respondón. Por formación  profesional, origen geográfico y trayectorias de vida, los alumnos que asistíamos a esas clases en la Facultad de Ciencias Políticas, éramos una mezcla de pasión militante y voluntad política orientada a la búsqueda frenética de estrategias que salvaran los errores de un pasado tan cercano como trágico  y permitieran a la izquierda latinoamericana, recuperar la iniciativa.


Fuente: www.portal.radioamlo.org
Eduardo lo sabía, entre su auditorio había compañeros mexicanos y estudiantes de centro y Sudamérica, los debates transitaban por carriles temáticos previsibles. Los alumnos mexicanos volvían con justificado énfasis, al trabajo de revisión crítica del movimiento estudiantil de 1968, la insurgencia  guerrillera de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas y las vicisitudes de la “corriente sindical democrática” de Rafael Galván. Los sudamericanos discutíamos los errores de la izquierda ante los procesos regresivos que significaron los golpes de Estado de Bolivia en agosto de 1971,  Uruguay en junio de 1973, Chile en septiembre del mismo año y Argentina en marzo de 1976. No resultaba fácil sistematizar experiencias cercanas pero cargadas de especificidades nacionales o valorar en su justo término el papel de las fuerzas y actores políticos antes y durante el desarrollo de coyunturas que tuvieron una “resolución catastrófica”. La crisis de conducción de los movimientos políticos que alentaron durante los 70s., la esperanza de la izquierda en algunos países del Cono Sur, mermó el entusiasmo de toda una generación y creó un caldo de cultivo favorable para las más sofisticadas formas del pesimismo. La derrota de Estados Unidos en Vietnam, el recuerdo heroico de Argelia o la independencia de Angola con el apoyo solidario y militante del gobierno cubano, apenas alcanzaba para poner paños tibios y mitigar la realidad adversa de países próximos en la geografía y en los afectos.  El final del breve mandato del general Juan José Torres en Bolivia, el trágico derrocamiento del gobierno del presidente Salvador Allende en Chile, la desarticulación del Frente Amplio en Uruguay y la degradación y derrumbe del gobierno peronista en Argentina, constituían antecedentes poco alentadores para quienes se habían impuesto como tarea elaborar el balance de lo  actuado  y hacer acopio de ideas y voluntades   para iniciar un nuevo ciclo de ofensivas populares.

Eduardo Ruiz tuvo a su cargo la nada fácil tarea de moderar el espíritu “incendiario” de algunos  y  mitigar el pesimismo de otros. La discusión se polarizó: si la derrota era de carácter “epocal” y por lo tanto marcaba el inicio de un ciclo de largo plazo favorable a las clases dominantes, solo había dos caminos, reiniciar bajo nuevas premisas la lucha armada o conformarse con mirar el paso de la historia hasta tanto el péndulo de la iniciativas políticas se trasladara nuevamente  al campo de las fuerzas populares. El profesor Ruiz nos condujo a pensar el momento latinoamericano desde el justo medio, no se trataba de seguir poniéndole el pecho a las balas hasta correr el riesgo de que en algún momento hubiera más “balas que pechos” ni de esperar que el tren de la historia pasara frente a las aulas de nuestra Facultad. Los procesos sociales son construcciones colectivas complejas que se forjan en un devenir de constantes avances y retrocesos y solo en coyunturas muy específicas pueden dar el salto cualitativo que los conduce al poder. La voluntad cuenta pero solo es un factor real de acumulación de poder si es acompañada de una lectura correcta de cada momento histórico. La síntesis que nos ofreció el propio Eduardo Ruiz fue confirmándose en hechos posteriores, el triunfo del Frente Sandinista y la caída de la dictadura de Somoza en julio de 1979 ratificaron algunas de las conclusiones de nuestro  seminario, ni tanto ímpetu que facilitara el aniquilamiento de las fuerzas propias ni tanto pesimismo que dejara en manos de un destino incierto el futuro de nuestros pueblos.

Mi segundo encuentro con Eduardo Ruiz ocurrió muchos años después, en el doctorado en Estudios Latinoamericanos, ese año – 1997 – formamos un grupo memorable que aún recordamos con cariño y al que Eduardo bautizó “cajón de sastre”. Era una especie de “cada loco con su tema” al que Eduardo le dio un rumbo y sentido pedagógico para que Martín Linares expusiera el proyecto educativo del Movimiento de los “Sin Tierra” en Brasil, Cristina Girardo y Prudencio Mochi desplegaran con lujo de detalles, las experiencias del llamado “tercer sector” en Italia y sus posibles réplicas en América Latina, Mary José Rodríguez hablara de la participación de las fuerzas armadas latinoamericanas en tareas propiamente policiales, José Luis Piñeyro relatara aspectos desconocidos de la estrategia continental de seguridad diseñada por el Pentágono y yo buscara con desesperación, las bases de  un nuevo movimiento social a partir de la experiencia de las organizaciones piqueteras y del laboratorio de las fábricas recuperadas por sus propios trabajadores en Argentina.

A pesar de ser un militante destacado del Partido Socialista chileno,  exfuncionario del gobierno de Salvador Allende y poseer una sólida formación en la literatura marxista clásica, jamás le escuchamos una palabra de descalificación ante tanta “heterodoxia”. Había corrido mucha agua bajo el puente y los “incendiarios” de 1978 buscábamos en los nuevos actores sociales las sustancias sobre la cual se construyera una nueva izquierda. ¿Quienes ocupan ahora la plaza pública?  Bajo esa pregunta formulada como un enunciado destinado a fijarle un norte al debate, presentamos y discutimos mil ideas al mismo tiempo que Eduardo nos exhortaba a no dejar en el aire lo que se trataba en clase. En voz baja supimos reconocer que para varios de nosotros el constante impulso del maestro fue un factor decisivo para que los proyectos de tesis llegaran a buen puerto. El día en que presenté mi examen profesional Eduardo presidió la mesa examinadora, durante un paréntesis pude confesarle  que la conclusión del trabajo de tesis era también un producto de su saludable terquedad.

La relación continuó por canales no institucionales, la actividad laboral y las obligaciones personales nos fueron separando, pero no faltaron los encuentros en el Seminario Permanente sobre América Latina,  las charlas de café, las comidas casuales y las tertulias en casas de amigos comunes. De manera religiosa  pasábamos, con buen ánimo, del análisis de los temas del momento a la recuperación de las herramientas que debían consolidar un nuevo ciclo para la izquierda latinoamericana en el que se conjugaran – así lo entendíamos - el compromiso militante y la entrega de los años 70s., con los nuevos paradigmas de un mundo que se transformaba a ritmos vertiginosos.

El pasado 21 de abril un llamado telefónico de Gloria Carrillo me puso frente a la realidad de un hecho que por cotidiano no deja de amargar la boca y cortarnos la respiración. Eduardo había fallecido, el viernes 22, con un grupo de amigos y familiares despedimos sus restos. En la Facultad de Ciencias Políticas nos reunimos unas semanas después para decirle, cada uno a su manera, Hasta Siempre Compañero.

México, D.F. mayo de 2011