En el vientre del monstruo: los exiliados argentinos y chilenos en los Estados Unidos (1973-1983)

Reseña de L’America della solidarietà. L’accoglienza dei rifugiati cileni e argentini negli Stati Uniti, de Benedetta Calandra. Nuova Cultura, Roma 2006, pp. 289.

Palabras clave: derechos humanos, relaciones interamericanas, exilio político, actores no gubernamentales

 

La obra de Benedetta Calandra, L’America della solidarietà: l’accoglienza dei rifugiati cileni e argentini negli Stati Uniti, indaga con minuciosidad el cambio en el vínculo que mantuvieron los Estados Unidos con Chile y Argentina entre los años 1973 y 1983. El libro parte de una investigación más amplia sobre la memoria del exilio chileno y argentino -tema en el que se centraron los estudios doctorales de la autora (2002-2005)[1]-, y se concentra en el análisis de algunas instituciones y movimientos internos dentro de los Estados Unidos, los cuales, pese a su escasa visibilidad, contribuyeron a la difusión de un lenguaje internacional sobre la tutela de los derechos humanos en el Cono Sur.

Recientemente, algunos documentos desclasificados comprobaron de manera contundente la injerencia de Estados Unidos en el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende en Chile, como así también el grado de connivencia con las barbáricas políticas de violación de los derechos humanos perpetradas en la Argentina después del cambio autoritario de 1976. Calandra documenta que, paradójicamente, por estos mismos años emergió una política de acogida de refugiados chilenos y argentinos motorizada por el Departamento de Estado estadounidense y por algunos líderes políticos.

En efecto, unir proyectos éticos y filantrópicos con acciones encubiertas e intervenciones directas fue una de las estrategias de Washington durante la Guerra Fría. Su objetivo era limitar las posiciones antinorteamericanas y contener las ideologías de izquierda. El comienzo de la dictadura chilena, sostiene la autora, coincide con el nacimiento de un movimiento de denuncia, protesta y solidaridad que, precisamente en los Estados Unidos, tuvo como protagonistas a algunos sujetos externos a los canales ordinarios de representación política. En este sentido, la historiadora intenta repensar las relaciones entre estos países a partir del entrelazamiento de aspectos culturales, sociales, políticos y económicos.


Gran parte de la historiografía se ha ocupado de analizar las relaciones interamericanas a través del consolidado paradigma ‘imperial’, que ubica en un lugar central del análisis la cuestión de la asimetría de las relaciones y considera que los gobiernos, las embajadas, los servicios secretos y las compañías multinacionales eran los únicos e indiscutidos protagonistas en la reconstrucción de los eventos. El objetivo en L’America della solidarietà es identificar otros sujetos, es decir, actores no gubernamentales. Se trata de profesores universitarios, pastores luteranos, rabinos, activistas de movimientos por la paz o por los derechos civiles y también de representantes de las grandes fundaciones internacionales. Calandra valora de manera innovadora el papel de esa multiplicidad de individuos e instituciones estadounidenses que se movilizaron para juntar fondos, planificar estrategias de sostén organizado y hacer lobby para crear un programa federal de acogida de los refugiados chilenos y argentinos: individuos que encontraron, en el propio “estómago del monstruo”, un oasis de salvación.

La hipótesis central sobre la que se basa el libro es que después de las revelaciones relativas a las violaciones de los derechos humanos perpetrada por el gobierno de los Estados Unidos en muchos contextos mundiales –es decir, las acciones barbáricas de los soldados estadounidenses en Vietnam, el apoyo de los Estados Unidos al golpe guatemalteco del 1954– y de las noticias sobre el alto nivel de corrupción del gobierno de Washington, emergió un “sentido de culpa” y un “sentido de responsabilidad” que habrían actuado como catalizadores para la movilización de grupos de ciudadanos en favor de los vecinos del sur. Si Vietnam aumentó las acusaciones contra la política imperialista estadounidense en los países del sur, el caso Watergate acrecentó la desconfianza en la política doméstica y alimentó la crisis del consenso. Además, gracias a los nuevos medios de comunicación, se volvió posible y más bien necesario, informar e influenciar a los decision makers, aquellos actores que tenían una cierta relevancia en las decisiones gubernamentales, ya que parte de la sociedad civil no creía oportuno dejar todos los asuntos internacionales en mano de unos pocos.

Valiéndose de una exhaustiva reconstrucción histórica y gracias al auxilio de fuentes de archivos privados -entre otros, de la Ford Foundation Archives, del American Jewish Committee Archives o del Worker’s World Archive- junto a un conjunto de entrevistas, la autora intenta evaluar el impacto que tuvieron estos movimientos en la política exterior estadounidense. Historias individuales como el caso argentino de la familia Deutsch suscitaron indignación e interés por parte de la opinión pública y las noticias relativas a los desaparecidos empezaron a difundirse en los Estados Unidos y en muchos otros países del mundo permitiendo así la intervención de algunos miembros del gobierno estadounidense.

La autora estructura el texto en distintos capítulos que corresponden a diversos actores no gubernamentales que de diversas formas fueron fundamentales en la defensa de los derechos humanos. El primer capítulo está dedicado a las grandes fundaciones privadas, en particular a la Ford. En un contexto como el de la Guerra Fría, la gestación de políticas culturales se volvió tan importante como las operaciones diplomáticas y militares. Como subraya Calandra, después de la revolución cubana de 1959, el temor por la difusión de la ideología comunista llevó al Departamento de Estado, junto a la CIA y a las fundaciones privadas, a dar inicio a proyectos que, aunque ya existentes anteriormente, conocieron en esos años un crecimiento exponencial. La Ford se convirtió en el “más consistente patrocinador financiero de las ciencias sociales en el continente”. Así se creó un paquete de ayudas para favorecer a los intelectuales que huían del régimen chileno y posteriormente del argentino. Si bien Calandra repasa brevemente las políticas estratégicas desplegadas por Washington en el contexto chileno a lo largo de la Guerra Fría, no profundiza de manera significativa en las dinámicas subyacentes a los proyectos filantrópicos que funcionaron de hecho como instrumentos para resolver la crisis de legitimidad y de consenso, atenuando las acusaciones de participación de Washington en el golpe de estado chileno. En efecto, detrás de estos proyectos aparentemente éticos se gestaban estrategias políticas. No resulta extraño que la elección de los destinatarios de las ayudas fueran objeto de una minuciosa selección, siempre dentro de una óptica anticomunista. Mientras que las modalidades de intervención de la Ford eran limitadas en calidad y cantidad, otros actores intervinieron de manera más explícita y significativa para dar apoyo a los vecinos del sur.

Las asociaciones religiosas desempeñaron un papel fundamental en las políticas de solidaridad analizadas en el capítulo segundo. Desde el golpe de 1964 en Brasil, el World Council of Churches estuvo entre los primeros en movilizarse frente a la emergencia de regímenes autoritarios en América Latina. Gracias al relato de testigos, frecuentemente misionarios, les resultó posible conocer de primera mano las violaciones cotidianas de los derechos humanos en aquellos países y, presionando a través de mecanismos de persuasión moral, lograron la intervención de diversos diputados y senadores. Fue la aparición de un sentido afín al “sentido de culpa”, supone Calandra, lo que permitió que estos grupos ejercieran presión sobre los exponentes políticos subrayando la necesidad, casi expiativa, de intervención en el subcontinente.

Junto con los activistas religiosos, muchas asociaciones laicas abrazaron la causa latinoamericana, tal como muestra Calandra en el capítulo tercero, grupos de intelectuales, profesores, estudiantes y partidos políticos, principalmente de tendencia marxista, contribuyeron a producir una fractura interna en la sociedad civil y a dar vida a reacciones de sentido y a una contracultura caracterizada por una fuerte retorica antiimperialista. En el corazón de los Estados Unidos, Vietnam se convirtió en el ejemplo que no debía seguirse.

El mérito de L’America della solidarietà es presentar la cara solidaria de Estados Unidos, una “otra Norteamérica” que toma distancia de las políticas de Kissinger y del Departamento de Estado y que, pese a su escasa visibilidad y eficacia, tuvo sin embargo, un papel clave contribuyendo a abrir una brecha en las políticas humanitarias estadounidenses. El libro se cuestiona sobre la real influencia de tales actores no gubernamentales. ¿Fueron efectivamente tan incisivos o el “paquete para refugiados” fue sólo una tentativa de “operación cosmética” por parte del Departamento de Estado de los Estados Unidos? Aunque Benedetta Calandra ponga en evidencia en la conclusión del libro la consistencia real de este proyecto comparándolo con una gota en el Océano, el límite de este análisis reside en la superficialidad con que se mencionan las estrategias de Washington, que sólo aparecen para  facilitarnos la contextualización de los diversos proyectos vigentes. Sería entonces deseable un estudio más profundo de las dinámicas reales y de los objetivos últimos de la Casa Blanca, permitiéndonos una más profunda comprensión del sentido real de esa red de solidaridad. No obstante, creo que el análisis de Benedetta Calandra es muy útil pues nos recuerda que Estados Unidos no es sólo el Departamento de Estado, la CIA y las grandes multinacionales, sino también aquel conformado por la gente común, por los movimientos solidarios y las instituciones no gubernamentales; en otras palabras, L’America della solidarietà.

 


[1]Id., Nella tana del lupo. Memoria dell’esilio argentino e cileno negli Stati Uniti (1973-1983), tesis de doctorado (2002-2005).