Nuevas Guerras y el Proyecto Planetario. América Latina en la mira

New wars and the planetary project. Latin America on sight

Novas Guerras e Planetário de Projetos. América Latina no centro das atenções

Víctor Manuel Alvarado García [1] y Mayra Eréndira Nava Becerra [2]

Recibido: 19-12-2014 Aprobado: 02-01-2015

 

Hablamos de una nueva guerra,
de una nueva guerra de partisanos.
Sin frente ni uniforme, sin ejército ni batalla
decisiva.
Una guerra cuyos focos se despliegan a distancia de los flujos mercantiles
aunque conectados entre ellos.
Hablamos de una guerra totalmente en latencia.
 Que tiene el tiempo.
De una guerra de posición.
Que se libra ahí donde estamos.
En nombre de nadie.
En nombre de la existencia misma,
que no tiene nombre.

TIQQUN

Los más recientes meses en México, y en alguna medida en el mundo, se ha vivido bajo el impacto traumático del ataque a jóvenes normalistas en el municipio de Iguala, en el estado de Guerrero. Este ataque dejó seis personas muertas además de cuarenta y tres muchachos desaparecidos, cuestión esta última que se ha tipificado como  desaparición forzada en virtud de la participación de policías municipales, por lo que se sabe coludidos con personas del crimen organizado.[3]  La idea que se ha generalizado es que se trata de un crimen de Estado. No obstante esto, en el marco de las nuevas condiciones de violencia mundial, de las nuevas formas de hacer la guerra transnacional, resulta necesario y urgente, como dice González Rodríguez (2014), pensar de otra manera. Las actuales circunstancias nos obligan a ello. Pero no nos imponen el desafío de pensar de otra manera este particular acontecimiento o la situación presente en su inmediatez, nos obligan a reformular el proceso mediante el cual esto ha sido posible, este presente que vive México y también toda la región latinoamericana, a la luz de lo que se hace posible con este estado de cosas.

De cierto modo, siguiendo una deriva de los planteamientos de Villalobos-Ruminott (2014), es importante establecer una continuidad histórica entre las actuales condiciones de la región y el proceso histórico de la violencia a que se ha visto sometida por lo menos en los últimos cincuenta años,[4] en la idea de la imposición de un proyecto cultural que va figurándose de diferentes maneras para mantener la consistencia de la acumulación de capital que va adquiriendo diversas formas, es preciso pensar esta violencia como parte de un proyecto que en el fondo intenta producir la nueva realidad social con todo y su ciudadanía necesaria, para que el actual momento del proyecto moderno-liberal-capitalista funcione en su devenir, es decir, un proyecto que más que reprimir busca construir una sociedad, inicialmente disponerla. El presente escrito busca adentrarse en esta situación desde el marco de las nuevas guerras y el proyecto cultural subyacente, para lo que en principio en necesario problematizar al culpable identificado de muchos de los males del mundo latinoamericano: el Estado.

 

1.

En los últimos veinte años se ha configurado un periodo de grandes transformaciones en el modo de hacer la vida a nivel mundial. Si bien es cierto que esto es muy palpable en el terreno del desarrollo tecnológico, especialmente en el terreno de las comunicaciones, esta transformación toca profundamente a la economía y la  política, así como a la dinámica social. Para Esteva, estamos ante una situación de crisis mundial que revela una transformación civilizatoria que trastoca incluso el reordenamiento instaurado por la implantación del neoliberalismo en los años ochenta, “representa el final de un ciclo histórico” (Esteva 2009: 17). Esta crisis puede situarse como parte del proceso de reconfiguración hegemónica que  se pone en marcha hacia el fin del siglo pasado. Para Calveiro (2006: 360),  esto implica que “una reconfiguración hegemónica no es hablar de movimientos en la cúpula sino de transformaciones profundas en las percepciones y los imaginarios sociales; no involucra solamente a los centros de poder sino a las sociedades en que se sustentan”. Para esta autora, la reconfiguración hegemónica en curso es mundial e implica al Estado como un centro de poder; sostiene que las reconfiguraciones locales, las latinoamericanas en particular, se inscriben en esta reconfiguración mundial. Entre las características de esta transformación hegemónica en marcha, y en crisis al mismo tiempo, está el hecho de que “en ella ocurre una articulación de lo internacional, lo nacional y lo local formando redes o centros de penetración unidireccional. Se podría decir que el mecanismo preponderante consiste en abrir, penetrar, desarticular, vaciar en una sola dirección: del centro a la periferia” (Calveiro 2006: 376). Desde este planteamiento, esta reconfiguración contiene una concepción de la práctica del poder fomentada por los centros dominantes planetarios clara y profundamente autoritaria,  con la complicidad de muchos  estados locales, sostenida en la configuración de un nuevo enemigo, el terrorismo, que hoy comparte ese lugar con el llamado crimen organizado. Al tiempo que esta reconfiguración se desarrolla, diversas respuestas locales socavan con diferente intensidad esta pretensión en marcha; De Sousa Santos (2011) advierte, por ejemplo, que las transformaciones han gestado el regreso del Estado y se cuestiona respecto de qué tipo de Estado es el que ha de regresar.


Imagen 1. Peña Nieto incendiado en el zócalo de la Ciudad de México. Foto de Juan Luis Ramos de la Revista Proceso.

Para Borón (2009), la transformación que sucede con la entrada del neoliberalismo, respecto de la reconfiguración mundial -que implica el presunto triunfo del pensamiento único-, profundizó  la problemática mundial, en especial la de los países latinoamericanos, en tanto que complicó las luchas por consolidar la democracia, pues el modelo neoliberal contiene una concepción profundamente autoritaria de la gestión de la cosa pública. Para él, el dilema central en este modelo no consiste originalmente entre Estado y mercado, sino entre democracia y mercado. Advierte que aun cuando en América ha habido triunfos electorales, éstos no han logrado grandes cosas respecto de asuntos relacionados con la justicia social amplia, en la medida en que el predominio de los intereses de las clases dominantes, derrotadas en la arena electoral, pero triunfantes en las alturas del aparato estatal, ha quebrado las expectativas de justicia que grandes sectores habían depositado en el naciente orden democrático.

Borón extrae tales consideraciones luego de atender los resultados de la aplicación de este modelo en el mundo y en la región latinoamericana particularmente. Y esta consideración no refiere a un tipo de Estado en particular ni supone que el Estado está siempre en dependencia total de las determinaciones económicas, pues, como nos señala Zavaleta (1984), siempre el Estado tiene un nivel de autonomía que se requiere considerar en todos los casos, para reconocer las peculiaridades que distinguen cada experiencia y ese nivel está definido en alguna medida por las características del momento constitutivo de cada Estado. No obstante, la situación mundial actual propicia que cada caso esté siendo enmarcado en las transformaciones globales. 

Las transformaciones en marcha han afectado seriamente el mundo de la geopolítica y, con ello, directamente la condición de los Estados constituidos. América Latina no es la excepción. Este impacto no sólo se ha manifestado en la desaparición y emergencia de distintos países (pensemos en la antigua Yugoslavia y en lo que ha derivado de su desaparición, o en la extinta Unión Soviética), sino también en el papel del Estado para la vida interna de los países y las relaciones internacionales.

La caída del muro de Berlín y el ataque a las torres gemelas (los dos derrumbes icónicos de la actual fase imperial) han generado una reconfiguración trascendental en el mundo de la política y en el de la economía, que supone cambios que se han vuelto determinantes en la vida de los individuos y en el de los grupos sociales, pues han impactando de esta manera las formas de vida a través de las medidas estatales para atender la situación mundial, que en sentido estricto responden a una lógica global.

En lo económico, la constitución dominante del mercado como actor y como fantasía ideológica (Žižek, 1992) ha generado la reconfiguración de los poderes mundiales dejando a los Estados en condiciones muy vulnerables ante cualquier modificación que en este terreno se presente. La creación del terrorismo como enemigo mundial –hoy junto al crimen organizado- , también ha posibilitado que se geste un replanteamiento en las relaciones entre los países y la instrumentación de políticas transnacionales al interior de cada país bajo el pretexto de la seguridad mundial (Fernández, 2011; Calveiro, 2006). La emergencia de reivindicaciones populares de distinto carácter, étnicas, culturales, de género, ambientales,  o problemáticas mundiales de expresión local, el cambio climático, la devastación de la naturaleza, la escases de combustibles, son asuntos desde los que se interpela a los Estados y les coloca también en situaciones complejas para su atención, por su dualidad mundial/local.[5]  En este terreno, la problemática cultural representa, con la migración constante, un ejemplo fundamental de las problemáticas actuales (Kimlika, 2009) que trascienden a cada Estado–nación al tiempo que le demandan respuestas al interior de su territorio.

Luego del periodo más abiertamente autoritario de los estados modernos latinoamericanos en los años setenta, del que Borón (1977) hace una caracterización fundamental en oposición con la idea de un estado fascista, y definitivamente a partir de los años ochenta del siglo pasado, los estados en Latinoamérica se han transformado paulatinamente de la mano de las transformaciones mundiales, particularmente las de orden económico.  La situación que actualmente se vive, coloca a estos estados en serios problemas al estar en crisis profunda el modelo económico al que ellos se disciplinaron desde los setentas y, simultáneamente,  estar en un tránsito complicado a la vida democrática, particularmente respecto de los múltiples intereses incrustados en los Estados-nación que no se subordinan a los intereses que éstos pueden defender al interior de su territorio.

Dice Vellinga (2000) que el Estado latinoamericano requiere una profunda transformación, que se ha visto dificultada por distintas razones. Una tiene que ver con que su transformación económica en la última parte del siglo veinte se impuso a la vida política y, otra, por la manera histórica en que ellos nacen y se desarrollan, en buena media en una mezcla de tradicionalismo autoritario y bajo una fuerte determinación de necesidades económicas de origen externo.

Sin embargo, la cuestión problemática no se detiene en esta condición complicada,  en torno de la difícil relación que los Estados-nación latinoamericanos tienen con los intereses transnacionales que se han incrustado en su vida económico-política, sino que es posible considerar que su configuración histórica ha sido de sometimiento a la dinn ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽renta años han sido de particular complicacie ha ido adquiroendo desde los eresadooecondos soberanos en la regiado en ámica impuesta por las formas de acumulación de capital de las regiones dominantes mundialmente y que ese sometimiento se ha encajado en las mismas formas que ha ido adquiriendo desde las guerras de independencia. Los últimos cuarenta años han sido de particular complicación en este aspecto.

Para Villalobos-Ruminott (2014), es preciso reconsiderar el periodo de violencia que se vivió en la región en los últimos treinta años del siglo pasado –en especial la que se vivió en las décadas de los 70’s y 80’s-, particularmente respecto de su trascendencia, pensarlo de otra manera. Más allá de la incuestionable violencia represora que los diferentes regímenes impuestos en aquel periodo en toda la región, del aire conservador de los grupos que se hicieron del poder encabezado en muchos países por militares, es fundamental hoy pensar este tiempo como el de la imposición de un proyecto cultural que rindió sus frutos con la nueva ciudadanía y su izquierda moderna especialmente. En términos generales en este momento, ya que regresaremos a ello, hablamos de la configuración de una sociedad demandante de ciertos derechos, de la intensificación de la gestión biopolítica de la vida demandada por la misma ciudadanía, centrada en el imperio de la salud, la seguridad, los derechos humanos, que no únicamente se arraigan en la nueva sociedad civil sino que generan la impronta de las nuevas izquierdas que parece han llegado a un acuerdo con lo real (De Toledo, 2008).

Villalobos-Ruminott (2014) advierte la necesidad de trascender la visión que centra sus explicaciones en el marco del Estado, pensar más allá de las cuestiones internas a los estados, y que “gracias al proceso globalizador fuertemente ligado con la ideología neoliberal, asistimos hoy más que a la novedad del fracaso republicano, a una crisis radical del formato estatal que la sostenía” (Villalobos-Ruminott, 2014: 27)  Y señala puntualmente,

Los problemas inherentes al modelo republicano tradicional parecen agravarse para una América Latina inmersa en la globalización financiera y sus diversos mecanismos de acumulación, dejando en evidencia que las formas históricas de organización de la sociedad han quedado subsumidas al proceso de valoración capitalista, exponencialmente competitivo y globalmente articulado. La producción capitalista que ha sido históricamente destructiva se muestra ahora, a diferencia del siglo XIX y gran parte del siglo XX, como un proceso sin mediaciones ni contrapesos, cuestión que desoculta los secretos del viejo orden liberal: la complicidad entre guerra y acumulación moderna; el estado de excepción como regla de un derecho que se auto-inmuniza de la violencia subalterna (de la vida precarizada), inoculando en ella la violencia mítica de la ley; el pacto social como garante de la propiedad y los derechos del hombre privado, pero no solo del hombre abstracto que Marx criticó como límite del imaginario burgués, sino de las corporaciones como instancias transnacionales del derecho privado que monopolizan la condición soberana de la excepción (Villalobos-Ruminott, 2014: 27-28).

Para la misma Calveiro, el Estado latinoamericano se ha disciplinado, cediendo de diferentes maneras el control de su territorio, e ingresado en las políticas de carácter transnacional de la seguridad global que se imponen con tanta crudeza y uniformidad como las económicas. Este Estado

“A la vez que garantiza las operaciones de las corporaciones transnacionales en muchos casos tiende a desbaratar la nacionalidad, las instituciones públicas y a desmantelarse a sí mismo como instancia autónoma … en un movimiento perverso, el Estado y la burocracia se autodestruyen, ya que tienden a minar su propio poder al favorecer la expansión de las redes transnacionales que los corroen.” (2006:374)

Y en este sentido, es preciso considerar los nuevos embates imperiales con su violencia renovada más allá de la represión evidente y del fortalecimiento de los reaccionarios y conservadores; es urgente pensar en el proyecto cultural que se está imponiendo incluidas las nuevas rebeldías inducidas y los nuevos fundamentos del sector progresista y de izquierdas responsables. Para hacer este replanteamiento del modo de mirar las actuales condiciones, es necesario, desde nuestro punto de vista, anclar estos nuevos procesos en los fundamentos de las nuevas guerras y el proyecto cultural que están imponiendo sostenido en la intensificación de la gestión biopolítica de la vida.

 

2.

Es necesario, entonces, partir de aceptar la relación estrecha que existe hoy entre las nuevas guerras, la violencia social (guerra civil) y el proyecto cultural planetario del las sociedades y los individuos que son gestionados biopolíticamente y que admiten este gestionamiento como la alternativa correcta para salir adelante en la vida; que esta relación trasciende la cuestión del Estado y se coloca en un interés que no corresponde a la geopolítica de las naciones sino de los recursos explotables y que, en ese sentido, nos urge a generar una nueva manera de producir inteligibilidad a lo que sucede. Por el momento centrémonos en la cuestión de las nuevas guerras como forma de aplanar[6] la vida social para la inserción planetaria del proyecto biopolítico total.

Uno de los campos que se ha transformado notablemente en los últimos años es el de la guerra. Un punto de inflexión en la transformación del entendimiento y la realización de las guerras está en la derrota del ejército norteamericano en Vietnam en los años 70’s del siglo pasado. Esta derrota ante un rival débil abrió las puertas al replanteamiento de las formas de hacer la guerra, a la nueva guerra. Uno de los aspectos importantes en este terreno es la idea que ha prevalecido socialmente respecto de la guerra, amparada incluso en diversas aproximaciones de las ciencias sociales al entendimiento de los conflictos, propia de una mirada napoleónica,  en la que la guerra, la verdadera, tiene a los generales mirando con sus prismáticos a sus ejércitos entregándose en el campo de batalla, en las cuales la confrontación bélica tiene el frente siempre lejos de las ciudades, pues entrar en ellas sería una transgresión a la guerra aceptable. Así, para la sociedad civil, la guerra sucede lejos de donde se hace la vida (Izaguirre, 2006). Para Izaguirre:

La noción misma de guerra genera siempre un profundo rechazo ideológico que atraviesa toda la sociedad. Las clases dominantes niegan la guerra, pero la hacen. Y la hacen en nombre de valores universales: la paz, la libertad, la dignidad, la democracia, el bienestar humano o la defensa de la ley. Se trata de un rechazo en el plano teórico y emocional, en el plano del conocimiento y del abordaje de los hechos, y de los hechos mismos (2006: 9).

Hablar de la guerra actualmente, presenta problemáticas importantes tanto para considerar los hechos del pasado reciente de América Latina, como para considerar las actuales circunstancias mundiales y de la región por supuesto. Para la misma Izaguirre (2006), esto tiene que ver con que la mayoría de los ciudadanos, incluidos los científicos sociales, se refieren a la guerra y la entienden desde el sentido común y guardan la mirada napoleónica. Sin embargo, las formas de hacer la guerra se han transformado intensamente en los últimos cuarenta años, su carácter político se ha vuelto más evidente y ha, en ese sentido, invadido todo el espacio social. Las guerras anticapitalistas desde su aparición han propuesto una confrontación constante en este terreno, en el que la población civil se ha convertido en fuente de combatientes, lo que ha permitido trasladar hacia esa población los objetivos militares, cuestión que se ha intensificado en los recientes años, especialmente con la frontera histórica que ha nacido de los dos derrumbes.

Así, ubicar distintas regiones del mundo, si no es que el mundo entero, como campo de guerra es hoy una clave importante de inteligibilidad de muchos procesos que tienen que ver con el curso normal de la vida de las personas, tal como lo sugiere González Rodríguez (2014), especialmente respecto de México. Pensar al mundo como campo de guerra en las actuales condiciones, no es pertinente nada más respecto de algunas características que han invadido el mundo entero evidentemente con carácter de políticas de corte militar so pretexto de la seguridad internacional y que pueden concentrarse en el trato de sospechoso que ha cada instante se brinda a todo ciudadano, sospecha que tiene que ver con considerarlo como un potencial combatiente por algún bando;  la constante video grabación en todos los espacios sociales, el establecimiento de zonas de vigilancia especiales en cualquier momento, la vigilancia extrema en eventos públicos y los inconvenientes para el curso de la vida cotidiana que esto conlleva, son algunos de los rasgos que han hecho evidente la normalidad del estado de excepción que caracteriza hoy la dinámica mundial (Agamben, 2010; Villalobos-Ruminott, 2014), y que en el caso latinoamericano adquiere una gran intensidad en diferentes regiones. Estas medidas son de corte militar sin ninguna duda y afectan a toda la población. Y esto sucede no sólo en condiciones de emergencia de protestas sociales o de la emergencia de grupos opositores que intensifican sus actividades políticas, sucede en la más completa normalidad.


Imagen 2. Militarización en Ayutla, Guerrero. Foto publicada en la revista en Línea Emequis: http://www.m-x.com.mx/2014-12-17/mas-de-70-comunidades-de-ayutla-guerrero-exigen-la-salida-del-ejercito-e-instalan-planton-fotos/

Sin embargo, las nuevas guerras no se limitan ni a los conflictos abiertamente bélicos (como las grotescas guerras preventivas que cada día adquieren más adeptos), ni a pequeños detalles en el curso de la vida normal en que se imponen medidas excepcionales para ofrecer seguridad. Las nuevas guerras invaden todos los espacios sociales y toda los momentos. Para Benedicto-Salmerón (2007), llámese como se llame a las nuevas formas de teorizar y hacer la guerra: de cuarta generación, asimétricas, difusas, de la tercera ola, o de corte RMA (Revolución de los Asuntos Militares), diversos rasgos son compartidos por todas ellas, a saber, la dilución del espacio civil-militar como definición de las zonas de combate, la ubicación como objetivo militar de la población civil que potencialmente es opositora, deshacerse de la idea de los combatientes formales claramente identificables, intensificar la importancia de las PSYOP (operaciones psicológicas militares), quebrar la voluntad de combatir de las poblaciones y trabajar en los procesos a través de los cuales las personas toman las decisiones para encauzar sus vidas. Evidentemente, estos principios son, en su realización, para toda dimensión de la vida y todos sus espacios objetivos militares, que por supuesto no quiere decir que todo es reducible a lo militar, pero sí que esto último es un determinante constante.[7]

En este sentido, Gonzáles Rodríguez (2014) advierte, a partir del caso mexicano, una serie de estrategias propias de la realización militar que invade la vida cotidiana, en la que a través de ciertas formas de violencia se preparan los territorios, se aplana la vida social: Alteración de la geopolítica normal en la realización de la vida cotidiana, la alteración de las vías para transitar por motivos de seguridad, la creación de zonas de niebla (de dificultad para ver y distinguir) en torno de acciones o asuntos política y militarmente relevantes, la emergencia de territorios ocupados de diversas maneras por el crimen organizado que opera como una autoridad de corte militar en sus territorios, la producción de una disposición psicológica en los habitantes para asumir que cualquiera de sus vecinos o familiares en un momento dado pueden ser efectivamente criminales cooptados por los grupos que impiden el progreso social, son algunos de los rasgos con que se opera militarmente. El resquebrajamiento de los lazos sociales, el encauzamiento hacia cierta manera de hacer la vida, el rompimiento de los fundamentos de identidad particular, se han convertido en objetivos militares.

Para Bonavena, por ejemplo,

Las operaciones irregulares tienen como meta, más que objetivos estrictamente militares, desgastar políticamente la relación entre las poblaciones y gobernantes en los países más poderosos. La dimensión moral adquiere una gran centralidad. Los atentados explosivos, por ejemplo, aparecen como un eficaz instrumento para dificultar la construcción de una sólida “ideología de guerra”. Las acciones militares, que pueden involucrar a la población civil como blanco, buscan socavar los lazos morales y propiciar la fricción interna de la nación agresora para restarle cohesión política. (2006: 34)

Lo dicho hasta aquí, ya nos otorga indicios que lo que está en marcha es una guerra civil. Y es que esto es pensable no sólo por el desplazamiento del campo de batalla al terreno de lo civil, ni porque los nuevos combatientes se arropen en las dinámicas civiles, como es propio de las nuevas guerras asimétricas, sino que se ha puesto en marcha el combate entre civiles, mediante la creación de los nuevos enemigos, el terrorismo y el crimen organizado, y porque se ha intensificado el combate a toda diversidad social efectiva, es decir, a toda forma que no se ajuste a las nuevas necesidades del orden imperial que se impone planetariamente. En México, como en diversas partes, hoy se ha configurado una nueva categoría que marca las nuevas fronteras para la rebeldía y la oposición responsables, los embozados, los encapuchados, es decir, los violentos. Medios de comunicación competidores entre ellos, organizaciones políticas de diverso tipo, gobiernos de diverso origen, gente común, se unen para atacar violentamente a esos otros que con intensidad buscan enfrentar el actual estado de cosas y su mercado, su democracia, sus gobiernos uniformados. ¿No es sospechoso que esto suceda? ¿qué toda protesta intensa, que no defienda el Estado de Derecho liberal, que no acepte las condiciones brutales del mercado internacional, que no acepte uniformarse a los parámetros dominantes de la vida digna de ser vivida, sea  atacado por todas estas –aparentes- diversidades sociales?

 

3.

La invasión militar de la existencia, tiene que ver con diferentes y complicadas finalidades, entre las que por supuesto sobresale la lucha por la posesión de las riquezas y el poder sobre las poblaciones. Sin embargo, aquí nos interesa centrar tres aspectos que son objetivos de esta invasión y fundamento del proyecto cultural que está tras las nuevas formas de la guerra y la violencia que ellas generan socialmente: 1) la imposición planetaria de una forma de vida como la vida digna de ser vivida o digna de ser llorada, 2) la consolidación de ciertas formas funcionales de crítica social y, 3) la sobresignificación de los productos del cognitariado profesional, particularmente el de las ciencias sociales.  Todo ello, es posible asociarlo al modo en que para Benedicto-Salmerón señala como la manera de operar hoy del imperialismo, sus momentos:

El primer momento es el de la inclusión, de captura; el segundo momento es de la diferenciación, de establecimiento de las diferencias aceptables y aceptadas; el tercero, es el de la administración, biopolítico, de gestión de las diferencias establecidas en la fase anterior, de la administración de la vida social, de lo cotidiano. Se apoyará en tres pilares básicos: la bomba, el dinero, y la información (2007: 272).

Sloterdijk refiere el tiempo contemporáneo en los siguientes términos: “La marcha del mundo en su conjunto se asemeja más a una fiesta de suicidas a gran escala que a una organización de seres racionales enfrascados en la tarea de conservarse a sí mismos” (2003: 36). Y es que para el filósofo alemán en la actualidad las tareas de autoconservación asociada a la demanda de constante intensificación de la funcionalidad para vivir se vuelve un proceso de autodestrucción. Quizá, como Redeker (2014) lo señala, el mejor ejemplo de ello sería en la actualidad los deportistas, para quienes la demanda de constante productividad, de total intensidad en sus actuaciones, de la constante producción y mantenimiento de un cuerpo funcional, generan seres que lejos están de ser un ejemplo de salud pero hoy representan socialmente la entrega intensa a conseguir lo que se (re) quiere. Estos actuales representantes de la entrega, la intensidad, la consecución de logros, de estar en el top ten de la vida, corresponden con lo que el mismo Sloterdijk (2003) denomina individuos de diseño o con lo que Byung Chul-Han (2012) llama el sujeto emprendedor, la nueva figura del sujeto dominado, esclavo, que encuentra satisfacción insertándose en la lógica de la productividad y de la funcionalidad, el sujeto que quiere ser exitoso, saludable, divertido, entretenido, feliz; es decir, cumplir con la administración de la vida, la biopolítica, que le ha sido asignada y que los expertos en la salud y educación se encargan de promover.

La noción de biopoder aparece en este territorio como una herramienta importante para acercarnos a ese terreno en que se está incidiendo socialmente para generar esos individuos de diseño que hoy configura el proyecto cultural detrás de las nuevas guerras. Por supuesto, el individuo y las colectividades propias del diseño al que hacemos referencia corresponden con el tipo de personas y de organizaciones que le vienen bien al modo actual de acumulación de capital y a las dinámicas sociales para vivir la modernidad que se impone imperialmente y que González Rodríguez (2014) define como el transhumanismo planetario; “Pero lo decisivo es que tanto la capacidad letal como la vital se sujetan a la lógica del mercado global; la totalidad del mundo en el que las fronteras entre la naturaleza, el ser humano y la máquina se desdibujan, pasa a ser parte del capital, y su lógica de competencia, re­producción, ganancia, exclusión y concentración crecientes” (Calveiro 2006: 375).

En general, este proyecto puede relacionarse sin problema con el planteamiento que nos recuerda Agamben (2009). En el cruce de lo militar abierto con lo militar civil, se busca crear un espacio planetario de lo que de acuerdo con el filósofo italiano se puede atribuir al mismo Hitler, quien en el combate de la segunda guerra mundial afirma que se requiere generar un Volklosser Raum, un espacio sin pueblo. Esta idea requiere prestar atención en el sutil cambio que el mundo liberal del siglo XVII generó respecto de lo que Foucault advierte es el nacimiento de la biopolítica. A partir de ese momento histórico se realiza un desplazamiento al interior de los Estados, y que en el momento que vivimos se extiende planetariamente, de concebir al cuerpo social menos como un pueblo y más como una población para efectos de su tratamiento con relación a las necesidades del Estado y sus aspiraciones de ser fuerte y competitivo. Este desplazamiento supone el abandono de un cuerpo político, que está tras la noción de pueblo, para asumir la de un cuerpo biológico/demográfico que es necesario formar ante las demandas de modernidad. Desde luego, este movimiento de lo político a lo biológico/demográfico, requiere limpiar y aplanar los espacios sociales y sus resistencias para que estén a la altura de los desafíos del tiempo que se vive; rendimiento, competencia, cierto tipo de salud y de imagen, consumo, como criterios que han de regular la existencia de colectividades e individuos. Esto supone despojar a las colectividades y los individuos de toda alternativa político-social que no se ajuste a los imperativos de la actual sociedad del mundo único con su pensamiento unificado.

Es en este sentido como podemos situar aquí lo que Redeker (2014) identifica como el hombre planetario, que el siglo XX ve surgir y que se encuentra atrapado en una monotonía antropológica que se introduce en todos los rincones de la vida y del planeta, un tipo de hombre que invade la vida social, y respecto del cual el mismo Redeker se plantea: “Más que el producto de una universalización, el hombre planetario ¿no es acaso el de una uniformización? (2014: 139). Advierte que, a diferencia de otras épocas, este hombre no es producto de la política, “sino: de la industria, el comercio y las técnicas” (Ídem); este hombre deriva de un mundo que se ha revolucionado,  “ocurre como si las madres de nuestra época… no fueran mas que portadoras de los hijos de la televisión y la internet” (Ibídem: 140). En todo caso, estamos ante un tipo de hombre cuya aparición “pasa por la desaparición de las formas múltiples de humanidad” (Ibídem: 142).

Así, el proyecto cultural tras las nuevas guerras y sus violencias supone la invasión de un tipo de humanidad respecto de toda diferencia efectiva –por la desaparición de las formas múltiples de humanidad-, un tipo de ser sostenido sobre la producción de verdades de las ciencias liberales modernas: el ser juvenilizado, pacifista, intolerante, consumidor como sentido real de la entrega al trabajo duro; demandante de salud y seguridad, comprometido discursivamente con los derechos humanos, necesitado de espacios de confort. Por supuesto, es posible que se nos diga que este tipo de hombre es cuestionado por la realidad latinoamericana, con su –como señala Villalobos-Ruminott (2014)- sobresignificada diferencia. En todo caso, de ser así, las nuevas guerras transnacionales son más imprescindibles para quienes detentan el poder para impulsar el nuevo modelo de enriquecimiento de unos cuantos, al tener que crear en esta región estos espacios sin pueblo, el Volcklosser Raum; para ello la violencia social y la económica, orientadas por criterios económico-militares resulta de alta eficacia en esta región que quiere conservar sus tradiciones y su diferencia.

En esta producción del hombre planetario, del individuo de diseño, ¿qué lugar ocupa la crítica, la protesta… si ellas mismas no fueran más que portadoras de los hijos de la televisión y la internet? Para Bauman (2004) su lugar es importante, aunque ha sido ya deslactosada. Por su parte Tiqqun (2008) señala que el monopolio de la crítica ha sido cedido a los intelectuales progresistas para lo cual se les ha dotado de lugares de privilegio, esos mismos intelectuales que en su calidad de expertos dan vida a ese hombre planetario, de mentalidad fuerte, preocupado por la salud, dispuesto a ser entrenado para ser feliz en todos los espacios de su existencia, a protestar responsablemente. Así, el cognitariado se configura en muchos sentidos como el operador de la actual dominación al extender planetariamente un tipo de ser, unos parámetros uniformados y uniformizantes de lo que sería la vida digna de ser vivida, disfrazada de naturaleza humana. El hombre neoliberal hoy se infiltra por procesos psicológicos, sociológicos y políticos normales, con sus parámetros de existencia y normalidad impuestos imperialmente.

Sin ninguna duda, aquí los medios de comunicación están jugando un papel fundamental, esos medios llenos de expertos que igual nos dicen cómo tener un cuerpo saludable –que extrañamente coincide con el cuerpo que el nuevo mercado requiere-, que cuantas horas es necesario caminar, como cuál es la correcta y verdadera relación sexual, hasta cómo deben ser las protestas, cuáles sus contenidos, sus expresiones adecuadas, su intensidad precisa. Esos medios -progres o no- que inducen la vida política y social, aplauden o sancionan, popularizan o desmitifican, se insertan en la guerra; dice Badiou que “Para pensar la guerra es útil meditar acerca de lo que se muestra de ella” (2005: 30) y en este terreno la imaginería de la guerra se vuelve fundamental en la orientación de los combates. Para el filósofo francés “Digamos que en todo caso, la imagen es la manera más mediocre de entrar en la inteligencia de una guerra” (Ibíd: 31).

 

4.

Decíamos al inicio de este texto que era necesaria la tarea de pensar de otro modo el mundo que nos está tocando vivir. Coincidimos con Tiqqun (2011) cuando plantean que ante la guerra civil global por la que estamos pasando, más que preguntarse qué hacer hay que preguntarse cómo hacer. Y efectivamente una cuestión que resulta fundamental es  cómo hacer algo en  tiempos de guerra, una guerra que como hemos referido no se vive como tal, acostumbrados a las guerras clásicas entre Estados y ejércitos perfectamente identificables no somos capaces de asumir que estamos en medio del combate y cuál es nuestra condición en él. ¿Cómo en tal condición podríamos responder a cuestiones elementales en una guerra? ¿Quién es el enemigo? ¿De quién nos defendemos? ¿Quiénes son nuestros aliados? ¿Cómo responder a esto dentro del contexto global? ¿Cómo explicamos y dotamos de sentido a lo que está ocurriendo? ¿Cuáles son los dispositivos y los terrenos en los cuales se libra la batalla?

Consideramos que atender  estas cuestiones es contribuir a pensar y actuar de forma política y no sólo resulta ser un discurso intelectualoide como podrían juzgar algunos pues, como lo señala Žižek (2012), en épocas de convulsión social detenerse a (re)pensar el mundo puede tener  un impacto mayor que lanzarse de lleno a una hiper actividad que nos haga sentir que algo estamos haciendo y salve nuestras conciencias, es decir, caer en lo que el mismo autor denomina interpasividad:  hacer mucho para que todo siga igual, en la medida en que lo que hagamos desde una zona neblinosa puede resultar en despropósitos costosos. No pretendemos con eso desestimar ningún esfuerzo por hacer algo, pero consideramos que hacer algo por sí mismo no significa propiciar algún tipo de transformación;  ¿para qué y respecto de qué es ese algo que creemos estamos haciendo? Al contrario, consideramos que si estamos dentro de un campo de guerra donde potencialmente somos víctimas, enemigos y combatientes (aunque sea involuntarios), hacer algo sin cartografiar las coordenadas ideológicas  dominantes y la operosidad en marcha, podría ser contraproducente a nuestros intentos de hacer algo para cambiar  el rumbo de las cosas.


Imagen 3.  Policías catean niños en el zócalo de la Ciudad de México. Foto publicada en Regeneración: http://regeneracion.mx/wp-content/uploads/2014/09/niños-zocalo-1.jpg

Retomemos, para variar, el caso mexicano. En las primeras líneas de este escrito hablamos de un hecho que se ha convertido en emblema respecto del derrumbe del mundo-y del país- que estamos experimentando: el caso de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa. Un acontecimiento que es la culminación de casi una década de guerra declarada por parte del Estado mexicano hacia el crimen, hacia el nuevo enemigo en la figura del crimen organizado. Sin duda, un hecho atroz que ha trascendido fronteras y ha provocado la solidaridad virtual de y desde diversas regiones casi siempre bajo la consigna de que eso no se repita nunca más: ni un Ayotzinapa más –como en otros momentos Auschwitz o Guantánamo- se suele leer en las pancartas de apoyo y de indignación.  Sin embargo, las lecturas dominantes respecto de lo ocurrido suelen obviar que lo acontecido no es un hecho aislado ni solamente nacional; incluso se oscurece a los más de 20 mil desparecidos desde el 2006 en México, de los miles de asesinados y desplazados, de las fosas llenas de cuerpos de migrantes, de comunidades enteras levantadas, de las mujeres que todos los días desaparecen o son violadas o desolladas en  diversos estados del país.  Los ojos del mundo se han volcado sobre un caso que sin dudas es doloroso y terrible, no obstante, esto ha tenido un efecto de oscurecimiento a una serie de hechos que siguen ocurriendo, se ha creado una neblina en el sentido de la estrategia militar que mencionamos líneas antes, y para su encauzamiento se nos ofrecen las formas adecuadas para la rebeldía y la protesta y se configuran las nuevas fronteras sociales entre la oposición adecuada y la que no, la rebeldía aceptable y la que no. Desde las mismas esferas del poder político y mediático, Ayotzinapa ha sido un discurso constante que invisibiliza, o por lo menos reduce a una cuestión local (del país y la regi todo lo que ocurre a lo largo iraas desde una zona neblinosa puede resultar en desprop rra somos combatientes activos por aquelón) y de criminales delincuentes todo lo que ocurre a lo largo del territorio nacional. Al tiempo que se crea confusión, miedo, desasosiego, desconfianza, se abre la oportunidad de clamar justicia por parte de los sectores si no disidentes por lo menos alternativos de la sociedad civil a través de protestas, marchas, performances, tomas simbólicas y artísticas encauzadas por los medios y sus expertos en política, rebeldía, legalidad. Sin embargo se oscurece el proyecto cultural altericida, económico-militar transnacional que esta en marcha en la imposición de una forma de vida mundializada.

¿Pero cómo leer esto bajo la figura del campo de guerra y la guerra civil? Bajo dichos lentes conceptuales y políticos, la lectura de lo que está ocurriendo se torna distinta. Sostenemos la tesis de que México se ha convertido en el laboratorio de una guerra civil en la actualidad, ello no quiere decir que no haya pasado antes o esté pasando en otras regiones o países. Sin embargo, la forma en que en México se conjugan  diversos factores como la pobreza,[8] la violencia, el narcotráfico, las riquezas naturales, la ubicación geopolítica y un Estado con vocación e historia de represor, pero con cierto consenso de legitimidad, le otorgan un sesgo particular.

En nuestro país, no sólo se ha construido la figura del enemigo al crimen organizado o al terrorista, el enemigo al que el Estado quiere contener y eliminar, en lo que la protesta pacífica coincide, es la que deriva casi de una mezcla del crimen organizado con el terrorista: el anarquista, el encapuchado, el infiltrado, el violento. La población civil no sólo le teme al policía o militar que es capaz de levantarte, de atribuirte crímenes falsos; no sólo le teme al sicario que puede desaparecerte, le teme a esa figura oscura, neblinosa, del anarquista, del encapuchado que sólo quiere desestabilizar a la sociedad, que sólo quiere destruir, quemar, violentar ¡la vida pacífica! que muchos creen que aún viven.[9]  Esta forma de proceder no es nueva, mencionábamos que durante las dictaduras latinoamericanas  y gobiernos autoritarios de los 70 y 80 ocurría algo parecido con el miedo construido al subversivo comunista, pero ese era una confrontación entre enemigos políticos, ideológicamente distinguibles; lo que es nuevo es el ocultamiento de posturas y de confrontaciones entre una forma de vida y otras. Los comunistas y el Estado capitalistas eran enemigos declarados, en  cambio, en el mundo unificado con su democratismo y la defensa violenta de su paz convierte a la población civil en potencialmente enemigos donde cualquiera puede ser eliminado-desaparecido-asesinado por no aceptar el modo triunfante: el liberal capitalista;  haciéndonos sospechar de todos y vigilar unos a otros:

El recurso de la apelación a la lógica del miedo para anular el discernimiento es antiquísima. No constituye una novedad. Nada más efectivo que la solidificación de un prejuicio —en sentido estricto, como juicio a priori, no sujeto a verificación— para orientar una percepción, para organizar una sensibilidad. La historia está repleta de tales situaciones. Resulta interesante observar que, no obstante, en el siglo XXI sigue siendo teniendo la eficacia de, por ejemplo, el siglo XVI, cuando la Inquisición torturaba y ejecutaba brujas y magos con la anuencia de la población, que de tal modo se sentía protegida y segura contra el Maléfico. Cinco siglos después y Modernidad mediante, los mecanismos atávicos se accionan con la misma sencillez. Ahora tenemos “terroristas” en lugar de brujas y magos, y gobiernos defensores de la paz y la democracia en lugar de la Santa Inquisición (Nievas y Bonavena, 2008: 8).

Estamos de acuerdo con Tiqqun (2008) cuando señalan que la ausencia de guerra no significa que haya paz, es decir, que la guerra que vivimos no esté declarada abiertamente -Badiou (2005) señala que uno de los rasgos de las nuevas guerras es que ya no se declaran- y que hay intersticios que permitan al grueso de la población llevar una vida normalizada. Habría que pensar qué es esa paz de la que hablan los representantes del Estado y los empresarios que tanto dicen defender y cuál es la paz que exigen -seguramente con la mejor de las intenciones- sectores de la población indignados y las nuevas izquierdas responsables. ¿Será esa paz de que todo funcione como siempre? ¿Será que llevemos nuestras vidas de acuerdo al plan?  ¿La del energumeno que es el capitalismo verde o con rostro humano? Si es esa paz la que se exige más vale dudar de ella.

No pretendemos hacer una apología de la violencia, pero sí contribuir a su desmitificación. Suponer que el Estado es el único capaz de ejercerla en su auténtico derecho a poseer su monopolio es aceptar que no nos queda más que recibir esa violencia y contenerla en el mejor de los casos. Pilar Calveiro (2008), señala al respecto que las lecturas pacifistas ante los conflictos que vivimos son ingenuas y anulan  la posibilidad de pensar la violencia como una forma de resistencia.  La violencia del Estado que es de corte conservador porque sirve precisamente para el mantenimiento de un estado de cosas y de un tipo de régimen, no solamente es defendida por el mismo Estado, sino por cualquier científico social o ciudadano que ante cualquier tipo de protesta que irrumpa con intensidad y diferencia efectiva convoca inmediatamente a la necesidad de restablecer el Estado de derecho como si el derecho viniera de la mano de la justicia:

… ante distintas formas de protesta, como la ocupación de vías de comunicación –aunque implican un uso muy restringido de la fuerza–, se enarbola de inmediato la defensa del Estado de derecho, constantemente transgredido desde el Estado mismo, aunque reivindicado de inmediato ante cualquier “puesta en entredicho” del mismo por una violencia externa. En efecto, esta representa un desafío, en primer lugar, a la fuerza de la ley, sustento de la fuerza del Estado, única instancia a la que el derecho reconoce la atribución de transformarlo y de ir incluso más allá de él (Calveiro, 2008: 25).

El Estado es la principal fuente de violencia en el sentido teórico y práctico, sin embargo, en la época que estamos viviendo el Estado no es la única fuente. Con esto no minimizamos de ninguna manera la responsabilidad de éste en los constantes actos de violencia a la población, pero como señalamos en apartados anteriores, hablar del Estado y nada más, como un ente abstracto que no tiene rostro, como una entidad atemporal, como si el Estado que hoy existe fuera el mismo de hace 30 años es una simplificación de lo que acontece; ni el Estado ni el mundo y la configuración hegemónica son los mismos. ¿A qué estamos refiriéndonos cuando colocamos en esa figura una responsabilidad absoluta de los males?, ¿no se anula con ello la responsabilidad de la lógica capitalista, de los empresarios, de los expertos  promotores de la funcionalidad  y de la administración de la vida que lo mismo encarnan en un psicólogo, un médico, un terapeuta, un coaching o un militar? ¿No responde todo ello a intereses transnacionales que han rebasado la posibilidad de los Estados-nación de actuar soberanamente, en tanto ya están infiltrados por las necesidades globales de seguirdad, protección del mercado, de control de la migración, de unificación educativa para ese mercado, del individuo de diseño, del transhumanismo planetario?

En todo caso, coincidimos con Raúl Zibechi (2014) cuando señala que actualmente no hay ningún tipo de diferencia entre el Estado, el narco y la élite de la burguesía:

El negocio de las drogas está en sintonía con la financierización de la economía global, con la cual confluye a través de los circuitos bancarios donde se lavan sus activos. Es bueno recordar que durante la crisis de 2008 el dinero del narco mantuvo la fluidez del sistema financiero, sin cuyos aportes hubiera padecido un cuello de botella que habría paralizado buena parte de la banca […] eso que mal llamamos narco tiene exactamente los mismos intereses que el sector más concentrado de la burguesía, con la que se mimetiza, que consiste en destruir el tejido social, para hacer imposible e inviable la organización popular. Nada peor que seguir a los medios que presentan a los narcos como forajidos irracionales. Tienen una estrategia, de clase, la misma a la que pertenecen. (Zibechi, 2014)

Entonces es fundamental detenerse a pensar cómo actuar estratégicamente a la condición por la que pasamos, no sólo en México sino a nivel planetario, por supuesto tomando en cuenta las especificidades de cada región. No basta ya con culpar a gritos de consigna al Estado pero sin pensar en una opción radicalmente opuesta a la forma Estado, a la forma democracia, a la forma capitalismo. No es suficiente demostrar con evidencias la culpabilidad de las élites poderosas, pues como señala Tiqqun “Cuando el poder establece en tiempo real su propia legitimidad, cuando su violencia deviene preventiva y su derecho es un ‘derecho de injerencia’, entonces ya no sirve de nada tener razón. Tener razón contra él. Hay que ser más fuerte, o más astuto” (2011: 7). La región latinoamericana, con su historia, su histórica riqueza de mundos, su potencial disidente está en la mira del proyecto planetario. La violencia abierta es sólo un aspecto del combate en marcha; asumir el campo de guerra (la guerra civil) que invade toda la vida es un imperativo para enfrentar lo por venir.

¿Cómo ser más astutos? ¿Cómo resistir dentro de un campo de guerra? La indignación resulta insuficiente. Coincidimos con Fadanelli (2013) cuando señala que la indignación es un estado y no una estrategia; incluso la misma lógica de la indignación supone colocarse en un estrato de superioridad. No obstante, hace falta algo más que indignación. En principio, advertir que estamos insertos en una guerra que lo que está imponiendo es una forma de vida por sobre cualquier diferencia efectiva; que en esa guerra somos combatientes activos cuando defendemos aquello que aceptamos prácticamente como la vida digna de ser vivida; que ya no hay neutralidad posible.



Notas:

[1] Psicólogo. Profesor Asociado B de tiempo completo en la carrera de psicología en la FESI-UNAM. Con estudios de posgrado en Sociología por la UNAM y de Cultura y Pensamiento Crítico en América Latina por la UACM. Integrante del proyecto PAPIIT Disidencia y resistencia en el pluralismo cultural: memoria y subjetividad en minorías sociales. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[2] Psicóloga. Profesora de la FESI-UNAM en la carrera de psicología,  con estudios de maestría en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, integrante del proyecto PAPIIT Disidencia y resistencia en el pluralismo cultural: memoria y subjetividad en minorías sociales. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

[3] El gobierno mexicano ya ha dado una versión respecto de la situación de estos jóvenes desaparecidos. Afirma su ejecución, misma que se perpetra de manera particularmente violenta según estas afirmaciones. Los familiares y la sociedad en general no admiten esta versión y continúan demandando la presentación con vida de los desaparecidos.

[4] Sin duda, esto –como lo advierte el mismo Villalobos-Ruminott (2014) puede enlazarse sin dificultad en el origen de los estados soberanos en la región y sus ligas con un proyecto social enajenado.

[5] Žižek (2013: 52) plantea esta situación  de la siguiente manera: “El hecho clave del mundo actual es la expansión inaudita del capitalismo, que cada vez está menos vinculado a la forma Estado-nación, que hasta el momento era la unidad fundamental de contracción del capitalismo, y se afirma más y más en forma ‘transnacional’ directa; la reacción a esta expansión sin límites que amenaza con acabar con toda identidad propia particular son los fundamentalismos ‘posmodernos’ como la ‘contracción’ violenta de la vida social en sus raíces religiosas-étnicas.”

[6] González Rodríguez (2014) advierte el modo en que términos como aplanar, niebla, fricción, se han convertido en referentes de estrategias militares propios de las formas de las nuevas guerras en curso. En este caso aplanar hace referencia a quitar obstáculos que alteren el curso del avance de proyectos del progreso.

[7] Una de los campos en que esto tiene lugar es el de la arquitectura urbana, su diseño y su servicio a objetivos militares en un momento dado. El diseño de calles, de centros comerciales, de unidades habitacionales tienden a la consolidación de la arquitectura controlada. En este terreno, la preparación urbana bajo necesidades militares es cada vez más importante. En este sentido Demarest y Grau –miembros de las fuerzas armadas de E.U.- señalan que “Las operaciones urbanas son difíciles y las acciones armadas en contra de los edificios de la ciudad son un gran desafío aún para las unidades bien adiestradas y equipadas. Las incursiones en edificios modernos que incorporan la arquitectura controlada incrementan el desafío del comandante y exigen un planeamiento meticuloso, inteligencia detallada, reglas de enfrentamiento específicas, equipamiento especial y múltiples ensayos de la misión. A medida que las FF.AA. modernas consideran las áreas urbanas, aumentan las posibilidades de que las mismas deberán tratar con edificios fortificados. Deben estar preparadas.” (2004, p.37)

[8] Pensemos en otras regiones de Latinoamérica como la zona mapuche en Chile, algunas regiones de Colombia y Centroamérica por mencionar algunos ejemplos de campos de guerra en el continente.

[9] A propósito de esto, es importante hacer referencia  a los recientes operativos en España llamados Operación Pandora, que tienen como objetivo cazar y detener a cualquier sospechoso de actos anarquistas.

 

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Cómo citar este artículo:

ALVARADO GARCÍA, Víctor Manuel; NAVA BECERRA, Mayra Eréndira, (2015) “Nuevas Guerras y el Proyecto Planetario. América Latina en la mira”, Pacarina del Sur [En línea], año 6, núm. 22, enero-marzo, 2015. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Viernes, 29 de Marzo de 2024.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=1079&catid=14